Carlos Barciela
Universidad de Alicante
Extracto e Índices
Los privilegiados del Régimen

(…) Pero más importante aún fue que el franquismo favoreció a los grandes grupos económicos del país y sus posiciones de monopolio y privilegio. Así sucedió, señaladamente, con el sector bancario y el reforzamiento del denominado statu quo, consolidado con la ley de 1962 y que estuvo estrechamente vinculado al propio dictador y a muchos de sus ministros, que ocuparon puestos en los consejos de administración. Los nombres de Fernando María Castiella, Antonio Barrera de Irimo, José García Hernández, Pío Cabanillas, Faustino García-Moncó, Gregorio López-Bravo y Federico Silva Muñoz aparecen vinculados a los de Banesto, Hispano, Central, Bilbao, Vizcaya, Popular, Atlántico, Rumasa y Santander. En muchos casos eran consejeros de muchas grandes empresas como Hidroeléctrica, Sevillana de Electricidad, Fenosa, Aguas de Barcelona y otras muchas. Los grandes bancos concentraban el 85% de los recursos ajenos y sus beneficios se dispararon durante los años sesenta, aprovechando la bajísima presión fiscal. Otros sectores fundamentales de la economía española, como el energético, experimentaron un proceso similar de monopolización. En 1972, las seis mayores sociedades eléctricas representaban el 72% del capital, y las trece mayores el 90%.

Con estas prioridades, no resulta extraño que el crecimiento económico de los años sesenta se distribuyera de manera muy desigual. Desde el punto de vista de la renta de las familias, se agudizó la diferencia entre los sectores privilegiados y los más humildes. Hacia el final de la Dictadura, el 1% de las más ricas absorbía una renta total equivalente a lo que recibía el 50% de la población más humilde. También desde el punto de vista sectorial el reparto fue muy desigual, con un claro declive de las rentas agrarias que cayeron del 46 al 40%; la participación de los sueldos y salarios creció muy poco, pasando del 49,9 al 51,3%, aunque muy probablemente ese crecimiento fuera solo aparente, dado que durante esa década el porcentaje de la población asalariada aumentó del 61 al 66%; finalmente, el crecimiento también se repartió de manera desigual entre las regiones: en Cataluña y Madrid la renta creció, mientras que en las regiones más atrasadas: Extremadura, Castilla y León, Castilla-La Mancha y Aragón, la renta disminuyó. En este descenso jugó un papel muy importante el sistema financiero que drenó recursos de las zonas agrarias hacia las zonas industriales. En realidad, el proceso de extracción de recursos desde las zonas atrasadas a las desarrolladas no se limitó a los recursos financieros. El proceso incluyó, como he expuesto, a la población más joven que emigró a las ciudades y también a los recursos naturales y energéticos. En muchos casos, era energía hidroeléctrica que se obtuvo a través de grandes embalses que habían inundado valles fértiles. Sobre este asunto es imprescindible referirse a una de las actuaciones sobre las que la propaganda franquista se volcó de manera muy intensa: la política de desarrollo regional. En efecto, una de las facetas de la planificación económica del franquismo estuvo dirigida al desarrollo de las regiones atrasadas. Se pusieron en marcha diversas medidas: los planes Jaén y Badajoz, las zonas de preferente industrialización y los polos de desarrollo. El resultado de todo este conjunto de medidas fue irrelevante. Jaén y Badajoz siguieron siendo dos de las provincias más pobres de España y, como ya he señalado, fueron Madrid y Barcelona las provincias que más se desarrollaron. En Jaén, en 1973, veinte años después de la puesta en marcha del Plan Jaén, emigraban unos 25.000 jienenses al año y la provincia ocupaba uno de los últimos lugares en el ranking de la renta provincial. Otro tanto podemos decir de la provincia de Badajoz.

Inauguración de las instalaciones del Servicio Nacional del Trigo en Malón (Zaragoza) en 1960 (foto: Forociudad)

También se mantuvo un organismo que, igual que el Servicio Nacional del Trigo, era fruto de la mentalidad autárquica: el Instituto Nacional de Industria (de hecho, su nombre, en un comienzo, era Instituto Nacional de Autarquía). Creado, en principio, para abordar la industrialización de los sectores no atendidos por la iniciativa privada, se terminó convirtiendo en lo que dio en llamarse un “hospital de empresas”. El INI empezó a comprar empresas privadas en dificultades, salvando a sus propietarios y socializando las pérdidas. A finales del franquismo tuvo lugar el más espectacular de estos procesos: la creación de Hulleras del Norte, S.A. (Hunosa) en 1967. Con la creación de Hunosa, el INI se convirtió en propietario de la minería hullera, con grandes beneficios para los antiguos propietarios. Las empresas del INI, por otra parte, se habían convertido en importantes fuentes de ingresos para la élite franquista: militares, políticos y miembros de la oligarquía económica. Las pérdidas del INI fueron cada vez mayores y recaían sobre los contribuyentes, sin que nada justificara la pervivencia del citado organismo.

Hay que considerar dos elementos más. España siguió teniendo un sistema fiscal muy regresivo que, junto a la ausencia de un verdadero sistema de seguridad social, agravó las ya indicadas diferencias de rentas entre los más ricos y los más pobres y entre los habitantes del campo y la ciudad.

En realidad, los resultados eran los esperables en un sistema dictatorial en el que los gobernantes no dependían del voto de la población y eran muy conscientes de a quienes tenían que beneficiar. Ya lo he comentado en otras ocasiones, pero es fundamental tener presente, para comprender la permanencia de Franco en el poder, que nunca se equivocó a la hora de tomar decisiones en favor de las fuerzas que le habían permitido tomar el poder y que le sostenían.

Quiero abordar, por último, otro crucial asunto en el que la permanencia de Franco en el poder resultó enormemente lesiva para España: el rechazo de la CEE a admitir como socio a nuestro país. Como ya he indicado antes, una cosa era la actitud autosuficiente e, incluso, despectiva de Franco ante los “países extranjeros” y otra, bien distinta, la alarma que generaba entre los políticos mejor preparados y entre los empresarios más activos en el exterior, al ver que nuestro país quedaba al margen de proyectos de cooperación e integración. Esto sucedió, señaladamente, con el Tratado de Roma y la creación de la Comunidad Económica Europea. Evidentemente, dada la naturaleza del tratado, la integración de España estaba absolutamente descartada, dado su régimen político. No obstante, de manera inmediata, se empezaron a realizar gestiones de acercamiento que resultaron fracasadas. Como siempre, Franco menospreció y receló de una iniciativa que venía del exterior. En 1961 afirmó: “Ahora se habla mucho del Mercado Común, pero es un asunto muy grave al que hay que ir con cautela y un sinfín de precauciones, pues en esto una ligereza puede ser gravísima para nuestra economía”.

Mientras los países europeos estrechaban lazos como nunca se había hecho en la historia y dominaba un generalizado optimismo sobre la cooperación y la integración, Franco mostraba toda su xenofobia. Su primo, Franco Salgado Araujo, afirmaba al respecto: “Al caudillo le preocupa el Mercado Común, al que tiene terror”.

Fernando María Castiella, ministro español de Asuntos Exteriores con Maurice Couve de Murville, presidente del Consejo de Ministros de las Comunidades Europeas, en 1963 (foto: Cervantes Virtual)

En 1962, Alberto Ullastres era embajador de España en las Comunidades Europeas (CEE, EURATOM y CECA). Ullastres consideró que la situación estaba madura para solicitar formalmente el ingreso de España en la CEE. La solicitud del Gobierno franquista recibió la peor de las respuestas: no fue contestada. Transcurrió una década hasta que, el 29 de junio 1970, se logró la firma de un acuerdo preferencial con la CEE. La propaganda franquista (y lo recuerdo muy bien, pues yo ya estaba entonces estudiando en la Facultad de Económicas) vendió internamente el acuerdo casi como si se hubiera producido la integración en la CEE. El ministro Laureano López Rodó afirmó que era un paso “que dejaría huella en la historia”. Por supuesto que no era así. Era, simplemente, un acuerdo económico, un acuerdo comercial, que no implicaba ningún tipo de reconocimiento político, de aceptación del Régimen, ni ningún compromiso ulterior de integración.

Sin embargo, el acuerdo fue enormemente favorable para la economía española: los productos industriales españoles entraron con mayor libertad en la CEE, mientras que se mantuvo la protección para las empresas españolas. Ello supuso un espectacular crecimiento de las exportaciones y un impulso definitivo a nuestra industrialización.

Por supuesto, Franco nunca reconoció que él era el principal obstáculo para que España entrara en el Mercado Común, a pesar de todas las evidencias. El dictador, en 1964, volvía a recurrir a su manoseado argumento de las conspiraciones exteriores contra España:

España hubiese entrado si no fuese por la actitud de alguna nación que, perteneciente a él, como Bélgica, se opone resueltamente, sin duda por exigirlo así los socialistas de Spaak. Ello nos ocasiona dificultades en la venta de nuestros frutos. Yo confío en que poco a poco nos irán abriendo las puertas, aun cuando el ingreso definitivo no será hasta dentro de bastantes años.

Según Franco, un asunto de esta trascendencia se debía a las veleidades de un grupo de socialistas belgas. Reconozco que, en muchas ocasiones, no termino de comprender si Franco era extremadamente sutil en sus planteamientos propagandísticos o pasmosamente simple.

Pensemos, por un momento, en que Franco, en un verdadero acto de patriotismo, hubiera abandonado el poder antes de 1957. Pensemos en que España, entonces, hubiera podido ser, no ya miembro de la CEE, sino socio fundador, con las enormes ventajas que eso suponía. ¿Cuánto mayor hubiera sido el crecimiento español durante los años sesenta? O dicho de otra manera, ¿cuánto costó a los españoles la permanencia de Franco en el poder? Evidentemente, todavía habría sido mejor que hubiera abandonado el poder en 1945. O mejor aún, que nunca hubiera llegado a tomarlo.

En conclusión, Franco no solo no fue la mano sabia que desarrolló a España, sino que por sus desvariadas ideas económicas y por el carácter dictatorial de su régimen, privó al país, de manera reiterada, de mejores oportunidades. El caudillo fue una auténtica losa, un enorme peso muerto para el desarrollo económico de España.

Contemplado todo el periodo del franquismo, comprobamos que, en su comienzo, supuso un grave trauma, también desde el punto de vista económico. En su fase de auge frenó las posibilidades que ofrecía una economía europea y mundial que marchaba a toda máquina y, en su periodo final, el Régimen dejó toda una larga serie de problemas económicos que necesitaron de graves medidas de reconversión, afrontadas por los gobiernos democráticos, con enormes costes económicos y sociales. Como ha señalado, certeramente, el profesor Gabriel Tortella, el franquismo lo pagamos dos veces: a la entrada y a la salida.

Bruselas, 29 de enero de 1973.- El ministro español de Asuntos Exteriores, Gregorio López Bravo; el presidente del Consejo de Ministros de la CEE y ministro belga de Asuntos Exteriores, Renaat Van Elslande, y el presidente de la Comisión, Francois Xavier Ortoli, de izquierda a derecha, durante la firma del Protocolo Complementario al Acuerdo España – Comunidad Económica Europea, que ha tenido lugar hoy en el castillo de Val Duchesse (foto: Efe)
Un breve epílogo

Los hagiógrafos de Franco (empezando por él mismo, que no perdió ocasión de inventar y reinventar su pasado) fueron creando un personaje que terminó siendo el máximo compendio de todas las virtudes. Militar distinguidísimo, el general más joven de Europa, el impasible y valeroso combatiente en las guerras africanas, el genial estratega vencedor de la Guerra Civil, el primero en derrotar al comunismo, el hombre de temple de acero que se enfrentó y se impuso a Hitler y a Mussolini y que nos libró de la Segunda Guerra Mundial, el hombre enviado por Dios para salvar a España, el hombre de la más profunda religiosidad y el más digno de los candidatos al cardenalicio, la espada más limpia de Europa, el gobernante que nos sacó de la miseria económica causada por los rojos y llevó a España al desarrollo, el Centinela de Occidente, el Centinela Alerta y el Centinela Vigila, el hombre que dejó sentadas, en su sabiduría, las bases de la transición y la democracia, el hombre merecedor del Premio Nobel de la Paz, el hombre más digno de subir a los altares…

Le compararon con César, con Viriato, con el Cid, con los Reyes Católicos, con Carlos V, con Felipe II, con Napoleón y con Abraham Lincoln… Luis de Galinsoga, un periodista prendado del dictador, le denominó Caudillo del Oeste y le calificó como el único gran hombre del siglo XX, un verdadero gigante. A su lado, personajes como Eisenhower o Churchill eran enanos.

Podríamos seguir y llenar un buen número de páginas dedicadas a los elogios, tantísimas veces ridículos, por desmedidos, dirigidos al generalísimo.

Sin embargo, como hemos tenido ocasión de comprobar en páginas anteriores, esas pretendidas virtudes no son más que el fruto de la propaganda franquista, una enorme máquina de manipulación y mentiras que funcionó a pleno rendimiento durante la Dictadura.

Lo cierto es que el caudillo tuvo una formación extraordinariamente limitada. Estudió con muy mediocre aprovechamiento en la Academia de Infantería, graduándose como alférez con el número 251 de 312. Por lo demás, la de Infantería era mucho menos exigente intelectualmente que la Academia de Ingenieros o la de Artillería, en las que se estudiaban materias técnicas superiores (como física, química o matemáticas). Su meteórica carrera tuvo que ver con el africanismo que reinaba en el Ejército, más que por méritos en su formación. De hecho, como es sabido, tanto ingenieros como artilleros estaban en contra de la forma en la que se premiaba a sus compañeros de Infantería, reiteradamente condecorados y ascendidos por “acciones de guerra”.

Franco visita las instalaciones de FASA en Valladolid, que en 1964 había sido designada como polo de desarrollo (foto: archivo municipal de Valladolid/El Norte de Castilla)

No tenemos ninguna noticia (al margen de lo que de manera muy vaga cuenta él mismo) de que dedicara parte de su tiempo al estudio, lo que favoreció su estancamiento formativo. Tampoco se le conoce una inclinación por la literatura, la filosofía o la economía. Nunca citó a ningún autor en sus discursos. Contrariamente a lo que predicaba para los demás: disciplina y obediencia, se distinguió por sus constantes reclamaciones y petición de distinciones que elevó hasta el propio rey. Entre el personal del Palacio Real se ganó la fama de ser el militar que con más frecuencia y desparpajo lo visitaba, siempre en busca de reconocimientos. Sin embargo, cuando cayó su amigo Alfonso XIII no hizo ni un gesto en su favor. No digo que vulnerara la legalidad, faltaría más. Sencillamente que, como amigo, le mostrara su afecto personal en aquel momento. Se sublevó contra la legalidad republicana. Dirigió una guerra civil en la que definió al enemigo (que eran otros españoles) como la anti-España, que debía ser exterminada, y mantuvo un desaforado régimen represivo en la larguísima posguerra. Siempre se autoconsideró como un gran estratega; sin embargo, sus socios alemanes e italianos, incluido el propio Hitler, le consideraron de capacidad muy limitada para dirigir una guerra moderna.

Son profundamente inciertas las ideas de que era austero y de que despreciaba el lujo. Toleró y se aprovechó de la corrupción y acumuló una enorme fortuna. Se dedicó a una vida regalada, empleando el tiempo en la caza, la pesca y el golf, en ver corridas de toros (a las que era muy aficionado), a jugar a las cartas con sus compañeros militares y, cuando llegó a España, a ver la televisión. Un ministro decía de él que “era un gran televidente”.

Todo esto, y muchas cosas más, conforman la cruda verdad de lo que fue Franco. Y, lo más importante, no es que lo diga yo. Lo dijeron y lo reiteraron sus propios y más cercanos familiares y colaboradores.

Si el libro que el lector tiene entre sus manos recibiera el beneplácito del público, mi intención es la de dar a la luz una obra que, en base a testimonios directos de sus allegados, muestre la verdadera cara del dictador, tan distinta de la que él mismo y sus hagiógrafos pasados y presentes nos quieren transmitir.

El miinistro de Hacienda Mariano Navarro Rubio expuso en las Cortes el 28 de julio de 1959, con el de Comercio Alberto Ullastres, el Plan de Estabilizacion (foto: Efe)
Índice

Prólogo, por Ángel Viñas 9

Sobre este libro 13

CAPÍTULO 1. FRANCISCO FRANCO, ECONOMISTA 17
‘Sencillamente, un general’ 17
La autarquía como pilar 20
‘El liberalismo es pecado’ 22
‘El derecho al castigo’ 24
Nostalgia de la España imperial 25
La corrupción del Estado 27
‘Disciplinar los precios’ 29
De país privilegiado a país pobre 34
Los economistas, represaliados 36
El patrón oro y el tipo de cambio 39
La fijación de cupos y el mercado negro 43
La inflación, ‘la fortuna de la nación’ 47
El desprecio al capital humano 48

CAPÍTULO 2. HACIENDA NO ERAN TODOS 53
El SNT, al servicio de los terratenientes 53
‘Una España sin lucha de clases ni privilegios’ 55
Una Hacienda del siglo XIX 57
Aquí el que no es un tonto es un pillo’ 62
Los privilegios de la Iglesia 66
Finales de los cincuenta: tímidas reformas 67
La década de los sesenta: crecimiento sin redistribución de renta 70
La herencia fiscal de Franco 72

CAPÍTULO 3. ORO, PIRITAS Y PETRÓLEO (NACIONALES, CLARO) 75
El oro de Moscú 75
La piedra filosofal 77
El oro de Rodalquilar 79
Las minas de Riotinto 82
Ni un hogar sin lumbre 85
El wolframio 86
La fabricación de combustibles 88
La escasez de energía 93

CAPÍTULO 4. LA REFORMA AGRARIA 99
La destrucción de la reforma agraria republicana 101
La reforma agraria del Movimiento 107
De la reforma agraria a la colonización 110
La política colonizadora 114
Un balance de la colonización durante los años cuarenta 121

CAPÍTULO 5. NI UN ESPAÑOL SIN PAN 135
El problema del trigo 138
La intervención en la economía triguera 140
La distorsión del mercado y el estraperlo 144
Fracaso y hambruna 148
El gobierno de ‘las propias luces’ 155
Un nuevo mercado negro 159
Años sesenta: exceso de trigo y déficit de carne y lácteos 159
El problema de los excedentes 162
El SNT, al margen de las reformas 164

CAPÍTULO 6. FRANCO NO CREÓ LA SEGURIDAD SOCIAL 167
Sin democracia no hay estado de bienestar 168
El Seguro Obligatorio de Enfermedad 172
La Ley de bases de la seguridad social 174
‘Los puntos’: el Régimen Obligatorio de Subsidios Familiares 176
El seguro de desempleo 178
El problema de las pensiones 179
Pésimas condiciones asistenciales y sanitarias 180
El gasto social durante el franquismo 183
España vs. Europa 185
El fomento de la emigración 186
Las mujeres en la Dictadura 188
La falta de respeto a los derechos humanos 189

CAPÍTULO 7. LA BATALLA DE LA VIVIENDA 193
El problema de la vivienda 194
La vivienda social y protegida 198
El problema del alquiler 202
Los asentamientos chabolistas 204

CAPÍTULO 8. LOS NIÑOS VENÍAN DE PARÍS 211
La sexualidad, el gran tabú 211
La Sección Femenina 214
La única lengua, la del imperio 215
Escasa inversión y mala educación 216
La destrucción del legado educativo de la República 220
La calidad de la enseñanza 223
El analfabetismo y los bajos niveles de instrucción 225
Las universidades laborales 227

CAPÍTULO 9. UNA CIENCIA NACIONAL Y CATÓLICA 229
Un sistema nacional de ciencia 231
La energía nuclear 235
Reformas sin presupuesto y abandono de una ‘ciencia nacional’ 239
La investigación y la enseñanza agraria 244
La ‘ciencia económica’ de los sacerdotes 266
La inversión extranjera, clave de la modernización 271

CAPÍTULO 10. FRANCO, OBSTÁCULO PARA EL DESARROLLO 277
En el mundo exterior pasan cosas que no interesan al caudillo 277
El arte de negar la realidad 280
‘Más madera’ 283
Franco, obstáculo para el crecimiento económico 286
El mundo cambia, el Régimen no 290
La futura apertura económica viene de fuera 294
Girando con lentitud 295
Las cuestiones sustantivas y los protagonistas españoles 297
¿Y Franco? 303
Los cinco factores impulsores del crecimiento 310
Los privilegiados del Régimen 318

Un breve epílogo 323

Bibliografía comentada 327

Fuente: Conversación sobre la historia

Extractos e índice de Con Franco vivíamos mejor. Pompa y circunstancia de cuarenta años de dictadura, Carlos Barciela, Los Libros de la Catarata,2023 pp. 318-325.

Portada: cacería en la finca La Encomienda de Mudela, cerca de Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real) en octubre de 1959

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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