Presentación

Tras la invasión rusa el gobierno de Ucrania decidió poner su sistema de archivos digitales en la nube para impedir que los bombardeos o los ciberataques rusos pudieran dañarlo o destruirlo. Ello aseguró su resistencia a la agresión, evidenciando de paso dos cosas: la importancia clave de las redes informáticas en el funcionamiento las sociedades y el carácter dual de esta tecnología, que amplía las potencialidades humanas pero, por otra parte, puede ocasionar graves problemas y perjuicios.(1) Es sabido que el gobierno ruso -y no solo él- utiliza el ciberespacio como campo de operaciones bélicas contra sus enemigos.

El artículo de Brewster Kahle que que comentamos plantea un aspecto importante de esta problemática: la destrucción, deliberada o no, de la información digital, a la vez que sugiere medidas para evitarla. No es un problema nuevo: desde los tiempos de las tabletas sumerias hasta el de los archivos de Excel o PDF, los archiveros se han afanado por ver cómo reúnen, conservan, facilitan el acceso y, en su caso, destruyen los documentos ya inútiles o tóxicos. Una lucha secular contra los efectos del tiempo y de los centros de poder, que a menudo intentan retener, manipular o destruir arbitrariamente sus archivos. Estas cuestiones adquieren un nivel cuantitativo y cualitativo especial con la “red de alcance mundial” (world wide web), que multiplica exponencialmente el número de mensajes y se complementa con los sistemas de Big Data y de inteligencia artificial, capaces de captar, almacenar y procesar cantidades casi inconmensurables de información muy diversa y versátil en sus fines, que, como hemos apuntado, no todos son santos. (Ese es otro grave problema en el que aquí no entramos, limitándonos a evocar el informe del Consejo de científicos atómicos norteamericanos de 2021, que señaló “la corrupción de la ecosfera de la información”, esto es, la plétora de información y noticias falsas o tendenciosas en las redes sociales, como una de las grandes amenazas para la civilización humana, junto con la devastación medioambiental y la amenaza nuclear).

En 1992 la UNESCO hacía un dramático llamamiento por la conservación y la difusión de la «Memoria del Mundo», que veía en peligro debido sobre todo a los conflictos sociales y las guerras. Según su declaración, para las sociedades «la pérdida de archivos es tan preocupante como la pérdida de memoria para un ser humano». Y, desde luego, se refería también al mundo digitalizado; de ahí que su estupenda Biblioteca Digital Mundial, lanzada en 2009 con el apoyo de la Biblioteca del Congreso de EE.UU., además de usar un soporte digital incluya archivos on line y programas de software. (Ver
https://www.loc.gov/collections/world-digital-library/about-this-collection/.)

En la misma línea va Brewster Kahle, creador de la web Internet archive y de su aplicación Wayback machine, repositorio de páginas digitales antiguas y publicaciones de todo tipo descatalogadas o de difícil acceso (ver enlace en el artículo). Aunque Kahle se centra sobre todo en Tweeter, su análisis es extrapolable a otras plataformas digitales, tanto existentes (Facebook, Instagram, Tik Tok, etc) como desactivadas (Yahoo, MSN Messenger, Fotolog). Desde luego, lo mismo que los documentos en pergamino, papel o plástico, los datos digitales o electrónicos son efímeros y vulnerables, y más si los colocamos en plataformas que se hacen dueños de ellos y los pueden editar, censurar o eliminar, tal como reza la letra pequeña de unas condiciones contractuales que los usuarios no solemos mirar. Al fin y al cabo, estamos usando un servicio, con frecuencia “gratuito”, que no nos pertenece y la «nube» no es el H2O gaseoso en la atmósfera, sino el conjunto de ordenadores gigantes que las plataformas tienen disperso por todo el mundo, sometido a diversas regulaciones legales (si las hay).

Escaneo de libros para Internet Archive (foto: David Rinehart / Internet Archive)

Desde luego, el enfoque de Kahle vale también para los organismos estatales y las autoridades, a los que solo se refiere de pasada. Ahí también puede haber, hay, destrucción de documentos, así como filtros o muros, no siempre legales, que dificultan o impiden el acceso. En este aspecto es digna de mención la labor del Archivo de seguridad nacional (NSA. National Security Archive), que, contra lo que sugiere su nombre, es una asociación particular sin ánimo de lucro creada en 1985 para “frenar el creciente secretismo gubernamental” mediante requerimientos de desclasificación y acopio de documentos de la administración de Estados Unidos. Gracias a su trabajo de décadas, hoy presume de tener “la colección no gubernamental más grande del mundo” (https://nsarchive.gwu.edu/).

Uno de los primeros logros del NSA fue impedir la destrucción de los mensajes electrónicos oficiales generados durante la presidencia de Ronald Reagan, cuya administración fue la primera en usar ese medio para poner en comunicación a sus altos cargos (Presidente, Vicepresidente, secretarios de Estado, Consejo de Seguridad Nacional). Para ello el NSA tuvo que litigar en los tribunales durante seis años, apelando a la Ley de libertad de información de 1967, que ampara el derecho de acceso a la documentación de cualquier organismo federal, con excepción de algunos documentos relativos a la privacidad personal o a la seguridad nacional. (Más tarde el NSA se enfrentó a los presidentes Bush Sr. y a Clinton, que también querían ocultar correos electrónicos u otros documentos). Entre los mensajes de Reagan salieron algunas cuestiones comprometedoras, como las relativas al escándalo Irán-Contra.

El asunto es significativo porque el mismo Ronald Reagan había firmado una Orden ejecutiva en 1981 que ampliaba el radio de las acciones encubiertas de la CIA y de la Agencia de seguridad nacional tanto en EE.UU. como en el extranjero, extendiéndolas al ámbito de la mensajería electrónica de particulares y dirigentes políticos y a los ciberataques a países hostiles, como, por ejemplo, Irán. (Las escuchas telefónicas eran ya habituales desde la época de Edgar Hoover al frente del FBI, creado en 1935, y las operaciones encubiertas en el exterior fueron siempre una especialidad de la CIA, llegando incluso a la participación en magnicidios como los de Mohammad Mossadegh y Patricio Lumumba).

Se manifiesta así históricamente la conflictiva dialéctica del poder respecto de la sociedad civil en este terreno: por un lado, los ciudadanos tratan de ejercer su derecho a la información de los asuntos públicos y a preservar su intimidad, forcejeando con la resistencia de las instancias oficiales (y de los centros de poder financiero, empresarial y mediático), siempre reacios a reconocer esos derechos de un modo completo y muy propensos en cambio a acumular información personal de la gente con el fin de controlar, prever e influir en su comportamiento. Un problema que se manifestó primero en EE.UU. pero que luego, de un modo u otro, ha alcanzado a todos los países. Y en esas seguimos.

En todo caso, solo cabe admirar la sensibilidad de la opinión pública norteamericana hacia estos temas, así como la arriesgada defensa de la libertad de información de algunos particulares, que va, por poner algún caso, desde los periodistas del Washington Post Bob Woodward y Carl Bernstein, desveladores del escándalo del Watergate, hasta Chelsea Manning, Edgard Snowden o Julian Assange. Una admiración acompañada de sana envidia en España, donde aún estamos esperando una ley que sustituya a la de secretos oficiales de la Dictadura, donde la Fundación «Francisco Franco» sigue custodiando algunos de los documentos del susodicho o donde los jefes de gobierno democráticos, desde Suárez en adelante, y no solo ellos, conservan documentación oficial en sus domicilios o en fundaciones privadas. Donde sería inimaginable que el CNI desclasificara y difundiera alguno de sus expedientes (o los de sus antecesores, el CESID y el SECED), como viene haciendo la CIA desde hace bastante tiempo. (Cf. https://www.cia.gov/).

Luis Castro

 

Brewster Kahle (foto: longnow.org)

Nuestra historia digital está en peligro

Brewster Kahle

Este artículo fue publicado por la revista TIME el 7 de febrero de 2023, con el título «Amid Musk’s Chaotic Reign at Twitter, Our Digital History Is at Risk»

A medida que Twitter ha entrado en la era Musk, muchas personas están abandonando la plataforma o repensando su papel en su vida. Ya se unan a otra plataforma como Mastodon (como yo) o continúen en Twitter, la inestabilidad ocasionada por el cambio de propiedad de Twitter ha revelado otra más profunda en nuestro ecosistema de información digital.

Muchos han visto ahora cómo, cuando alguien elimina su cuenta de Twitter, su perfil, sus tweets, incluso sus mensajes directos, desaparecen. Según la Technological Review del MIT, alrededor de un millón de personas se han ido hasta ahora y toda su información ha abandonado la plataforma junto a ellos. El éxodo masivo de Twitter y la consiguiente pérdida de información, aunque preocupante por sí misma, muestra algo fundamental sobre la construcción de nuestro ecosistema de información digital: la información que una vez estuvo disponible para usted, que incluso parecía pertenecerle, puede desaparecer en un momento.

Perder el acceso a la información de importancia privada es sin duda preocupante, pero la situación es más preocupante cuando consideramos el papel que desempeñan las redes digitales en nuestro mundo actual. Los gobiernos hacen declaraciones oficiales en línea. Los políticos hacen campaña en línea. Los escritores y artistas encuentran audiencias para su trabajo y un lugar para su voz. Los movimientos de protesta encuentran seguidores y compañeros de viaje. Y, por supuesto, Twitter era una plataforma de expresión esencial para cierto presidente de los Estados Unidos.
Si Twitter fallara por completo, toda esta información podría desaparecer de su sitio en un instante. Y es una parte importante de nuestra historia. ¿No deberíamos estar tratando de preservarla?

Servidores de Internet Archive (foto: David Rinehart / Internet Archive / https://19.bbk.ac.uk/)

He estado trabajando en este tipo de preguntas y aportando soluciones para algunas de ellas, durante mucho tiempo. Eso es parte de por qué, hace más de 25 años, fundé Internet Archive. Es posible que haya oído hablar de nuestra «Wayback Machine», un servicio gratuito que cualquiera puede usar para ver páginas web archivadas desde mediados de la década de 1990 hasta el presente. Este archivo de la web se ha construido en colaboración con más de mil bibliotecas de todo el mundo y contiene cientos de miles de millones de páginas web archivadas en la actualidad, incluidos los tweets presidenciales (y muchos otros). Además, hemos estado preservando todo tipo de artefactos culturales importantes en forma digital: libros, noticias de televisión, registros gubernamentales, colecciones tempranas de sonido y películas y mucho más.
La escala y el alcance de Internet Archive pueden darle la apariencia de algo único, pero simplemente estamos haciendo el trabajo que las bibliotecas y los archivos siempre han hecho: preservar y proporcionar acceso al conocimiento y al patrimonio cultural. Durante miles de años, las bibliotecas y los archivos han proporcionado este importante servicio público. Comencé Internet Archive porque creía firmemente que este trabajo necesitaba continuar en forma digital y en la era digital.

Si bien hemos tenido muchos éxitos, no ha sido fácil. Al igual que los sellos discográficos, muchos editores de libros no sabían qué hacer con Internet al principio, pero ahora ven nuevas oportunidades de ganancia. Las plataformas también tienden a poner sus intereses comerciales en primer lugar. No me malinterpreten: los editores y las plataformas siguen desempeñando un papel importante al llevar el trabajo de los creadores al mercado y, a veces, ayudan en la tarea de preservación. Pero las empresas cierran y cambian de manos, y sus intereses comerciales pueden ir en contra de la preservación y de otros beneficios públicos importantes.

Tradicionalmente, las bibliotecas y los archivos llenaban este vacío. Pero en el mundo digital, la ley y la tecnología hacen que su trabajo sea cada vez más difícil. Por ejemplo, mientras que una biblioteca siempre podría simplemente comprar un libro físico en el mercado abierto para conservarlo en sus estantes, muchos editores y plataformas intentan evitar que las bibliotecas conserven la información digitalmente. Incluso pueden utilizar medidas técnicas y legales para evitar que las bibliotecas lo hagan. Si bien creemos firmemente que la ley permite a las bibliotecas realizar sus funciones tradicionales de preservación y préstamo en el entorno digital, muchos editores no están de acuerdo, llegando incluso a demandar a las bibliotecas para evitarlo.

No debemos aceptar esta situación. Las sociedades libres necesitan acceso a la historia, sin que los cambiantes intereses corporativos o políticos lo impidan. Este es el papel que las bibliotecas han desempeñado y deben seguir desempeñando. Esto nos lleva de vuelta a Twitter. En 2010, Twitter tuvo la perspicaz previsión de asociarse con la Biblioteca del Congreso para preservar los tweets antiguos. En ese momento, el Congreso había encargado a su biblioteca «… establecer una infraestructura nacional de información digital y un programa de conservación». Parecía que el gobierno y la industria privada estaban trabajando juntos en busca de una solución al problema de la preservación digital, y que Twitter estaba liderando el camino.

Cuartel general de Internet Archive en una antigua iglesia en 300 Funston Avenue, San Francisco (foto: David Rinehart / Internet Archive)

No pasó mucho tiempo antes de que el proyecto se frustrara. En 2011, la Biblioteca del Congreso emitió un informe señalando la necesidad de «cambios legales y regulatorios que reconocieran el gran interés público en el acceso al contenido digital a largo plazo», así como el hecho de que «la mayoría de las bibliotecas y archivos no pueden mantener con la financiación actual» la infraestructura de conservación digital necesaria. Pero no se han producido cambios legales y regulatorios, e incluso antes del informe de 2011, el Congreso retiró decenas de millones de dólares del programa de preservación. En estas circunstancias, tal vez no sea sorprendente que, para 2017, la Biblioteca del Congreso dejara de conservar la mayoría de los tweets antiguos y que el Programa Nacional de Infraestructura y Preservación de Información Digital (NDIIPP) ya no sea un programa activo en la Biblioteca del Congreso. Además, no está claro si la nueva propiedad de Twitter tomará medidas adecuadas para abordar la situación.

Independientemente de lo que haga Musk, la preservación de nuestro patrimonio cultural digital no debería depender de la beneficencia de un solo hombre. Necesitamos empoderar a las bibliotecas garantizando que tengan los mismos derechos con respecto a los materiales digitales que los que tienen en el mundo físico. Ya sea que eso signifique archivar tweets antiguos, prestar libros digitalmente o incluso algo tan emocionante (¡para mí!) como el préstamo interbibliotecario del siglo XXI, lo importante es que tengamos una estrategia nacional para resolver los obstáculos técnicos y legales para hacer esto.

(1) Para el concepto de «historia digital» y otros aspectos puede verse Anaclet Pons, Matilde Eiroa (eds.), «Historia digital, una apuesta del siglo XXI», Ayer 110/2018 (2), pp. 13-178.

 

NOTA DEL BLOG CONVERSACIÓN SOBRE HISTORIA

Después de publicado este artículo nos enteramos de que Internet Archive ha sido demandado por varias grandes editoriales por haber digitalizado y difundido ciertos libros durante breves meses al comienzo de la pandemia del COVID, entre abril y junio de 2020.

Una sentencia reciente ha fallado en contra de I.A., que ahora se plantea recurrir y seguir manteniendo sus servicios públicos y gratuitos. Reconociendo los derechos de propiedad intelectual, I.A. argumenta que la legislación de EE.UU. permite hacer excepciones en casos especiales, como lo fue el inicio de la pandemia, cuando muchas bibliotecas e instituciones culturales se vieron obligadas a cerrar por las circunstancias.

Este blog se solidariza sin reservas con Internet Archive, reconociendo su muy meritoria labor al atender como «bibliotecario de emergencia» las necesidades del gran público digital en esos momentos tan difíciles y desea que siga prestando los valiosos servicios que en el artículo de Brewster Kahle se se señalan. El siguiente enlace lleva a la web de I.A. a cuantos quieran expresar su apoyo a lo que ya se llama «la batalla de las bibliotecas»:

https://archive.org/donate/?origin=email-20230328lwstfllwup.

 

 

Fuente: Time 7 de febrero de 2023

Traducción: Luis Castro

Portada: Malwarebytes.com

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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