Antes incluso del final de la Primera Guerra Mundial, en media Europa se forman consejos de obreros con el objetivo de romper las estructuras del poder y defender los intereses de los trabajadores. Tanto en Alemania como en Austria, su presión obliga a gobiernos y patronales a hacer importantes concesiones. Sin embargo, la institucionalización del “diálogo social” contribuirá a neutralizarlos.

 

Jean-Numa Ducange *

 

Burocracia, asfixia, incluso represión de la libertad de expresión. En el lenguaje cotidiano, el adjetivo “soviético” se emplea a veces para referirse a los aspectos menos brillantes de la historia de la Unión Soviética… Sin embargo, los soviets (término ruso que inicialmente designaba los “consejos obreros”) constituyen la base de una experiencia democrática de naturaleza completamente diferente. Oficialmente en los fundamentos del régimen político nacido en 1917 en Rusia, esos consejos obreros también experimentaron un desarrollo significativo en otros países, sobre todo en Alemania y Austria-Hungría. Reflexionar sobre ellos nos permite comprender tanto la violencia de la contrarrevolución a comienzos de la década de 1930 como la aparición del famoso “modelo social” alemán. En los libros de historia más eruditos, las obras de divulgación y los libros de texto, el “movimiento de los consejos” (Rätebewegung en alemán) casi ha desaparecido.

Berlín, Viena, Budapest, Múnich, Leipzig y Graz, pero también Praga, Varsovia y otras ciudades de tamaño mucho más modesto: a partir de 1917, una ola revolucionaria de grandes dimensiones se abate sobre toda la “Mitteleuropa”. En esta Europa Central fronteriza del espacio histórico del Imperio ruso, tras la debacle militar de Alemania y sus aliados, surge un poderoso movimiento de consejos de obreros y soldados, indisociable de las múltiples insurrecciones y motines que están teniendo lugar entonces. En enero de 1918, el Imperio austro-húngaro conoce una huelga general de considerable amplitud. Unos meses más tarde, diversas repúblicas son proclamadas en la propia Austria-Hungría y en Alemania. En noviembre de 1918, asqueada por los horrores de la guerra e influenciada por la revolución bolchevique de Petrogrado, una parte importante de la población desea ir más allá. Una de las principales manifestaciones de esa radicalización es la aparición y espectacular desarrollo de esos consejos. En Budapest, durante unas semanas, el poder lo ejerce incluso un Gobierno “soviético” liderado por Bela Kun, ferozmente reprimido por fuerzas contrarrevolucionarias llegadas sobre todo de Rumanía (1).

El 21 de marzo de 1919 Bela Kun proclama la República de los Consejos en Hungría. A su derecha, el socialista Sandor Garbai, que será presidente del gobierno (foto: SBHAC)

Estos consejos provienen verdaderamente “de abajo”. En sus inicios, se trata de un movimiento que refleja las aspiraciones colectivas de soldados (en el frente, en proceso de repatriación o de vuelta en el hogar) y obreros (principalmente de las grandes fábricas). Todos eligen espontáneamente delegados que deben representarlos y defender sus intereses. Sus motivaciones, aunque variadas, son sobre todo materiales. En algunos casos, estos consejos desempeñan funciones básicas que Estados en total descomposición ya no pueden atender: abastecimiento, asignación de viviendas y, en general, toda una serie de tareas relativas a la vida cotidiana. Constituyen un nuevo poder de facto. A nivel político, nos equivocaríamos viendo en ellos solo focos de protesta y de “rojos”. En los comités de soldados encontramos toda clase de sensibilidades políticas. Un tal Adolf Hitler –que ocultará ese compromiso en los pasajes autobiográficos de Mein Kampf– fue delegado suplente de un comité.

¿Estamos en presencia de un “movimiento cívico”, por retomar la expresión del Oxford Handbook of Weimar History (2)? Varios estudios recientes han demostrado su alcance eminentemente político. Dirigidos por militantes veteranos o jóvenes activistas sin experiencia previa, los consejos constituyen el embrión de una nueva fuerza que trata de ocupar el lugar del parlamentarismo o al menos de corregirlo en gran medida. En 1918-1919, las situaciones de doble poder aumentan en muchas ciudades: por doquier, de Lubeca a Bremen, de Rostock a Fráncfort, manifestaciones y levantamientos desafían a las autoridades civiles y militares, que a veces son directamente destituidas. Ayuntamientos, estaciones, comandancias, redacciones de periódicos: los comités ocupan lugares estratégicos y simbólicos.

Uno de los episodios más famosos de esta historia es la fundación, el 1 de enero de 1919, del Partido Comunista de Alemania (KPD, Kommunische Partei Deutschlands) por parte de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. La nueva organización quiere instaurar un poder soviético. Sin embargo, “Karl y Rosa” no son elegidos en el gran congreso de los consejos de diciembre de 1918 en Berlín: la mayoría estaba controlada por la socialdemocracia… Y el joven partido comunista está atravesado por tendencias contradictorias. Algunos quieren pelear, proponiendo boicotear las elecciones parlamentarias (3). Para los más radicales, es preciso superar el binomio partido-sindicato y fundar una democracia de base con los consejos obreros.

República de los Consejos en Baviera, abril de 1919 (foto: Bundesarchiv)

El aplastamiento del movimiento de extrema izquierda de los espartaquistas el 15 de enero de 1919 no pone fin a esas aspiraciones. Al menos hasta principios de 1922, la persistencia de los consejos mantiene viva la llama revolucionaria. Esas aspiraciones no pueden disociarse de una situación social explosiva que afecta a sectores importantes de la clase obrera industrial. En efecto, parte de la misma piensa que la utopía socialista puede convertirse en una realidad concreta. Surgen diversas organizaciones que rechazan los partidos políticos tradicionales y sobre todo los sindicatos. Pretenden promover el principio de una democracia estrictamente obrera y “de clase” (con las clases dominantes, por ejemplo, despojadas del derecho al voto), basada en los consejos en las empresas. Estos “asambleístas” a los que Lenin estigmatizará como “izquierdistas” (de ahí el origen de este término de gran éxito en el siglo XX) representan en 1919-1920 la sensibilidad de una parte del mundo obrero radicalizado, en la estela del KAPD (escisión del KPD; la “A” significa Arbeiter, ‘obrero’). Estos jóvenes proletarios, a menudo traumatizados por la experiencia de la guerra, ven en el final de la misma una oportunidad histórica para terminar con los conflictos armados y con toda clase de explotación. Estigmatizan a los “gerifaltes” sindicales y socialdemócratas, a menudo mucho mayores que ellos, y desean derribar el viejo mundo. Al principio se vuelven hacia la joven Rusia soviética antes de alejarse rápidamente de ella. Su visión casi apocalíptica de la situación social y política y su negativa a tener en cuenta la realidad de una socialdemocracia todavía muy arraigada en el mundo obrero los llevarán rápidamente a una espiral de decadencia. Pero ese “izquierdismo”, al contrario que en otros periodos históricos, responde a una verdadera dinámica política y social.

En Austria, la configuración es diferente. El asambleísmo ha tenido allí otro carácter y el Partido Comunista nunca ha generado mucha influencia; tendencias favorables a la ampliación de las prerrogativas de los consejos obreros se expresan en el propio seno de la socialdemocracia. Como recuerda el historiador austriaco Hans Hautmann, “dentro del movimiento de los consejos, Austria se distingue por el hecho de que los consejos existieron durante más tiempo y pudieron, gracias a sólidas bases, intervenir activamente en las cuestiones económicas y sociales” (4). En efecto, hasta 1924 siguieron siendo una realidad muy viva. Una figura como Max Adler –miembro del ala izquierda de la socialdemocracia– ofrece toda una reflexión sobre la ­articulación entre democracia de consejos y democracia parlamentaria: la segunda estaría estrechamente controlada por la primera para evitar las derivas oligárquicas de las democracias “burguesas” (5).

En definitiva, limitar o no el poder de dichos consejos era por entonces un asunto y una batalla de primer orden. En cuestión de unos meses, en el punto álgido del debate, se logra un “récord” de avances sociales. De abril a agosto de 1919, mientras Baviera conoce una efímera República de Consejos y Hungría se alinea con la Rusia soviética, Austria adopta numerosas leyes: reconocimiento de los consejos obreros como comités de empresa, adopción de las primeras vacaciones pagadas o incluso de una “ley sobre los castillos” (Schlössergesetz) por la que se confiscan los bienes de los Habsburgo para redistribuirlos entre las víctimas de la guerra y los más pobres. Se trata de la legislación social más avanzada de la Europa occidental de entonces. Sin la ola de los consejos, habría sido impensable. Parte de las élites austriacas (entre otras…) se inclinarán por la extrema derecha nacionalista para revertir esas concesiones consideradas inaceptables.

Miembros armados de un consejo de fábrica en Turín, 1920 (foto: Todo por hacer)

¿Cómo explicar que una cultura de consenso haya terminado prevaleciendo en las relaciones sociales, en Alemania al igual que en Austria, con la famosa “cooperación social” (Sozialpartnerschaft)? Aunque en la década de 1920 y hasta la llegada de Hitler al poder, militantes del ala izquierda tratan de reavivar el espíritu de 1918-1919, los consejos obreros acaban vaciados de contenido. Muy pronto, la socialdemocracia hace todo lo posible por marginar a las corrientes radicales y por transformar esos consejos en comités de empresa al servicio de lo que hoy llamaríamos el “diálogo social” (6). Sindicatos de sensibilidad socialdemócrata y representantes de la patronal se ponen de acuerdo para hacer frente al “peligro rojo” que se desarrolla ante sus ojos. El 15 de noviembre de 1918, pocos días después del armisticio y mientras florecen los consejos de obreros y soldados, se firman en Alemania los acuerdos “Stinnes-Legien”. Hugo Stinne, industrial del Ruhr, representa a la patronal y Carl Legien, miembro del SPD, es el representante de las organizaciones de trabajadores. Reconociendo a los sindicatos como interlocutores, creando comités paritarios para zanjar las discrepancias entre patronal y asalariados, estos acuerdos constituyen el armazón jurídico y político de un modelo dirigido a encauzar las aspiraciones “soviéticas” nacidas al final de la Gran Guerra.

Un siglo después, en 2018, coincidiendo con el centenario de la República de Weimar, esos acuerdos son celebrados con grandes fastos en Berlín por los “agentes sociales” y el Gobierno. En cuanto a la experiencia “asambleísta”, apenas es mencionada, siendo recordada solo al margen de las conmemoraciones oficiales.

Notas

(1) “La naissance des premiers partis communistes”, Molcer, n.º 3, Aulnay-sous-Bois, 2021.

(2) Nadine Rossol y Benjamin Ziemann (bajo la dir.), Oxford University Press, Oxford, 2022.

(3) Marcel Bois, “‘Vous voulez faire de votre radicalisme une position confortable et expéditive’. Les conflits autour de l’héritage de Rosa Luxemburg dans les débuts du KPD”, Actuel Marx, vol. 71, n.º 1, París, 2022.

(4) “Le moment des soviets”, entrevista concedida a la revista en línea Période, 9 de octubre de 2017, http://revueperiode.net

(5) Véase “La Viena Roja”Le Monde diplomatique en español, mayo de 2022.

(6) Véase Sophie Béroud y Martin Thibault, “La gran quimera del diálogo social”Le Monde diplomatique en español, abril de 2023.

*Jean-Numa Ducange Profesor de historia contemporánea en la Universidad de Rouen-Normandía y en el Instituto Universitario de Francia. Última obra publicada: La République ensanglantée. Berlin, Vienne: aux sources du nazisme, Armand Colin, París, 2022

Fuente: Le Monde Diplomatique en español abril de 2023

Portada: Manifestación en Berlín durante la revolución de 1918. En una de las pancartas se lee «Todo el poder para los consejos obreros» (foto: Socialist Worker)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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