Presentación 

Este texto que nos proporciona Anne Mathieu sirve para recordar el firme, difícil y arriesgado engagement de un pensador como Jean-Paul Sartre con el problema colonial, sus denuncias de las torturas y su defensa en este contexto de la autodeterminación, lo que se visualizó sobre todo, mas no solamente, en sus famosas y tempranas intervenciones críticas con el papel de Francia en Argelia. Tempranas, y por ello  valientes, porque, por ejemplo, se anticiparon en varios años a las del Partido Comunista Francés en una coyuntura en la que, en un principio y con la salvedad de ciertos grupos como los anarquistas o los trotskistas, una gran mayoría de los franceses defendía la permanencia en una colonia que se sentía como un territorio propio.

Por ello, las opiniones de Sartre no quisieron ser comprendidas ni fueron bienvenidas en su momento (como probablemente tampoco lo serían hoy en día). Ya en 1955 un joven Jean-Marie Le Pen, alineado con ese populismo de la época que fue el poujadisme, cargó duramente contra el filósofo francés y denunciaba con sus improperios característicos la deletérea influencia de su pensamiento. De hecho, no está de más recordar en estos tiempos en que tanto se habla de cancelación que el mismo Sartre pudo haber ido a la cárcel por sus posicionamientos públicos (se cuenta a menudo que De Gaulle lo habría impedido con la famosa y posiblemente apócrifa sentencia de que no se podía encarcelar a Voltaire), que uno de los gritos de las manifestaciones contrarias a la independencia argelina era el de “fusilad a Sartre” y que el mismo filósofo fue objeto de dos atentados terroristas por parte del OAS (Organización Armada Secreta), un grupo que asimismo atacó la sede de la revista Les Temps Modernes. Mientras tanto, esta fue también clausurada y registrada por el gobierno galo en un total de cinco ocasiones.

La inicialmente incomprendida y furibundamente criticada actuación de Sartre no resultó en vano. Como muchas veces se comenta, el conflicto argelino no solo se libró en la colonia francesa sino también en la opinión pública de una metrópoli que, con el paso de los años, se fue alejando de sus posiciones iniciales y se fue acercando, si bien desde ópticas distintas, a las de Sartre. Un buen ejemplo de ello fue la misma trayectoria de un De Gaulle que, aupado al poder por los militares en 1958, pasaría ser considerado más tarde como un traidor por ellos y que ya el 16 de septiembre de 1959 apareció en la televisión para defender explícitamente la autodeterminación argelina. Dos años después, en el referéndum de 1961, un 75% de franceses votaron a favor de la independencia argelina y con ello ratificaron ese “Argelia no es Francia” que, pronunciado por Sartre siete años antes, había parecido completamente escandaloso y extemporáneo entre sus compatriotas.        

Edgar Straehle


 

En noviembre de 1954 la llamada insurrección de la Toussaint (día de Todos los Santos) marca el comienzo de la guerra de Argelia. Ese conflicto fue una de las preocupaciones centrales de numerosos periódicos, en los que firmaban las plumas más prestigiosas de entonces y no intelectuales mediáticos de segunda fila. En ese momento, Jean-Paul Sartre adoptó una posición que sería emblemática de una forma de compromiso intelectual, actuando, a su manera, por la reconciliación de ambos pueblos.

Anne Mathieu*

La actitud comprometida de la revista Les Temps Modernes respecto de la guerra de Argelia es anterior a la de su fundador y director, Jean-Paul Sartre: ya en mayo de 1955 consagra uno de sus números al conflicto, y en la entrega de noviembre publica un artículo cuyo título anuncia el tono adoptado: “Argelia no es Francia”. Les Temps Modernes será incautada en varias ocasiones durante la guerra: cuatro veces en Argelia y una en Francia.

El primer artículo de Sartre sobre el tema apareció en marzo de 1956. Se titulaba “El colonialismo es un sistema” y retomaba un discurso pronunciado en una reunión a favor de la paz en Argelia, realizada en la sala Wagram de París el 27 de enero del mismo año, por iniciativa del Comité de acción de intelectuales contra la guerra en Argelia. El artículo pone de manifiesto los mecanismos políticos y económicos del colonialismo y llama a la lucha contra ese “sistema”.

Sin embargo, la conciencia anticolonialista de Sartre no data de ese momento, ni del levantamiento de Toussaint de 1954. Desde hacía varios años el intelectual apoyaba la causa tunecina del Neo-Destour (1) y la causa marroquí del Istiqlal (Independencia) en cuyo congreso participó en 1948. En 1952 concedió una entrevista al diario de Ferhat Abbas, La République algérienne, y durante el otoño de 1955 dio su apoyo al Comité de acción de intelectuales contra la guerra en Argelia. Francis Jeanson, colaborador de Les Temps Modernes, que en diciembre de 1955 había publicado junto a su esposa Colette, Argelia fuera de la ley, contribuyó también a la evolución del filósofo.

El momento crucial en que Sartre asume su compromiso en tanto que individuo se sitúa en 1956. En enero de ese año, Guy Mollet, que dirigía la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO) se convierte en presidente del Consejo de Ministros. Dos meses más tarde obtendrá poderes especiales, que utilizará para intensificar la guerra. El hecho de que los comunistas hubieran votado a favor en esa ocasión marca el comienzo de la ruptura de Sartre con ellos, que se hará efectiva en noviembre de ese año, cuando el Partido Comunista Francés aprueba la invasión de Hungría por los tanques soviéticos. Como lo resumiera Mohamed Harbi en 1990: “A partir de entonces, se opera en él un desplazamiento ético que le llevará, en pasos sucesivos, a descubrir un protagonista de la Historia aún más radical que el proletariado: los colonizados. Esto contribuirá a la causa argelina” (2).

Publicados entre marzo de 1956 y abril de 1962, sus textos (3) muestran un vigor polémico y un coraje como casi no se ven hoy en día: Sartre fue amenazado de muerte y en dos ocasiones su apartamento parisino de la rue Bonaparte fue objeto de atentados con explosivos por parte de la OAS (Organización del Ejército Secreto). No se trataba entonces de las pseudo-provocaciones actuales, destinadas a favorecer la venta de un libro o a provocar un cierto eco en la prensa.

En 1957 el escritor y ensayista tunecino Albert Memmi publicó el Retrato del colonizado precedido del Retrato del colonizador, cuyos primeros extractos aparecieron en las páginas de Les Temps Modernes y de Esprit. Sartre publicará una reseña de la obra en el número de julio-agosto de la primera, artículo que luego servirá de prefacio al libro (4).

El texto trata ampliamente el tema de la violencia, que ya había sido desarrollado el año precedente en “El colonialismo es un sistema”. Allí Sartre señala: “La conquista fue hecha por la violencia; la sobreexplotación y la opresión requieren la continuación de esa violencia, es decir, la presencia del ejército. (…) El colonialismo no reconoce los derechos humanos de aquéllos a quienes ha sometido por la violencia y a los que mantiene por la fuerza en la miseria y en la ignorancia, o sea, como diría Marx, en un estado ‘infrahumano’. El racismo está presente en los propios acontecimientos, en las instituciones, en el tipo de intercambio y de producción” (5).

Detenidos alineados contra una pared, son vigilados por militares franceses en Argel, 12 de diciembre de 1960 (foto: AFP)

Así –como lo señaló Mohamed Harbi– el binomio opresor/oprimido, habitual en los artículos de Sartre, pasa a relacionarse, implícitamente, con el binomio colonizador/colonizado. La opresión colonial parece ser a la vez económica e ideológica, y el tema de la “infrahumanidad” sigue estando en el centro de los artículos que Sartre consagra a la guerra de Argelia. En consecuencia, esa violencia adopta diversos aspectos opresivos. El filósofo analizará el tema a raíz del acuerdo de Evian, en abril de 1962: en un artículo titulado “Los sonámbulos” puede verse su amargura y también su rabia: “No existen motivos para alegrarse: desde hace siete años Francia es como un perro rabioso con una cacerola atada a la cola, que se asusta cada día más del estruendo que él mismo produce. Hoy en día nadie ignora que hemos arruinado, asediado y masacrado a un pueblo pobre para ponerlo de rodillas. Y se ha mantenido de pie. ¡Pero a qué precio!” (6).

La idea de la “infrahumanidad” viene del hecho de que –según Sartre– los colonizados fueron “mantenidos al nivel de los animales por un sistema opresivo” (7) que no les brindó ni justicia ni cultura, en una actitud contraria al respeto de los “derechos humanos” que permanentemente invocaba Francia. Un texto famoso de Sartre insiste particularmente en esos temas de la “violencia” y de la “infrahumanidad”: se trata del prefacio que en septiembre de 1961 escribe para Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon. Éste, un psiquiatra de Martinica que se sumó rápidamente a la lucha por la independencia de Argelia, miembro del Gobierno Provisional de la República Argelina (GPRA) y colaborador de la publicación clandestina El Moudjahid, ya se había hecho conocer por sus ensayos Piel negra, máscaras blancas (1952) y El año V de la revolución argelina (1959). El encuentro –intelectual, pero también fraterno– entre dos hombres que se harán amigos, marcará el itinerario sartriano.

Los condenados de la tierra, ensayo-breviario de la lucha anticolonialista y tercermundista, describe minuciosamente los mecanismos de la violencia instaurada por el colonialismo para sojuzgar al pueblo oprimido. En su prefacio Sartre apoya de manera incondicional las tesis de Fanon y se las reapropia por su particular estilo. Así afirma: “(…) se dio orden de rebajar a los habitantes del territorio anexionado al nivel del simio superior para poder justificar al colono por tratarlos como animales de carga. La violencia colonial no tiene solamente como objetivo mantener la obediencia de esos hombres sometidos, sino que además trata de deshumanizarlos. Todos los medios serán utilizados para liquidar sus tradiciones, para cambiar su idioma por el nuestro, para destruir su cultura sin darles a cambio la nuestra; se los embrutecerá de cansancio” (8). El término de “animal” también será utilizado respecto de la tortura: para los verdugos, dirá Sartre, “lo más urgente, si aún queda tiempo, es humillar (a sus víctimas) arrasar el orgullo de sus corazones, reducirlos a la categoría de animales” (9).

Publicación de La Question (foto: Gamma/Keystone/Getty)

 

El primer artículo de Sartre totalmente dedicado a denunciar la tortura, titulado “Ustedes son formidables”, apareció en mayo de 1957 en Les Temps Modernes. El título primitivo era “Una empresa de desmoralización” y había sido solicitado por el diario Le Monde, que se negó luego a publicarlo por considerarlo demasiado violento. Un relato hecho por jóvenes reclutas, en general sacerdotes y capellanes, había sido publicado apenas dos meses antes. Su prefacio, titulado “Testimonios de reservistas”, llevaba las firmas de Jean-Marie Domenach, Paul Ricoeur y René Rémond. Sartre comenta el libro denunciando la complicidad de los franceses y de los medios de comunicación, sólo capaces de movilizarse en nombre del humanitarismo, como en un popular programa del animador Jean Nohain (denominado “Ustedes son formidables”). Allí Sartre denuncia vigorosamente la tortura pero también las otras formas de violencia utilizadas en Argelia, que “tienen en común el hecho de revelar esta gangrena (…) el ejercicio cínico y sistemático de la violencia absoluta. Saqueos, violaciones, represalias contra la población civil, ejecuciones sumarias, uso de la tortura para obtener confesiones o informaciones” (10).

La metáfora de la gangrena –que se inscribe en el campo semántico de la enfermedad, habitual en los textos sartrianos– será nuevamente empleada un año más tarde, en la crítica al libro de Henri Alleg, La Question. Esa obra, publicada en febrero de 1958 por Éditions de Minuit, dará lugar, en marzo, a un número especial de Les Temps Modernes. Militante del Partido Comunista Argelino (PCA), director de Alger républicain desde 1950 hasta su prohibición en septiembre de 1955, Alleg fue detenido por los paracaidistas en junio de 1957 y torturado en el centro de selección de El-Biar. La Question, primer documento de ese tipo que logra una audiencia real, es incautado el 28 de marzo de 1958. A raíz de ello André Malraux, Roger Martin du Gard, François Mauriac y Sartre escriben una carta solemne al presidente de Francia (Albert Camus no acepta participar de esa iniciativa). El 30 de mayo Sartre participa, junto a la esposa de Alleg, a Laurent Schwartz y François Mauriac, en una conferencia de prensa sobre “las violaciones de los derechos humanos en Argelia”.

El 8 de marzo anterior, con ocasión de la publicación de La Question, Sartre escribió en L’Express un artículo titulado “Una victoria” que provoca la incautación del semanario, por entonces dirigido por Jean-Jacques Servan-Schreiber. Allí afirmaba, entre otras cosas: “Ya se sabe lo que suele decirse para justificar a los verdugos: hay que aceptar torturar a un hombre si su confesión permite salvar cientos de vidas. ¡Linda hipocresía! Ni Alleg ni Audin eran terroristas (11); prueba de ello es que se le acusó de ‘atentado a la seguridad del Estado y de reconstitución de liga disuelta’ ¿Era acaso para salvar otras vidas por lo que le quemaron el pecho o los pelos del sexo? No: querían arrancarle la dirección del camarada que había alojado. Lo único que hubiera permitido su confesión habría sido la detención de un comunista más. Eso es todo. Además, se detiene a la gente al azar. Cualquier musulmán puede ser ‘interrogado’ a voluntad. La mayoría de los torturados no dicen nada porque no tienen nada para decir” (12). Y Sartre vuelve a su metáfora de la enfermedad contagiosa: “Por otra parte, la gangrena se extiende; ya ha cruzado el mar. Corre incluso el rumor de que se interroga en ciertas cárceles de la metrópoli” (13).

 

Contra el cinismo de los dirigentes

Una vez que el tema de Argelia se convirtió en una cuestión de política interior francesa, Sartre extiende la analogía más allá del colonialismo y, en septiembre de 1958, escribe respecto del referéndum para adoptar la Constitución de la V República francesa, previsto para el mes siguiente: “El cuerpo electoral es un todo indivisible; cuando es alcanzado por la gangrena, ésta se extiende instantáneamente a todos los electores” (14). La misma imagen había sido utilizada en 1955 por el escritor antillano Aimé Cesaire en su Discurso sobre el colonialismo: “En primer lugar sería necesario estudiar cómo la colonización trabaja para descivilizar al colonizador (…) una regresión general que se produce, una gangrena que se instala, un foco infeccioso que se propaga” (15). Esa imagen adoptará otras formas, como ese párrafo del prefacio a Los condenados de la tierra, en que Sartre increpa a los franceses: “No es bueno, mis compatriotas, ustedes que conocen todos los crímenes cometidos en nuestro nombre, no es verdaderamente bueno que no digan ni una palabra a nadie, ni siquiera a su propia alma, por temor a tener que ponerse en tela de juicio. Prefiero creer que al principio, ustedes no lo sabían; luego dudaron; ahora lo saben, pero siguen sin decir nada. Ocho años de silencio, es algo degradante (…) Hoy en día, en cuanto dos franceses se encuentran, hay un cadáver entre ellos. Y cuando digo uno… Francia era en otra época el nombre de un país; evitemos que en 1961 sea el nombre de una neurosis” (16).

Ya en su primer artículo en 1956, Sartre insiste en el silencio de los franceses ante el horror, con la esperanza de hacerles entender que el colonialismo compromete su responsabilidad colectiva. El colonialismo –insiste– es contrario a los ideales que Francia dice tener –“Cuánta palabrería hueca: libertad, igualdad, fraternidad, amor, honor, patria y qué se yo. Eso no nos impedía proferir un discurso racista, negro sucio, sucio judío, sucio ratón” (17)– y peor aún, es sinónimo de fascismo: “Es nuestra vergüenza, se burla de nuestras leyes o las deforma; nos infecta con su racismo (…) Obliga a nuestros jóvenes a morir a pesar de ellos por los principios nazis que combatíamos hace 10 años; trata de defenderse suscitando el fascismo hasta en nuestro propio país, en Francia. Nuestra tarea es colaborar para que muera. No sólo en Argelia, sino en cualquier lado en que exista. (…) La única cosa que podríamos y deberíamos intentar –pero que hoy en día es fundamental– es luchar para liberar a la vez a los argelinos y a los franceses de la tiranía colonial” (18).

Del silencio a la complicidad no hay más que un paso, cosa que Sartre ilustra en “Ustedes son formidables”. Su enojo lo lleva a recordar una historia relativamente cercana, la de la II Guerra Mundial: “Falso candor, escapismo, mala fe, soledad, mutismo, complicidad negada, y todo junto, aceptado, es lo que en 1945 denominamos la responsabilidad colectiva. Por entonces no era posible que la población alemana afirmara que ignoraba la existencia de los campos de concentración. ‘¡Vamos… lo sabían todo!’, decíamos nosotros. Y teníamos razón: lo sabían todo. Y es hoy en día cuando podemos entenderlo, pues nosotros también lo sabemos todo (…) ¿Nos atreveremos aún a condenarlos? ¿Nos atreveremos a absolvernos?” (19).

No es Sartre el único que utiliza esa analogía. Se la puede encontrar en el discurso de la prensa favorable a la causa de la independencia argelina, de L’Express a France-Observateur –donde Claude Bourdet publica en enero de 1955 “Vuestra Gestapo de Argelia”– pasando por Esprit. Mientras Sartre reiteraba: “Nosotros somos personalmente cómplices de los crímenes que se cometen en nuestro nombre, pues está a nuestro alcance impedirlos” (20).

Foto: Getty Images
Palabras difíciles de entender

El embaucamiento de los gobiernos cuenta con la complicidad de los medios, que tratan de que los franceses no sepan lo que ocurre en Argelia: “Ocultar, engañar, mentir: es un deber para los informadores de la metrópoli; el único crimen sería el de perturbarnos” (21). El conjunto aparece también como el signo de la decadencia de una civilización: “Afiebrada y postrada, obsesionada por sus viejos sueños de gloria y por el presentimiento de su vergüenza, Francia se debate en medio de una brumosa pesadilla, que no puede abandonar ni descifrar. Veremos las cosas claramente o moriremos” (22). Sartre utiliza este último verbo, renunciando a cualquier eufemismo, para reaccionar ante el cinismo criminal de dirigentes en cuya boca pone las siguientes palabras: “Mollet, en nombre de la Compañía, fulminó a esos insolentes fellahs [campesinos egipcios]: qué importa que se mueran de hambre, si los accionistas de Suez cobran sus dividendos” (23).

Pero la contaminación no se detendrá en los confines de Occidente. La enfermedad se apoderará de las colonias: “El régimen administrativo especial aplicado a los indígenas es una neurosis introducida y mantenida por el colono entre los colonizados con su consentimiento” (24), escribe Sartre en el prefacio de Los condenados de la tierra. La “locura” a partir de entonces intrínseca al comportamiento de la izquierda francesa y a los “agentes del colonialismo”, alcanzará también a los colonizados. En esta ocasión, sin embargo, podrán apoderarse de ella y apropiársela: “Lean a Fanon: así sabrán que, en el tiempo de su impotencia, la locura asesina es el inconsciente colectivo de los colonizados” (25).

Dando su aval a esa reacción, a ejemplo de Fanon, Sartre opera una inversión del axioma: carga de valor positivo la “locura”, devuelta por el oprimido al opresor para librarse de su esclavitud, para escapar a la dominación colonial. Y entonces puede concluir: “¿Habremos de curarnos? Sí. La violencia, como la lanza de Aquiles, puede cicatrizar las heridas que ella misma causó (…) Es el último paso de la dialéctica: ustedes condenan esa guerra pero aún no se atreven a declararse solidarios con los combatientes argelinos; pueden sin embargo estar tranquilos, que los colonos y los mercenarios les ayudarán a dar ese paso. Puede ser que entonces, ya sin escapatoria, den rienda suelta a esa nueva violencia que viejos y oscuros crímenes generan dentro de ustedes. Pero, como suele decirse, esa es otra historia. La historia del hombre. Se aproxima el tiempo –estoy seguro– en que nos uniremos a quienes la crean” (26).

17 de octubre de 1961 (foto: AFP)

La lucha de Sartre durante la guerra de Argelia no fue únicamente un “combate por escrito”. Sartre fue un verdadero intelectual comprometido sobre todos los frentes que le presentaron los acontecimientos. Participó en varias reuniones por la paz en Argelia (por ejemplo, en junio de 1960 y en diciembre de 1961 en Roma); en la manifestación silenciosa del 1 de noviembre de 1961, consecutiva a las masacres del 17 de octubre, y en la del 13 de febrero de 1962, en protesta por la trágica represión en la estación Charonne del metro parisino. Sartre fue testigo en varios juicios contra personas acusadas de ser “correos”, entre ellos en el proceso emblemático de septiembre de 1960, conocido como “proceso Jeanson”. “Utilícenme para lo que quieran”, había insistido Sartre después de firmar el “Manifiesto de los 121” (27) poco antes de partir hacia América Latina, donde supo ser portavoz de la causa de la independencia argelina.

Durante una manifestación realizada en octubre de 1960, grupos de ex combatientes franceses gritaban: “¡Fusilen a Sartre!”. En julio de 1961 y en enero de 1962 su apartamento fue objeto de atentados explosivos. “¿Dónde están hoy en día los salvajes? ¿De qué lado está la barbarie? No falta siquiera el son de los tambores, pues las bocinas de los coches acompañan el ritmo de la consigna ‘Argelia francesa’, mientras los europeos queman vivos a los musulmanes” (28), clamaba Sartre en el prefacio a Los condenados de la tierra.

¡Cuánto más simple es ignorar los objetos peligrosos y ocuparse simplemente de dar un último pulido al bello objeto universal de la Razón! Y descansar en el silencio, en la confortable ensoñación conformista donde el Espíritu lo arreglará todo”, exclamaba Paul Nizan, compañero de Sartre en la Escuela normal, en su libro Les Chiens de garde, en 1932 (29). “Imposible de recuperar”, la voz de Sartre sigue siendo corrosiva y nos permite mirar con menos vergüenza ese periodo de nuestra historia. Un intelectual, fiel a su concepción del compromiso, puso su pluma y su notoriedad al servicio de una causa que consideraba justa. Para él, como para Jeanson por otra parte, ese combate valía aún más la pena pues permitiría que los argelinos no tuvieran como única visión de Francia la de un Estado cuyos paracaidistas torturaban en las cárceles.

En opinión de Sartre, la reconciliación franco-argelina requería que los franceses miraran de frente su historia en Argelia: “Ustedes saben perfectamente que somos unos explotadores, que nos apoderamos del oro y de los metales, y después del petróleo de los ‘nuevos continentes’ para traerlos a las viejas metrópolis. (…) Europa, repleta de riquezas, concede de jure la humanidad a todos sus habitantes: aquí, un hombre es un cómplice, pues todos hemos aprovechado la explotación colonial” (30). No es seguro que esas palabras sean más fáciles de oír hoy en día que en 1962.

Trabajadores de Chausson se manifiestan por la paz en Argelia en Gennevilliers o Asnières-sur-Seine el y de junio de 1961 (foto: L’Humanité / Archives départementales de la Seine-Saint-Denis)
Notas

(1) Destour: “Constitución”; partido independentista tunecino, dividido en dos ramas: una islamista, el Viejo Destour, y otra modernista el Neo-Destour.

(2) Mohamed Harbi, “Une conscience libre”, Les Temps Modernes, Paris, octubre-diciembre de 1990, p. 1034.

(3) Todos publicados en Situations V, Gallimard, Paris, 1964. Ver Michel Contat y Michel Rybalka, Les Ecrits de Sartre, Gallimard, París, 1970.

(4) Retrato del colonizado, Editorial De la Flor, Buenos Aires, 1969. En 2004, Albert Memmi publica Portrait du décolonisé arabo-musulman et de quelques autres, Gallimard, París, 2004.

(5) Les Temps Modernes, julio-agosto 1957, y Situations, V, op. cit., pp. 51-52.

(6) “Les somnambules”, Les Temps Modernes, abril 1962, en Situations, V, op. cit., p. 161.

(7) Retrato del colonizadoop.cit.

(8) Frantz Fanon, Los condenados de la tierra, Txalaparta Argitaletxea, Tafalla, 1999.

(9) “Une victoire”, L’Express, 6-3-1958 ; Situations, V, p. 86.

(10) “Vous êtes formidables”, op. cit., p. 57.

(11) Ndlr: Maurice Audin, matemático y universitario comunista, fue asesinado por los paracaidistas franceses el 21 de junio de 1957, estrangulado por uno de sus torturadores durante un interrogatorio.

(12) L’Express, 6-3-1958. In Situations, V, p. 81.

(13) Ibid., p. 80.

(14) “La Constitution du mépris”, L’Express, 11-9-1958. En Situations, V, p. 105.

(15) Aimé Césaire, Discours sur le colonialisme, Présence africaine, 1955, p. 11. En 1959, esa metáfora de enfermedad dará título a un libro con testimonios de estudiantes argelinos torturados en París en diciembre de 1958. Esa obra (La Gangrène, París, Editions de Minuit) también será incautada.

(16) “Los condenados de la tierra”, op. cit. p.192

(17) Ibid., p. 187.

(18) “Le colonialisme est un système”, op. cit., pp. 47-48. El subrayado es de Sartre.

(19) “Vous êtes formidables”, op. cit., p. 66.

(20) Ibid., p. 59.

(21) “Vous êtes formidables”, op. cit., p. 59.

(22) Ibid., p. 58.

(23) “Le fantôme de Staline”, Les Temps Modernes, noviembre-diciembre 1956 enero 1957. En Situations, VII, p. 153. Aquí Sartre evoca la expedición francobritánica de noviembre de 1956 contra Egipto, poco después de que Nasser decidiera nacionalizar la compañía del Canal de Suez.

(24) “Los condenados de la tierra”, op.cit., p. 181. El subrayado es de Sartre.

(25) Ibid., p. 179.

(26) Ibid., pp. 192-193.

(27) “Declaración sobre el derecho a la insumisión en la guerra de Argelia”. Al exponer así sus posiciones los firmantes provocan directamente al Estado francés. Ver Laurent Schwartz, “Au nom de la morale et de la vérité”, Le Monde diplomatique, septiembre de 2000.

(28) Ibid, p. 190.

(29) Paul Nizan, Los perros guardianes, Editorial Privada, Madrid, 1972.

(30) Ibid., p. 187.

*Anne Mathieu es Profesora titular de Literatura y Periodismo en la Universidad de Lorena, directora de la revista Aden.

Fuente: Le Monde Diplomatique en español noviembre de 2004

Portada: Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir participan en una manifestación silenciosa contre el racismo durantela guerra de Argelia el 1 de noviembre de 1961 en la Place Maubert de Paris (foto: AFP)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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