La mentira podría ser uno de los hilos rojos para enlazar algunas obres interesantes aparecidas recientemente en la vecina Italia

 

Jaume Claret

 

Las mentiras son consustanciales al ser humano. Sea para protegernos a nosotros o a terceros, sea para conseguir un beneficio o prevenir un perjuicio, sea por vicio o por necesidad, sean inocentemente blancas o maliciosamente negras, sea por exageración o por desprecio, nadie escapa a la falsedad. ¿Qué mejor ejemplo de su centralidad que, cuando al ser interrogado sobre el procés, uno de sus líderes en la sombra lo definiera como «una mentira fecunda»?

Justamente la mentira podría ser uno de los hilos rojos para enlazar algunas obras interesantes aparecidas recientemente en la vecina Italia. Dentro de esta fértil hornada, vale la pena recuperar el libro del periodista Mario Calabresi (Milán, 1970) Salir de noche (Libros del Asteroide, 2023 –a pesar de que fue publicado originalmente en 2007— y traducido por Carlos Gumpert). Como deja claro desde el subtítulo el exdirector de La Stampa y la Repubblica, se trata de la reconstrucción de la Historia de mi familia y de otras víctimas del terrorismo, pero no solo. Como explicaba en el número de verano de esta misma revista Jaume Bellmunt, «a partir del asesinato de su padre, el comisario Luigi Calabresi, explora las profundas cicatrices que el terrorismo deja en la sociedad» y, por extensión, las mentiras fruto de los silencios, los malentendidos, la política (en el peor sentido) y la mala fe.

Cortejo fúnebre de Mario Calabresi, con su familia en el centro (foto: mercurio)

Todo empieza con la muerte el 15 de diciembre de 1969, en extrañas circunstancias y cuando estaba bajo custodia policial, del antiguo partisano y activista anarquista Giuseppe Pinelli (Milán, 1928-1969). En medio de la tensión de los llamados anni di piombo, enseguida se acusó a la policía de asesinato y se señaló el comisario Calabresi como responsable directo. ¿Cómo no leer con escepticismo los resultados de la inicial investigación oficial que exoneraba a los funcionarios públicos y señalaba la hipótesis de un desmayo del detenido, que le habría hecho perder el equilibrio y precipitarse por una ventana? ¿Cómo creerse que el principal imputado no estaba ni siquiera en la sala y mantenía una previa relación cordial con Pinelli?

La «verdad» era que Calabresi era un asesino y como tal fue ejecutado con un tiro por la espalda el 17 de mayo de 1972, dejando viuda y tres hijos pequeños. Un drama equilibraba otro drama. Y, por si alguien tenía dudas, solo tenía que recurrir a la obra teatral Muerte accidental de un anarquista (1970) de Dario Fo, futuro premio Nobel. No soy capaz de ubicarlo con exactitud, pero recuerdo ver (y reír y disfrutar) un montaje de esta pieza en televisión. A pesar del drama, la pluma irónica del dramaturgo conseguía su objetivo y la justicia popular se imponía a la mentira oficial. Y, sin embargo, la Justicia constató, sin margen de duda pero en 1975, que Pinelli había muerto (efectivamente) de forma accidental, que Calabresi había sido difamado y asesinado sin motivo y que la opinión pública italiana (y, por extensión, la internacional) se había apuntado alegremente a una teoría conspirativa sin base.

 El periodista Calabresi (hijo) repasa estos hechos y sus consecuencias. No lo hace con ánimo vengativo, pero sí para advertirnos de los peligros de comulgar con ruedas de molino, de caer en el maniqueísmo incapaz de entender el dolor de los otros, de no tener presente a las víctimas sacrificadas por el bien común y de no saber construir y rendir una memoria digna. Los primeros señalados son los medios y los políticos, pero detrás suyo la sociedad incapaz de calibrar cuan débil es la verdad cuando el entorno se tiñe de mentiras. En palabras suyas: «francamente, me resulta imposible; me parece que perpetrar falsas acusaciones es un insulto a la inteligencia y creo que le hace un flaco favor a la democracia y a la convivencia». Evidentemente, no hay antídotos infalibles, ni soluciones sencillas… ahora bien, como me comentaba un amigo al terminar el libro, «su lectura me ha vacunado contra volver a firmar manifiestos masivos».

Movilización durante el proceso de los Diavioli della Bassa, tema del libro de Pablo Trincia que aquí se reseña  (foto: radiospada.org)

La mentira criminal

Con un trasfondo menos político, pero de consecuencias igualmente terribles e inquietantes, está Veneno (Ariel, 2023, traducido también por Gumpert) del periodista Pablo Trincia (Leipzig, 1977). En este caso, se trata de un libro surgido a raíz del éxito –de audiencia y de galardones— del podcast del mismo nombre que lanzó en 2017 en colaboración con Alessia Rafanelli y bajo el paraguas de la Repubblica.

El reportaje de crónica negra reconstruye el descubrimiento de una secta de pedófilos satánicos que, con la connivencia y a veces la participación de sus familiares y de un cura católico hasta entonces bien considerado, habría funcionado en la Baja Módena entre 1997 y 1998. Gracias a la actuación de los Servicios Sociales y a los testimonios de las criaturas, las víctimas pudieron ser preservadas –dadas en adopción o puestas bajo protección estatal— y los culpables juzgados. La tipología de las víctimas y la crueldad de los hechos expuestos justificaron una actuación radical por parte de las autoridades. Impactada por el escándalo y atizada por el sensacionalismo mediático, la sociedad italiana pidió un castigo ejemplar contra aquellos demonios y el establecimiento de unos protocolos más severos.

Pero, poco a poco, empezaron a surgir algunas dudas. Mirados con detenimiento, algunos detalles no acababan de encajar. A pesar de la gravedad de los hechos, todas las pruebas eran más bien circunstanciales, basadas en exclusiva en la declaración de algunos de los menores y con elementos que a menudo parecían extraídos de una mezcla de ficciones. A pesar de tenerlo todo en contra, algunos de los acusados persistieron en afirmar su inocencia y, con el paso del tiempo, empezaron a producirse sentencias contradictorias. «Se mirara por donde se mirara, esta historia resultaba increíblemente grotesca. Los acusados habían sido condenados o absueltos con base en las mismas pruebas».

Finalmente, solo se detectó una constante invariable en todos los casos: la participación de un grupo de psicólogas que aseguraban haber creado unos protocolos infalibles para detectar víctimas infantiles de abusos sexuales. Como desvela Trincia, el problema era que el método en realidad favorecía la implantación de falsos recuerdos en los niños, a través de unos interrogatorios completamente dirigidos. Si ya nuestra memoria adulta resulta sumamente modelable –cada vez que recordamos, rehacemos y, sin darnos cuenta, modificamos—, más si cabe lo es la de menores separados repentinamente de sus familias y expuestos a unos profesionales más preocupados por construir currículum que por ayudarlos. Como se dice en una de las frases de promoción, «también los niños saben mentir. Y una mentira suya puede desencadenar el infierno». En este caso, un averno doble porque esta falsedad puntual provocó un dolor terrible en familias rotas para siempre –¿cómo borrar un recuerdo terrible por mucho que sea mentira? ¿cómo rehacer la confianza rota y los años perdidos?— y, además, socava la credibilidad otros casos muy reales.

Montaje con una de las pocas imágenes que existen de Lorenzo Perrone, sobre otra de Primo Levi (a la derecha) en Auschwitz (ABC)

El infierno en la tierra

También en medio de las tinieblas, podemos encontrar a quien lucha contra la mentira. Sería el caso de Lorenzo Perrone. Durante seis meses, este albañil piamontés se negó a creer la propaganda de las autoridades y se rebeló contra la deshumanización del totalitarismo. Durante seis meses, aquel hombre pobre y analfabeto llevó a Primo Levi (Turín, 1919-1987), cautivo en el campo de Auschwitz, un plato de sopa diario y lo ayudó a comunicarse con su familia. Durante seis meses, un ser humano arriesgó su vida y ofreció su amistad a otro ser humano. Cómo reconocía el mismo Levi en el best-seller Si esto es un hombre (Austral, 2018, traducido por Pilar Gómez Bedate), si sobrevivió fue gracias a Perrone.

El historiador Carlo Greppi (Turín, 1982) reconstruye este encuentro inverosímil en El hombre que salvó a Primo Levi (Crítica, 2023, traducido por Lara Cortés) que los unió de por vida hasta la muerte de Perrone el 1952 a consecuencia del alcohol y la tuberculosis. Levi siempre lo tuvo presente, a pesar de que aquel «hombre de pocas palabras» (en su título original) nunca quiso ningún reconocimiento. De hecho, Greppi especula con bastante credibilidad que, en realidad, habría ayudado a otros muchos presos judíos. Como destacaba una reseña reciente en el Times Literary Suplement, el libro resulta «from start to finish a marvel of sympathetic insight». Porque mientras muchos otros cerraban los ojos –por convencimiento, por intères o por miedo— a las barbaridades del exterminio nazi y lo fiaban todo a la mentira –yo no sabía, yo no podía, yo no…—, había quién sobreponía la dignidad humana y la verdad.

Obras reseñadas:

Mario Calabresi Salir de la noche Barcelona: Asteroide, 2023. 192 pág. Trad. Carlos Gumpert
Pablo Trincia Veneno Barcelona: Ariel, 2023. 304 pág. Trad. Carlos Gumpert
Carlo Greppi El hombre que salvó a Primo Levi Barcelona: Crítica, 2023. 400 pág. Trad. de Lara Cortés

Fuente: Política & prosa 1 de diciembre de 2023

Portada: Marcello Mastroianni y Gian Maria Volontè en la película Todo Modo, adaptación de la novela de Leonardo Sciascia dirigida por Elio Petri en 1976 (foto: Everett/Contrasto).

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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