Este libro no es una autobiografía al uso. No se trata del compendio de las memorias de Ángel Viñas, cuya trayectoria como economista, alto funcionario, diplomático y, sobre todo, historiador, por discurrir en los años decisivos de la historia reciente de España, haría de por sí sumamente interesante su consulta. No, lo que el lector tiene entre sus manos es la experiencia personal y profesional del historiador, una reflexión introspectiva sobre sus motivaciones, sus influencias, sus fuentes y sus métodos. Persigue explicar, desde su propia óptica, el vínculo entre la historia que hizo, la historia que le hizo y como entre ambas inspiraron la historia que ha escrito.

Viñas se convierte en este texto en historiador de sí mismo, aplicando a su entorno y sus circunstancias la metodología analítica y rigurosa que en tantas ocasiones ha empleado para esclarecer parcelas plagadas de estereotipos de nuestra historia contemporánea y demoler, siempre basándose en las fuentes primarias, los mitos interesados que la han entenebrecido, desde el oro de Moscú a la idiosincrasia violenta, corrupta y esencialmente criminal del franquismo.

Reproducimos las páginas 346-353 del capítulo 18 y las pp. 374-379 del capítulo 20 . Además del índice, este enlace  permite  conocer  algunos recuerdos de la infancia y de los primeros estudios del autor («Una juventud en la España de Franco»).

Conversación sobre la historia


 

Ángel Viñas

 

Tergiversaciones múltiples

A la República no la quisieron los monárquicos ni los militares ni los que hicieron causa común con ellos, según se afirma a consecuencia de los «desmanes» de la primavera de 1936. Los monárquicos y los carlistas, por lo menos, la rechazaron enérgicamente desde el principio. O, para ser más exactos, incluso antes del principio. El famoso acuerdo de 1934, que la historiografía más seria había desdeñado, constituyó el pilar fundamental sobre el cual se construyeron las relaciones subterráneas subsiguientes con la UME. Los contactos con Roma se mantuvieron por medio de emisarios personales —Carpi, desde luego, pero también el insigne catedrático y diputado—. Todo ello se retorció adecuadamente en las escasas obras de memorias que sobre el período se habían escrito. En primer lugar, las muy conocidas del exaviador monárquico y dedicado conspirador que fue Juan Antonio Ansaldo Vejarano, aunque no lo hizo de forma consistente. En segundo lugar, las del propio Sainz Rodríguez, que tuvo que ser, naturalmente, muy consciente de que en los años setenta, cuando las publicó, seguía conviniendo disminuir en todo lo posible la historia de los contactos previos con Italia. Los disfrazó de manera amable y, en cuanto a los aviones, abanderó la versión expuesta por Goicoechea en pleno franquismo.

Separar lo que ocurrió en realidad de las distorsiones y escamoteos de aquella Historia de la gestión realizada en Roma para la adquisición de aviones, que individualicé en el índice onomástico y analítico para que los lectores pudieran acceder a ella con facilidad, constituyó uno de los grandes retos que se me presentaron. El tono del documento explica que no hubiera habido inconveniente en que apareciese en la España de Franco en tiempos de predominio de una censura de guerra. Narraba, para el público en general, cómo se había llegado a adquirir aviones —algo que era imposible negar—, pero dejó cuidadosamente de lado todos los antecedentes. La distorsión fundamental fue que solo se refirió a la primera tanda, conocida desde finales de julio de 1936 porque desató una tormenta informativa y diplomática en la época. No era, pues, difícil afirmar que los italianos reaccionaron a una supuesta ayuda francesa que todavía no se había materializado e incluso a una no menos supuesta ayuda soviética, que ni se había considerado en Moscú.

El autor de aquel panfletillo fue el propio Goicoechea y se prestó a que figurase en una malísima biografía suya publicada en 1965 por un periodista de medio pelo, José Gutiérrez-Ravé. Ya había sido jefe de prensa de Renovación Española. En este partido estaba asentado el grupito de líderes de la conspiración que tenían acceso a Roma. Tan curioso autor siguió incluso a Goicoechea al Banco de España después de la guerra y en él trabajó en el mismo ámbito de la «comunicación».

Goicoechea fue varias veces a Roma y se entrevistó con Mussolini. Se conocía el encuentro de marzo de 1934, pero se ignoraba que también se habían visto a principios del año siguiente y, más tarde, en octubre. En relación con la reunión del primer año, ya se había levantado un gran escándalo durante la guerra civil. Las milicias hallaron en su domicilio o despacho madrileño una copia y una nota explicativa de la misma hecha por parte española. Del segundo encuentro no se sabe nada, excepto que al menos el cónsul general italiano en Barcelona se refirió a él en una de sus comunicaciones a Roma. Del tercero, afortunadamente, se conoce casi todo excepto la minuta, si la hubo, del encuentro mismo. Los funcionarios italianos prepararon el imprescindible expediente previo y en él reseñaron los deseos del conspirador español. Además, añadieron algunos papeles (de los monárquicos y de la UME) que Goicoechea les había facilitado.

Los conspiradores Antonio Goicoechea (sentado en el centro el conde de Rodezno y Víctor Pradera) y Pedro Sainz Rodríguez (de pie a la izquierda) en el acto de constitución de la oficina electoral denominada Tradicionalistas y Renovación Española (TYRE). De pie, entre otros, el conde de Vallellano y Ramiro de Maeztu (foto: diario Ahora, 8 de diciembre de 1933)

Para mí se trata de los documentos más importantes de toda la conspiración después de los contratos y, si se me apura, tal vez incluso más significativos que estos últimos. Conviene enfatizar esto porque el mensaje que Goicoechea llevó al ánimo del Duce fue que si la evolución política española conducía a una convocatoria de nuevas elecciones generales y las ganaban las izquierdas, las fuerzas que él representaba y la UME se sublevarían. Así de simple. Negro sobre blanco. Desde el otoño de 1935, la derecha monárquica y sus apoyos militares no consentirían la victoria. ¿Su reacción? La rebelión por la vía de las armas y de la violencia más extrema.

 No extrañará, pues, que servidor subrayase la tesis de que, a partir de aquel momento, toda la actuación de un sector de las derechas (Calvo Sotelo, Goicoechea, Sainz Rodríguez, Sanjurjo, etc.) y de sus soportes mediáticos, empezando por ABC, debía contemplarse desde tan belicoso ángulo. Lo que quedaba era, lógicamente, provocar a las izquierdas si y cuando llegasen al poder. No de otra manera se había actuado de cara a la futura revolución de Asturias. La izquierda ya había mordido el anzuelo y era concebible que también fuera a hacerlo en la primavera tras las elecciones. En esta ocasión, sin embargo, no lo hizo.

Me he referido a los papeles de La Farnesina, pero en los archivos de la Aeronáutica italiana había mucho más. En primer lugar, una visión mirífica. En su página web la explicación de la intervención italiana se presentaba en base al relato rotundamente erróneo y malintencionado de Luis Bolín. Este fue el supuestamente arriesgado voluntario para disfrazar los objetivos del vuelo del Dragon Rapide y sus consecuencias para él. De acuerdo con las leyendas esparcidas desde la guerra civil misma y después en la posguerra por otro bulista del máximo calibre como fue el primer biógrafo de Franco, Joaquín Arrarás, Bolín dio su autocomplacida versión en sus falaces memorias. Han despistado a centenares de investigadores, españoles y no españoles.

Se trata de un libro que debería reeditarse debidamente anotado. Es uno de los grandes camelos sobre los orígenes y desarrollo de la guerra. Fue prologado, nada menos, que por el eminente exfalangista, Cruz de Hierro y en la época de su aparición ministro de Asuntos Exteriores Fernando María Castiella y Maiz. (En la versión inglesa, Bolín se contentó con un historiador popular, muy de derechas, llamado sir Arthur Bryant, para mí infumable).

Juan Ignacio Luca de Tena, Luis Bolin, Juan de la Cierva y Juan March (composición: diario Público)
¿Y Franco?

La EPRE me obligó a oponerme a la tendencia centrada en la obvia característica militar —el estudio de la conspiración de los uniformados ha generado multitud de obras—, pero que dejaba de lado las características políticas e ideológicas que fueron fundamentales y que encarnó la trama civil del golpe. Por ello dediqué alguna atención a desmontar el papel de Franco y, en segundo lugar, a reducir el énfasis siempre puesto en las famosas instrucciones de Mola.

Franco no desempeñó un papel estelar porque en los planes de los conspiradores monárquicos le correspondía un papel muy preciso y determinado. Estaba en contacto con Mola y con otros militares —aunque, por desgracia, salvo en muy pocos casos, las comunicaciones que con ellos cruzase han desaparecido—. El papel estelar correspondió siempre a Sanjurjo, al que Franco, desvergonzadamente, puso en segundo o tercer lugar, como si fuera un molesto estorbo. ¿Por qué lo haría?

Porque los planes monárquicos apuntaban a restablecer, no de forma inmediata, pero sí mediata, el régimen tradicional: la Monarquía. Lo que se pensaba era atravesar un período interino, en principio de duración no determinada. La conjunción cívico-militar abriría paso para, en su momento, restaurar el sistema monárquico, con un aditamento nuevo: sería un sistema fascistizado. El ejemplo lo tenían, obviamente, en la Italia fascista. Una Monarquía en la que el rey no mandaba y en el que poder ejecutivo, legislativo y judicial se concentraba en las manos más o menos férreas de Mussolini. El Duce español estaba llamado a ser, obviamente, José Calvo Sotelo, el «protomártir» por excelencia del franquismo. Que todo un historiador se haya dedicado a tal figura a través de una muy gruesa biografía y la edición de las obras completas del prócer sin mencionar prácticamente nada de sus actividades clandestinas siempre me dejó boquiabierto.

José Calvo Sotelo (foto: Universal Images Group/Getty)

En, al menos, un par de libros he criticado acerbamente a Franco por haber tratado de obliterar el papel de Sanjurjo. Ya dije que lo hizo en la primera historia oficialísima de los antecedentes u orígenes de la guerra civil publicada en 1945 y lo repetía todavía, como un vulgar papagayo, en 1961. Transcribo sus declaraciones a tal efecto:

Yo quería mucho a Sanjurjo (…) En los prolegómenos del Alzamiento había algunos generales más antiguos que yo, de los que me constaba que no admitirían mi mando, por lo cual sugerí que fuese Sanjurjo el Jefe del Movimiento. De ese modo, el que manejaría los hilos iba a ser yo, porque Sanjurjo era muy valiente; pero no tenía cabeza para tanta responsabilidad.

Un auténtico MISERABLE. Esto es lo que fue Franco. Jugó hábilmente con medias verdades y mentiras para ponerse en primera fila. Y luego dio rienda suelta a su narcisismo. Claro que los planes no salieron como estaba previsto. El 13 de julio, después de conocer el resultado de la misión de Sainz Rodríguez a Roma, a Calvo Sotelo lo asesinaron de mala manera. No fue esto el chispazo que prendió la antorcha del golpe. Sin él también hubiese estallado con Calvo Sotelo que, al igual que Goicoechea, Sainz Rodríguez y una parte de la plana mayor monárquica, probablemente se hubiera refugiado en territorios en los que se pensaba que triunfaría el golpe —aunque, quizá para despistar, en su caso se habló de Portugal.

La sublevación era imparable. Sin embargo, lo que cambió radicalmente los planes monárquicos fue el accidente mortal que sufrió Sanjurjo el 20 de julio, a raíz de una lamentable performance de quien aparecía como glorioso y experimentadísimo piloto, el laureado aviador Juan Antonio Ansaldo. Fue quien negoció los contratos del 1.º de julio, como dejó entrever en su hoja de servicios que, ignoro por qué razones, ningún historiador, hasta que llegó quien esto escribe, se había dignado explorar en este punto.

Calvo Sotelo podría, quizá, haberse sustituido. Sanjurjo, no. En el hueco creado se coló Franco, que sí copió de los planes desarrollados hasta entonces dos puntos fundamentales: el primero, que Falange debería hacer los trabajos sucios, la represión, como ya había empezado a hacerlo con gran entusiasmo de pistoleros en la primavera de 1936; el segundo, que el «movimiento nacional» tenía que apoyarse en la Italia fascista. La fascistización comenzó, pues, tras el malogrado golpe de Estado como tal.

¿Y la guerra? También los monárquicos la habían tomado en consideración. Para un golpe de fuerza del que se pensara que iba a ser un éxito no se necesitaba la aviación contratada con Italia. Los aviones ya figuraban en algunos de sus planes. En los papeles que se han conservado y que están accesibles a la consulta pública en la colección del conde de los Andes se reseñan diversas combinaciones de aparatos. Por lo que sabemos, de calidad muy inferior a los que se contrataron. Lo que, desgraciadamente, no logré descubrir es si cuando Ansaldo fue a negociar a Roma ya llevaba alguna idea definida al respecto o si los italianos, que sabían de aviación más que los civiles monárquicos, pusieron sobre la mesa una oferta irrechazable: aparatos de caza, aviones de transporte/bombardeo e incluso hidroaviones. Todos muy modernos.

Cascais (Portugal), 20 de julio de 1936.- El general Sanjurjo se despide de su mujer y algunos amigos, entre ellos el marques de Quintanar, antes de subir al avión pilotado por José María Ansaldo, con el que pretendía llegar a Burgos (foto: Efe, referencia 8008572598)

¿Hidroaviones? Hay que conjugar dos posibilidades de explicación no autoexcluyentes. La primera, que fuese una condición impuesta por Juan March, que, ya en marzo de 1936, había adelantado parte del dinero para pagar el pedido, sin duda con vistas a proteger sus intereses en Baleares. La segunda, que se tratara de una condición sugerida por los italianos, interesados en hincar un pie en el archipiélago. Quizá por ello el general Goded se apresuró a enviar un emisario a Londres para que desmintiera ante los británicos esta segunda posibilidad.

Me llamó la atención que no saliera en tromba ningún historietógrafo —Alberto Reig dixit— profranquista, filofranquista o simplemente de derechas para bombardear mis tesis y demostrar, con nueva EPRE alternativa, que estaba totalmente equivocado. A lo más que he llegado, pero solo por lo que leo en mi página de Facebook, es que algunos piensan que se trató de un camelo. Es decir, que a Mussolini un par de listos o listillos lo metieron en una operación para sacarle una pasta gansa y que después las cosas fueron como siempre se ha dicho que fueron. Un recuerdo que me hace pensar en el mismo argumento aplicado a los sobornos británicos. Evidentemente, hay que salvar el honor de unos generales traidores y, sobre todo, el de Franco, el inmarcesible Franco.

¿Merecieron la pena todos estos esfuerzos de investigación? La respuesta es para mí positiva, aunque era muy consciente de que no todo se había dicho.

Obsérvese que todas las anteriores actividades las fui realizando en un período de gran agitación entre los historiadores y un sector de la población. La situación en que me moví había llegado a ser muy diferente de la que se dio en la transición y primeros años de los Gobiernos socialistas. En mi opinión, nunca hubo nada que esperar durante los Gobiernos Aznar. La pelota estaba en el tejado cuando llegó su sucesor, José Luis Rodríguez Zapatero. Se empleó demasiada energía para sacar adelante una ley de mínimos, como fue la de Memoria Histórica de 2007. En mi entender, no respondía a las esperanzas de anclar un tratamiento del pasado en consonancia con lo que se había hecho en la mayor parte de los países de la Europa occidental. Incluso así, llevó más de tres años de negociación y, al final, el PP se abstuvo de votarla. Costó Dios y ayuda alcanzar la necesaria mayoría parlamentaria.

No conozco los intríngulis de su elaboración, más allá de lo que se publicó en la prensa, pero personalmente me abstuve de condenarla. A pesar de su modestia, desató las iras de la oposición de derechas, de la prensa de derechas e incluso de los historiadores de derechas. En algún momento, cuando la EPRE o los recuerdos personales de quienes intervinieron salgan a la luz, podrá formularse un juicio meditado. En todo caso, su no aplicación bajo los Gobiernos Rajoy generó efectos contradictorios.

Por un lado, reveló que no existían costos de oportunidad en ignorar una ley debidamente aprobada en Cortes que ni se derogó ni se sustituyó, pero que se dejó en la más absoluta inanidad. Tal enfoque, unido a una cierta involución, fueron los motores que indujeron a varias comunidades autónomas a adoptar leyes propias en la materia, aunque su multiplicación no eliminó las carencias que suscitaba la falta de regulación central con criterios unificadores y progresivos y la necesaria dotación económica —que no habría arruinado las arcas del Estado.

Los restos de Juan de la Cierva llegan a Madrid en 1946, diez años después de su muerte en accidente aéreo (foto: International News Photos)

Con tal de que se hubiera destinado a tales menesteres un mínimo porcentaje del despilfarro ocasionado por la corrupción y el mal gobierno de la época, nos hubiéramos puesto a la cabeza de Europa —incluidos los nuevos miembros de la UE— en abrir caminos para abordar un pasado doloroso y sangriento que solo la derecha quería olvidar como si todo él ya se hubiera esclarecido. Tal vez para lograr que no se resaltaran las fechorías de los sublevados de 1936, porque las cometidas por los vencidos se destacaron siempre y, con la bendición de la Iglesia católica, casi desde el primer momento de la guerra. El Gobierno de coalición liderado por el PSOE que sucedió al del PP hubo de enfrentarse a una importante tarea. No sin dificultades, consiguió aprobar en el Parlamento la Ley 20/2022 de 19 de octubre de Memoria Democrática.

El proceso coincidió con una nueva batallita que me vi obligado a dar para defender la, para mí, tesis más que evidente de que uno de los antepasados de Ricardo de la Cierva, su tío Juan, inventor del autogiro, había participado en los preparativos del golpe de Estado y prestado eminentes apoyos a los conspiradores militares y civiles. La Secretaría de Estado de Memoria Democrática me pidió que redactara un informe en apoyo de tal tesis para incorporar su nombre al elenco de títulos nobiliarios otorgados por Franco que el proyecto de ley pretendía suprimir y evitar también que el Gobierno de la Región de Murcia bautizara el aeropuerto con su nombre. Redacté un informe sumario que, cuando el gobierno nacional se opuso a tal medida, levantó un escándalo. Los murcianos contraatacaron con dos informes encargados a sendos historiadores, uno de los cuales me trató con suma displicencia, pero no logró probar que el tan decantado inventor no hubiese participado en la conspiración. Se planteó una discusión pública y me sentí obligado a poner sobre la mesa las informaciones —conocidas en la literatura— de que disponía. Lo hice en mi blog  y en InfoLibre, pero el tema siguió rodando.

Al final, en el otoño de 2022, ya aprobado el proyecto de Ley de Memoria Democrática me enojé profundamente y escribí otra serie de seis artículos en InfoLibre que, por lo menos, pienso que dejó un tanto en ridículo a mi oponente, un relativamente joven profesor, al parecer ligado al PP o a la fundación creada por el expresidente del Gobierno José María Aznar. Debo notar que, para entonces, ya había encontrado un informe que tenía arrinconado en mi casa y que no había sufrido daños por la gotera del tejado que inundó parte de la buhardilla. Al contextualizarlo, me di cuenta de que Juan de la Cierva no había estado en Roma en julio de 1936, como había creído, sino en el mes de agosto. La nota que hallé entre los papeles de Sainz Rodríguez, y que no precisaba el mes, me había inducido a error. Por el momento, después de haber pasado revista a la documentación conservada en el AGA, el AGMAV, el AGMS y el CDMH, no creo que pueda afirmarse mucho más. A no ser, claro está, que aparezcan nuevos papeles (…)

Pedro Sainz Rodríguez (foto: Alchetron)
Otra forma de mirar el origen de la guerra civil

En el ínterin, en la literatura que pasaba por «científica» la culpabilidad por la guerra civil se había desplazado de los comunistas hacia los socialistas españoles. De ello se había hecho abanderado el profesor Payne. Colmó el vaso de mi irritación su utilización de la «historia presentista». Tal vez impulsada por el deseo de hacer caja o de seguir absorbiendo honores y prebendas como le habían llovido por los cuatro costados. Evidentemente, tampoco hizo asquitos a una condecoración que nunca me he explicado por qué se la otorgó el Gobierno de Rodríguez Zapatero, contra el cual había descargado su artillería gruesa desde el primer momento. Su hoy por hoy último libro me pareció penoso.

Personalmente, llevaba años y años buscando material sobre las relaciones hispano-soviéticas durante la guerra civil. Así que me decidí a abordar una monografía con el fin de reexaminar si lo que había escrito anteriormente se tenía en pie o si, por el contrario, era susceptible de modificación. De ocurrir esto, señalaría en dónde y cómo habría que reescribir el pasado, ya que siempre he sostenido que no hay historia definitiva. También me propuse enseñar a Payne, algo más anciano que servidor, cómo se escribe historia basada en fuentes y no historia ideologizada.

La recopilación de material la comencé hacia 2014. En aquel año, un antiguo compañero de la Comisión Europea, Ángel Landabaso, me llamó una noche para decirme que un primo suyo le había enviado desde Moscú un tocho con documentos sobre la URSS y la guerra civil. Nos vimos y me entregó un grueso volumen con la reproducción de centenares de despachos, telegramas e informes entresacados de los conservados en los archivos de la Presidencia de la Federación Rusa. Naturalmente, despertaron mi interés. Un anexo contenía información complementaria sobre la recepción en Moscú de las noticias divulgadas, en 1956, por la dictadura española relativas a la entrega por la familia de Negrín del acta de recepción del oro en la URSS.

Tal anexo fue en cierta medida la contrapartida comunista de lo que servidor ya había averiguado sobre los cambalaches que tuvieron lugar en Madrid entre El Pardo, los ministerios de Asuntos Exteriores y Hacienda, el Consejo de Estado y el Consejo de Ministros. De haberme llegado antes, los hubiera incorporado a mi libro Las armas y el oro, que apareció en 2013. Hoy me alegro de no haberlo hecho. Dejé el tocho para mejor ocasión y en alguna de mis visitas a Madrid empecé a hacer incursiones por la documentación complementaria que se encontraba, y encuentra, en el AGA. Luego otras investigaciones me distrajeron. Tras leer la última y monocorde producción de la Payne factory y terminar El gran error de la República, me quedó tiempo para tratar de comprobar hasta qué punto se cumplía o no mi experiencia sobre la capacidad de iluminación de nueva EPRE.

Solo me salté mis futuros propósitos en una ocasión. Entre los documentos soviéticos, había uno que hacía referencia a las negociaciones que la República había iniciado en 1932-1933 con Moscú. Lo utilicé, sin citar fuentes, en un libro que trataba de esclarecer cómo se produjo el reconocimiento mutuo de ambos actores de la vida internacional, paso previo al establecimiento de embajadas. Contenía la visión soviética de la época. Atendí a la petición de una colega, la profesora Ángeles Egido, que deseaba contar con mi participación en una obra colectiva que ella dirigiría sobre la recepción del régimen republicano.

Publicación del Archivo estatal de Historia Militar de Moscú con documentación sobre las relaciones hispanosoviéticas (http://rgvarchive.ru/sites/default/files/bookspdf/spain1.pdf)

En abril de 2021, la profesora Olga Volosyuk, con quien había colaborado en una obra colectiva que dirigió para conmemorar trescientos años de relaciones entre Rusia y España, tuvo la bondad de enviarme el enlace a los dos primeros tomos de una nueva publicación del Archivo Estatal de Historia Militar en Moscú. Desde que estuve allí y empecé a trabajar en él en busca de documentación para la trilogía quedé impresionado por las masas documentales que guardaba sobre la contienda española. Que yo sepa, han sido pocos los historiadores occidentales que han husmeado en sus fondos en relación con esta última.

Tan pronto leí el prólogo al primer volumen empecé a salivar. Se trataba del comienzo de una serie de ocho. En ella se recopilarían los más importantes informes que desde la España en guerra enviaron los observadores y combatientes soviéticos sobre lo que percibían en torno a las dimensiones militares del conflicto. Tales informes fueron un subproducto de las actividades del Servicio de Inteligencia Militar o Cuarto Departamento del Estado Mayor del Ejército Rojo (GRU). Se reprodujeron o sintetizaron en un conjunto de libros que, desde los primeros meses de 1937, se distribuyeron entre los altos cargos del Estado y del PCUS. Con, naturalmente, Stalin a la cabeza.

No cabe sino especular cuál será el efecto de tales informaciones cuando estén disponibles en su totalidad. El tomo tercero está ya publicado, pero todavía no digitalizado en el momento de escribir estas líneas. Imagino que obligarán a modificar perspectivas más o menos asentadas en la literatura española y occidental acerca de los aspectos militares de la guerra española. También ocurrirá lo propio con los organizativos, los políticos hasta cierto punto, las experiencias humanas y las actuaciones de unos y otros. Por consiguiente, es muy verosímil que, dado que la EPRE no es estática, en los próximos años asistamos a una revisión de las relaciones hispano-soviéticas durante la guerra e incluso sobre esta misma.

En tal revisión, muchas de las ideas y perspectivas acuñadas en la Guerra Fría, que tanto han influido en la visión que los historiadores extranjeros suelen tener sobre la contienda, habrán de cambiar. También las de la derecha española, por muy impermeable que quiera mantenerse a la continuada destrucción de sus queridas tesis.

Tras el análisis de la documentación remitida por Landabaso, divisé la posibilidad de hacer un análisis mucho más completo sobre los acercamientos entre la República y la URSS. Para abordarlos conté con la ayuda inapreciable de mi viejo amigo el embajador Juan Antonio Yáñez-Barnuevo. Nadie, tengo que decirlo, había hecho un recorrido por los altibajos de tal acercamiento. En contra de lo que se había dicho, no se había parado tras julio de 1933. A partir de entonces fue cuando comenzó el toma y daca diplomático que debía conducir al establecimiento de embajadas.

Salvador de Madariaga (a la izquierda) en conversación con Maksim Litvinov (a la derecha)a la entrada del Palacio de las Naciones de Ginebra el 16 de abril de 1935, durante una sesión extraordinaria de la Sociedad de Naciones (foto: Keystone-France/Gamma-Rapho via Getty Images)

Me llevé numerosas sorpresas. Los primeros Gobiernos Lerroux y el de Samper no lo pararon. Atentos, sin embargo, a los resquemores que provocaba en los sectores derechistas de toda la vida —la situación se repitió, mutatis mutandis, tras la muerte de Franco—, los contactos se llevaron a cabo con la mayor discreción. Si el antiguo ministro socialista Fernando de los Ríos, impulsor del reconocimiento, llegó a enterarse de ello, no escribió nada. Los gobiernos radicales —de derechas, pero no acérrimas— quisieron lo que también habían querido alcanzar los gobiernos anteriores. A saber, negociar un canje de notas que reflejara el compromiso mutuo de no injerencia en los asuntos interiores de cada país, la definición precisa de los privilegios e inmunidades del personal diplomático, el número de consulados, las funciones de la representación comercial soviética, el compromiso de negociar un acuerdo que regulase los intercambios y pagos, etc. Más o menos como habían hecho en su momento los gobiernos francés y británico y haría, no sin dificultades, el norteamericano. Todos ellos, evidentemente, poco proclives al régimen comunista.

Lo único que se sabía era que Salvador de Madariaga había preparado dicho canje de notas en negociaciones directas con el comisario de Negocios Extranjeros, Maxim Maximovich Litvínov, en Ginebra, aprovechando su presencia cuando allí le llevaban asuntos relacionados con la Sociedad de Naciones. Ni que decir tiene que los gobiernos radicales no se opusieron a la entrada de la URSS en el Consejo Permanente de tal organización

El canje no llegó a producirse, aunque todo quedó encauzado. También se ignoraba que en el Ministerio de Estado, que ocuparon Ricardo Samper, Juan José Rocha y el propio Lerroux, continuaron los preparativos. Si se pararon en el período que ocupó la cartera José Martínez de Velasco (noviembre y diciembre de 1935) no pude determinarlo, pero sí que Litvínov, al menos, lo planteó al sucesor, Joaquín Urzáiz, en enero de 1936.

Lógicamente, todo estaba ya listo para que Augusto Barcia Trelles diera el paso definitivo. A pesar de que los gobiernos de la primavera de 1936 tuvieron cosas más urgentes de que ocuparse, las gestiones internas para la provisión de personal de cara a la futura embajada en Moscú no se detuvieron en el ministerio. La sublevación en julio ocurrió una semana antes de que un diplomático español, Pedro Lecuona, pidiera a la embajada soviética en París un visado para dirigirse a Moscú con el fin de explorar el panorama inmobiliario de cara a asentar la futura sede.

Como quiera que los soviéticos no hubieran dado el visado a Lecuona sin contactar con Moscú, es más que probable que esta gestión tuvo que llegar al NKID (Comisariado del Pueblo para Negocios Extranjeros). A mayor abundamiento, Lecuona se detuvo en Berlín para presentarse a la embajada soviética. Sabemos que, ya con la revuelta en marcha, no prosiguió el viaje y retornó a Madrid.

El presidente del gobierno, Largo Caballero (izda), saluda al embajador soviético Marcel Rosenberg (en el centro con bigote) en un descanso de una sesión de las Cortes (foto: Ahora 2 de octubre de 1936)

Las anteriores circunstancias explican dos asuntos conocidos pero que siguen siendo un tanto controvertidos. El primero, que resultaba del todo natural que el Gobierno Giral contactase con De los Ríos, quien en aquel momento se encontraba en París, para que solicitase la venta de equipamiento militar soviético a la República, previo pago. El mismo Gobierno se había dirigido, o iba a dirigirse, a otras capitales en análogo sentido (París, Londres, Berlín, Berna, etc.). Barcia era muy consciente de que el asunto de establecimiento de embajadas estaba ya aclarado. No hay que buscar tres pies al gato, como han hecho algunos historiadores de derechas, españoles y extranjeros para rechazar toda una serie de meras alucinaciones. Por ejemplo, que tal fue la primera demostración palpable de un giro espectacular de la República hacia la URSS, como si hubiera caído del cielo en plan representativo de la vocación «bolchevizante» del gobierno español. Ello explica el segundo asunto, que, dado que Lecuona no llegó a Moscú, correspondió al gobierno soviético tomar la iniciativa y ya a principios de agosto contempló el establecimiento de su embajada en Madrid sin más aspavientos.

Las circunstancias habían cambiado de golpe. Los cuidadosos mecanismos apalabrados entre Madariaga y Litvínov en 1934, y que el primero había retomado para discutir con el embajador soviético en París en marzo de 1936, tuvieron que dejar paso a la urgencia que imponían los acontecimientos. Es impensable que en los ministerios madrileños —ya muy dislocados— se olvidaran los mecanismos negociados anteriormente. El nuevo embajador soviético, Marcel Rosenberg, también había participado en los contactos bilaterales desde 1933. Luego había pasado al Secretariado de la Sociedad de Naciones y fue el elegido por Litvínov/Stalin para representar a la URSS en una España desgarrada.

Otra cosa es que fuese el mejor embajador posible. Ya en septiembre, Litvínov le dio un toque de alerta muy sintomático. Debía abstenerse de inmiscuirse en los asuntos internos españoles. En aquella época, con el comienzo de los Procesos de Moscú, esta alerta es muy difícil que Rosenberg la olvidara. La documentación disponible da también un mentís a las afirmaciones de los historiadores que siempre han preconizado que tal fue el comienzo de la supuesta «subordinación» republicana a los siniestros designios de Moscú. Yo me quedo con mi afirmación de 2006: se trató de un viraje público, pero inesperado, tras el cual latían una nueva situación y nuevas consideraciones.

Más adelante, mi antiguo alumno David Jorge, ya profesor en el Colegio de México, emprendió una amplia investigación sobre el aspecto que yo había tocado marginalmente: el papel de la Comintern, sobre el cual se han vertido las más absurdas afirmaciones. En algunos historiadores anglosajones subsisten hasta prácticamente hoy. Jorge ya ha publicado el primer libro de una trilogía que aclarará lo que pasó y, por ende, dejará en el lugar que les corresponde a historiadores, periodistas y camelistas que siguen dando la lata sobre el supuesto asalto «comunista» a la República.

Debo, pues, reírme de las elucubraciones del profesor Payne y, en particular, de su afirmación, totalmente absurda y desmentida documentalmente, de que «a finales de septiembre de 1936, la Unión Soviética se había convertido en el más importante abastecedor militar» de la República. En realidad, ni siquiera había llegado el primer envío de armas, en parte anticuadas y obsoletas, que los soviéticos se precipitaron a sacar de sus arsenales.

El carguero soviético Komsomol, hundido por el crucero “Canarias” a 130 millas de Argel el 14 de diciembre de 1936 (foto: elretohistorico.com)
Índice de la obra
PRIMERA PARTE.
De la nada a funcionario de un cuerpo de élite

1. Una juventud en la España de Franco
Niñez feliz – Educación, casi laica – Cambio de rumbo en los estudios.

2. La llamada del extranjero
Descubro París y Alemania – El duradero impacto germano – Casi en la Complutense – Berlín, punto de inflexión.

3. De la RDA a Escocia y al éxito académico y profesional
La cultura y el socialismo realmente existente – De Madrid a Glasgow: otro mundo – Premios académicos inesperados – En la mili y ante una decisión fundamental – Opositor un poco raro.

4. Funcionario con la vista fuera
En el Ministerio de Comercio y en la Universidad – Tournée por la Europa oriental – En Estados Unidos – Nuevo cambio de rumbo.

SEGUNDA PARTE
El surgimiento de una doble vocación

5. Pinitos en historia
La inmediata atracción de los archivos – El Berlin Document Center – Los planteamientos de un alevín de historiador – La tesis doctoral, primer paso – Impresiones de una embajada en los años terminales de la dictadura.

6. Dos parteaguas: un libro y una cátedra
El sistema tradicional de oposiciones a cátedra – En la «corrida académica» de la época – Bajo fuego enemigo – Muere Franco y el resultado de la oposición se dirime en los tribunales.

7. El oro español en la Guerra Civil
Primeras búsquedas en archivos españoles – Los papeles de Negrín – Iniciales aportaciones a la financiación de la guerra civil – El oro de Moscú: alfa y omega de un mito franquista.

8. Política comercial exterior española: más allá de los moldes establecidos
Preparando el asalto a los archivos de la dictadura – Una investigación rompedora – Uno de los grandes secretos del franquismo.

9. La deconstrucción del perenne mito de la sagacidad de Franco
Una débil tendencia liberalizadora, pero frustrada – De cómo Carrero Blanco sentó doctrina a lo bestia – SEJE atribuye propiedades milagrosas al guayule – ¿El porqué de la autarquía? – España, blanco de tres Internacionales.

10. Pluriocupado en Madrid
Temas que siguieron coleando y otros que aparecieron – Los pactos secretos de Franco con Estados Unidos – A caballo entre la Administración y la Universidad – Breve Director General de Universidades – Con el CESEDEN en tiempos turbulentos.

TERCERA PARTE
De vuelta a los orígenes, pero ya con más experiencia

11. De nuevo con el Tercer Reich
La chispa entre Hitler y Franco, reexaminada – La crucial reunión de Bayreuth: informaciones adicionales – La versión de Bernhardt se me cruza otra vez – El caso Midddleton, otro de los misterios ante el 18 de julio.

12. Estados Unidos: el retorno
La gestación de En las garras del águila – Voy más allá de 1953 – Intereses y comportamientos contrapuestos entre Estados Unidos y España – Empieza a dibujarse una nueva etapa.

13. La reiterada llamada del oro
Los papeles de Negrín siempre presentes – Retomo contactos con la Universidad – Preparo el regreso al alma mater.

CUARTA PARTE
Historiador a tiempo completo

14. De vuelta en la Universidad
La renovada experiencia docente – En formación continua – El honor de la República y el informe del PCE a Stalin.

15. Nuevas investigaciones y nuevas controversias
Al servicio de la República: diplomáticos y guerra civil – Historiador muy ocupado – Sobre Ricardo de la Cierva (y Gernika) – Sobre Jesús Salas Larrazábal (y Gernika) – Sobre Merkes (y Gernika).

16. Franco: mentiroso y, por añadidura, mangante
Empezando hacia atrás – Franco fracasa en que le den la Laureada – Franco miente en la conspiración de 1936 – Franco, modesto émulo de Hitler – Vendedor de café.

17. Franco y el asesinato del general Balmes
Lagunas en archivos británicos – El enigma tras el Dragon Rapide – Una penosa biografía de Franco – Caudillo con suerte, pero también gracias a sus generales y a Juan March.

18. Sobre la conspiración de 1936
Cambio de perspectiva, no de metodología – Una conspiración de largo recorrido – Tergiversaciones múltiples – ¿Y Franco?

QUINTA PARTE
Vuelta a los orígenes

19. El gran error de la República
Una tesis y una nueva idea – Subversión en los militares, falta de decisión en el Gobierno – El vital lazo con la Italia fascista.

20. La supuesta «sovietización» de España y siguientes trabajos
Otra forma de mirar el origen de la guerra civil – Armas soviéticas y oro español – Incógnitas – Nuevas perspectivas: el «oro» de Franco.

21. El eterno retorno de dos temas: Bernhardt por un lado, el oro de Moscú por otro
La reaparición de Bernhardt de la mano de una biznieta – Más sobre el caso Franke – Más sobre la reunión con Hitler en otra perspectiva – Un traidor, con mucha suerte, al Tercer Reich – Vuelvo a Burbach – Un distinguido historiador francés embauca a sus lectores.

Reflexiones finales

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: Ángel Viñas, en el sótano de su residencia de Bruselas, donde guarda parte de sus documentos (foto: C.R./ Huffington Post)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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