Max Aub y Ricardo Muñoz Suay se conocían desde los años de la guerra civil. Después de la contienda, sus caminos —marcados por la represión y el exilio— se separaron hasta que en 1965 se volvieron a encontrar en el festival de cine de Cannes. Desde ese momento iniciaron una relación epistolar centrada en nuevos proyectos, como hacer una película sobre el pintor cubista Jusep Torres Campalans, que no pudieron llevar a cabo por la prematura muerte de Max Aub en 1972.  De haberla hecho, Max Aub habría podido dar una vuelta de tuerca más a la transgresión inicial de crear un pintor apócrifo y llevar sus obras a las galerías  de arte y a los museos. Se hubiera convertido en precursor de un género nuevo, el del documental fake. Solo les faltaba el mecenas adecuado.
Margarita Ibáñez Tarín
doctora en Historia Contemporánea

 

Max Aub y Ricardo Muñoz Suay se conocían desde los años de la guerra civil. Habían coincidido en 1936 en Valencia, cuando Muñoz Suay era un joven dirigente del sindicato de estudiantes FUE, que apenas había cursado el primer curso de la carrera de Historia, pero ya se codeaba con los escritores y artistas de la recién creada Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura (AIADC), donde estaban Max Aub, Josep Renau, Ángel Gaos y otros muchos. También se habían visto en 1937 en París en el despacho que tenía el escritor en la rue George V, como agregado cultural de la Embajada de España, con ocasión de un viaje, que hizo Muñoz Suay en compañía del hijo de Alcalá Zamora para acudir a un congreso internacional de estudiantes antifascistas. Después de la guerra sus caminos —marcados en ambos casos por la represión y el exilio— se separaron hasta que en 1965 se volvieron a encontrar en el festival de cine de Cannes. Max Aub había sido invitado para formar parte del jurado de esa edición en representación de México y Ricardo Muñoz Suay acudía allí ese año para presentar una película de temática taurina del director de cine italiano Francesco Rosi, El momento de la verdad, en la que había sido ayudante de dirección.[1]

 

Max Aub en 1937 y Ricardo Muñoz Suay en 1938

Ese encuentro fue el detonante del inicio de una correspondencia que se alargó entre 1966 y 1972, coincidiendo con la época en que Max Aub volvió a España por primera vez, tras su largo exilio, con el objetivo de buscar documentación para escribir un libro sobre Luis Buñuel y Ricardo Muñoz Suay —que acababa de dejar atrás su militancia clandestina en el PCE y su trabajo en la productora cinematográfica UNINCI— vivía en Barcelona y se relacionaba con un grupo de intelectuales y artistas de la llamada Gauche Divine. Los dos amigos, que —a pesar de la diferencia de edad de 14 años— compartían recuerdos del mismo pasado trágico, se encontraban en un momento vital de plena creatividad y les unían nuevos intereses. Uno de esos nuevos proyectos era hacer una película sobre el pintor cubista Jusep Torres Campalans, que no pudieron llevar a cabo por la prematura muerte de Max Aub en 1972.

Max Aub había escrito Jusep Torres Campalans en 1958. Se trata de la obra en la que el escritor fue más lejos en el constante juego entre realidad y ficción, que preside toda su producción literaria. En esta novela, todas las fronteras imaginables —historia del arte y literatura, escritura y pintura, objetividad y subjetividad, verdad y engaño, etc.— saltan por los aires. Jusep Torres Campalans es un pintor apócrifo, inventado por Max Aub, precursor del cubismo, hijo de payeses catalanes que emigra a París en los primeros años del siglo XX. En esta ciudad entra en contacto con las vanguardias y confraterniza con artistas como Pablo Picasso, Amedeo Modigliani o Piet Mondrian. Tras el estallido de la Gran Guerra, Campalans se traslada a México para acabar sus días retirado en un lugar remoto de la selva de Chiapas. Allí, en San Bartolomé de las Casas, Max Aub entra en contacto por casualidad con este pintor olvidado y decide reconstruir su vida y su trayectoria artística siguiendo, aparentemente, las pautas más rigurosas de la historiografía del Arte. Es decir, escribe un ensayo académico con aparato crítico de citas y con todas las exigencias de la disciplina, que pretende hacer pasar por verdadero.

Reportaje de Jacques Léonard sobre Torres Campalans en la revista Gaceta Ilustrada, nº 232. Madrid. 1961, marzo 18 (pp. 64-66).

La transgresión es conducida a sus últimas consecuencias y en este sentido algunos autores, como Jean Cassou o Ramón J. Sender, han incluido a Max Aub y a su obra Jusep Torres Campalans en una larga tradición literaria, muy española, que arrancaría con El Quijote de Cervantes. El protagonista, creado por Max Aub, un artista menor de las primeras vanguardias escapa libremente de la estrechez que le impone su condición de personaje literario y cobra vida propia. Se podría decir que, a Max Aub, el asunto Jusep Torres Campalans, se le fue de las manos y el pintor cubista se convirtió en una criatura que tomó vuelo propio y viajó mucho más lejos de lo que Max Aub habría planeado en un principio.

Para complementar el lanzamiento del libro en 1958, Max Aub creó él mismo para el personaje más de treinta cuadros, los cuales llegaron incluso a ser expuestos en dos ocasiones en la galería Excelsior de Ciudad de México en 1958 y en la Bodley Gallery de Nueva York en 1962, al tiempo que alcanzaban resonancia internacional entre la crítica de Arte especializada. Desde el principio surgió una leyenda alrededor del pintor apócrifo, y, aunque Max Aub no tardó ni diez días en dar a conocer que se trataba de un gran engaño y que Jusep Torres Campalans nunca había existido, la gran bola de nieve ha continuado rodando hasta la actualidad.

Después de los rotundos éxitos que fueron las tres exposiciones y las varias ediciones de la obra que se hicieron en español, inglés y francés —las primeras muy lujosas, casi libros de autor, y con posterioridad a la de Doubleday de 1962 en inglés, mucho más sencillas— Max Aub todavía continuaba, a finales de los años 60, acariciando la idea de dar otra vuelta de tuerca al asunto y traspasar nuevos límites, que podrían haber llevado la pintura de Torres Campalans a compartir sala con Velázquez o Goya en el Museo del Prado. Con este fin mantuvo correspondencia con Xavier de Salas Bosch, subdirector en ese momento y más tarde director del Museo del Prado entre 1970 y 1978, al que conocía de los tiempos anteriores a la guerra.[1] Y, aunque no consiguió que las obras de Campalans se vieran en el gran museo en esas fechas. Sí que logró a título póstumo, muchos años después, en 2003, que se organizara en el Museo de Arte Contemporáneo Reina Sofía una gran muestra comisariada por Fernando Huici. En el texto que acompaña al catálogo se dice: “Esta exposición en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía supone la entrada de la “pintura-ficción” en un museo, así como el merecido tributo al ingenio humorístico y talento narrativo de Aub”.[2]

Catálogo de la exposición dedicada a Torres Campalans en el Museo Reina Sofía

A lo mejor le divertía a Picasso hacer de asesor en una película sobre Torres Campalans

Le faltaba, sin embargo, un ámbito artístico en el que la historia del pintor cubista Jusep Torres Campalans se podría haber convertido en un gran éxito de masas: el cine. En 1970, Max Aub proyectaba hacer una película sobre la novela y así se lo comunicó a Ricardo Muñoz Suay en una carta fechada el 26 de agosto de ese año. Estaba interesado en encontrar un “mecenas que no fuera idiota”, que sufragara la costosa producción de un filme sobre la novela:

En cuanto a cine, si encontraras un mecenas que no fuera idiota —o que tal vez lo fuera a ojos abiertos— quizá se podría hacer una película con el “Jusep Torres Campalans”, a base del nacimiento del cubismo en Barcelona y en París, rematado aquí en México. Lo que nos daría ocasión de vernos. Acaba de republicar el libro Lumen. Algo hablarán de él.[3]

En esa referencia a “un mecenas, que no fuera idiota o que tal vez lo fuera a ojos abiertos” se puede ver una velada alusión a Jacinto Esteva, cineasta de la Escuela de Barcelona y director de Lejos de los árboles, que tenía una gran fortuna familiar, pero bebía y trasnochaba mucho, y Muñoz Suay siempre se quejaba de que con él no se podía trabajar. Desde el verano de 1967 Ricardo Muñoz Suay trabajaba para la productora Filmscontacto de Jacinto Esteva, que era el hijo de un rico industrial catalán. Su padre sufragaba todos los gastos de sus películas. Ricardo acababa de llegar a Barcelona para liberarse de la productora UNINCI y de sus años de militancia clandestina en el PCE, pero en el fondo, según su hija Berta, «había venido a ponerse en manos de otro señorito”.[4]

Jeanne y Jordi Avellac, obras atribuidas a Torres Campalans

 

El 29 de enero de 1970, Ricardo Muñoz Suay escribió a Max Aub desde Barcelona una carta con membrete de Filmscontacto, la productora cinematográfica de los Esteva en la que había tenido la suerte de encontrar trabajo.[5]

¡Ojalá encontrara un mecenas idiota! El problema, querido Max, es que ni siquiera los idiotas tienen dinero en España (me refiero al cine). Hace años que leí Torres Campalans y en el recuerdo conservo la impresión, en efecto, de que puede ser un filme. Haré lo posible para encontrar ese mecenas, pero te adelanto que, por ahora, ni esa película ni ninguna válida pueden hacerse hoy en España. Si escribes a los de Lumen para que me manden un ejemplar es posible que lo hagan.[6]

Muñoz Suay durante la estancia de Max Aub en Barcelona en 1969, que tan extraordinariamente retrató en La gallina ciega, suponemos que le hablaría de Jacinto Esteva y de la posibilidad de rodar un filme porque Max Aub ya abrigaba el deseo de hacer una película sobre Jusep Torres Campalans. En ese tiempo él había roto con la militancia en el PCE, pero también con la defensa del realismo en el cine. Apartado totalmente del neorrealismo, ahora reivindicaba el surrealismo de Buñuel y los postulados neodadaistas de la Escuela de Barcelona.[7] Las oficinas de Filmscontacto estaban situadas en un piso del paseo de Gracia y la misión de Muñoz Suay consistía en canalizar la inversión del padre de Jacinto Esteva con el doble propósito de que su hijo hiciera cine (y dejara el alcohol y las drogas) y a la vez que la productora diera vida a otros proyectos.[8]

Ricardo Muñoz Suay y Luis Buñuel (foto: Valencia Plaza)

De haber conseguido hacer la película, Max Aub, hubiera sido, una vez más, precursor de un género, el del falso documental o mockumentary, que hasta años después no vería la luz. Exceptuando la emisión radiofónica de la Guerra de los Mundos de Orson Wells de 1938 y su película F de Fake de 1974 —un falso documental sobre un pintor húngaro falsificador de arte, Elmyr de Hory, que guarda cierta similitud con Jusep Torres Camplans, donde se plantea el problema de la delgada línea que separa “autoría y autenticidad”— pocos documentales fake encontramos hasta llegar a Operación Luna de William Karel en 2002.

Max Aub tenía verdadero interés en hacer una película sobre Campalans y el 4 de noviembre de 1970 volvió a escribir a Ricardo Muñoz Suay dándole las gracias por su artículo sobre su película Sierra de Teruel, que había rodado con André Malraux en 1938, durante la guerra civil en España, e insistiéndole en el tema. Le dice que la película podría ser un pretexto para verse:

Entre otras razones para que vinieras a filmar unos exteriores en México…; si quieres un ejemplar de la edición de Lumen háblale a Carmen Balcells y dile que te mande un ejemplar de lectura para hacer una película. Nos dará postín a todos… A lo mejor le divertía a Picasso hacer de asesor.[9]

Desde las dos primeras exposiciones que se hicieron de la obra de Jusep Torres Campalans en la galería Excelsior de Ciudad de México en 1958, como ya hemos dicho, numerosas ediciones del libro y artículos en la prensa generalista y especializada de Arte proliferaron sobremanera. Algunos críticos de Arte se hicieron eco —tal como ocurrió con el alemán Gustav Siebenmann— de que Picasso se había reído mucho con la broma de Jusep Torres Campalans. El artículo escrito por Siebenmann en alemán en 1961 en Neue Zurcher Zeitung y posteriormente traducido al español en 1973, es considerado por la profesora Dolores Fernández, como uno de los artículos de mayor peso en la bibliografía de Jusep Torres Campalans.[10]

Exposición de Torres Campalans en Nueva York, 1962

Max Aub tuvo siempre mucho interés en que Pablo Picasso manifestara por escrito su opinión sobre el pintor catalán, pero nunca lo consiguió. Para él hubiera sido un espaldarazo fundamental. Cuando estaba próxima la edición de Gallimard en Francia y ya estaba preparado el prólogo de Jean Cassou, le dijo a Manuel Tuñon de Lara en una carta fechada el 23 de noviembre de 1959: “Lo bueno sería publicar una opinión autógrafa de Picasso. ¿Qué crees, le escribo a Aragón?”.[11]

Un año después de que en 1962 se hiciera la gran exposición de la galería Bodley de Nueva York con más de 80 obras —se trata de una muestra mucho más extensa que las anteriores porque, según la última argucia de Max Aub, el número de originales se había ampliado con los aportados por Ana María Merkel, la novia alemana del artista— en nuestro país se publicó en la revista España Semanal un artículo que también aludía al divertimento que le había producido a Picasso la lectura del libro. Según la citada revista: “Picasso río de buena gana cuando supo la historia del “padre del cubismo” al mismo tiempo que daba por hecho que la mixtificación de Max Aub llegó a engañar incluso a los críticos y expertos”.[12] Lo cierto es que el artículo posiblemente recoge una anécdota apócrifa porque Picasso, tal como era su costumbre, nunca se pronunció.

Para Dolores Fernández, la mayor experta en Jusep Torres Campalans, no cabe ninguna duda de que “El protagonista de la novela en el fondo es Picasso”, aunque, más tarde matiza y dice que no es solo Picasso. Se trataría de una composición de varios autores:

La imagen de Jusep Torres Campalans, por tanto, es una mezcla de Picasso y José Gaos, ante todo, con otras muchas aportaciones (Kokoschka, Vlaminck, Alberto…). Su carácter rebelde e intolerante, rechazando todo lo establecido, nos convence. Campalans posee las características del artista de vanguardia.[13]

Josep Torres Campalans es el artista de vanguardia en estado puro, un “falso perfecto”, como lo ha llamado Miguel Corella: “falso porque no existió en carne y hueso y perfecto porque la síntesis de rasgos particulares que propone constituye un retrato ideal del artista de vanguardia”.[14] El resultado es una composición cubista, como corresponde a un libro donde, tanto la forma como el contenido, responden a una yuxtaposición de distintos puntos de vista procedentes de la gran variedad de documentos, imágenes, descripciones y testimonios que pueblan sus páginas. La metodología utilizada recuerda mucho a la forma de proceder de los artistas del cubismo. En este sentido, para José Carlos Mainer, Max Aub construye su personaje sobre un “puzzle novelesco de rasgos fundadores de la estética pictórica moderna”:

Torres es catalán, como fue Miró; conoce el campo (como hicieron Miró o su casi homónimo Torres García) y es profundamente religioso, como fue Van Gogh; ostenta una naturalidad casi cínica de comportamiento que puede ser remedo de la de Picasso; vive su descubrimiento del arte en París, como todos los hombres de su generación, y su periodo ascendente y esperanzado concluye en 1914 con el estallido de la guerra; ya al final de su trayectoria, busca en la tierra de México la espontaneidad vital que Europa le niega, como un día hizo Gauguin en Polinesia o como haría el surrealista Antonin Artaud en el mismo lugar que Torres.[15]

Pero nunca nada es obvio en la obra de Max Aub y la mixtificación que elaboró sobre el personaje alcanzó también a la adscripción que hace de su pintura al cubismo. Considerar a Torres Campalans un pintor cubista se ha convertido en un tópico de la crítica, pero lo cierto es que no fue solo cubista, fue un pintor ecléctico, tal como han demostrado Antonio Saura y Fernando Huici. A juzgar por la parte de su producción pictórica que ha llegado hasta nosotros estaría más cerca del expresionismo que del cubismo.

En conclusión, el resultado del libro de Max Aub es mucho más que un mero recuerdo de un imaginario pintor muerto. “Constituye una suerte de metacubismo crítico-experimental todavía activo hoy en día”.[16] y que, además, no es descartable que siga dando frutos. El efecto dominó generado por Max Aub con Jusep Torres Campalans sigue teniendo proyección de futuro. Una película sobre la novela, que consiguiera trasladar al cine toda la complejidad de la obra no sería fácil, pero de poderse hacer representaría una nueva apuesta creativa igual o más controvertida que el libro original, y, por supuesto, le daría mucho “postín” —por utilizar la palabra de Max Aub— a quien se atreviera con ella.

Notas

[1] Este artículo está extraído de una comunicación mucho más amplía, que lleva por título “La viuda, el cine y la búsqueda de materiales buñuelescos. Correspondencia Max Aub-Ricardo Muñoz Suay (1966-1972)”, que se presentó en el último congreso organizado por la Fundación Max Aub, “Max Aub: 50 años después. Homenaje a la memoria de Ricardo Bellveser”, celebrado en Segorbe del 29 al 30 de septiembre 2022.

[1] HUICI, Fernando (coord.), Josep Torres Campalans, ingenio de la Vanguardia, catálogo de la exposición Museo de Arte Contemporáneo, Reina Sofía, Madrid, pp. 27-28

1 Ibid., pp. 27-28.

2 Archivo Filmoteca Valenciana (En adelante AFV), Archivo Ricardo Muñoz Suay, Correspondencia “Ricardo Muñoz Suay-Max Aub, Carta de 26 de agosto de 1970.

3 RIAMBAU, Esteve, Ricardo Muñoz Suay. Una vida en sombras, Barcelona, Tusquets, 2007, p. 444.

4 Archivo Fundación Max Aub (En adelante AFMA), Correspondencia “Max Aub-Muñoz Suay”, Caja 10-39, carta 29 de enero de 1970.

5 AFMA, Correspondencia “Max Aub-Muñoz Suay”, Caja 10-39, carta de 29 de septiembre de 1970.

6 RIAMBAU, Esteve, Ricardo Muñoz Suay…, p. 68.

7 RIAMBAU, Esteve y TORREIRO, Casimiro, La Escuela de Barcelona: el cine de la “gauche divine”, Barcelona, Anagrama. 1999, pp. 121-124.

8 AFMA, Correspondencia “Max Aub-Muñoz Suay”, Caja 10-39, carta de 4 de noviembre de 1970.

9 Fernández Martínez, Dolores, La imagen literaria del artista de Vanguardia en el s. XX, Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 1993, p. 360.

10 Ibid., pp. 350-351. Se refiere Louis Aragón, poeta y novelista francés, líder del movimiento surrealista.

11 Ibid., p. 362.

12 Ibid., p. 1035. En la novela, Max Aub utiliza algunas anécdotas reales protagonizadas por su amigo el filósofo José Gaos —como la de irrumpir en el casino de la Agricultura en Valencia para afearle a su padre notario que tuviera una amante— para crear el personaje de Jusep Torres Campalans.

13 CORELLA, Miguel, El artista y sus otros. Max Aub y la novela del artista, Valencia, Biblioteca Valenciana / Generalitat Valenciana, 2003, p. 126.

14 MAINER, José Carlos, “La ética del testigo: vanguardia como moral en Max Aub”, en Cecilio Alonso (Coord.), Actas del Congreso Internacional “Max Aub y el laberinto español”, Valencia, Ayuntamiento de Valencia, 1996, pp. 69-91.

15 EHRLICHER, Hanno. “Jusep Torres Campalans, amigo apócrifo de Picasso”, en Nanette Riribler-Pipka y Gerhard Wild (Eds.), Picasso, his Poetry and Poetics, Shaker Verlag-Aachen, 2012, p. 258.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: Jusep Torres Campalans (a la izquierda) con Pablo Picasso en Barcelona, 1902. Fotomontaje atribuido a Josep Renau, incluido en la obra de Max Aub.

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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