Jacobo Dayán*

 

Recientemente Jacobo Dayán publicó República de Weimar. La muerte de una democracia vista desde el arte y el pensamiento, un libro de ensayos que hace un recorrido por los neurálgicos años que van de 1918 a 1933, revisando las principales manifestaciones sociales, artísticas e intelectuales que se desarrollaron en la Alemania de entreguerras; pues en ellas se encuentran las claves para comprender una época y su final. Analizar aquellos años, piensa Dayán, quizá pueda ayudarnos a impedir otro giro desafortunado en la historia. A continuación compartimos la introducción al libro.

Introducción

Cualquier alteración en los modos de la música va
siempre seguida de la alteración en las leyes
más fundamentales del Estado.

Platón

Escribir un libro sobre la República de Weimar obliga a mirarla desde una perspectiva precisa: su riqueza artística, científica y filosófica, y su trágico final. Trágico para Alemania y para el mundo, el fracaso de la República de Weimar dio paso al nacionalsocialismo. Desde entonces, cuando una democracia entra en crisis suelen compararla con Weimar: la Alemania de los años veinte y principios de los treinta del siglo pasado parece alumbrar nuestro tiempo.

La República de Weimar es el arquetipo de los proyectos democráticos fallidos. Una tardía democracia que fue golpeada por todo el espectro político, así como por distintos sectores sociales e intelectuales. Solo una minoría mantenía esperanza en ese modelo. Eran tiempos donde lo relevante era defender las ideologías, las fobias dominaban las decisiones políticas. Entonces, como ahora, parecía más importante tener la razón que construir un país y una sociedad democrática.

Comencé la escritura de este libro desde el encierro por la pandemia de covid-19. A pesar de haberlo mantenido años en la congeladora, la incertidumbre de ese momento, las visiones catastrofistas, las esperanzas por cambios sustanciales aprendidos en el confinamiento, la crisis de las democracias liberales, el retorno de la guerra en Europa, el guiño al autoritarismo que ya se venía gestando me llevaron a revisitar los periodos en que la bisagra de la historia giró en un sentido no deseado. Cuando las democracias se vuelven más frágiles es pertinente revistar Weimar. Cuando la solución de los problemas globales no encuentra articulación multilateral, es buen momento de repensar lo ocurrido en Alemania durante el periodo de entreguerras. Hoy, la crisis de representación, el vaciamiento ideológico de los partidos políticos, la polarización desde el discurso del poder, las ideas radicales promovidas por actores centrales de la política son reportadas cotidianamente. La verdad evidente dejó de ser relevante y los embates vienen de muy distintas figuras que integran una larga lista: Trump, Bolsonaro, Bukele, Maduro, Erdogan, Orbán, Modi, Netanyahu e incluso Andrés Manuel López Obrador.

La guerra o Tríptico de guerra de Dresde (1929-1932), tríptico con predela de Otto Dix, Albertinum – Staatliche Kunstsammlungen, Dresde

Sobran motivos para estudiar aquella época: intentar comprender el surgimiento y fortalecimiento de un sistema ideológico, político y estético como el nacionalsocialismo requiere adentrarse en sus orígenes, la sociedad que lo germinó y los elementos que permitieron su llegada al poder. Pero Weimar es mucho más que eso; también fue la primera cultura importante de la modernidad, una sociedad de ruptura con el pasado.

Muchos personajes de la cultura, el arte, el pensamiento y el periodismo dejaron testimonio de lo vivido esos años y su posterior impacto. El periodista e historiador de la cultura Otto Friedrich relata: «Berlín en los veinte representó un estado del alma, una forma de pensar, una sensación de libertad y regocijo. Debido a que fue absolutamente destruido después de florecer por menos de quince años, se ha convertido en un mito, un paraíso perdido”1.

Este libro no pretende ser una narración histórica de los hechos; es una guía de las manifestaciones sociales, políticas, artísticas y del pensamiento que se desarrollaron en Alemania, que buscaron interpretar su época y que vislumbraron su caída. Aunque para los académicos de Harvard Peter E. Gordon y John McCormick «Weimar fue un crisol de innovación intelectual en teoría política y sociología, crítica cultural y teoría fílmica, psicología, teoría legal, física y biología, y modernismo en todas sus formas», la república como sistema político llegó de manera tardía a uno de los países con mayor tradición en el pensamiento y las artes. Ante estos hechos, la pregunta es obligada: ¿cómo incidieron estas en el proceso de creación, tenue consolidación y muerte de un régimen democrático a manos del totalitarismo más brutal? El arte fue el pulso de esa época y vale la pena analizarlo.

La selección de eventos, personajes y obras que se muestra en estas páginas es subjetiva; no intento hacer un catálogo completo, eso sería imposible. Es una visión a vuelo de pájaro de aquello que se propuso incidir en la vida pública, transformar la sociedad, alertar de las amenazas que pendían sobre la República como una espada de Damocles. El intelectual italiano Enzo Traverso es claro en este sentido:

algunas figuras de la cultura alemana tuvieron súbitas iluminaciones, vagas intuiciones, a veces el presentimiento de la catástrofe que albergaba Alemania y el mundo occidental. No se trata de ir en búsqueda de profetas, sino más bien de captar el nuevo significado y el sorprendente alcance hermenéutico de la obra de ciertos autores, «iluminada» por la negra luz de Auschwitz.

Todo ello contextualizado en los eventos sociales y políticos de la convulsa Alemania de entreguerras y con reflexiones sobre nuestro tiempo.

Deutschland, ein Wintermärchen (Alemania, un cuento de invierno) (1917-1919), óleo sobre lienzo de George Grosz

La República de Weimar transcurre en los años del expresionismo, el dadaísmo y la nueva objetividad; de la Bauhaus; del teatro épico de Bertolt Brecht; de la ruptura musical de Schönberg; del cabaret disruptivo; de importantes obras de Thomas y Heinrich Mann, Hermann Hesse y Marlene Dietrich; de Metrópolis de Fritz Lang, El gabinete del doctor Caligari de Robert Wiene, así como de la escuela de Fráncfort, Einstein y Freud.

Mucho del pensamiento y tendencias de Weimar son anteriores a ella, pero en estos años explotaron. La Primera Guerra Mundial liberó lo que ya germinaba en la muerte de la razón, como la describieron Adorno y Horkheimer. Son poco más de catorce años en los cuales las ciencias, las artes y el pensamiento se desarrollaron de una manera solo comparable con el Renacimiento italiano; sin embargo, las constantes fueron la exacerbación política, el activismo, los contrastes, la decadencia, la violencia, los asesinatos de mujeres y políticos, y las crisis económicas y sociales. Todo eso fue sólidamente recogido por una comprometida generación de artistas y pensadores.

El trágico fin de la república pudo ser evitado. Muchos personajes de la cultura y las artes presagiaron su caída, intuyeron los horrores del nazismo, levantaron la voz, eran profetas predicando en el desierto. Weimar es el huevo de la serpiente del que Ingmar Bergman habla en su película.

Weimar nació el 9 de noviembre de 1918 y murió el 30 de enero de 1933 después de fuertes confrontaciones políticas, crisis económicas nunca antes vistas y sabotajes de la derecha nacionalista y la izquierda comunista. Weimar también es su exilio, sus aportes a la ciencia y la técnica, al pensamiento y las artes. Lo ocurrido en este periodo fue único, difícilmente se puede traspolar a otra época y lugar; sin embargo, es inevitable hacer paralelismos e intentar obtener lecciones. El mundo de hoy, y en buena medida México, presenta síntomas similares a los de esa época en la que el dolor y el lamento eran cotidianos. Un tiempo en el que la crispación política era la norma, la democracia era atacada desde distintos flancos, la violencia y particularmente la de género era cosa de todos los días, mientras que el control político de la justicia era la norma del régimen. La angustia reinaba, la incertidumbre le abría la puerta a lo desconocido, a una humanidad en crisis, a una sociedad en cambio profundo, a un pesimismo generalizado en el que se sentía que las cosas empeorarían y no había mucho que hacer. Hoy como entonces, un mundo incapaz de articularse. Un mundo que solo atinaba a mirarse el ombligo mientras renunciaba a la cooperación.

En búsqueda de salidas, de nuevo, presenciamos el surgimiento de ideologías religiosas y políticas extremas. En ambas épocas reina una suerte de nihilismo, de pragmatismo individual, de maximización de recursos y especulación económica a costa de lo que sea. Mientras, los intelectuales solo alcanzan a ponerse de acuerdo en la urgencia.

Fotograma de El gabinete del doctor Caligari, película de Robert Wiene (1920)

En su libro póstumo, El mundo de ayer, Stefan Zweig reconoce los años previos a Weimar y la Primera Guerra Mundial como una época de esperanza, de paz y de unificación europea; casi idéntica a la vivida después de la caída del Muro de Berlín. Pero, al igual que en Weimar, hoy todo indica que una Europa unida es difícil. Zweig acepta que vislumbraba el rojo de un nuevo amanecer, pero que en realidad era el resplandor de un mundo a punto de ser consumido por el fuego. Esta visión fue compartida por sir Edward Grey, ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido al inicio de la Primera Guerra Mundial: «Las lámparas se apagan en toda Europa; no las volveremos a ver encendidas en nuestra vida”. Un mundo moría sumergido en décadas de violencia y odio, un nuevo mundo tardaría en emerger. Es inevitable no escuchar los ecos de estas visiones en los pronunciamientos desesperados del secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, ante los graves retos que enfrenta la humanidad en 2022:

No nos hagamos ilusiones. Estamos en mares agitados. Un invierno de descontento global está en el horizonte. Se avecina una crisis del costo de la vida. La confianza se está desmoronando. Nuestro planeta se está quemando. La gente está sufriendo, y los más vulnerables son los que más sufren. La Carta de las Naciones Unidas y los ideales que representa están en peligro.

Estos inevitables paralelismos irán apareciendo en el texto de una manera recurrente al ir describiendo el pensamiento y las obras artísticas de la época. Las crisis del parlamentarismo, la democracia y la representación política, de lo antisistémico como opción, las atmósferas sofocantes y violentas, la gran corrupción, la fragmentación del voto, la violencia contra las mujeres, la xenofobia, el antisemitismo, el rechazo al refugio, la demagogia, la falta de referentes morales, la ineficacia de los gobiernos, la desigualdad, el vínculo entre poder y crimen, las insinuaciones cada vez más cercanas de autoritarismos de nuevo cuño, la postración del poder a los intereses económicos, la esperanza, pero en mayor medida la desesperanza. La decadencia como constante. En resumen, Weimar y el mundo de hoy tienen muchos puntos de contacto.

Este recorrido pretende dar cuerpo a lo ocurrido en Alemania en esos años y mirarlo desde la perspectiva del arte y el pensamiento como lo refirió el director de orquesta Simon Rattle:

El arte puede ser profético, [es] como un sismógrafo que detecta futuras erupciones […] A finales del siglo xix, Europa cambiaba, se desprendía de su antigua piel. Se convertía en algo nuevo, más complejo […] Las certezas de los imperios y los órdenes sociales establecidos se desmoronaban, también el arte abandonaba sus certezas.

A través del texto se muestran varios fenómenos que dejan en claro esto. La emancipación de la mujer, la liberación sexual, el activismo desde el arte, una prensa muy combativa o el creciente consumo de drogas, por ejemplo, reflejaban una sociedad en transformación que dejaba atrás las formas viejas y rígidas.

Fragmento de Jacobo Dayán, República de Weimar. La muerte de una democracia vista desde el arte y el pensamiento. Ciudad de México: Taurus, 2023, 192 p.

Fuente: Cultura Nexos 7 de febrero de 2024

Portada: litografía de la serie Ecce homo, de Grorge Grosz (1923)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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