Se plantea en esta reseña de Anaclet Pons el problema del pillaje, expolio o «translocación” (término de la autora Bénédicte Savoy) de los bienes culturales y artísticos arrebatados por las potencias europeas a otros países durante la época colonial o de guerras expansionistas. Pongamos por ejemplo de estas las napoleónicas, que supusieron una merma del patrimonio histórico artístico de varios países europeos, entre ellos España, a las que podrían añadirse las “translocaciones” de bienes de Latinoamérica a España, por mucho que les moleste a los imperiófilos. Se plantea la restitución de estos bienes y, cuando esta no sea posible o conveniente, la contextualización crítica de los mismos en los museos, con la esperanza de que algún día podamos hablar de un verdadero patrimonio común de la humanidad, como hace la UNESCO.

Conversación sobre la historia

Anaclet Pons

Universitat de València

A lo largo de los pasados meses hemos hablado aquí de las dominaciones imperiales del pasado y sus consecuencias. Hemos indicado que, a pesar de quienes creen en sus bondades, hay evidencias sobradas de sus múltiples violencias. Una de ellas, y bien expuesta en los diversos museos, es la que afecta al expolio patrimonial.

El asunto ha adquirido polémica actualidad entre nosotros a raíz de las recientes y cautas declaraciones del ministro de Cultura español sobre el asunto (revisar los museos para hacer una lectura que supere el marco colonial o anclado en inercias de género o etnocéntricas). De inmediato, las huestes patrias han mostrado su ardor, con las consabidas descalificaciones y algún exabrupto.  En los artículos que se han escrito al respecto, al menos en los más juiciosos, se ha indicado que se trata de un asunto que excede el marco nacional y se ha citado a una estudiosa que sobresale del conjunto, aunque por aquí no haya transitado en exceso. Se trata de la historiadora del arte Bénédicte Savoy, una de las expertas “más respetadas e innovadoras de Alemania, Europa y a nivel mundial. Gracias también a su labor investigadora, su compromiso y su tenacidad, logró entre otros, la devolución a Nigeria de 20 valiosas obras de arte por parte de Alemania: los bronces de Benín. Estas piezas históricas fueron sustraídas en 1897, junto con muchas otras, del palacio del reino de Edo en la ciudad de Benín, y algunas de ellas acabaron en museos alemanes“.

Pero eso es solo una parte de su trabajo, que también ha tenido gran impacto en su país natal, Francia. De hecho, en 2018 se encargó -junto con Felwine Sarr y a petición del gobierno- de elaborar el informe “Restituer le Patrimoine africain : vers une nouvelle éthique relationnelle“, que condujo a que el Parlamento galo aprobara una ley en 2020 que autorizaba algunas  restituciones a Senegal y Benín. A eso ha seguido otro texto, el “Patrimoine partagé : universalité, restitutions et circulation des œuvres d’art“, a cargo en esta ocasión del cuestionado Jean-Luc Martinez, que propone un modelo para tramitar esas reclamaciones de restitución.

Balance la la restitución de patrimonio histórico artístico africano desde museos museos franceses en 2017-2022 (imagen: Le Monde 6-7 de noviembre de 2022)

En fin, como se puede observar con la lectura de aquel primer informe de 2018, las cifras del patrimonio cultural africano expoliado -pero no solamente africano, claro está- son esclarecedoras y muestran, como señala la profesora Savoy en una reciente entrevista 

la presencia masiva de colecciones africanas en los museos europeos, no sólo en las capitales coloniales de Londres (69.000 objetos del África subsahariana sólo en el British Museum), París (69.000 sólo en el Musée du Quai Branly), Bruselas (más de 100.000 en el Musée de Tervuren) y Berlín (75.000), sino también en capitales regionales más pequeñas, incluidos países sin colonias propias. Alrededor de 1900, los museos de Suiza, Austria y Suecia se abastecían directamente de los excedentes de objetos africanos arrojados a los mercados de arte de Londres y París. En total, si sumamos las cifras proporcionadas por los museos públicos europeos, llegamos a más de medio millón de números de inventario procedentes del África subsahariana (en comparación: unos 50.000 en las instituciones públicas de Estados Unidos). En ningún otro lugar del mundo han acumulado los museos públicos tan ingentes cantidades de objetos antiguos africanos en sus reservas y salas de exposición como en Europa“.

Todo lo anterior nos podría llevar muy lejos, pero lo conducimos a la reciente aparición en el mercado francés de dos libros firmados por esta autora. Por un lado, La longue bataille de l’Afrique pour son art. Histoire d’une défaite postcoloniale (Seuil), publicado originalmente en alemán en 2021 y  traducido al inglés al año siguiente.  Por otro, el más reciente À qui appartient la beauté ? (La Découverte), que en su introducción retoma un esbozo anterior, publicado en 2017 (Objets du désir, désirs d’objetsFayard), así como extractos de una entrevista realizada en 2015 por Cristelle Terroni para La Vie des idées, mientras que en la conclusión utiliza algunos párrafos del posfacio, traducido del alemán por Frédéric Gendre, que la autora dedicó a la nueva edición ampliada de Des lions comme des danseuses, de Arno Bertina (La Contre-allée), bajo el título “L’héritage des autres”.

El «Fragmento Fagan», un fragmento del friso oriental del Partenón ateniense que se encontraba en el Museo Arqueológico de Palermo (Sicilia, sur de Italia), devuelto en 2022 a la capital griega, tras el acuerdo alcanzado entre esta entidad y el Museo de la Acrópolis de Atenas (foto: EFE/ Gobierno de lLa Región de Sicilia)

En la introducción nos quedamos y así empieza: .

“Desde finales del siglo XVIII, de París a Londres y de Roma a Weimar, las transferencias masivas de bienes culturales y la violencia real o simbólica que las subyace provocan reacciones incómodas en los círculos ilustrados. En Francia, en 1796, Antoine Chrysostome Quatremère de Quincy atacó la política de conquista artística del Directorio en Italia y describió en páginas admirables y a menudo citadas la unidad sagrada que, en su opinión, vincula el objeto de arte y su contexto de origen:

No es ni en medio de la niebla y el humo de Londres, ni de la lluvia y el barro de París, ni del hielo y la nieve de Petersburgo; no es ni en medio del tumulto de las grandes ciudades de Europa, ni en medio del caos de distracciones de un pueblo inútilmente ocupado con preocupaciones mercantiles, donde puede desarrollarse esta profunda sensibilidad por las cosas bellas.

En 1812, en Inglaterra, Lord Byron protestó contra el traslado por Lord Elgin de los frisos del Partenón de Atenas a lo que llamó “el odioso clima septentrional de Inglaterra”. Medio siglo más tarde, en 1861, Victor Hugo, indignado por el saqueo del Palacio de Verano por los ejércitos francés y británico en Pekín, denunció en una carta ahora famosa un crimen perpetrado por la barbarie europea contra la civilización china.

Estas acusaciones cayeron en el olvido durante mucho tiempo, y lo único que se ha recordado es el lado diurno de la acumulación de capital cultural entre los siglos XVIII y XX que hizo tan famosos a los museos europeos. Por supuesto, la propia idea de patrimonio universal nació de la recogida y conservación de estos objetos, y de las emociones individuales y colectivas que despertaban. Pero, ¿qué ha sido de los lugares donde ya no existen? ¿Cómo aceptar que el capital simbólico y real generado por estos museos no sea compartido? ¿Y cómo no querer -a través de los museos, gracias a los museos, porque nos han dado tanto y nos han quitado tanto- emprender una política más justa hacia los desposeídos?

Uno de los muchos objetos robados en 1860 durante el saqueo del Palacio de Verano de Beijing por franceses y británicos al final de la Segunda Guerra del Opio y repartidos en museos y colecciones privadas occidentales. La cabeza de caballo de la imagen, una de las 12 figuras del reloj zodiacal de los jardines del palacio, fue comprada en 2020 por el multimillonario Stanley Ho y entregada a la Administración Nacional de Patrimonio Cultural de China (foto: (Xinhua/Li He)

Habiendo sido la historia de Europa lo que también ha sido durante siglos -una historia de enemistades entre nuestras naciones, de guerras sangrientas y de discriminaciones dolorosamente superadas tras la Segunda Guerra Mundial-, tenemos en nuestro interior las fuentes y los recursos para comprender la tristeza, la cólera o el odio de quienes, en otros trópicos, más lejanos, más pobres, más débiles, se han visto sometidos en el pasado al “intenso poder absorbente” de nuestro continente. O, para decirlo en pocas palabras: todo lo que necesitamos hoy es un pequeño esfuerzo de introspección y un ligero paso a un lado para empatizar con ellos.

La introspección es el esfuerzo que consiste, colectivamente, en vincular los objetos de nuestros museos a la historia de cómo llegaron aquí y a las personas que viven hoy donde estaban ayer. Significa dar a la gente algo que ver y sobre lo que pensar, abrazando conscientemente la parte engorrosa de nuestra historia como europeos “a los que todo llegó“. Significa prestar una atención cercana, constante y crítica a las voces de todos aquellos que, dentro y fuera de Europa, hacen del patrimonio una cuestión política. En resumen, significa intentar hacer lo que sugiere Achille Mbembe:

Partiendo de una multiplicidad de lugares, luego se trata de atravesarlos de manera tan responsable como sea posible, como los derechohabientes que todos somos, pero en una relación total de libertad y, allí donde es preciso, de desconexión. En ese proceso que implica una traducción, pero también un conflicto y malentendidos, algunas cuestiones se disolverán por sí mismas. Emergerán entonces, en una relativa claridad, exigencias, si no de una posible universalidad, por lo menos de una idea de la Tierra como lo que nos es común, nuestra común condición.

Más allá de la simple cuestión de saber a dónde “pertenecen” las obras de arte, hay que analizar su historia y la de las personas que convivieron con ellas. Arrojar luz sobre el pasado y las condiciones de exilio de estos objetos. Debemos ser transparentes sobre los contextos históricos, económicos y culturales de los que fueron extraídos, y sobre cómo fueron recibidos en la Europa ilustrada e industrializada que se apropió de ellos y los transformó. Para responder a la cuestión de las restituciones, primero tenemos que mirar a la cara a nuestra historia.

“Saqueo, 10 historias”: exposición en la Mauritshuis de La Haya en la que se cuenta la historia de obras de arte expoliadas durante los periodos de colonización europea o las invasiones de los siglos recientes, como la ocupación nazi (foto: De Volkskrant)

¿Cómo justificar que unos disfruten de un patrimonio que se pretende universal cuando a otros se les mantiene alejados de él, física y económicamente? ¿Qué hacer con el hecho de que estos últimos son los que han sido despojados de sus bienes por la violencia y las asimetrías de la historia? ¿Qué podemos decirles? ¿Cuál es el significado del vínculo, real o sentido, fijado jurídicamente o reivindicado culturalmente, con estos objetos en litigio? ¿Cómo debemos mirarlos? ¿Qué tienen que decir nuestras emociones, tanto individuales como colectivas, sobre estos iconos de belleza?

¿A quién pertenece la belleza? La pregunta es retórica: desde luego, la belleza no pertenece a nadie. Y sin embargo, desde el siglo XVIII y con la invención de los museos tal como los conocemos hoy, ciertos objetos han sido elegidos y expuestos precisamente por su belleza. Como “objetos de deseo”, han sido comprados, robados, escondidos, saqueados, ofrecidos o regalados, y nunca han dejado de dar lugar a germinación, fecundación estética e inesperada cristalización. Sin embargo, todo objeto “transportado” de un lugar a otro crea también una “carencia” allí donde ya no está. Por eso adoptaremos el punto de vista del admirador, cuya fascinación puede conducir a la adquisición o al deleite de la obra en cuestión, y el punto de vista del desposeído, para quien el sentimiento de pérdida, injusticia y ausencia puede desembocar en indignación y reivindicación. A través de estos objetos, toma forma una historia transnacional de Europa y del mundo, que pone en diálogo disciplinas e historiografías.

El objetivo de este libro es reflexionar juntos sobre el “desplazamiento” de objetos en condiciones muy diversas: saqueos, excavaciones arqueológicas, expediciones académicas, expolios, adquisiciones, donaciones, etc. Algunos de estos términos ya constituyen una lectura política de los acontecimientos. (…).

(…)”.

Reseña y extracto del libro de Bénédicte Savoy À qui appartient la beauté?, Paris, Éditions La Découverte, 2024

Fuente: Clionauta 29 de enero de 2024

Portada: soldados británicos con objetos de bronce entre los restos del recinto palaciego de Ovonramwen, Oba de Benin (actual Nigeria) destruido durante la expedición punitiva de febrero de 1897 (foto: Reginald Kerr Granville).

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

Artículos relacionados

Imperio sin colonialismo: espejo del narciso español

Usos y abusos de la historia. López Obrador y sus detractores

Historia y leyenda de la Leyenda Negra (y III). Reflexiones finales

Por el Imperio hacia el Estado nación

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí