El artículo crítico de Sebastiaan Faber sobre el discurso pronunciado por José Álvarez Junco al recibir el título de doctor honoris causa por la UNED ha provocado reacciones algo virulentas, especialmente en las redes sociales. Como es habitual en la academia española, la discusión se ha centrado en las formas para, de ese modo, eludir el debate de fondo. El discurso de Álvarez Junco, en apariencia una reflexión sobre su propia evolución historiográfica y la de su generación, tenía un propósito de mayor alcance: legitimar unos discursos y deslegitimar otros en los debates actuales sobre la guerra, la dictadura de Franco, la memoria y la historia. En este artículo se analizan dos aspectos problemáticos del discurso pronunciado por José Álvarez Junco: la asunción de la idea de progreso y la naturalización de los debates historiográficos a través de su analogía con las tres edades del hombre .

Jorge Marco
University of Bath

 

A España no hizo falta que llegara Twitter para alimentar la polarización. La cultura decimonónica de la honra sigue imperando en el país y esto incluye a su mundo académico.

Establecer un debate en España resulta imposible porque se impone siempre la lógica de los tirios y los troyanos, de los Caínes y los Abeles, de estás conmigo o contra mí. No hay margen para escuchar, porque cualquier crítica es considerada una afrenta.  Y cuando nos injurian, debemos sacar los sables para reclamar un duelo que permita restaurar el honor.

El diálogo se hace imposible porque la discusión de las ideas se abandona de inmediato para entrar en el terreno personal, donde se dirimen entonces atributos de dignidad, nobleza, y honradez. Se focaliza la discusión en las formas para así eludir el debate de fondo. Eso, o el silencio; porque de lo que no se habla, no existe.

Así se suelen resolver y disolver los debates en España.

Y repito, esto no sólo ocurre en la calle, en el parlamento, sino también en el ámbito académico. Como botón de muestra: las reacciones al artículo crítico del hispanista Sebastiaan Faber  sobre el discurso pronunciado recientemente por José Álvarez Junco.

En este texto trato de resituar el debate en el fondo de la cuestión. Porque lo que realmente me interesa es la discusión de las ideas.

Tres patriarcas representados como las tres edades del hombre. London, British Library, Harley 603, fol. 52v

José Álvarez Junco no necesita que alguien como yo le alabe. Tiene un reconocido prestigio a nivel nacional e internacional que se ha ganado gracias a su brillante carrera académica. No tengo ningún problema en decirlo: su obra es extraordinaria y sus trabajos están llenos de reflexiones al alcance de muy pocos. Y no digo esto para poner la tirita antes de la herida, ni para prevenir ataques posteriores, sino porque simplemente así lo considero.

Pero una cosa no quita la otra.

¿Acaso no se puede reconocer los méritos de un o una historiadora, coincidir en algunos planteamientos, pero al mismo tiempo ser crítico con otros? Debatir unas ideas no es poner en tela de juicio toda la vida investigadora de alguien sino, tan solo eso, debatir unas ideas. Tampoco implica menosprecio; todo lo contrario: un esfuerzo por dialogar y discutir con alguien a quien se respeta, aunque no se compartan las mismas perspectivas.

Una vez aclarado esto, vamos al turrón.

He leído con detenimiento el discurso pronunciado por José Álvarez Junco al recibir el título de doctor honoris causa por la UNED y me causa las mismas dudas que Sebastiaan Faber presenta en su artículo. Y no digo esto porque sea su amigo y salga a defender ningún tipo de bandería. Repito, solo me interesa la discusión de las ideas.

El problema principal que observo es la naturalización que Álvarez Junco realiza a la hora analizar su propia evolución historiográfica y la de su generación. Porque el relato que presenta emula en su desarrollo al proceso psicológico estandarizado de la evolución de los individuos en tres fases: infancia (inocencia), adolescencia (rebeldía) y edad adulta (madurez). Además, esta naturalización de los cambios historiográficos en las últimas décadas en España está vertebrada por la idea de progreso.

Naturalización de procesos humanos y asunción de la idea de progreso en la evolución y en los debates historiográficos; estas son las dos espinas dorsales que me parecen problemáticas y que creo que es necesario discutir.

La primera analogía plantea varios problemas. En primer lugar, porque asume una evolución estandarizada de la psicología humana simplificadora que remite a las tres edades del hombre, representadas por pintores desde el renacimiento como fue el caso de Giorgone Caltelfranco. En segundo lugar, ¿de verdad esta comparación resulta clarificadora para entender los debates y cambios historiográficos de las últimas décadas? En tercer lugar, plantea la discusión en el marco generacional de un individuo anclado en un espacio y tiempo particular, lo que provoca una clara distorsión de las controversias historiográficas.

En cualquier caso, el asunto que me parece más problemático es el sentido de progreso que subyace en esta estructura. Según el autor, él y su generación han llegado a una etapa de madurez, donde habrían logrado despojarse de todos los relatos mitológicos y teleológicos que habían recibido y sostenido en el pasado. De este modo lograron liberarse de las “visiones apocalíptico-redentoras” y abrazar el análisis equilibrado, complejo y no sectario.

Resulta sorprendente este argumento porque, paradójicamente, el autor lo sostiene recurriendo a otra teleología. Critica las viejas narrativas redentoras basadas en sujetos colectivos (nación, proletariado, etc.), pero al mismo tiempo el autor recurre a otra de carácter individual: las supuestas fases psicológicas del ser humano.

Con ello, ¿está además diciendo que aquellos que no defiendan sus enfoques e ideas de madurez siguen en fases primitivas de inocencia o rebeldía? Creo que así es, porque el discurso de Álvarez Junco no solo se refiere a su evolución personal y a la de su generación de forma explícita, sino que de forma implícita alude a toda la profesión de historiadores. Como en la vieja Roma, cuando se habla de los romanos, en realidad se refiere a toda la humanidad. Quizás me equivoque, pero yo así al menos lo interpreto, aunque lo haga de manera sutil.

Veamos.

La fase de inocencia de su generación la identifica con los relatos nacionalistas producidos por la dictadura de Franco y la etapa de la rebeldía con las narrativas marxistas del antifascismo opositor. Establecer esta relación no solo resulta simplificador al referirse a los debates historiográficos de las últimas décadas. También resulta conveniente al autor, porque apenas hay historiadores hoy en día que -al menos de forma total- se reivindiquen como miembros de cualquiera de estas dos escuelas.

Las tres edades del hombre (c. 1622), obra de Van Dyck, Palazzo Chiericati , Vicenza

Pienso en un momento en el libro Rebeldes Primitivos de Eric Hobsbawm -que tanto empleó en su momento el autor- y me surge una analogía con el modelo de Álvarez Junco que no sé si es precisa, pero me resulta iluminadora. Para Hobsbawm los anarquistas eran unos inocentes, los socialistas una fase intermedia del pensamiento, y los comunistas representaban la plena conciencia de los procesos históricos.

¿Álvarez Junco ha dibujado un proceso evolucionista similar en su desarrollo historiográfico y en el de su generación? Quizás abandonó el marxismo ideológico, pero es posible que ciertas estructuras mecanicistas sigan sobreviviendo en su pensamiento, aunque quizás esté yo equivocado.

Lo que parece evidente es que el modelo de las tres etapas establece un claro  centro virtuoso: el de la madurez que representa su pensamiento actual y el de su generación. Como consecuencia, el resto de pensamientos y enfoques son interpretados como “primitivos”, inocentes, maniqueos, sectarios, es decir, menos virtuosos.

Siguiendo este mapa del pensamiento propuesto por José Álvarez Junco, me pregunto en qué fase me debo encontrar como historiador. La respuesta, en realidad, es sencilla. Para aquellos que compartan mi posición, estaré en una fase de plena madurez. Para aquellos que sean contrarios, todavía me encuentro en una etapa inocente (infantil) o adolescente (rebelde).

Porque de esto trataba el discurso de Álvarez Junco: de legitimar unos discursos y deslegitimar otros en los debates actuales sobre la guerra, la dictadura, la memoria y la historia.

O al menos esa es la sensación que yo he tenido al leerlo.

Aunque, como cualquier hijo de vecino, puedo estar equivocado.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: Las tres edades del hombre (1500-1501), obra de Giorgione, Galeria Palatina, Florencia.

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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