Con el nombre de «capuchinada»,  culminación de un proceso mucho más complejo, se conocen los hechos que tuvieron lugar en el convento de los padres capuchinos de Sarrià entre el 9 y el 11 de marzo de 1966, con motivo de la asamblea constitutiva del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona.  Al éxito político y social que supuso la creación del SDEUB le siguió la lógica represión del franquismo.CSH


 

Se publica en esta segunda entrega una carta polémica dirigida al Ministro de Educación -Manuel Lora Tamayo- escrita en un momento muy conflictivo. De ella habló en su día su colega economista Fabián Estapé, decano de la Facultad de Económicas … Cuando viene la “Caputxinada” y la creación del Sindicato Democrático de Estudiantes, en casa de Ramon Trias Fargas nueve catedráticos firmamos de acuerdo con los estudiantes. Entonces Francisco García Valdecasas y Manuel Lora Tamayo van a fastidiarnos, a los estudiantes y a los catedráticos. Pero había un catedrático que estaba en falso, que era Ramon, porque no era de Barcelona, y lo vuelven en València. Él hizo una carta dimitiendo, una carta dura y muy bien hecha contra aquella represalia política». (…). Esta carta, enviada desde la Universidad el 30 de septiembre de 1966, consignaba «algunas consideraciones sobre la marcha de la Universidad».

Los sucesos de los meses previos testimoniaban el aumento de la tensión universitaria. La destitución de Manuel Sacristán por su militancia comunista era un ejemplo evidente de ello y del consiguiente encadenamiento de problemas incluso de orden público. El tema fundamental de la carta es la defensa de la libertad de cátedra y la proclama de la necesidad del diálogo como instrumento de la formación de la conciencia de los universitarios.

¿Por qué escribió esa carta saltándose el rector y el director general?.  Como buen profesional liberal, con su situación más bien resuelta, es decir, como un burgués, se dirigió a la autoridad con autoridad intelectual. Y así, además, de nuevo entroncaba con esa tradición cívica y académica que había mamado en su casa. Porque en 1934, tras los calamitosos “Fets d’Octubre», su padre Antoni Trias -miembro del Patronato de la Universitat Autònoma- estuvo unos días encarcelado. Tras unas semanas en libertad, Trias escribió a Ramón Prieto Bances -Ministro de Instrucción Pública – explicando y defendiendo la tarea de la nueva Universidad. Esta carta, memorable y apasionada, la publicaron los hermanos Trias Fargas en 1973. Publicar aquí la de 1966  es también un ejercicio modesto de lealtad a esa tradición. Jordi Amat

Véase el post anterior: AQUI


UNA CARTA POLÉMICA (1966)*

 

Barcelona, 30 de septiembre de 1966

Excmo. Señor Ministro de Educación y Ciencia:

  1. Ramón Trias Fargas, Catedrático numerario por oposición de Economía, Política y Hacienda Publica, domiciliado en Rala. Cataluña 47 – Barcelona

A V.E. respetuosamente EXPONGO:

1º.- Que a fines de Agosto último se le ha notificado la orden del Ministerio de Educación y Ciencia de fecha 23 de Julio último que textualmente dice como sigue:

Visto el acuerdo adoptado por la Juntad de la Facultad de Derecho de la Universidad de Valencia de que, con motivo de la puesta en vigor del nuevo plan de estudios, es necesaria la presencia de un catedrático de Economía, Política y Hacienda Publica y teniendo en cuenta que el titular de la misma en dicha Universidad se encuentra agregado a la de Barcelona,

ESTE MINISTERIO ha dispuesto que D. RAMÓN TRIAS FARGAS se reintegre a su cátedra de la Universidad de Valencia a partir del 1º de octubre del corriente año”.

Facultad de Derecho de la Universidad de Valencia en los años 60 (foto del libro  La Facultad de Derecho de Valencia, 1499-1975, de Mariano Peset Reig)

2º.- Según he podido saber, lo que pide la Facultad de Valencia no es cualquier catedrático de  Economía, Política y Hacienda Publica sino la presencia, en calidad de agregado, de D. Domingo Vicente Arche, desde siempre especializado en los aspectos jurídicos de las cuestiones fiscales, que es la innovación que contempla el nuevo plan de estudios de la Facultad de Derecho de Valencia.

3º.- A nadie se le puede ocultar el grave perjuicio que me causa la desagregación de referencia. Pero siendo discrecional del ministerio la acepto. Sin embargo, creo que proceden algunas respetuosas consideraciones.

Antes de que yo fuese agregado a la Facultad de Ciencias Económicas de Barcelona, me hallaba en esta última ciudad en uso de excedencia activa, que me había sido concedida por orden de este Ministerio de fecha 14 de Marzo de 1963.

La indicada excedencia activa me fue otorgada en atención a mi participación en importantes proyectos de investigación en materia de economía regional a desarrollar en Barcelona. El interés de estas actividades científicas fue avalado en legal forma por sendos dictámenes del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, del Consejo de Educación Nacional y de la Facultad de Derecho de Valencia, que obran en el expediente correspondiente. Como es bien sabido estos proyectos han dado sus primeros frutos en tres libros ya publicados y siguen su curso con estudios sobre el puerto de Barcelona y las inversiones del sector privado en Cataluña que pronto verán la luz.

Está pues, claro, que subsisten los motivos que me impulsaron a pedir y que llevaron al Ministerio a conceder, la excedencia activa a que antes me he referido. Por lo demás ésta fue concedida legalmente por un período de diez años.

Mi agregación –Orden de 30 de abril de 1964- a la Facultad de Económicas de Barcelona era accesoria y posterior a los proyectos de investigación y a la excedencia activa referidas. No tenía más base que la conveniencia de utilizar mejor mis servicios, ante la falta de personal que aquejaba y aqueja la Facultad de Económicas de Barcelona, dado que yo de todas maneras me hallaba en Barcelona en uso de excedencia activa y por tanto dispensable para la enseñanza. Nada de esto ha variado.

4º.- Dado que todo lo expuesto resulta de expedientes archivados en el Ministerio, estoy seguro de que no habrá sorpresas para nadie si, a la vista de mi desagregación de Barcelona, digo que en vez de volver a la enseñanza activa en Valencia, deseo y debo permanecer al frente de los proyectos de investigación que en su día justificaron mi pase a la situación de excedencia activa y que hoy, al cesar la agregación, justifican que nuevamente se me conceda dicha situación de excedencia activa.

Este es el motivo de este escrito y en su virtud A V.E. respetuosamente solicito: que se me restablezca en la situación de excedencia activa de que disfrutaba por Orden Ministerial del 14 de Marzo de 1963.

El ministro Manuel Lora Tamayo durante la toma de posesión de altos cargos del Ministerio de Educación en febrero de 1966

OTROSÍ

1º.- Podría terminar esta instancia aquí mismo. De todas maneras, dadas las vicisitudes por las que ha atravesado nuestra Universidad en el último curso, con las que inevitablemente he tenido que estar en contacto, no me parecería conforme separarme de nuestras aulas por tiempo indefinido sin decir, sinceramente, algo de lo que pienso sobre lo ocurrido.

Deseo muy vivamente que las páginas que siguen no sean consideradas como una crítica negativa. Muy al contrario, son producto sincero de mi honda preocupación por el problema universitario. Estoy seguro de que en algún modesto detalle puede serle útil a V.E. Podría, es cierto, haber presentado verbalmente estas consideraciones al Ilmo. Sr. Director General de Enseñanza Universitaria restándole formalidad a la cosa. Desgraciadamente, las acuciantes obligaciones de su cargo le impidieron atender a dos peticiones de audiencia que le formulé con este objeto el mes de Julio pasado.

En consecuencia, con el propósito de ayudar a la solución del problema y también para salvar un poco la responsabilidad que me corresponde me permito dirigirle con todo el respeto estas líneas. Una institución como la nuestra, para estar viva, debe albergar distintas corrientes de pensamiento. De estas discrepancias, tanto como de las coincidencias de opinión, depende nuestro porvenir. Sería muy triste que por un exceso mal entendido de disciplina o por simple pereza mental o ética de todos nosotros, alguien en el futuro, parodiando a Menéndez Pelayo, solo que casi un siglo de supuesto progreso más tarde, pudiera decir: «… nada de lo que quedaba en la Universidades Españolas en 1965 merecía vivir».

Claro que lo he pensado dos veces antes de entrar en el penoso esfuerzo mental de resumir mi pobre diagnóstico sobre un enfermo tan querido como es para mí la Universidad Española. Generalmente lo más cómodo y lo más rápido es callar. Aunque no sea más que por aquello de que en todas partes cuecen habas y de que incluso por tierras de la libre Europa se oye que París bien vale una Misa.

Creo, sin embargo, que sin estridencias ni alharacas, pero sí con firmeza cívica, conviene al país que los españoles empecemos a actuar más por convicción y menos por conveniencia. Al fin y al cabo, no será la primera vez en que aquende los Pirineos se estima que la libertad de Cátedra bien vale una Cátedra.

2º.- Es indudable que la Universidad Española en general, y la de Barcelona en particular, han vivido en los últimos tiempos un clima de intranquilidad y descontento que ha culminado en el cierre de la última a mediados del curso pasado. En el mejor de los casos, el curso entrante verá como esta situación se controla aparente y transitoriamente sin que desaparezcan los motivos de fondo del desagrado ni las verdaderas causas de queja, que son lo único que realmente importa.

3º.- A mi juicio, las bases de esta inquietud, que no tendría sentido negar, no deben buscarse más que en la forma como la Universidad Española se plantea y cumple su misión social. Todos sabemos que la Universidad tiene dos tareas fundamentales ante sí. Debe aprender ella misma investigando y debe enseñar a los demás a aprender a través de la enseñanza. Al propio tiempo, y este es su gran objetivo, debe formar humanamente a la juventud estudiosa para que ésta integre con altura la ciudadanía del mañana. De la Universidad deben salir buenos profesionales del saber y buenos ciudadanos. No sabría decir qué faceta del universitario es más importante. Con todo, si tuviera que escoger, probablemente me inclinaría por esta última.

4º.- Estos fines, que el consenso general viene atribuyendo tradicionalmente a la Universidad, se ven consolidados en estos últimos tiempos por la Ciencia Económica. Nadie que conozca los rudimentos de la teoría del desarrollo económico discrepará si digo que la enseñanza, la investigación y los conocimientos técnico-científicos a todos los niveles, son el factor singular estratégico más importante en la edificación del bienestar material y espiritual de los pueblos. Para España es necesario de toda necesidad que vivamos una “explosión” de la enseñanza y de la investigación. Para esta primera tarea, universitaria sobre todo, todos los esfuerzos son pocos. Soy el primero en suponer que el Ministerio es consciente de este gran objetivo nacional. Sin embargo, las reformas se eternizan, la parte de la R[enta] N[acional] española que se dedica a la enseñanza y a la investigación sigue siendo aparatosamente inadecuada y desde luego muy inferior a la de los países más avanzados. Los alumnos tiene que asistir a las clases de pie, no hay locales, ni profesorado intermedio ni superior para desarrollar seminarios ni trabajos prácticos. Es cierto que los alumnos universitarios han aumentado mucho, se han masificado, como decían otros profesores hace poco; pero, esto no es malo sino todo lo contrario. Es obligación del Estado poner los recursos que hagan falta para atender en forma adecuada esta bienvenida y aún insuficiente “explosión” de la población estudiantil. Es posible que otros objetivos nacionales, a los que no se regatea el dinero, sean tan urgentes como este, pero ninguno lo es más.

Sin embargo, no es sobre este aspecto estrictamente informativo de la misión universitaria que quería extenderme en esta instancia. Tampoco en cuestiones muy generales como la reforma del profesorado, de la autonomía Universitaria, el perfeccionamiento de los métodos, etc., me parecen el tema de este momento. Muchos catedráticos, algunos muy recientemente, yo  mismo dentro de los límites de mis modestas luces, nos hemos extendido sobre tan decisiva cuestión.

Aquí quiero dejar constancia únicamente de que, a pesar de los desvelos del gobierno en este sentido, que me imagino que han sido muchos, hoy por hoy, profesores, alumnos, padres de familia y ciudadanía en general, tenemos aguda y angustiosa conciencia de que los medios que la enseñanza española en general y la Universidad española en particular, ponen al servicio de nuestra sociedad y de su progreso, son trágicamente inadecuados e insuficientes (sobre la debilidad de nuestra ciencia no hay necesidad de extenderse). Pues bien, si en nuestra primera misión que es la de aprender y enseñar fallamos, tendremos situado en este fallo una primera causa del desasosiego Universitario que todos lamentamos. (Antes de seguir adelante quisiera dejar sentido que el fallo de nuestra Universidad a este respecto es institucional y político y no personal de los profesores, gracias a los cuales, en definitiva, y a su esfuerzo cuesta arriba de todos los días, la Universidad española no ha dejado simplemente de existir).

5º.- Aclarado lo anterior, mi propósito en estas líneas era volver mi atención a la otra gran tarea que corresponde a toda universidad digna de esta categoría, para preguntarme si los resultados obtenidos en la formación del hombre son los que deberían ser. Porque si también aquí fallamos no habría que ir más lejos para averiguar lo que pasa con nuestra Universidad.

A mi juicio, en la Universidad debe entrar el mayor número posible y desde luego deben ingresar los mejores jóvenes de que dispongamos. Llegados a este punto, convendría examinar si en conciencia las escasas plazas universitarias de que disponemos se reparten con criterios de perfección moral y de capacidad intelectual del alumnado sin referencia a la situación social y económica de los padres, como exigirían la obtención del máximo producto social y de los más elementales postulados de equidad. Sabemos, desgraciadamente, que la respuesta a tal examen sería franca y abiertamente negativa. Pero, sigamos adelante con el análisis dejando tan decisiva cuestión para mejor ocasión. A su vez, de la Universidad, nutrida de todas las capas de la sociedad, deben salir los mejores hombres preparados profesionalmente, formados éticamente, forjados en el altruismo y el cumplimiento del deber, respetuosos de la opinión de los demás, sin más ideal que el bien común, convencidos de que su conducta ejemplar será fuente de inspiración para la Nación, único camino por el que pueden aspirar nuestros universitarios a constituir la clase dirigente que todo país precisa.

Sobre si nuestra Universidad cumple con esta alta misión formativa que les es propia, me pregunto dolorosamente más de una vez y estoy convencido de que la mayoría de mis compañeros, de manera más o menos aparente, se plantean con creciente angustia tan dramático interrogante…

En principio, lo que vemos y conocemos debe inclinarnos al escepticismo. Empieza porque es mucho más difícil formar un hombre como Dios manda que hacer un matemático, un geólogo o un médico. Para que la Universidad pueda formar en el bien, debe por su misma calidad ser superior. Esto admitido, debe con el ejemplo y la lección de cada momento imprimir su sella, ese sello superior. Para ello es preciso que el novicio esté en contacto constante con la Universidad, que conviva con ella. En las mejores Universidades anglo-sajonas el estudiante pasa a vivir en el recinto universitario. Convivir, no se olvide, es diálogo expreso o tácito, de todo el día. No sólo en España esta convivencia socrática entre maestro y pupilo no existe, sino que la falta de aulas y personal docente la reduce a unas poquísimas horas semanales de contacto superficial y lejano. Ahora bien, si además el diálogo se rompe del todo y deliberadamente, si el ejemplo que imparte es nocivo, la Universidad no sólo dejará de formar, sino que será deformante. Los últimos sucesos que han tenido como escenario nuestra Universidad nos servirán para llegar a conclusiones determinantes sobre si nuestra Universidad cumple o no con esta función.

Carga policial del 24 de febrero de 1965 en la Universidad Complutense tras celebrarse una reunión no autorizada de estudiantes. Seis catedráticos fueron expedientados: Tierno Galván, García Calvo, López Aranguren, Aguilar Navarrio, Montero Díaz y García Vercher (foto: ABC)

6º.- Permítaseme, ahora, concretar un poco las cosas. Cuando en el verano de 1965 fueron sancionados con la separación de sus cátedras cinco profesores universitarios, estas cuestiones dejaron de ser especulativas para saltar al primer plano de la vida universitaria real, concreta e inmediata. La gravedad y lo inusitado de las sanciones –Recuérdese que cuando la “cuestión universitaria” a fines del siglo pasado fueron los catedráticos los que renunciaban a sus puestos por sentirse incompatibles con las instrucciones ministeriales. Y si bien es cierto que durante lo peor del reinado de Isabel II hubo expulsiones de catedráticos, ello contribuyó a la expulsión de la Reina- empezó a preocupar incluso a los que estaban dispuestos a aceptar la versión oficial de los hechos y a los que, en todo caso, discrepan abiertamente de las alegadas posturas y trayectorias políticas de los profesores afectados. Nuestra inquietud, natural incluso en un cuerpo tan poco cohesionado como es el nuestro, se basaba en que sea lo que fuere lo sucedido, resultaba evidente que unos profesores eran sancionados por hechos ajenos a su competencia profesional y que tampoco podían considerarse, bajo ningún criterio, delitos comunes. A la vez, puesto que estos profesores contaban con la simpatía de un grupo más o menos numeroso de estudiantes, se consagraba oficialmente una escisión en el cuerpo universitario, suficientemente honda para que fuese imposible la convivencia de los grupos dentro de la Universidad. (Puesto que uno de ellos era expulsado.)

Eran estos motivos más que sobrados para preocupar a cualquier profesor responsable, por ortodoxa o indiferente o cauta, que fuese su disposición de principio.

7º.- Al poco tiempo de iniciado –en este ámbito de recelos- el curso 65/66 empezaron también los disturbios estudiantiles. Estaban basados de forma inmediata en discrepancias alrededor de la estructura de sus asociaciones gremiales, pero con raíces más hondas en la insatisfacción generalmente sentida por la forma en que la Universidad absolvía las dos misiones básicas a que antes nos hemos referido.

Las cosas con los estudiantes llegaron a un punto en que, en el mes de Diciembre de 1965, el Excmo. y Magnífico señor Rector de la Universidad de Barcelona consideró justificado convocar un claustro universitario para tratar la cuestión. Era este el primero que se convocaba en Barcelona desde hacía años.

En dicho claustro la autoridad académica quiso localizar el problema atribuyendo los disturbios a inspiración comunista. Aunque nade dije durante la referida reunión académica, me veo obligado a discrepar de dicha versión. No puedo creer que nuestra juventud esté entregada al comunismo. Precisamente por esos días la prensa traía la noticia de fuertes disturbios estudiantiles en la Universidad de Praga. Los estudiantes, enfrentados a la autoridad académica del régimen comunista checo, eran acusados por esto de ser juguetes del capitalismo imperialista. Y es que los jóvenes como tales no son ni comunistas, ni fascistas, ni son, necesariamente, nada determinado; ni tampoco dejan que se les maniobre tan fácilmente. Los jóvenes, gracias a Dios, son sobre todo curiosos de la vida, están abiertos a lo nuevo y son reacios, en principio, a lo establecido. A esta actitud de las generaciones, que sólo más tarde se volverán conservadoras de los adelantos por ellas mismas promovidos en su juventud, se debe el progreso y la estabilidad de la especie humana. La Universidad de Barcelona estaba ante una reacción de su juventud estudiosa, biológicamente sana y nada más. Ni nada menos, desde luego. Por eso me dolió tanto que se quisiera simplificar el problema arbitrariamente hasta estos extremos. Con ello no hacíamos más que apartarnos de los hechos enajenándonos el respeto que como profesores amantes de la realidad tenemos el derecho de esperar del cuerpo estudiantil.

Además, al querer situar toda discrepancia estudiantil bajo el signo del comunismo, la autoridad académica hace algo más que expresar una opinión discutible. Dada la estructura del régimen, sitúa automáticamente a los estudiantes fuera de la ley, corta el diálogo y les pone en la alternativa de someterse o pasar por las consecuencias. Todo esto me parece simplificar demasiado las cosas. A los estudiantes hay que convencerles, no vencerles, con las mismas armas que vienen a buscar a la Universidad, que no son otras que la inteligencia.

8º.- Pero las armas del pensamiento juegan y se esgrimen dentro de algo que está en la base misma de la vida civilizada. Me refiero al diálogo. A la argumentación razonada y razonable de las distintas posiciones. A la convicción voluntaria como elemento único del poder, al método científico como fórmula de encontrar soluciones objetivas a los problemas políticos que antes se confiaban para su solución a la retórica y a la demagogia. Al sentido común y a la ponderación y a la generosidad para transigir aquellas otras cuestiones que no tengan solución óptima aparente. (Se dirá que tanta perfección es difícil. Tal vez; pero tal vez no lo será tanto como aparentar creer a los detentadores de la fuerza. En todo caso es en la Universidad donde hay que probar que esta forma avanzada y superior de la vida en común es posible.)

Para todo esto hay que estar en contacto, hay que poder hablar entre todos, hay que mantener abierto el diálogo entre españoles pase lo que pase y cueste lo que cueste. Si esto es así para el país en general, ¡cómo no ha de serlo en la comunidad universitaria dentro de la cual la libertad de pensamiento, la confrontación de las ideas expresadas libremente, la consecución de soluciones por convicción libre, donde, en una palabra, la libertad de cátedra es la premisa misma de su existencia!

9º.- Preocupado por la escisión y ruptura del diálogo entre autoridades académicas y cuerpo estudiantil que tan claramente se perfilaba ya a fines de 1965, con otros compañeros firmé a principios de este año varios escritos cuyo contenido concreto no interesa tanto en estos momentos, ya que su objetivo no era otro, en mi ánimo, que el de mantener un puente abierto para el diálogo. Se trataba de hacer más compleja una situación que amenazaba con simplificarse al extremo de reducirse a dos bandos homogéneos irreductiblemente incomunicados entre sí: Autoridad Académica – Alumnado.

A mi modesto entender, estos planteamientos simples, que tan poco juego permiten, sólo pueden resolverse por la fuerza, que a su vez sólo consigue radicalizar las posiciones en el silencio, para que hagan erupción con más violencia en el futuro. Dicho de otra forma, la fuerza no es solución a la larga y menos para un problema de la Universidad, ya que la fuerza nunca ha sido reconocida oficialmente como argumento universitario. Nuestros intentos de conciliación o no fueron contestados o lo fueron con el mantenimiento de las posturas iniciales. (En un momento dado se recriminó duramente por el Rectorado de Barcelona a los firmantes de los escritos que, haciendo uso de la nueva legislación de prensa, lo hubiese dado a publicidad. Ante esta reacción cabría preguntarse si se ha concedido un mayor grado de libertad de prensa a los españoles, con la condición de que no hagan uso de ella).

Una nueva regulación de las asociaciones estudiantiles, según parece, más liberal que la anterior, ha sido recientemente “otorgada”. Digo que ha sido otorgada porque se procura que quede claro que no es producto del diálogo, argumentación y transacción, sino concesión graciosa del poder. Y esto es lo que me parece más grave. En estos casos, más que el contenido es el continente, la forma del proceso por el que se llega a las decisiones, lo que verdaderamente interesa. Y esta sigue siendo no universitaria, o sea autoritaria, incluso en las concesiones.

Las severísimas sanciones impuestas a un número “masivo” de personal docente intermedio y de estudiantes de la Universidad de Barcelona, que la prensa ha dado a conocer mientras escribo estas líneas, me confirma mi opinión pesimista.

Estudiantes encerrados durante 43 horas en el convento de Capuchinos de Sarrià durante la asamblea constituyente del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB) conocida como la Caputxinada, en 1966 (foto: Guillem Martínez Molinos)

10º.- No puedo terminar estas notas sin referirme a lo ocurrido en la Facultad de Ciencias Económicas y Comerciales de Barcelona, puesto que me afecta de una manera especial. En ésta, los disturbios llegaron al punto de que fue preciso que el señor Decano invitara a la fuerza pública a entrar en el recinto universitario. Poco después se cerraba la Universidad de Barcelona. Los desórdenes se produjeron con el motivo del nombramiento de un profesor encargado de curso que venía a sustituir a otro que desempeñaba el cargo desde hacía años.

El suscrito aprobó la actuación del señor Decano –me temo que con gran sorpresa de éste- al invitar a la policía a restablecer el orden. Y ello porque es inadmisible que los estudiantes se comporten de forma antiuniversitaria. Pero tampoco es justo ver y juzgar separadamente las partes inconexas de un mismo problema más amplio. El Código Civil dice que quien invoca la parte de un documento debe aceptar lo que diga el todo. Pues bien, ¿cuál fue la causa de la conducta antiuniversitaria de los alumnos? ¡Porque estos no se lanzaron a la acción porque sí!

Lo ocurrido es bien sencillo y conocido de todos: un profesor encargado de curso es tachado de determinada ideología y se le quiere alejar de la Universidad nombrando a otro que le sustituya. Nadie le acusa de incompetencia profesional ni de torpeza moral. Es un caso típico de intromisión en la libertad académica. La junta de numerarios se opone unánimemente a la propuesta de substitución. La autoridad insiste y al cabo de un tiempo la substitución se realiza, la libertad universitaria queda en nada. Los alumnos se oponen a todo ello, entrando en los desórdenes que desembocan en la intervención de la fuerza pública y contribuyen al cierre de la Universidad de Barcelona.

En resumen, el cuerpo estudiantil salió en defensa de algo tan vital, tan antiguo y tan moderno, como la libertad de cátedra. Que los catedráticos estábamos de acuerdo con ellos en el fondo lo habíamos dicho en la Junta de Facultad cuyo debate consta en acta. Y esto, afortunadamente, porque sobre la libertad académica no puede vacilar ningún universitario que se respete.

A pesar de todo, la substitución quedó consumada y los alumnos colectiva y fuertemente sancionados. Sancionados por haber defendido algo en que todos creemos, ellos y nosotros, con el valor desinteresado que según Virgilio lleva a los jóvenes hasta el infinito. (Macte nova virtute, puer, sic itur, ad astra).

11º.- La Facultad de Económicas acordó también, y esto aparte de que tuvieran o no su parte de razón, pedir clemencia para los alumnos sancionados. Al fin y al cabo son nuestros hijos espirituales y sobre todo le es siempre fácil al más fuerte. Como se ha visto, la respuesta han sido sanciones inusitadas por su severidad.

Para hablar de todo esto la Junta de Facultad, en acuerdo formal, solicitó hace meses reunirse con el señor Rector de la Universidad de Barcelona sin que hasta ahora se haya recibido respuesta. Ni la oportunidad de hablar las cosas con la autoridad competente que se nos ha concedido.

12º.- No se olvide que también a los profesores, que piden diálogo, se nos hace sentir el peso de la autoridad. A los intermedios, con sanciones declaradas según ya hemos dicho. A los numerarios, con diligencias preparatorias de expediente disciplinario que duermen ominosamente. Medidas selectivas se adoptan contra los catedráticos díscolos.

13º.- En vista de todo lo expuesto es natural que los profesores tengamos muchas dudas de conciencia. Ante todo, cabe preguntarse en qué queda la misión formativa de la Universidad. No hay convivencia ni diálogo, luego, ¿cómo podemos formar? Pero, además, se imponen líneas de conducta contrarias a postulados generalmente aceptados –y en nuestro caso concretamente defendidos en Junta-, como es la libertad de Cátedra, con lo que cabe preguntarse cuál es el ejemplo que damos a nuestros alumnos.

Si tampoco la enseñanza, según hemos visto, ni, en consecuencia, la actividad investigadora es adecuada, ¿qué queda? Queda únicamente el precario mantenimiento del orden público y esto en materia universitaria no es mucho. Demasiado poco, en verdad.

Sinceramente, en mi modesta opinión, no es este el clima que ha de conducir a nuestra Universidad y con ella a la Sociedad Española a la verdadera paz generosa y comprensiva que tanto necesitamos.

A V.E. respetuosamente solicito: que tenga por hechas con el mayor respeto las anteriores consideraciones.

Ramon Trias Fargas

* L’original d’aquest text, en versió manuscrita i mecanografiada, es conserva al Fons Ramon Trias de l’Arxiu Nacional de Catalunya a Sant Cugat del Vallès.

* L’original mecanografiat d’aquesta carta es conserva als Fons del Ministeri d’Educació de l’Archivo General de la Administración d’Alcalá de Henares.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: Debate entre representantes del SDEUB (con la mano en el micrófono, Francisco Fernández Buey) y de la APE (Juan Luis Ortega Escós) en el paraninfo de la Universidad de Barcelona, el 13 de octubre de 1966 (foto: Betevé)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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