Noticia de libros

Jaume Torras (*)

Introducción

Este libro reúne diez textos escritos en momentos distintos y de carácter diverso pero relacionados todos ellos con los orígenes de la industria fabril. El título puede causar alguna perplejidad por la asociación de “industria” con  “fábrica” tan común en el lenguaje corriente desde el siglo XIX. ¿Había industria si aún no había fábricas? El título no anuncia disquisiciones terminológicas sino una aproximación a la antigua manufactura -¿preindustrial?- que no descarta su relación con la aparición de  la industria moderna, la de las fábricas y la maquinaria.

 

Foto: exposición Indianes 1714-1847 (Museu d’Història de la Ciutat de Barcelona)

En los años sesenta del siglo pasado, una extendida concepción de lo que se conocía como «crecimiento económico moderno» lo entendía en términos de radical discontinuidad con el estado de cosas anterior. Paralelamente, en historia económica estaba ya bien acreditada la expresiva noción de  «revolución industrial».   “Economic history is a supply-side subject”, escribió hace años Eric Jones (1973: 198) y, ciertamente, visto desde este lado no parece que el mundo de las máquinas, el vapor y los obreros de fábrica pueda tener raíces en formas anteriores de organización del trabajo y fabricación de bienes manufacturados.

Pero fue en aquellos años cuando en congresos y en publicaciones académicas empezaron a plantearse interpretaciones diferentes, más complejas, de cómo vino al mundo la “revolución industrial”. Había ocurrido en espacios regionales antes que en un ámbito estatal más extenso, una escala que permitía contemplar a la vez los cambios  en la vieja manufactura y las transformaciones en otros sectores de la economía y la vida social. Por otro lado, historiadores de inspiración marxista, desde su diversidad, contribuyeron no poco a ampliar el temario de un debate que situaban en el terreno de lo que denominaban transición al capitalismo.

En la década de 1970 ya quedaba atrás la tosca periodización que se limitaba a establecer una distinción tajante entre la industria –si se la podía llamar así- anterior a la fábrica y la de después, la industria propiamente dicha. Importaba más identificar las condiciones que habrían promovido, permitido o entorpecido la aparición de una industria capitalista, con frecuencia en un espacio regional más bien modesto. Títulos como, “Protoindustrialización, la primera fase del proceso de industrialización” (Mendels, F.,1972), “Industrialización antes de la industrialización” (Kriedte, P., Medick, H., y  Schlumbohm, J., 1977) tuvieron una  influencia que es difícil  exagerar en la reorientación de los estudios sobre los orígenes de la industria moderna. Se renovaron los programas de investigación de la historia de aquel periodo de transformaciones, y a los conceptos de la economía política, se incorporaron temas, preguntas y métodos procedentes de otras disciplinas, la demografía en especial.

Los capítulos I y II del libro son el eco periférico y algo tardío de aquellos debates. En el capítulo I se expone una secuencia de estratos sucesivos en el desarrollo de la industria textil hasta alcanzar  la forma de empresa capitalista. El capítulo II  pone el foco en la aportación empírica y metodológica de Franklin  Mendels (1972; 1980; 1982) y su definición de una primera fase del proceso  de industrialización; a continuación, se resumen los rasgos de distintas formas precapitalistas de organización de la industria y su potencial relación con la eclosión de la moderna industria fabril en algunas regiones de Europa.

Los capítulos III y IV exploran la funcionalidad del concepto  “protoindustrialización”, en un espacio regional concreto y con el apoyo de una base documental considerable. La Cataluña de los siglos XVII y XVIII parece un caso idóneo para medir el alcance  de las transformaciones que permitirían, o no, hablar de “primera fase” de la industrialización que efectivamente tuvo lugar allí en el siglo XIX.

Árbol de los gremios de Barcelona, por Joan Vila (1929). Foto: Museu d’Història de la Ciutat de Barcelona

Dichas transformaciones tendrían que poderse valorar en tres direcciones de cambio, relacionadas entre sí. En primer y muy destacado lugar, la expansión de la industria rural dispersa durante la que Jan De Vries llamó  “era del proletariado rural (1650-1750)”, una expansión que modificó el paisaje social y económico de regiones donde la ocupación en la agricultura y la ganadería habían sido, hasta entonces, la principal y casi exclusiva fuente de ingresos de la población trabajadora.  Paralelamente, en ciudades donde la fabricación de bienes duraderos de consumo corriente había tenido importancia, esta actividad iba trasladándose al campo para eludir el control de los gremios y abandonar un medio urbano en el que era difícil reducir costes. Por último, algunas regiones y comarcas profundizaban en este periodo su dedicación a una agricultura comercial muy intensiva en trabajo y, en ciertos casos, rayana en el monocultivo para la exportación.

Se dibuja así  un esquema de especialización territorial que elevaba la productividad de los factores y vinculaba al mercado una proporción creciente de la fuerza de trabajo, en detrimento de la retenida en la economía de subsistencia y la esfera de la reproducción. Huelga decir que a tan armoniosa especialización contribuían fuerzas varias, tanto o más que  el magnetismo del mercado. 

Industrious cottagers (1801), grabado de William Ward

Con diferencias y matices, numerosas monografías han ido dando forma a una imagen de las economías de Europa occidental en el siglo XVIII que ya no admite el calificativo de  ”preindustrial”. En efecto, en la segunda mitad del siglo, no eran pocas las regiones donde crecía una  industrialized cottage economy, en expresión de David Levine (1987). Podía ser la “primera fase del proceso de industrialización” de Franklin Mendels, como así sucedió en muchos casos. Pero no en todos.

Con independencia de cuál fuera la evolución posterior en cada caso, la expansión de la industria dispersa tuvo en todos ellos carácter extensivo. Crecer quería decir incorporar más trabajo, ya fuese  atrayendo artesanos cualificados o promoviendo la pluriactividad de las familias campesinas. En las regiones donde ocurrían los cambios mencionados, una parte significativa del trabajo antes confinado en la producción para consumo doméstico o destinada al mercado local se reorientó hacia la producción para consumidores y mercados menos familiares. ¿De qué modo y por qué caminos?

Jan De Vries puso sobre la mesa de debate en 1993 la noción de industrious revolution, que se ha venido traduciendo como “revolución industriosa”. El punto de partida de su argumento, tal como lo desarrolló más tarde in extenso, es que “Europa occidental y la Norteamérica británica experimentaron una ‘revolución industriosa’ durante el largo siglo XVIII (…), en la que un número creciente de hogares realizaron una redistribución de sus recursos productivos (el tiempo de sus miembros, principalmente) de formas que incrementaron a la vez la oferta de actividades orientadas al mercado que permitían ganar dinero y la demanda de los bienes ofrecidos en el mercado” (2009: 24).

En términos generales, y quizás demasiado simples, el móvil de fondo que impulsaba estas decisiones sería la reconocida avidez por acceder a nuevos patrones de consumo hasta entonces desconocidos o reservados a unos pocos. A su vez, la creciente oferta de trabajo para el mercado tendría como efecto el cambio a mejor de los patrones de consumo de la mayoría. Esta feliz dinámica  hace de la “revolución industriosa” del siglo XVIII un hito de gran relieve en el proceso que condujo a la industria moderna y a la “sociedad de consumo”.

Familia de un sastre en Hollybush Place, Bethnal Green, East End, Illustrated London News, 24 de octubre de 1863 (Peter Jackson Collection)

Es la visión desde el mercado, y con los anteojos de la “teoría económica de la familia” de  Gary Becker. Las familias trabajadoras aparecen como agentes del cambio  y no como meros pacientes. Un enfoque simpático, pero en cuyo campo visual no caben otros factores de la reorientación hacia el mercado de un potencial de trabajo antes subutilizado.  No es evidente que las familias desearan trabajar más tiempo, y si hacía falta, más duramente, movidas sobre todo por el afán de consumir precisamente aquellos bienes que sólo se obtenían en el mercado, dinero mediante. Si no se demuestra un aumento significativo de los bienes duraderos que las familias trabajadoras adquirían  en el mercado, entonces reaparece la sencilla idea de que tenían que trabajar más debido al descenso de los salarios reales en el siglo XVIII, bien acreditado aunque desigual según regiones. La “revolución industriosa” sería así una reacción defensiva para tratar de mantener niveles y patrones de consumo anteriores. Además del descenso de los salarios reales, al fin y al cabo un fenómeno que se manifiesta en el mercado, la historiografía sobre este periodo ha puesto al descubierto otra suerte de impulsos, o más bien empujones, que poco tenían que ver con las tentaciones del mercado. La renta de la tierra,  en ascenso, la exacción fiscal de estados ávidos de dinero, además de otras formas de coacción deben de haber obligado eficazmente a las familias trabajadoras a implicarse más en los circuitos del mercado y a descubrir allí nuevos productos, y tal vez a preferirlos. O a aceptarlos como mal menor, en sustitución de otros bienes y otras formas de satisfacción irremisiblemente perdidos.

Los capítulos V, VI y VII tratan diferentes aspectos del  desarrollo de la industria textil lanera en el siglo XVIII, y los tres se basan en resultados parciales de una investigación más ambiciosa que se ha publicado recientemente (Torras Elias, J., 2018). Se registran en aquel periodo, gradualmente, alteraciones sensibles en el peso relativo de los más acreditados centros pañeros del reino, por razones diversas.  Entre ellas, una decidida intervención del gobierno cuyo resultado fue, por un lado, una demanda pública prácticamente nueva al reservar el vestuario y equipo de los ejércitos y marina a proveedores del reino; por otro lado, las Fábricas Reales introducían un tipo inédito de empresa que no pasaría inadvertida en el mundo de los gremios. Además, durante la segunda mitad del siglo, la legislación reformista empezó a hacer mella en la organización gremial de las industrias textiles. ¿O quizás eran tendencias de fondo nacidas dentro del mundo de los oficios y los gremios las que acababan siendo reconocidas en la legislación?

En estos tres capítulos, y en especial en el V, se plantean preguntas como ésta y otras cuestiones conexas con el detalle que permite el estudio de la documentación a muy pequeña escala. En este caso, la atención se centra en la villa de Igualada, situada en el viejo camino real de Aragón a unas trece horas al oeste de Barcelona.

A finales del siglo XVII la producción igualadina de tejidos consistía mayoritariamente en paños baratos y su horizonte mercantil no iba más allá de Barcelona, por un lado, y de algunas comarcas leridanas por otro; era entonces una actividad en declive. Tras el desplome de los años de la guerra de Sucesión, a lo largo del siglo XVIII  la pañería experimentó en Igualada cambios importantes tanto en la cantidad como en la calidad y precio de las piezas fabricadas y los mercados donde se vendía, con Madrid en primer lugar. No menos relevante es el deterioro que en el mismo periodo sufrió la organización corporativa del trabajo, heredada de  siglos anteriores. 

Foto: Museu de Can Serra (Mataró)

Al igual que en el resto de Europa, también en Cataluña los menestrales se habían agrupado en asociaciones de oficio desde la Baja Edad Media, cuando no antes, en un proceso generalmente impulsado y siempre tutelado por el poder municipal. La constitución de una cofradía de menestrales respondía además a necesidades de relación y de acción en común de gente que tenía problemas y aspiraciones semejantes. Se agrupaban maestros de un oficio determinado, padres de familia dueños de un obrador, y ellos gobernaban la cofradía y gremio –hasta donde el poder les dejaba.  Las mujeres quedaban fuera del gremio y los oficiales o mancebos no tenían voz ni voto en el consejo de maestros al que, en cambio, sí asistía una representación del poder local.

Con grandes diferencias según oficios y países, la industria antes de la fábrica estaba encorsetada, o sea a la vez protegida y maniatada, por esta forma de organización. Duró siglos, lo que no impidió cambios y adaptaciones  que no ponían en riesgo las paredes maestras del edificio.

El núcleo de las cofradías de oficio, de los gremios, eran las ordenanzas que reglamentaban todos los aspectos de la actividad corporativa. Con razón se subrayan aquellas que establecían y preservaban una determinada manera de organizar la producción, desde las primeras materias e ingredientes que debían o podían emplearse hasta el acabado de la mercancía. Se pretendía de este modo garantizar a consumidores y comerciantes productos y servicios de características normalizadas y sujetos a un control interno de calidad.  En estas garantías fundaban cofradías y gremios el derecho a gozar de la exclusiva del ejercicio de su actividad, que siempre reclamaron.

Y que siempre denunciaron sus detractores, señalando además que la reglamentación meticulosa del proceso de fabricación y de las características del producto acabado era un obstáculo a las innovaciones, de producto y de proceso. En este aspecto insiste el cliché historiográfico que asocia la cofradía de oficio, el gremio, con anquilosamiento técnico y rutina empresarial. Pero la presunción de inmovilismo tiene que matizarse: en no pocas industrias, las textiles por ejemplo, desde mucho antes de la desaparición o debilitamiento de cofradías y gremios se registraron cambios, graduales y, a largo plazo,  sustantivos, durante los siglos en que se las supone encorsetadas por las ordenanzas.

Llibre del Gremi de Paraires d’Olot (Arxiu Comarcal de la Garrotxa)

Bien mirado, no es evidente que los oficios organizados tuvieran que ser reacios a la innovación técnica y organizativa. Es cierto que la condicionaban, en el sentido de incorporar los cambios que aparecieran como ventajosos y compatibles con la unidad de producción familiar o  de dimensiones modestas y que no despojaran a los maestros de sus atributos. Por supuesto, siempre existieron notables diferencias de intereses entre ellos, y cualquier modificación de las ordenanzas provocaba disensiones que amenazaban la cohesión de la comunidad de oficio.  

 

Algo así ocurrió en Igualada en el siglo XVIII: los maestros más acaudalados de la cofradía del oficio de pelaires, los que se hacían llamar “fabricantes”,  socavaron los cimientos de la  organización  gremial de la industria lanera antes de que la legislación reformista pusiera manos a la obra. Es significativo que, para justificar sus pretensiones, tomasen como referente la figura de los directores de las Reales Fábricas.

Telar del siglo XVIII (foto: web de la Real Fábrica de Paños de Briguega (brihuega.eu)

Los tres últimos capítulos, VIII (en catalán), IX  y X, tienen carácter y propósito diferentes de los de capítulos  anteriores. Son ensayos de historia económica de dos regiones, Aragón y Cataluña, durante los siglos llamados “modernos”. Los dos casos se tratan por separado, pero con el propósito, explícito en el X, de argumentar mediante la comparación. El periodo escogido y los resultados de la comparación  que se propone encajan dentro de la problemática tratada en los demás capítulos, aunque el hilo conductor no se centra sólo en la  “industria antes la fábrica”.

Desde su constitución como  entidades políticas, tanto Aragón como Cataluña disponían de instituciones propias con competencias exclusivas en materia monetaria, fiscal y aduanera. Eran en este sentido, espacios económicos bien diferenciados. Sus relaciones comerciales fueron siempre intensas, debido a la contigüidad territorial y  también a la complementariedad a que daban lugar las diferencias en la dotación de recursos físicos y población. Por otra parte los territorios colindantes eran distintos  en cada caso, lo que abría opciones comerciales diferentes. Cataluña tenía costa, que no es poca diferencia.

El desenlace de la guerra de Sucesión supuso la abolición de las instituciones forales en los territorios de la antigua Corona de Aragón y el traslado de las aduanas interiores del reino a puertos de mar y fronteras con el extranjero –salvo en las Provincias Vascongadas y Navarra. Aragón y Cataluña quedaban incluidas a partir de entonces en un espacio económico más amplio, común con las restantes provincias peninsulares salvo la excepción mencionada.

Aunque todavía imperfecta, la unión aduanera debió repercutir en el volumen y el sentido de los flujos comerciales en medida que no es fácil evaluar. Como quiera que fuese, los intercambios entre Aragón y Cataluña no disminuyeron por ello. Se intensificaron, al tiempo que aumentaba la población y  se acentuaba la divergencia  entre sus respectivas economías.

En Aragón, la extensión y la intensificación de los cultivos, incluido el regadío,  sostuvo el vigoroso crecimiento de la población rural y urbana y permitió exportar excedentes de trigo a su deficitaria vecina. 

A fines de siglo, en 1798, el ilustrado Ignacio de Asso glosaba los progresos de la agricultura en Aragón y el consiguiente  “aumento que ha tenido su población, al paso que las fábricas han ido decayendo hasta el actual estado de miseria y abatimiento”, lo que desmentiría “a los que por sistema vinculan la felicidad pública en el fomento de las artes y manufacturas, persuadidos a que la agricultura por sí sola no puede enriquecer, ni poblar un Estado”(ASSO I., de, 1942: 117-118). Entiéndase que “fábricas” tiene aquí el significado, entonces corriente, de actividad relacionada con las ”artes y manufacturas” en expresión del mismo autor.

Los hechos le daban la razón, entonces. La creciente exportación de lana, cada vez más buscada y apreciada, la hacía inasequible a fabricantes locales. Decaía la industria textil lanera y se despoblaban las tierras altas donde antes había prosperado, cerca de los esquileos en los que, en su tiempo, comerciantes forasteros dominaban el mercado. 

 En cambio, la exportación de lanas aragonesas hacía posible  que en Cataluña la población de algunas comarcas rurales fuese mayor que la que habrían podido sustentar sin industria dispersa. Francisco de Zamora, oidor de la Real Audiencia de Cataluña, anotaba en el cuaderno de viaje a su paso por la Plana de Vic: “la cuarta parte del terreno es de peñas […]. Lo demás es cuasi todo tierra de cultivo. No hay regadíos, no se coge vino ni aceite y muy pocas frutas. […] la tierra nunca queda vacía, pues en las más sacan dos cosechas cada año. […] El modo de mantenerse tanta gente en poco terreno es que, en las villas y lugares, casi todas son gente de oficio; y los demás empleados en fábricas de pelaires. Y éstas, además de esto, todavía se emplean en la agricultura, y en cualquier tiempo del año que haya buena sazón, todos salen al campo; y al invierno y en días de lluvias trabajan en sus casas. […] yendo corrientes las fábricas de pelaires todos viven acomodados, pero si no andan bien las fábricas, especialmente las de pelaires, todo son trabajos, porque […]  la gente de dentro de las villas y lugares no tienen más que sus manos e ingenio.[…]” (ZAMORA, F. de, 1973 : 62-63). En varias otras comarcas Zamora describe paisajes semejantes, Una incipiente industrialized cottage economy. ¿O ya parte de un “distrito protoindustrial”?

 

(*) Jaume Torras Elias (Barcelona, 1943) es catedrático emérito de la Universitat Pompeu Fabra, a la que se incorporó en 1992. Ha sido también profesor en las universidades de Valencia, Zaragoza y Autónoma de Barcelona, en la cual se había doctorado con una tesis publicada en 1976 con el título Liberalismo y rebeldía campesina, 1820-1823. La sociedad rural continuó en el centro de su investigación en los años siguientes, con trabajos sobre ingresos  señoriales a fines del Antiguo Régimen y sobre la especialización vitícola y su relación con el crecimiento de la economía catalana en el Setecientos.  Siempre dentro del periodo anterior a la crisis del Antiguo Régimen, Jaume Torras ha publicado también trabajos sobre la organización gremial de los oficios artesanos, pautas y niveles de consumo de tejidos  y su comercialización.

 

Jaume Torras Elias, La industria antes de la fábrica. Ediciones Universidad de Salamanca, 2019, 206 páginas

Foto de portada: Puerto de Barcelona durante la durante la guerra anglo española de 1739-1748 (foto: marinacatalana.wordpress.com)

 

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