Orosia Castán evoca en este artículo la convulsa situación política del tardofranquismo en Valladolid, donde la movilización democrática y de izquierdas chocaba contra fuerzas muy conservadoras. Frente a uno de los focos de esta movilización, la Universidad, las autoridades de la dictadura reaccionaron cerrando varias facultades y con una represión policial que estuvo a punto de dar lugar a un nuevo caso Ruano en la persona del estudiante de magisterio José Luis Cancho (más tarde reputado escritor). El artículo denuncia la reconstrucción que de estos hechos realizó Andrés Trapiello en la novela El buque fantasma, donde aprovecha su fugaz paso por la Universidad de Valladolid y por la Joven Guardia Roja para elaborar una autoficción en la que manipula hechos y personajes reales (apenas disfrazados) a mayor gloria de la construcción de su figura de intelectual público, una plataforma a la que se auparía usando el capital moral e intelectual de un izquierdismo juvenil desengañado. Como otros de su estilo moral y político (los Azúa, Espada, Savater o el actual consejero autonómico Gonzalo Santonja) ha ido a grandes trancas a colocarse cómodamente entre la derecha y su extremidad. “Con una mezcla de frivolidad en los contenidos y prepotencia en la forma estilística”, (Sánchez Cuenca, “la desfachatez intelectual”), Trapiello distorsiona sistemáticamente la realidad de los grupos izquierdistas y el sentido del movimiento ciudadano en pro de las víctimas de la Guerra civil y del franquismo, como se evidencia en este ágil artículo de 2013 que fue despectivamente replicado por el autor.
Orosia Castán
Andrés Trapiello comenzó hace ya muchos años una lamentable cruzada contra la izquierda, la Memoria Histórica y quienes se dedican a ella, los investigadores, las víctimas, los historiadores, Garzón …; pocos se libran del azote verbal de este converso, que no se cansa de fustigar a todo bicho viviente con argumentos incoherentes cuya finalidad no se comprende muy bien.
Las personas que actúan así no se merecen la atención de nadie; pero Trapiello va necesitando una respuesta y yo misma, en mi triple condición de víctima, investigadora y ciudadana, voy a intentar poner las cosas en su lugar.
En los años 70, Trapiello vino a estudiar a Valladolid como muchos leoneses, pues en su ciudad de origen no había universidad.
Eran años convulsos y llenos de peligro. El franquismo, consciente de su agotamiento, actuaba con la máxima violencia en la represión de cualquier movimiento que lo cuestionara, y Valladolid era una ciudad activa en la que trabajaban muchos grupos políticos en contra de la dictadura. La situación era crítica y todo el mundo se definía en uno u otro sentido.
En la universidad, Trapiello se unió al Partido del Trabajo, cuyos principios sigue descalificando a día de hoy con perseverancia inaudita. La causa de su militancia, breve y desganada, es fácil de comprender en aquel contexto en el que todo el mundo se veía abocado a posicionarse.
Ser de izquierdas y militar en un partido clandestino le debió parecer al leonés una cosa que molaba, aunque al principio no se diera cuenta de que era también arriesgado y peligroso.
Los camaradas que trataron con él lo definen como un guapo poco comprometido, poco inteligente y poco leal, característica ésta que demostró sobradamente un poco más adelante. Las adolescentes de la Joven Guardia Roja, las juventudes del PTE a las que yo pertenecía, lo llamaban maliciosamente “Yo-yó” por su tendencia a abusar de ese pronombre personal.
En Valladolid las cosas estaban feas y en el año 1974 se produjeron muchas detenciones, entre ellas las de cinco afiliados al PTE que fueron tratados como os podéis imaginar.
Algunos de estos detenidos estaban muy cerca de Trapiello, pero a pesar de los tratos dispensados en la comisaría no cantaron, es decir, que Trapiello y los demás compañeros de militancia nos libramos de ser detenidos, torturados, apaleados y hasta defenestrados gracias a la resistencia y al valor de todos ellos. Y que nadie piense que es una exageración: uno de los detenidos, José Luis Cancho, fue arrojado por la ventana de comisaría después de unas sesiones de tortura, pero no delató a sus compañeros, por más que eso casi le costara la vida.
En 1975 el ambiente se hizo irrespirable en la ciudad. Los elementos de Fuerza Nueva intentaban amedrentarnos con agresiones y hasta con secuestros; la policía, omnipresente en las calles, estaba siempre en posición de ataque, y para rematar el panorama, el cierre de la universidad supuso para muchos de los estudiantes más comprometidos el final de su carrera académica.
Trapiello puso tierra por medio y marchó a Madrid. Era plenamente consciente de la categoría moral y del valor físico de sus compañeros, quienes demostraban continuamente la calidad de su compromiso y la extremada coherencia con que vivían la vida que les había tocado.
Sin embargo, un tiempo después llegó a Valladolid la noticia de que el leonés publicaba una novela titulada “El buque fantasma”, cuya materia prima era claramente nuestro partido, los camaradas, los sucesos de aquellos años, nuestro ambiente; todo ello era perfectamente reconocible, aunque eso sí, estaba manipulado malévolamente por el autor, que caricaturizaba y mixtificaba hechos y personas, aunque no lo suficiente como para hacerlos irreconocibles.
Era difícil de creer, y más en aquellas circunstancias, que una persona que había conocido personalmente la situación y la actuación de los compañeros se descolgara con un ejercicio de deslealtad, de frivolidad y de irresponsabilidad como aquel, pero así era. Trapiello convertía la realidad en esperpento; no llegaba a hacer un retrato costumbrista, ni su escrito tenía gracia, o chispa siquiera. Era una obrilla mediocre, de la que él mismo dice que es “la obra que peores críticas ha tenido en todo el mundo”, aunque para ser exactos, hay que decir que a pesar de los apoyos que tuvo entre la derecha más reaccionaria, la obra pasó sin pena ni gloria.
Entre la indignación y el regocijo, los compañeros fuimos leyendo por turnos el mamotreto en el expositor de un centro comercial, ya que nadie quisimos comprarlo. Fue triste comprobar cómo el escribidor suplía su falta de creatividad con la revisión interesada de una historia tan tremenda como aquella que habíamos vivido; y hay que insistir en el hecho de que el autor conocía personalmente a aquellos a quienes retrataba de manera tan despiadada e inexacta; conocía su integridad, su compromiso, su sacrificio, pero eso no le impidió presentar nuestra lucha bajo la perspectiva del fustigador que habla de primera mano desvelando todo tipo de aberraciones, del estilo “Yo estuve entre los rojos” o algo así.
El libro, como todos sabemos, no tuvo éxito, por lo que Trapiello se decidió a autoeditarse y ya de paso, a reeditar a los que consideraba grandes autores, como Agustín de Foxá ante la alegría de la caspa derechista.
Su falta de inspiración le obligó a volver a ser Yo-yó, y en el transcurso de esa autocontemplación escribió una magna obra titulada Los Pasos Perdidos y compuesta por un montón de tomos… de sus memorias; todo ello antes de cumplir los 50 años.
Y por más que él considerase su vida como algo fascinante, la realidad demostró un gran desinterés entre las masas lectoras. Posiblemente sea éste el motivo que lo obligó a salir de su ensimismamiento y a buscar otra fuente de inspiración.
La aparición de la llamada Memoria Histórica le vino como anillo al dedo, porque reunía una serie de temas sobre los que podía desbarrar a gusto: la República, los rojos, la violencia, la Historia, la Verdad… El leonés, fiel a sí mismo, no dudó en utilizar estos argumentos de manera harto liberal como trama para sus escritos, aprovechando la coyuntura para descalificar a las asociaciones, a los investigadores, a los familiares y sobre todo al juez Garzón, a quien acusaba directamente de dividir a la sociedad española sacando a colación aquello por lo que la izquierda, según él, tenía tanto que callar.
De esta manera se unió al grupo de conversos corifeos que atacan, descalifican e insultan a las víctimas y a los investigadores, ganándose con ello el respaldo, el aplauso y las treinta monedas de los círculos derechistas, siempre necesitados de este tipo de voceros.
Trapiello, de paso, puede desquitar sus frustraciones cargando contra la universidad, contra los profesores e investigadores; contra Garzón, contra las víctimas y contra todo bicho viviente, porque como él mismo dice, todos ellos se equivocan, hacen trampas al explicar la Historia y no dicen la verdad; y por si esto fuera poco, se niegan a que sea él, Andrés García Trapiello, quien dirima de una vez los hechos históricos por medio de sus novelas, lo que desde luego, les hace merecedores del odio y el desprecio de este señor con bolígrafo.
Orosia Castán es investigadora y activista del movimiento memorialista, preside el grupo Verdad y Justicia Valladolid, forma parte de la junta directiva del Foro por la Memoria de Castilla y León y sus últimas obras publicadas son Laguna de Duero: la verdad oculta (2017) y Tudela de Duero: los años oscuros (2022).
Fuente: artículo publicado originalmente en Último Cero (2013) que fue objeto de una réplica de Andrés Trapiello.
Portada: estudiantes de la Universidad de Valladolid corren perseguidos por la Policía Armada (foto: Archivo Municipal de Valladolid)
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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