En «Conversación sobre la historia» hemos publicado numerosos trabajos sobre la guerra de Gaza y el exterminio del pueblo palestino por parte de Israel. Aparte del punto de vista del derecho Internacional, de la geopolítica y de la historia reciente −predominante en esos escritos−, nos ha parecido interesante señalar el factor religioso dentro del movimiento sionista, pues añade una perspectiva iluminadora sobre esta tragedia. La idea mítica de un pueblo escogido por Dios hace milenios que, después de las innumerables penalidades de la diáspora, tiene derecho a ocupar la Tierra prometida de sus antepasados es la clave principal del sionismo. Ello nos lleva a buscar analogías entre las prácticas del antiguo pueblo de Yahvé, que conquistó Palestina a punta de espada y exterminó a sus pobladores, y la actual política genocida del gobierno de Netanyahu.

 

Netanyahu, la última maldición bíblica
(El factor religioso en el sionismo actual)

 

Luis Castro

 

Mis compañeros de armas pensaban que habían entrado en un lugar que siempre les había pertenecido. Yo, por el contrario, sentía que había dejado atrás mi verdadero lugar

(Shlomo Sand durante la invasión de Cisjordania. Junio de 1967)

 

1.- La diversidad cultural y política de los judíos

 

El pasado 23 abril, en un discurso ante miles de personas en Nueva York, Naomi Klein evocó la ira de Moisés cuando bajó del Sinaí y encontró a su pueblo adorando al becerro de oro. El mítin era un «Séder en las calles»[1] y, a la vez, una protesta pública por el envío de material militar a Israel desde EE.UU. por valor de unos 14.000 millones de dólares. Moisés maldijo al falso ídolo y ahora se condenaba al sionismo de Israel, así como al gobierno norteamericano, al que los universitarios críticos interpelan en sus acampadas: «¿cómo podéis afirmar que creéis en algo, y menos en nosotros, mientras permitís, invertís y colaboráis con este genocidio?”. Como vamos a ver, la referencia bíblica al hablar de Netanyahu y su régimen no estuvo fuera de lugar.

Entre el auditorio de Noemí Klein predominaban los judíos y ello nos hace pensar que en su mayoría son críticos con el gobierno por su apoyo a la invasión de Gaza, aunque no sean tan poderosos como los lobbies que condicionan la política pro israelí del Senado y de la Casa Blanca y que amenazan con no subvencionar a las universidades si siguen tolerando las acampadas de los estudiantes solidarios con los palestinos. Si es así, ello nos indica al menos dos cosas: la invalidez de la ecuación que empareja la crítica del genocidio en Gaza con el antisemitismo; y, por otro lado, la heterogeneidad cultural y política de la comunidad judía. Pues no faltan judíos dentro de la élite intelectual que defienden al gobierno de Israel. Es el caso de Noah Feldman, profesor de Harvard, que vuelve a recurrir a la burda treta de identificar el antisionismo o la mera crítica al gobierno de Netanyahu con el antisemitismo, que ahora, según él, aparece como “nuevo” porque ya no se aloja en las zonas políticas de las derechas, como ocurría en el pasado, sino que supuestamente vendría de la izquierda. Y defiende los modos de la invasión de Gaza comparándolos con los de las tropas occidentales en Irak y Afganistán (como si un crimen de guerra pudiera justificar otro crimen); y presenta la matanza masiva de civiles, incluso niños, como “daños colaterales” (sic). Además, como “no hay −dice− ninguna ley internacional que responda a la cuestión de cuánto daño colateral hace que un ataque sea desproporcionado respecto de su objetivo militar” está fuera de lugar presentar al gobierno de Israel como genocida, siendo su represalia militar mera y legítima defensa[2].

Naomi Klein durante sui intervención del 23 de abril en el Séder celebrado en Nueva York (foto: Democracy Now)

Conviene pues insistir en esa diversidad ideológica para evitar juicios apresurados sobre los judíos y generalizaciones que, si suelen ser abusivas referidas a cualquier pueblo, lo son de modo extremo en este caso. “La amplísima variedad de los judíos en su ser y apariencia es una de las cosas más asombrosas que existen −escribe Elías Canetti−. (…) Son diferentes de los demás. Pero en realidad son, por así decirlo, más diferentes aún entre sí”[3]. Por eso es muy difícil definirlos, ya que no existen entre ellos rasgos comunes de tipo étnico, lingüístico o, menos aún, religioso, pues dentro del judaísmo ha habido muchas sectas e incluso cabe hablar de “los judíos no judíos”, como hizo Isaac Deutscher; una postura que se puede ejemplificar con Sigmund Freud, quien en carta a un diario judío en 1925 decía: «Puedo declarar que estoy tan alejado de la religión judía como de todas las demás (…). En cambio, siempre tuve un poderoso sentimiento de comunidad con mi pueblo, sentimiento que también he nutrido en mis hijos».

Canetti sostiene que es precisamente la experiencia del éxodo, primero tras la salida de Egipto y luego tras la destrucción del segundo templo por los romanos, “lo que les hace ser judíos” a estos. Inicialmente es una gran masa que deambula durante cuarenta años por las arenas del desierto “como otra arena a través de la arena”, siendo su meta “una tierra prometida que conquistarán con la espada”. Luego la experiencia se prolonga a lo largo de los tiempos[4]. Canetti no va mucho más allá ni pasa de la pintura de brocha gorda (baste decir que nos ve a los españoles como “matadores de toros”), pero su idea invita a la reflexión.  El éxodo, voluntario o forzoso, castigo divino o esperanza, junto con la diáspora han pautado la historia de los judíos, dando lugar a las más variadas experiencias. Las comunidades judías se han esparcido por infinidad de lugares y se han adaptado a distintas culturas y formas de vida, sin descartar su asimilación cultural, voluntaria o no, o la mera desaparición. (También se ha dado la judaización de otros pueblos en muy distintas localizaciones geográficas y épocas). Y, puesto que en el occidente “cristiano” estamos familiarizados con la secular persecución de los judíos -que también ha existido, aunque más esporádicamente, en el mundo musulmán- convendrá recordar con Poliakov que en la India y China existen comunidades judías desde tiempo inmemorial viviendo en paz con sus vecinos, aunque su historia es poco conocida porque “los pueblos felices, se dice, no tienen historia”[5]. Otra fórmula de adaptación en ciertas épocas fue la práctica en secreto del judaísmo, mientras públicamente se mostraba adhesión a la religión oficial, fuera cristiana o musulmana[6].

De esas vivencias históricas se deriva la heterogeneidad actual de los judíos. Ya en el convulso siglo XX, las dinámicas políticas del racismo han hecho que en determinados momentos se hayan reunido a la fuerza en algún lugar, poniendo en evidencia ese hecho. Por ejemplo, Victor Kemplerer, obligado a vivir en una “casa para judíos” de Dresde después de haber sido desalojado de la suya por los nazis, señala la gran variedad de “caracteres” judíos allí reunidos:

Había allí dos médicos y un consejero del tribunal regional y tres abogados y un pintor y un catedrático de instituto y una docena de comerciantes y otra docena de fabricantes y varios técnicos e ingenieros y −cosa rarísima tratándose de judíos− un trabajador no cualificado, casi analfabeto; había partidarios de la asimilación y sionistas, había gente cuyos antepasados llevaban siglos en Alemania y que, por mucha voluntad que pusieran, no podían salirse del pellejo alemán y otros que acababan de emigrar de Polonia y cuya lengua materna, que todavía utilizaban, era el yiddish y no el alemán[7].

Skopje, Yugoslavia, judíos detenidos en el almacén de tabaco de Monopol antes de la deportación, marzo de 1943. Foto de Archivo Yad Vashem.

 

2.- El sionismo actual

Las religiones, y la judía no es una excepción, son muy versátiles políticamente hablando o, mejor dicho, son diversas las variantes de la relación entre política y creencias religiosas, tanto en el plano de la conciencia individual como en el de lo que podríamos llamar Iglesia y Estado. Si, por ejemplo, Naomi Klein defiende un judaísmo internacionalista y solidario con los demás pueblos, se sitúa en las antípodas del Likud, partido gobernante en Israel la mayor parte del tiempo desde su creación en 1973, que practica un sionismo «colonizador, etnocéntrico y segregacionista», amalgamando la religión y el poder militar[8].

La idea sionista, que nace en la época de los nacionalismos del siglo XIX, es poco susceptible a las diversidades ideológicas o culturales que hemos apuntado, al identificar una sola nación judía, un pueblo con conciencia de serlo, desde épocas muy remotas que, a pesar de la diáspora posterior y de las penalidades, ha mantenido la llama de su sentimiento nacional hasta la época contemporánea, cuando alumbra la idea de volver a reunirse en la tierra de los antepasados creando un estado propio. Obviamente, la referencia “histórica” principal de este discurso nacionalista se halla en la Biblia Hebrea y no sirve decir que la historiografía y la arqueología más recientes ponen muy en entredicho la versión de los textos sagrados sobre los episodios anteriores a la vuelta de la cautividad de Babilonia en 538 aC (dudando incluso de la veracidad del éxodo mismo, de la monarquía de David y Salomón, de la construcción del primer templo, etc.)[9], pues, como en tantos otros casos, el relato sobre el pasado colectivo se basa aquí también en una “invención de la tradición” y en mitos sobre el pasado colectivo que se crean a posteriori para apuntalar la identidad de grupo y el movimiento nacionalista. De este modo, y salvando las distancias, podría decirse que así como para muchos españoles, incluidos sedicentes “historiadores”, la unidad nacional de España comienza con los Reyes Católicos y la expulsión de los moros de Al-Ándalus, el judío ortodoxo ve algo semejante en el rey David, que consolida la unión de los reinos de Judá e Israel y afirma su dominio sobre los pueblos de la zona. Según historiadores judíos decimonónicos como Heinrich Graetz o Moses Hess, estaríamos así ante “la primera nación de la historia humana”.

El Likud era en origen un movimiento laico, pero su acercamiento a sectores ultras le ha convertido en una fuerza política virtualmente confesional, casi integrista. En esa trasformación el Likud se acerca al primer sionismo, el de finales del s. XIX, donde había una fuerte vinculación entre la religión y la conciencia nacional, la cual veía su horizonte dorado en la vuelta a la Tierra prometida de los antepasados y en la construcción de un Estado de Israel con soberanía “desde el Jordán hasta el mar”, al que podrían retornar los buenos judíos dispersos por todo el mundo.

Ben Gurion lee la declaración de Independencia de Isarel, a las 4 de la tarde del 14 de mayo de 1948, en el Museo de Tel Aviv bajo el retrato de Theodor Herzl (foto: archivo La aventura de la historia)

Estas nociones perviven hoy en el sustrato ideológico del sionismo y de la filosofía política del Estado de Israel, que se define constitucionalmente como “patria histórica” y “hogar nacional del pueblo judío”, afirmando que “el asentamiento en el territorio es una clara expresión del derecho inalienable del pueblo judío a la Tierra de Israel”. (Ley fundamental del Estado de Israel de 2018). Y no es mera anécdota que los símbolos nacionales de ese estado (la estrella de David, la menorá) recuerden los tiempos bíblicos, lo mismo que la knesset o parlamento israelí, cuya denominación y composición –120 representantes– asimila la forma de la Gran asamblea de rabinos y sacerdotes formada en Jerusalén a la vuelta del exilio de Babilonia. Por lo demás, ya la Declaración de independencia de Israel de 1948, redactada por David Ben Gurión como presidente del Consejo de Estado provisional, vinculaba directamente al nuevo estado con el pueblo que protagonizó el relato bíblico:

Eretz Israel [la tierra de Israel] fue la cuna del pueblo judío. Aquí se forjó su identidad espiritual, religiosa y nacional. Aquí logró por primera vez su soberanía, creando valores culturales de significado nacional y universal, y legó al mundo el eterno Libro de los Libros. Luego de haber sido exiliado por la fuerza de su tierra, el pueblo le guardó fidelidad durante toda su Dispersión y jamás cesó de orar y esperar su retorno a ella para la restauración de su libertad política. Impulsados por este histórico y tradicional vínculo, los judíos procuraron en cada generación reestablecerse en su patria ancestral.

Estas declaraciones no formulan sólo cuestiones de principio, pues de ellas derivan además normas legales que vienen regulando la vida de los habitantes de Israel desde entonces. Así, la Ley de Status Quo del primer gobierno provisional, de 1948, estableció el Sabbat como día festivo y atribuyó a los consejos religiosos la competencia judicial en materias de derecho civil, como las relativas a la familia y el reconocimiento de la ciudadanía judía[10]. Es más, conviene recordar que para algunos de los fundadores del estado de Israel, como para los ortodoxos actuales, la realidad política del estado de Israel tenía un claro componente mesiánico. “La reunión de los exiliados –decía Ben-Gurión, siendo primer jefe de gobierno israelí–, que supone el retorno del pueblo judío a su país, es el comienzo de la realización de la vida mesiánica”. La perspectiva es, pues, la llegada del Mesías, enviado de Yahvé, lo que implica la noción de un futuro imperio universal con preponderancia israelita en el que reinarán la paz y la justicia.

Conviene recordar una vez más que estos principios sionistas –como la situación política de hecho que tratan de justificar– contravienen las resoluciones que Naciones Unidas han ido tomando desde 1947, momento en que la nº 181 concebía dos estados en Palestina, uno judío y otro árabe, más una zona internacional para los santos lugares controlada por Naciones Unidas, así como una unión económica y monetaria para todo el territorio. Las anexiones territoriales que hizo Israel tras la Guerra de los Seis días en 1967 (Cisjordania, incluyendo la parte árabe de Jerusalén, el Golán y Gaza) se han tratado de justificar por motivos de seguridad, pero no dejan de recordar el espíritu expansivo y dominador de las Doce tribus antiguas.

Fuerzas israelíes expulsan a los habitantes palestinos de la localidad de Tantura tras su ocupación militar y la matanza de entre 40 y más de 200 de sus habitantes (foto: Benno Rothenberg /Meitar Collection / National Library of Israel / The Pritzker Family National Photography Collection, CC BY 4.0/Wikimedia Commons)

De este modo, cuando los sionistas radicales seguidores de líderes como Zvy Yehuda Kook y Meir Kahane empezaron a asentarse en Cisjordania tras la Guerra de los seis días, llamaron a su primera población Kiryat Arba, el nombre que da la Biblia al lugar que ocupa Hebrón, donde está enterrada Sara, la mujer de Abraham (Génesis 23:2)[11]. Los asentamientos se multiplicaron tras la guerra de 1973 y continúan hasta la actualidad, cuando hay más de 140 en Cisjordania y Jerusalén oriental, con más de 600.000 habitantes; ello ha supuesto la desaparición de muchas aldeas palestinas, que han sido literalmente borradas del mapa tras ser arrasadas[12]. Recientemente, la invasión de Gaza tras el ataque de Hamás el 12 de octubre de 2023 ha provocado una proliferación paralela de asentamientos ilegales de colonos judíos en Cisjordania, tolerados y apoyados por el gobierno de Netanyahu, que les proporciona infraestructuras y servicios públicos. Entre 2018 y 2023 se ocuparon unas 2.400 hectáreas, a las que se han sumado más de 1000 en 2024. Según los colonos que las ocupan, «no necesitan otro documento de propiedad que la Biblia» (Antonio Pita, en El País, 15 de mayo de 2024).

En la zona se dan todo tipo de atropellos sobre los palestinos. En el citado libro de Shlomo Sand este cuenta su propia experiencia como soldado israelí tras la ocupación de Cisjordania y Jerusalén este en 1967. Entre otras cosas recuerda apesadumbrado cómo los prisioneros árabes eran tiroteados si escapaban de noche hacia sus casas o, si era de día, eran devueltos a la prisión. El 25 de febrero de 1994, cuando un sionista radical mató a tiros a 29 palestinos en Hebrón y este espíritu sanguinario también le costó también la vida al primer ministro Yitzhak Rabin, asesinado en 1995 por un estudiante de la Ley judía, quien consideraba que la firma de los acuerdos de Oslo con Yasir Arafat, presidente de la Organización para la liberación de Palestina, ponía en peligro la existencia de Israel[13]. Una vez que el Likud asume los planteamientos del sionismo radical, excluye cualquier negociación con los palestinos y desoye los mandatos de Naciones Unidas y de la justicia internacional.

En los últimos años el gobierno de Benjamín Netanyahu se plantea unilateralmente la anexión formal de los territorios palestinos, mediante la guerra y los asentamientos ilegales de colonos, en contra del criterio de casi toda la comunidad internacional, y cabe sospechar que la descomunal represalia que está llevando a cabo tras el último ataque de Hamás a su territorio no sea sino una plasmación de esos designios. Mientras tanto, en los demás territorios Israel practica una política hacia la población palestina que Human Rights Watch y Amnistía Internacional han calificado propiamente como “apartheid” desde la Nakba en adelante (expulsión masiva de palestinos tras la formación del Estado de Israel y la primera guerra árabe-israelí en 1948).

Entre otras cosas, como hemos señalado, esta política sionista implica una visión de la historia plagada de mitos e imposturas, no siendo la menor de ellas la idea de una continuidad histórica de un pueblo judío ideal que se remonta a la cautividad en Egipto. Para Hobsbawm este tipo de enfoques serían un caso claro de “invención de la tradición”, pues “sea cual sea la continuidad histórica de los judíos o de los palestinos del Oriente Próximo, el nacionalismo y la nación de israelíes y palestinos son nuevos”[14]. A pesar de todo, creemos que es de interés volver a la Biblia para conceptualizar adecuadamente el actual exterminio del pueblo palestino por parte del estado sionista. Lo cual no implica restar importancia a los factores económicos y políticos, que trascienden ampliamente el escenario del Próximo Oriente e involucran a las grandes potencias e intereses geoestratégicos.

El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu habla en la sinagoga Monastirioton en Salónica (Grecia) , el 15 de junio de 2017 (foto: Reuters/Alexandros Avramidis).

 

3.- Yahvé, el exterminador

En su ensayo sobre «Moisés y la religión monoteísta» (1937), Sigmund Freud sostiene que Yahvé, en realidad, es un dios de origen egipcio, inspirado en el Atón implantado por el faraón Amenhotep IV (luego llamado Akenatón) en el siglo XIV aC., que vendría a ser la primera formulación del monoteísmo en la historia de las religiones. La idea de un dios único y universal, así como algunas prácticas (la circuncisión o la aversión al cerdo), serían trasplantadas, por decirlo así, de Egipto a los judíos por obra de Moisés, a quien Freud atribuye también un origen egipcio. El ensayo está lleno de sugerencias interesantes, quizá más de una discutible, pero, para lo que aquí nos interesa, hay una de especial atractivo: la que relaciona el monoteísmo con la intolerancia religiosa y el imperialismo. Se da el caso de que tras conquistas de Tutmosis III Egipto se había convertido en un gran imperio que abarcaba desde Mesopotamia hasta Nubia. Este imperialismo, según Freud, «vino a reflejarse en la religión bajo la forma del universalismo y del monoteísmo (…) y, tal como el faraón era el único e indisputado señor del mundo conocido por los egipcios, también la nueva deidad egipcia hubo de asumir ese carácter».

Que este monoteísmo no sobreviviera al faraón que lo fundó tampoco invalida la tesis de Freud, pues  tampoco los judíos aceptaron a Yahvé de inmediato, sino que, como nos muestra el Antiguo Testamento, su historia está llena de recaídas en el politeísmo y la idolatría. En todo caso, el monoteísmo viene acompañado de otras dos realidades: la de la intolerancia hacia otros dioses, que llega a una práctica muy precoz de la damnatio memoriae, ejercida por Akenatón al ordenar el borrado epigráfico de todas las referencias a los dioses anteriores (de lo que él mismo y su dios fueron víctimas a posteriori) y la del imperialismo que sojuzga a otros pueblos mediante la espada y les impone sus leyes civiles y religiosas. Algo que se dará luego espectacularmente tras la aparición del Islam, que se presenta como la forma más perfecta de monoteísmo.

Todo esto tiene mucho que ver con la historia posterior del pueblo judío, en la versión que nos dan de ella los libros de la Biblia Hebrea:

Tras la salida de Egipto, ya en el desierto del Sinaí, los amalecitas atacan a los israelitas en Refidin, lugar del desierto de Sin al sur de la península. Es el primer choque de los israelitas con uno de los pueblos asentados en la Tierra Prometida, si bien en ese momento aún están lejos de ella (Éxodo, 17:8-16)[15]. Es también su primera victoria, con la ayuda de Dios y bajo el mando de Josué, que aparece por primera vez como capitán nombrado por Moisés. Yahvé se presenta ya como “Sebaot” (señor de los ejércitos) −aunque el calificativo no aparece hasta más tarde− y a la vez anuncia sus designios respecto de los vencidos, que serán los mismos para cuantas naciones osen enfrentarse con su pueblo: “yo borraré por completo la memoria de Amalec de debajo de los cielos” y Moisés añade: “Yahvé está en guerra con Amalec de generación en generación”. Algo que no tardará en verificarse, pues la total ocupación del territorio de Canaán implicará nuevas guerras con los amalecitas y otros pueblos (hititas, amorreos, jebuseos, cananeos) (Números 13:25-35). Por lo que al pueblo amalecita se refiere, la historia termina en tiempos de Saúl, que derrota a Agag, su rey, y pasa a filo de espada a toda su gente. Pero Saúl perdona la vida a Agag y conserva” lo más escogido del ganado mayor y menor, las reses cebadas y todo lo bueno”, en vez de consagrarlo todo al anatema[16]. Yahvé exigía el exterminio total y Saúl había hecho excepciones indebidas por contentar al pueblo; ello le acarrea la desgracia y la destitución, que le comunica el profeta Samuel, quien acto seguido descuartiza a Agag y nombra sucesor de Saúl a David (I Samuel 15:1-34).

La muerte de Agag, rey de los amalecitas a manos de Samuel (grabado de Gustave Doré)

El Deuteronomio reitera el destino que aguarda a los reyes, dioses y naciones que se opongan a Israel: “Yahvé tu Dios te las entregará y les infligirá grandes descalabros hasta que queden destruidas. Entregará a sus reyes en tu mano y borrarás sus nombres de debajo de los cielos…; Demoleréis sus altares (…) derribaréis las esculturas de sus dioses y suprimiréis sus nombres de aquel lugar”. (Deut. 7:23-24 y 12:3). Pero también anuncia un castigo semejante para los judíos mismos que duden de Yahvé o le sustituyan por falsos ídolos. La peregrinación por el desierto durante cuarenta años ya había sido un castigo. Y al llegar a Canaán Yahvé fulminó a cuantos dudaban de sus fuerzas y del apoyo de su dios y reprochaban a Moisés el haberles sacado de Egipto. “Cayeron repentinamente muertos delante de Yahvé” y no pudieron entrar en la tierra prometida, como tampoco pudo hacerlo Moisés, sin que quede muy claro por qué.  (Núm. 14:29-37)

La enumeración de “las maldiciones” para los transgresores de su ley es brutal, abrumadora y muy poco compatible con la visión de un dios paternal que se presenta como “tardo a la cólera y rico en bondad”: “…maldito serás en la ciudad –dice Yahvé por boca de Moisés– y maldito serás en el campo. Maldita tu cesta y tu artesa. Maldito (…) el fruto de tu tierra, el parto de tus vacas y las crías de tus ovejas. Maldito serás cuando entres y maldito serás cuando salgas (…). Yahvé hará que se te pegue la peste, hasta que te haga desaparecer de esa tierra en la que vas a entrar para tomarla en posesión. Yahvé te herirá de tisis, de fiebre, de inflamación, de gangrena, de sequía, de tizón y de añublo, que te perseguirán hasta que perezcas (…). Tu cadáver será pasto de todas las aves del cielo y de todas las bestias de la tierra.” El interminable catálogo de amenazas y maldiciones sigue, ocupando dos páginas de letra menuda en la Biblia de Jerusalén y termina anunciando la pena más duradera de todas: “Yahvé te dispersará entre todos los pueblos, de un extremo a otro de la tierra (…). No hallarás sosiego en aquellas naciones, ni habrá descanso para las plantas de tus pies, sino que Yahvé te dará allí corazón tembloroso y languidez de ojos y ansiedad de alma” (Deut. 28: 16-19, 21-23 y 64-65).

Preso de un furor desatado, Yahvé descarga amenazas y condenas sin tasa, no sólo contra el transgresor de la ley, sino sobre su descendencia durante varias generaciones y sus propiedades. Ni siquiera el ganado se salva, ni los muebles o utensilios. Es el “anatema”, la damnatio memoriae y, casi se podría decir, la “solución final” juntos. Así quizá no sea demasiado distorsionada la imagen que Freud da de Yahvé en el ensayo citado: «(…) era un dios local, violento y mezquino, brutal y sanguinario; había prometido a sus prosélitos la «tierra que mana leche y miel», y los incitó a exterminar «con el filo de la espada» a quienes la habitaban a la sazón». Y esa ira de Yahvé tiene un punto de nihilismo suicida cuando cae sobre su propio pueblo, al que pone al borde de la destrucción en más de una coyuntura. Pues si los judíos perecen, ¿quién mantendrá el culto de Yahvé en un mundo ocupado por idólatras y dioses menores e ilusorios? Pero los israelitas sobrevivieron a las maldiciones y castigos de su dios, como han sobrevivido a las innumerables calamidades posteriores causadas por sus congéneres, incluida la Shoah, cuando tantos otros pueblos han desaparecido o están desapareciendo sin dejar apenas rastro. Para algunos, ese hecho asombroso sería en sí mismo una prueba de la existencia de dios y de la preeminencia de los judíos como pueblo.

Pues bien, este repaso de la historia sagrada judía −que es asumida y en parte trascendida por el Evangelio− creemos que resulta útil para ver en otra perspectiva la conducta criminal del sionismo gobernante que se despliega a los ojos del mundo en Gaza como un salto cualitativo en la historia universal de la infamia. Es así porque una de las notas de esa secta religiosa es la interpretación literal de la Toráh, que contiene la palabra y las leyes de Yahvé, y este ordena, como hemos visto, la ocupación a sangre y fuego del territorio mediante el genocidio y el borrado de la memoria de otros pueblos. Lo cual no borra de nuestra conciencia la memoria de la Shoáh.

La escatología judía habla del momento de la llegada del Mesías como como “los últimos días”, lo que, visto desde fuera, resulta un poco escalofriante, teniendo en cuenta la presencia de armas atómicas en Israel y la posibilidad de que las tengan sus adversarios[17]. Si el Próximo Oriente fue la cuna de la civilización podría ser también su tumba. Un temor que podría ser disipado si se consiguiera erradicar el espíritu homicida e imperialista −léase ecuménico− de algunas religiones y se antepusiera su espíritu pacífico y fraternal, como pedía Naomi Klein en su discurso.

Benjamin Netanyahu junto a altos mandos del ejercito israelí, el pasado 24 de marzo (foto: Cuenta de X de B. N.)
Notas

[1] Fiesta ritual que celebra el fin de la esclavitud judía en el antiguo Egipto y el comienzo del éxodo hacia la Tierra prometida.

[2] Noah Feldman, “The New Antisemitism”, TIME magazine, 27 de febrero de 2024. Para ver la distinción conceptual entre ambos términos, cf. Ariel Feldman, «Gaza, sobre sionismo, judaísmo, racismo y barbarie» en Conversación sobre historia 20 0ctubre 2023.

[3] Elías Canetti, Masa y poder, Madrid, 2003, p. 285-287.

[4] Elías Canetti, Ibid.

[5] Léon Poliakov, Histoire de l’antisémitisme, 1, París, 1971, p. 14.

[6] También esto fue menos frecuente en zonas islámicas, siempre mucho más tolerantes que las cristianas con los judíos. A pesar de todo las épocas de convivencia entre las tres religiones fueron más duraderas que las de discriminación o persecución, que solían acompañar a momentos de crisis (epidemias, malas cosechas, guerras). De ahí que se hable de “la España de las tres culturas” para la época medieval.

[7] Victor Kemplerer, LTI. La lengua del Tercer Reich, Barcelona, 2001, p. 264. Estos judíos se salvaron de los campos de concentración porque estaban casados con mujeres alemanas, como era el caso de Kemplerer, o por alguna otra circunstancia excepcional. Para la obra fundamental de este autor sobre los peligros de la manipulación del lenguaje Conversación sobre la historia, 1 de mayo e 2024.

[8] Shlomo Sand, La invención de la Tierra de Israel, Madrid, 2012, p. 8.

[9] Hablamos de autores como los historiadores Ilan Pappé, Benny Morris y Shlomo Sand y arqueólogos como Israel Finkelstein y Neil Silberman. Sand considera un mito incluso el exilio forzado del siglo I, que habría sido ideado por la tradición cristiana, para la que sería un castigo por la ejecución de Cristo.

[10] Carmen López Alonso, “Religión y política en Israel”, Claves de la razón práctica, nº 183, 2008.

[11] El Likud denomina a la Cisjordania Judea y Samaria, como la Biblia. Ilan Pappé, «El origen de la violencia en Gaza está en ideología racista de la eliminación del nativo», en Conversación sobre historia 25 de noviembre de 2023. Según este autor, se habría creado en Cisjordania un «Estado de Judea» mesiánico, fanático y racista.

[12] BBC News. Mundo, 19 de noviembre de 2019.

[13] Karen Armstrong, The Bible. The biography, Londres, 2007, pp. 212-214.

[14] Eric J. Hobsbawm y Terence Ranger, La invención de la tradición, Barcelona, 2012, Introd. Más adelante añaden: “es totalmente ilegítimo identificar los vínculos judíos con la ancestral Tierra de Israel (…) con el deseo de reunir a todos los judíos en un moderno Estado territorial moderno situado en la antigua Tierra Santa” (p. 43).

[15] Los amalecitas, según anota la Biblia de Jerusalén, ocupaban el desierto del Neguev, al sur de Palestina, llegando hasta el Mediterráneo en una zona que podría coincidir, al menos parcialmente, con la actual franja de Gaza.

[16] Anatema, anota la Biblia de Jerusalén, es “la ofrenda hecha a Yahvé de todo el botín cobrado en la victoria”, lo que implica sacrificar a todos los seres vivos sin excepción.

[17] Las instalaciones nucleares de Dimona se hallan en el desierto del Neguev, precisamente donde tuvieron lugar los primeros choques militares entre israelitas, amalecitas y otros pueblos, según la Biblia. (Cf. Atomic Heritage Program, «Israeli Nuclear Program», en  https://ahf.nuclearmuseum.org/ahf/history/israeli-nuclear-program/)

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: la ira de Dios (imagen de de pastormiketaylor.blogspot.com)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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1 COMENTARIO

  1. Es un enfoque poco usual, pero enormemente esclarecedor y que viene a completar las explicaciones usuales acerca de este crimen.
    Mis felicitaciones por este estupendo artículo.

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