La violencia debe permanecer fiel a sí misma saliendo de sí misma, debe evaporarse en las plazas, en los estadios, en las colonias marinas, debe resonar en los altavoces, impresionar en los desfiles, deslizarse en los sueños nocturnos, sentarse en las mesas dominicales, hablar mediante imágenes y símbolos, el poder debe huir de los palacios del poder y extenderse por fuera, en el mundo impotente. En esta época de locos, el poder lo es todo o no es nada”. A. Scurati.

 

 

Álvaro Castro Sánchez
Universidad de Córdoba (*)

 

1. “La vida sigue”

 

El presente volumen constituye la segunda entrega de la serie dedicada por el profesor de literatura Antonio Scurati a la vida de Benito Mussolini en el poder y en concreto, narra los acontecimientos que tuvieron lugar desde su ascenso definitivo en 1925 hasta 1932, en el momento de la gloria y celebración de los diez años de la “marcha sobre Roma”. Se trata de una novela histórica literalmente hablando, pues como ya indicamos en nuestras notas dedicadas al primer volumen, la base documental del libro es muy amplia y abunda el uso de fuentes directas, tales como notificaciones y correspondencia, algunas de las cuales cierran cada uno de los textos que lo entretejen. Así, la sensación de que se lee un trabajo de historia es permanente, aunque a su vez sea de una enorme calidad literaria.

Ya se indicó también en nuestras notas sobre M. El hijo del siglo, que la ideología fascista desde un punto de vista intelectual no precedió al ascenso del fascismo al poder, salvo quizás la práctica y mistificación de la violencia en las que el movimiento nació. Así, Mussolini lo dejaba claro en un discurso del 22 de junio de 1925 en el se que se jactó de no haber leído nunca una página de Benedetto Croce: “Ya sabéis lo que pienso de la violencia. Para mí es profundamente moral, más moral que el compromiso y la transacción”, para añadir, seguidamente, que lo que se quería era la fascistización del país: “queremos crear un nuevo tipo de italiano, el hombre fascista”.

Una de las frecuentes exhibiciones públicas del cuerpo de Mussolini, en este caso posterior al período que abarca el libro que aquí se reseña: en Riccione, junto a Ciano y Dollfuss en 1934 (imagen: Fototeca Rilardi)

Tampoco una ideología sofisticada precedió a ese proyecto en ciernes ni al de la institucionalización del régimen de Mussolini, pues aquella se fue fraguando en conexión con los problemas que trajo su desarrollo, especialmente, los presentados por los adversarios internos y externos de la vía italiana hacia el totalitarismo, las dificultades económicas y organizativas de la dictadura naciente, la necesidad del impulso imperialista, etc., etc. Así, una buena cantidad de páginas de esta segunda parte narra el proceso de consolidación del totalitarismo fascista como un desarrollo caracterizado por la subordinación del Partido Nacional Fascista al Estado y a la única voluntad del Duce, desembocando en lo que Emilio Gentile llamó un “cesarismo totalitario”[1]. Desde la creación del Gran Consejo Fascista a la sucesión de leyes y dispositivos represivos (como la OVRA, prima hermana de la futura Gestapo), de la instauración del corporativismo hasta la puesta en marcha de organizaciones juveniles y de tiempo libre para acuartelar y educar en el fascismo a la población, el libro narra todo el proceso de cimentación de la dictadura fascista hacia su consolidación a comienzos de los años treinta.

Dado el exacerbado papel que le dio a lo simbólico y a la creación de toda una gigantomaquia  centrada en el culto al Duce, el resultado fue el de una “religión política” basada en la sacralización del Estado y divinización de su líder, por recuperar también esta conocida expresión de Gentile (presente además en el libro). En dicho proceso, las tensiones en el seno del partido fascista fueron tanto una dificultad, como el juego de fuerzas imprescindible para la consolidación del poder, pues Mussolini supo imponerse ante la heterogeneidad y las críticas provenientes desde el partido fascista por la vía de su gestión y distribución en posiciones de privilegio o de exclusión de las mismas de las voces discordantes.

Mussolini y el cardenal Pietro Gasparri firman los pactos de Letrán (foto: Vatican News)

El Duce también supo organizar el pesimismo que le causaban el arribismo e hipocresía de los viejos y nuevos fascistas. Su secreto fue institucionalizar la corrupción gracias a los beneficios derivados de la pertenencia al partido, especialmente a su jerarquía, lo cual pudo actuar como el principal elemento disuasorio para disentir del rumbo marcado por un dictador que acumulaba ministerios mientras sentía cada vez más la soledad del poder absoluto. En ese sentido, en el libro tiene especial presencia el conflicto de los sectores más “puros” del fascismo originario, de aspiraciones revolucionarias y fieles de la violencia ciega escuadrista, los cuales estaban liderados por Roberto Farinacci, jefe de Cremona, contra Augusto Turati, el designado por Mussolini secretario del PNF que le sucedió y que renunció a su fascismo “social”, cayendo posteriormente en desgracia (gracias a una campaña de difamación de perversiones sexuales orquestada por el propio Farinacci).

Lo cierto es que la ruptura del fascismo con el viejo mundo (el de aquella democracia liberal fallida y corrupta que le dio pie) fue más retórica que real y el pacto con las viejas élites de la nobleza, la industria o la Iglesia reforzó el poder de estas y posibilitó la consolidación del régimen. No en vano, fue el rey Víctor Manuel III quien en aquel verano de 1925 concedió una amnistía política que si bien benefició a la oposición socialista (encabezada entonces por Giovanni Amendola), no censuraba la violencia fascista y cerraba la cuestión moral del asesinato de Matteotti. De tal modo, tal y como ocurrió en otros regímenes autoritarios europeos, como en el español de Primo de Rivera y después en el de Franco, la dictadura reforzó el poder de los de siempre mientras establecía nuevas prebendas, redes clientelares y nuevos marcos para el oportunismo, todo ello bajo la abrumadora violencia física y simbólica ejercida por la “nueva era” fascista. En ese sentido, la novela da buena cuenta del gusto de Mussolini por la vida burguesa, por los títulos nobiliarios y sus pocos reparos para el pacto con la Iglesia. Escrita siempre desde el ángulo de una novela psicológica, la obra refleja con una cruda belleza literaria la conversión del Mussolini anti-clerical y libertino a hombre en el poder, mientras no descuida su vida íntima y familiar, marcada por su bestialidad en el trato con las mujeres y desapego respecto a su descendencia, como tampoco sus frecuentes crisis intestinales o los diferentes intentos de asesinato.

Eso sí, entre todos los hilos que tejen este libro, entre el ruido a veces atronador de las tensiones dentro del Estado-partido o de las bombas en la guerra de Libia, hay una ausencia que se traduce en un silencio que inquieta permanentemente durante toda su lectura: la del pueblo italiano.

Augusto Turati y Roberto Farinacci (fot9os del blog de Salvatore Lo Leggio)
2. “¿Qué hegemonía? La hegemonía que sea”

Definir el “fascismo” es escribir su historia, concluyó el historiador Renzo de Felice. Esto es, más que una ideología superpuesta y exportable entre países o épocas, aquel solamente puede comprenderse en su conexión y arraigo dentro de unas situaciones históricas particulares. Posiblemente fueron dichas situaciones las que, junto a la violencia extrema contra la oposición socialista y comunista del periodo anterior, al “bostezo” que provocaba la vieja política liberal, la memoria de la guerra callejera y rural y la extensión de la dictadura, explican la aceptación social del fascismo que según de Felice caracterizó al periodo que describe esta obra. Esa pregunta por el consenso sigue inquietando en una actualidad marcada por el ascenso de los posfascismos.

Boletín de búsqueda de «subversivos» editado por el Ministerio del Interior (imagen: sitocomunista.it)

El fascismo aspira a la muerte de sus adversarios”, escribió Enrico Corradini en marzo de 1926. Y efectivamente, si la muerte física, la cárcel o el exilio habían llegado para muchos anti-fascistas, la muerte social se cernía sobre los supervivientes. Pero por su parte, el silencio del pueblo italiano no podía deberse a los nuevos tribunales ni a una extensión del estado policial que no fue tal: el 80% de los juzgados por delitos políticos fueron absueltos y la mayoría de las condenas no subieron de tres años, siendo nueve las ejecuciones por razones políticas entre 1927 y 1940[2]. El pueblo italiano en términos cuantitativos sufrió menos represión durante el periodo normalizado de dictadura que otros regímenes paralelos europeos y el régimen consiguió un relativo consentimiento activo por parte de la sociedad. Pero tal consenso quizás no deba de situarse en las supuestas mejoras sociales y económicas de un régimen que no obstante salvó un poco la Gran Depresión, sino en el aburrimiento, en el bostezo ante la política democrática en un momento en el que el Estado-partido supo ritualizar la vida cotidiana y darle un sentido a la existencia de un pueblo herido, por la situación de Italia en el mapa mundial para algunos, por la miseria diaria para muchos. Ahí hubo un rasgo distintivo respecto a los regímenes inspirados en el nacionalismo reaccionario, pues si en estos se rescataban los valores conservadores de antaño, el fascismo supo crear la sensación en el individuo, subrayada por Roger Griffin, de estar ante un nuevo comienzo, en el que la relación psicológica directa con el jefe fue primordial. De paso, se salvaban aquellos.

En esa aceptación el catolicismo jugó un papel fundamental, pues la “religión política” del fascismo nunca chocó frontalmente con la religión de los católicos[3]. Siendo la pequeña burguesía su base social fundamental, los pequeños grupos conservadores llamados “clérico-fascistas” (por otra parte, muy ausentes en la novela) y su poder  a través de la confesionalización y su dominio de la prensa, apoyaron incondicionalmente a Mussolini y prepararon el terreno para que efectivamente se produjeran los Pactos de Letrán. Estos dieron lugar a la creación del Estado vaticano, impusieron la enseñanza obligatoria de la religión o restablecieron la autoridad católica en el matrimonio. De ahí que fuera Pío XI quien, con su definición de Mussolini como “el hombre que nos ha enviado la Providencia”, inspirase el título de este libro.

Civiles libios internados por los italianos en el campo de concentración de El Agheila o Al Magroon (foto: Wikimedia Commons)

Pero si hubo un impulso previo a la Gran Guerra que contribuyó fuertemente a la conformación del proyecto fascista ese fue el del imperialismo. Fue este el que promovió la retórica nacionalista, el racismo biológico y la idea expansionista de la patria como clave de su supervivencia, colocando al ejército y el militarismo en el centro de la vida social. La historia se ha contado muchas veces: fue la Italia frustrada por sus aspiraciones territoriales incumplidas tras la Primera Guerra Mundial el germen del fascismo, y en el primer volumen se dedicaban muchas hojas a la cuestión del Fiume o de Albania. Pero si bien en los libros de historia se le da su espacio a la expansión italiana por el Egeo africano durante los años treinta, es habitual que en los estudios de aquel periodo el efecto fascinante del ascenso y consolidación del poder fascista pierda de vista, olvidando frecuentemente, la cuestión de las guerras que Italia mantenía abiertas en África desde antes de la llegada del fascismo y cuyas consecuencias, en términos humanitarios, fueron enormes durante los años veinte. El protagonismo que Scurati le otorga en su obra pensamos que representa uno de los mayores méritos de la misma. Entre ellas destacó la guerra de pacificación de Libia, territorio invadido por Italia en 1912 cuyos pueblos presentaban una feroz oposición a la ocupación de un pretendido imperio colonial que aspiraba, mediante la anexión del Chad y Camerún, a alcanzar el golfo de Guinea. La confrontación con Francia respecto a ese proyecto es una cuestión secundaria si lo que importa, respecto a la relevancia histórica, es la conciencia respecto al daño y el sufrimiento en el pasado.

La campaña de “pacificación” impulsada desde la llegada del fascismo al poder puso en práctica técnicas de guerra modernas empleadas fundamentalmente contra los rebeldes sanusíes de la Cirenaica, las cuales incluyeron el uso masivo del gas mostaza y la deportación a campos de concentración de la población civil susceptible de apoyarlos. Así, Scurati describe con detalle (incluyendo fotografía) la creación de aquellos campos diseñados al modo del castrum romano, el gaseamiento con bombas de aviación, los repertorios represivos y de tortura, así como la enconada lucha por la libertad de los rebeldes, la cual acabaría en derrota en 1932 con la ejecución de su líder Omar Mukhtar. Será ya bajo la gobernación de Italo Balbo cuando se consolide en 1934 la realidad de una Libia italiana.

Omar Mukhtar capturado por los italianos. Sería ahorcado poco después, el 16 de septiembre de 1931 (foto: Wikimedia Commons)

La dureza de la lucha en el desierto así como la instrumentalización por parte de las élites políticas y militares de la guerra africana (algo que inevitablemente recuerda a las campañas españolas en Marruecos) tienen un amplio espacio, como también el retrato psicológico de sus principales actores. Así, aquella llamada cuarta orilla contribuyó al sueño del Duce de convertir a Italia, frente a Reino Unido, en la principal potencia dominante del mediterráneo, motivo fundamental por el que participará activamente en la preparación del golpe militar de julio de 1936 en España y en la Guerra Civil que le siguió de parte del bando sublevado contra la República. Pero eso ya sería una historia para contar en el siguiente volumen.

[1]     E. Gentile, La vía italiana al totalitarismo, Siglo XXI, Buenos Aires, 2005, p. 169 y ss.

[2]     M. Mann, Fascistas, PUV, Valencia, 2004, p. 151.

[3]     J. Casanova, Europa contra Europa 1914-1945, Crítica, Barcelona, 2012, p. 77.

(*) Autor de La utopía reaccionaria de José Pemartín y Sanjuán (1888-1954). Una historia genética de la derecha española (UCA, 2018) y El fascismo y sus fantasmas. Cambios y permanencias de la derecha radical (siglos XX y XXI) (La Linterna Sorda, 2019).

Portada: Mussolini, junto a un busto en su honor realizado en 1925. Ullstein Bild Dtl. / Getty Images)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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