Enric Juliana
Jordi Pujol ganó las primeras elecciones al Parlament de Catalunya gracias a Sant Pancràs. Eso dice la leyenda. Tres meses antes de las elecciones del 20 de marzo de 1980, Pujol publicó un artículo en La Vanguardia en el que mostraba sus credenciales frente a quienes le señalaban como un político netamente burgués, por su condición de banquero. “Yo no me avergüenzo de lo que he hecho. En absoluto. Ni tampoco me avergüenzo de mi origen. Y creo que políticamente soy fiel a él. Pero mi origen es el de la pequeña burguesía catalana, incluso muy pequeña, que rendía culto al trabajo, ahorradora y sentimental. Mi origen no es la alta burguesía.” Así se expresaba el futuro presidente de la Generalitat.
Explicando sus orígenes, Pujol ensalzaba los valores de sus potenciales electores frente a la tensa y combativa Catalunya metropolitana en la que triunfaba la izquierda. Había entonces una sección de Comisiones Obreras en cada taller de la provincia de Barcelona, y un liberal de tomo y lomo como Ramon Trías Fargas había bautizado su primera aventura política como Esquerra Democràtica, para no desentonar. Casi todo el mundo parecía ser de izquierdas en la Catalunya de finales de los setenta. Frente a esa fuerza, que acababa de imponerse sin discusión en las primeras elecciones municipales de marzo de 1979, Pujol ensalzaba los valores de otra Catalunya, entonces más silenciosa, que no leía a Marx y no tenía como norte la protesta social. “Procedo –insistía en su artículo– de familias que en sus casas tenían una imagen de Sant Pancràs colgada en la pared. ‘Sant Pancràs, doneu-nos salut i feina’”. (El artículo fue publicado el 12 de diciembre de 1979. Pujol escribió Sant Pancràs, a la antigua manera. Tras la normalización lingüística impulsada por la Generalitat se escribe Sant Pancraç).
Pujol ganó gracias a la intercesión celestial, pero también tuvieron algo que ver su innegable talento político y una intensa campaña de la patronal Fomento del Trabajo Nacional (ahora Foment) para evitar la formación de un “gobierno marxista” en Catalunya. Pancracio, ciudadano romano decapitado a los quince años por profesar el cristianismo, puso de su parte todo lo que pudo: la fe menestral. Además de su gran capacidad de comunicación, Pujol aportó una compresión perfecta de la realidad social de Catalunya en su conjunto.
Adolfo Suárez también puso lo suyo: una ley electoral con una generosa prima de representación para las provincias de Girona y Lleida y un empujoncito a su amigo Alejandro Rojas Marcos para que el Partido Socialista de Andalucía presentase candidatura en Catalunya y laminase el voto del PSC y del PSUC en la periferia barcelonesa. Heribert Barrera, entonces secretario general de Esquerra Republicana, aportó su profunda convicción de que Catalunya debía ser gobernada por un nacionalista y un acendrado anticomunismo. La patronal Fomento cerró el círculo con una intensa campaña de movilización del empresariado, coordinada con gran entusiasmo por Manuel Milián Mestre, para evitar que Catalunya se convirtiese en uno de los bastiones europeos de la izquierda marxista.
El historiador Josep Maria Fradera sostiene que la victoria de Pujol obedeció a razones aún más profundas: la pujante hegemonía de la izquierda movilizó a la Catalunya que no se sentía representada por la vigorosa alianza entre los trabajadores sindicalizados y los jóvenes profesionales de los servicios públicos en fase de desarrollo y promoción. Esa coalición social disponía de interlocución con el Estado, a través de la política y los sindicatos, gobernaba los novísimos ayuntamientos y dirigía el gusto cultural. Frente a ese bloque, surgió otra coalición, la coalición Sant Pancràs, formada por clases medias tradicionales, menestralía comarcal, empresarios, comerciantes y profesionales no alineados con la izquierda, que veían en la Generalitat la última oportunidad de estar bien representados ante un tiempo nuevo en el que se iban a repartir muchas cartas. Así fue como Pujol, muy hábilmente, pudo atraer a prudentes votantes de UCD y a potenciales independentistas a su inicial base catalanista, que había quedado en cuarta posición en las primeras elecciones general democráticas de 1977.
Han pasado cuarenta años. Han cambiado tantas cosas que esa Catalunya nos puede parecer muy remota. Sin embargo, esas lejanas elecciones contienen apuntes muy interesantes para interpretar la jornada de hoy. El legado de Jordi Pujol está más presente de lo que pueda parecer en una Catalunya que hoy vuelve a ser, en apariencia, rabiosamente “progresista” y en la que no es fácil encontrar pujolistas confesos, por todo aquello que ha pasado. El pueblo catalán tiene un gran arte para el disimulo y la adaptación a los lenguajes nuevos.
Hoy muchos electores irán a votar con el propósito de evitar que la izquierda metropolitana gane las elecciones y borre los diez últimos años. La independencia no es ahora posible, pero no desean sentirse humillados. Hay presos en las cárceles, hay luz en Waterloo y un montón de multas por pagar.
En sentido contrario, otra mucha gente de distinta filiación política, mayoritariamente personas ajenas a la seguridad del empleo público y aún lejos de la pensión de jubilación, irá a votar para que vuelva una cierta normalidad en una Catalunya con los motores parados por la epidemia. “Doneu-nos salut i feina, Sant Pancràs”.
Fuente: “#Sant Pancràs”, La Vanguardia, 14 de febrero de 2021
Portada: imagen de San Pancracio en la capilla de Sant Pancraç i Sant Roc de la catedral de la Santa Creu i Santa Eulàlia de Barcelona (foto: Didier Descouens/Wikimedia Commons)
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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