Dionisio Cañas

 

Todos los días nos vemos, de una forma o de otra,
confrontados con el odio, privado o público […] Vivimos
en compañía del miedo. Vivimos en compañía de la
violencia, vivimos en compañía del odio.
Alfred A. Häsler, El odio en el mundo actual

 

Estoy en Tánger, en el parque infantil que se encuentra en la calle de Italia. Es un día otoñal agradable y hermoso. Los niños juegan sin saber que en Palestina están muriendo todos los días muchos menores de edad árabes bajo las bombas de la aviación israelí. Una niña española de tres años, que está de vacaciones, juega con otras niñas marroquíes. Blanca, la niña española, no comprende la lengua que hablan las niñas árabes, pero juegan juntas y se entienden sin ningún problema. La inocencia de estas niñas me conmueve, me hace preguntarme por el origen de un conflicto en el que el odio mutuo entre israelíes y palestinos parece no tener solución.[1]

Parque en Tánger (foto: Dionisio Cañas)
El animal humano

Curiosamente hay leyes ocultas en la naturaleza que son inalienables entre los animales humanos: necesitamos alianzas y antagonismos para que la sociedad siga avanzando. Cuando hablamos de algún momento de parón del indispensable e infinito crecimiento económico, de las relaciones sociales y culturales constructivas y enriquecedoras, alguna forma del retroceso (político, ideológico, cultural, social) encuentra su aliado, su vecino amado y su vecino odiado, su causa a derrotar y su causa a defender.

El mal y el bien conviven en capas paralelas, la nostalgia de un pasado heroico (glorioso) circula por las mismas carreteras que la fe en un progreso hacia un futuro esperanzador, feliz. ¡En la autopista de la Historia! Unos creen que van hacia un destino de luz y otros van en dirección contraria, persiguiendo y resucitando las sombras del pasado. Unos miran el horizonte y otros el retrovisor.

Estas dualidades antagónicas, el equilibrio de los contrarios, parecen ser tan imprescindible que si no existen las inventamos; o más bien intentamos encontrar fundamentos que legitimen nuestro amor y nuestro odio. La causa palestina es un ejemplo, entre tantos, que divide a la sociedad internacional.

Las multitudes teledirigidas por los medios de comunicación y el acceso a la información, y manipulación, que nos ofrecen internet y las redes sociales, hacen que en verdad casi la totalidad de la sociedad podría decir: “Sabemos que no sabemos nada. Actuamos porque eso es lo que nos dicen los medios de comunicación, internet y las redes sociales”. Hemos pasado de la “la sociedad del espectáculo” (Guy Debord) a una sociedad circense, pero los directores del circo global son cada día más peligrosos, más crueles, más eficaces en el exterminio del animal humano y de la naturaleza.

Por otro lado, el fenómeno de lo políticamente correcto ha instalado un estado intermedio entre el amor y el odio: el paradigma de una opinión aparentemente equilibrada, de que “no se puede generalizar”, de que todo es relativo, de que hay que buscar un acuerdo, unos puntos de coincidencias entre el bien y el mal. Por esta razón cualquier discurso político que se exprese asumiendo un todo (“la sociedad está contra esto o aquello”) es demagógico, falso y oportunista, pero las masas teledirigidas se tragan cualquier consigna sin hacerse demasiadas preguntas; quienes se instalan en “lo políticamente correcto” viven en una parálisis mental permanente, al borde del abismo de una cómoda indiferencia.

La realidad no es vista de una forma unánime por la sociedad, si no que miles de perspectivas diferentes pueden coincidir momentáneamente en repudiar o amar un acontecimiento por maravilloso u horroroso que sea. La causa palestina divide a la sociedad como también La causa israelí. La tentación de querer asociar una causa u otra con unas creencias en general, judíos y musulmanes, es una total falacia: ni todos los judíos del mundo son pro-Israel, ni todos los árabes son pro-palestinos.

Esto no es una película de “el bueno y el malo”, sino que también existe “el feo”: es decir, aquel o aquella que a pesar de pertenecer a uno de los dos bandos étnicos piensa que los de su propia estirpe son tan malos como sus enemigos.

Juan Goytisolo, en el prólogo a la traducción de Orientalismo, publicado por el palestino Edward W. Said, escribía: “Ensayo tras ensayo, libro tras libro, Edward Said [repudiado y criticado por sus propios compatriotas] ha denunciado la perniciosa ausencia de autocrítica en los medios intelectuales árabes: el ensimismamiento de su cultura, su refugio suicida en el pasado, la negación y el no reconocimiento de las realidades que aborrecen y temen, el complejo de amor/odio respecto a Occidente, la falta de democracia real y la instrumentalización de las élites por los gobernantes. Un conjunto de males que le conduce a preguntarse en Palestina. Paz sin territorios: ‘¿Estamos condenados para siempre al subdesarrollo, la dependencia y la mediocridad?’”.

Juan Goytisolo y Jean Genet en París (foto: familia Goytisolo/archivo de El Mundo)
Juan Goytisolo y Jean Genet

La memoria del pasado será estéril si nos servimos de ella para levantar
un muro infranqueable entre el mal y nosotros, si nos identificamos
únicamente con los héroes irreprochables y las víctimas inocentes,
expulsando a los agentes del mal fuera de las fronteras de la humanidad
[…] la “bestia inmunda” no está fuera de nosotros, en un
lugar y un tiempo lejanos, sino en nuestro interior.
Tzvetan Todorov, La memoria, ¿un remedio contra el mal?

Durante los días que estuve recientemente en Marruecos fui al cementerio marítimo de Larache; también conocido como “cementerio español”. Este es el único cementerio en Marruecos en el que se podía dar sepultura a dos ateos confesos. Allí están enterrados el escritor español Juan Goytisolo y el francés Jean Genet; ambos fueron dos apasionados defensores de la causa palestina.

Juan Goytisolo odiaba a una buena parte de la sociedad y de la cultura española, pero amaba todo aquello que sonaba a heterodoxia, viniera de donde viniera. A Jean Genet le pasaba algo semejante respecto a la sociedad francesa. Lo que tenían en común estos dos pájaros solitarios, y solidarios, es que “amaban odiar” y, como Edward Said le reprochaba a sus compatriotas árabes, carecían de una capacidad básica, la de la autocrítica.

Tanto Goytisolo como Genet, en su apasionado amor por el mundo árabe, practicaban una forma igual de retórica que la de los nacionalismos incondicionales, tan ciega como la ceguera institucional que denunciaban en sus respectivos países y en el mundo occidental en general. Veían la hipocresía colonialista en sus compatriotas, pero no veían la falta de una autocrítica en sus posiciones respecto al mundo árabe en general y a la causa palestina en particular.

Gracias a esta ceguera individual crearon grandes obras literarias, obras que disgustaban a unos y que eran admiradas por otros, pero que en absoluto ayudaban a buscar una vía que permitiera a la sociedad vivir, convivir, en armonía, sino que amplificando la hoguera del odio nos hacían avanzar hacia conflictos en los cuales los más débiles pagaban, y pagan, las consecuencias.

El caso de lo que está ocurriendo en Israel y en Gaza (un fragmento de Palestina) es un desolador ejemplo de hasta qué punto nos puede llevar el discurso del odio: los niños que fueron asesinados en Israel por el movimiento nacionalista/terrorista de Hamas y, además de la población civil, los menores de edad que están muriendo diariamente bajo los bombardeos israelíes en la zona palestina de Gaza.

¿Quiénes son los terroristas, Hamas o el Ejército israelí? Para entender mínimamente esta tragedia tenemos que mirar por el retrovisor cuál es el origen de la compra y la ocupación sionista (judía) de Palestina para crear el Estado de Israel a expensas del pueblo palestino.

El autor junto a la tumba de Jean Genet en Larache (foto: Dionisio Cañas)

El origen del odio y el conflicto entre Oriente Próximo y Occidente

Habría que remontarse a los orígenes bíblicos para entender por qué dos pueblos semitas, el judío y el árabe, ahora se odian tanto, a la vez que en otro momento de la Historia convivieron alegremente (no sin algún conflicto) en muchos territorios de Oriente Próximo y de Occidente.

En el libro citado al principio de este artículo, Häsler entrevista a David Ben-Gurión (nacido en Polonia, se instaló en Palestina en 1906, llegó a ser el presidente de la Organización Sionista Mundial, en 1948 proclamó el Estado de Israel) y a la pregunta que le hace Häsler, que empieza, “¿Pero qué es el odio?”, responde: “Yo pertenezco […] a un pueblo que ha sufrido y sigue sufriendo bajo el odio quizá como ningún otro pueblo. Esclavizados en Egipto, fuimos víctimas del odio; nos odiaron porque afirmábamos que solo hay un Dios. Los griegos nos calificaron de pueblo ateo, porque no vieron ídolos en las ciudades judías. Los romanos nos insultaban llamándonos holgazanes, porque cada siete días descansábamos uno. Y lo que los cristianos han dicho de nosotros desde el siglo IV al XVIII –y lo que todavía muchos siguen hoy manteniendo– es cosa que no necesito mencionar. Pero nosotros fuimos los que formulamos el mandamiento: Ama a tu prójimo como a ti mismo […] ¿He de recordar lo que pasó con seis millones de judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial?”. Esto lo decía Ben-Gurión en 1969, pero en absoluto se le podía ocurrir que ellos que fueron las víctimas a través de los siglos se convertirían finalmente en los verdugos del pueblo palestino, como bien se está demostrando en la actualidad.

Un solo Dios une a las tres religiones “del Libro” (judíos, cristianos y musulmanes), pero lo judíos se creen el pueblo escogido por ese Dios, los cristianos pretenden que su profeta principal, Jesús, es el hijo de Dios, y los musulmanes están convencidos de que Mahoma (Muhammad) es “el último de los profetas” y el auténtico “mensajero de Dios”.

Esta simplificación no sería suficiente para justificar el odio que se ha interpuesto entre estas tres religiones a través de los siglos. Está claro que en cualquier país árabe pueden convivir sin dificultad, pero… cuando las creencias van acompañadas de un poder territorial y geopolítico cualquier posibilidad de entendimiento salta por el aire. Y he aquí, que si nos centramos en Palestina y en la creación del Estado de Israel, constatamos una paradoja trágica: fue en Occidente, más concretamente en Europa (en el siglo XIX), donde nació un movimiento, el sionismo, que decidió que los judíos del mundo entero necesitaban un país, una nación, un estado que se llamaría Israel; que, por cierto, en algún momento se pensó que Argentina (entre otros enclaves) sería un territorio apropiado para crear ese nuevo país, Israel; quizás ahora no estaríamos sufriendo las terribles consecuencias de una guerra entre judíos y árabes que no parece tener fin. La solución de dos estados en convivencia pacífica es un objetivo en el cual muchos países están de acuerdo, menos las dos naciones implicadas, Israel y Palestina.

Cualquier persona interesada en este tema puede informarse con un simple click buscando en internet la palabra sionismo; los chats GPT te pueden hacer un resumen sobre el asunto en cuestión de segundos, pero son personas (y personajes) que vivieron (y vieron) en carne propia la cadena de injusticias cometidas contra el pueblo palestino las que nos pueden ilustrar mejor sobre esta tragedia que nos debe concernir a todos; este es el caso de Edward Said, Jean Genet y Juan Goytisolo.

En un capítulo titulado ‘Genet y los palestinos: ambigüedad política y radicalidad poética’ (Genet en el Raval, 2008) Juan Goytisolo subraya “la entrega [incondicional] a la revolución palestina de 1970” por parte del escritor francés, y remarca: “la abrumadora responsabilidad de Occidente en el drama sin fin de Oriente Próximo y muy especialmente del pueblo palestino”.

Según el intelectual español, Genet era un “cautivo enamorado de la causa palestina”. Goytisolo llega al extremo de pensar que Genet era casi como un místico o un santo: “la exposición de aquel ideal de desposesión que imantó su vida, un rigor ascético, afín en su vertiente provocativa a la moral del derviche malamatí [tendencia de una serie de místicos islámicos conocidos como los repudiados]”.

Mujeres palestinas en 1937. Imagen del libro Antes de su diáspora. Una historia de los palestinos a través de la fotografía 1876-1948, compilado por Walid Khalidi.

Genet fue mucho más lejos en justificar el terrorismo que el propio Goytisolo, quién vivió en Marruecos gran parte de su vida bajo una monarquía opresora sin declararse nunca contra ésta. “¿Elogio del terrorismo y sus kamikazes suicidas? A primera vista sí. En diversas entrevistas y textos compilados de forma póstuma (L´ennemi déclaré, París, 1991), Genet sostiene que los atentados (suicidas o no) son la respuesta de los pobres y oprimidos a los ejércitos mejor pertrechados del opresor […] Desmemoriados como somos, volvamos atrás: ¿no recurrieron al arma del terror los combatientes del FLN [Frente de Liberación Nacional] argelino y los fundadores del Estado de Israel hasta el día en que plasmaron su proyecto de Hogar nacional judío?”.

En verdad así fue: el movimiento sionista judío cometió todo tipo de atrocidades terroristas para facilitar la fundación del Estado de Israel actual. Hay una extensa literatura sobre este tema. Entre los libros más destacados está el del israelí-británico Ahron Bregman, La ocupación. Israel y los territorios palestinos ocupados (el original en inglés fue publicado en 2014)Este libro abarca el periodo histórico que va desde 1967 al 2007, pero nosotros hemos querido ir más atrás en el tiempo, al origen del conflicto. En Antes de su diáspora. Una historia de los palestinos a través de la fotografía 1876-1948, compilado por Walid Khalidi, se encuentra una historia bastante amplia de la trayectoria y el origen de la tragedia del pueblo palestino.

En este volumen de Khalidi ya se consigna como “la primera colonia sionista en Palestina se fundó en 1878, y la primera oleada de inmigrantes sionistas llegó en 1882. Ese mismo año, el barón Rothschild, millonario judío francés, empezó a financiar la colonización judía de Palestina. En 1896 otro millonario judío, alemán esta vez, el barón Maurice de Hirsch, instaló en Palestina una avanzadilla de su Asociación para la colonización judía”.

Atentado de la organización sionista Irgun contra el hotel King David de Jerusalén, en el que murieron 91 personas el 22 de julio de 1946 (fotos: Imperial War Museum)

No vamos a rastrear aquí cómo fue evolucionando esta sistemática ocupación de toda Palestina por parte de los judíos europeos, pero sí queremos subrayar el aspecto violento al que recurrieron los sionistas para consolidar el sueño de una nación israelí. Ya en 1907 se estableció el primer kibutz (granja colectiva) ilegal en territorio palestino. Desde entonces estos enclaves fueron proliferando, hasta llegar a los extremos actuales, en los que las comunidades de esas granjas están armadas hasta los dientes y con frecuencia asesinan a la población palestina con total impunidad.

No obstante, algunos judíos europeos no estaban de acuerdo con esta invasión de Palestina. Así, “el gran rabino de Francia, sugería que, puesto que Palestina era un país ya poblado, los sionistas deberían buscar la realización de sus planes políticos en otra parte” (Walid Khalidi). Nadie hizo caso a este rabino. Pero es un buen indicador de que parte de la comunidad judía internacional tuvo muy claro desde el siglo XIX que aquella invasión era injusta, y exclamaba el rabino: “En nombre de Dios, dejad a Palestina en paz”.

Hay que tener en cuenta que lo que hoy conocemos como los territorios de Israel/Palestina estuvieron gobernados bajo el Mandato Británico durante más de dos décadas (1923-1948) y que, en este periodo, el enemigo a derrotar por parte del terrorismo israelí fueron los británicos. Y así fue: se cometieron atrocidades contra los británicos cercanas a los actos terroristas de Hamas.

El S.S. Patria se hunde frente a las costas de Haifa, el 18 de noviembre de 1940 tras la explosión de una bomba colocada por la milicia sionista Haganá, 267 refugiados judíos fallecieron en el atentado (foto: www.infocenters.co.il)

Algunos datos basados en el libro de Walid Khalidi. 1940: “Terroristas sionistas vuelan el Patria, que transportaba inmigrantes judíos hacia lugares de refugio que no son Palestina, provocando la muerte de 252 personas, judíos y policías británicos”. O sea, que los sionistas no dudaban en exterminar no solo a los británicos sino a los de su propia etnia. 1944: “el grupo Stern y el Irgún [dos organizaciones políticas judías] hacen causa común para una campaña terrorista contra Gran Bretaña […] dos policías británicos muertos en Haifa por terroristas sionistas […] matan a ocho policías británicos en Haifa, Jafa, Tel Aviv y Jerusalén […] los terroristas del grupo Stern asesinan a Lord Walter Moyne, ministro-residente británico en El Cairo”. Como se puede constatar, los judíos sionistas no se andaban con chiquitas, si se hacía algo que iba contra su idea de la creación de un país nuevo, Israel, se cargaban a propios y extraños.

Durante los años siguientes, el terrorismo sionista seguiría matando a policías, soldados y oficiales británicos. Uno de los actos más llamativos fue el ocurrido el 22 de julio de 1946: “el Irgún [organización terrorista judía] vuela el ala del hotel King David, en Jerusalén, donde se encontraban las oficinas de la administración civil británica; mueren 91 civiles”. ¡Y empezó la fiesta del odio! Ante la propuesta angloamericana de “un plan federativo para Palestina” los representantes sionistas y los árabes lo rechazan. Así es que en aquel 1946 “un oficial de seguridad británico de Tel Aviv y su esposa mueren en la explosión de su casa, provocada por el terrorismo sionista”. En ese mismo año el recuento de atentados terroristas no cesa: además de las víctimas antes mencionadas, seis soldados y trece policías británicos mueren por actos terroristas judíos.

En 1947 el terrorismo sionista sigue haciendo de las suyas con todo tipo de actos terroristas contra los británicos y los palestinos: secuestros de civiles y políticos, “coches suicidas” (ya ven que el terrorismo islamista no ha inventado nada nuevo), cartas-bomba, ejecuciones de rehenes, etcétera. Pero el 15 de agosto de ese año algo más cruel tiene lugar: “ataque terrorista de la Haganá [organización paramilitar judía] contra la casa de un naranjero palestino cerca de Tel Aviv. Mueren doce habitantes de la casa, entre ellos una madre de familia y sus seis hijos”. ¿Les suena a algo ocurrido hace poco? Pues claro que sí: los brutales ataques terroristas de Hamas en los kibutz israelíes. Pero volvamos a Juan Goytisolo, nuestro enamorado de La causa palestina.

Juan Goytisolo en Marrakech en 2004 (foto: Sanjuana Martínez/Ctxt)

Juan Goytisolo solo ve el lado positivo de su inmersión en el mundo árabe, algo así como un proceso enriquecedor en el cual la crítica a los regímenes totalitarios y terroristas no tiene cabida. En una conferencia que pronunció en la Biblioteca de Cataluña (Barcelona, 28 de noviembre de 2006), dijo “…escribir es aceptar la existencia de contradicciones en el fuero interior del individuo que escribe […] ¿Imagina el lector o auditor lo que quedaría de una lectura clínica o autoritaria de obras como la de Lautréamont, Joyce, Céline o Genet? […] ¡Demasiadas fronteras hay en el mundo para admitir la existencia en el interior de uno mismo!”.

No podemos estar más de acuerdo con el escritor catalán, pero es que Goytisolo sí se impuso fronteras interiores a sí mismo. Hisham Aidi, en su artículo ‘El ambiguo antiorientalismo de Juan Goytisolo’ subraya lo siguiente: “…vivió y viajó en un mundo árabe asolado por un violento proceso de guerra y de formación estatal, con regímenes atacando regularmente a las minorías e imponiendo el árabe a poblaciones no arabófonas, en nombre del nacionalismo. Precisamente cuando el Estado marroquí mata a los disidentes, oprime a los movimientos amazighs, criminaliza la homosexualidad (la ley anti-gay generalmente aplicada a la gente de Marruecos, raramente a la extranjera), la brutalidad del Estado solo aparece raramente en sus escritos, en los que no deja de pintar de forma idealista Oriente como superior a Occidente”, además de su silencio sobre la represión llevada a cabo por el rey de Marruecos Hassan II. ¿Son estas las contradicciones de las que antes hablaba Goytisolo o es que en verdad sí se ponía fronteras, límites, al hablar e idealizar el mundo árabe en general y Marruecos en particular?

Y es que ya en la entrevista que le hizo Julio Ortega, recogida en el libro de Goytisolo Disidencias (1977), confesaba apasionadamente: “mi pasión (no solo intelectual sino física, fisiológica, anatómica, funcional, circulatoria, respiratoria, etc., como la concebía Artaud) va a la lucha nacional de los pueblos árabes”.

El autor junto a la tumba de Juan Goytisolo enel cementerio de Larache (foto: Dionisio Cañas)
La grieta entre Occidente y el mundo árabe. ¿Quién es la víctima y quien es el verdugo?

Todos los demás son culpables, salvo yo.
Louis-Ferdinand Céline

En un lúcido artículo de opinión de Lluís Uría titula ‘Visión periférica’, aparecido en el periódico La Vanguardia (29 de octubre de 2023), escribe: “El alineamiento de Estados Unidos y Europa con Israel –con todos los matices que se hayan introducido en Washington y Bruselas sobre el respeto a los civiles– ha suscitado la incomprensión y el rechazo de los países árabes, que acusan a Estados Unidos y sus aliados de tratar a israelíes y palestinos con un doble rasero. Y ha abierto una nueva grieta en la fractura que separa a los países occidentales del resto del mundo y, particularmente, del llamado Sur Global”.

Y es que ese es el problema, como decía al principio, estamos retrocediendo en todo; en este caso en la brecha que separa Occidente de la tragedia palestina. No obstante, no solo es nuestra indiferencia europea la culpable de esta deshumanización del animal humano, sino que tantos los israelíes como los palestinos se creen los propietarios del victimismo universal.

En La tentación de la inocencia (1995), Pascal Bruckner le dedica un apartado especial a ‘De la victimología comparada: Israel y Palestina’. Las tres páginas que le dedica al tema del victimismo de ambos bandos no tienen desperdicio. Nos limitaremos, para concluir a un solo párrafo: “¿Qué frenaba hasta el otoño de 1993 cualquier posibilidad de acuerdo entre el Estado hebreo y los palestinos? El hecho que unos y otros se consideraban titulares de la expoliación máxima. Ya solo tenían una tierra para dos pueblos; y he aquí que, para colmo, se disputaban además el monopolio de la desgracia absoluta. En nombre del daño inmenso infligido al pueblo judío, Israel consideraba cualquier crítica como una amenaza directa para su existencia, cualquier enemigo como un exterminador en potencia. Inversamente, los palestinos, presentándose como el prototipo de los desposeídos, reivindicaban para sí todos los títulos de los judíos: diáspora, persecución, genocidio. De ahí nacía entre árabes e israelíes esta competencia victimista que se enunciaba de la siguiente manera: somos los más desgraciados, por lo tanto tenemos todos los derechos y nuestros adversarios ninguno. Se trataba de un horror retórico que paralizaba a las partes en presencia y podía conducir a los peores excesos”. Y en eso andamos a finales del año 2023: los peores excesos se han visto perpetrados por el terrorismo de Hamas en Israel y por el Ejército israelí en el territorio palestino de Gaza.

Y, para terminar, reproducimos un poema del escritor polaco judío Jozef Wittlin en la versión española del poeta español Francisco Brines:

Ensuciemos, ensuciemos las cosas sagradas
porque necesario es que sean santas;
pero ellas, solo ensuciadas,
solo escupidas, apaleadas,
con coronas de espinas, y en la cruz estiradas,
con vinagre y con hiel reconfortadas,
tan solo fusiladas, envenenadas,
pueden ser
santas
— — —
Oh hijas de Jerusalén,
llorad, llorad
a un lado y otro lado
del muro.

Fuente: Fronterad revista digital 7 de diciembre de 2023

Portada: Jean Genet en un campo de refugiados palestinos en Jordania en 1971 (foto: Bruno Barbey)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia y Dionisio Cañas

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