Ignacio Fernández de Mata
Universidad de Burgos

 

Nunca se ponderará suficientemente la terrible acción cometida por Alfonso Fernández Mañueco: romper la sutil membrana que separaba a Vox de la naturalización plena. Una membrana que impedía el acceso al Ejecutivo, cuestión clave y fundamental, por más que el partido verdacho tuviera clara capacidad de influencia en otros parlamentos regionales. En Murcia, Madrid o Andalucía, la actividad institucional de la criatura ha acabado normalizando su presencia y no pocas de sus políticas más excluyentes. Pero ahora, Vox está dentro. Y ha hecho al PP rehén de cualquiera de sus políticas.

No deja de ser sorprendente que una decisión como la de integrar a la ultraderecha en el Gobierno regional –¡nueve provincias!– sea cuestión de mera voluntad personal del presidente regional, que nadie le haga ver en su partido los riesgos y peligros que esto supone. La excusa de que lo sucedido corresponde al período de Casado-García Egea es una cortina de humo para ocultar una decisión ponzoñosa, también la evidencia de la escasa cultura democrática que rige dentro de los partidos. Nadie en el PP ha piado contra la decisión de Mañueco, ni en las capitales castellanoleonesas ni en Madrid. Todo se ha cifrado, aparentemente, a la mera supervivencia personal del candidato salmantino.

Santiago Abascal, Juan García-Gallardo y Javier Ortega-Smith durante un acto de campaña en Valladolid (foto: El Mundo)

Hay que reconocer que en la última planta del partido verdacho se trabaja con inteligencia, sobre todo de la artificial. Y sus estrategias están funcionando. Las negociaciones para la constitución del Gobierno en Castilla y León dejaron claro dos prioridades para Vox: la Dirección de Comunicación y la Consejería de Agricultura, por este orden. Vox se ha convertido en una máquina algorítmica y no da puntada sin hilo. De hecho, el flamante vicepresidente sin funciones, Juan García-Gallardo Fring, fue un convidado de piedra en las conversaciones; quien llevó la batuta fue el enviado de Madrid, Kiko Méndez-Monasterio, persona muy próxima a Santiago Abascal y no su mero Strogoff, sino un experto en comunicación política. Él es quien ha susurrado todo el texto, el que ha fijado los hitos y gestionado el tira y afloja con el que ha enmaromado a Mañueco. Y el envite ha sido de órdago y pleno éxito: la ultraderecha exigía alcanzar una situación semejante a la obtenida por Ciudadanos en la legislatura anterior, pero, en realidad, ese era un suelo de mínimos. Conscientes del golpe de efecto que supondría que Vox accediera a la alta representación institucional de la presidencia de las Cortes, el PP –Mañueco– se negó en el primer round. El resultado: Carlos Pollán Fernández (Vox), presidente, y María de Fátima Pinacho Fernández (Vox), secretaria tercera de la Mesa.

Vox no consiguió hacerse con la Dirección de Comunicación, siempre dependiente de Presidencia, pero el mensaje llegó alto y claro a las redacciones. Al fin y a la postre, está en el Gobierno. Esta Dirección de Comunicación es a la vez ubre y directorio: la mayor parte de la información relativa a la Junta de Castilla y León llega, históricamente, hecha a las redacciones regionales, solo hay que ajustar la maqueta. Lo que García-Gallardo no ha conseguido de forma directa, se verá compensado por el aumento de cargos intermedios en distintos ámbitos del gobierno de la Comunidad, así que, a la postre, su mano será muy larga, y las lenguas cada vez más cortas

En cualquier caso, el mensaje ya estaba mandado. Y recogido. Vox ya está cambiando la Comunidad. Casi a la vez que accedía a la presidencia de las Cortes, la naturaleza del partido ya se ha transmutado en las páginas de los periódicos regionales. Por arte de magia, Vox ha dejado de ser un partido de ultraderecha. El calificativo ha desaparecido por orden del mando. La razón: la prensa conservadora, tan temerosa de pisar donde no debe, no quiere poner en riesgo el maná institucional, los cientos de miles de euros que fluyen de la Junta hacia los grupos de información gracias a la mal llamada publicidad institucional. Ni al PP le interesa que le retraten como permanente connivente con los ultras, ni a Vox como unos exaltados. El análisis de cómo actuar ya está hecho en los grupos de presión social.

Alfonso Fernández Mañueco y Juan García-Gallardo muestran el pacto de gobierno (foto: Efe)

Vox ha ascendido en Castilla y León a base de cálculos y datos bien cosechados. A la sabida sociología conservadora de la región, condición históricamente contrastada, le ha sumado las condiciones de periferia que tiene la inmensa y despoblada región, la crisis del campo, la desorientación y descontento juvenil, y, por supuesto, el hartazgo de la pandemia. Vox no es encasillable como un proyecto de simples nostálgicos del franquismo –que los hay–, es un partido concebido/percibido para el combate: las reclamaciones sempiternamente desatendidas, los desajustes del sistema y, desde luego, protestas antisistema de escasa definición discursiva, pero que socialmente se perciben como un alegre corte de mangas.

Es comprensible que Vox haya peleado denodadamente por la Consejería de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural, como también por la de Industria, Comercio y Empleo. Vox ha llegado a Castilla y León a crecer. El ámbito rural es, paradójicamente, uno de los más codiciados en estos momentos en términos electorales. Un entorno, no lo olvidemos, de alta frustración. La irrupción de plataformas tan variopintas como Soria Ya, León ruge, Por Ávila, España Vaciada, etc., muestran un ámbito maduro para cosechar el voto antisistema, necesitado de atención y reforzamiento de la autoestima. Los ultras ya han arrebatado la parte tradicional del PP rural, ahora esperan fagocitar el otro voto disperso y puramente cabreado. Crecer sobre el descontento. Para muchos, su mensaje antiautonomista es suficiente como muestra de solidaridad con sus pueblos cada vez más despoblados y desabastecidos, con los consultorios, oficinas bancarias y servicios públicos cerrados. Nadie les va a echar en cara la incongruencia de sus bajadas de impuestos –verdaderos clavos rematadores para la despoblación–, las alianzas internacionales con candidaturas hípernacionalistas y proteccionistas que abominan de las importaciones alimentarias, esto es, de nuestros productos agrícolas y ganaderos…

En cuanto a la Consejería de Industria, Comercio y Empleo, la clave es su penetración urbana. Un voto en fase de consolidación entre el (híperconservador) empresariado habitante de los ecosistemas de los viejos y nuevos polos industriales, y entre los trabajadores más golpeados por la inseguridad laboral, la especulación financiera, las deslocalizaciones y dependencias del extranjero. Entre estos últimos se producen saltos de uno a otro populismo –del de Podemos al de Vox– sin aparente contradicción.

Grupo parlamentario de Vox en las Cortes de Castilla y León (foto: ABC)

Un sector votante en alza en una sociedad de servicios como la castellanoleonesa es el de los pequeños/medianos transformadores y el pequeño comercio/distribución. Esto es, quienes se creyeron el mantra del emprendimiento, los autónomos que arriesgaron sus exiguos capitales y andan sempiternamente al borde de la quiebra. Este colectivo formaba parte de los apoyos del efímero esplendor de Ciudadanos: dreamers que se convencieron de que su vida se parecía más a un suburbio de la upper-middle class de New Jersey que a las inestables condiciones de una clase media incapaz de afrontar el mantenimiento de la piscina comunitaria. Este grupo heterogéneo se ha pasado con armas y bagajes a Vox –muy a pesar de los cantos de sirena populares, un punto de fuga en los malhadados cálculos de Mañueco–, siendo muy sensibles a un discurso que mezcla antiglobalización y nacionalismo glorificador –banderas sin complejos–.

La Consejería de Cultura vendrá a trabajar los aspectos emocionales y a reforzar la cuestión rural. Veremos qué uso se hace del concepto de patrimonio inmaterial –empezando por la tauromaquia–, de la refolklorización del paisanaje y del turismo cultural como apuntalador de estrategias económicas basadas en el emprendimiento local. Más de lo mismo.

El gran pecado del PP es que obliga a la región a aceptar a la ultraderecha como presencia normalizada. Las barreras éticas con que la ciudadanía reaccionaba ante sus discursos y políticas quedarán en nada, pues ahora las publicará el Boletín Oficial de Castilla y León. Y la prensa entera. Así, las extravagancias económicas, la obscenidad racista y xenófoba presentada como lógica social, la insensibilidad y atropellos machistas, el desprecio por las víctimas y su memoria –enmascarado en la turbia postura de oponer otras víctimas, las del terrorismo de ETA–, la congelación de la tradición para sostén del clasismo más crudo…, se harán cotidianas, habituales, perderán su carácter monstruoso. El PP –puede que la irresponsable actitud del PSOE también–, ha entrampado a la población de Castilla y León en su desarme moral. Nos fuerzan a depender de gestiones, relaciones, subvenciones, calificaciones, prohibiciones, directrices, campañas, procedimientos… que habrán de llevar la aprobación, registro o firma de quienes abogan por un concepto de democracia iliberal, desde la deslealtad antiautonómica, desde una intolerancia rampante para la que exigen respeto mientras socavan las bases del conocimiento y la historia. Al final, parecerán neotecnócratas. Y habrán ganado.

Espinosa de los Monteros (centro) posa con los representantes de Vox en el nuevo gobierno regional de Castilla y León, de izquierda a derecha: Gonzalo Santonja (consejero de Cultura, Turismo y Deporte), Gerardo Dueñas Merino (consejero de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural), Juan García-Gallardo Frings (vicepresidente)  y Mariano Veganzones Díez (consejero de Industria, Comercio y Empleo)(foto: El Norte de Castilla)

Vox no es una broma, su centro impulsor trabaja denodada y constantemente en la penetración de todo estamento, círculo, sector económico, grupo o edad. El algoritmo no descansa y ha conseguido excelentes resultados entre los más jóvenes, otra faceta más de su programa de normalización. La vía de penetración han sido las redes sociales, generalmente desde la más pura banalidad emocional. La ultraderecha maneja con soltura el lenguaje de la subcultura juvenil, sus conflictos y retos, su desconexión de la política tradicional. En este segmento de edad hay un caladero importante de votos que puede llegar a superar el 20% entre las edades de 18-24 años –y así está apareciendo en las encuestas de intención de voto para Andalucía–. En Castilla y León, la campaña para los jóvenes se enfocó en un discurso de ficcionalización de las elecciones, un lenguaje visual para un público consumidor de series –perfil reforzado tras la experiencia pandémica–, incómodo con la realidad social y personal –tardoadolescentes con malas perspectivas económicas–, con tendencia a identificarse románticamente con los malos sexys o malos con motivos como muestra de su inadaptación o crítica a lo establecido, lo que lleva a la aprobación de violencia activa y verbal siempre que resulte estética. Así se entiende toda esa actividad fotográfica equívoca sobre los candidatos de Vox emulando a los Peaky Blinders: jóvenes barbudos engorrados y descamisados, avanzando amenazadoramente por la calle, con un punto de poderosa exultación escuadrista. Es, de nuevo, un voto a la contra, casi antisistema, con las tripas (y las risas).

La batalla cultural que arranca en Castilla y León va a ser muy poco épica. La recubrirán de burocracia y tecnicismos, de jerga economicista y contable mientras se lamina un débil Estado de bienestar, lo que aumentará la legión de descontentos, un tercio de los cuales comprará el discurso de odio e intolerancia verdacho. La nula belicosidad que mostrará la sociedad castellanoleonesa impulsará el voto andaluz y el que venga después, porque el argumento será “¿ven como no pasa nada porque gobernemos?”.

Isabel Díaz Ayuso saluda a Santiago Abascal en presencia de Mariano Rajoy , durante la investidura de Alfonso Fernández Mañueco (foto: Noticias Salamanca)

Visto en perspectiva, las cosas parecen reunidas en confluencias no tan imprevisibles. No en vano, el partido conservador es Pater Putativus de Vox. Y no parece que el PP quiera alejar o negar a Vox. En realidad, parecen formar parte de una estrategia de perverso desdoblamiento. En Castilla y León, la más eficaz campaña de Vox fueron las intervenciones de José María Aznar. O las de Isabel Ayuso, con su permanente y kitsch lenguaje guerracivilista. De su mano llegan, y esto es una evidencia. Feijóo, envuelto en una tecnocracia economicista, no va a decir ni mu, porque los cálculos están hechos y precisan de su propio populismo. Pero, como decía el tópico, el mal ya está hecho. Y nos quieren a todos cómplices.

Ignacio Fernández de Mata es profesor titular de Antropología Social de la Universidad de Burgos. Autor de Lloros vueltos puños: El conflicto de los «desaparecidos» y vencidos de la Guerra Civil española (Granada, Comares, 2016) y Los heterodoxos reunidos: un discurrir crítico por tiempos de crisis (Universidad de Burgos, 2018).

Fuente: ctxt, 27 de abril de 2022

Portada: el reelegido presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, durante el pleno de investidura, en presencia de Santiago Abascal y de Cuca Gamarra (Nacho Gallego/Efe)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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