Estefanía Molina

 

El éxito de Isabel Díaz Ayuso empieza a revestirse de una potente estrategia de banalización del discurso, que hace tiempo coleaba en España sin nadie que la apadrinara, y que en su investidura este viernes volvió a brillar a todas luces. Esa maniobra se basa en enmascarar la carga de su discurso político en polémicos temas como el aborto o la eutanasia, a través de apelar a una especie de sentido común colectivo, que en verdad es el de su ideario conservador o liberal. De fondo esta técnica no es en absoluto casual porque esconde tintes cargadamente ideológicos. Pero el objetivo es doble: lograr la transversalidad, para barrer voto a derecha e izquierda; y socializar a un colectivo desamparado políticamente como los jóvenes en los mantras de esta suerte de «nueva derecha» banalizada.

No hay más que ver cómo los asesores de la presidenta madrileña potencian desde hace un tiempo esa vertiente, primero con sus coletillas tildadas de «ayusadas», y más tarde dando a conocer su lado personal. Ayuso, en el programa de Bertín Osborne, hace unas semanas es, a la sazón, lo más parecido a aquel Pablo Iglesias que contaba por Twitter las series que veía, a modo de folclorización de su liderazgo ­—como expliqué aquí—.

Eso es así, porque hoy en día ganar votos no va exclusivamente de ideologías. También va de conquistar los espacios de la llamada «cultura pop». De hecho, ello responde a lo que el autor Christian Salmon define en su libro ‘La ceremonia caníbal’: «El hombre político se presenta cada vez menos como una figura de autoridad, alguien a quien obedecer, y más como algo que consumir; menos como una instancia productora de normas que como un producto de la subcultura de masas, un artefacto a imagen de cualquier personaje de una serie o un programa televisivo«.

Isabel Díaz Ayuso con Miguel Ángel Rodríguez y Bertín Osborne (foto: El Economista)

Acaso el chascarrillo de Ayuso sobre «no encontrarse el novio por Madrid» no llegó a gente que igual no está tan significada en política, ni de izquierdas ni de derechas. Pasa que la popularidad es hoy en día el primer paso para ganar votos, en una sociedad donde las audiencias están tan fragmentadas y el voto es tan volátil. El objetivo, pues, es calar entre un segmento de la población que no está tanto en el día a día de la gresca política, pero que sí atiende a discursos sobre trabajo o familia que se vendan ‘a priori’ como desideologizados o sensatos.

Si bien, esa forma de enmascarar la carga política del discurso cala en la actualidad en España a lomos de la polarización creciente de la vida pública. Hay que entender que buena parte de los ciudadanos viven hoy hastiados del ciclo de exaltación de las emociones en que se sumergió nuestro país tras 2015. «Ultraderecha«, «comunistas», «golpistas»… Hasta una retahíla de asfixiantes etiquetas han circulado por este período, arrastrando a la ciudadanía a significarse y tomar partido.

Tanto es así, que el «desacomplejamiento» de Ayuso mediante el discurso de la libertad, o el relato de «vivir a la madrileña» pudo resultar balsámico el pasado 4-M para esa amplia capa del electorado que se manifiesta harto de la intensidad política. Más aún, con el nihilismo de la pandemia haciendo mella. A fin de cuentas, le vino a decir al ciudadano: haz como yo, pasa de todo, sé tú. Es decir, liberando a la ciudadanía del yugo de significarse, en mitad de una campaña teñida del relato de «que viene el fascismo» de PSOE e Iglesias, frente a las pullas de Rocío Monasterio invitando al líder de Podemos a marcharse de un debate.

 

Sin embargo, el riesgo de toda esta estrategia es la forma en la que Ayuso cuela la ideología por los poros de lo que aparentemente se vende como absurdo, sensato o ligero. En el programa de Bertín, Ayuso llegó a decir que Podemos era el «cáncer«, la «extrema izquierda«, mientras que Vox «tenía sus cosas«. Ayuso afirmó este viernes que el aborto era «el recurso fácil de la izquierda«, para defender sus iniciativas sobre natalidad. Es decir, obviando el drama social que supone el aborto para muchas mujeres. E, incluso, escondiendo la bandera conservadora como si este se diera, en esencia, porque el dinero no les deja saciar su objetivo supuestamente genuino de ser madres de familia.

Ese discurso sutil llega incluso a lo económico. La presidenta aseguró hace un tiempo que «no se muere de desigualdad«, porque la desigualdad es precisamente la parte más débil de su discurso liberal. Como expliqué hace semanas, el giro ‘thatcheriano’ de Ayuso sobre la «dignidad de trabajar» bebe del mantra de Margaret Thatcher sobre que, a fin de cuentas, la dignidad es algo tan humano que rompe incluso la sensación de pertenencia a las clases sociales. La misma tiene el camarero que el alto directivo. Pero la realidad es que la libertad económica no repara en la desigualdad que hay entre ambas personas, donde solo un Estado del bienestar potente lucha por la igualdad de oportunidades.

Foto del perfil de twitter de Isabel Díaz Ayuso

Así pues, esa especie de falso sentido común que reviste las praxis de Ayuso no deja de ser una forma de ocultación del ideario conservador. Su objetivo ahora es seguir arañando votos para comerse ahora a Vox, como objetivo a 2023, pero camuflado para no perder votantes de Ciudadanos u otros nichos. ¿Acaso las palabras de la presidenta madrileña sobre el Rey y los indultos no son una apelación directa al electorado de Santiago Abascal? Por más populismo institucional que acuñara Ayuso, al votante de derechas le enervará mucho más imaginarse la firma del Rey en el indulto a los ‘exconsellers’, que cualquier explicación jurídica sobre por qué es un monarca constitucional y actúa en consecuencia.

Ahora bien, la estrategia de esta nueva derecha de Ayuso bebe de un contexto social notorio: el de la llamada generación perdida de jóvenes. Hace semanas, un estudio exponía cómo la juventud en Europa empezaban a desarrollar valores políticos más cercanos al ideario de la derecha. La derechización de los jóvenes, a saber, a lomos de la ruptura de la identidad colectiva, su orfandad en la política clásica —hablando más de pensiones que de sus salarios—, la poca utilidad que aprecian de los sindicatos para paliar la precariedad, y cómo el Estado ha dejado de proveerles oportunidades de ascenso social —contado aquí—.

 Y a eso se acerca Ayuso paulatinamente: a socializar a esos jóvenes en su discurso aparentemente inofensivo y supuestamente desideologizado, mientras una parte de la izquierda se pierde en debates identitarios. Banalizante o no, la nueva derecha de la reeditada presidenta madrileña ya ha empezado a ganar en el relato a la forma de política clásica, la polarizante, y hasta a la izquierda ocupando nichos de voto hasta ahora huérfanos, futuros votantes de esta derecha ayusista.

Fuente: El Confidencial, 19 de junio de 2021

Portada: Isabel Díaz Ayuso en su segunda toma de posesión, el 19 de junio de 2021, acompañada por los expresidentes de la Comunidad de Madrid Ángel Garrido, Cistina Cifuentes, Alberto Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre (foto: Efe)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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1 COMENTARIO

  1. Brillantes las reflexiones de Estefanía Molina en «Isabel Díaz Ayuso, o la estrategia de una ‘nueva derecha’ banalizada».
    Felicidades Estefanía Molina.

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