Margarita Ibáñez Tarín
Doctora en Historia Contemporánea
Max Aub viajó a Israel en 1966, comisionado por la Unesco, para dar un curso de Historia, Literatura y Cultura de México en la Universidad Hebrea de Jerusalén, pero lo que iba a ser una experiencia muy singular para un escritor de familia judía se convirtió en una constatación decepcionante, que reflejó de forma prolija en sus diarios:
Creí que tenía algo de judío no por la sangre (que, pobrecita, ¿Qué sabe de eso?) sino por la religión de mis antepasados —mis padres no la tuvieron— y vine aquí con la idea de que iba a resentir algo, no sé qué, que me iba a enfrentar conmigo mismo. Y no hubo nada. Nada tengo que ver con estas gentes que no sea lo mismo que con los demás, como nada tengo que ver con los alemanes, ni con los polacos, ni con los japoneses, ni con los argentinos. Mis ligazones son con los mexicanos, los españoles, los franceses y algo, tal vez, con los ingleses. Tal vez más con los españoles, pero sólo, quizá con los de mi tiempo. No, no tengo nada de judío. Lo siento, pero no puedo llorar, me son extraños, tanto o más que los noruegos o los turcos.[1]
Queda patente en este texto su cosmopolitismo, una condición que, unida al pensamiento crítico, —que Max Aub compartió con gran parte de los judíos intelectuales del siglo XX— lo convierten en uno más de esa generación excepcional. Desde Joseph Roth y el pintor Marc Chagall a Stephan Zweig, Walter Benjamin y otros muchos. La Europa central de lengua alemana (en menor medida el imperio ruso y Francia) fue el epicentro de esa explosión creativa. Marcel Proust, Franz Kafka y Robert Musil renovaron la literatura, Sigmund Freud inventó el psicoanálisis, Marx, Rosa Luxemburgo y León Trotsky convirtieron el universalismo de la Ilustración en internacionalismo socialista, Herbert Marcuse, Theodor Adorno, Hannah Arendt y Ernest Bloch transformaron la filosofía, la sociología y la historia. El historiador Enzo Traverso ha visto en ese cosmopolitismo judío un elemento estructural de la historia judía:
La gran época del cosmopolitismo comenzó en la segunda mitad del siglo XIX y finalizó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el proceso fue detenido abruptamente por el genocidio nazi y luego canalizado por el Estado de Israel, centro de llegada de los supervivientes y foco de atracción del nomadismo extendido a lo largo de varias generaciones.[2]
En este artículo intentaremos mostrar el impacto que le causó a Max Aub el Estado de Israel y el conflicto judío-palestino en su viaje de 1966, justo en los meses anteriores a la Guerra de los Seis Días. Lo abordaremos desde el ángulo de su condición de republicano y español por elección propia y desde su inclusión en una generación de intelectuales europeos, judíos, cosmopolitas, antifascistas y críticos con el poder establecido, que ha sido fundamental en la historia de Europa en el siglo XX.
Antecedentes. Español por elección y judío por azar
Es sabido que Max Aub, aunque había nacido en París y era hijo de un alemán y de una francesa, se consideraba español por elección propia y porque había estudiado el bachillerato en Valencia. Siempre escribió en castellano —aunque hablaba las lenguas de sus padres— y se identificó por encima de todo con “lo español”, obviando su origen foráneo. Su familia se había instalado en Valencia en 1914 huyendo de posibles represalias en el contexto de la Gran Guerra en Francia. El inició de la contienda los sorprendió veraneando en un pueblecito del departamento del Oise, a dos pasos del escenario de la batalla de Marne. Su padre, de origen judío alemán, no había renunciado a su nacionalidad, a pesar de estar casado con una francesa y vivir en París. Sus tíos, los hermanos de su madre, también judíos, peleaban en el ejército francés, mientras que la familia del padre lo hacía en las filas alemanas y otro tío suyo era comandante en el ejército austriaco. La familia salió huyendo con lo puesto y no les permitieron pasar por París para recoger nada. Lo que tenían en su domicilio fue considerado “bienes pertenecientes al enemigo” y vendido en pública subasta. En ese viaje precipitado hacia la frontera española, escuchó Max Aub por primera vez “Sales juifs”, no tenía ni idea de que lo fueran porque sus padres eran perfectos agnósticos.[3]
Después de 1918, los judíos pasaron a ser una minoría vulnerable —según Enzo Traverso—, que fuera ya del espacio heterogéneo, multinacional y pluriconfesional de los antiguos imperios, era percibida como un cuerpo extraño en el seno de los nuevos estados nación, viéndose expuestos al ascenso de los nacionalismos. Se convirtieron en el chivo expiatorio de una guerra civil europea que la Alemania nazi llevaría finalmente al paroxismo.[4]
Los Aub se instalaron en Valencia porque el padre, que era comerciante y un gran viajero, tenía un cliente muy querido en la ciudad que les ofreció ayuda. Allí creció Max Aub y al cumplir veinte años, según cuenta en su libro de perfiles biográficos Cuerpos Presentes: “Me decidí por nacionalizarme español haciendo el servicio militar, pero me salvó mi propia miopía, aunque con ello quedé definitivamente como español”.[5]
Su identificación, no exenta de crítica, con la II República y con “lo español” en su literatura, en la política y en su vida, en general, está presente en toda su obra hasta el punto de llegar a decir: “Para los judíos la tierra prometida es Israel; para mí, España”.[6] El periodista Corpus Barga subrayó en la necrológica que escribió después de su muerte, el gran fervor que sentía Max Aub por España:
En general le entusiasmó todo lo español, se apropió de la cosa española más que muchos españoles, en todas las querellas tomó parte y partido, si alguna vez hablaba mal de España lo hacía —como los buenos españoles— por patriotismo […]. Max sentía a España con pasión y tal como la sintió al llegar a ella. Viviera donde viviese seguía viviendo en el Madrid de las primeras décadas del siglo XX. Era un caso de fidelidad. España para él era también una vocación.[7]
Pese a todo, Max Aub era muy consciente de los padecimientos que tuvo que soportar —derivados de su determinación y del legado que había recibido de sus padres— por las especiales circunstancias de su origen:
¡Qué daño no me ha hecho en nuestro mundo cerrado, no ser de ninguna parte! El llamarme como me llamo, con nombre y apellido que lo mismo puede ser de un país que de otro […] En estas horas de nacionalismo cerrado, el haber nacido en París y ser español, tener padre español nacido en Alemania, madre parisina pero de origen también alemán y de apellido eslavo, y hablar con ese acento francés que desgarra mi castellano ¡Qué daño no me ha hecho¡ El agnosticismo de mis padres —librepensadores— en un país católico como España, o su prosapia judía en un país antisemita como Francia ¡Qué disgustos, que humillaciones no me ha acarreado! ¡Qué vergüenzas! Algo de mi fuerza —de mis fuerzas— he sacado para luchar contra tanta ignominia.
Quede constancia, sin embargo, y para gloria de su grandeza, de que en España es donde menos florece ese menguado nacionalismo, hez bronca de la época; aunque parezca mentira. Allí jamás oí lo que he tenido que oír, aquí y allá, en pago de ser hombre, un hombre como cualquiera.[8]
Max Aub nunca se sintió perseguido por su condición de judío durante el tiempo que vivió en nuestro país. La visión de la España inquisitorial, ariete del antisemitismo durante la Baja Edad Media y la Edad Moderna,[9] no se compadece con la realidad del país en los años veinte y treinta del siglo XX. Si bien no se puede negar, que España fue, después de Francia, el país con mayor número de ediciones del infame libelo de Los protocolos de Sion. El reencuentro español con los judíos se llevó a cabo en un clima, si no favorable, al menos permisivo, a partir de la creación del protectorado en Marruecos en 1912. La comunidad judía en España, que era muy pequeña en esos años, se incrementó muy modestamente a partir de 1914, fecha en que llegó la familia de Max Aub a Valencia. En los inicios de la Primera Guerra Mundial y hasta la guerra civil española el número de judíos experimentó un cierto crecimiento con la existencia de tres comunidades en Sevilla, Barcelona y Madrid.[10]
El clima de permisividad que percibía Max Aub en España respecto a la cuestión judía tenía su origen en el filosefardismo finisecular, que arranca de más atrás y tiene un defensor a ultranza en la figura del senador Ángel Pulido Fernández (1852-1932), que en un viaje que realizó en 1903 por los países del Danubio contactó con notables sefardíes, como Haim Bejarano, director de la escuela sefardí de Bucarest. Tras un periodo de concienciación, en 1924, durante la Dictadura de Primo de Rivera, se promulgó un importante Real Decreto que permitía la naturalización como españoles de los judíos sefardíes y el gobierno de la II República continuó esta tradición de filosefardismo.[11] En los años treinta, la República organizó giras de conferencias, que impartieron Giménez Caballero y, más tarde, Corpus Barga, por Hungría, Austria y Rumanía con el fin de atraer a pudientes judíos sefardíes para que se establecieran en España y contribuyeran a reactivar la economía.[12] Desde mucho antes ya formaba parte de la élite madrileña, el poderoso judío Ignacio Bauer y Landauer, representante de la Casa Rothschild, dueño de la editorial Compañía Ibero-americana y amigo personal de Alfonso XIII.[13]
Max Aub desde muy joven se interesó por la Historia, lo que le llevó a leer las teorías de Henry Pirenne sobre la convivencia de las tres culturas —cristiana, árabe y judía— en España. También fue un gran seguidor de la brillante generación de arabistas ligados al Centro de Estudios Históricos, como Julián Ribera, Asín Palacios y Emilio García Gómez.[14] Con este último le hubiera gustado estudiar: “cuando quise estudiar árabe con García Gómez […], pero no he tenido nunca tiempo de dedicarme a una sola cosa”.[15] Sin embargo, sí que estudió latín y tuvo un trato muy estrecho con Ambrosio Huici Miranda, otro importante arabista de esta generación, durante el tiempo que asistió al Instituto Luis Vives de Valencia. En los años treinta estaba profundamente interesado por los estudios del arabista francés de origen judío Lévi-Provençal, muy amigo de Huici Miranda, al que visitaba en su finca de Los rincones, en la aldea de La Portera en Requena (Valencia). Más tarde, en la década de los sesenta, durante su exilio en México mantuvo una larga correspondencia con Américo Castro. Ambos coincidían en la idea de que lo árabe se incardina en lo español y, a su vez, lo árabe se integra en una lectura global de lo semita que incluye lo judío. Según José Ramón García López, lo que verdaderamente escondían estos afanes del escritor era la búsqueda de una conexión entre su pasado y lo español:
Max Aub encontraba así argumentos que cimentaran a su vez su identidad personal, religando las condiciones particulares de su acceso a la españolidad con una serie de componentes que legitimaban la presencia de lo judío como sinónimo de modernidad.[16]
De ahí su interés por la recuperación del pasado judío sefardí y su defensa de su españolidad como categoría que integraba sin problema alguno su dimensión judía.
Max Aub vivió tranquilo en España hasta la guerra civil, pero cuando se exilió en Francia atravesó por una situación especialmente peligrosa a causa de su doble condición de judío y rojo. Gérard Malgat ha documentado de forma exhaustiva cómo su origen judío fue un elemento determinante en sus detenciones en Francia.[17] El gobierno colaboracionista de Vichy introdujo, adelantándose a las exigencias de la Alemania nazi, medidas antisemitas muy duras. El consulado de España en Marsella, ciudad en la que estuvo refugiado Max Aub, mantuvo en esos años una política ambivalente hacia la población judía, que fue variando a lo largo del tiempo, según su conveniencia, con el objetivo de granjearse la benevolencia de los aliados al final de la Segunda Guerra Mundial.[18] La situación de Max Aub era extremadamente arriesgada en los siete meses que pasó allí, ya que a la acusación por razones ideológicas de “dangeroux pour l’ordre public”, que constaba en su ficha de internamiento en el campo de concentración de Vernet, se añadía su condición de judío, que, por suerte, no constaba en la ficha, donde figuraba religión católica. En cualquier caso, las autoridades españolas conocían sobradamente su ascendencia hebrea. En poder del cónsul español de Marsella, Valentín Vía Ventalló, obraba la circular n.º7 emitida en París el 11 de marzo de 1940 por el embajador Lequerica que ordenaba que al ser Max Aub un hebreo alemán y comunista revolucionario debía negársele el certificado de nacionalidad española, el visado y el pasaporte e informar inmediatamente a la Embajada de España.[19] Valentín Vía Ventalló, cónsul español en Marsella, no sólo se encargaba de conceder visados sino que también hacía las veces de informante de los republicanos sospechosos que se encontraban en su jurisdicción. Los problemas de Max Aub no terminaron en Marsella, fue de nuevo detenido por las autoridades francesas y tras volver a pasar por el campo de concentración de Vernet, fue trasladado al campo de Djelfa, en Argelia. Según José María Naharro-Calderón su durísima experiencia en Djelfa le salvó de una probable muerte en las cámaras de gas de los campos de exterminio nazi.[20] Cuando salió de allí pasó escondido una temporada en una maternidad judía de Casablanca (Marruecos) y finalmente consiguió llegar a México el 1 de octubre de 1942.
Denuncia anónima contra Max Aub, especificando su condición de judío, y nota verbal de José Félix de Lequerica, embajador español en Francia, dirigida al al Ministerio de Asuntos Exteriores francés (fotos: Cervantes Virtual)
No hay ninguna duda de que Max Aub se sentía español y siempre lo tuvo a gala, ahora bien, su condición de hebreo le suscitaba más problemas porque el mundo judío no tiene nada de monolítico y él difícilmente podía identificarse con casi ninguno de sus integrantes. En “Notas para una mesa redonda, acerca del racismo, en el círculo mexicano-israelí, que no tuvo lugar” escribió: “Raza, escrito al revés, como Roma y amor, dice azar”[21] y en uno de los poemas de Imposible Sinaí concluye que “Solo los judíos saben lo que son. Mas nadie sabe lo que es un judío”.
—¿Sabrá alguien qué quiere decir judío?
Ni tu ni yo…
No es como ser francés, polaco o ruso;
Ser judío es como ser apátrida.
Ser judío es otra cosa.
Tampoco es como ser cristiano, ateo,
Deísta, o mahometano.
Ser judío tampoco es ser sabrá
Ni tampoco tener un pasaporte israelí.
—Ser judío —ríe un sefardí— es la hostia
A menos de ser ortodoxo
Y vivir en Mea Shearim,
Haciendo el ridículo.
Ser judío es ser hijo de Israel y no creer en él.
—Ser judío es ser ateo
Y rendir a Jehová culto.
—Ser judío es ser soldado a marchamartillo
Y pacifista al mismo tiempo.
—Ser judío es la hostia bendita.
—Ser judío es ser blanco, amarillo y rojo.
—No sabe nadie qué es ser un judío;
Ni nadie sabe en qué consiste serlo.
—Y, sin embargo, se es.
—Como se nace negro
—Por regla de Dios.
—Por regla de dos.
—Por regla de tres.
—Pero nadie sabe lo que es.
—[…]
Solo los judíos saben lo que son. Mas nadie sabe lo que es un judío.[22]
Imposible Sinaí, la obra que escribió Max Aub sobre la Guerra de los Seis Días
Hasta que obtuvo la nacionalidad mexicana en 1956 no pudo volver a Europa. Desde ese momento viajó en diez ocasiones. Llegó a Tel Aviv el 4 de noviembre de 1966, después de pasar por Londres y París, y permaneció en Israel hasta el 22 de febrero de 1967. Fruto de esta estancia son las más de 150 páginas que dedica en sus Diarios (1939-1972) a reflexionar críticamente sobre la política nacionalista del Estado de Israel y su libro Imposible Sinaí, un alegato antibelicista con el telón de fondo de la Guerra de los Seis Días.
La publicación de Imposible Sinaí es póstuma. Se publicó en 1982, diez años después de su muerte —a pesar de sus muchos desvelos en vida para que su agente literaria Carmen Balcells se ocupara del libro —, pero esto no constituye una rareza en su trayectoria, marcada siempre por las dificultades para publicar. Una de sus mejores obras teatrales, la tragedia San Juan, escrita en 1943, que cuenta la historia de un barco cargado de judíos a la deriva en el Mediterráneo en los años de la Segunda Guerra Mundial, se puso en escena 55 años después, en 1998. La vigencia de ambas obras no solo no ha decaído, sino que se ha incrementado con el paso del tiempo y hoy están tristemente de actualidad.
Imposible Sinaí se configura como una antología de 28 poetas muertos, árabes y judíos, en la Guerra de los Seis días. Max Aub nos dice que en los bolsillos y mochilas de estos poetas apócrifos se encontraron los poemas que tradujeron sus alumnos. La guerra se desarrolló entre el 5 y el 10 de junio de 1967 y enfrentó por un lado a Israel y por otro a la coalición árabe formada por Egipto, Jordania, Irak y Siria. El mismo Max Aub se incluyó en la nómina de poetas que aparecen en Imposible Sinaí con el apellido materno, Mohrenwitz, y fusionando, como suele ser habitual en su obra, datos autobiográficos reales con otros ficticios.
En la obra desfilan una galería de personajes —en mayor número judíos— que presentan una multiplicidad de puntos de vista: askenazis de origen lituano, polaco, suizo y alemán, sefardíes, safras, y miembros de la comunidad árabe formada por palestinos, egipcios, marroquíes, beduinos, etc. El único denominador común de todos ellos es su condición de víctimas de la guerra. Bárbara Greco acierta en la descripción cuando dice:
EL autor nos traza el retrato de una humanidad sin nombre, una humanidad que paga, en su propia piel, las consecuencias fatales de decisiones ajenas; una comunidad olvidada, aplastada por el peso de la historia, que aquí resucita, toma la palabra y se convierte en protagonista coral del libro.[23]
Todos los poetas coinciden en la expresión de un único mensaje: “el sinsentido de esa guerra, una vez en el frente, abocados a una muerte injusta que ninguna patria ni idea justifica”.[24] Los muertos judíos y árabes aparecen como intercambiables:
—Tú eres judío, yo mahometano. Ni tú ni yo nos hacíamos daño.
Los dos semitas, los dos oscuros, cuatro ojos negros, pelo crespo.
—Ahora somos dos muertos: morenos, de ojos en blanco, de pelo crespo.
Si nos cambiaran de uniforme…
—Además, francamente, no vale la pena.[25]
Pero este planteamiento, que refuerza el anonimato de las víctimas, no significa que Max Aub no tomara partido: “Y lo triste es que ese odio hacia los árabes ha sido fabricado por la guerra fría. Tal vez desaparezca un día. No lo veré”,[26] decía. El escritor apoyaba con decisión la causa del más débil, del que partía en desventaja:
Pobres árabes.
Árabes pobres.
¿Cuál es el adjetivo,
¿Cuál es el sustantivo?
¿Quién es el responsable
de este desastre?[27]
Max Aub manifestó con toda claridad su posición al identificar el papel de los judíos con el de Franco en la guerra civil española:
Si tuviera que escoger entre unos y otros —para luchar—, al decidirme por los judíos me daría la impresión de estar en nuestra guerra peleando en favor de Franco, guardadas todas las proporciones.[28]
La Guerra de los Seis Días, en 1967, no fue una más de la larga cadena de guerras que han enfrentado a Israel con sus vecinos árabes, destruyó la idea de que “judaísmo, antifascismo, resistencia y socialismo eran realidades próximas”. La primera guerra árabe-israelí en 1948 había sido mostrada al mundo como una lucha de Israel por su supervivencia y había contado con el apoyo de la URSS y de la izquierda, pero la Guerra de los Seis días destruyó esa ilusión y dio paso a un idilio entre la derecha y los judíos, que continúa hasta la actualidad.[29]
El final de la Guerra de los Seis días supuso la derrota de los países árabes y del panarabismo de Nasser. Fue una derrota infringida por un Estado ínfimo, pero técnicamente muy avanzado. Un Estado militarizado y europeizado que contaba con el firme respaldo de las grandes potencias. Cuando el 8 de junio de 1967 terminó la guerra, el Egipto de Nasser estaba en ruinas. Había perdido Gaza, el Sinaí y el Canal de Suez, mientras Siria había perdido los altos del Golán y Jordania el casco viejo de Jerusalén y toda la orilla izquierda del río Jordán.[30]
El escritor dando muestras de una gran sagacidad para vislumbrar el triste futuro de la región, tituló acertadamente el libro Imposible Sinaí y concluyó el pequeño prólogo que precede a la obra con una frase premonitoria de que con el fin de las hostilidades, la guerra realmente no había terminado: “Con el cese de la lucha en el frente sirio, a las 6.30 de la tarde (hora de Medio Oriente), la guerra árabe-israelí ha terminado. Es un decir”.[31]
Pensamiento crítico, un elemento constitutivo de la modernidad judía presente en Max Aub
Durante la larga etapa que va desde 1850 a 1950, los judíos fueron el foco del pensamiento crítico en Europa. Desde finales del siglo XIX la exacerbación del antisemitismo hizo que la intelligentsia judía fuera aún más sensible a la crítica al conservadurismo y a la impugnación de los poderes establecidos.[32]
Max Aub en su viaje mostró una visión crítica implacable en su condena del proyecto sionista estatista, eurocéntrico y colonial de Israel, así como en la denuncia de la instrumentalización de la memoria del holocausto, como fuente de legitimación al servicio de la causa sionista. También criticó duramente la pobreza cultural, el fundamentalismo religioso judío y el racismo existente en Israel, donde los judíos de origen askenazi ocupaban los principales puestos en menoscabo de los sefardíes y de todos los demás grupos:
Pregunté de que racismos se había tratado aquí; me los enumeraron. ¿Y del racismo en Israel no ha hablado nadie? […].[33] 709.
Israel en la actualidad es un pueblo donde domina un sionismo extraordinariamente racista, que no reconoce como judíos a Heine ni a Marx porque el fundamentalismo religioso dominante no puede tolerar la existencia de un judío ateo.[34]
Los askenazis vigilan: no se van a dejar arrebatar la dirección del país de sus manos, y nos les conviene, de ninguna manera, que el viejo pasado ilustre de los sefardíes salga a la luz.[35]
El gran problema del país, culturalmente —para mí—, es que solo le importa lo judío en tanto que judío y no como universal. Me explico: aquí por, ejemplo, no solo son desconocidos Américo Castro o García Gómez, que trajeron a la historia, que le dieron tanta importancia a lo israelita, eso sí, mezclado a lo árabe. ¡Claro está! Lo mismo pasa con Caro Baroja, cuyos tres tomos acerca de Los judíos españoles en la Edad Moderna, repletos de datos […], deberían hasta ser populares. Pero, que yo sepa, no hay un solo ejemplar disponible en ninguna librería de Israel.[36]
Los asesinos del ladino han sido los judíos de Israel. Vinieron los de Salónica, de Larisa, de Rumanía y aquí perdieron, o perderán, el español que habían conservado durante cuatrocientos cincuenta años, en menos que nada. Sólo quedará el hebreo revivido a la fuerza. Ya sólo hablan ladino los viejos y ya no lo canta nadie. Da tristeza.[37]
No les va ni les viene la religión más que como base de su nacionalismo (hasta que la reemplacen totalmente por el idioma).[38]
Reflexionó mucho sobre el hecho de lo qué significaba “ser judío” y en este aspecto coincidía con Jean Paul Sartre en la creencia de que el judío es construido como judío por la mirada del antisemita. “Se es judío porque los demás te tienen por judío”.[39] A lo largo de su obra, abordó muchas veces esta cuestión y tenía al respecto una teoría propia:
Como consecuencia de la Revolución Francesa los judíos casi llegaron a desaparecer, absorbidos por sus países de origen. La minoría ortodoxa era pequeña y el antisemitismo a mediados del siglo XIX se reducía cada vez más. ¿Qué sucedió? Curiosamente fueron gentes como Marx y Heine las que revivieron el odio hacia los judíos, fundiéndose con el racionalismo, el ateísmo — si no son una misma cosa— y el socialismo. El racismo actual es hijo natural y putativo de ese movimiento: por luchar contra el socialismo, las derechas no dudaron en recurrir a los procedimientos más burdos, que llegaron a superior expresión con el nazismo.[40]
Las condiciones históricas que situaron a los judíos en el corazón del pensamiento crítico en el viejo mundo dejaron de existir al acabar la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad estamos asistiendo al declive del antisemitismo tradicional y a la adopción de una actitud benevolente con respecto al sionismo por parte de las extremas derechas de Europa. Por primera vez en la historia, los judíos y la extrema derecha han dejado de ser universos incompatibles, irreductiblemente opuestos, pues ya no los separa el antisemitismo. Israel se ha instalado en una relación de alianza con EEUU, donde su causa tiene defensores ardientes, tanto en la sociedad como en el poder político.[41]
Con su proverbial perspicacia Max Aub anticipó que “para lo que podía servir Israel era para resolver el problema del antisemitismo en el mundo”,[42] pero no llegó a vislumbrar los cambios que se iban a producir, como consecuencia de este hecho. Tras la Segunda Guerra Mundial, el odio a los judíos ha sido sustituido por la islamofobia en muchos países occidentales, que no han sabido gestionar la llegada masiva de inmigrantes procedentes de sus antiguas colonias. Los partidos de ultraderecha europea han encontrado un marco de oportunidad en promover el miedo a los trabajadores musulmanes para agitar a la población y obtener votos en las elecciones.
Para terminar y volviendo al historiador Enzo Traverso: “Marginalidad social, cosmopolitismo, no pertenencia nacional, ateísmo e inconformismo político son los atributos del “judío no judío”.[43] Un perfil que define a un amplio grupo de intelectuales judíos europeos, que vivieron una explosión de creatividad en la primera mitad del siglo XX, comparable a la de la Atenas del siglo V a. C. o la de la Córdoba califal del siglo X. Los cinco rasgos están presentes en Max Aub. Los tres primeros se observan en la marginalidad social que sufrió en Francia durante la Segunda Guerra Mundial y que le llevó a estar internado en tres campos de concentración, en su cosmopolitismo de origen y destino —con su nacimiento en París y su muerte en México— y en su problemática adscripción nacional, finalmente española y mexicana por elección propia. Los dos últimos: su ateísmo y su inconformismo político han quedado patentes en su obra y en su vida a través de numerosas declaraciones.
Hoy en día, una voz crítica como la de Max Aub, que se atrevió a identificar el bando judío en la Guerra de los Seis Días con el bando franquista en la guerra civil y a denunciar con contundencia el nacionalismo exacerbado israelí correría el riesgo de ser incluido entre los antisemitas.
Notas
[1] AUB, Max, Diarios 1939-1972, Edición de Manuel Aznar Soler, Sevilla, Renacimiento, 2023, pp. 543-544.
[2] TRAVERSO, Enzo, El final de la modernidad judía. Historia de un giro conservador, València, PUV, 2013, p. 45.
[3] AUB, Max, Cuerpos presentes, Edición, introducción y notas de José Carlos Mainer, Segorbe, Fundación Max Aub, 2001, pp. 273-274.
[4] TRAVERSO, Enzo, El final de la modernidad judía…, p. 27.
[5] AUB, Max, Cuerpos presentes…, p. 275.
[6] AUB, Max, Diarios (1939-1972) …, p. 526.
[7] BARGA, Corpus, “La vocación y la fidelidad de Max Aub”, Cuadernos Americanos, n.º 3, mayo-junio, 1973, p. 64.
[8] AUB, Max, Diarios (1939-1972) …, p. 157.
[9] Véase la exposición actual en el Museo del Prado “El espejo perdido. Judíos y conversos en la España medieval” (10/10/2023-14/01/2024).
[10] LÓPEZ RODRÍGUEZ, Santiago, “El servicio exterior de España durante el holocausto en la Francia ocupada (1940-1944)», Tesis doctoral, Universidad de Extremadura, 2021, p. 72.
[11] LÓPEZ RODRÍGUEZ, Santiago, “El servicio exterior de España…, pp. 82-100.
[12] DEL ÁLAMO TRIANA, Isabel, Cartas a Corpus Barga, Edición, prólogo, introducción y notas de la autora, Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 2008, p. 85.
[13] LÓPEZ RODRÍGUEZ, Santiago, “El servicio exterior de España…, p. 82.
[14] LÓPEZ GARCÍA, José Ramón, Fábula y espejo. Variaciones sobre lo judío en la obra de Max Aub, Sevilla, Renacimiento, 2013, pp. 49-50.
[15] AUB, Max, Diarios (1942-1972) …, p. 260.
[16] LÓPEZ GARCÍA, José Ramón, Fábula y espejo…, p. 62.
[17] MALGAT, Gérard, Max Aub y Francia o la esperanza traicionada, Sevilla, Renacimiento, 2007.
[18] El 3 de octubre de 1940 se promulgó el primer Statut des Juifs, que les prohibía trabajar en la enseñanza, en los medios de comunicación y en la Administración y en junio de 1941, el segundo que estableció números clausus. LÓPEZ RODRÍGUEZ, Santiago, “El consulado de España en Marsella durante la Segunda Guerra Mundial. Franco y los judíos sefarditas”, Pasado y presente, 2019, pp. 1202-1224.
[19] Archivo General de la Administración 54/4854, en LÓPEZ RODRÍGUEZ, Santiago, “El servicio exterior de España durante el holocausto en la Francia ocupada (1940-1944), Tesis doctoral, Universidad de Extremadura, 2021, p. 581. Max Aub fue socialista negrinista, pero nunca fue comunista.
[20] NAHARRO-CALDERÓN, José María, “De Cadhalso 34 a Manuscrito Cuervo: el retorno de las alambradas”, en AUB, Max, Manuscrito cuervo. Historia de Jacobo, Introducción, edición y notas de José Antonio Pérez-Bowie, Segorbe, Fundación Max Aub/Universidad de Alcalá de Henares, 1999, pp. 183-255.
[21] AUB, Max, Diarios (1942-1972) …, p. 706.
[22] AUB, Max, Imposible Sinaí, Segorbe, Fundación Max Aub, 2002, pp. 109-111.
[23] GRECO, Bárbara, “Contrafactualidad fantapolítica coral: Imposible Sinaí de Max Aub (1982)”, Rivista di Filologia e Letterature Ispaniche, 2017, p. 242.
[24] BELDA, Rosa, “Imposible Sinaí, un manifiesto poético contra las guerras a propósito del conflicto árabe-israelí”, Diablotexto 7 (2003-2004), p. 215.
[25] AUB, Max, Imposible Sinaí…, p. 96.
[26] AUB, Max, Diarios (1939-1972) …, p. 523
[27] AUB, Max, Imposible Sinaí…, p. 90.
[28] Ibid., p. 507.
[29] TRAVERSO, Enzo, El final de la modernidad judía…, p. 105.
[30] AUB, Max, Imposible Sinaí…, p. 142.
[31] Ibid., p. 56.
[32] TRAVERSO, Enzo, El final de la modernidad judía…, p. 80.
[33] AUB, Max, Diarios (1942-1972) …, p. 709.
[34] Ibid., p. 25.
[35] Ibid., p. 513.
[36] Ibid., p. 520.
[37] Ibid., p. 524.
[38] Ibid., p. 507.
[39] MEYER, Eugenia, Los tiempos mexicanos de Max Aub. Legado periiodístico (1943-1972), AUB, Max, “Jean Paul Sartre y la cuestión judía”, México XD.F. Fondo de Cultura Económica, 2007, pp. 332-333.
[40] AUB, Max, Diarios (1942-1972) …, p. 708.
[41] TRAVERSO, Enzo, El final de la modernidad judía…, p. 193.
[42] AUB, Max, Diarios (1942-1972) …, p. 544.
[43] TRAVERSO, Enzo, El final de la modernidad judía…,p. 74.
Fuente: Conversación sobre la historia
Portada: Marc Chagall, «Sobrevolando Vitebsk», litografía, 1914, Colección Ayala y Sam Zacks, Toronto.
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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Muy interesante trabajo.
Llama la atención la «preeminencia intelectual de los judíos» que se indica. (Así se titulaba un artículo de T. Veblen que trataba de explicarla). Es un fenómeno indiscutible y asombroso. Además de la literatura, la filosofía y la sociología se podrían señalar varios otros campos donde sobresalen los judíos, especialmente en actividades o ámbitos científicos novedosos y rompedores: el comienzo de Hollywood, que es el inicio del cine de masas, se relaciona con ellos, con los Goldwin, Selznick, Mayer, Warner (también directores y actores); la ciencia ficción. con Hugo Gernsback (creador de los premios de su nombre), Asimov, Ellison, Bester, Lem, Gaiman, etc; la física del siglo XX, a la que los nazis llamaban «física judía», con los Curie, Einstein, Bohr, Meitner, Szilard, Feynman, Von Neuman, etc, etc. De ahí que haya más de 200 premios Nobel judíos (Marie Curie lo fue por partida doble).
Si Veblen se refiere a los judíos occidentales modernos, Max Weber estudió el judaísmo antiguo, al que considera germen del cristianismo y del islam, y le da una importancia semejante al elemento grecorromano en la gestación de la civilización occidental posterior.
Max Aub, como se ve en ese artículo, apunta hacia la definición del judío y lógicamente no llega muy lejos, pues como él mismo señala no hay un único tipo en lo religioso, lo político, la actitud vital… Y por lo mismo es difícil señalar las causas de esa preeminencia, aunque Max Aub, como Veblen y Weber, lo intenta y de paso nos descubre aspectos interesantes del asunto, mirando sobre todo a su propia experiencia e interioridad.