Esta mañana (7 de agosto)  falleció Carlos Fernández Corte (1946), catedrático jubilado de Filología Latina de la Universidad de Salamanca. Editor/Coeditor, entre otros,  de  Antología de la literatura latina (2001)  Eneida (2006), Poesías (Catulo) (2006), Metamorfosis (2012)…y más de cincuenta artículos/capítulos de libros según el registro incompleto  de Dialnet ( https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=161564)  Una página incompleta de 2006  (https://www.clasicasusal.es/Personales/JCFdezCorte.htm) ofrece información de su líneas y proyectos de investigación.

Carlos aguantó el envite del cáncer hace más de tres años.  Paco Novelty en su despedida nos dijo que acentuó entonces si cabe un riguroso programa de estudios y lecturas, «sus reflexiones últimas sobre la muerte y la posteridad, de mano de sus amados clásicos: Séneca y Marco Aurelio, sí pero también Ovidio y Horacio a cuyos versos dedicó toda su vida hasta convertirse en su sosegado asidero final».

La muerte del amigo Carlos nos deja su obra y la tradición oral de los que disfrutamos de su conversación alimentada por la complicidad generacional, ideológica o deportiva. La sintonía era inmediata. Sin ditirambos de necrología hay vacíos que solo podrán irse rellenando con el recuerdo y el cariño de una persona entrañable. Como cuenta F. Broncano, uno de sus discípulos y amigos, Carlos -a quien llamábamos «Sofo» por Sófocles- era «maestro de una forma de estar en la vida, a quien he considerado siempre el paradigma del sabio».

El presente cobraba nueva vida al enraizarse en la tradición clásica como ilustra el artículo que se publica a continuación. Al comentar   la iconoclastia  motivada por el asesinato de George Floyd -precisa Carlos-: «una cosa es la revisión de la historia como objeto de estudio y de crítica y otra la militancia social o política que aconseja arremeter contra símbolos que puedan ayudar en la guerra del presente contra todo resto de la explotación del hombre y de la mujer,  por motivos de raza, sexo, religión etc.”

Hay cosas bellas y útiles, postulado clásico, pero también las hay inútiles; “lo bello es lo inútil”, decían los románticos alemanes. Y si es cierto que no todo lo inútil es bello, también lo es que el desinterés por el resultado inmediato y visible fomenta la paciencia, el cuidado, la acribia, el amor hacia el objeto de estudio y la obra bien hecha. Estas virtudes antiguas y a contracorriente, son los que ofrecemos a una sociedad que no parece tener muy claros sus objetivos educativos.

Así concluía Carlos Fernández Corte, su conferencia “Las resistencias del Latín” (2012) que se recogió en el libro homenaje Cum mens onus reponit… Artículos inéditos y selección de conferencias, publicado en 2018 como homenaje de su jubilación. [1]

Las vallas erigidas por las áreas de conocimiento han aislado a los historiadores en su parcela cada vez más diminuta, aislada por cronologías que se van acortando. El horizonte se queda sin perspectiva con la hegemonía  informativa de caducidad diaria. Necesitamos  “el desinterés por el resultado inmediato” y “el amor por la obra bien hecha” como postulaba Carlos.  La profundidad (la amplitud de miras) de su pensamiento, que podía hablar sin diletantismo de la Ilustración o los indígenas americanos, es un reclamo para evitar los caminos sin salida.

Gracias María José

¡Que la tierra te sea leve amigo Carlos!

[1] El libro ha sido editado por Rosario Cortés Tovar, Susana González Marín y Josefa Cantó Llorca y publicado por la Universidad de Salamanca. Véase https://www.jstor.org/stable/j.ctv3mt8vp

Ricardo Robledo


 

VENI, VIDI, VICI

 

Intento de derribar la estatua ecuestre del presidente Andrew Jackson en Lafayette Park (Washington D.C.)(foto: tironiana.wordpress.com)
José Carlos Fernández Corte

Universidad de Salamanca

 

Plutarco nos transmite la traducción al griego de ueni, uidi, uici.

καὶ τῆς μάχης ταύτης τὴν ὀξύτητα καὶ τὸ τάχος ἀναγγέλλων εἰς Ῥώμην πρός τινα τῶν φίλων Μάτιον ἔγραψε τρεῖς λέξεις· „ἦλθον, εἶδον, ἐνίκησα“. Ῥωμαϊστὶ δ’ αἱ λέξεις, εἰς ὅμοιον ἀπολήγουσαι σχῆμα ῥήματος, οὐκ ἀπίθανον τὴν βραχυλογίαν ἔχουσιν.

«Y al anunciar a Roma la rapidez y la velocidad de esta batalla  escribió a Matio, uno de sus amigos, tres palabras: «Llegué, ví, vencí». En latín las palabras, por terminar igual formando una figura de dicción, componen una braquilogía realmente notable.»

Plutarco, Vidas paralelas. César, 50.

Plutarco hace notar que en latín los tres verbos ueni, uidi, uici, son similidesinentes, mientras que (implícitamente) en griego, a diferencia del latín, el tercer aoristo, del tipo que llamamos débil o sigmático, aparte de romper la similidesinencia, tiene dos sílabas más. La figura, σχῆμα ῥήματος,   produce un notable efecto de concisión (braquilogia)

Por su parte, Suetonio, en la Vida de César, 37:

Pontico triumpho inter pompae fercula trium uerborum praetulit titulum VENI.VIDI.VICI non acta belli significantem sicut ceteris, sed celeriter confecti notam.

«En su triunfo Póntico, entre los demás objetos exhibidos en el desfile mostró un cartel con tres palabras LLEGUÉ, VI, VENCÍ, que no describía, como los demás, las acciones bélicas, sino la nota (observación crítica) de que esta había sido terminada rápidamente». (La traducción es mía)

No es extraño que la figura llamara la atención. Sin ánimo de exhaustividad exploremos en qué consisten algunas de sus virtudes:

    • Identidad de desinencia (similia desinentia)
    • Casi paronomasia de uidi-uici
    • Idéntico número de sílabas en los tres verbos, (isosilabismo)
    • Idéntico paradigma morfológico.
    • Asíndeton
    • Trimembración sintáctica
    • Clímax, pues el contenido del verbo final forma una especie de culminación semántica de las acciones anteriores
    • Relato dividido en tres partes, un número «favorito» de los folkloristas y los teóricos de la narración.

 

Llamo la atención sobre el hecho de que los dos, Plutarco y  Suetonio, se refieren tanto al carácter informativo del texto cesariano como a sus características estilísticas: concisión penetrante en el primero,  rapidez en Suetonio que se sigue no tanto de los hechos como de la forma tan expresiva en que fueron relatados. Tanto brachylogian como nota pertenecen al vocabulario de la poética y de la crítica literaria antiguas. Suetonio y Plutarco muestran, como cabe esperar en autores tan versados en cuestiones gramaticales y críticas, un evidente interés por las características literarias de la expresión más allá de su contenido. Suetonio, en diversas partes de su biografía de César, recoge el impacto que tuvieron entre sus contemporáneos los Comentarii. Por eso apenas hace falta recordar que el sintagma celeriter confecti en sus diversas variantes casuales es bien conocido en los escritos cesarianos. En cuanto a Plutarco, un ciudadano romano nacido en Grecia, que contribuyó como pocos a la formación de la cultura grecorromana, muestra siempre  un buen oído para las frases célebres, como suelen hacer los biógrafos, reseñando si estas fueron pronunciadas en griego o en latín. Por ejemplo, en el cap. 46 transmite las palabras pronunciadas por César al final de la batalla de Farsalia añadiendo que, según Polión, César las dijo en latín y que el propio Polión las había vertido al griego; sin embargo nada dice sobre la lengua en que pronunció alea iacta est, presumiblemente el griego ανερριφθώ κυβος, y que esta vez Polión trasladó al latín (Nisbet). Por eso no tiene nada de extraño que, en esa atención a las similitudes y diferencias de culturas y lenguas convergentes, Plutarco aclare al lector griego de su texto que el enunciado cesariano produce en latín efectos distintos que en su lengua por ser una figura de dicción intraducible. No podemos saber si el modo de  existencia de este enunciado fue siempre el de enunciado literario, (esto es, si se originó en un escrito), bien fuera en una relación leída ante el  senado (Apiano) o en el mencionado triunfo Póntico. Por sus cualidades estilísticas, cabe la duda razonable de que fueran palabras pronunciadas alguna vez ante un auditorio por el propio César, pero preferimos no especular sobre esto.

Conviene consignar  que el escritor César fue un practicante no sólo de la «deformación histórica», como se decía hace más de medio siglo, sino, en palabras más actuales, de la autopropaganda. En virtud de esa habilidad, ya desde la Antigüedad se ha intentado trasladar con bastante éxito la idea de que las características estilísticas de su latín ponían de manifiesto en prosa las mismas virtudes por las que había destacado como general, a saber, su decisión, su cualidad de ir directo al objetivo, su concisión, racionalidad, etc.

Presentación en 2018 del libro Cum mens onus reponit… Artículos inéditos y selección de conferencias. En la foto: el homenajeado y autor del libro, José Carlos Fernández Corte (en el centro); el vicedecano de Docencia de la Facultad de Filología, Francisco Javier De Santiago Guervós; la directora del Departamento de Filología Clásica e Indoeuropeo, Adelaida Andrés Sanz;  una de las editoras del libro, Rosario Cortés Tovar. Tiene la palabra el Rector Ricardo Rivero (foto: Salamanca 24 horas)

El lector actual debe adoptar múltiples precauciones para no mirar lo que nos cuenta César con su misma perspectiva. Pongamos un ejemplo,

Gall. IV 15 2-3: et cum (Germani) ad confluentem Mosae et Rheni pervenissent, reliqua fuga desperata, magno numero interfecto reliqui se in flumen praecipitaverunt atque ibi timore, lassitudine et vi fluminis oppressi perierunt. Nostri ad unum omnes incolumes perpaucis vulneratis ex tanti belli timore, cum hostium numerus capitum CCCCXXX milium fuisset se in castra receperunt.

Según este relato se nos transmite que

    • Los germanos, perseguidos por los romanos, llegan a la confluencia del Mosa y el Rhin, y al no poder cruzarlos, son muertos en gran cantidad (magno numero interfecto) por las tropas romanas.
    • Los demás se ahogan en el río.
    • De los nuestros (los romanos) no muere ni uno solo.
    • Los germanos eran unos 430. 000
    • César concede la libertad a los prisioneros que se habían rendido antes de la batalla.

Max Gallo, en una especie de biografía sobre César, César Imperator, Paris 2003,  escribe:

«Sólo quedan de los cuatrocientos treinta mil enemigos un puñado de prisioneros. ¡Que los dejen libres! Ya no representan nada. Los Usípetes y los Téncteros han dejado de existir.» (p. 272)

En resumen, César deja implícito lo que M. Gallo afirma expresamente: que el número de muertos se aproximaba a un total de 430.000. Por cierto, el número es exagerado.  ABC cultural (14-12-2015), en un artículo titulado La batalla perdida en la que las legiones de Julio César masacraron a 150.000 enemigos nos da noticias de que la contienda tuvo lugar en la actual Kessel, una región al sur de Brabante, y que el hecho resulta confirmado  por el «hallazgo de un gran número de restos óseos, espadas, puntas de lanza de la época, y un casco». Los restos eran conocidos desde hace tiempo, pero hubo que esperar a 2015 para demostrar su origen y fecha.

No se trata de hacer aquí una causa general contra el imperialismo romano ni de denigrar la figura de César (que ya en la propia Antigüedad sufrió ataques tan notables como el de Lucano). Se trata de llamar la atención sobre el hecho de que una manera de «blanquear» los actos perpetrados por César en la guerra es quedarse solamente con sus excelencias estilísticas sin percibir el trasfondo, los hechos que hay debajo. Es bien cierto que en la guerra antigua el vencedor tenía todos los derechos y el vencido ninguno y que eso era conocido y considerado natural  por todos los lectores de César, con la excepción de Catón, que aconsejaba que, por la atrocidad cometida con los germanos, el comandante en jefe fuera entregado al enemigo cargado de cadenas. También es cierto que ese ius belli, con la crueldad que comportaba, había sido practicado por todos los pueblos antiguos sin excepción alguna (Mary Beard). De manera que en esa revisión de símbolos históricos que se ha producido a raíz del asesinato de George Floyd, aún no proponemos que se derriben las estatuas de César como han hecho en Kentucky con la del general Andrew Jackson, notable entre otras cosas por una especie de «solución final», mediante la que trasladó al Oeste del Mississipi a todos los indios del Sur. Aunque resulte duro enfrentarse a la realidad de que la historia ha sido escenario de violentos enfrentamientos bélicos que tenían como resultado la esclavitud de los vencidos o la imposición de una clase sobre otra (para no hablar de un sexo sobre otro), una cosa es la revisión de la historia como objeto de estudio y de crítica y otra la militancia social o política que aconseja arremeter contra símbolos que puedan ayudar en la guerra del presente contra todo resto de la explotación del hombre y de la mujer,  por motivos de raza, sexo, religión etc.

Debemos operar una distinción de niveles. Un análisis histórico no puede emprenderse desde ideas jurídicas, políticas o morales de hoy en día, porque borraría la perspectiva de los propios participantes en los hechos, imponiendo exclusivamente la del intérprete actual,  y dejaría de realizar «la fusión de horizontes», por la que recuperamos también la versión de los propios participantes en el evento, como aconseja la hermenéutica clásica. Los hechos no siempre hablan por sí mismos, sino que hay que encuadrarlos en valores: los contemporáneos a la época en que ocurrieron o fueron realizados y los contemporáneos a la época del intérprete. Para no hablar de las valoraciones de épocas intermedias entre las antiguas y las actuales.

Aplicando esto a los textos resultaría que, si nos proponemos revisar todo el canon literario transmitido desde la Antigüedad, porque su contenido resulta rechazable, censurable o abominable para nuestra sensibilidad actual política o moral, deberíamos empezar con el texto canónico por excelencia, un texto que para muchos millones de personas es la transcripción de la palabra de Dios. Nuestra «sensiblidad contemporánea» muestra así su falta de unanimidad. Por lo que a mí respecta, me parece más urgente acabar con las injusticias del presente que reescribir (o resignificar) la historia del pasado. La nueva iconoclastia, como la damnatio memoriae, se entrega a prácticas hasta cierto punto mágicas, pretendiendo abolir en efigie a los causantes de desastres históricos reales. Con ello privamos a la historia, magistra uitae, de su facultad para ponernos ante un espejo que nos devuelve nuestro incómodo reflejo como seres humanos. Decía Borges  que con que una sola línea de la Historia Universal se alterara, toda la Historia Universal resultaría cambiada.

Fuente: Notae Tironianae. La actualidad del mundo clásico, 1 de julio de 2020

Portada: presentación del libro Cum mens onus reponit… Artículos inéditos y selección de conferencias. Foto: Sociedad de Estudios Latinos (SELat).

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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