Jordi Amat

 

El miércoles 8 de octubre de 1975, cumpliendo con el ritual académico, se celebró el acto de apertura del curso de la Universitat de Barcelona. Aquel año el autor del discurso inaugural fue el catedrático de Hacienda Pública Ramon Trias Fargas. Este año se cumple el centenario de su nacimiento. El día que debía pronunciar su discurso tenía cincuenta y dos años. Aunque no pudo leerlo por culpa de una desgracia familiar (la muerte de su suegro, el eminente Josep Trueta), aquel día sí resonó en el Paraninfo del edificio histórico de la Gran Vía un alegato racional: “El precio de la libertad”. Pudo escucharse como el prólogo del advenimiento de la libertad democrática.

El breve ensayo era una apuesta clara por la democratización del estado y autorretrataba a su autor como un liberal que lo era en tanto que situaba la justicia social en el centro de su ideología. El discurso, de alguna manera, reforzaba la imagen de Trias como uno de los hombres del catalanismo invitados a jugar un papel de primer orden en aquel periodo que hemos convenido a bautizar como la Transición. Hacía pocos meses, en las páginas de la progresista revista Triunfo, a raíz de la conferencia que dictó en el mítico ciclo “Las terceras vías en Europa”, se había podido leer que «reconocido como un brillante economista, prefiere esperar a que suene la hora que todos esperamos. En ese momento, emergerá como líder-ideólogo de un buen sector de la población catalana». En 1975 momento había llegado. Tenía un partido y tenía prestigio. Nadie le discutía que era un hombre de la libertad.

Apertura del curso académico 1975-76 en la Universidad de Barcelona, presidida por el rector Fabià Estapé, junto al subgobernador Ramón Soldevila, el alcalde Joaquín Viola, el presidente de la Audiencia Territorial Carlos M. Obiols, la delegada del Ministerio M. Teresa López del Castillo, etc. (foto: La Vanguardia 9 de octubre de 1975)

“El precio de la libertad” era, pues, un discurso concebido mirando al futuro, pero se abría guiñando el ojo al pasado. A un pasado y a una tradición cívica muy concreta. No es un detalle menor. Aprovechando la solemnidad de aquel acto, Trias se declaraba heredero del espíritu de la republicana Universidad Autónoma (la universidad que, a base de depuración, el franquismo proscribió desde el primer día). No forzaba nada. Al contrario. Hacía quince años, en otro acto académico solemne, ya se había ahijado a dicha tradición. Porque pocos eran tan claramente hijos de esa cultura. En 1961 lo afirmó en su oposición para ganar la cátedra. Como su abuelo –el doctor Miquel A. Fargas- y como su padre –el también doctor Antoni Trias y Pujol-, el economista Ramon Trias Fargas entendía que su vinculación con la universidad implicaba un compromiso cívico.

Los dos textos en primera persona que rescato ahora responden, precisamente, a ese compromiso liberal y académico inscrito en sus genes. Los descubrí cuando investigaba para escribir su biografía. El primero en su archivo personal, actualmente conservado en el Arxiu Nacional de Catalunya. El segundo en su expediente universitario, que consulté en el Arxiu Històric de la Universitat de Barcelona. En su día se reprodujeron en un opúsculo no venal de la Fundació Trias Fargas, desguazada tras la desaparición de Convergència Democràtica de Catalunya -partido presidido durante años por Trias antes que lo colonizase definitivamente la familia Pujol.

El primero de los dos textos, a pesar de su brevedad, puede leerse como una verdadera autobiografía intelectual de Trias Fargas hasta el mes de enero del año 1961. Se trata del primer ejercicio que realizó para ganar la cátedra de Economía, Política y Hacienda Pública. Aparte de hacer confesión pública de la tradición universitaria a la que me refería, Trias repasa los hitos de su formación universitaria exiliada (tanto en Bogotá como en Chicago) y expone las directrices básicas de la investigación económica que estaba llevando a cabo (centrada con en el regionalismo, como demostraba el primero de sus grandes ensayos mayores: La balanza de pagos interior). Vale la pena subrayar la valía de sus palabras finales, cuando hace «profesión de fe» liberal. Con la consecución de la cátedra empezaría su proyección pública.

Policía armada a la entrada del monasterio de los capuchinos de Sarrià durante la Caputxinada (foto: Guillem Martínez/Ara)

El segundo de los textos, tanto por el contexto como por la temática, también conecta su personalidad liberal con la Universidad de Barcelona. Se trata de una carta polémica dirigida al Ministro de Educación -Manuel Lora Tamayo- escrita en un momento muy conflictivo. De ella habló en su día su colega economista Fabián Estapé. «Ramon Trias Fargas ganó la cátedra de la Universidad de València y yo, entonces como decano de la Facultad de Económicas de la Universitat de Barcelona, consigo que el Ministerio me lo traspase, no fijo sino en comisión de servicios. Pero cuando viene la “Caputxinada” y la creación del Sindicato Democrático de Estudiantes, en casa de Ramon Trias Fargas nueve catedráticos firmamos de acuerdo con los estudiantes. Entonces Francisco García Valdecasas y Manuel Lora Tamayo van a fastidiarnos, a los estudiantes y a los catedráticos. Pero había un catedrático que estaba en falso, que era Ramon, porque no era de Barcelona, y lo vuelven en València. Él hizo una carta dimitiendo, una carta dura y muy bien hecha contra aquella represalia política». Esta carta, enviada desde la Universidad el 30 de septiembre de 1966, consignaba «algunas consideraciones sobre la marcha de la Universidad». El Ministerio la registró el día 7 de octubre.

Los sucesos de los meses previos testimoniaban el aumento de la tensión universitaria. La destitución de Manuel Sacristán por su militancia comunista era un ejemplo evidente de ello y del consiguiente encadenamiento de problemas incluso de orden público. El tema fundamental de la carta es la defensa de la libertad de cátedra y la proclama de la necesidad del diálogo como instrumento de la formación de la conciencia de los universitarios.

¿Por qué escribió esa carta saltándose el rector y el director general? Por entonces el economista Trias Fargas se estaba consolidando como una figura relevante de la economía catalana. No solo por sus estudios de economía regional sino sobre todo por la potencia del Servicio de Estudios del Banco Urquijo que él dirigía. Y, por tanto, como buen profesional liberal, con su situación más bien resuelta, es decir, como un burgués, se dirigió a la autoridad con autoridad intelectual. Y así, además, de nuevo entroncaba con esa tradición cívica y académica que había mamado en su casa. Porque en 1934, tras los calamitosos “Fets d’Octubre», su padre Antoni Trias -miembro del Patronato de la Universitat Autònoma- estuvo unos días encarcelado. Tras unas semanas en libertad, Trias escribió a Ramón Prieto Bances -Ministro de Instrucción Pública – explicando y defendiendo la tarea de la nueva Universidad. Esta carta, memorable y apasionada, la publicaron los hermanos Trias Fargas en 1973. Publicar aquí la de 1966 [siguiente entrada del blog] es también un ejercicio modesto de lealtad a esa tradición.


Noticia publicada el 19 de junio de 1975 (fuente: Archivo Linz de la Transición Española)

 

AUTOBIOGRAFIA ACADÉMICA (1961)*

Preámbulo

Parece como si el reglamento quisiera, más aún en este primer ejercicio, poner al opositor en una situación embarazosa. La disyuntiva entre las normas que dictan las buenas maneras y las que exige la ordenación universitaria, nos obliga a todos a escoger entre el pecado de inmodestia y el suicidio académico. El equilibrio entre la compostura y el dictado del instinto de conservación es harto difícil. Se nos pone a correr en la cuerda floja, vacilantes y angustiados en una etapa de nuestras vidas en que si desgraciadamente hemos visto disminuido sensiblemente el dorado tesoro de la juventud, no hemos apurado todavía la “década sagrada” en que según Shumpeter la flexibilidad del intelecto madura las ideas que, tal vez, plasmarán su presencia creadora a partir de los cuarenta años. Y, con todo, puestos ante la ineludible necesidad de evacuar el trámite, reflexionando sobre el contenido de los años pasados, una discreta euforia parece justificada. La vocación ha sido auténtica; el sacrificio de ventajas crematísticas a la enseñanza ha sido tangible; los antecedentes pedagógicos nutridos y perseverantes; la labor de investigación, aunque modesta e incipiente, existe y es sincera. En pocas palabras, creo que no me presento ante este Tribunal con las manos vacías.

Quiero, eso sí, en el desarrollo de este ejercicio, sujetarme por entero al mandato legal y presentar mis actividades y esfuerzos en el doble aspecto de experiencias pedagógicas y actividades de investigación, únicos antecedentes que lícitamente deben pesar en estos momentos.

Pero me parece conveniente concederle a la sistemática y al buen orden, un momento preliminar que resuma los cimientos sobre los que se ha asentado la tarea posterior.

Es obligado que cada opositor, en un momento u otro de los ejercicios, haga manifestación de su amor a la Universidad. Y es costumbre señalarle una fecha al nacimiento de tan acendrada pasión. Como si dijéramos, el primer día de la vocación. Pues bien, en mi caso, puedo decir que la Universidad ha condicionado mi vida toda desde mucho antes de que pudiera saber lo que es la Universidad, y que he convivido con ella desde que tengo recuerdo.

Mi abuelo materno, Don Miguel Fargas, fue catedrático de Ginecología y Obstetricia de la Universidad de Barcelona. Su toga, su medalla, sus diplomas, adornaban la casa de mis padres antes de mi nacimiento. Mi padre era catedrático de Cirugía de la Universidad de Salamanca cuando yo nací. Desde esos primeros momentos, en que el recuerdo empieza a dibujarse y a adquirir color, la figura de Don Miguel de Unamuno es cariñosamente familiar. Mucho antes de que pudiera saber lo que es la Universidad, sus catedráticos me rodeaban aprestigiados a mis ojos por el respeto que mis padres traslucían.

Miquel A. Fargas (1858-1916) retratado por Ramon Casas (MNAC/Wikimedia Commons)

Pero mi familia no se limitó a pasar por la Universidad dedicada exclusivamente a la misión docente. Se preocuparon de la Universidad misma. Antes de la I Guerra Mundial el Sr. Fargas pronunciaba en el Senado un discurso en defensa de la autonomía universitaria. Pero, entiéndase bien, pedía autonomía intelectual, autonomía espiritual, autonomía docente y no autonomía en el sentido político peyorativo que la palabra ha adquirido. Era una autonomía que había de abarcar a la Universidad española toda. Basta repasar, muy por encima, nuestra historia universitaria para comprobar los ilustres que están asociados con esta cuestión que se ha discutido desde antiguo.

Una vez mi padre fue catedrático de Barcelona, no pudo ni quiso apartarse de la autonomía universitaria que la República concedía a la Universidad de Barcelona. Desde el primer momento integró el Patronato Universitario con Marañón, Américo Castro y otros compañeros. Entonces, más que nunca, la Universidad se introdujo en la familia. Reuniones, comidas, juntas, tertulias, se sucedían en mi casa. Siempre a base de catedráticos. Catedráticos eran nuestros amigos y catedráticos nuestros enemigos. La Universidad era fuente de alegrías y fuente de sinsabores. Pero lo que ya era imposible es que ninguno de nosotros pudiera ignorarla. No debe extrañar que para un párvulo o bachiller incipiente como yo, la Universidad se perfilara enseguida como algo misterioso y complejo, pero supremamente deseable. “Trono y Cátedra”, título de uno de los artículos de don Miguel, me parecía un binomio perfectamente ponderado.

Pero, como en todo transcurrir dramático, la vida de cada uno tiene un punto culminante. El “clímax” de los ingleses. Este llegó para mi padre cuando sus actividades universitarias dieron con él y con su familia en tierras de América. Era el año 1939. Yo tenía dieciséis años.

Perdone el tribunal tantos recuerdos. No he querido hacer acto de contrición ni tampoco poner una pica en Flandes. He querido exponer, con toda la auténtica emoción que los rodea para mí, unos antecedentes que han determinado mi vocación y mi modesta tarea. Al fin y al cabo, si este ejercicio no es sincero y, como tal, un poco emotivo, no es nada.

Vuelvo, pues, con vuestro permiso, al hilo de mi pasado. Decíamos que la Universidad había proporcionado a mi familia los momentos de más decantada alegría y los instantes de más amargura y que esto es algo que pesa en el ánimo de un adolescente que ve acercarse la desconocida costa de la República de Colombia. El barco no había atracado todavía que formaba ya una de aquellas decisiones románticamente categóricas propias de la ingenuidad y de las tardes de mayo: volvería a mi tierra y volvería a mi Universidad.

Antoni Trias i Pujol (1892-1970), catedràtico de cirugía quirúrgica de la Universidad de Salamanca, con Miguel de Unamuno y el profesor de Pato­logía y Clínica Médicas Agustín del Cañizo García, en el monasterio de Ntra. Sra. de la Peña de Francia, El Cabaco, Salamanca, 1924. [Destino. 1970, No. 1709-1712 (Julio)]

Claro que entonces no tenía noticias de lo que era la Economía; ni presentía siquiera lo que es la vida universitaria. Todo esto vendría después, relativamente pronto.

Un primer contacto en la Facultad de Derecho, me convenció de que la Economía permitía satisfacer las ansias que en aquel momento eran determinantes para mí. Era, indudablemente, un instrumento útil para la justicia real, anhelo ortodoxo de la juventud de siempre y era también, al revés del Derecho, una ciencia instrumental de aplicación universal, sin fronteras ni localismos que la invalidaran. O sea que la Economía daba paso a lo que había de mejor en mí en tanto que hombre joven. En mi caso particular, era también un camino más claro que la ciencia jurídica para volver a España y a la Universidad, ya que me permitía preparar la etapa final española, estudiando en América.

No debe extrañar que a los veintitrés años terminara el plan de estudios del Instituto de Economía y Estadística de la Universidad Nacional, que completó en lo que Bogotá permitía los estudios de Derecho.

La máxima ilusión fue entonces, hasta que se pudo económicamente, ir a estudiar economía a algún centro de prestigio de los Estados Unidos. Lo conseguí a los veinticuatro años, trasladándome a la Universidad de Chicago donde permanecí dos años y obtuve un Master en Economía. El contacto con profesores como Frank Knight, Jacob Viner; Jacob Marshak, Milton Friedman, Henry Schultz y Hamilton, me convenció de algo muy importante, lo que quería realmente era estudiar economía. El impulso inicial de un regreso romántico no había desaparecido, pero ahora sabía que quería volver a la Universidad a través de la Economía.

Esta estancia en Estados Unidos me resolvió además el problema de los idiomas, añadiendo el inglés al alemán y al francés que había aprendido estudiando el bachillerato en Suiza.

Con estos antecedentes y lleno de ilusiones llegué a España el año 1949. Procedí a cursar el doctorado en Derecho en la Universidad de Barcelona y me matriculé más tarde en la Facultad de Economía de Madrid, en la que me hallo al borde de la licenciatura.

Creo que he podido demostrar que mi inclinación por la Economía Política y por la enseñanza universitaria no es de un día. Confortado por este hecho, pasaré revista a mi experiencia docente y a mis empeños de investigación.

El matrimonio Trias Fargas en el exilio con sus seis hijos Ramon, Miguel, María, Carolina, Rosario y Carlos. Bogotà, Colombia, años 40. [ Família Trias Fargas ]
Docencia

Apenas llegado a Barcelona para el curso 1949-1950, solicité y obtuve ser nombrado ayudante de trabajos prácticos en la Cátedra de Economía y Hacienda que regentaba entonces don Lucas Beltrán. No puedo decir que mi experiencia en dar clases se acrecentara en esa primera etapa, pues el Sr. Beltrán las daba prácticamente todas.

Pero, en cambio, la cátedra tenía anexa un seminario que llevaba una vida intensa, en el cual pude intervenir con frecuencia, poniéndome por primera vez, desde el otro lado de la barrera, en contacto con la sagrada curiosidad de la juventud estudiosa.

Más tarde fue nombrado Catedrático de Economía y Hacienda don José Luís Sureda, quien tuvo la bondad de confiarme en mi cargo de Ayudante. El Dr. Sureda creó unas clases prácticas que se daban regularmente tres veces por semana y en ellas tuve oportunidad sistemática de estudiar, aprender y practicar el misterioso arte de comunicar ideas a otras personas; de estudiar su iniciativa intelectual y despertar su curiosidad por la disciplina, que es el encanto y la angustia de una auténtica actividad pedagógica.

Pronto mis contactos con la enseñanza fueron siendo de más responsabilidad. Al ser creada la Facultad de Económicas de Barcelona fui nombrado Adjunto de Teoría Económica quedando prácticamente encargado de Cátedra. Durante dos años conocí la responsabilidad de la enseñanza sin el amparo del Catedrático. Solo por primera vez, con su auténtica función misionera, con su pura ansia de impartir y con su picaresca. Por primera vez conocí el placer de que un alumno se acercara a pedir orientación y bibliografía. Alumno que actualmente está estudiando Economía en Alemania por consejo mío, con el que conservo contacto científico, en el que he puesto mis esperanzas y al que sinceramente creo haber dado algo de mí mismo. Pero para qué fatigar al tribunal con una experiencia que en definitiva conoce de sobra, ya que es la razón de su existencia.

Lucas Beltrán (de pie, tercero por la derecha) en una reunión de la Comisión española del Congreso por la Libertad de la Cultura en 1965 (foto: Red Floridablanca)

Por ese entonces tuve contacto con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Durante algunos años fui Jefe de la Sección de Derecho Anglosajón de su Instituto de Derecho Comparado, quedando encargado de los cuadernos de Derecho Angloamericano. Acepté la tarea con la ilusión de hacer algo en Derecho Fiscal. Pero el Derecho Fiscal que está incómodo entre los economistas, se halla injustamente relegado al segundo plano entre los juristas. Por honestidad profesional dejé el cargo al cabo de un par de años.

Empezando el año cincuenta y ocho se convocaba a oposición la plaza de adjunto a la cátedra de Economía y Hacienda de la Universidad de Barcelona. Estas oposiciones son para mí un hito importante. Éramos más opositores que plazas y yo no era el adjunto en funciones. Los ejercicios se llevaron con un rigor inquebrantable. Es público y notorio en la Universidad de Barcelona que fueron unas pruebas en las que no contaron más que los méritos de los opositores. No hubo facilidades para nadie. Por ello mismo ganarlas me pareció importante. Por otra parte la actitud un poco inhumana del tribunal no hizo más que acrecentar mi respeto por el cuerpo.

Para terminar con esta relación de antecedentes llegamos al año 1959 en que se crea en Barcelona la Escuela de Administración de Empresas bajo el patrocinio de los Ministerios de Educación e Industria. La Escuela tiene interés porque los alumnos son, en general, gente madura con intervención real en la Economía Española y el contacto con ellos es muchas veces aleccionador y siempre interesante. El hecho de que se me llamara a desarrollar la disciplina de la Economía de la Dirección de una manera totalmente espontánea fue una amplia compensación para las muchas y arduas horas de clase que prevé el plan de estudios. La enseñanza es de Economía Política y Hacienda Pública.

No quiero terminar la recapitulación  de esta modesta pero perseverante actividad docente sin referirme a las clases que di durante todo el tiempo que me fue materialmente posible, en el Instituto de [no s’indica a l’original] patrocinado por Acción Católica. Ayudar altruistamente es uno de los placeres auténticos que nos están reservados.

Todo esto sentado, tengo interés en afirmar y me place poderlo hacer, que la pasión de enseñar no me ha privado del placer de aprender.

La Marshall Library of Economics de la universidad de Cambridge

Sistemáticamente, cada año, desde 1954, paso un mes en Inglaterra que reparto equitativamente entre Oxford, Cambridge y la London School of Economics. No es mucho, pero algunas conversaciones con personas como el profesor Hicks o el profesor Robertson o el profesor Meade y unas breves semanas de larga y apacible lectura en la Bodleian Library o en la Marshall Economic Library son auténticos reconstituyentes intelectuales y fuentes de inspiración para todo el año.

El contacto personal con los economistas de todo el mundo se asegura normalmente a través de los Congresos internacionales. Dentro de mis posibilidades he procurado mantener esos contactos, no con la continuidad que hubiese deseado. El factor económico, cómo no, siempre ha estado presente. No he tenido suerte para obtener ayuda pecuniaria y mis estudios y viajes de saber económico los he tenido que pagar con mi trabajo de abogado, por cuyo motivo he de estar y estoy doblemente agradecido a la noble ciencia del Derecho. Así, por ejemplo, en 1956 concurrí al primer Congreso de la International Economic Association celebrado en Roma. Versó sobre los problemas fundamentales del desarrollo económico y la estabilidad, tanto en los países subdesarrollados como en los desarrollados. Las ponencias presentadas por Robertson, Viner, Haberler, Hicks, Lundberg, así como las discusiones en las que tuve el honor de participar justificaban ampliamente el viaje a Roma.

Este mismo año, en junio, asistí a un coloquio organizado por la Regional Science Association en París. De carácter más especializado, no por eso tuvo la reunión menos interés. La presencia de personalidades científicas dentro de esta especialidad como Walter Isard y economistas europeos de primera línea demostraban una vez más la trascendental importancia del análisis espacial en Economía. La economía contemporánea se caracteriza por el fenómeno urbano. La ciudad en sí misma; el rango de ciudades dentro de unos límites espaciales; el potencial de influencia focal de las ciudades sobre el medio ambiente. Todos son problemas candentes. Las economías de producción a gran escala y las economías externas le están forzando la mano a las fuerzas económicas centrífugas como el coste del transporte o la demanda de espacio de producción agrícola. Probablemente está bien que así sea, pues la producción de bienes y servicios ha alcanzado niveles que nadie soñaba hace cien años. Pero los rendimientos tienen un punto en que empieza a ser decreciente. El gigantismo tiene un límite. Leopold Kohr propugna el retorno al Estado Ciudad al estilo del Renacimiento italiano. No sé si ello es imprescindible. Lo cierto es que estos temas son candentes. París, con sus palpitaciones de gran ciudad y sus fatigas de gigante urbano, confería a las reuniones y discusiones del Congreso un aire de angustiosa realidad.

Para terminar con estas actividades de aprendizaje científico en el orden gremial, quiero recordar que en 1949 tenía la satisfacción de ser admitido en la American Economic Association y a la Royal Economic Society, a las que todavía pertenezco.

La London School of Economics en los años 50 (foto: LSE/Our History)
Publicaciones

La labor científica halla su expresión en la tarea pedagógica y en la investigación. Aprender y saber, madurar y crear, divulgar y enseñar, son las actividades que acompañan al universitario a lo largo de toda su vida. Este primer ejercicio pretende que el opositor exponga en qué medida han participado estas actividades en su vida. Y esto lo procuramos hacer en este momento.

No hemos hablado concretamente de nuestros títulos. El título de Doctor en Derecho; el Master en Economía, los estudios de licenciatura en la Facultad de Económicas, diplomas y distinciones menores acreditados en su lugar permiten suponer que algo habré aprendido y que algo debo saber. Por lo menos esta es la presunción legal. Pero creo que estos ejercicios están por encima y más allá de esta primera etapa formativa. Después de fatigaros con los cimientos recónditos de mi vocación os he hablado de que he procurado divulgar y enseñar y no durante un día ni dos, sino durante diez años. He procurado demostrar que sigo tratando de aprender y de saber y que me he resistido a perder totalmente mi condición de alumno. Quiero ahora intentar demostrar que este deseo de aprender, de conocer y de investigar, ha sido real y tangible y que en determinados momentos ha tenido modesta capacidad creadora. Esto un intelectual no puede probarlo más que por medio de sus publicaciones.

Mis trabajos y mis publicaciones reflejan mis intereses y anhelos. Revelan mis relaciones con el mundo que me rodea y, en este sentido, son siempre honrados.

Trias Fargas en Chicago, 1947 (foto del libro Homenatge a Trias Fargas, Fundació Ramon Trias Fargas, 2000)

Ya he dicho que la etapa colombiana se caracterizaba por la añoranza de mi país, tierra y espíritu.

Pues bien, en armonía con este estado de ánimo, cuando todavía no había terminado mis estudios de Derecho, o sea, en 1945, presenté un trabajo a un concurso abierto por la Universidad Nacional de Colombia, que titulé “La expedición botánica al Nuevo Reino de Granada”. Producto del despotismo ilustrado español del siglo XVIII, las expediciones botánicas que nuestro Gobierno organizó en América y que tanto admiraron a Humboldt, trascendieron espectacularmente del conocimiento del mundo vegetal. La expedición botánica de la Nueva Granada, dirigida durante cuarenta años por el gaditano José Celestino Mutis, revolucionó la enseñanza y con ella la mentalidad de la Colonia. Constituida en 1782, durante decenios contribuyó a modernizar la técnica, la medicina, las matemáticas y la astronomía. Trajo a la colonia libros e instrumentos de laboratorio de Europa. Su director, convencido de que había de ampliar su actuación más allá de la ciencia pura, organizó en 1801 la Sociedad Patriótica, que debía tratar y estudiar los problemas económicos de la América colonial, de acuerdo con la siguiente clasificación: 1) De la agricultura y la ganadería. 2) De la industria, del comercio y policía, y 3) De las ciencias útiles y las artes liberales. La trascendencia de este programa no necesita comentarios. La tesis que yo sostenía era la de que las naciones americanas alcanzaron la independencia porque españoles como Mutis o instituciones universitarias españolas (como la expedición botánica) cambiaron totalmente el alma de América transformando las comarcas aletargas en jóvenes y vigorosas naciones listas para convertirse en Estados. Recordaba a los americanos con orgullo que, tal como el propio Mutis les prometió, la verdad científica los hizo libres. España y la enseñanza están, pues, presentes en el ánimo y en el comienzo de la obra. El trabajo obtuvo el premio previsto en el concurso.


 

Imagen: Conversación sobre la historia

La tesis para optar al título de Doctor en Derecho fue presentada en 1947. Fue dirigida por el Catedrático de Historia del Derecho de la Universidad de Valencia,  Don José Maria Ots, entonces en Bogotá. Es un estudio histórico de las prácticas de la política económica y de las instituciones fiscales que los españoles vivieron durante los últimos años de la colonia. Un extracto de este trabajo fue publicado en el Anuario de Historia del Derecho Español, correspondiente  a 1951. Otra parte ampliada está a punto de ser publicada en Moneda y Crédito y el original ha sido presentado al Tribunal.

La tesis es la misma. El estado español estaba cediendo a las ideas de la libertad de empresa y de iniciativa, las ideas que entonces eran modernas. El intervencionismo de estado cedía. El sistema fiscal se modernizaba. El proteccionismo y el monopolio legal disminuían. La imposición, onerosa, complicada y atrabiliaria, se aligeraba, simplificaba y amplificaba. El resultado de la aplicación de estas medidas en América produjo, como puede suponerse, un auge casi inmediato del comercio exterior y de la producción autóctona americana, sin precedentes en la historia de la Colonia. Cuando nuestras tropas se retiraron del Nuevo Continente, dejaron detrás una economía respetable y unas ideas económicas vigentes en los países adelantados. La tesis se sustenta en documentos inéditos y manuscritos que se guardan en el Archivo Histórico Nacional de la República de Colombia. La tesis mereció el Grado de Honor y la máxima calificación universitaria.


Imagen: Conversación sobre la historia

Empieza ahora la etapa norteamericana. En mis estudios en la Universidad de Chicago querría destacar mi preparación en Hacienda Pública. Aparte de los concursos necesarios a la reválida y exámenes necesarios para optar al título de Máster en Economía, participaba en los seminarios para los que escribí distintos ensayos (que no están publicados) y colaboré en los trabajos sobre el Banco de San Carlos y la vida del Conde de Cabarrús que adelantaba el profesor Hamilton, quien tuvo la gentileza de citarme en el prólogo a la versión española de una serie de artículos que bajo el título El florecimiento del capitalismo y otros ensayos efectuó el profesor Ullastres.

Tan importante como la labor estrictamente estudiosa era la participación en las inquietudes universitarias de aquellos años. Las polémicas orales entre Abba Lerner y Milton Friedman sobre Hacienda Funcional y sus derivados estremecían la Universidad. El fracaso de la política económica del gobierno americano en la posguerra, que puso en duda la estabilidad estadística de la función de consumo, era otro tema que marcaba la época. La cuestión de la inflación crónica. La reforma monetaria alemana, base del milagro alemán. La comprobación empírica de las teorías keynesianas a la luz de la economía y de la política económica de guerra. Los pactos y tratados económicos internacionales. Bretton, Woods… La reconstrucción de Europa como paso inicial para estudios de desarrollo económico. La economía del bienestar que los soldados que habían depuesto las armas recientemente ponían en el primer plano al exigir un mundo mejor. La deuda pública, el déficit presupuestario. Las controversias entre Hansen y Moulton. El poder de los Sindicatos y de otras fuerzas monopolistas. Todos estos eran temas candentes de 1947 a 1949. La Universidad de Chicago jugaba un papel central en la controversia científica. Friedman en la reforma monetaria alemana; Metzler y Viner en el comercio internacional; Domar y Marshak en la macroeconomía y sus derivados; Lange y la Cowles Comission en Econometría. Mucho de lo que ahora impera, se cocía entonces, más o menos, cerca del eje Chicago-Harvard.

Yo escogí como título de mi tesis Federal Borrowing in World Wars I and II: Maturity structures and interest vates. El original inglés está sobre la mesa. En 1951 publicaba en la Revista de Economía Política un extracto en castellano de la misma, que también figura aportado. Este estudio pretende tres cosas: 1) exponer y comparar dos técnicas de financiación de los gastos de guerra que son fundamentalmente distintos. 2) demostrar que el Gobierno de los Estados Unidos estaba influenciado por la teoría ecónomo neoclásica cuando adoptó las medidas de financiación de la primera guerra mundial y por los postulados keynesianos cuando organizó la financiación del último conflicto. Y 3) que el estudio empírico de la economía de guerra confirma buena parte de los puntos de vista de Lord Keynes, que en este problema concreto se demuestran más “sanos” que los que sustituye. La tesis fue aceptada por unanimidad.

Seminario en el departamento de Economía de la Universidad de Chicago en la postguerra (foto incluida en el artículo de Beatrice Cherrier Economics at Chicago, 1939-1955: the scope of our ignorance)

Una vez en España, durante una primera etapa de necesaria organización de mis actividades, dedico parte de mis actividades a colaborar en el Diccionario de Historia del Derecho Español en la parte de tributación; en la Enciclopedia Seix en materia tributaria; a lecturas varias, de las cuales algunas las reseñé en la revista Moneda y Crédito. Con excepción de estas últimas, no he aportado ninguno de estos trabajos por considerar que se trataba de simples esfuerzos de divulgación.

Quiero, con todo, recordar mi trabajo titulado “El capital intangible frente a los impuestos sobre exceso de utilidades” publicado en la Revista de Derecho Mercantil de agosto de 1953, en el que aparecen algunas de mis inquietudes relativas al Derecho Fiscal. Al mismo orden de preocupaciones obedece mi nota sobre la “Uniform Simultaneous Death Act”, que publiqué en los Cuadernos de Derecho Anglosajón de junio de 1954.

Evidentemente las cuestiones de metodología no pueden quedar muy al margen de las inquietudes de todo aquel que seriamente intenta adentrarse por los senderos de la investigación científica. En un artículo publicado en Moneda y Crédito, bajo el título “Consideraciones sobre la estructura económica”, planteaba el concepto básico de esta ciencia y apuntaba los elementos de una teoría pura de la Estructura Económica con base en la Teoría del Capital de Hayek, la Teoría de las Expectativas de Schackle y el análisis de período de Lindahl.

De todas formas, el mundo real que me rodea había de atraer muy pronto mi atención de economista. Creo que el economista español tiene en nuestras realidades un campo de estudio mucho más fructífero que en los intentos teóricos puros, en los que la aportación auténtica es mucho más difícil.

Dos fenómenos económicos se imponen enseguida al que vive en Barcelona. La concentración de determinadas industrias en Cataluña y las diferencias regionales de la estructura económica española. Por tanto, dos aspectos teóricos reclaman nuestra atención. La teoría de la localización de la actividad económica y el examen económico regional empírico. Afortunadamente coinciden estos problemas con el despertar del interés por los mismos en la investigación y la literatura internacional.

En un primer artículo publicado en Moneda y Crédito en junio de 1956 demostraba por primera vez en España como la escuela germano-escandinava, partiendo de la teoría de la producción y de los costes de transporte (empezando con Von Thünen, siguiendo con Weber, Ohlin, Predöhl y Palander), culminaba en la teoría de la localización de Lösch, que no se diferencia esencialmente del cuerpo teórico alcanzado por Walter Isard recogiendo los postulados del enfoque anglosajón que partiendo a su vez del consumo, de la distancia y de la diferenciación del producto, había llegado a un sistema de ideas bien definido con Chamberlin y Hoover.

Mis preocupaciones de orden real me llevaban a buscar una sistematización del examen regional empírico como contrapartida y complemento del análisis abstracto. Mi artículo “El concepto económico de región: instrumento imprescindible del examen empírico”, aparecido en Moneda y Crédito en marzo de 1957, fue un primer resultado de este orden de ideas.

Ya para entonces había cristalizado mi propósito de emprender una obra de más aliento que, utilizando las nuevas técnicas teóricas, abordara uno de estos problemas de la realidad que me rodeaba y que como economista no podía desconocer. Escogí la balanza de pagos interior (o sea, el tráfico económico en un sentido amplio) entre la provincia de Barcelona y el resto de España. El tema tenía interés teórico, tenía interés práctico e incluso interés público, puesto que podía aclarar objetivamente una de las cuestiones políticas más debatidas de la España moderna. Un trabajo intenso en España y en el extranjero, que ha absorbido casi una tercera parte de mis horas útiles durante más de cuatro años, se ha traducido en un artículo aparecido en junio de 1959 en Moneda y Crédito bajo el título “La balanza de Comercio de la provincia de Barcelona y la tabla de inputs industriales” y en un libro que ha visto la luz este año con el nombre de La balanza de pagos interior. No he de hacer el panegírico del libro. Sus defectos los he detallado yo mismo. Sus modestas virtudes son fáciles de apreciar. Los resultados cuantitativos utilizados a efectos de política económica son muchos. Quiero destacar únicamente que del estudio se desprende que la balanza de comercio de Cataluña en sus tratos con el resto del país es positiva para la primera, pero en medida mucho más modesta de lo que generalmente se creía. La cuenta de capitales, sobre todo del sector público, es francamente adversa para Cataluña y seguramente absorbe con holgura las ventajas que pueda proporcionar la primera cuenta.

Como “by product” de estos trabajos tenía que imponerse a mi atención el fenómeno económico urbano. En un país como el nuestro, con centros focales tan característicos, el caso de las ciudades no puede pasar desapercibido. Pero este es un mundo vasto y complejo al que un día pienso dedicarme a fondo. De momento escribí un artículo para los Cuadernos de Arquitectura (nº 31) titulado “Urbanismo, localización económica y estructura económica” y en que a grandes rasgos dejaba planteada la cuestión.

Terminado este primer proyecto de investigación me he preocupado de encontrarle un sucesor. Estoy preparando un libro sobre la estructura económica de las dos Alemanias de Posguerra. Se trata de ver, antes que nada, si la teoría marxista es aplicada y en que forma en la Alemania Oriental; hay que examinar, pues, la política económica que se sigue. Acto seguido hemos de ver si la política de la Soziale Markwirtschaft en la Alemania Occidental altera mucho la teoría económica que se deriva del neoclasicismo y que hoy prevalece. Por fin, hay que ver los resultados y clasificarlos en términos de bienestar y desarrollo. En julio de este año estuve unas semanas en Alemania reuniendo materiales, cambiando impresiones con el profesor de Colonia Alfred Müller-Armack y con personas enteradas, funcionarios, empresarios, jefes sindicales. El trabajo está planteado y el material reunido. Desgraciadamente la preparación de estas oposiciones ha retrasado su terminación.

Para terminar quiero referirme a un ensayo que he escrito para un libro de homenaje al Prof. Pi Suñer, Decano que fue de la Facultad de Derecho de Barcelona. Se titula “El servicio de propaganda del sistema capitalista” y bajo este disfraz se esconde una profesión de fe. De fe en el valor de la persona humana; de fe en la capacidad de altruismo y colaboración del hombre; de fe en su trabajo y en su inteligencia; de fe en la economía como ciencia y como realidad, determinantes de nuestro bienestar material, presupuesto de nuestra superación moral. He creído que llegaba siempre un momento en que los economistas debemos definirnos. Esta es la razón de ser de este último trabajo que someto a vuestra consideración.

Han pasado veinte años desde que veía alzarse entre la bruma tropical los vetustos fortines castellanos de Cartagena de Indias. He procurado cumplirme nuestras propias promesas. Por esto estoy aquí, ante vosotros, en este día y en esta circunstancia.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: Ramon Trias Fargas (foto: Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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