Cuando llega el 31 de diciembre se rinde homenaje en Salamanca a Unamuno no siempre de forma unitaria. Esta división   ha crecido por las imágenes del cine  o de la literatura en los últimos años que contraponen versiones distintas sobre su muerte. No hace mucho se ha rescatado una carta de 7 de diciembre de 1936 a Henry  Miller en la que el ex-Rector le pedía:  “Diga a los españoles liberales e inteligentes que conozca que no piensen en volver acá, que el fascismo español es aún peor que el italiano o el alemán”, expresiones vertidas de forma similar en otra correspondencia durante aquellos días, que han alimentado la tesis, a nuestro juicio improbable, de la autoría falangista en la muerte de Unamuno. Raimundo Cuesta profundiza en su figura de liberal decimonónico, desbordado en  su trayectoria de intelectual profético debido a la crisis política de los años treinta. “Su compleja y finalmente errática toma de postura en los comienzos de la guerra española (luego arrepentido) y el lastre de un nacionalismo español esencialista que empapa toda su obra, contribuyen a considerar a don Miguel como un intelectual difícil de acotar en un redil ideológico preciso, aunque ciertamente su legado más duradero es la pervivencia de su obra literaria, su ocasional lucidez crítica y  los destellos de coraje cívico desplegados en ciertos momentos».

Conversación sobre la historia


 

Raimundo Cuesta

 

1.-Unamuno, fascismo, ideas y creencias

He de confesar que, dentro de las muchas incertidumbres que hoy me preocupan, está la reaparición, desde hace algo más de tres décadas, de un nuevo ciclo de movimiento políticos de corte autoritario de extrema derecha (lo que algunos, como el historiador Enzo Traverso, califican de postfascismo), que ha conseguido seducir a un buen puñado de intelectuales públicos. Antaño muchos de ellos enarbolaban acrisoladas ideas progresistas y hoy han efectuado una errática migración, en cuerpo y alma, hacia los dogmas que en España ensombrecieron los años de nuestra juventud antifranquista. Como se dirá al final de este breve opúsculo, ese “transfuguismo” de la izquierda hacia la derecha radical fue moneda de circulación abundante en Europa en el periodo de entreguerras (1914-1945), en la “era de las catástrofes”, durante la cual Unamuno fue testigo del nacimiento y ascenso del fascismo. ¿Solo testigo?

No sería ni apropiado ni justo establecer vínculo de simpatía anímica ni connivencia intelectual de Unamuno con el movimiento ascendente del fascismo, hervidero ideológico dentro del que se envuelve su senectud y consuman sus últimos alientos. Él siempre, incluso cuando se adhirió a la rebelión militar del 18 de julio, se confesó heredero por parte de su abuela Benita Larraza de una cierta clase de liberalismo decimonónico, al que, en epístola a Marañón, califica “cuaquerismo católico-liberal”.

No obstante, la relación entre don Miguel y el fascismo orbita en unas coordenadas complejas, que no proviene solo de su polisémica personalidad, hija de un insuperable y a veces genial, impenitente y enrevesado egocentrismo, sino también del contexto histórico y la enredadera de hilos intelectuales y afectivos que hilvanaron su historia. A menudo, los estudiosos de su figura toman alguno de sus extraños comportamientos en determinadas circunstancias como demostración irrebatible del “verdadero” Unamuno, sin comprender que la sorpresa y la paradoja son inherentes a su itinerario vital y a su contextura íntima. Al respecto, cabe aquí y ahora evocar un asunto en extremo polémico y e inesperado, a saber, la visita que José Antonio Primo de Rivera y otros dirigentes falangistas le hacen el 10 de febrero de 1935 a su domicilio salmantino de la calle Bordadores. El mismo Unamuno, terminada la cita, se presta a acudir en su compañía al mitin que iban a dar en el Teatro Bretón y a renglón seguido acepta la invitación a comer y departir amistosamente en el Gran Hotel de la ciudad del Tormes. Ante el escándalo suscitado, poco después diría: “son como los otros, los de la otra banda, que salen con que ya no estoy con ellos”[1].

Unamuno aclamado en el balcón de su casa en febrero de 1930, tras regresar del exilio en Francia (foto: colección Bernardo Estornés Lasa)

En realidad, desde ya hacía años, había ridiculizado y seguía haciéndolo a menudo las maneras brutales, la falta de solvencia doctrinal y las ideas peregrinas de lo que tilda de “fajismo”[2]. A pesar de los pesares, con frecuencia al final, los hunos y los hotros, han querido conducir al pensador vasco a su redil ideológico. Históricamente esa pulsión, llevada hacia una suerte de masoquismo, se hizo muy acusada en el falangismo español que, siguiendo la huella de precursora de Ernesto Giménez Caballero en su Genio de España (1932), considera al catedrático salmantino como un precursor, una suerte de Juan Bautista del fascismo hispano[3]. Desde la otra orilla, hoy no son pocos los que pretenden rescatar a Unamuno como ejemplo de impoluto demócrata progresista, no dudando en acudir a elucubraciones e hipótesis más o menos fabulosas a propósito de su muerte, bien atribuyendo su asesinato a los falangistas, bien sugiriendo que fue debida a un encargo directo de Franco a sus servicios secretos[4]. Tampoco escatiman en gastos los contumaces “centristas”, los partidarios de la “tercera España” (los que ayer y hoy, siguiendo la estela del mito de las “dos Españas”, pretenden situarse por encima de ambas con el propósito de enrolar a Unamuno en sus filas y ver en su persona la plasmación de la España verdadera[5]. Pero más allá del insaciable (e irrealizable) pretensión de convertir al pensador vasco en un ser de una sola pieza y, por añadidura, de alistarlo en las propias filas ideológicas, lo cierto y verdad que su silueta intelectual y pública comparece bajo una pluralidad de vestiduras mentales, retóricas y sentimentales. No es una aberración, por ejemplo, que los falangistas hayan visto en sus especulaciones sobre la naturaleza de España, que sobre todo emanan originariamente del primer capítulo (“La tradición eterna”) de su ensayo En torno al casticismo (1895), un inagotable hontanar de sugerencias.  No les faltaron razones porque no vale solo con sostener que Unamuno era un liberal de vieja estirpe decimonónica (“yo vengo del siglo XIX”, gustaba decir), sino también explorar su vida como un variado y a veces inextricable amasijo de ideas y creencias superpuestas con diverso grado de elaboración racional y variada empatía emocional.

Para Ortega y Gasset, en su ensayo Ideas y creencias (1934)[6], las “ideas” son productos que nacen de dudas e indagaciones sobre el mundo. Son, pues, asunto de búsqueda intencional y racional que ponemos voluntariamente, son algo que uno tiene; y, por el contrario, en las “creencias” uno está, no poseen carácter voluntario ni racional, constituyen el subsuelo de una civilización mientras que las ideas afloran en la superficie visible de esta. En don Miguel bulle el enfrentamiento e hibridación entre raíces y representaciones del mundo, entre brotes de pensamiento de signo modernizante adquirido y sustratos de la impenetrable intrahistoria de sus experiencias subjetivas primordiales sedimentadas en su devenir vital. Precisamente en esa pugna inconsciente o no del todo consciente, en esa encrucijada entre una trama de imágenes ancestrales del mundo y de ideas ilustradas y racionales, brota la figura arquetípica de lo que he llamado intelectual profético. En efecto, en Unamuno se dan cita y fusionan las características morfológicas del sacerdote, es decir, del especialista tradicional, mesiánico y carismático del conocimiento con los aires y funciones del intelectual moderno y laico que se afirma en la esfera pública desde finales del siglo XIX.

Pero las creencias de Unamuno se amasaron en los hervores del hogar primordial, que era una mezcla del liberalismo de su padre (concejal en Bilbao tras la revolución del 1868) y de su querida abuela Benita, junto al runrún totalcatólico integrista de su madre, los amaneceres de un ancestral fuerismo vasco y de un trasnochado carlismo rural, y más tarde (en los años 90) del eco del primerizo movimiento obrero socialista surgido en los entornos de la ría del Nervión. Su viaje a Madrid en 1880 inaugura sus años de primera quiebra de las creencias tradicionales y el descubrimiento, a través del estudio y la razón, de un nuevo universo mental de fundamentos liberal-progresistas. Esa plataforma de concepciones de “abolengo liberal” marca su vida y su manera de afrontar el fascismo, pero el liberalismo de Unamuno, como su misma persona, no se deja encajar en un molde fijo y estable.

Jóvenes universitarios rodean a Miguel de Unamuno a su llegada al Hotel Francia el 12 de enero de 1930. EL NORTE
2.-Comentario de textos unamunianos sobre el fascismo

Don Miguel nunca mostró proclividad alguna hacia el fascismo italiano, lo cual concuerda perfectamente con sus recias convicciones de raíz liberal decimonónica que no eran totalmente equivalentes a lo que hoy se pueda entender por concepción democrática de la vida pública. Precisamente la agónica y frustrada convivencia y síntesis entre liberalismo y democracia se halla en el meollo de sus devaneos políticos conforme, desde los años veinte, su vida presencia la fatal crisis de los sistemas de representación parlamentaria ante el auge del Estado totalitario.

Las coordenadas teóricas y explicativas del pensador vasco no afrontaron nunca un análisis sociológico y político en profundidad del fascismo. Ni en los años veinte ni en los treinta cuando la marea autoritaria inundó Europa, su valoración no fue más allá de juzgar el asunto como el mero y triste desarrollo de un trágico esperpento que alentaba el autoritarismo estatalista, cercenaba la libertad de circulación de ideas y atacaba gravemente a los fundamentos más sagrados del individualismo. Como sugiere Elías Díaz, es difícil encontrar en su prosa política una relación de causalidad entre el autoritarismo totalitario y el capitalismo[7]. A los más que llega es a establecer una vinculación de sus orígenes con los destrozos morales y políticos ocasionados por la Gran Guerra del 14.

En un primer momento, como ya ocurriera en los años veinte, más bien pone el acento en los aspectos grotescos, “peliculeros” y denigratorios del fenómeno: “esa mafia intelectual de la hez intelectual y moral que tiene su fuente en la mala bestia de Mussolini”[8]. Pero, en un principio, no atisba signo de peligro de contagio en España dada, a su entender, la poca compatibilidad de lo español con la “disciplina dictatorial del fascismo”. Así, en sus colaboraciones periodísticas entre de 1931 y 1933 prosigue con sus invariables ataques al “hediondo fascismo”, a su carácter de religión política y a su semejanza con el sovietismo. Por lo demás, ese paralelismo entre fajismo y bolchevismo perdura hasta su muerte. No en vano, al final de sus días le rodea y ensombrece la obsesión recurrente de comprobar en directo la maldad aberrante de los hunos y los hotros.

Los oradores que intervinieron en el mitin de Falange en Salamanca el 10 de febrero de 1935, al que asistió Unamuno: flanquean a José Antonio Primo de Rivera el jefe provincial de FE de las JONS Francisco Bravo, el jefe nacional del SEU Alejandro Salazar, el futuro ministro Rafael Sánchez Mazas y el responsable de los sindicatos falangistas Manuel Mateo (foto de Almaraz publicada en El Adelanto el 12 de febrero de 1935)

También se convierte en tópico de sus escritos de este tiempo achacar al fascismo una especie de demencia infantilizada, propia de mozalbetes. En efecto, su diagnóstico sobre el comportamiento y actitudes mentales de los fascistas se hace en clave de memez frenopática y de ideas vacuas e insustanciales. Locura e infantilismo es la noria en que giran sin cesar sus argumentos y disquisiciones públicas, aunque en ellos tampoco faltan alusiones a la “religión fajista”, porque, según él, se trata de un “religionismo, bien que pagano. Es religionismo nacionalista o de Estado”[9].

No obstante, ya en 1932 se pregunta “si está cuajando en España algo parejo al fajismo italiano o al nacionalsocialismo alemán” pese a que en España no hay ni un Mussolini ni un Hitler”[10], y añade que ciego será el que no vea asomar una enfermedad de moda, que en abril de 1933 ya califica de “epidemia contagiosa”[11].

Por otra parte, el acceso de Hitler al poder le hace abordar en algunas de sus colaboraciones periodísticas el tema del racismo, del “arianismo”, que estima fenómeno monstruoso y pura “salvajería” anticristiana, en fin, mito fruto del resentimiento practicado por los arios seguidores de la svástica, que “consideran a los pueblos como ganado”[12]. En fin, califica al fascismo de tramoya y opereta bufa, y repite una y otra vez que se trata de una “demencia precoz”.

Unamuno junto a unos militares pasando revista a las tropas en la Plaza Mayor de Salamanca el 14 de abril de 1932 (alguna fuente data la foto en 1935)(foto: Almaraz/repositorio de la Universidad de Salamanca)

Durante la guerra española, que considera incivil enfrentamiento producto de las pasiones y envidias de hunos y de hotros, enhebra, entre noviembre y diciembre de 1936, una notable actitud crítica y autocrítica. En carta al rector Esteban Madruga, el 23 de noviembre, se refiere a la “inmunda falangería”, a la que considera “el mayor peligro de los que amenaza a España” [13] por el “papel de verdugos que han estado haciendo”[14]. Por añadidura, juzga al partido de José Antonio Primo de Rivera como “una mala traducción del fajismo”, a cuyos militantes progresivamente atribuye una degeneración mental rayana en todo tipo de excesos que los convierten en “vulgares dementados”, en “hidrófoba jauría inquisitorial”[15]. Esa muchachada de camisa azul, “arribistas” y aires belicistas son, en fin, locos fanáticos que calcaron ciegamente una idea extranjera y estrecha. De modo que ellos, tal como dice en una entrevista de 1936, más que el “pobre” Franco, son los máximos responsables de la implantación de una servidumbre totalitaria.  Ciertamente, desde el celebérrimo acto del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, empieza a emerger un atribulado, agónico y fogoso Unamuno que, de una manera u otra, de forma totalmente directa u oblicua, expresa el largo calvario hacia la plena consciencia antes de morir de su disparatada adhesión al levantamiento militar, que él mismo cataloga de ligereza en su correspondencia (¡“Qué cándido y qué lijero [sic] anduve¡”)[16].

El enojo de Unamuno consigo mismo se proyecta a manos llenas sobre las cuadrillas culpables de la mayor parte de ejecuciones extrajudiciales practicadas en el terrorífico verano salamantino de 1936, entre las que se encuentra la del alcalde de la ciudad, Casto Prieto Carrasco, de adscripción política azañista, amigo cercano del rector y catedrático de Medicina de la misma Universidad. La responsabilidad de las sacas de la cárcel provincial corresponde a las milicias falangistas henchidas de odio.

En estos aciagos tiempo Unamuno dejó anotadas en unas nerviosas y casi ilegibles cuartillas acerca del terremoto cognitivo y afectivo que estaba sufriendo. Póstumamente, por primera vez en 1991, vieron la forma de libro titulado El resentimiento trágico de la vida. Notas sobre la revolución y guerra civil españolas (1936). Este singularísimo escrito “a saltos” fue matriz de muchos de los juicios vertidos en su cartas y entrevistas en estos tiempos de desolación. Allí vuelve a incidir sobre el fajismo y sus maldades. Vemos algunos fragmentos: “En Granada han fusilado, los falangistas, al pobre Salvador Vila. ¡Esos degenerados andaluces con pasiones de invertidos sifilíticos y eunucos masturbadores! (…) ¡Arriba España! Sí, y abajo los arribistas (…). ¿Y ésas, las que bordan de rojo la camisa nueva de los de la cara al sol?”[17].

Recibo del donativo de 5.000 pesetas de Unamuno a favor de las «fuerzas salmantinas» el 7 de agosto de 1936 (foto: Casa Museo Unamuno)

Al final, un Unamuno desarbolado y vigilado en su casa, se convierte en un ser muy aislado, pero capaz, pese a la prohibición de escribir artículos o impartir conferencias, de conceder algunas entrevistas y mantener una correspondencia, que naturalmente eran objeto de la censura del momento. Nada tiene de improbable que a partir del 12 de octubre Franco optara por un seguimiento de su vida a cargo de SIM (Servicio de Información Militar), como nos cuenta Sá Mayoral y que se hiciera un personaje cada vez más molesto y preocupante por su intermitente y desbordada facundia y sus ocasionales arrebatos de coraje cívico, de parresia[18]. De ahí a que su muerte fuera provocada por los falangistas o por órdenes directas de Franco (al que siempre tuvo por un “pobre” hombre, engañado e incapaz de cambiar el sangriento rumbo del 18 de julio) va un trecho.

Existe en el archivo de la Casa-Museo de Unamuno en Salamanca un documento manuscrito en el que, muy pocos días antes de su muerte, deja don Miguel un testamento político en toda regla en el que, entre otras cosas afirma: “esta guerra civil, no es civil. Es un ejército de mercenarios-pretorianos-la legión y los regulares; no el pueblo”[19].

Tan contundente alegato y confesión de culpa significa un vuelco en la conciencia subjetiva del personaje, que, fruto de una fermentación lenta y subterránea, constituye, sin lugar a dudas, testimonio de un reconocimiento postrero y sincero de haberse equivocado, pero no sirve al historiador para explicar en su integridad al personaje, porque en su caso, como en el de los demás mortales, no basta el juicio que a uno mismo le merece su conducta, sino los mecanismos  subjetivos, intersubjetivos y sociales que se van construyendo en interacción con el entorno de la vida individual de cada cual. ¿Es posible excogitar las tribulaciones de un liberal desnortado y sobrepasado por las circunstancias?

El 2 de octubre de 1936, los jefes locales de la Falange, Acción Española, Requeté y Guardia Cívica de Salamanca se dirigieron a cumplimentar al gobernador civil por el nombramiento de Franco como mando único (foto de la página La Guerra Civil en Salamanca)
3.-Acerca de un liberal atribulado en tiempos de turbulencias autoritarias

La guerra española se integra como una porción muy sustancial del crudo invierno que se apodera de cuerpos y almas durante la llamada “guerra civil europea” (1914-1945), ese tiempo de “violencia indómita” que hace temblar sin remedio los cimientos de las ideologías liberales y las instituciones representativas a ellas vinculadas. Ante el ascenso del fascismo en la mayor parte de Europa, las opciones políticas progresistas, democráticas y republicanas tienden a responder congregándose alrededor de plataformas comunes y recurriendo a estrategias que tienen al antifascismo como centro de gravedad. El mundo de la inteligencia deja de estar, como antaño presumía, solo al servicio del “imperativo de intelectualidad” de corte orteguiano, una suerte de selecta aristocracia del pensamiento capaz de guiar al pueblo bajo el dictado de valores universales no partidistas y ahora comparece como un bloque agrietado en el que se abre paso el nuevo tipo de intelectual comprometido y vinculado a las poderosas corrientes que aspiran a superar el marco institucional heredado de la tradición liberal[20]. En el caso de España se ha dicho que 1936 significa el fin del intelectual moderno de estirpe decimonónica y liberal, lo que conlleva el alumbramiento de nuevas actitudes en el seno de un cierto viraje o propensión hacia soluciones de corte autoritario[21]. Ciertamente, la guerra acaba por desgarrar la sutura progresista inequívoca que había unido a las gentes de la cultura y el arte pertenecientes principalmente a la generación de 1914, que habían cabalgado al unísono y a la cabeza a la hora de la implantación de la República el 14 de abril de 1931, pero que acabarían sucumbiendo a los aires políticos de las radicales contradicciones políticas que sacudieron a la España de entonces[22].

Aunque nuestro personaje era maestro en virajes bruscos y chocantes, empero Unamuno, intelectual profético y moderno a un tiempo, como buen imitador de sí mismo, marcha a contracorriente y en lo tocante a las confrontaciones entre izquierda y derecha; predica desde 1933 la alterutralidad, esto es, “la posición que está en medio, en el centro, uniendo, no separando -y hasta confundiendo- a ambos”[23]. Él nunca tuvo la tentación expresa de declararse simpatizante del autoritarismo de un lado o del otro.

En una palabra, Unamuno se comporta como si pudiera mantenerse ajeno a esta ola ideológica bipolar, que reputaba de trastorno mental. Su adhesión al golpe militar a pesar de sus continuas requisitorias previas contra le fajismo, la justifica en nombre de la defensa de la sacrosante civilización occidental, lo que se me antoja más como el vehemente deseo de un hombre de contextura de creencias reaccionarias y trasnochadas que como el pensamiento de un ser ahormado en ideas procedentes del liberalismo, si bien no fueron pocos los intelectuales de ese mismo marchamo político que inclinaron su cerviz y se colocaron al margen de la República y al lado del nuevo orden traído por el golpe militar de 1936, incluso a menudo acatándolo como mal menor. Finalmente, por lo que hace a su persona, su experiencia en el atolladero de la Salamanca del 36 enciende todas sus inextinguibles incongruencias y contumaces pugnas entre ideas y creencias, que a ratos afloran hacia el exterior bajo maneras muy desabridas, inconexas e incluso estrafalarias.

La casa de Juan Cobaleda, entre las calles Toro y Deán Polo Benito y la Plaza de Santa Eulalia, en la que la Falange de Salamanca  instaló su sede durante la guerra (foto: Guzmán Gombau)

Aun hoy su comportamiento público y privado antes y especialmente durante los meses de la guerra española prosigue teniendo algo de jeroglífico. María Zambrano, filósofa y discípula fiel -excepto en su comportamiento político- de Ortega y Gasset, era una intelectual comprometida hasta la médula con el Gobierno legítimo de la República hasta el punto de que, a diferencia de no pocos de sus colegas del mundo cultural, entre ellos su maestro, que a poco del 18 de Julio del 36 huyeron a París u otras ciudades, regresó voluntariamente desde Chile para incorporarse a la defensa política e ideológica de la causa republicana.  Pues bien, en su ensayo Los intelectuales españoles y el drama de España (1936) exculpa a don Miguel y afirma que su “debilidad” no puede empañar una obra y una vida que son ejemplares.

La filósofa, republicana aledaña del azañismo, pertenece al colectivo de los intelectuales españoles de izquierda que mantuvieron un alto compromiso a favor de la República como lo fueran, por ejemplo, Antonio Machado o Rafael Alberti, que sobresalieron en su lucha por la hegemonía cultural durante el trance bélico. También personalidades del Gobierno como Azaña, Negrín y otros altos cargos, combinaron su condición de gentes de la cultura con su acción como gobernantes. Con frecuencia creciente, los estudiosos del tema como Paul Aubert subrayan la existencia de una tercera categoría en la que se agruparían personalidades liberales que se marchan de España en 1936 (los Ortega, Marañón, Pérez de Ayala, Azorín, Baroja, entre algunos de los más conocidos), una suerte de “tercera España”, en el seno de la que también se inscriben, entre otros Salvador de Madariaga y ciertos católicos disidentes de signo demócrata-cristianos[24].  No cabe duda que para algunas personas es tentador colocar a Unamuno, si se dejara, en la rúbrica de la “tercera España”. Desde luego, llevar a la jurisdicción de los terceristas al apesadumbrado don Miguel que deja su vida a los setenta y dos años en una Salamanca irreconocible, es más bien un extravagante juicio que concede la cualidad de virtuosas por sí mismas a su agónica lucha, a la impotencia y a la desesperación. Unamuno no tuvo otro centro que sí mismo, girando siempre alrededor de su lucha insaciable de reconciliación entre creencias e ideas[25].

De mi hilo argumentativo se desprende sin equívocos la actitud antifascista y de prosapia liberal de nuestro personaje. Teniendo estas actitudes por ciertas, ¿acaso puede decirse, como algunos sostienen, que fuera un pre-fascista?  Naturalmente, esta suposición atañe al contenido en su obra sobre la esencia de España y, en general, a sus especulaciones teóricas revestidas de una pátina de irracionalismo que atraviesa su filosofía y actitud vital, y de la que posteriormente se aprovecharon la legión de mediocres imitadores pro domo sua. Como señalara Elías Díaz, a pesar de que “los planteamientos unamunianos no están lejos de los supuestos ideológicos de esos movimientos [fascistas], a pesar de un posible prefascismo objetivo de Unamuno, personal o subjetivamente se consideró siempre liberal”[26].

Unamuno y Millán Astray se despiden tras acompañar a Carmen Polo la salida del paraninfo en 12 de octubre de 1936 (foto: Biblioteca Nacional)

Algunos autores, a fin de explicar el tránsito del pensamiento de izquierdas al fascismo han hablado de “pasarelas” de un pensamiento a otro, una especie de temas-puente que enlazan concepciones en principio opuestas. Entre ellas se destaca la “nación” como la principal porque actúa a modo de sustitución-sublimación de la noción de “clase”: “La sustitución de la palabra clase por nación en el pensamiento y en el lenguaje político es un punto imprescindible para que se pueda aceptar el fascismo como opción política y como ideología”[27]. Ciertos intelectuales de la misma generación de don Miguel, como Ramiro de Maeztu, llegaron desde las tibias aguas de un socialismo fabiano a las agresivas y elitistas mentes del grupo Acción Española, revista-fortaleza de la “revolución conservadora” que se puso en marcha en tiempos de la II República. El caso de nuestro personaje, sin embargo, no encaja en ese “transfuguismo” unidireccional.

Si bien Unamuno, escapa a ese orden clasificatorio porque no acaba de poder ser integrado en grupo alguno, en cambio sí vivió directamente el proceso de radicalización política de los años treinta. Desde luego, la distinción de la valoración subjetiva de la obra de uno mismo y de su propio comportamiento público y privado respecto a la percepción que desde fuera hacen los demás es plenamente pertinente en este caso o cualquier otro. La subjetividad y conciencia de sí unamuniana quedaron de por vida uncidas a sus ideas liberales, pero eso no es óbice para que sus creencias ancestrales afloraran en múltiples textos sobre España que contienen vetas de una visión primordialista de la nación, el pueblo y su intrahistoria, incluso de la vida misma, que han alimentado desde entonces las alforjas ideológicas del discurso fascista español. Claro que Unamuno era menos moderno que los fascistas (en sentido tecnicista) y no podía evitar su amor al libre pensamiento y al método de la controversia como dogma intocable de la cosa pública. Pero tampoco nadie está autorizado para ver hoy a Unamuno como un demócrata progresista sin fisuras. Dejemos que sus ideas y creencias contradictorias sigan luchando en sus obras bajo la forma de creaciones artísticas, en gran parte, frescas y vivas aun hoy gracias al sinfronismo de su quehacer literario, a su capacidad de conmover todavía a sus lectores y lectoras actuales salvando el lugar, el tiempo y la circunstancia en las que fueron concebidas. Por lo demás, saludemos su excelente vena crítica radical y la aparición de ocasionales y deslumbrantes brotes de parresia, de ese coraje cívico tan infrecuente en la vida pública.

Unamuno creó y recreó un personaje de muchas caras, tantas como sus ideas y creencias, y las de los demás, le permitieron; sus estudiosos, también. Sobre ellas se levanta la leyenda creada por él mismo y por los demás.

Miembros de Falange (Antonio de Obregón con capota, Miguel Fleta con mono, Víctor de la Serna y Emilio Díaz Ferrer con correaje) sacan el féretro de Unamuno de su casa de la calle Bordadores (foto: revista Vértice, núm. 7-8, diciembre de 1937)
Notas

 [1] “Otra vez la juventud”. Ahora, 23 de marzo de 1935. Más tarde, ante la resaca de incomprensión que comportó su asistencia al mitin, afirma en una entrevista concedida al El Heraldo de Madrid y publicada el 18 de abril de 1935: “Fui a ese mitin como voy a todos los que quiero (…). Pero ni yo les dije que los fajistas iban a conquistar España ni cosa por el estilo. Primo de Rivera está bien. Es un muchacho que se ha metido en un papel que no le corresponde. Es demasiado fino, demasiado señorito y en el fondo tímido para ser un jefe, ni mucho menos un dictador” (Francisco Blanco Prieto. Miguel de Unamuno. Mitos y leyendas. EDIFSA, Ayuntamiento de Salamanca, 2020, p. 352).

[2] De los fasces o haces romanos deriva la palabra fascismo, que sirvió de guía al movimiento encabezado por Mussolini y seguido en España por la Falange. Unamuno, siempre con afán de originalidad, se distingue por usar mucho más el término “fajismo” que el de “fascismo”.

[3] Véase el artículo de Mercedes Tasende. “¿Unamuno fascista? La paradójica relación de Unamuno y los falangistas”. España Contemporánea. Revista de Literatura y Cultura, tomo 20, nº2 (2007), pp. 49-76.

[4] Véase el exitoso documental cinematográfico de Manuel Menchón (Palabras para un fin del mundo, 2020), y el libro escrito a la par con Luis García Jambrina (La doble muerte de Unamuno. Capitán Swing, 2021). Más recientemente, Carlos Sá Mayoral (Miguel de Unamuno. ¿Muerte natural o crimen de Estado? Henry Miller y Francisco Franco en la desaparición el escritor. Editorial Cuadernos del Laberinto, 2023), sostiene la especulación de que Franco diera la orden de su ejecución.

[5] Para una panorámica general sobre la historia del concepto y una defensa del papel de los católicos progresistas, consultar Alfonso Botti. “Historias de la Tercera España (1933-2022). Universidad de Valencia, 2023.

[6] José Ortega y Gasset. “Ideas y creencias”. Obras completas, V. Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 1970, pp. 376-409.

[7] Elías Díaz. Unamuno. Pensamiento político. Selección de textos y estudio preliminar. Tecnos, Madrid, 1965.

[8] Carta de Unamuno a Ramiro Ledesma Ramos. En ¿Fascismo en España? Ariel, Barcelona, 1968, p. 36.

[9] “Nación, Estado, Iglesia, Religión”. El Sol, 2 de agosto de 1931.

[10] “¿Fajismo incipiente? El Sol, 5 de mayo de 1932

[11] “Juventud de violencia”. El Norte de Castilla, 12 de abril de 1933.

[12] “Comentario. [Svástica]”. El Sol, 30 de junio de 1932.

[13] Entrevista del periodista Roman Fajans a Unamuno, noviembre de 1936. Citado en F. Blanco Prieto. Miguel de Unamuno. Mitos y leyendas. EDFSA, Ayuntamiento de Salamanca, 2020, p. 354.

[14] Carta a su amigo Quintín de Torre (7 de diciembre de 1936).  Véase José Luis Cano. “Dos cartas de Unamuno sobre la Guerra Civil”. Cuadernos del Norte, nº40, 1986-1987, pp. 47-49.

[15] Ibídem.

[16] El 13 de diciembre, en efecto, escribe a Quintín de Torre en estos términos: “¡Qué cándido y lijero [sic] anduve al adherirme al movimiento de Franco… El pobre Franco se ve arrastrado en ese camino de perdición”, citado en Colette Rabaté y Jean-Claude Rabaté (2017). El torbellino. Unamuno en la guerra civil. Pons, Madrid, p. 177.

[17] M. Unamuno. El resentimiento trágico de la vida. Notas sobre la guerra y la revolución española. Pre-Texto, Valencia, 2019, p. 67.

[18] En la Grecia antigua por parresia se entendía el valor de decir la verdad a pesar de las consecuencias adversas que pudiera tener para el que la dijera. En cuanto al ya citado libro de Carlos Sá Mayoral (2023) en nota 4, pertenece al cada vez más frecuente género de la historia-ficción.

[19]  Este manifiesto o testamento final pude verse en los archivos de la actual Casa-Museo de Unamuno. La cita está tomada de Francisco Blanco Prieto. Unamuno, profesor y rector de la Universidad de Salamanca. Hergar Ediciones Antema, Salamanca, 2011, p. 546.

[20] Con ello, como perfectamente viera Ortega y Gasset, pierde capital cultural y sociopolítico, de manera que “de ser todo pasa, sin intermisión, a no ser nada” (“El intelectual y el otro”. Obras Completas, XI, Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 1970, p. 510.

[21] Paul Aubert. Les intellectuels espagnols face la guerre civile (1936-1939)”. Bulletin Hispanique, vol. 118, nº1 (2016), [pp. 119-136], p. 120. <En https://journals.openedition.org/bulletinhispanique/4257>

[22] Quizá el ejemplo más expresivo, pero no único, es lo que ocurriera con la orteguiana Agrupación al Servicio de la República, experimento efímero de actuación política de los intelectuales como tal grupo.

[23] M. Unamuno. “Programa de un cursillo de Filosofía social barata”. Ahora, 17 de diciembre de 1935.

[24] Paul Aubert. “Si mi pluma valiera tu pistola. Los intelectuales españoles en la guerra civil”. En Alberto Reig Tapia et al.  La Guerra Civil 80 años después. Madrid, Tecnos, 2019, pp. 357-387.

[25] Para comprender la genealogía del concepto, su polisemia y usos históricos y públicos, conviene ir a la panorámica trazada por Alfonso Botti (2023). Historias de la Tercera España

[26] Elías Díaz (1965). Unamuno, pensamiento político… pp. 26 y 27.

[27] Steven Forti. “Tránsfugas. Itinerarios políticos entre la izquierda y el fascismo en la Europa de entreguerras”. En M. Codera, A. Duarte y P. Dogliani (Eds.). Itinerarios reformistas, perspectivas revolucionarias. Instituto Fernando El Católico, Colección Actas, Zaragoza, 2016, pp. 161-174.

Fuente: Intervención en la Mesa-Debate sobre “Unamuno, el fascismo y los falangistas” celebrada en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, 9 de noviembre de 2023. Este texto es versión resumida del aparecido en Espai-Marx el 27-11.2023.

Portada: acto oficial en la Plaza Mayor de Salamanca (foto: Biblioteca Nacional)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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