El biopic sobre Robert OPPENHEIMER de Cristofer Nolan ha venido acompañado de una gigantesca promoción mediática que no se corresponde con el resultado cinematográfico ni con las exigencias de la veracidad histórica. Colocar en un obsesivo primer plano a Openheimer, como, si fuera el caso, al general Groves o al presidente Truman, impide ver la gigantesca escala de un proceso histórico -el Proyecto Manhattan, los inicios de la Guerra Fría y la proliferación atómica- que implicó a muchos otros actores personales, institucionales y políticos. En particular, el artículo destaca el papel del “complejo militar industrial”, que sigue siendo hoy factor clave en la dinámica de las relaciones internacionales. Por lo demás, la película, propensa a la espectacularidad típica de Nolan, apenas indica los efectos de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki.

Luis Castro Berrojo

 

La desmesurada campaña promocional del Oppenheimer de Christopher Nolan ha venido seguida de una apoteosis de críticas entusiásticas. El New York Times, por ejemplo, ha calificado el biopic como “brillante”, “impactante”, “titánico”, “monumento cinematográfico”, etc.[1] Todo lo cual -desde nuestro punto de vista- no guarda proporción con el resultado: una película espectacular, con algunas interpretaciones y escenas destacadas, pero un tanto caótica en la yuxtaposición de episodios, falta de profundidad discursiva y sobrada de reparto y de metraje, sobre todo en las interminables escenas finales del proceso macarthiano a Oppenheimer y de los problemas de Lewis Strauss con el senado.  Desproporción no menor que las hiperbólicas notas de Nolan sobre el personaje: “Openheimer es la persona más importante que haya habido nunca. Hizo el mundo en que vivimos, para bien o para mal. (…) Su historia es central para el modo de vida que llevamos ahora y que vamos a llevar siempre. Cambió el mundo como nadie lo haya cambiado nunca”. Lo que nos recuerda la exclamación del presidente Truman al conocer el bombardeo de Hiroshima: “Es la cosa más grande de la historia”[2].

Pero querríamos hacer no una crítica cinematográfica, sino un análisis de sus referencias históricas, un tanto incompletas y confusas a pesar del piadoso respeto de Nolan por la exactitud de los hechos y de las declaraciones de los protagonistas. En este aspecto entendemos que la película ha querido mostrar, a grandes rasgos, cuatro temas históricos: la investigación, desarrollo, prueba y uso de las bombas uranio y de plutonio dentro del Proyecto Manhattan[3]; la evolución de la actitud de los científicos involucrados ante ese proceso y, por fin, la Guerra Fría como impulsora de la proliferación nuclear, la “caza de brujas” y la involución política del macarthismo. Y, claro es, la vida de Oppenheimer como piedra de toque para calibrar esos hechos históricos, incluyendo su vida personal y amorosa, que sirve de paso para mostrar su condición de “compañero de viaje” del comunismo en alguna etapa de su vida. Quizá demasiadas tramas para un solo guion.

Pues bien, estimamos que esta película, siendo objetiva al narrar ciertos hechos, deja fuera o desfigura otros, lo que puede trasladar un concepto parcial o erróneo al espectador medio, quizá no muy familiarizado con esas épocas y asuntos. Además, la desmesura lastra un tanto el enfoque general del film, al prodigar tomas en primer plano del personaje y difuminar un panorama mucho más complejo. Hay bastante más que contar y no poco que matizar o poner en duda. A pesar de todo, y aunque no dé una respuesta completa a todas las cuestiones, la película de Nolan tiene la ambición de plantear algunas y esa es su principal virtud, en nuestra opinión.

Cartel promocional de la película de Christopher Nolan

1.- Oppenheimer, ¿padre de la bomba atómica?

 El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César venció a los galos.
¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero?

(Bertolt Brecht. Preguntas de un obrero ante un libro)

En casi todas las innumerables noticias y críticas que circulan sobre esta película se repite machaconamente el viejo tópico del Oppenheimer “inventor” de la bomba. La película -dice, por ejemplo, un conocido comentarista- “aborda la compleja biografía de un científico genial que engendró algo tan asombroso y de efectos monstruosos llamado bomba atómica”[4]. Pero, por plantearlo de un modo también simplista y metafórico, Oppenheimer solo fue -y no es poco- el partero de la bomba, cuyos padres serían más bien la comunidad científica implicada y el complejo militar-industrial, que en un plazo récord de unos dos años diseñó, construyó y operó las gigantescas instalaciones de Oak Ridge, Hanford y Los Álamos, así como otras 37 instalaciones auxiliares en EE.UU. y Canadá. Sin olvidar que todo ello derivó de una instancia superior: la del presidente F. D. Roosevelt, resuelto a impedir que la Alemania nazi llevara la delantera en la carrera hacia la bomba atómica en el contexto de la II Guerra mundial. En consecuencia, el proyecto Manhattan fue un plan militar dirigido por el ejército, más concretamente por el cuerpo de ingenieros y el general Leslie Groves, cuyo papel, visto el asunto en su globalidad, fue de igual -si no mayor- relevancia que el de Oppenheimer.

En la película aparecen identificados más de veinte científicos del Proyecto Manhattan, si bien se echan en falta algunos que hubieran podido ser significativos en el relato, como Arthur Compton[5], James Frank, John von Neumann o Joseph Rotblat. Sobra decir que el éxito de todos ellos hubiera sido impensable sin el espectacular desarrollo previo de las ciencias físicas, desde el descubrimiento de la radiactividad (Marie Curie) hasta los años treinta, cuando el científico inglés James Chadwick descubre el neutrón, la “bala mágica” capaz de producir muy altas dosis de energía según la famosa ecuación einsteniana (E = mc²); cuando el húngaro Leo Szilard concibe la idea de la reacción en cadena y Lise Meitner y Otto Frisch dan la primera interpretación científica de ella, basándose en experimentos previos de Otto Hahn y Fritz Strassmann en la Alemania nazi[6]. Así lo veía el propio Oppenheimer: “lo que entendemos bajo el nombre de Física Atómica (…) comenzó a principios de este siglo y llegó a su cúspide durante su tercer decenio. Fue verdaderamente un tiempo heroico. Lo que se consiguió no fue obra de un solo hombre, sino resultado de la colaboración ejemplar entre numerosos científicos de muchos países”[7]. Lo mismo se puede decir del propio proyecto Manhattan, si bien en este caso, debido a la guerra, la colaboración internacional se redujo a EE.UU. Reino Unido y Canadá[8].

Con estos apuntes se sugiere que el Proyecto Manhattan fue una obra colectiva desde el punto de vista científico al exigir la cooperación de físicos, químicos, matemáticos, informáticos, especialistas en explosivos, climatólogos, ingenieros, etc. La intervención de Oppenheimer en él sin duda fue decisiva, pero lo mismo cabría decir de algunos de los científicos mencionados, cuya obra había merecido o merecería después el premio Nobel y cuyo prestigio era mucho mayor que el de Oppenheimer (quien no obtuvo sino varios doctorados honoris causa). En este aspecto, quienes le conocieron señalan sus limitaciones como experimentador, algo clave en la física moderna y más aún en el proyecto Manhattan, que debió probar una y otra vez distintas líneas de investigación para verificar su efectividad. «Como teórico —señala Roy Glaber, que le trató en Los Álamos— Oppie dio vueltas y visitó todos los lugares de experimentación. Se implicó en los experimentos todo lo posible, aunque nunca tocó los experimentos y nunca estuvo cerca de su realización».

En todo caso, hay que reconocer la inteligencia y la variedad de los conocimientos científicos y artísticos de Oppenheimer, que le permitieron, como señalara Groves, “una visión amplia y omnicomprensiva” del proyecto Manhattan[9] y que fuera capaz de reunir en Los Álamos a los mejores científicos del momento, con los que desde años atrás venía debatiendo las posibilidades derivadas de la fisión atómica y a los que encandilaba con su poética manera de expresarse. «No hablaba en el lenguaje ordinario», señaló el citado Glaber.

Físicos del Proyecto Manhattan en Los Álamos. De izquierda a derecha: Kenneth Bainbridge, Joseph Hoffman, Robert Oppenheimer, Louis Hempelmann, Robert Bacher, Victor Weisskopf y Richard Dodson (foto: SCIENCE SOURCE/SCIENCE PHOTO LIBRARY)

Que mantuviera cohesionado ese equipo, en el que se incluían sus familias, y que, apartados del mundo, trabajaran a marchas forzadas durante más de dos años sufriendo todo tipo de incomodidades es quizá la aportación específica de Oppenheimer al proyecto, tanto más notable cuanto que tuvo que sortear la manía de Groves por la “compartimentación” de las tareas y de la información, según la cual cada participante en el proyecto solo debía conocer su propio cometido y en ningún caso informar de ello a nadie. Algo que contravenía las seculares prácticas de la comunidad científica y que obstaculizaba una investigación de naturaleza intrínsecamente interdisciplinar. (En este sentido es absurda la reprimenda de Groves a Oppenheimer por haber visitado a Fermi en Chicago para ver el primer reactor nuclear exitoso, algo básico para la producción de plutonio y para los futuros reactores electrógenos).

Ahora bien, puestos a hablar del verdadero “padre de la criatura” atómica (gadget para los chicos de Los Álamos) tendríamos que referirnos al “complejo militar-industrial” que más tarde denunciaría Eisenhower como algo amenazador de la democracia y del bienestar de los pueblos: el gigantesco aparato de producción armamentística originado durante la II Guerra mundial que, además de multiplicar los arsenales convencionales de EE.UU y de sus aliados, puso en pie el proyecto Manhattan -el mayor programa científico de la historia-, y estimuló la carrera de armamentos posterior, con la colaboración de los ingenieros militares y siempre siguiendo las instrucciones del general Groves o de la Comisión de Energía Atómica, ya en la posguerra. Integrado por un puñado de grandes empresas industriales (Eldorado Mining, Union Carbide, Stone & Webster, du Pont, Kellogg, Westinghouse, General Electric,  etc.) y miles de otras subsidiarias, este complejo fue el que se encargó de poner a punto toda la infraestructura del ciclo atómico: la obtención de mineral de uranio, su enriquecimiento y transformación en plutonio, el diseño, construcción y funcionamiento de distintos tipos de reactores, tanto experimentales como de gran escala, el suministro de ingentes cantidades de agua y electricidad a las grandes plantas y, en fin, la fabricación de los bombarderos estratégicos que transportaron la bomba, por no hablar de la construcción y equipamiento de Oak Ridge, Hanford y Los Álamos, ciudades-cuartel de nueva planta donde llegaron a vivir decenas de miles de personas[10]. Todo ello llegó a emplear a más de 600.000 operarios -incluyendo los obreros de la construcción- y costó más de 2.200 millones de dólares al erario norteamericano. Ningún otro país tenía en ese momento la capacidad de movilizar tan ingente cantidad y variedad de recursos al servicio de la guerra.

En este vasto complejo industrial los científicos del proyecto Manhattan son meros recursos humanos cualificados, quizá no mucho más que los pilotos de los bombarderos que venían masacrando las ciudades alemanas o japonesas Y, siendo así, la figura de Oppenheimer no es sino una pieza más de una maquinaria gigantesca. Una pieza que, como tal, en un sistema de producción taylorista, como lo era el norteamericano, hubiera podido ser reemplazada. Quiere decirse que, por muy notable que fuera su gerencia del proyecto Manhattan, ello no implica que este no hubiera podido ser dirigido por algún otro de los científicos indicados, algunos de los cuales ya coordinaban grandes equipos de investigación en universidades (de hecho Groves pensó también en Compton, Lawrence y Urey[11]). Es más: cabe pensar que el proyecto hubiera podido salir adelante sin la presencia de Oppenheimer, mientras que no se hubiera podido prescindir de algunos los mencionados, pues aportaron hallazgos científicos clave, cosa que no hizo él[12].

Señala E. H. Carr que “la tendencia a proclamar el genio individual como fuerza creadora de la historia es característica de las fases primitivas de la conciencia histórica”[13]. La película de Nolan no es una obra de historia, quizá tampoco un documental cinematográfico, pero es deudora de ese simplista nivel de conciencia, a tono con las tendencias de la cultura del ocio y del individualismo hoy predominantes.  Pero interesa en este caso ampliar el ángulo de visión, pues las “vastas fuerzas impersonales” que impulsaron el proyecto Manhattan -básicamente, el gran capitalismo compenetrado con el núcleo del poder político-militar- siguen estando ahí alimentando la bestia de la carrera armamentista y el clima de Guerra fría permanente, lo que amenaza el futuro de la humanidad y de la vida en el Planeta. Para la ciudadanía que hoy quiera plantearse crítica y colectivamente este problema es conveniente tener claro cuál fue su origen.

Robert Oppenheimer (derecha) y Cillian Murphy (izquierda), el actor que interpreta al personaje en la película de Christopher Nolan (montaje: Fotrogramas)

2.- Oppenheimer, ¿crítico de la bomba y de la proliferación atómica?

La película de Nolan recuerda, cómo no, la frase que pasa a la historia cuando Oppenheimer contempla el estallido de la bomba en el desierto Jornada del Muerto, cerca de Los Álamos, donde se había concebido: “Soy la muerte. Soy el destructor de mundos…”, una cita del Bhagavad-Gita, libro sagrado hindú. Menos se conoce el comentario del físico Kennet Bainbridge, que también aparece en la película. No tan leído como Oppenheimer, exclamó: “Ahora, todos somos unos hijos de puta”. Y el general Theodore Farrell, segundo de Groves, habló de “… un rugido fuerte, sostenido e impresionante, que avisaba del fin del mundo”[14].

Se ve ahí y en otras declaraciones semejantes que los participantes en el proyecto Manhattan se sintieron invadidos por un doble sentimiento al contemplar el primer “hongo atómico”: la satisfacción por el éxito de su investigación y, por otro lado, las dudas morales acerca de sus posibles consecuencias. El biopic de Nolan lo señala en el caso de Oppenheimer, al que se atribuye una sensibilidad humana no menor a su inteligencia. Él “no estaba completamente libre de sentimiento de culpa”[15] y, como le dijo al presidente Truman poco después, creía tener las manos manchadas de sangre después de Hiroshima y Nagasaki. De ahí se pasa a su opinión contraria al desarrollo de la bomba termonuclear, lo que, unido a su pasado de “compañero de viaje” del comunismo le valió su defenestración como presidente del Comité científico de la Comisión de Energía Atómica (CEA). Pero si nos limitamos a ese relato, volvemos a tropezar con tópicos que distorsionan un poco la realidad, máxime cuando se sugiere además que ese tropiezo le arruinó su carrera y su vida y se le pone como ejemplo de luchador contra el peligro de la proliferación atómica.

Pues, ¿hasta dónde llega en el caso de Oppenheimer ese sentimiento de responsabilidad y de culpa ante los efectos de la bomba, por lo demás muy difundido entre los científicos que participaron en el proyecto Manhattan? Creemos que la cuestión se puede dilucidar observando dos cosas: por un lado, la evolución de la actitud de algunos de sus compañeros, en contraste con la suya, y, por otra parte, la postura de Oppenheimer dentro de las instituciones en las que participó desde el proyecto Manhattan hasta los años cincuenta, cuando se le sometió a escrutinio político.

A finales de 1944, gracias a la operación Alsos del ejército de EE.UU., se supo que la Alemania nazi no estaba en condiciones de fabricar armas nucleares y también era evidente que más pronto que tarde estaba abocada a la derrota.  En ese momento algunos científicos del proyecto Manhattan consideraron innecesario finalizar el proyecto de la bomba y que, si de todos modos se fabricaba esta y se decidía lanzarla sobre Japón, antes de su uso sobre zonas habitadas sería conveniente hacer una demostración en algún desierto o isla deshabitada como advertencia para las autoridades japonesas, a las que se conminaría a la rendición. Fue entonces cuando Josef Rotblat, futuro premio Nobel de la paz, abandonó el proyecto Manhattan por motivaciones éticas. A la vez esos científicos fueron avanzando algunas propuestas para el medio y largo plazo: acordar la eventual decisión del uso de la bomba con los aliados, especialmente con la URSS, para evitar la desconfianza y una posible proliferación nuclear; establecer una autoridad internacional que controlara los usos de la energía nuclear, divulgar internacionalmente los conocimientos y la tecnología adquiridos en ese ámbito, pasar la gestión de los asuntos atómicos a manos civiles, etc.

Robert Oppenheimer, con sombrero, y el general Leslie Groves (a su lado) examinan junto a otros científicos y militares los restos de una torre arrasada por la primera prueba atómica, en Nuevo México (foto: Getty Images)

Las iniciativas más importantes para promover esas ideas fueron dos: la de James Franck, del Laboratorio Metalúrgico de Chicago, quien, a mediados de junio de 1945, dirigió a Stimson, secretario de Guerra, un largo informe exponiendo las propuestas. El escrito llevaba otras siete firmas, entre ellas las de Szilard, Rabinowich, Seaborg y Wigner, pero reflejaba un estado de opinión mayoritario entre los científicos del Met Lab[16]. Por otro lado, con fecha de 17 de julio Szilard trató de enviar al presidente Truman una “petición” para que se tuvieran en cuenta las graves implicaciones morales y políticas que conllevaría el uso de la bomba, que, en todo caso, no se debía emplear sin ofrecer previamente a Japón unas aceptables condiciones de rendición. El escrito, firmado por 70 científicos de Oak Ridge y Chicago, señalaba el peligro de “abrir la puerta a una era de devastación a una escala inimaginable” si se lanzaba la bomba[17].

¿Y cuál fue la actitud de Oppenheimer en esa coyuntura? Pues bien, cuando el informe de Frank llegó a Los Álamos en búsqueda de apoyos no sólo se opuso a su difusión, sino que dio cuenta del mismo a Groves, quien evitó la llegada del escrito a la Casa Blanca y empezó a sopesar la posibilidad de expulsar del proyecto a los desafectos[18]. (En la película se ve cómo Oppenheimer rechaza con malos modos el pliego de firmas que le ofrece Szilard). Más adelante reconoció haber tenido cargo de conciencia por los bombardeos de Japón, pero no debió de ser muy fuerte ya que participó en el comité encargado de seleccionar las ciudades japonesas que servirían de objetivo para la bomba (entre otros, se manejó el criterio de que fueran núcleos no bombardeados previamente, de modo que se pudieran evaluar bien los efectos destructivos). Posteriormente formó parte del grupo asesor del Comité Interino encargado de elevar a Truman el dictamen final sobre el uso de la bomba. Tanto él como Fermi, Compton, Lawrence y Teller, asesores del comité, mostraron una postura coincidente con la resolución, que fue aprobada con un solo voto en contra (la del representante de la Marina, Ralph A. Ward): “… no podemos proponer ninguna exhibición técnica [de la bomba] que pueda poner fin a la guerra; no vemos ninguna alternativa aceptable al uso militar directo”[19].

Los científicos citados -desde luego Oppenheimer también- pensaban entonces que su misión acababa al asesorar al gobierno en materias científicas, sin opinar sobre cuestiones militares o políticas, como hacían muchos de sus compañeros. Cierto sentido del patriotismo les obligaba a dejar de lado sus escrúpulos morales o políticos, si los tenían, en aras de los supuestos intereses de su nación en guerra. Una actitud moral no muy distinta de la mostrada por los militares y civiles nazis acusados ante los tribunales de Nuremberg u otros, que alegaron como exculpantes de sus crímenes contra la humanidad la “obediencia debida” al superior, fuera cual fuera la naturaleza de sus órdenes. Estaba de más tener en cuenta que había compromisos internacionales como los congresos de La Haya de 1899 y de 1907 (este promovido por Ted Roosevelt) que vetaban el uso de explosivos de gran potencia en la guerra, el lanzamiento de bombas desde el aire y tomar a la población civil como objetivo[20].

En la posguerra Oppenheimer participó activamente en la formulación de la política nuclear, sobre todo como presidente del Comité asesor asesor de la CEA, creada en 1946 para hacerse cargo del proyecto Manhattan y gestionar el futuro I+D en ese ámbito. Es cierto que entonces se habló mucho sobre la promoción de los usos pacíficos de la energía nuclear, del bienestar social y de la colaboración con otros países y con la recién creada Organización de Naciones Unidas para asegurar la paz y la ayuda mutua internacional, pero el hecho es que EE.UU., lo mismo que las demás potencias atómicas, tardaron bastantes años en disponer de centrales nucleares de generación eléctrica comercial (en EE.UU. ello no ocurrió hasta 1960 y en la URSS, en 1964)[21] y solo en los años cincuenta, con la administración Eisenhower, se empezaron a desclasificar algunos documentos relacionados con los “Átomos para la paz”. La Agencia Internacional para la Energía Atómica, cuyo fin era el control de los usos militares de esta, no se creó hasta 1957.

R.J. Oppenheimer señala la imagen de una explosión atómica en la American Chemical Society Exhibit on atomic energy en el Grand Central Palace a un grupo formado (de izquierda a derecha) por: el profesor H.D. Smythe; el general K.D. Nichols, uno de los jefes del proyecto Manhattan, y G.T. Seaborg (foto: Picture Alliance/DPA/UPI).

Mientras tanto, los nuevos reactores nucleares seguían dedicándose fundamentalmente a la producción de material fisible para las bombas que incrementaban los arsenales atómicos hasta llegar al nivel de overkill en los años sesenta. Y es que la CEA, a pesar de su carácter “civil” fue incapaz de frenar el impulso armamentista iniciado por el proyecto Manhattan y, en consecuencia, conservó y amplió sus programas, sus infraestructuras y su personal, y siguió desarrollando nuevos artefactos atómicos y nuevos vectores para transportarlos a cualquier lugar del planeta (submarinos, portaaviones, misiles ICBM, SLBM, ALBM, ABM, etc.). Todo lo cual fue factor determinante del inicio de la Guerra fría y de la proliferación atómica[22].

Oppenheimer, a pesar de sus reservas, respaldaba esta prioridad que la CEA daba al arsenal armamentístico y si acabó manifestándose en contra de la bomba de hidrógeno[23], lo mismo que los otros siete científicos del Comité asesor (entre los que estaban Fermi, Conant y Rabi, para los que la bomba era “un peligro para toda la humanidad (…), un mal desde todos los puntos de vista”), no fue tanto porque la rechazara en sí misma -de hecho, había tolerado que Teller investigara sobre ella en Los Álamos y él mismo había informado al Comité interino en 1945 de que podría estar disponible en unos tres años-, sino porque la consideraba innecesaria y muy peligrosa sin la existencia de un entendimiento internacional previo, sobre todo con la URSS[24]. Hablando a propósito de esa bomba, Oppenheimer escribió a Conant: “sería locura oponerse a la investigación de esta arma. Siempre supimos que debía ser hecha y tiene que ser hecha… Pero que nos comprometamos con ella para salvar al país y la paz me parece muy peligroso”. Pues, por otra parte, él asumía el dogma de que en la Guerra fría choque con la URSS sería “inevitable”[25]. En todo caso, su informe desfavorable sobre la bomba de hidrógeno fue la principal discrepancia que tuvo con Lewis-Strauss, presidente de la CEA y ardiente partidario de la misma, como la mayoría de los militares y de la clase política del momento, empezando por el presidente Eisenhower.

A pesar de todo, Oppenheimer quedaba bastante distanciado de esos científicos críticos “preocupados” (concerned) por los usos militares de la energía atómica, muchos de ellos compañeros del proyecto Manhattan. Estos veían a Oppenheimer más cerca del gobierno que de ellos y no esperaban -ni obtuvieron- su respaldo al Comité de Emergencia de los Científicos Atómicos, creado en 1946 por Szilard y Einstein, ni a otras iniciativas posteriores, como la de la Sociedad de Científicos Atómicos, creada en 1947 en torno a un boletín informativo y al famoso “Doomsday Clock”, que marca con su minutero oscilante la cercanía de la humanidad a apocalipsis. La actividad militante de estos científicos se orientaba a informar a la ciudadanía de los riesgos del uso del átomo, especialmente en su versión militar, esperando que ello motivara movimientos cívicos de opinión en demanda de la paz y la colaboración internacional[26]. Este fue el origen del movimiento pacifista y antinuclear que, con altibajos, llega hasta hoy. En este sentido, la cercanía humana de Oppenheimer y Einstein que muestra la película, desde luego, está lejos de reflejar la diferencia de actitud ante la responsabilidad moral del científico que uno y otro tenían.

Finalmente, hay una noción de la ciencia en Oppenheimer un tanto superficial, por no decir frívola, que ayuda a entender esa actitud equívoca que algunos le reprochaban. Se puede detectar, por ejemplo, en pasajes como el siguiente acerca de la bomba: “Si asoma algo que a uno le parece técnicamente dulce (technically sweet) -opinaba Oppie– se emprende sin duda y se lleva a cabo; las reflexiones sobre qué debe hacer con ella vienen una vez que se ha obtenido su éxito técnico. Así ocurrió con la bomba atómica. No creo que hubiese nadie que se opusiera”[27]. Va implícita la noción de la autonomía del científico en la búsqueda de “la verdad” y del conocimiento al margen de valoraciones éticas o políticas de su actividad, algo más bien irreal e irresponsable a la altura del siglo XX. Ya antes de la guerra había habido sólidas reflexiones acerca de «la función social de la ciencia» y de la necesidad de que los científicos se plantearan colectiva y críticamente las implicaciones de su actividad, para no ser «herramienta indefensa en manos que le alejan del avance social», tal como señalaba John D. Bernal en su ensayo «La función social de la ciencia», de 1939.

Por otros indicios podemos detectar también un alejamiento de sus ideas progresistas de los años treinta, con una evolución que, por lo demás, fue bastante común en otros personajes académicos, literarios y artísticos de la época durante la Guerra fría.

Oppenheimer, como presidente del Comité Consultor General de la Comisión de Energía Atómica, durante una comparecencia ante una comisión del Congreso (imagen: Associated Press)

 

3.- Algunas observaciones críticas adicionales

Sería pedir peras al olmo esperar de la película de Nolan algún elemento que escapara al dominio del tópico historiográfico o, mejor dicho, a la versión oficial de algunos hechos.

Quiere decirse que, por ejemplo, en ella se asume la postura de que la bomba fue necesaria para conseguir la victoria sobre Japón, como ya señaló Truman en agosto de 1945 al día siguiente de Hiroshima: “Hemos utilizado [la bomba] para acortar la agonía de la guerra, para salvar las vidas de miles y miles de jóvenes estadounidenses. (…) Continuaremos usándola hasta que destruyamos completamente el poder de Japón para hacer la guerra”. Ahora bien,  Teller le dice a Oppenheimer en la película que la bomba no ha sido necesaria, pues Japón estaba ya en las últimas y, siendo así, la bomba marcó “más que el fin de la II Guerra mundial, el inicio de la Guerra fría”.  Una opinión semejante tuvieron entonces muy altos mandos militares, como McArthur, Eisenhower y Nimitz, entre otros, y la historiografía norteamericana -aunque sigue siendo un asunto polémico-, hoy respalda más bien la tesis de que la bomba fue innecesaria para vencer a Japón y que más bien fue lanzada como advertencia a la Unión Soviética, que hubiera debido atacar a Japón el día anterior al lanzamiento sobre Nagasaki, y como medio de afirmar ante el mundo la nueva hegemonía de los EE.UU.[28].

Aunque quizá la segunda parte de la película de Nolan hubiera merecido un tratamiento aparte, la verdad es que ese tramo, referido a los hearings de Oppenheimer y de Lewis Strauss, refleja cabalmente el ambiente del periodo de la “Amenaza roja” (red scare) en EE.UU., que duró con altibajos desde 1947 hasta 1970. Con este telón de fondo, el proceso de Oppenheimer es arquetípico desde todos los puntos de vista.

En primer lugar, si, como dice el American College Dictionary, el macartismo es “(1) una acusación pública (…) sin apoyo en la verdad y (2) una técnica de investigación fraudulenta”, al proceso de Oppenheimer le cumple del todo la definición, aunque cabría añadir que no solo se examinaron los supuestos antecedentes político-sociales del acusado, sino también su vida privada (más o menos como venía haciendo el aparato represivo franquista en España). La película deja patente este aspecto, evidenciando que las acusaciones de “espía soviético” eran un insulto a la inteligencia, pues Oppenheimer venía siendo estrechamente vigilado por el FBI desde 1942, momento en que Groves no le hubiera nombrado director de Los Álamos si hubiera tenido la más mínima sospecha de su conducta.

Oppenheimer, presidente del presidente del Comité Consultor General de la Comisión de Energía Atómica, con James B. Conant, el general James McCormack, Harley Rowe, John Manley, I. I. Rabi y Roger S. Warner (foto del libro de Kai Bird y Martin Sherwin «Prometeo americano: el triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer», Ed. Debate, 2023)

Por otro lado, la personalidad de Oppenheimer tenía facetas muy típicas para despertar la sospecha y la animadversión del vociferante lobby anticomunista. (1) Tenía antecedentes de “compañero de viaje” de los comunistas en los años treinta -como otros muchos de su entorno académico y cultural-, en buena medida como resultado de su sensibilidad ante los problemas sociales y raciales provocados por la crisis económica; y seguía manteniendo relaciones personales con izquierdistas aunque no compartiera sus ideas. (2) Era judío y, como tal, sospechoso de desafección hacia su país y propensión a ideas alejadas del mainstream cultural de la sociedad norteamericana. Edgar Hoover, director del FBI, escribió que “las personas de fe judía y los comunistas tienen algo en común”[29] y en la Alemania nazi se decía que la física moderna era una ciencia “judía”. (Bien es cierto que la gran mayoría de los científicos del proyecto Manhattan eran judíos, como también lo eran Lewis Strauss, David Lilienthal, primer presidente de la CEA, o el almirante Rickover, impulsor de los navíos de propulsión atómica). Aunque no tan vivo como en Europa, el antisemitismo seguía latenteen EE.UU. desde finales del siglo XIX. (Y 3) Oppenheimer se permitía emitir públicamente opiniones discrepantes con las de sus superiores.

Sin embargo, no cabe admitir la imagen de un Oppenheimer disminuido o sumido en la miseria moral y material como consecuencia de que se le cerrara el acceso a la documentación de la CEA. Así se podría pensar si creyéramos lo que dice un poco histéricamente Kitty, su esposa, en la película. Según ella, ahora iban a perder todo: la reputación, el trabajo, la casa… Sin embargo, aunque el proceso le debió de afectar moralmente, en especial la actitud ambigua durante el proceso de viejos compañeros como Lawrence y Teller, Oppenheimer salió adelante ­-“pasó página”, decía- y pronto recuperó un prestigio y una popularidad muy notables. Siguió dirigiendo durante años el Instituto de Estudios Avanzados, ubicado muy cerca de su lujosa mansión; siguió siendo requerido para dar charlas dentro y fuera de EE.UU., incluido Japón; fue mimado por la prensa de masas (aparece en la primera de las revistas Life y Time, las de mayor tirada); fue elegido por la Agencia Internacional de la Energía Atómica como representante de EE.UU. y, en fin, “veraneó” con su familia en un apartamento de las islas Vírgenes. El remate fue que J. F. Kennedy le devolvió el apoyo del gobierno adjudicándole el premio Enrico Fermi en 1963, aunque no tuvo ocasión de dárselo debido a su asesinato: le cupo a Johnson ese honor.

Finalmente, llama la atención en la película la escasa referencia a los efectos de las bombas, reducida a unas breves imágenes alucinatorias y a unos datos sobre el monto de las víctimas. Ahí hubiera sido impactante el recurso a los documentales que hizo el propio ejército norteamericano poco después de los lanzamientos y que estuvieron clasificados durante décadas, lo mismo que los informes científicos entonces elaborados.

Si Oppenheimer falleció relativamente joven ello pudo deberse más bien a su condición de fumador empedernido y amante de los combinados alcohólicos, cosas ambas que sí se reflejan bien en la película de Nolan.

Imagen captada a las 11 de la mañana del 6 de agosto de 1945 por el fotógrafo Yoshito Matsushige en el puente Miyuki de Hiroshima, en la que aparecen numerosas víctimas de quemaduras causadas por la explosión (foto: Chugoku Shimbun/The Wire)

[1] Manohla Dargis, “Oppenheimer Review: Oppenheimer, A Man for Our Time”, NYT, 19/7/2023.

[2] La cita de Nolan en Dennis Overbie, “Christopher Nolan and the Contradictions of Robert Oppenheimer”, New York Times 20/7/2023; la de Truman en    Oliver Stone y Peter Kuznick, The untold history of the United States, p. 171.

[3] El Proyecto Manhattan concibió tres tipos bombas atómicas: las dos de fisión (la de plutonio, que fue probada en el test Trinity y luego lanzada sobre Nagasaki y la de uranio enriquecido, que cayó sobre Hiroshima) y la de fusión atómica o termonuclear, de la que se habló pero no llegó desarrollarse entonces por su complejidad. En 1949 fue motivo de discrepancia entre Oppenheimer y Lewis-Strauss.

[4] Carlos Boyero en El País, 20/7/2023.

[5] Compton, director del laboratorio de la universidad de Chicago y del consejo asesor en materia nuclear -previo al proyecto Manhattan-, fue quien primero encargó a Oppenheimer el estudio de algunos aspectos de la bomba. (Leslie Groves, Now, it can be told; the story of the Manhattan Project, New York, 1962, p. 60).

[6] Lawrence Badash, “American Physicists, Nucler Weapons in World War II and Social Responsability”, en Physics in Perspective 7, (2005); un estudio más general en Diana Preston, Antes de Hiroshima. De Marie Curie a la bomba atómica, Tusquets, Barcelona, 2008; biografías de estos científicos en www.atomicarchive.com/resources/biographies/meitner.html.,

[7] Robert Jungk, Op. cit., p. 12.

[8] Además, el gobierno belga en el exilio autorizó el abastecimiento de mineral de uranio proveniente de El Congo. Por simplificar, obviamos las aportaciones de Canadá y Reino Unido al proyecto Manhattan, que fueron muy importantes.

[9] Leslie Groves, Op. cit., p. XI.

[10]  Richard Hewlett and Oscar E. Anderson, jr, A history of the United States Atomic Energy Commission. The new world, 1939 /1946, 1962. Apéndices.

[11] Preston, Op. cit., p. 253.

[12] Pongamos por caso a Fermi, que fabricó la primera pila (reactor) atómica productora de una reacción en cadena controlada; a Harold Urey y Ernest Lawrence, que lograron obtener el uranio enriquecido por varias vías; a Glenn Seaborg, que consiguió la transmutación de uranio en plutonio o a Hans Bethe y Richard Feynman, que calcularon la masa crítica necesaria para provocar la explosión de la bomba, así como sus efectos.

[13] E. H. Carr, ¿Qué es la historia?, 1961, p. 59.

[14] Oliver Stone y Peter Kuznick, Op. cit., pp. 162-163.

[15] Preston, Op. cit., p. 17.

[16] Badash, Op. cit. (Según este autor solo el 15 % los científicos del Met Lab eran partidarios del uso militar directo). El texto del informe Frank en www.atomicarchive.com/resources/documents/manhattan-project/franck-report.html.

[17] https://www.atomicarchive.com/resources/documents/manhattan-project/franck-report.html.

[18] Oliver Stone y Peter Kuznick, Op. cit., pp. 161.

[19] “Recommendations on the Immediate Use of Nuclear Weapons”, by the Scientific Panel of the Interim Committee, June 16, 1945, (en Nuclearfiles.org); Preston, Op. cit., p. 322; Jungk, Op. cit., pp. 154-159.

[20] Preston, Op. cit., pp. 19-20

[21] El oligopolio eléctrico tardó en arriesgarse en el negocio atómico, de dudosa rentabilidad en sus primeros momentos. El Estado debió hacerse cargo, entre otras cosas, de la responsabilidad civil en caso de accidente catastrófico, algo que ya había hecho durante el proyecto Manhattan.

[22] Luis Castro, “Átomos para la paz”: el doble lenguaje del presidente Eisenhower”, en Conversación sobre historia, junio de 2022.

[23] La bomba termonuclear significó un brutal salto en el orden de magnitud destructivo. Baste señalar que su potencia se mide en megatones, mil veces más que los kilotones de Hiroshima. George Kennan, asesor del Consejo de Seguridad, también se opuso a su desarrollo.

[24] Hewlett y Anderson, Op. cit., p. 356-359; Jungk, Op. cit., p. 236. Se consideraba mejor el impulso de las bombas de fisión, más pequeñas y adaptadas en caso de ataque a la dispersión urbana de la URSS, mientras que las bombas H tendrían más letales efectos en los grandes núcleos urbanos de EE.UU.

[25] Philip S. Stern, The Oppenheimer Case: Security on Trial, 1969, pp. 115 y 137. Cursiva en el original. La opinión sobre el choque con la URSS apareció en un artículo de Oppenheimer en Foreign Affairs.

[26] Esta actividad informativa era tanto más necesaria cuanto que los asuntos atómicos habían estado bajo estricto secreto y ni la mayoría de los miembros del gobierno, incluido el vicepresidente Truman, ni el Congreso, ni el Senado, ni la prensa estaban al tanto del asunto. Ese secretismo continuó durante la Guerra fría. Va de suyo que las decisiones sobre el desarrollo armamentista quedaban exclusivamente en manos de algunos altos mandos militares y del presidente, sin participación ciudadana alguna.

[27] Jungk., Op. cit., p. 259.

[28] Luis Castro, «Cuando la flecha está en el arco, tiene que partir»: Hiroshima, 1945 – 2023”, Conversación sobre historia, junio 1, 2023, cap. 3.

[29] Richard A. Schwartz, Cold War Culture, 2000, p. 192. Se trata de una cita sacada del libro de Hoover Masters of Deceit: The History of Communism and How to Fight It (1958).

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: fotograma de la película Oppenheimer (foto: La Tercera)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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5 COMENTARIOS

  1. ¿Salvemos al soldado Nolan?

    Buen resumen crítico el que nos deja Luis Castro. La película deja el desarrollo de la bomba como si de un hecho científico se tratase, cuando en realidad fue un proyecto en el que el peso de lo industrial fue el determinante. Eso queda reflejado de manera muy metafórica en la pecera y la copa que se van llenando de canicas. Cada una de esas canicas era un proceso de producción industrial acelerada que no se muestra en la película. Al no mostrase esto en la obra, posiblemente porque el director ha querido plantear el hecho histórico a través de un juego de actores realmente impresionante, pasa todo lo que nos muestra Luis Castro. Partiendo de Carr y Bernal, Luis nos recuerda que hacer historia de la ciencia personalista (de individuos) no es el camino más adecuado para hacer historia. ¿Puede Nolan saltarse estas cuestiones para hacer que la película gire sobre una única personalidad? Sí, claro que puede en su condición de artista. Además, logra a través de la biografía de Oppenheimer reflejar una sociedad y sus evoluciones. Eso lo consigue con el duelo de actores Robert Downey – Cillian Murphy, que es lo que es en esencia esta película y el hecho por el que recibirá sus premios. Pero todo esto no que quita para que nos veamos obligados como historiadores a matizar, tal y como hace Luis Castro.

  2. No he visto la película y no sé si la veré. Cierto tufillo a «make America first»…tal vez. Además estoy seguro que es más instructivo el comentario de Luis Castro que la película .

  3. Artículo bien interesante, que da una visión mejor y más amplia que la película de Nolan de todo el origen, desarrollo y posteriores consecuencias de la bomba, o mejor, bombas atómicas. Estando esencialmente de acuerdo con el enfoque del artículo y con su autor, gran conocedor del tema, quien señala con acierto los enormes vacíos y contradicciones históricas de la película, eso no quita para que, cinematográficamente, me parezca muy buena. Lo cierto es que está vinculada por completo a la biografía de Oppenheimer en que se basa. Biografía minuciosísima y de gran extensión, sobre la que se adapta el guion -con algún cambio-, se podan personajes y se trastocan situaciones en aras de intentar hacerla comprensible -y creo que ni aun así lo consigue para el público en general-, pero cuya línea argumental se mantiene, haciendo girar todo alrededor de la figura de Oppenheimer y convirtiéndole en una especie de héroe, un «Prometeo americano» de nuestro tiempo, como se subtitula la biografía. Esta simplificación, algo bastante propio de las biografías, queda muy bien para el cine (y más enfatizando el enfrentamiento personal con Levis Strauss), pero no se compadece con la globalidad y complejidad de la verdad histórica, como este artículo apunta muy atinadamente.

  4. Muy mal artículo. A medida que lo iba leyendo no entendía si era un elogio o una crítica la película, porque todo lo que aquí se indica me parece justamente el mensaje de la cinta. Por ejemplo, que Oppehnheimer no fue más que un peón en la historia, queda totalmente claro. El hecho de que en la narración fuéramos conociendo los acontecimientos a través de sus ojos ( el libro está basado en el libro Prometeo Americano), no es sinónimo de interpretar que él fue moviendo el hilo y marcando la pauta de los sucesos. Critica gratuita y pretenciosa

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