Llama la atención la casi coincidencia de la publicación de dos sólidas obras sobre las elecciones municipales de 1931: la de Carmelo Romero, “Las elecciones que acabaron con la monarquía”, y la de Francisco Sánchez Pérez, “El germinal español”. Las elecciones que trajeron la Segunda República”, de abril y mayo de este año respectivamente (la entrevista al autor aquí). Que coincidan sustancialmente en la metodología y en cuanto a la valoración histórica del episodio, así como de sus antecedentes y resultados, no es extraño. Es lo que ocurre cuando los temas se dominan y formulan tras un largo trabajo de documentación, reflexión y síntesis.
Por nuestra parte, planteamos una cuestión, quizá ya ociosa: si esas elecciones municipales fueron tan decisivas políticamente, ¿qué efectos hubiera tenido anteponer las elecciones municipales a las generales en la transición post franquista?.
Conversación sobre la historia
Óscar López Acón
OL: Después de su libro “Caciques y caciquismo en España (1834-2020)” (Catarata, 2021), Carmelo Romero Salvador nos trae “Las elecciones que acabaron con la monarquía. El 12 de abril de 1931” (Catarata, 2023), una obra que testimonia la madurez de un historiador. Como ha manifestado en otras entrevistas, este libro, de algún modo, supone “volver a sus orígenes” ¿Qué le llevó a interesarse por la problemática político-electoral en la España contemporánea?
Sin duda el hecho de que cursé la carrera durante la Dictadura franquista y ni las elecciones ni, desde luego, la II República eran materias analizadas en las clases a las que asistí. De hecho, tanto para la tesis de licenciatura, sobre Elecciones y partidos políticos en la provincia de Soria en 1931, realizada en 1973, como para la tesis doctoral, sobre la misma temática pero extendida a todo el periodo republicano, tuve que sortear dificultades varias.
Si por un lado lo “prohibido”, o al menos lo velado, siempre resulta atractivo, y especialmente en la juventud, por otro, la intuición, no difícil de prever, de que España tendría un futuro no tardío de parlamentarismo y democracia obligaba a intentar profundizar, o al menos aproximarnos, en el conocimiento del último, y por tanto más reciente, pasado electoral democrático.
A todas luces, resulta sorprendente que un tema tan vertebral como las elecciones que trajeron la II República hayan sido tan poco abordadas por la historiografía reciente [1] Quizás, por ese motivo, ha quedado perennemente grabado en el imaginario social —e incluso en los manuales de secundaria y bachillerato— aquello de que los republicanos ganaron en las ciudades y los monárquicos en el campo y, por tanto, el origen del régimen republicano y su legitimidad no parecen incontrovertibles. Este y otros mitos son derribados en este libro con un “rigor cartesiano”, como señala el politólogo Pablo Simón en su prólogo. ¿Qué fin perseguía con esta obra? ¿Cuál diría que es su principal aportación?
Lo que motiva este libro es la necesidad de desterrar un absurdo. Porque absurdo intelectual y humanamente es considerar que unas elecciones de las que abundantemente se ha escrito que no tenían carácter plebiscitario, incluso no político, y que, además, las ganaron los monárquicos, conllevaran 48 horas después de los escrutinios la renuncia del rey a la corona y la proclamación de la República. Como si los reyes estuviesen prestos a abandonar sus tronos y más aún cuando ese abandono conlleva también el de su dinastía.
Para abordar cómo unas elecciones municipales acabaron asumiendo un carácter plebiscitario, usted analiza con exhaustividad el final de la crisis de la Restauración y la dictadura de Primo de Rivera. En ese sentido, la obra no es únicamente un estudio político-electoral centrado en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, sino que conjuga, al menos, otros dos planos. De un lado, una visión desde los largos plazos, que es en definitiva donde residen las lógicas explicativas últimas y, por otro, un análisis que toma el pulso a esas horas decisivas a través de las reacciones de sus principales actores: “la sorpresa”, “la incertidumbre” y “de nuevo la sorpresa”. Las crisis de las monarquías en el contexto de la Europa de los años treinta no constituyen un hecho extraordinario, pero sí la forma en que se produjo ese cambio de régimen en España. ¿Por qué el advenimiento de la II República española resulta tan excepcional en términos históricos?
Plantea aquí varias cuestiones. La primera podríamos sintetizarla en el hecho de que, ciertamente, los resultados del 12 de abril no son sino, por decirlo de forma metafórica, el notario que levanta acta del final, por una parte, de un sistema –el parlamentario de la Restauración- que ya había recibido la puntilla en 1923 y que ahora, siete años después, se pretendía reimplantar y, por otra, de una monarquía que, para salvar el trono, había recurrido, o cuando menos aceptado -convirtiéndose el rey en perjuro-, una dictadura militar en ese 1923. Sin entender la crisis del sistema –con 1917 como primera fecha clave- no se pueden entender ni los resultados del 12 de abril ni sus efectos inmediatos –la renuncia del rey y la proclamación de la República-. De ahí que, como dice, considere necesaria esa síntesis analítica para el período 1917-1931.
Únicamente entendiendo esto puede comprenderse el otro aspecto, esto es, la excepcionalidad del modo de advenimiento de la II República. Ciertamente el primer tercio del siglo XX fue un periodo aciago para la mayor parte de las monarquías. Si al comenzar el siglo tan solo existían tres repúblicas en Europa, que apenas acogían al 5 % de la población, en 1930 –tras la caída de los imperios ruso, alemán, austro-húngaro y otomano- más de tres cuartas partes de los territorios y poblaciones europeas tenían regímenes republicanos. La excepcionalidad, por tanto, en aquella coyuntura de entreguerras no era que España acabase con su monarquía, sino la forma de hacerlo. En ningún país, ni antes ni después, se ha puesto fin a un régimen monárquico existente a raíz de unas elecciones, bien de diputados o, como en este caso, municipales. Una excepcionalidad, por cierto -la de que sean las urnas las que pongan final a un régimen-, de la que cualquier persona democrática debería sentirse orgullosa.
En relación a los argumentos esgrimidos para cuestionar la legitimidad de origen del régimen republicano, utilizados ya durante la República por parte de los sectores reaccionarios, su obra señala un momento de enorme relevancia como fue la creación por parte del primer Gobierno de Franco, en diciembre de 1938, de una comisión creada para dictaminar “la ilegitimidad de los poderes actuantes el 18 de julio de 1936”, bajo la presidencia del magistrado falangista Ildefonso Bellón. ¿Podría afirmarse que aquí se asienta el canon interpretativo que el revisionismo neofranquista ha utilizado hasta el día de hoy?
Sin duda. Los argumentos utilizados por dicha comisión –muy breves, apenas página y media- son los que posteriormente reiteraron Joaquín Arrarás, Comín Colomer y toda la larga lista de epígonos suyos que han ido, y continúan, aflorando. A aquella comisión, dado el momento y la finalidad con la que fue creada, le importaba muy poco o nada, no ya “la verdad”, sino la sensatez de la argumentación y del análisis. Lo que le importaba, para legitimar la sublevación militar a la que servía, era deslegitimar el propio origen de la República, ya que un origen ilegítimo venía a justificar, en su planteamiento, el levantamiento en armas contra ella. Dado el contexto, la finalidad y a quién y por qué debe su nombramiento, es comprensible, claro está, la actuación y argumentación de dicha comisión.
Y es comprensible, asimismo, que durante el franquismo sus seguidores se afanaran en extender esa misma interpretación. Lo que no es razonable, si se tiene una finalidad de comprensión de la realidad histórica. es que se siga insistiendo en ese absurdo y contrasentido intelectual: que unas elecciones no plebiscitarias y que además ganaron los monárquicos determinaron… la caída del rey. Un rey, Alfonso XIII, que llevaba 29 años en el trono y cuya dinastía lo venía ocupando, con algún breve paréntesis, desde hacía más de dos siglos.
Para realizar este libro ha consultado un centenar de periódicos de la época, además de decenas de memorias y obras de carácter testimonial. Llama la atención que predominan las voces de los periódicos más conservadores y las declaraciones de los principales prohombres monárquicos. Así, sobre el carácter plebiscitario que adquirieron las elecciones, recurre a Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones, el cual afirmó poco antes de que tuvieran lugar en el periódico La Libertad, “lo que se va a ventilar el domingo no es el triunfo de tal o cual nombre, sino el porvenir de España y de la Monarquía”; o al monárquico José María Gil Robles, que exclamó en un mitin en Torrelavega que “aunque estas elecciones son de tipo administrativo lo que está en cuestión es el tipo de régimen”; o del director general de Seguridad, el general Emilio Mola, igualmente rotundo, que señaló en 1933, “el problema era claro y terminante: Monarquía o República”. No se trata de reducidos islotes en medio de un océano, pues los ejemplos que podría aducir son cuantiosos. Desde luego, su praxis historiográfica no deja nada al azar, o si me permite utilizar una metáfora bélica, no hay ningún flanco desguarnecido…
Las fuentes prioritarias han sido, efectivamente, prensa de la época –al menos uno o dos periódicos de cada provincia- y las abundantes memorias de los coetáneos. En el texto utilizo muy especialmente, casi la totalidad, citas de periódicos y de personajes monárquicos. ¿La razón? Si hubiera elegido citas de periódicos republicanos cualquiera podría decir, y con sobrada razón, ¿y qué iban a decir, si no, dichos periódicos dada su tendencia? Al ser periódicos y líderes monárquicos, y con una coincidencia prácticamente absoluta entre ellos, los que, no a posteriori sino en esos días, dan testimonio tanto del carácter plebiscitario de las elecciones como de la contundencia de los resultados en pro de la República, difícilmente podrá argüirse, con una pizca de razón al menos, lo contrario.
Volviendo al asunto de los grandes protagonistas políticos, en el libro reconstruye a partir de distintos testimonios cómo se vivió en el Consejo de Ministros del almirante Juan Bautista Aznar el resultado de las elecciones. De entre todos ellos, destaca el del conde de Romanones, que fungía en ese momento como Ministro de Estado. Es el “Maquiavelo de la Alcarria”, uno de los hombres fuertes del sistema y artífice de las elecciones municipales, quien sabe que todo está perdido cuando conoce los resultados en Guadalajara, su cacicato personal… ¿Por qué tiene tan claro que su apuesta política ha fracasado de forma incontestable?
No solo Romanones. Prácticamente todos los miembros del Gobierno –en el que figuraban nada menos, única vez en nuestra historia, cuatro expresidentes del Gobierno-, duchos como él en la práctica política electoral. Y coincidentes con ellos los gobernadores civiles, y los altos mandos del ejército, y los medios de comunicación…
¿Por qué lo tienen tan claro? Por la contundencia de los resultados. Una contundencia inesperada, sorprendente, no solo para ellos sino también para los dirigentes republicanos. Máxime si se tiene en cuenta que a lo largo de un siglo de parlamentarismo ningún gobierno en España había perdido unas elecciones, hecho este que contribuye a explicar, por lo inusitado, los efectos inmediatos, devastadores para la monarquía, de los resultados.
En el último manifiesto que dirigió “Al País”, Alfonso XIII expresó la frase lapidaria que evidenciaba el sentir de la mayoría de los españoles: “las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo”, pero también señaló que, de querer mantener sus prerrogativas, “hallaría medios sobrados”, mas no quería “lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil”. La historia muestra de forma elocuente que los monarcas suelen tener un apego más bien grande hacia sus tronos. Resulta ingenuo —como señala en el libro—, pensar que Alfonso XIII no tratase de agotar todas las vías posibles para autoperpetuarse…
Ingenuo, ciertamente, sería pensarlo. El rey, como es lógico, trató en principio de mantenerse recurriendo, sin éxito, a los monárquicos constitucionalistas –Santiago Alba, Miguel Villanueva, Melquiades Álvarez- y barajando también la posibilidad –desechada por las razones que en el libro se exponen- de la abdicación. Respecto a esas frases del manifiesto, redactado por el duque de Maura, de “… hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero, resueltamente quiero apartarme de lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil”, que posteriormente tanto se han utilizado para alabar la bonhomía patriótica del rey, no responden a la realidad del momento. Y el primero, sin duda, que lo sabía era el rey. El director de la Guarda Civil, José Sanjurjo, marqués del Rif, y primer general en sublevarse contra la República -1932, repitiendo luego en 1936- en la misma tarde del 12 de abril, al conocer los resultados, ya declaraba a Romanones y al resto de los ministros que no respondía de la fidelidad de la Benemérita. Y en cuanto a los altos mandos del ejército tan solo un general – y sin mando en tropa-, el marqués de Cavalcanti, acudió a ofrecer sus servicios al rey. Sin apenas apoyos sociales ni militares el mantenimiento de la Corona era inviable. Ese mismo rey, Alfonso XIII, no obstante, colaborará, entre otros modos económicamente, en la sublevación militar de julio del 36, con la relativa esperanza, pronto convertida en vana, de volver al trono.
La correlación entre los votos y el número de concejales obtenidos en las elecciones municipales del 12 de abril parece haber confundido a muchos. Sin embargo, el triunfo republicano fue tan rotundo a ojos de aquellos que lo vivieron que, como recoge en su obra, hasta el periódico portavoz del integrismo y radicalmente antirrepublicano El Siglo Futuro, afirmó en su editorial el 13 de abril de 1931: “No queremos paliar el resultado de la jornada electoral de ayer. Mucho nos entristece. ¿Para qué hacer cubileteos de cifras?”. La dimensión cuantitativa resulta, sin embargo, enormemente clarividente acerca de la magnitud de la victoria republicana y la derrota monárquica, y no admite la menor discusión, como demuestra en su análisis de la aplicación de la ley electoral a nivel municipal. La conjunción republicano-socialista barrió en los diez distritos de Madrid y en cinco de ellos, incluyendo hasta el mismísimo distrito de Palacio, duplicó en votos. ¿Podría ahondar en este ejemplo?
Sin conocer la práctica de corruptelas habitual en el sistema de la Restauración, y sobre todo la ley electoral, es imposible –de ahí que dé cuenta de ella y trace sus rasgos esenciales- entender cómo los monárquicos del momento valoraron los resultados. No es solo que las candidaturas de la conjunción republicano-socialista triunfaran en 42 de las 50 capitales de provincia, más en Ceuta, en Melilla y en buena parte de las ciudades con mayor población. (En el apéndice documental del libro doy cuenta de los resultados de todas las capitales, y distrito a distrito). No es solo que triunfaran, decía, es que lo hicieron contundentemente. El ejemplo de Madrid es uno más ya que, si en Madrid ganó la conjunción en todos sus distritos, también lo hizo en otras treinta capitales de provincia, y si en Madrid triplicó en votos también lo hizo en varias otras y en algunas, como en Alicante, Córdoba o Málaga, cuadriplicó e incluso en Castellón quintuplicó. ¡Hasta en los Reales Sitios, como Aranjuez, San Lorenzo y El Escorial de Abajo, ganaron los candidatos republicano-socialistas!
Tomando prestada una de sus metáforas más sugestivas, es claro que la esperanza se impuso al miedo en abril de 1931…
Así es. La República representaba, por todo lo que se explica en el libro, la esperanza. Y frente a ella la propaganda monárquica solo pudo oponer el miedo. El miedo al comunismo, al ateísmo, a la barbarie, con un tipo de mensajes de sus propagandistas, entre ellos algunos obispos, que estarán muy presentes durante toda la segunda república, especialmente ante las elecciones del 16 de febrero de 1936 y, tras la derrota en ellas de la CEDA, en los meses posteriores.
A los seres humanos, a escala individual y colectiva, nos mueven dos grandes impulsos: la esperanza y el miedo. El año 1931 era, en Europa y en España, tiempo todavía propicio a la esperanza; en 1936, con Hitler en el poder y el fascismo avanzando en Europa, el miedo galopaba desbancando a la esperanza. “La guerra civil que ganamos en 1939 se hubiera perdido en 1931”, escribía, textualmente, el marqués de Luca de Tena en el prólogo a la biográfica hagiográfica de Alfonso XIII que en 1966 publicaba el escritor y periodista de ABC Julián Cortés Cabanillas. Y añadía: “En 1931 hubiéramos luchado contra una ilusión, contra la ilusión que para la mayoría significaba entonces la República. Y en política es poco prudente luchar contra una ilusión”. En 1936, ya era otra cosa, pero esa es otra historia.
[1] Nota del blog: El libro de Francisco Sánchez, El Germinal español salió publicado un mes después del de Carmelo Romero.
Índice de la obra
Prólogo, por Pablo Simón
Capítulo 1. Historia de una excepción
Malos tiempos para las monarquías
La excepción
La sorpresa
La incertidumbre
Y de nuevo la sorpresa
Deslegitimar orígenes
Capítulo 2. La larga crisis de un sistema y de una monarquía
¿Pegarán los soldados?
Demasiados muertos
La exigencia de responsabilidades
Salvar el trono: la dictadura
Y después del dictador, ¿quién y qué?
¿Cómo derribar la monarquía?
Capítulo 3. El último gobierno de la monarquía
El porqué de unas elecciones municipales
Los juicios: ¿acusados o acusadores?
La ley electoral
El domingo 5 de abril
El carácter plebiscitario de las elecciones
El miedo o la esperanza
Capítulo 4. ¡Que lo hemos barrido!
‘¡No se han cansado de votar!’
Cubileteos de cifras
La contundencia de los resultados
El peso de lo cualitativo… y de lo cuantitativo
Las exploradas opciones de la monarquía
Sin la auctoritas… ni la potestas
Anexos
Fuente: entrevista realizada a petición de Conversación sobre historia, lo que agradecemos al profesor Carmelo Romero y al doctorando Óscar López Acón.
Portada: celebración de la proclamación de la II República en el centro de Zaragoza (foto: Marín Chivite/Heraldo de Aragón)
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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