Presentación

El libro es fruto de la jornada académica de homenaje al gran historiador Josep Fontana i Lázaro celebrada en la Universitat Pompeu Fabra el 19 de noviembre de 2018. Está dividido en tres apartados. El primero dedicado a la tarea de historiador de Josep Fontana, al que pertenece el artículo que publicamos; el segundo se centra en el análisis de algunas de sus principales obras y el último en el reconocimiento de su magisterio. Las treinta y tres colaboraciones del libro por parte de historiadores e historiadoras (ver Índice) ponen en relieve la amplitud de su tarea tanto historiográfica como de magisterio y de compromiso cívico al tiempo que demuestran el legado extraordinario rico y sólido de Josep Fontana, uno de los mejores historiadores de nuestro país.

Josep M. Delgado Ribas, Josep Pich i Mitjana ( Eds), Josep Fontana. Historiador, mestratge i compromís cívic. Universitat Pompeu Fabra, Barcelona, 2023.

 

Josep Fontana, el valor de la historia

 

Juan Sisinio Pérez Garzón
Universidad de Castilla-La Mancha

 

Somos muchos los que nos sentimos partícipes del justo homenaje a un maestro del que tanto hemos aprendido, pues las aportaciones de Josep Fontana alcanzan tal calibre que la historiografía española del último medio siglo no sería la misma sin su obra e impacto. Por tal motivo, puesto que no cabe en un libro el sinnúmero de potenciales adhesiones, este texto tiene el atrevimiento de querer expresar el sentir de otros muchos profesores de universidades españolas y sobre todo el de los miles de profesores de Secundaria que, bajo el estímulo de la obra de Fontana, han impulsado la renovación tanto del saber histórico como de su práctica educativa. En este sentido, su papel es comparable al de otros grandes historiadores que florecieron en el último cuarto del siglo XX, como Eric Hobsbawm, E. P. Thompson o Pierre Vilar, cuyos libros han desbordado el ámbito estricto de la historia y han repercutido en las ideas, convicciones y debates sobre los vínculos entre las herencias del pasado y las esperanzas de futuro.

La pertinencia de una historia crítica

Somos conscientes de que a Fontana le habría espantado un panegírico cargado de tópicos y, por tanto, petrificado e inservible. Su obra siempre fue crítica y suscitó debate. Era su idea del oficio de historiar y su inalterable pasión por entender el presente desde el factor de cambio como una constante en todo proceso social. Por eso, la mayor prueba de respeto a su magisterio consiste en proseguir su determinación por un conocimiento del pasado sin servidumbres ni esquematismos dogmáticos. El pasado es irreversible y por eso mismo el saber erudito de multitud de hechos deslavazados y desconectados del presente enmaraña y apelmaza el necesario método que insufle carácter científico al conocimiento del pasado.

En contrapartida, Fontana siempre consideró la Historia como una ciencia social que tenía que hablar a las personas -y no sólo a la tribu de los especialistas- y que además ayudase a que todos “comprendan el mundo en que viven y les sirva de arma en sus luchas y herramienta para la construcción de su futuro[1]. Formulación rotunda, que, escrita en 1973, ha dotado de sentido a sucesivas generaciones que, hasta esta época de inmediatez del presente, no han dejado de preguntarse si sirve para algo el estudio del pasado. Además, la planteaba desde una perspectiva materialista que no solo supuso un decisivo impulso para la historia social en España, sino que, junto con otros historiadores de su generación en idéntica sintonía, zarandeó el oficialismo del mundo académico institucional y afectó a todas las especialidades historiográficas[2].

De hecho, Fontana siempre entendió su labor desde un compromiso cívico, que permeó sus facetas como investigador, docente, editor y maestro, y desde el que fue testigo y partícipe de los desvelos políticos y esperanzas sociales de quienes han vivido las transformaciones del último medio siglo. Escribió su obra mientras a su alrededor se producían hechos tan decisivos como el fin de la dictadura franquista en España y la inmediata construcción de una democracia, el derrumbe tan imprevisto del comunismo soviético, la crisis de las izquierdas y de las derechas políticas en todo Occidente, las luchas de las mujeres en muy extensas e inéditas escalas, los giros en las relaciones entre países y culturas, la reaparición del extremismo religioso y, por supuesto, la revitalización de identidades con los nacionalismos al frente.

¿Puede la Historia proporcionar certezas incuestionables frente a fenómenos tan complejos? Por supuesto que no. Fontana siempre defendió la idea de que esta disciplina constituye una guía para, con la vista puesta en el futuro, orientarse en el presente, razón por la que siempre se trata de una tarea inacabada, una construcción social carente de verdades definitivas. No sobra recordar que en 2015, un año especialmente agitado en la vida política española, en su introducción a una Historia de las Españas, puntualizó que los problemas ligados estrechamente al presente, y en concreto a “las vicisitudes del desarrollo del sistema autonómico”, son cuestiones que “deben resolverse en el terreno del debate político y que no deberían interferir en el de la investigación histórica”, porque como ciudadanos “debemos expresar nuestras opiniones políticas”, pero como historiadores sabemos que “todos nuestros resultados son provisionales, sujetos a la discusión colectiva y destinados a ser mejorados, o enmendados”[3].

En este triángulo marcado por el compromiso cívico, la búsqueda de un conocimiento crítico del pasado y la necesidad de alentar una construcción social de la Historia es donde se enmarca su extraordinaria obra. Ahora bien, ni se trata de una empresa fácil, ni tampoco está exenta de contradicciones, como demuestra el reciente fenómeno de las fake news, que pone en duda la posibilidad de realizar una construcción social del pasado a partir de un saber contrastado, empíricamente fundamentado y críticamente analizado. De hecho, y si se examina la obra de Josep Fontana, gran parte de su producción desde 1992 habría que entenderla dentro de las búsquedas de la izquierda marxista a la que se le desvaneció, tras la disolución de la URSS, el referente de un proletariado internacional sin por ello renunciar a su vocación transformadora. Así, en su libro La historia de los hombres (2001), donde recoge cuestiones y contenidos ya planteados en obras anteriores, reafirma la “función social” de la historia, sea porque legitima a los poderes vigentes, sea porque, en sentido contrario, puede horadar el sistema si sabe “preservar las esperanzas colectivas de los que eran oprimidos por el orden establecido”[4].

Precisamente en este libro abordó las realidades político-culturales con las que arrancaba el siglo XXI, desde los impactos y efectos de las teorías posmodernistas y el creciente troceado de las ciencias sociales en subespecialidades, hasta las nuevas desigualdades de un planeta globalizado por la nueva revolución tecnológica del capitalismo mundial. En este contexto revisó anteriores perspectivas y cuestionó ante todo la existencia de un progreso lineal centralizado y conducido por los países occidentales. En contrapartida subrayó la necesidad de un nuevo relato de historia universal que rescatara y abarcara a los pueblos y grupos sociales subalternos sometidos y silenciados por tal proceso de globalización. Es un reto en el que seguimos instalados puesto que, desde 2001, han surgido recategorizaciones y experiencias como las relacionadas con la memoria colectiva y las identidades de diverso signo que han exhibido una decisiva capacidad de crear nuevas conciencias sociales con esperanzas de “volver a empezar el mundo de nuevo”[5].

 

¿La historia en el laberinto de las identidades?

Así, en ese entorno, el propio Fontana publicó en 2014 un estudio sobre la identidad catalana y se conocieron sus posicionamientos políticos al respecto[6]. No se entendió fácilmente si se releía su defensa de la historia como arma para defender las esperanzas de los oprimidos. Sin duda, el tsunami identitario ni ha sido exclusivo de Cataluña ni ha dejado de sacudir a toda la sociedad española, historiadores incluidos. Los desgarros se han hecho palpables y se han expandido por múltiples escenarios políticos y culturales.

En efecto, ante programas y posicionamientos que exigen un rotundo sí o un categórico no, muy poco es el espacio que se les deja a las necesarias sutilezas que reclama el pensamiento crítico. Por eso hay que encajar siempre los análisis de toda obra no solo con el rigor metodológico imprescindible, sino también como parte de los complejos y cambiantes avatares del presente y además, por qué no decirlo, dentro del primario componente emocional que desata la confrontación de esas comunidades imaginarias con las que opera el nacionalismo, y que es siempre especialmente contradictorio desde la perspectiva de una izquierda que aboga por el progreso y la solidaridad sin atender a identidades nunca inmanentes.

En este punto no sobra resaltar la decisiva aportación de Fontana a la necesidad de elaborar una historia de España plural. Con el nuevo milenio, asumió la codirección del plan de esa nueva Historia de España y su propuesta metodológica fue rotunda. Por un lado, “superar las posiciones nacionalistas o esencialistas que tanto han caracterizado el discurso historiográfico español en el siglo XX” y, por otro lado, y, en contrapartida, enfatizar el pluralismo cultural y político que albergaron las distintas sociedades que habitaron estos territorios, por más que políticamente estuviesen ahormadas bajo reinos feudales, estados dinásticos o incluso con afanes imperiales[7]. «Hemos intentado«, explicó el propio Fontana a la prensa, «una visión abierta y no dogmática, desde la tradición de la historia social y desde un enfoque plural, sin caer ni en el nacionalismo español ni en el antinacionalismo[8].

Así fue. Los codirectores de esta nueva Historia y los autores de los distintos volúmenes compartieron anclajes metodológicos e idéntico afán de superar inercias historiográficas. Organizaron los resultados de las investigaciones realizadas en las últimas décadas en un nuevo relato para, de este modo, apoyar o dar guía a las exigencias de unos ciudadanos implicados en abordar retos inéditos de futuro. Se cumplía la tarea que Fontana había planteado en la temprana fecha de 1973, en el libro ya citado, de extraordinaria difusión, muy breve, La Historia, concebido para divulgar cuál era la materia y las utilidades de esta ciencia social. En plena lucha contra la dictadura franquista había precisado, conviene reiterarlo, que la historia debía consistir en un saber que hable a todos y de todos para “mostrarnos a los hombres en toda la complejidad de sus dimensiones, desde sus trabajos hasta sus sueños […] y deberá hacerlo para ayudarlos a mejorar”[9]. De este modo, a partir de 2007 se consumaba una faceta más del empeño de Fontana de hacer de la historia en general, y en este caso de la historia de España en concreto, una guía para, con la vista puesta en el futuro, orientarse en el presente.

Cabe recordar que también por influjo de Fontana, por esos mismos años de 2005, se planteó con el profesor J. Albareda la idea de abordar una historia de los pueblos de la Península Ibérica para ser editada en los cuatro idiomas propios de este territorio. Pensando que la Unión Europea surge con el empeño de organizarse como unión de pueblos y de estados, se planteaba la idea de articular una nueva historia, esto es, una nueva guía cívica, consensuada entre científicos, por supuesto, sobre el conocimiento mutuo de todos sus integrantes y que semejante tarea debía comenzar, en nuestro caso, por quienes habitamos esta península. No se pudo realizar el plan, pero el reto persiste. Y todos sabemos que precisamente en este momento de zozobras identitarias quizás tendríamos que abordar este desafío como legado y encomienda del propio Fontana. No se trata de una empresa fácil ni tampoco está exenta de contradicciones, porque, por encima de las señas identitarias de cada cual, tenemos el desafío de conformar y concordar estudios sólidos y fundamentados del pasado como guías para las borrascosos y cambiantes incertidumbres del presente, a sabiendas de que en la historia no existen esencias inmutables, porque las realidades y los sentimientos siempre son cambiantes.

En este compromiso seguro que Fontana compartiría el énfasis que otorgó Gramsci a las características nacionales y las disparidades del desarrollo dentro de cada formación social; más en concreto, de una España que se encuentra en permanente zozobra por definir sus contornos políticos. Vivimos tiempos en los que se hace urgente rescatar la fraternidad que tan emotivamente planteó Rosa Luxemburgo cuando, en 1917, desde la cárcel, escribió a una amiga un sentimiento que, sin duda, también compartiría J. Fontana: “Mi casa es cualquier lugar del ancho mundo en el que haya nubes, pájaros y lágrimas[10].

La enseñanza, tarea en incesante renovación

En definitiva, Josep Fontana se enfrentó a los citados dilemas intentando conjugar el rigor del que siempre hizo gala con las demandas del compromiso cívico y de la necesidad de construir una historia que diera respuestas a las difíciles preguntas del presente. En este aspecto, fue constante su preocupación por la enseñanza de la historia en todos los niveles del sistema educativo. Destacó su implicación en las inquietudes que han sido denominador común de sucesivas generaciones del profesorado de enseñanzas secundarias y que, de modo muy especial, se convirtieron en materia de controvertidos razonamientos desde la transición a nuestra actual democracia.

Y ahí seguimos con idénticos debates. Mantiene plena actualidad, sin duda, el clarividente artículo que en la temprana fecha de 1975 publicó J. Fontana en la revista Cuadernos de Pedagogía: “Para una renovación de la enseñanza de la historia”[11]. Propuso un giro profundo de concepto, método y contenidos: aparcar o, al menos, restringir la tradicional historia política de grandes hazañas y personajes para, en contrapartida, desenvolver la enseñanza de la historia en torno a los grandes asuntos e interrogantes que nos relacionan con el pasado. De hecho, ya en esos años Fontana gozaba de un merecido prestigio como profesor entre los docentes de enseñanzas primaria y secundaria, muchos de ellos aglutinados en dos grupos de renovación pedagógica de amplia influencia en los años de la transición en la elaboración de una nueva pedagogía democrática: Germania-75 en el País Valenciano y Escola de Mestres Rosa Sensat en Cataluña[12].

En el citado artículo Fontana proponía una doble tarea: por un lado, que el alumnado aprendiera a desentrañar las relaciones económicas, sociales y políticas sobre las que se construye cada sociedad y cómo cambian en cada época, y, por otro, subrayar los conflictos que han marcado cada sociedad en la persistente lucha humana por vivir con dignidad y mejorar su existencia. En suma, exigía el replanteamiento radical del relato historiográfico y de la metodología docente de modo que se pasara de la memorización de datos a la memorización de comprensiones. Fueron años en los que hubo una influencia notable del marxismo en importantes núcleos intelectuales y educativos y se cambiaron en gran medida los contenidos y los manuales en la enseñanza secundaria. Pronto asomaron fragilidades en los nuevos planteamientos y, también de modo temprano, en 1982, Fontana ya lanzó una lúcida autocrítica a esos nuevos criterios de enseñanza. Vale la pena reproducir su análisis:

Cuantos trabajamos en este terreno –y compartimos, a un tiempo, las preocupaciones por la transformación de la sociedad en que vivimos- hemos creído siempre que nuestra disciplina tenía una importancia en la educación, tanto por su voluntad totalizadora (única en su intento de abarcar globalmente, y en sus interacciones, todos los elementos que integran la dinámica de una sociedad), como porque puede ser, empleada adecuadamente, una herramienta valiosísima para la formación de una conciencia crítica. Sólo que hemos empezado a descubrir que aquello que esperábamos que iba a ser acogido como una ayuda para entender el mundo, lo reciben los estudiantes más jóvenes como una parte más de la salmodia académica, menos interesante que la botánica o la geología, que por lo menos sirve para conocer las hierbas y las piedras. Ello ha puesto en evidencia que nuestros esquemas –donde los modos de producción habían venido a reemplazar a las dinastías- no se ajustaban a las demandas reales de estos jóvenes, porque no servían como punto de partida para una alternativa válida para ellos[13].

Con esta preocupación por precisar y escudriñar métodos para llegar a los jóvenes en la enseñanza de la historia, Fontana publicó en 1988 y 1989 dos nuevas reflexiones. La primera, defendiendo el valor de la historia como exigencia para captar la evolución social siempre y en todo caso frente a voces que reclamaban enseñar ciencias sociales, sin tantos contenidos de geografía e historia. Subrayó en este debate que todo análisis “de la realidad social es extremadamente complejo”; no era suficiente ser críticos o el voluntarismo de una didáctica activa para lograr un conocimiento preciso y correcto del pasado.  De ahí que en la reflexión publicada en 1989 abordase la enseñanza a partir de los elementos de historia local. Se le asignó la capacidad de fomentar un conocimiento e interpretación activos del pasado entre el alumnado vinculado a su espacio inmediato y desde ahí potenciar, en consecuencia, un más sólido aprendizaje de la historia nacional e internacional, así como la de los pueblos no europeos y la dimensión de género, materias tan olvidadas hasta ese momento[14].

En esa línea, en 1999 reivindicó la figura de Daniel González Linacero, maestro y director de la Escuela Normal de Magisterio de Palencia, asesinado por los falangistas en el verano de 1936. Rescató la edición de su jugoso manual de historia para la escuela primaria publicado en 1933, donde Linacero denunciaba los “libros históricos amañados con profusión de fechas, sucesos, batallas y crímenes; relatos vacíos de sentido histórico, todo bambolla y efectismo espectacular”. Planteaba, en cambio, enseñar la historia para aprender que “no la han hecho los personajes, sino el pueblo, todo y principalmente el pueblo trabajador humilde y sufrido, que, solidario y altruista, ha ido empujando la vida hacia horizontes más nobles, más justos, más humanos”. Organizaba su manual en lecciones que iban de la explicación de lo concreto y cercano a lo complejo y general, subrayando la necesidad de adquirir la necesaria “comparación entre lo actual y lo anterior”, así como de fomentar “las dos grandes virtudes sobre las que se asiente la vida: cooperación y solidaridad”[15].

Son cuestiones que, planteadas en 1933, resultan de una vigencia tan candente que no hay que esforzarse mucho para encontrárselas en los debates actuales sobre métodos, competencias y contenidos de la enseñanza de la historia. Valen para cerrar este texto e insistir en el valor de la historia como disciplina para comprender y enseñar, investigar y explicar las experiencias de vida de hombres y mujeres, de cuantas más personas sean posibles, “todas las del mundo en cuanto se unen entre sí en sociedad, y trabajan, luchan y se mejoran a sí mismas”, en palabras de Gramsci siempre recordadas por Fontana[16]. Y para ser “instrumento de comprensión y de crítica”, de ningún modo vale “inculcar nuevos ideales en sustitución de los viejos, sino que [la historia es] para enseñarles a usar sus ojos y su cerebro, a examinar las cosas por sí mismas, a juzgar por su cuenta y elegir su camino conscientemente”[17].

Por eso mismo Fontana realizó aportaciones tan fructíferas, porque en todo momento sus posicionamientos estuvieron abiertos al debate y a escuchar lo que otros tuviéramos que decir. Siendo un gran historiador universal, jamás pensó que hubiera que dinamitar los puentes del diálogo y de entendimiento mutuos por lo que se podría sostener que todos los que nos consideramos endeudados con sus enseñanzas historiográficas deberíamos aplicar esta tan decisiva lección, pues los puentes siempre han sido y son posibles.

[1] FONTANA, J., La Historia, Barcelona, Salvat, 1973, p. 32.

[2] PÉREZ GARZÓN, J. S., “La historiografía en España. Quiebras y retos ante el siglo XXI”, en RICO, F., GRACIA, J. y BONET, A. (coords.), España Siglo XXI, vol 5: Literatura y Bellas Artes, Madrid, Biblioteca Nueva, 2009, pp. 223-260.

[3] ROMERO, J. y FURIÓ, A. (eds.), Historia de las Españas. Una aproximación crítica. Introducción de Josep Fontana, Valencia, Tirant Humanidades, 2015, p. 25.

[4] FONTANA, J., La historia de los hombres, Barcelona, Crítica, 2001, p. 11.

[5] Ibíd., p. 365.

[6] FONTANA, J., La formació d’una identitat. Una historia de Catalunya, Vic, Eumo Editorial, 2014; para el contexto de esta obra, PÉREZ GARZÓN, J. S., “Evolución y rasgos de las historiografías de los nacionalismos en España”, en RINA SIMÓN, C. (coord..), Procesos de nacionalización e identidades en la Península Ibérica, Cáceres, Universidad de Extremadura, Servicio de Publicaciones, 2017, pp. 47-74.

[7] FONTANA, J. y VILLARES, R. (dirs.), Historia de España, Barcelona-Madrid, Crítica-Marcial Pons, 2009, p. XIV.

[8] VILLENA, M. A., “Una visión abierta y plural de la historia de España”, EL PAIS, 1-08-2009: https://elpais.com/diario/2009/08/01/babelia/1249084213_850215.html [consultado: 10-05-2022]

[9] FONTANA, J., La Historia…, p. 140.

[10] Citado por TRAVERSO, E., “Intelectuales judíos y cosmopolitismo”, en FUENTES CODERA, M y ARCHILÉS, F. (coords.), Ideas comprometidas: los intelectuales y la política, Madrid, Akal, 2018, pp.121-136.

[11] FONTANA, J., (1975): «Para una renovación de la enseñanza de la Historia»,  Cuadernos de Pedagogía, nº 11, pp. 10-13.

[12] SALLÉS, N. y SANTACANA, J. (2016): “Los grupos de investigación educativa en la enseñanza de la Historia en España: análisis póstumo de los resultados de la aplicación del método por descubrimiento y estado de la cuestión de los aprendizajes por descubrimiento”, Educatio Siglo XXI, núm, 34 (2), pp. 134-165.

[13] FONTANA, J., Historia. Análisis del pasado y proyecto social, Barcelona, Crítica, 1982, p 247-248.

[14] FONTANA, J. (1988). «L’ensenyament de la Història», Actes del Primer Sympòsi sobre l’Ensenyament de les Ciències Socials. Vic: Estudis Universitaris de Vic/ Escola Universitària de Mestres Balmes, Eumo Editorial pp. 21-33; y FONTANA, J. (1989). «Sobre l’ensenyament de la història, encara», Perspectiva Escolar, 139, pp. 4-9.

[15] La obra de Linacero, Mi primer libro de Historia (1933), del que se entresacan las frases citadas, se encuentra en FONTANA, J. y GONZÁLEZ LINACERO, D., (1999): Enseñar historia con una Guerra Civil por medio, Barcelona, Crítica.

[16] FONTANA, J., La Historia…, p. 31.

[17] Ibíd., p. 137.

 

Índice de la obra

Presentació Josep M. Delgado i Josep Pich

Josep Fontana, historiador

Joaquim Albareda. Josep Fontana, la història per explicar els problemes dels homes i les
dones

Jaume Casals. Fontana, un dels fundadors de la UPF

Jaume Claret. Josep Fontana i l’ús social de la Història

Rosa Congost. Josep Fontana i els estudiants d’Història: seixanta anys compartint i
actualitzant objectius (1957-2018)

Josep M. Fradera. La revolució historiogràfica de Josep Fontana

Joan Fuster. L’ofici de l’historiador Josep Fontana

José Juan Moreso. Entre arqueòlegs i profanadors de tombes. Josep Fontana en el record

Juan Sisinio Pérez Garzón. Josep Fontana, el valor de la historia

Borja de Riquer. Josep Fontana, l’historiador català de més projecció internacional del
darrer mig segle

Carles Sudrià, Josep Fontana, sobre la desigualtat i el pessimisme

Ramón Villares. El lugar de Fontana en la historiografia española

Bartolomé Yun, Josep Fontana y los historiadores de la Época Moderna en España,
1974-2001. Un ensayo

Algunes de les obres de Josep Fontana

Ramon Arnabat. El futuro es un país extraño. Una reflexión sobre la crisis de
comienzos del siglo XXI

Antonio Miguel Bernal. Dinámica imperial y proyecto colonial

Albert Carreras. Europa ante el espejo

Miguel Ángel del Arco. Fontana y el estudio del franquismo

Carles Manera. Sobre la formación de mercados en la Europa preindustrial (Una
investigación en proceso)

Carlos Martínez Shaw. La Historia, o como un pequeño libro puede causar una gran
conmoción

Pere Pascual. Una nota sobre: La fi de l’Antic Règim i la industrialització

Ricardo Robledo. Josep Fontana, la historia agraria y los campesinos

Pegerto Saavedra. Un breve comentario sobre: La crisis del Antiguo Régimen, 1808-
1833

Josep M. Salrach. “Les arrels que ens lliguen a la sort del nostre poble”: Josep Fontana,
La formació d’una identitat. Una història de Catalunya

El mestratge d’en Josep Fontana

Josep M. Delgado. Josep Fontana: un mestratge clau en la meva professió d’historiador

Montserrat Duch. Reconeixement social a l’historiador Josep Fontana

Antoni Gavaldà. El Dr. Josep Fontana en el record

Andreu Ginés. Un mestratge particular: la desfeta de l’esquerra, el País Valencià i un
jove il·lusionat

Manel López Esteve. Un futur d’història i compromís. En record de Josep Fontana

Ramón López Facal. Enseñanza de la historia en España: de la Ley General de
Educación (1970) a la LOMLOE (2022)

Conxita Mir. A propòsit de la repressió franquista

Imma Muxella i Josep Capdeferro. Josep Fontana i Eva Serra: el saber compartit

Gonzalo Pontón. Josep Fontana, editor

Anna Solé. Homenatge a Josep Fontana

Josep Pich. Josep Fontana Lázaro. In Memoriam

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: Josep Fontana en una entrevista en 2017.ALBERT GARCIA. El País, 28 de agosto de 2018

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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Más allá de la crisis. Recuerdo de Josep Fontana (2018-2022)

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Josep Fontana. In memoriam 

Josep Fontana: la vocación de la historia (una entrevista desconocida de 1998)

 Fontana: el maestro en su biblioteca

Josep Fontana (1931-2018): historia y compromiso social

 

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