A comienzos de los años cincuenta, la situación socioeconómica de la España de Franco no había mejorado mucho a pesar de que la hambruna ya había pasado. La autarquía derivó en una escasez continua, que provocó hartazgo y malestar popular en la población española. La adopción de esta política económica y sus consecuencias han constituido para los historiadores un elemento sustentador y articulador del régimen, pero ¿pudo acabar el hambre con Franco o con el franquismo? Es lo que tratamos de dilucidar en estas páginas, a partir de fuentes novedosas como informes oficiales del franquismo y de la inteligencia norteamericana.

 

Gregorio Santiago Díaz
Universidad de Granada

 

Introducción

Existe un fenómeno atmosférico muy curioso cuando se observa el horizonte de un atardecer cerca del mar. Con las condiciones meteorológicas óptimas -y si la suerte acompaña- uno puede atisbar en el ocaso un destello verde muy fugaz[1]. Apenas unos segundos después, el Sol se pone definitivamente.  Por ser efímero, es un instante único. En lo que parecía ser el crepúsculo del régimen franquista, en la segunda mitad de la década de los años cuarenta, ante el nuevo escenario internacional surgido de la Segunda Guerra Mundial, aquel destello verde apareció de forma breve como una ventana de oportunidad para cerrar definitivamente lo que había comenzado en julio de 1936. Sin embargo, al ser tan transitorio y momentáneo, nadie pareció percibirlo en el horizonte de la España del hambre y la miseria. Y, entonces, para el franquismo se puso el astro rey, asegurando al dictador una “muerte suave y dulce” en la cama, precisamente durante una noche de 1975.

Para Antonio Cazorla Sánchez existieron tres momentos en los que el régimen franquista estuvo en “serio peligro potencial”. Las contundentes amenazas no provenían de la oposición política, sino que tuvieron relación -de forma externa o interna- con el ámbito militar y la deriva de la Segunda Guerra Mundial: la primera de ellas en 1942, cuando los aliados desembarcaron en el Norte de África; la segunda cuando una parte de la cúpula del ejército español quiso presionar a Franco para llevar a cabo una restauración monárquica; y la tercera en 1945-1946 con la resolución de la guerra mundial favorable a las potencias aliadas[2]. Pero ¿y si en realidad el franquismo hubiera tenido otra brecha interna debido a la situación de hambre, carestía y miseria de la población española? La historiografía del primer franquismo ha aseverado -con sólidos y certeros argumentos, además- que la política económica autárquica y sus consecuencias, especialmente el racionamiento de la alimentación, no sirvieron sino para apuntalar las estructuras del régimen puesto que “potenció el poder de la dictadura” a la vez que facilitaba la desmovilización política, ya que la población estaba más preocupada de sobrevivir que de protestar contra el propio franquismo, lo que aseguró la obediencia y sometimiento de la población, especialmente de los vencidos[3].

Cola de racionamiento en Estepa (Sevilla)(foto: Reyes Medrano)

Sin embargo, eso no significa que el hambre no constituyera un elemento sobre el cual articular “acciones de subsistencia-resistencia” en contra del régimen[4], ni que no existiera otro momento en el que tanto la figura del dictador como la de los hombres que conformaban el armazón del régimen se vieran totalmente desprestigiadas a causa de la miseria y el hambre que asolaba España y que, como pretendemos argumentar en este trabajo, eso diera lugar a una brecha de oportunidad -ese destello verde- en la que fue plausible el fin del franquismo o, al menos, de la figura principal de la dictadura, el general Franco. Esta otra coyuntura de amenaza real para el régimen pudo tener lugar entre 1948 y 1951, ocasionada a raíz de la hambruna -que tuvo especial incidencia entre 1939 y 1942 y en 1946-, la constante escasez de alimentos, el ineficaz sistema de abastecimiento y racionamiento, el mercado negro, la propagación de enfermedades infecciosas, el aumento del coste de la vida y la corrupción existente en las entrañas del régimen en un contexto de aislamiento internacional. No fue una oportunidad política -según Javier Tusell lo más cerca que estuvo la oposición política de poder sustituir a Franco fue entre 1946 y 1947[5]– sino de mera supervivencia de una población mermada por una situación carencial prolongada en el tiempo. No obstante, como decimos, tuvo una viabilidad demasiado efímera y que, cuando fue posible, distintas fuerzas tanto internas como externas, cerraron la puerta a que aquella empresa fuera factible. Efectivamente, si el franquismo salvó la partida fue gracias a su autoritarismo y represión, al miedo de la población a otra guerra civil y, sobre todo, por la ayuda internacional. Franco, de hecho, se agarró a España para sobrepasar los años de guerra y aislamiento político externo, mientras que para superar la crisis interna de escasez se apoyó en el pilar básico del mundo occidental una vez inaugurada la Guerra Fría: los Estados Unidos de América.

Poniendo el foco en la hambruna española de posguerra -originada debido a la adopción voluntaria por parte del régimen franquista de la autarquía económica y la intervención estatal que de ella se derivó- y en sus profundas consecuencias, tanto mortales -unos 200.00 muertos-, como económicas, sociales, psicológicas y sanitarias, intentamos esclarecer cuándo y por qué existió un momento entre 1948 y 1951 en el que los cimientos del franquismo se resquebrajaron, a pesar de ser un periodo crucial para la dictadura en la que el propio régimen se afianzó estructuralmente. De este modo, atenderemos en primer lugar a conocer brevemente cuál era la situación socioeconómica de España a finales de los años cuarenta y principios de la década de los cincuenta, intentando trazar cuál era la opinión de los y las españolas sobre el momento histórico de hambre y necesidad que les tocó vivir y cómo ella deslegitimó y desprestigió al propio franquismo, a sus políticas puestas en marcha y a los pilares básicos que apoyaban al régimen; en segundo lugar, sacaremos a la luz todas las advertencias que se produjeron desde dentro de la dictadura ante la prolongada escasez y carestía de la vida que estaba haciendo mella en las clases medias y trabajadoras del país y que podían derivar en consecuencias políticas relevantes; en tercer lugar, a partir de la novedosa documentación desclasificada de los servicios secretos norteamericanos atenderemos a cuál fue la determinante posición de Estados Unidos respecto a las a las debilidades, fortalezas y alternativas al sistema político impuesto tras el fin de la guerra civil en España; y concluiremos acercándonos a esa brecha de oportunidad que se abrió para acabar con el régimen franquista, a través de las huelgas y protestas causadas por la carestía en 1951, aludiendo a los factores que no hicieron posible el cambio de régimen.

En cuanto a las fuentes utilizadas, hemos utilizado tres tipos de estas como pilares básicos, pues cada una de ellas nos acercan a una capa distinta de la realidad de la época. En primer lugar, los informes oficiales que emanaban desde el interior de las estructuras franquistas procedentes del Archivo de la Fundación Nacional Francisco Franco (AFNFF), que nos ofrecen la perspectiva de los elementos del propio régimen, que fueron conscientes de la dura realidad cotidiana de la población española. En segundo término, la excelente información recopilada por el hispanista británico Gerald Brenan en su libro La faz de España, fruto de un viaje que hizo por el sur del país en 1949, que nos proporciona no solo su visión como visitante en el país, sino la de los testimonios reales de los españoles y españolas con quienes se entrevistó en su periplo, constatando las crudas condiciones materiales de vida a pie de calle. Y, por último, los informes de inteligencia estadounidenses, muy preocupados por la posición geoestratégica de España en el contexto de la Guerra Fría, que nos permiten completar y complementar la información acerca de cuál era la real y auténtica situación socioeconómica de la España franquista.

Camión de Auxilio Social en la montaña leonesa (foto: Manuel Martín de la Madrid)
  1. Malestar social y resignación por la carestía de la vida

Durante la década de los años cuarenta tuvo lugar en España una auténtica hambruna, entendida como un periodo de tiempo en el que existió escasez de alimentos y un difícil acceso a estos que, al intensificarse o dilatarse en el tiempo, provocaron un exceso de mortalidad -debido al hambre, pero también a trastornos nutritivos y enfermedades infectocontagiosas- a la vez que dejaron en los supervivientes unas evidentes consecuencias físicas y psicológicas. La hambruna franquista tuvo especial relevancia entre 1939 y 1942 y durante el año de 1946. Los escasos salarios, el aumento exponencial del coste de la vida, la ineficaz e insuficiente política de abastecimientos a través de un racionamiento insuficiente, la escasez de productos o los precios elevados de estos en el mercado negro, motivaron una situación para la población española de carestía prolongada de la vida y una generalización de los trastornos alimenticios y las enfermedades infecciosas, además de la articulación de toda una serie de estrategias de subsistencia -desde el pequeño estraperlo, pasando por la utilización de alimentos sustitutivos o sucedáneos, recurrir a la caridad de Auxilio Social o cometer leves irregularidades como lo fueron los hurtos famélicos[6]-.

A pesar de esta periodización que podemos hacer de la hambruna, la situación socioeconómica no cambió drásticamente después de 1946 y, aunque mejoró, todavía a finales de la década el acceso a una buena, variada y equilibrada alimentación estaba al alcance de tan solo una minoría de españoles. La tan aludida “carestía de la vida” se prolongó durante los años cuarenta[7], provocando hartazgo y desesperación entre una población que no tenía muchas esperanzas en el futuro. La subida de los precios de los alimentos básicos -los huevos, la carne, el pescado y las legumbres-  en el otoño de 1948 diezmaba los salarios “a mediados de mes”[8]. Precisamente, los bajos salarios y el elevado coste de la vida no permitían a las clases trabajadoras mantener a sus familias, ni en el campo ni en la ciudad. En el mundo rural, el franquismo favoreció un proceso de contrarrevolución agraria, controlando de forma estricta la legislación laboral, otorgando la preeminencia a los propietarios[9], dando lugar a una congelación salarial que incidía especialmente sobre los jornaleros. Un trabajador del campo de Córdoba, en 1949, reconocía que su salario diario era de 14 pesetas y que, tras pagar el alquiler, “solo nos queda lo suficiente para comprar nuestras raciones”[10]. El trabajo y el sueldo en la ciudad no eran mucho mejores. Un obrero de la construcción de Madrid percibía 19 pesetas por diez horas de trabajo diarias, con lo que “era imposible vivir dos personas”, por lo que tenía que pluriemplearse y “trabajar los domingos en otro sitio”, además de contar con la ayuda de su mujer que se encontraba “lavando como una negra” para poder salir adelante[11].

La pobreza, tristemente, era generalizada. En Pamplona, los obreros vestían con “guiñapos”, las mujeres compraban “lo más malo porque era lo más barato” y los niños esperaban en las puertas de los bares a que el camarero se despistara para correr a “recoger las mondaduras de las gambas y raspas de sardinas que había por el suelo”[12]. En Santander, prácticamente de la misma forma, niños y mujeres esperaban en el puerto a que los marineros de un barco de guerra comieran “para ver si quedaba algo”[13].  La cruda realidad es que la política de abastecimiento del régimen a partir del racionamiento fue un fracaso rotundo, al no llegar a procurar a la población las cantidades mínimas necesarias para la subsistencia[14]. En 1949 el párroco de Monda (Málaga) penosamente afirmaba que su localidad llevaba “quince días sin la humillante ración de pan, en plena recolección, pero frecuentemente se ven pasar magníficas canastas de pan blanco…que son de los señores”[15]. El jornalero de Córdoba anteriormente citado se quejaba de un racionamiento escaso que tan solo consistía en “cien gramos de pan al día y un litro de aceite al mes”[16]. Resumía muy bien todo lo anterior un comerciante de Priego de Córdoba en 1949:

“[…] las clases trabajadoras se están muriendo de hambre. Solo tienen que mirar los salarios que cobran y lo que reciben de racionamiento para ver que esto es cierto. Incluso aunque tengan trabajo para todos los días del año (¿y cuántos de ellos tienen eso?), yo pueden alimentar a sus familias. (…) El racionamiento consiste en un panecillo pequeño al día, un cuarto de litro de aceite de oliva y cien gramos de azúcar a la semana, con diminutas cantidades de garbanzos y arroz, muy irregularmente distribuidas. Incluso estas raciones no siempre se cumplen. Y en el mercado negro el pan cuesta a 12 pesetas el kilo…exactamente el salario medio diario. Cuando recuerda que la comida principal de un trabajador agrícola consiste en pan y aceite de oliva, con u poco de ensalada y vinagre y algo de pescado barato, comprenderá las estreches que se pasan”[17].

A ello se unía el problema de la escasez y las condiciones de habitabilidad de las viviendas. En el mundo rural, la población civil se aglomeraba en “locales que le sirven como dormitorio, cocina y albergue de algunos animales domésticos”, en cuevas y en chozas de chamiza[18]. En las ciudades, especialmente a medida que transcurría la década de los años cuarenta, el tema de la vivienda fue crucial ante el proceso de migración interna desde el ámbito rural hacia las urbes en busca de unas mejores condiciones materiales de vida. En distintas conferencias locales del HOAC pronunciadas en Zaragoza en 1948, uno de los ponentes afirmaba que el Instituto Nacional de Vivienda en Bilbao había construido en aquella ciudad “viviendas no adecuadas para nadie, ni aún para animales irracionales” pues solo tenían “dos habitaciones y una cocina”, donde se hacinaban familias numerosas[19]. Y es que a comienzos de los cincuenta se había originado, en torno a las grandes ciudades como Barcelona, Madrid, Zaragoza, Valencia, Sevilla o Málaga unas “aglomeraciones humanas de aspectos terribles”, que fueron bautizadas como “ciudades de la miseria”. El relato que se dibujaba de este penoso fenómeno es realmente espeluznante:

“Cuevas en los desmontes, agujeros en la tierra cubiertos con trozos de arpillera o sacos viejos. Hasta los nichos de los cementerios que, durante decenas de años guardaban restos humanos, se utilizan como viviendas (‘muriendas’) las llama el pueblo con triste ironía, ya que en ellas las gentes no viven: se mueren materialmente de miseria y pauperización). En estas ciudades de horror y desolación habitan obreros modestos, trabajadores honrados con sus familias, con sus mujeres y niños y millares de campesinos a quien la miseria del campo arrojó a la ciudad a convertirse en mendigos”[20].

Propaganda del año 1948 de la Agrupación Guerrillera del Alto Aragón (documento del Archivo Histórico del PCE)

La extensión en el tiempo de la miseria y necesidad generó en los y las españolas un lógico y evidente descontento, un “malestar popular” que se tornó en un preocupante problema para el régimen franquista[21]. Y es que, si bien la población española pudo entender las carencias y el hambre de la plena posguerra, entre 1939 y 1942, justificadas de manera no muy realista por parte del régimen franquista, que se escudó en las consecuencias de la guerra civil y el estallido de la guerra mundial, no llegó a comprender que las estreches alimenticias continuaran todavía en 1946, cuando era notorio y público el final de la contienda bélica en Europa, el avance agrario -el administrador de una gran propiedad de la provincia de Málaga reconocía que “la tierra nunca estuvo antes tan bien cultivada, y sin embargo la mitad de la población se muere de hambre”[22]– y las importaciones de trigo desde Argentina. Varios Procuradores en Cortes se hicieron eco de esto, advirtiendo de las consecuencias del desabastecimiento de la población “incluso en el orden político”, puesto que “a pesar de la óptima cosecha del año anterior y las importaciones realizadas gracias al empréstito argentino, grandes núcleos de población se han quedado durante semanas enteras desabastecidas de pan”[23]. Desde el mismo Sindicato Vertical de Cereales se aludía en este mismo año que el régimen necesitaba un “muy justo y clamoroso triunfo de opinión” a través del aumento de la cantidad del racionamiento y de la calidad del pan, en este caso pan blanco, que era lo que a los españoles “más apetece y necesitan por el momento”[24].

No era este un descontento político, sino vital. Se trataba de la generalización en la población española de un estado de desgana, apatía y hastío por la prorrogación de unas penurias a las que no veían el final. Una resignación ampliamente extendida, entre unos vencidos, que creían que podrían “vivir bajo Franco del mismo modo que bajo cualquier otro” y que todo lo que deseaban después de la guerra era “trabajar y comer”[25], tal y como resumía muy bien un obrero de Madrid en 1950: “yo no sé lo que pretenden, ya no tenemos fuerzas ni para estar de pie”[26]; y una gran parte de quienes se consideraban vencedores, que no veían por ningún lado la justicia y el pan que había prometido Franco. En este sentido se pronunciaba la esposa de uno de los falangistas más importantes de Aguilar de la Frontera (Córdoba), corroborando que las cosas iban “muy mal. No hay negocio, no hay trabajo, no ha pan. No hay nada. Estamos simplemente pudriéndonos. No tenemos nada que hacer excepto esperar a que acudan los sepultureros y nos entierren”. Continuaba quejándose del racionamiento, que no bastaba “para mantener vivo a un perro”, y de las enormes desigualdades existentes: “¿quién excepto los ricos pueden permitirse el comprar comida en el mercado negro?”[27].

Se percibía, así, entre unos y otros, que “la gente que trabaja es triturada hasta verse reducida a polvo”[28]. A este respecto, el gobernador civil de Valencia, el señor Laporta Girón, avisaba en 1947 que los evidentes problemas de abastecimiento, escasez y elevación del coste de la vida no solo darían lugar a graves desórdenes políticos para el régimen, sino que sumirían a los trabajadores en “un estado de pasividad” que también tendría consecuencias para la vida económica de España. Ese descontento social es el que se generalizó en España entre 1948 y 1951 y fue el que pudo desembocar en cambios políticos trascendentes para el régimen, y no fueron pocos los elementos que, desde dentro de las estructuras de la dictadura, advirtieron y avisaron de los peligros que se avecinaba de no cambiar el rumbo de la política económica.

Una familia, a las puertas de su chabola en el barrio madrileño de Entrevías, en 1946 (foto: EFE)
  1. Advertencias y avisos para el régimen: “vivimos sobre un volcán”

“La gente que está aquí en el poder no parece tener ni idea de lo que está haciendo. Vivimos sobre un volcán. Todo está encaminándose a una tremenda erupción”. Con estas certeras y contundentes palabras se dirigió el señor Washbrook, un inglés casado con una madrileña y afincado en la localidad malagueña de Torremolinos, a Gerald Brenan en el año de 1949, cuando este último, compatriota del primero, realizó un viaje por el sur de España con la intención de recoger y comprender la realidad social de una España sumida todavía en su larga posguerra. Mr. Washbrook estaba aludiendo al hambre, problema principal de los españoles de la década de los cuarenta. La carestía de la vida, prolongada en el tiempo, como hemos visto, provocó un fehaciente hartazgo en una población sometida mediante el miedo y la represión. La esposa de Mr. Washbrook, española, resumía muy bien las dificultades y sus soluciones: “Den a la gente pan y aceite de oliva suficientes, y nunca oirán una palabra de queja. Pero no tienen ni pan ni aceite (…)”.

Por tanto, al menos desde 1946 se hizo patente, por un lado, la existencia de un descontento, continuado y creciente, en la población española que tan solo buscaba superar la miseria y saciar su apetito de forma más holgada y, por otro lado, el surgimiento de una consciencia entre ciertos elementos del régimen franquista que sugerían una alta probabilidad de problemas políticos de no resolver los problemas del racionamiento del alimento básico: el pan.  De hecho, un informe de 1948 sobre el estado de la agricultura española no perdía la oportunidad de asegurar que el pan, alimento fundamental de las sociedades, influía en “la paz social”, pues “donde hay pan, las ideas sanas se abren camino. Donde falta, las malas hierbas del descontento y de la subversión agarran más fácilmente. El problema de asegurar la producción de trigo es pues, trascendente”[29].

Los dirigentes franquistas fueron conocedores de esta realidad material de la sociedad[30], y a través de sus informes, notas y cartas no hacían más que trasladar hacia las estancias superiores del régimen la situación de aquella mísera España. El ya citado gobernador civil de Valencia afirmaba en 1947 que si no se solucionaban los problemas de abastecimiento “las continuas críticas a los organismos estatales” desembocarían en desórdenes políticos de importancia. Su conclusión era clara y alarmante para la dictadura de Franco:

“[En]caso de continuar las actuales circunstancias, en un periodo de tiempo no muy lejano se llegará a asumir una gran mayoría de la población consumidora en un estado tan sumamente falto de alimentación que en plazo corto tendrá fatales consecuencias no solamente en la vida económica de la población que repercutirá en un retroceso de esta, sino derivaciones políticas, consecuencia lógica al encontrar la propaganda subversiva terreno tan apropiado como el hambre y la desesperación[31].

Higinio Paris, economista del régimen, elaboró en 1950 un informe sobre la situación económica de España en el que criticaba el intervencionismo autárquico y la corrupción generalizada, al mismo tiempo que advertía que el régimen no podría defenderse para siempre recurriendo al uso de la fuerza, porque el sistema franquista estaba provocando “la inmoralidad creciente de la población [y] la miseria de una parte de la sociedad, que carece de frenos para evitar los abusos de poder” y ello podría beneficiar una subversión del “bolchevismo”. Terminaba con una seria advertencia si no se modificaba la política económica y social de la dictadura: “el pueblo español conocerá horas sombrías, y días trágicos; cuanto más tiempo se prolongue, más difícil será evitar esas perspectivas”[32].

Un sindicato del campo de la estructura orgánica del régimen franquista entrevistó en 1949 a los párrocos locales de diversos municipios españoles en relación con la estimación de las cosechas de cereales[33]. Sus testimonios reflejaron una realidad que iba más allá de la propia agricultura, ya que realizaban una auténtica radiografía de los problemas reales del modelo socioeconómico implantado, entroncando con las serias advertencias que, de no resolverse dichos problemas, podrían acarrear. Estos curas-párrocos lanzaban sus acusaciones contra los organismos creados para gestionar la escasez, como las Comisiones de Abastos que “lejos de ser una garantía para los ciudadanos, entorpecen la vida de estos” porque, entre otras cosas, eran el seno de todo tipo de corruptelas: “estamos asqueados de ver tantos latrocinios y tanta impunidad”, como aseveraba el dueño de la parroquia de Castell de Castells (Alicante). Desde Sierro (Almería) se acusaba de la misma manera, ya que eran los mismísimos agentes de abastos los que “se gastan los decomisos con los guardias civiles”. “¡Pobre España!”, se lamentaba el cura de Viladecans (Barcelona) que, a su vez, retaba al sindicato comprobar la procedencia de las riquezas de los jefes de almacenes que se hacían millonarios con la intervención del trigo. Se era muy consciente de que se estaban creando “fortunas […] a costa del pueblo” debido al entramado burocrático de abastecimientos y al mercado negro, donde hasta las familias de los jefes locales de Falange -en este caso en Santa María de Ananúñez (Burgos)- vendían trigo de estraperlo “y ¡Arriba España!”.

Reparto de víveres incautados a estraperlistas (foto: archivo de La Vanguardia)

Advertían también estos párrocos de la situación de hambre y miseria de la población, como el de Toló (Lérida) que aseveraba que “de continuar con la situación como hasta ahora, en el espacio de diez años desaparecerá más de la mitad del vecindario de este pueblo y el espíritu del Movimiento nacional no puede ser arruinar y hacer desaparecer pueblos”. Las soluciones pasaban, según el cura de Prozada (Oviedo), porque los jefes de los organismos interventores, que se habían demostrado incompetentes, enfocaran “el problema de otra manera o dimitir, por bien de la Patria y del Movimiento”. Aseguraban, de la misma forma, el aumento del descontento social y la mengua en la reputación del Movimiento, tanto por un racionamiento que hacía que no tuvieran “pan para comer, y por eso y por lo que ven, detestan cada vez más al régimen” tal y como afirmaba el párroco de Cubo de Don Sancho (Salamanca), como por la corrupción abierta y frecuente entre las autoridades franquistas. El cura-párroco de Estrella de la Jara, en Toledo, manifestaba la existencia de una “corrupción general” en la que “los buenos se contagian y se dejan arrastrar por la corriente impetuosa de la avaricia desbordante” y el de la localidad jienense de Higuera de Calatrava, mostraba su inquietud porque el pueblo, que había sido adoptado por el dictador, se encontrara en quiebra y no se vieran, por ningún lado,  “los millones gastados por Regiones Devastadas ni (…) la Patria, el Pan y la Justicia de Franco, por la malicia e incomprensión de los concejales que, debiendo ser los primeros cooperadores, son (…) enemigos del régimen”.

El desprestigio de los elementos que formaban parte de la dictadura, a finales de la década de los cuarenta, era, pues, más que evidente. Primero, porque eran señalados por la población de enriquecerse y beneficiarse de la escasez, el mercado negro y de la autarquía. Segundo, porque a ojos de los afines a Franco, ponían en peligro la credibilidad de la dictadura y el “sacrificio” de la guerra civil. El tan repetitivo discurso de la “justicia social” que esgrimía el régimen no se correspondía con la realidad diaria de millones de españoles[34]. Un falangista local de Málaga, de profesión panadero, hablaba con una claridad rotunda y un miedo creciente porque “las cosas están mucho peor hoy que antes de la Guerra Civil (…). La pobreza es atroz”[35].

Un miedo creciente y unos avisos que ya no solo procedían de personalidades con altos cargos dentro del régimen, sino que emanaban desde los poderes locales. Los curas-párrocos se mostraron firmes y sólidos a este respecto, ya que llegaron a afirmar que España se acercaba a un “abismo” y que de nada se percataban los elementos de la dictadura, a los que el cura de Estrella de la Jara, en Toledo, tildaba de locos, insensatos e imbéciles. En Lapau Sator (Girona), el párroco temía “un desenlace catastrófico” y el de Peñaflor de Hornija (Valladolid) sostenía que sin pan “habría quejas, amargura, llanto y odios”. El de Monda, en Málaga, iba más allá y aumentaba el miedo en el tono de su discurso, porque ponía de relieve la existencia de una alternativa al régimen de Franco: “¿Tendrán que ser los marxistas sin Dios los que implanten la justicia?”[36]. De la misma forma, un taxista de Mérida, monárquico, con contundencia creía que España se estaba “acercando a un completo desastre”[37].

Según Brenan, la situación que se vivía en la España de 1949 era “revolucionaria”, comparable a la de “Rusia antes de la revolución”. El panorama, para el británico, era “incluso más revolucionario en sentimientos de lo que era en 1936, debido a que se halla corrupto y podrido y las condiciones son tan malas que todo el mundo excepto unos cuantos estraperlistas desean un cambio”[38]. Teniendo esto en cuenta, no resulta extraño que, pese a la violencia represiva de la dictadura, la sociedad, protagonista en sus carnes de la angustia y el desasosiego que provocaba la escasez y la necesidad, aireara públicamente, de una forma u otra, sus padecimientos. Las mujeres, encargadas de la compra de alimentos, lo hacían en el mercado, al que acudían “con cara de enfermas y preocupadas”, demostrando sus preocupaciones entre ellas, “solas y en alta voz”, tal y como señala un informe del PCE en 1949, haciéndose eco del Heraldo de Aragón[39]. Incluso el propio dictador, Francisco Franco, fue objeto de críticas pese a la creación y desarrollo del conocido como “mito del Caudillo” que lo exculpaba de todas las disfunciones de su régimen. El conductor de un autobús de la provincia de Málaga llegó a afirmar en 1949, con desdén, que “el general Franco es realmente un gran hombre” pues estaba “enseñando a los españoles algo maravilloso…cómo vivir sin comer”[40]. Quizá por la terrible situación de las malas condiciones materiales de vida y de inseguridad alimentaria que se vivía todavía a finales de los cuarenta, el franquismo pudo flexibilizarse y aceptar este tipo de críticas sociales. Un posadero de Pozoblanco, en Córdoba, que había luchado del bando sublevado en la guerra civil, aseguraba que “la dictadura acostumbraba a ser más severa, pero últimamente se ha ablandado un poco”[41].

Tanto elementos importantes dentro de la estructura del franquismo como los miembros locales de la Iglesia, comprometidos con el régimen, pero también la gente de a pie, dibujaban una situación de malestar popular y alertaban de una posible alteración política derivada de los padecimientos que habían sufrido y continuaban experimentando la sociedad española de finales de los años cuarenta. Estas incuestionables muestras de preocupación hacen que no resulte, pues, extraño, la conformación entre los españoles de a pie de una opinión pública contraria, no al régimen político como tal, que en ocasiones ocurrió, sino frente las penalidades sufridas y en contra de los responsables de estas, encarnados en los benefactores de la política económica autárquica cuyos máximos exponentes eran el racionamiento y el mercado negro.

Mujeres cruzando las vías junto a la estación de Delicias en Madrid, años 40. No esta claro si se trata de estraperlo o de si venían de coger la carbonilla que arrojaban los trenes de vapor. Imagen: Fondo Santos Yubero (ARCM), Colección Anmogon.

 

  1. La perspectiva de la inteligencia norteamericana

Estados Unidos, con el fin de la guerra mundial en Europa y el alejamiento cada vez más inequívoco del bloque occidental con respecto a la Unión Soviética, redirigió sus miras a España en un nuevo contexto internacional[42]. La inteligencia norteamericana elaboró en 1948 un informe exhaustivo sobre la España de Franco, dibujando un país atrasado, con un poder militar “leve” al poseer un ejército sin “equipamiento moderno” y limitado por la “escasez de petróleo y gasolina”, e inmerso en una crisis económica prácticamente endémica, sin haber logrado alcanzar los niveles agrarios e industriales anteriores a la guerra civil[43].

La cuestión trascendente para Estados Unidos era la posición geoestratégica de España, que la convertía en “una base potencial de operaciones” en el Mediterráneo para una hipotética “resistencia” contra el avance del comunismo[44]. Este contexto inspiró un acercamiento y un estudio minucioso de la vida política, social y económica de la España de finales de los años cuarenta por parte de la potencia norteamericana, preocupada por los desórdenes políticos que pudieran producirse de materializarse las victorias izquierdistas en los comicios de Francia e Italia o la caída de Franco -ferviente anticomunista- en España. Estados Unidos, siempre con la vista puesta en la URSS, calificaba de “grave” la “frialdad” de las principales potencias europeas respecto a España y reconocía que para “su propia seguridad” era esencial la “integración económica, política y militar de la Europa Occidental”, que no estaría “completa” sin la presencia de España[45].

Es por eso que los servicios secretos estadounidenses se acercaron con interés a la compleja realidad del régimen franquista y sus vicisitudes. Así, la CIA advertía en este informe que los trabajadores españoles que se oponían a Franco habían guardado una esperanza en la “intervención de las democracias para derrocar al régimen” tras la victoria aliada y que la frustración por no ver colmatado este deseo había hecho que tendieran su mano al Partido Comunista, los únicos que podrían “actuar con disciplina y obtener ayuda externa si una emergencia debilitara al gobierno” de Franco[46]. Precisamente, de estas mismas ideas le hablaban dos jornaleros de Córdoba a Brenan en 1949:

“La culpa es de ustedes los ingleses (…). Ustedes derrotaron al fascismo en Alemania, pero lo dejaron en el poder aquí. Solo tenían que chasquear los dedos, y Franco hubiera desaparecido, y la República hubiera vuelto. Pero por sus propias razones prefirieron no chasquearlos. Ahora nuestra única esperanza reside en Rusia”[47].

La prensa en el exilio informa sobre las huelgas en Cataluña en 1946

El punto débil de la dictadura franquista, según la inteligencia norteamericana, radicaba en la “vacilante economía nacional”, concluyendo que la “única amenaza seria para el régimen” era la “precaria situación económica”. Ni la oposición monárquica, liberal y socialista, con un hipotético acuerdo de actuación conjunta, tendría opción alguna de derrocar a Franco y esta se supeditaba siempre al “apoyo moral de las potencias extranjeras”, la predisposición “de los banqueros españoles” y el apoyo de “un fuerte grupo de generales del ejército”[48]. La economía, por tanto, se constituía junto con la capacidad coercitiva de las fuerzas de seguridad y el ejército, como uno de los pilares fundamentales de los que dependía el franquismo. La CIA aseguraba que los acuerdos comerciales firmados por España en 1947 y 1948 habían aliviado la situación, evitando “al menos temporalmente” un “colapso económico”. Pero las previsiones de estos servicios secretos no eran del todo halagüeñas para 1949 y 1950, para quienes se avecinaba un escenario crítico de no realizarse reformas políticas y económicas.

La perspectiva económica española se tornó como un asunto de “peligro para los Estados Unidos” por la “posibilidad de dominación comunista” de verse alterado el sistema político en España, ante la insatisfacción de las “clases trabajadoras” que eran “susceptibles a la propaganda comunista”[49]. La CIA estaba previendo una auténtica revolución de carácter político, que en realidad no tenía mucho sentido en el seno de un régimen represor que controlaba cualquier disidencia mediante la actuación de la policía y el ejército y que había descabezado el movimiento obrero organizado[50]. Además, con la población española en un estado, y con más ahínco la de las clases trabajadoras, de subsistencia, que impedía cualquier acción política organizada. Precisamente, los norteamericanos advertían también que la “estabilidad” de Franco dependía, en gran medida, por mantener bajo su control y liderazgo tanto al ejército como a la policía[51]. Sin embargo, sí estaba poniendo de relieve que el hartazgo y la frustración ante el hambre y la miseria constituían el objeto principal de las críticas al régimen y lo que podría llegar a provocar la inestabilidad política, especialmente si se producía una mejora en el nivel de vida de las clases medias y trabajadoras porque esto aumentaría “la voluntad y capacidad de organización de la oposición popular”[52].

El franquismo, como ha demostrado la historiografía, no logró integrar en su sistema político a un amplio y heterogéneo grupo de apoyos sociales[53]. A la altura de 1948, el apoyo de Franco se había visto reducido con respecto los primeros años de su dictadura “a pesar de las apariencias externas”, porque habían ido ganando posiciones las tendencias monárquicas, pero sobre todo por “el impacto en diversos sectores de la sociedad de las desventajas prácticas derivadas del aislamiento diplomático y económico internacional de España”[54]. Por lo tanto, el dictador se veía amenazado de forma doble. Por un lado, el malestar popular creciente por la deriva económica arriesgaba su posición y prestigio en el interior y el exterior de España, frente a las promesas de justicia social y pan establecidas previamente. Y, por otro lado, las presiones para desmontar el edificio autárquico, liberalizar la economía y llevar a cabo cambios políticos para adaptarse a las nuevas circunstancias internacionales podría poner en peligro su propio poder al verse amenazadas las fuerzas interesadas en la continuación de una política económica que les beneficiaba[55]. Como señaba la CIA, no podrían ejecutarse medidas liberalizadoras “sin invadir los privilegios de algunos de los elementos que lo sustentan”[56].

La situación política y económica interna de España parecía ser una trampa para un Franco que, consciente de la posibilidad de una guerra abierta entre la URSS y el bloque occidental y la posición geoestratégica de España en ese escenario, jugó sus cartas no solo para normalizar las relaciones internacionales y acabar con el aislamiento político, sino para poder recibir una ayuda económica vital por parte de Estados Unidos -España había quedado fuera del Plan Marshall aprobado en 1948 para la reconstrucción europea- para “rehabilitar” la maltrecha economía española y equipar al ejército[57].

La ayuda económica externa era, por tanto, la única capaz de “frenar temporalmente el deterioro que ha amenazado la estabilidad del Gobierno de Franco”[58]. Y de eso eran conscientes una parte de la elite económica española, tal y como confesaba el administrador de una gran propiedad en la provincia de Málaga a Gerald Brenan en 1949: “los Sindicatos falangistas que llevan el control tendrán que desaparecer, y luego se necesitará un crédito extranjero para eliminar el mercado negro. Y tendrá que ser un buen crédito”[59]. No obstante, España no era un país en el que los acreedores privados extranjeros confiaban, tanto por la incertidumbre política a largo plazo como por las restricciones a las inversiones[60], y los acuerdos bilaterales firmados con Argentina, Francia o Reino Unido no eran suficientes para “una recuperación efectiva”[61]. De esta manera, el precario estado de la economía se dilató en el tiempo, muy vulnerable ante distintos factores agrarios, industriales, comerciales e internacionales, hasta el punto de que los servicios secretos de Estados Unidos alertaban de la “necesidad de asistencia financiera externa para la compra de alimentos y otros bienes esenciales” por parte de España en 1950, porque la situación había ido empeorando y, de no conseguir esa financiación exterior para aliviar la maltrecha situación económica, Franco podría “enfrentarse a un golpe militar” dirigido “por oficiales de alto rango de su propio ejército”[62]. Los servicios secretos norteamericanos, pues, consideraban prácticamente imposible un levantamiento popular contra Franco y la única posibilidad de cambio político en España venía determinada por una revuelta de los elementos del propio régimen contra su Caudillo a raíz de la ruinosa vida económica del país. No parecía existir otra alternativa.

Panfleto llamando al boicot a los tranvías de Barcelona en 1951 (foto: Museu d’Història de Barcelona/eldiario.es)
  1. Las huelgas de 1951 y la brecha de oportunidad para derrocar a Franco

El malestar popular fue un potente combustible que bien pudo constituir una posibilidad real de cambio. Y este, acumulado en el tiempo, pareció estallar de forma espontánea en marzo de 1951[63], con el boicot a los tranvías de Barcelona debido al aumento de precio de los billetes[64]. Esta protesta fue todo un éxito y “los tranvías quedaron vacíos en todo el centro de la ciudad”[65] condal, derivando en toda una serie de huelgas, especialmente en las zonas industriales del país -en el País Vasco unos 200.000 obreros fueron a la huelga en el mes de abril[66]-, cuyo motor principal fue la carestía de la vida y la escasez[67]. La CIA calificó estas huelgas como la “crisis interna más grave” a la que se había enfrentado el régimen franquista desde su victoria en la guerra civil, causadas por el alto coste de la vida, los bajos salarios, la escasa oferta de productos de alimentación, la corrupción y el mercado negro, que hacía que los españoles vivieran “en un nivel mínimo de subsistencia”. Estos no eran factores nuevos, sino que se mantenían en el tiempo desde la década de los cuarenta y el descontento social se había tornado en “desesperación popular”[68]. Incluso algunos elementos católicos como la HOAC, que había hecho múltiples referencias a las deficientes condiciones de vida y el inadecuado funcionamiento de los tranvías, simpatizaron y llegaron a participar en los conflictos de 1951, al igual que lo hicieron algunos industriales -en desacuerdo con los controles económicos impuestos-, comerciantes y hasta Falange[69], evidenciando que el malestar social iba más allá de las clases populares[70].

Ante las protestas y huelgas, Franco hizo un “serio esfuerzo por mejorar el sistema de racionamiento”, conocedor de que un aumento en el nivel de las raciones aliviaría las perentorias necesidades de su población y le otorgaría un tiempo preciado para que se colmatasen los acuerdos de ayuda económica con Estados Unidos[71]. La CIA advertía de la posible extensión del movimiento huelguístico y de una posición debilitada de Franco, que solo podría continuar en su puesto gracias a la lealtad del ejército.  Sin embargo, la brecha de oportunidad para derrocar a Franco provocada por el malestar social derivada del hambre y la miseria se había esfumado. Fue efímera, y pudo tener lugar entre 1948 y 1951, antes de las huelgas de los tranvías de Barcelona. Fueron diversos y convergentes factores los que permitieron al dictador y a su régimen continuar dominando España.

En primer lugar, por la debilidad, la desarticulación y la desesperanza en el seno del movimiento obrero organizado, que había depositado su confianza para el cambio de régimen en la victoria aliada en la guerra mundial y el aislamiento diplomático de la España de Franco que le siguió. La continuada represión franquista, el desánimo y el hambre de los años cuarenta llevó a una parálisis del movimiento obrero[72], que no le permitió liderar ni organizar con fuerza la huelga de 1951.

En segundo término porque, aunque Franco había ido perdiendo apoyos dentro de los pilares fundamentales que sostenían el régimen -posturas monárquicas en el Ejército, la pérdida de influencia en Falange, la ambición de la Iglesia de consolidarse dentro del régimen como defensora de las cuestiones sociales y la insatisfacción en el entramado industrial y financieros por los excesivos controles de la política económica autárquica-, las protestas espontáneas de 1951 sirvieron como golpe de realidad a estos sectores privilegiados del franquismo, que se vieron alarmados ante “el temperamento potencialmente explosivo de la población” y que les indujo a “reexaminar sus posiciones” con respecto al régimen[73]. Para una parte de estos apoyos al régimen, especialmente dentro del Ejército, una cosa era derribar a Franco desde dentro y dar paso a un restablecimiento a una monarquía de aspecto muy conservador, y otra la posibilidad real de una revuelta social desde abajo, que ponía en jaque los intereses de estos grupos sociales privilegiados.

En tercer lugar, y uno de los factores más importantes, por la posición de Estados Unidos respecto a la España de Franco entre finales de la década de los años cuarenta y principios de los cincuenta. El aislamiento político que vivió el régimen de Franco tras la Segunda Guerra Mundial venía determinado por sus vínculos con las potencias fascistas, la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler, sin embargo, con la Guerra Fría se hizo patente para el país norteamericano la necesidad de crear un bloque occidental fuerte con un componente anticomunista[74]. La España de Franco, por su naturaleza política, no entroncaba con la democracia liberal-burguesa, pero su situación geoestratégica era de vital relevancia para Estados Unidos en el nuevo escenario internacional. Desde esa perspectiva, era mucho más favorable la existencia de una estable dictadura anticomunista en España que un régimen democrático en el que pudieran participar electoralmente socialistas y comunistas[75], como había sucedido en la Segunda República. Por tanto, el aislamiento político y económico del régimen franquista suponía un escollo en la normalización de las relaciones internacionales con España. Otro obstáculo lo constituía la obcecada economía autárquica de Franco, que había provocado hambre, escasez y corrupción. Estados Unidos y sus servicios secretos advirtieron que la posición de Franco era inquebrantable si tenía el apoyo del Ejército y que la deriva económica podía ser el fundamento de inestabilidad política para el régimen. Así, y a sabiendas que el dictador español esperaba como agua de mayo la ayuda norteamericana, Estados Unidos comenzó a normalizar las relaciones internacionales con España desde 1950[76], ante los informes de intensificación de la carestía de la vida sin ayuda financiera externa. De hecho, la España de Franco recibió de Estados Unidos en 1950 un crédito de 62,5 millones de dólares para la compra de alimentos sin pedir ninguna reforma gubernamental a cambio[77]. Para el país norteamericano era de vital relevancia la estabilidad política y económica de España para su incorporación al bloque occidental contra el comunismo soviético. En efecto, justamente tras las huelgas de 1951, las relaciones hispanoamericanas tomaron un impulso definitivo, culminando en un acuerdo en 1953 con el que Franco “podía respirar tranquilo”[78].

En último lugar se encuentra el cambio de paradigma económico tras las huelgas de 1951 en el seno del régimen franquista. En verano de ese mismo año, tan solo unos meses después de las protestas y en plena negociaciones con Estados Unidos, Franco realizó una “renovación casi total” de su gobierno para realizar las necesarias exigencias políticas y económica que demandaba el contexto internacional[79]. Esto propició todo un conjunto de medidas liberalizadoras que permitieron la supresión de las cartillas de racionamiento en 1952 y un crecimiento económico apreciable[80], dándose por concluidas las “restricciones alimenticias” y el “final del hambre, al cabo de doce años largos de penurias y limitaciones”[81].

Panfleto sobre las huelgas de abril de 1951 en Euskadi (foto: Fundación Sabino Arana)
Conclusiones

A finales de la década de los cuarenta, la situación socioeconómica de la España de Franco no había mejorado mucho si la comparamos con los peores años de la hambruna de posguerra. Esto venía determinado por la adopción de la autarquía por parte del régimen franquista, que intervino todos los aspectos de la economía española y motivó una escasez de productos, para lo que se tuvo que articular una política de abastecimientos totalmente ineficiente e ineficaz.

El malestar popular ante una carestía de la vida prolongada en el tiempo era evidente entre la población española. Un hartazgo que venía motivado por el hambre y la miseria de su vida cotidiana ante el escaso racionamiento, el difícil acceso al mercado negro o las condiciones de habitabilidad de sus viviendas, pero también por la corrupción generalizada y enquistada en las mismas entrañas del régimen franquista. Todo ello, unido a la situación internacional de aislamiento político tras el fin de la guerra mundial, suscitó la existencia de un momento de peligro para el poder de Franco, edificada en torno al descontento ante la precaria situación económica del país. Así lo demostraban los testimonios de los españoles de a pie, tanto identificados con los vencidos como con los vencedores de la guerra civil, recogidos magistralmente por el hispanista británico, Gerald Brenan. De la misma manera lo advertían importantes figuras desde dentro de las estructuras de la dictadura y desde los poderes locales, en este caso los curas-párrocos. Todos coincidían en que la situación económica de España y sus gentes era alarmante y que su prolongación en el tiempo podía alterar la vida política española, con las consecuencias que ello tendría.

Los servicios secretos estadounidenses coincidían en parte con este diagnóstico, ya que entendían que la única fuente de inestabilidad del régimen provenía del precario estado de la economía española y que de su evolución dependía en gran medida la posición de Franco. No obstante, para la CIA un levantamiento popular contra Franco motivado por la carestía de la vida no era una opción viable, sino que el deterioro económico lo que podría generar era un descontento entre los pilares fundamentales de apoyo al régimen, especialmente el Ejército, que podría actuar contra el dictador ante el devenir socioeconómico del país.

Sea como fuere, entre 1948 y 1951 existió una brecha de oportunidad para derrocar el régimen franquista, o al menos a su cabeza visible, el dictador Francisco Franco, debido a un creciente malestar popular cuya base eran las insoportables condiciones materiales de vida para una gran mayoría de la población. Sin embargo, el movimiento obrero se encontraba represaliado y desorganizado, los sectores privilegiados del franquismo consideraron un serio aviso las huelgas de 1951 por lo que se afianzaron en su postura de defensa del orden impuesto por el régimen y, sobre todo, en el nuevo contexto de Guerra Fría, Estados Unidos no iba a permitir la incertidumbre política en España, uno de los países fundamentales en su estrategia de defensa contra la Unión Soviética, por lo que comenzó normalizar las relaciones políticas y económicas con Franco, proporcionando un salvavidas al dictador y asegurándose, primero mediante créditos para la compra de alimentos y luego con acuerdos de defensa y ayuda mutua, la estabilidad de la dictadura de Franco. El destello verde, la brecha de oportunidad, se había desvanecido.

En el discurso de apertura de las Cortes el 17 de mayo de 1952 Franco anuncia el fin del racionamiento de alimentos
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Firma de los Pactos de Madrid entre los gobiernos de España y los Estados Unidos en el Salón de Embajadores del Ministerio de Asuntos Exteriores el 26 de septiembre de 1953 (foto: Manuel Sanz Bermejo/ABC)
Notas

[1] Julio Verne popularizó el fenómeno con su novela “El rayo verde”, publicada por entregas en 1882.

[2] Cazorla Sánchez, Antonio, Las políticas de la victoria. La consolidación del Nuevo Estado franquista (1938-1953), Madrid, Marcial Pons, 2000, pp. 15-16.

[3] Richards, Michael, Un tiempo de silencio: la guerra civil y la cultura de la represión en la España de Franco, 1936-1945, Barcelona, Crítica, 1999, Del Arco Blanco, Miguel Ángel, “Hunger and the Consolidation of the Francoist Regime (1939 – 1951)”, European History Quarterly, 40/3 (2010), pp. 458-483.

[4] Román Ruiz, Gloria y Del Arco Blanco, Miguel Ángel, “¿Resistir con hambre? Estrategias cotidianas contra la autarquía en la consolidación del Franquismo”, Ayer, 126/2, (2022), p. 109.

[5] Tusell, Javier, La dictadura de Franco, Barcelona, Altaya, 1996, p. 232.

[6] Para estas cuestiones sobre la hambruna, véase, entre otros, Del Arco Blanco, Miguel Ángel, (ed.), Los “años del hambre”: historia y memoria de la posguerra franquista, Barcelona, Marcial Pons, 2020, Román Ruiz, Gloria, Delinquir o morir. El pequeño estraperlo en la Granada de posguerra, Granada, Comares, 2015, Conde Caballero, David, Hambre. Una etnografía de la escasez de posguerra en Extremadura Diputación de Badajoz, 2021, Cenarro, Ángela, La sonrisa de Falange. Auxilio Social en la guerra civil y en la posguerra, Barcelona, Crítica, 2005, Del Arco Blanco, Miguel Ángel y Anderson, Peter, (eds.), Franco’s famine. Malnutrition, Disease and Starvation in Post-Civil War Spain, Bloomsbury, 2021, Santiago Díaz, Gregorio, Franquismo patógeno: hambruna, enfermedad y miseria en la posguerra española española (1939-1953), Granada, Editorial Universidad de Granada, 2023 o Conde Caballero, David et al., (eds.), Vidas sin pan. El hambre en la memoria de la posguerra española, Granada, Comares, 2023.

[7] Incluso hasta la década de los cincuenta, en algunas zonas como Andalucía tal y como demuestra Del Arco  Blanco, Miguel Ángel, “¿Se acabó la miseria? La realidad socioeconómica en los años cincuenta”, en Esta es la España de Franco. Los años cincuenta del franquismo (1951 – 1959), Miguel Ángel del Arco Blanco, Claudio Hernández Burgos (Zaragoza: Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2020), pp. 49-72.

[8] “Información local, Comisión de Estudios del Interior”, Archivo de la Fundación Nacional Francisco Franco (AFNFF), 26186, 10 de noviembre de 1949, y Vizcaíno Casas, Fernando, La España de la posguerra (1939-1953), Barcelona, Planeta, 1981, p. 225.

[9] Cobo Romero, Francisco y Ortega López, Teresa María, “La protesta de sólo unos pocos. El débil y tardío surgimiento de la protesta laboral y la oposición democrática al régimen franquista en Andalucía Oriental, 1951-1976”, Historia contemporánea, 26 (2003), p. 115 o Riesco Roche, Sergio, “Una reflexión sobre la contrarreforma agraria como medio represivo”, Hispania Nova: Revista de historia contemporánea, 6 (2006).

[10] Brenan, Gerald, La faz de España, Plaza&Janés Editores, 1985, p. 134.

[11] “Informe del camarada” Archivo del Partido Comunista de España (AHPCE), Sección Activistas, Caja 92-6, 1950.

[12] Ibid.

[13] Ibid.

[14] Del Arco Blanco, Miguel Ángel, “Hambre de siglos. Mundo rural y apoyos sociales del franquismo en Andalucía Oriental (1936 – 1951), Granada, Comares, 2007, p. 266.

[15] “Nota informativa sobre la situación interior de España”, Archivo de la Fundación Nacional Francisco Franco (AFNFF), 6222, 7 de octubre de 1949.

[16] Brenan, Gerald, La faz de España, pp. 134-135.

[17] Ibid., pp. 54-55.

[18] “Campotéjar”, Archivo Histórico Provincial de Granada (AHPG), Mapa Nacional de Abastecimientos, 1945 y Román Ruiz, Gloria, Franquismo de carne y hueso. Entre el consentimiento y las resistencias cotidianas (1939-1975), Publicacions de la Universitat de València, 2020, pp. 77-87.

[19] “Información de Zaragoza”, AFNFF, 26267, 17 de julio de 1948.

[20] “Economía bajo el franquismo, 3”, AHPCE, Documentos del PCE. Tesis, manuscritos y memorias, Caja 80, 1951.

[21] Molinero, Carme e Ysàs, Pere, “El malestar popular por las condiciones de vida. ¿Un problema político para el régimen franquista?”, Ayer, 52 (2003), p. 256, Hernández Burgos, Claudio y Fuertes Muñoz, Carlos, “Conviviendo con la dictadura. La evolución de las actitudes sociales durante el franquismo (1936-1975)”, Historia Social, 81 (2015), pp. 54.

[22] Brenan, Gerald, La faz de España, p. 89.

[23] “Ruego de varios Procuradores en Cortes sobre revalorización de los productos del campo”, AFNFF, 2954, 15 de junio de 1947.

[24] “Informe del Sindicato Vertical de Cereales para el incremento de la producción”, AFNFF, 1373, 5 de junio de 1946.

[25] Brenan, Gerald, La faz de España, p. 134.

[26] “Informe del camarada”, AHPCE, Sección Activistas, Caja 92-6, 1950.

[27] Brenan, Gerald, La faz de España, pp. 48-49.

[28] Ibid., p. 131.

[29] “Mejoras en los métodos de cultivo para incrementar los rendimientos del trigo y acrecer la superficie productiva de la nación”, AFNFF, 24810, mayo de 1948.

[30] Molinero, Carme e Ysàs, Pere, “El malestar popular…”, op. cit., p. 271.

[31] “Informe del Gobernador de Valencia sobre la situación económico-política de la provincia como consecuencia de la carestía de artículos y la elevación de precios”, AFNFF, 789, 1947.

[32] “Informe de Higinio Paris: la situación económica actual de España”, AFNFF, 25989, 1950.

[33] Todos estos testimonios en “Nota informativa sobre la situación interior de España”, AFNFF, 6222, 7 de octubre de 1949.

[34] Molinero, Carme e Ysàs, Pere, “El malestar popular…”, op. cit., p. 256.

[35] Brenan, Gerald, La faz de España, p. 84.

[36] Todos estos testimonios en “Nota informativa sobre la situación interior de España”, AFNFF, 6222, 7 de octubre de 1949.

[37] Brenan, Gerald, La faz de España, p. 180.

[38] Ibid., p. 83.

[39] “Informaciones y comentarios sobre la situación económica”, AHPCE, Documentos del PCE. Tesis, manuscritos y memorias, Caja 80, 21 de diciembre de 1949.

[40] Brenan, Gerald, La faz de España, p. 86.

[41] Ibid., p. 138.

[42] Para esta cuestión véase Viñas, Ángel, En las garras del águila: los pactos con Estados Unidos de Francisco Franco a Felipe González, 1945-1995, Barcelona, Crítica, 2003.

[43] “Spain” CIA-RDP78-01617A00150002001-2, 15 November 1948, Disponible en: https://www.cia.gov/readingroom/docs/CIA-RDP78-01617A001500020001-2.pdf [Consultado el 20 de febrero de 2023] p. 1

[44] Ibid., p. 1.

[45] Ibid., p. 7.

[46] Ibid., p. 2

[47] Brenan, Gerald, La faz de España, pp. 134-135.

[48] “Spain”, CIA-RDP78-01617A00150002001-2, 15 November 1948, pp. 3-4.

[49] Ibid., p. 7.

[50] Ysás, Pere, “El movimiento obrero durante el franquismo. De la resistencia a la movilización (1940-1975)”, Cuadernos de Historia Contemporánea, 30 (2008), p. 167.

[51] “Spain”, CIA-RDP78-01617A00150002001-2, 15 November 1948, pp. 17.

[52] Ibid., p. 19.

[53] Del Arco Blanco, Miguel Ángel, “El secreto del consenso en el régimen franquista: cultura de la victoria, represión y hambre”, Ayer, 76/4, (2009), p. 250.

[54] “Spain”, CIA-RDP78-01617A00150002001-2, 15 November 1948, pp. 18.

[55] Ibid., p. 3.

[56] Ibid., p. 22.

[57] Ibid., p. 2.

[58] Ibid., p. 57.

[59] Brenan, Gerald, La faz de España, p. 89.

[60] “Spain”, CIA-RDP78-01617A00150002001-2, 15 November 1948, p. 3

[61] Ibid., p. 19.

[62] “Political Repercusions of the Economic Situation in Spain”, CIA: RDP78-01617A000400100002-1,  18 marzo de 1949, Disponible en https://www.cia.gov/readingroom/docs/CIA-RDP78-01617A000400100002-1.pdf [Consultado el 20 de febrero de 2023].

[63] No hubo una organización premeditada de la huelga, como sostiene Fanés, Félix, La vaga de tramvies del 1951, Barcelona, Laia, 1977.

[64] Richards, Michael, “Falange, autarquia y crisi. La vaga general de 1951 a Barcelona”, Segle XX. Revista catalana d’història, 3 (2010), pp. 95-124.

[65] Vizcaíno Casas, Fernando, La España de la posguerra…, op. cit., p. 245.

[66] Clavera, Joan et al., Capitalismo español: de la autarquía a la estabilización (1939-1959), vol. 2 , Madrid, Edicusa, 1973, p. 14.

[67] Ysás, Pere, “El movimiento obrero durante el franquismo…”, op. cit., p. 173.

[68] “A Preliminary Evaluation of the Current Strikes in Spain”, CIA: RDP91T01172R000300290009-6, 22 de mayo de 1951, Disponible en: https://www.cia.gov/readingroom/docs/CIA-RDP91T01172R000300290009-6.pdf [Consultado el 23 de febrero de 2023].

[69] Según la inteligencia norteamericana, Falange local había instigado la huelga de los tranvías de Barcelona, como una muestra de resentimiento contra el franquismo por el debilitamiento de su prestigio e influencia en el régimen, Ibid.

[70] Ramos Ramos, Gemma, “Tranvías y conflictividad social en Barcelona (marzo de 1951): actitudes políticas y sociales de una huelga mítica”, Historia Contemporánea, 5 (1991), p. 208 y p. 217.

[71] “A Preliminary Evaluation of the Current Strikes in Spain”, CIA: RDP91T01172R000300290009-6, 22 de mayo de 1951.

[72] Ysás, Pere, “El movimiento obrero durante el franquismo…”, op. cit., p. 172.

[73] “A Preliminary Evaluation of the Current Strikes in Spain”, CIA: RDP91T01172R000300290009-6, 22 de mayo de 1951.

[74] Lleonart Amsélem, Alberto José, “El ingreso de España en la ONU: obstáculos e impulso”, Cuadernos de Historia Contemporánea, 17 (1995), p. 107.

[75] Palomino, Ángel y Preston, Paul, Francisco Franco, Barcelona, Ediciones B, 2003, p. 154.

[76] Clavera, Joan et al., Capitalismo español…, op. cit., p. 10.

[77] Barciela, Carlos et al., La España de Franco (1939-1975). Economía, Madrid, Síntesis, 2001, p. 159.

[78] Abella Bermejo, Rafael, La España falangista. Un país en blanco y negro (1939 – 1953), Madrid, Arzalia Ediciones, 2019, p. 315.

[79] Clavera, Joan et al., Capitalismo español…, op. cit., p. 15.

[80] García Delgado, José Luis y Jiménez, Juan Carlos, Un siglo de España: la economía, Madrid, Marcial Pons Historia, 2001, pp. 125-28.

[81] Vizcaíno Casas, Fernando, La España de la posguerra…, op. cit., p. 260.

Fuente:  Historia Actual OnlineNº. 63, 2024

Portada: cola de racionamiento en Portugalete (foto del blog El Mareómetro)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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