Andy Durgan*

 

Introducción

Entre 1920 y 1936 Joaquín Maurín sería una figura destacada del movimiento obrero catalán y español, siendo, brevemente, uno de los dirigentes de la Confederación Nacional de Trabajo (CNT) y del Partido Comunista durante los años veinte, y, más adelante, el líder principal del Bloque Obrero y Campesino (BOC) y del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM).[1] Maurín era, además, un escritor prolífico. Autor, en estos años, de una multitud de artículos en la prensa, sobre todo de las organizaciones a las cuales pertenecía, de folletos y de tres libros que serían reeditados en los años de la posguerra.[2] Ya en 1922 fue caracterizado por su amigo Ángel Samblancat, aragonés y escritor como él, y político republicano, como “el teórico más inteligente, más culto y mejor preparado de nuestra vanguardia proletaria”. Escribiendo a principio de los años noventa, el destacado intelectual marxista Francisco Fernández Buey, le describiría como “uno de los más lúcidos analistas que haya dado el comunismo hispánico de la época”.

Por su alcance, su perspicacia y su impacto, tanto en el momento de su publicación, como retrospectivamente, Hacia la Segunda Revolución. El fracaso de la República y la insurrección de octubre es un trabajo de gran transcendencia. Centrada en un análisis histórico de la realidad socioeconómica de España, demuestra no solamente las razones del “fracaso” del proyecto republicano sino también la naturaleza de la amenaza contrarrevolucionaria y las posibilidades reales de una intervención militar de tipo fascista. Maurín plantea que la alternativa al desastre inminente fue la toma del poder por parte de la clase trabajadora, consagrando así la revolución “democrático-socialista”; algo que parecía una posibilidad muy creíble después de los acontecimientos revolucionarios de octubre de 1934. El libro se publicó por primera vez en abril de 1935.

Lápida conmemorativa en la casa natal de Joaquín Maurín (foto: Fundación Andreu Nin)

De Bonansa a Moscú

Maurín nació el 12 de enero de 1896 en Bonansa, pueblo agrícola en los Pirineos aragoneses. Con 15 años se trasladó a Huesca, donde estudió Magisterio y sacó el título de maestro de grado superior. En Huesca, empezó el compromiso político de Maurín cuando se decantó por el republicanismo social de tono regionalista. Entre sus primeras influencias para entender el retroceso económico y social de España estaría el gran pensador reformista de finales del siglo diecinueve, y además paisano suyo, Joaquín Costa.

En agosto de 1914, Maurín se trasladó a Lleida para trabajar en el laico Liceo Escolar. Maurín pronto entró a formar parte, como casi todos los profesores del Liceo, de la principal organización democrática de la ciudad, la Juventud Republicana. Sus frecuentes aportaciones a su periódico, El Ideal, se destacarían por su estilo directo y ameno de escribir. También, su habilidad como orador quedaría cada vez más claro.

En 1917, Maurín entró en contacto con el incipiente movimiento obrero leridano. La huelga general de agosto de ese año, cuando las organizaciones obreras colaboraron con el movimiento republicano en un intento de forzar la democratización del corrupto sistema político español, convenció a Maurín de que el republicanismo debía dirigirse a la clase obrera mediante un programa de reformas sociales, si quería ganar un apoyo más amplio. Este compromiso con el movimiento obrero se profundizaría bajo la influencia de la Revolución rusa y el gran auge de las luchas obreras en los años después de la Primera Guerra Mundial.

En el primer aniversario de la victoria bolchevique, Maurín dio, en el Centre Obrer de Lleida, su primera conferencia sobre la Revolución rusa. Según el joven tipógrafo Pere Bonet, que trabajaba en la imprenta de El Ideal y quien sería un colaborador muy cercano, la conferencia de Maurín fue “un verdadero acontecimiento político”.[3] Impresionado por el crecimiento masivo de la CNT, e influido por las ideas de Georges Sorel,[4] Maurín se convierte en simpatizante del “sindicalismo revolucionario”. En junio de 1919, Maurín fue a Madrid para hacer el servicio militar. En diciembre participó en el famoso Segundo Congreso de la CNT en el Teatro de la Comedia donde, contagiado por el aparente éxito y las conquistas revolucionarias en Rusia, se decidió afiliarse provisionalmente a la nueva Internacional Comunista (IC). Durante el congreso Maurín conocería al joven revolucionario catalán Andreu Nin, con quien le uniría una estrecha amistad y colaboración política en los siguientes años.

En la primavera de 1920, de vuelta a Lleida, Maurín fue elegido secretario de la Federación Provincial de la CNT y nombrado también redactor jefe del órgano de la Federación Local, Lucha Social, que se convertiría en el principal órgano pro bolchevique dentro de la Confederación. En julio 1921, participó con Nin como parte de la delegación de la CNT, en el congreso fundacional de la Internacional Sindical Roja (ISR) en Moscú. Sin embargo, la relación de la CNT con el movimiento comunista internacional sería efímera dada la persecución de los anarquistas rusos a manos del Gobierno soviético.

El viaje a la Rusia soviética sería clave en la evolución de Maurín hacia el comunismo; aunque no hacia el muy minoritario Partido Comunista de España (PCE), formado en 1921 a partir de dos escisiones del PSOE. Maurín, en cambio, estaba convencido de que la construcción de un partido comunista de masas en España solamente podría pasar por ganar parte de la base de la CNT. Mientras tanto, debido a que Nin se había quedado en Moscú para trabajar para la ISR, Maurín fue nombrado provisionalmente secretario del Comité Nacional de la CNT en su lugar, hasta su detención en febrero de 1922.

Ficha policial de Joaquín Maurín. Foto del libro de Anabel Bonsón Aventín Joaquín Maurín (19896-1973). El impulso moral de hacer política (Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1994)

El comunista disidente

Con la ruptura de la CNT con Moscú en junio de 1922, las relaciones del grupo de Maurín con los comunistas fueron en aumento, dando lugar a la formación de los Comités Sindicalistas Revolucionarias (CSRs) que defendieron la unidad de todas las tendencias revolucionarias (anarquista, sindicalista revolucionaria y comunista). El portavoz de los CSRs sería La Batalla, editado en Barcelona por Maurín. Sin embargo, el contexto era poco favorable a los nuevos comités. El movimiento obrero, ya víctima de la represión del Estado y del terrorismo patronal, se vería aún más debilitado por el golpe militar de Primo de Rivera en septiembre de 1923. En este contexto poco alentador, en octubre 1924, Maurín finalmente se afilió, con un grupo de colaboradores, al PCE, formando la Federación Comunista Catalano-Balear (FCC-B). Casi enseguida Maurín fue elegido secretario nacional del PCE, pero en el enero de 1925 fue detenido. Excarcelado en 1927, se fue a Paris, donde trabajó como corresponsal de Izvestia. Mientras tanto, Maurín y gran parte de la FCC-B habían entrado en conflicto con el PCE por su línea ultraizquierdista, impuesta desde Moscú. En junio 1930, Maurín y el resto de la dirección de la Federación serían expulsados del partido acusados de ser “elementos contrarrevolucionarios”.

En el marzo de 1931, la FCC-B se fusionó con el Partit Comunista Català[5] para formar el Bloque Obrero y Campesino. El BOC llegaría a ser el partido obrero más importante en Cataluña, donde tenía una presencia real en el movimiento sindical, y tendría grupos afines en Valencia, el este de Aragón y Asturias. Sin embargo, siempre sería una corriente minoritaria comparada con el anarcosindicalismo y el nacionalismo de izquierda.

Durante los años de la Segunda República en abril 1931, la influencia de Maurín llegaría a su punto álgido. Su análisis de los acontecimientos en las publicaciones del BOC (y después de septiembre 1935, del POUM) y sus actos públicos tuvieron una resonancia creciente entre una minoría nada desdeñable de la clase obrera catalana. Fuera de Cataluña, cada vez más, los mítines donde hablaba atraían a un público nutrido, como era el caso, sobre todo, de Asturias y Valencia, y en vísperas de la Guerra Civil, en Madrid. Maurín sería el líder indiscutible del BOC y el POUM, siendo secretario general de los dos partidos. Conocido por los suyos sencillamente como “Kim” (Quim), Maurín gozaba de una gran popularidad entre las bases, no como “líder político”, sino como maestro y camarada de todos.

El análisis de Maurín de la realidad nacional e internacional en los años antes del comienzo de la Guerra Civil estaba firmemente arraigado en el marxismo. Las referencias a Lenin serían constantes. Sin embargo, el marxismo de Maurín se basó siempre en una visión crítica de la realidad de su entorno, lejos del dogmatismo mecánico del comunismo “oficial”.

En la reedición de Hacia la segunda revolución en 1966, Maurín diría que el BOC fue “ideológicamente influenciado por Marx y Engels, por Lenin y Bujarin, muy poco por Trotsky y nada en absoluto por Stalin”. Así parece que confirme que el BOC fue “bujarinista”, algo sostenida en los años treinta por los trotskistas y después por varios historiadores. Sin embargo, hubo una evolución política de Maurín y el BOC más bien hacia posiciones más cercanas al trotskismo, aunque no en cuestiones estratégicas y tácticas, pero si en cuestiones de principio. Mientras en la prensa del BOC y, después de 1935, del POUM no apareció casi nada escrito por Bujarin, se publicaron con una cierta regularidad escritos de Trotsky. Y a pesar de las duras críticas del viejo bolchevique a su partido, el propio Maurín siempre tenía una opinión favorable de Trotsky, sin nunca ser “trotskista”. [6]

A finales de 1932, Maurín afirmó que, tras la muerte de Lenin, la IC se burocratizó enormemente “bajo el mando de Zinoviev” y que “Bujarin, que le sustituyó, no hizo nada más que cambiar de equipo. El régimen era el mismo…. al sistema ‘putchista’ de Zinoviev le sustituyó la política de derecha de Bujarin-Stalin que culminó en la alianza con Tchang-Kai-Shek”. Maurín no solamente hizo una crítica furibunda de la teoría del “socialismo en un solo país” – teoría tan asociada con Bujarin como con Stalin – sino que, a principios de 1933, explicó que las premisas principales que sustentaba el comunismo del BOC coincidían ya con las establecidas por los cuatro primeros congresos de la IC, el período de influencia de Lenin y Trotsky.[7]

La revolución democrática

La necesidad de llevar a cabo la “revolución democrática” estaba al centro de todo lo que escribió Maurín en los años previos a la Guerra Civil, y forma la base del análisis presentado en Hacia la segunda revolución.

La cuestión central que planteaban los marxistas al analizar la situación socioeconómica y política española en las primeras décadas del siglo XX fue si la revolución burguesa ya había sido completada o no. Tanto los socialistas como, al menos después de 1935, los comunistas oficiales pensaron que tocaba a la burguesía, o mejor dicho al republicanismo pequeño burgués, terminar esta revolución antes de que el proletariado pudiera empezar la “etapa socialista”.

La cuestión de la naturaleza de la revolución pendiente estaba en el fondo de la disputa entre Maurín y la dirección del PCE entre 1929 y 1930. Maurín argumentó que, debido a que la revolución burguesa nunca se había consumado en España, todo movimiento revolucionario sería, inevitablemente, de “carácter democrático”. El PCE, por consiguiente, según Maurín, debía propugnar la instauración de una “república federal democrática”. En cambio, conforme a la línea ultraizquierdista internacional, el PCE adoptó la posición de que la revolución pendiente se abriera paso a la “dictadura democrática de los obreros y campesinos” (vieja fórmula leninista antes de 1917).

La caída de Primo de Rivera se dio en un contexto de creciente crisis económica, social y política. La “Dictablanda” que remplazó el régimen de Primo de Rivera no pudo sobrevivir, principalmente debido a la oposición de la clase trabajadora. Una oposición que culminó en la huelga general de diciembre de 1930; según Maurín, “el movimiento de masas más formidable que haya conocido la clase obrera española”.[8]  Para Maurín, la cuestión no era solamente acabar con la monarquía, sino que se debía conquistar también el derecho de autodeterminación de las minorías nacionales, romper el poder de la Iglesia y desmantelar el Ejército.

Maurín estaba convencido de que solamente la intervención del proletariado podría acabar con la Monarquía e implantar una República, como refleja su elocuente denuncia de la Dictadura, Los hombres de la Dictadura (publicado en septiembre de 1930). No obstante, después de la victoria republicana en los principales centros urbanos en las elecciones municipales, la Monarquía si colapsó, y el vacío del poder fue ocupado por el republicanismo pequeñoburgués. Esta nueva realidad fue analizada por Maurín en su libro La revolución española. De la monarquía absoluta a la revolución socialista, publicado en diciembre de 1931. Maurín argumentaba que ni la burguesía, ni ningún sector de ella, eran capaces de llevar a cabo la “revolución democrática”. Fundamentaba su análisis en la naturaleza atrasada del capitalismo español, que determinaba la composición de las clases dominantes como una alianza entre fuerzas semifeudales y burguesas, alianza que había impedido el desarrollo de una verdadera democracia burguesa.

Tampoco la pequeña burguesía sería capaz de terminar la revolución democrática. Entre 1931 y 1933, el limitado programa de reformas sociales y políticas del gobierno republicano se enfrentó al sabotaje de una clase dominante atrincherada en la defensa de sus privilegios y poder. El republicanismo pequeñoburgués no solamente se había mostrado incapaz de acabar la revolución democrática, sino que reprimía cada vez con más dureza las movilizaciones populares.

Maurín plantea en La revolución española que solamente la clase obrera, con el apoyo, como en Rusia en 1917, del campesinado y de los movimientos de liberación nacional, sería capaz de acabar la revolución democrática y abrir el camino hacia el socialismo.  Así “la toma del poder por la clase trabajadora, gracias a la coordinación de esas tres fuerzas, significaría el fin de una pesadilla que se prolonga durante siglos”. Pero había dos obstáculos principales, según Maurín, que impedían a la clase obrera cumplir con su papel histórico. En primer lugar, la ausencia de un verdadero partido comunista de masas que contrarrestase la influencia del socialismo reformista y del anarquismo, y que actuase como vanguardia revolucionaria en la lucha por el poder. En segundo lugar, las falsas esperanzas albergadas por muchos trabajadores y campesinos con respecto a la democracia burguesa, en especial en el período inmediatamente posterior a la caída de la monarquía. Para demostrar a la clase obrera que no la quedaba otra alternativa que romper con los republicanos, el BOC presentó una serie de reivindicaciones democráticas que creía que un gobierno pequeñoburgués no podría, o no estaría dispuesto a, aplicar. Estas reivindicaciones, claramente de carácter transitorio en el contexto de la España de 1931, incluían la tierra para los que la trabajaban; el derecho a la autodeterminación para las nacionalidades; la nacionalización de la banca; y la separación entre la Iglesia y el Estado.

Joaquín Maurín retratado por Helios Gómez

La cuestión agraria

En Hacia la segunda revolución Maurín declara que “el alfabeto de la revolución española empieza, naturalmente, por la letra a, y la letra a es la revolución agraria”. Esta constituía el mayor desafío para la revolución democrática y la existencia misma de la República dependía de que se le diese solución. Y

“mientras no haya una transformación radical, profunda, (que destruya) el actual estatus quo agrario, España estará condenada a arrastrar una vida miserable. No habrá industria, no habrá pan, no habrá, en una palabra, civilización”.

Para Maurín, era imposible que el proletariado, en un país cuya economía estaba dominada por la agricultura, tomase el poder sin el apoyo de las masas campesinas. Por otra parte, el campesinado no podía realizar la revolución agraria sin el liderazgo de la clase trabajadora industrial.

La estructura agraria de España había dominado la economía del país a lo largo de su historia y el régimen monárquico no había hecho nada para cambiar esta situación. A pesar del crecimiento del sector industrial y de la urbanización de la población desde el final del siglo XIX, España seguía siendo básicamente un país agrícola. No obstante, el problema fundamental no era que casi la mitad de la población activa se dedicaba a la agricultura, sino una estructura económica anticuada y una distribución de la tierra muy desigual. Veinticinco por ciento de la tierra cultivable estaba en manos de unos siete mil latifundistas; otro cincuenta por ciento perteneció a 1,4 millones de campesinos empobrecidos. Igualmente problemática era la existencia de dos millones de jornaleros sin tierra en el sur del país que sobrevivían, en condiciones especialmente penosas, sujetos al poder arbitrario de los latifundistas. Así, la reforma agraria sería la tarea principal para cualquier gobierno que quisiera modernizar la economía y mejorar las condiciones de vida de gran parte de la población. Pero la decidida oposición de la oligarquía terrateniente y de sus aliados, tanto dentro como fuera del Parlamento, iba a constituir un serio obstáculo para los planes reformistas del gobierno republicano. El fracaso de la reforma agraria contribuiría directamente al fracaso de la propia República.

Maurín criticó duramente la propuesta de reforma agraria gubernamental porque no incluía medidas que solucionasen las relaciones de propiedad, ni la opresión, ni la miseria reinante en el campo. Las crecientes dificultades que arrostraba la administración republicana en la aplicación de incluso su tan tímido programa de reformas no hicieron sino confirmar su opinión. El hecho de que muchos campesinos habían cifrado sus esperanzas en la reforma propuesta, según Maurín en Hacia la segunda revolución, actuó como un “dique legal para impedir la verdadera revolución campesina”.

Plantear una política agrícola desde la perspectiva socialista revolucionario en España, no obstante, no fue una cosa sencilla dada la división del campesinado entre braceros, aparceros, arrendatarios, pequeños propietarios y otros estratos socioeconómicos. Para Maurín el campesinado como tal, a diferencia del proletariado rural sin tierra, constituía, fundamentalmente, un grupo pequeñoburgués. Esta visión significaba que el BOC debía elaborar un programa político para el campo catalán que recogiese las necesidades de los campesinos y al tiempo les mostrase que estas no podían alcanzarse sin una lucha conjunta con el proletariado que llevase a la revolución social.

En el programa agrícola del BOC, inspirado en la política adoptada por el gobierno soviético en los años veinte, la consigna “la tierra para quien la trabaja” era fundamental. Maurín creía que entregarle tierra al campesinado redundaría en un aumento de la capacidad de consumo de las masas rurales, lo cual, a su vez, daría el ímpetu necesario para sacudir a la industria española de su letargo. Al mismo tiempo, confiaba en que la contradicción existente entre la sed de tierra campesina y la ineptitud gubernamental convencería a los campesinos de la necesidad de una solución revolucionaria. Constituían los ejes centrales del programa de reforma agraria del BOC, además de la expropiación sin compensación de todos los grandes latifundios y la redistribución proporcional de la tierra al campesinado Asimismo, el programa exigía: la creación de un “Banco Agrario” público, cuyo cometido había de ser otorgar créditos a bajo interés, el establecimiento de escuelas agrícolas en todas las comarcas, centros de maquinaria agrícola a disposición de los campesinos y el cultivo de tierras abandonadas por parte de granjas experimentales controladas por el Estado.

La cuestión nacional

La existencia de minorías nacionales en el Estado español había llevado a la creación de movimientos nacionalistas de masas en Cataluña y el País Vasco y el surgimiento de corrientes similares o, al menos, regionalistas, en Galicia, Valencia, Andalucía y otros lugares. Maurín dio mucha importancia a esta realidad. Comenta en Hacia la segunda revolución que:

“España es hoy un conjunto de pueblos prisioneros de un Estado gendarme. Una cohesión forzada, coaccionada, es germen permanente de rivalidades y antagonismos. España está unida por fuerza, no por su voluntad propia…  La ruptura del centralismo hubiera ayudado en gran manera a liquidar los restos del feudalismo y a iniciar una nueva fase en la historia de nuestro país.”

Los escritos de Maurín (y los de Andreu Nin) sobre la cuestión nacional chocaban con las posiciones defendidas por gran parte del movimiento obrero español de la época que eran, en general, hostiles al derecho de autodeterminación para las minorías nacionales. Tanto Maurín como Nin, basarían su visión del papel liberador de lucha nacional en la posición defendida por Lenin antes de la revolución rusa y el modelo de la URSS como una supuesta “unión de pueblos libres”.

La posición mantenida por Maurín en los años treinta se basaba en tres pilares fundamentales: la defensa a ultranza del derecho a la separación; la crítica de las claudicaciones, para él inevitables, de los partidos nacionalistas; y el papel central de los movimientos de liberación nacional en el proceso revolucionario.[9] La consecuencia de esta defensa de los derechos nacionales por parte del BOC significaría que en Cataluña atraería a sus filas una minoría, no sin importancia, de la base social, tanto rural como urbana, de los sectores más radicales populares nacionalistas.

Ya en Los Hombres de la Dictadura Maurín había escrito que “en la cuestión catalana, o se está por Cataluña, y en ese caso hay que ser separatista con todas las consecuencias, o contra el separatismo (término utilizado en la época) y por la sumisión de la nacionalidad al Estado español. Esa es la lógica”. En 1931, en un contexto de auge del movimiento nacionalista en Cataluña, Maurín extendió su defensa del “separatismo” al resto del Estado. En junio, en una conferencia en el Ateneo de Madrid, sorprendió al público, y sobre todo a las demás corrientes comunistas (oficiales y trotskistas), cuando defendió el separatismo como elemento revolucionario, aunque matizando que:

“Somos separatistas. Pero no separatistas de España, sino del Estado español. En España hay una pugna entre el Estado y las nacionalidades oprimidas. Hay que desarticular el Estado, romperlo, quebrantarlo. Sólo cuando el Estado semi feudal esté destrozado, podrá formarse la verdadera unidad ibérica, con Gibraltar y Portugal incluso.”

La poca ortodoxa posición de Maurín en los años 1931-1932 se debía a su convencimiento de que, siguiendo los pasos de Cataluña, iban a aparecer movimientos de liberación nacional similares en toda España, lo cual aceleraría la desintegración del Estado. Según Maurín en La revolución española, “las perspectivas de la revolución socialista en España se hayan grandemente favorecidas por la presencia de un problema nacional”. Tan convencido estaba de ello que afirmó que “si no existiera habría que crearlo”. Tal movimiento, Maurín creía, no aparcería “ante las masas populares de la Península como un movimiento separatista, sino como una sublevación libertadora con la que simpatizarán en seguida todos los obreros y campesinos”. Aunque había añadido unos meses antes que:

“Es evidente que la separación nacional no implica lo mismo en el movimiento obrero. La clase trabajadora debe permanecer unida por encima de todas las fronteras nacionales… Sólo la toma del poder por el proletariado podrá rehacer la verdadera unidad peninsular constituyendo la Unión Ibérica de Repúblicas Socialistas.”[10]

En Cataluña, dada la actitud traicionera de la burguesía catalana, la dirección del movimiento nacional había pasado a las fuerzas pequeñoburguesas. Maurín, en La revolución española, pronosticaba que, empujados por sus bases, cada vez más impacientes y combativas, los partidos pequeñoburgueses iban a intentar negociar con la clase dominante española la creación de una república federal. Sin embargo, tales intentos fracasarían porque el Estado español, opresivo y semifeudal, no podía tolerar ninguna forma de secesión. La única alternativa consistía en destruir el Estado central, algo que la pequeña burguesía no estaba dispuesta siquiera a tomar en consideración. Por lo tanto, la tercera etapa iba a comenzar en ese momento, cuando, dirigido por el proletariado, el movimiento de liberación nacional alcanzase sus objetivos mediante el derrocamiento violento del imperialismo español.

A partir de 1933, Maurín iba a modificar su posición sobre la cuestión nacional, cuando era cada vez más evidente que no iban a desarrollarse movimientos “separatistas” fuera del País Vasco, Cataluña y, posiblemente, Galicia. La agitación del BOC, y después el POUM, se centraba más en la reivindicación de la autodeterminación, aunque sin renunciar que “el proletariado, campeón decidido de las reivindicaciones democráticas, ha de desplazar a la burguesía y a los partidos pequeño-burgueses de la dirección de los movimientos nacionales que traicionan, y llevar la lucha por la emancipación de las nacionalidades hasta las últimas consecuencias…”.[11]

Anuncio de la fusión del BOC y la Izquierda Comunista en la portada del semanario La Batalla (1935)

El gran libertador

La clave del pensamiento de Maurín, al menos desde 1917, y central en Hacia la segunda revolución, era que la clase obrera sería la fuerza motriz de la transformación revolucionaria. Como plantea Maurín en marzo de 1936, la clase obrera tendría que:

“ser el gran libertador que aporte la solución ansiada a los problemas de la revolución democrática: tierra, nacionalidades, estructuración del Estado, liberación de la mujer, destrucción del Poder de la Iglesia, aniquilamiento de las castas parasitarias, mejoramiento moral y material de la situación de los trabajadores”.[12]

La cultura de resistencia, tan arraigada en zonas como la Cataluña industrial, la minería asturiana y el campo andaluz, significaría que con el establecimiento de la República y, en consecuencia, de las libertades políticas y sociales, habría un estallido de huelgas y el crecimiento de todas las organizaciones obreras, sobre todo de la CNT.  Pero esta fuerza no era suficiente para garantizar por sí sola el éxito de la revolución social. Para que el proletariado pudiera cumplir con su papel como clase revolucionaria hacía falta, según Maurín, superar dos grandes problemas: la división del movimiento obrero (entre anarquistas y socialistas) y la carencia de una “ideología revolucionaria coherente”. Tales debilidades habían permitido los partidos pequeñoburgueses tener el poder entre 1931 y 1933.

En este contexto de radicalización de las bases de la CNT, en gran parte debido de la política represiva del gobierno republicano, el análisis de Maurín de la naturaleza del anarcosindicalismo catalán volvió a estar en el centro de sus preocupaciones políticas.[13] En opinión de Maurín, la CNT había sido incapaz de sacar provecho de los grandes movimientos huelguísticos de los años 1930 y 1931, debido a la “falta de teoría revolucionaria” de sus dirigentes. Por su apoliticismo, los anarcosindicalistas no consideraron oportuno “tomar el poder” y, frente a una movilización generalizada, habían hecho poco más que ir a remolque de las acciones espontáneas de los obreros. Sin embargo, no se podía ignorar, pese a sus críticas, el hecho de que la CNT constituía la principal organización obrera revolucionaria de España. Para Maurín el anarcosindicalismo se había “una vez más transformado inesperadamente en un formidable movimiento de masas” y “en gran medida, el futuro de la revolución en España dependía de la evolución del anarquismo”.[14]

A pesar de reconocer la importancia de los anarquistas, su política sectaria e insurreccionalista, principalmente de la FAI, llevó Maurín a una posición muy crítica con ellos. En un momento en que era necesario fortalecer la organización sindical, los anarquistas se dedicaban a destruirla lanzando sectores de la CNT a huelgas insostenibles y tres insurrecciones entre enero 1932 y diciembre 1933. Según Maurín, el problema era que los anarquistas, veían el mundo dividido entre anarquistas y no anarquistas. No entendían que la revolución fuera un acto que debiera involucrar a la clase obrera como clase y no solamente a un sector de ella. No reconocían tampoco que las “ilusiones democráticas” aún perduraban entre muchos trabajadores. En último término su orientación solamente benefició a los enemigos de la clase obrera. Tanto era así que, en mayo de 1933, el BOC habló de una «triple ofensiva» por parte de la contrarrevolución, cuyos componentes eran las maniobras de la derecha reaccionaria, tanto dentro como fuera del Parlamento, y, objetivamente, al menos, las actividades de la FAI.

Mientras que Maurín entre 1931 y 1933 reconoce el papel potencialmente revolucionario de los anarquistas, a pesar de sus múltiples fallos, consideró a los socialistas como poco más que contrarrevolucionarios. En Los Hombres de la Dictadura Maurín detalla el papel traicionero de los socialistas al sostener la dictadura de Primo de Rivera. Desde su abandono de Barcelona a finales del siglo diecinueve, dejando el movimiento obrero de la ciudad en manos de los anarquistas, su colaboración con la Dictadura hasta su apoyo por las medidas represivas del primer gobierno republicano, “la historia de la socialdemocracia española (era) la historia de una traición sistemática”. En junio de 1931, Maurín había caracterizado a la UGT como un “dique contrarrevolucionario”.[15] Incluso, hasta al menos mediados de 1932, la prensa del BOC, siguiendo el movimiento comunista “oficial”, llamaban a los socialistas “social fascistas”.

Maurín, a mediados de 1932, argumentó contra tal sectarismo e insistía, cada vez más, en la necesidad de buscar la unidad en la práctica con socialistas, aunque sin considerarles como aliados potenciales en la lucha revolucionaria. Esta percepción cambiaría con la ruptura del PSOE con los republicanos y el surgimiento de una izquierda autodenominada como “revolucionaria”, encabezada por el veterano líder sindical Francisco Largo Caballero.

Joaquín Maurín (con sombrero), Andreu Nin y otros dirigentes del POUM (foto: Sobiranies)

Contrarrevolución

En Hacia la segunda revolución, Maurín remarca que la burguesía española estaba horrorizada por la democracia republicana porque significó la intervención de las masas en la vida política del país. Como en otros lugares, la burguesía había “pasado por dos fases, jacobina y democrática, y ahora inicia la tercera, la fascista”. Maurín y, una vez más Nin, eran casi los únicos marxistas que ofrecieron un análisis de las características de la amenaza contrarrevolucionaria y del fascismo en el Estado español.

Maurín había avisado en Los hombres de la Dictadura que el fracaso de los obreros en su intento de arrebatar a la pequeña burguesía la dirección de la revolución democrática desembocaría en la reorganización de las fuerzas reaccionarias con la consiguiente victoria de la contrarrevolución. A nivel internacional, había un amplio muestrario de regímenes y de movimientos autoritarios para tomar como modelo y no existían razones para pensar que España, con su relativa debilidad y atraso, fuese a mantenerse al margen de ese proceso. A finales de 1931, ya aparecían artículos en la prensa del BOC sobre la amenaza de un golpe militar. El intento golpista fallido, encabezado por el director general de Carabineros, General Sanjurjo, en agosto 1932, confirmaría la cruda realidad de esta amenaza.

La responsabilidad política por debilitar mortalmente a la República no residiría principalmente en las facciones que conspiraron para derrocarla violentamente (sobre todo los monárquicos de Comunión Tradicionalista y de Renovación Española), sino en la derecha legalista, la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). Encabezada por José María Gil Robles, la CEDA basó su estrategia política en el accidentalismo, según el cual no importaba la forma del régimen político, sino la defensa de los intereses del catolicismo y de la propiedad privada. Pero, solamente en su pragmatismo se diferenciaría de la extrema derecha conspirativa. Ideológicamente, aunque la CEDA fue un partido católico conservador, fueron los nazis quienes proporcionaron un modelo de cómo subvertir la democracia. Como se ha visto, la primera línea de ataque de esta derecha legalista sería una labor implacable de obstrucción en las Cortes.

En el marzo de 1933, Maurín estableció paralelismos entre las condiciones que habían producido el fascismo alemán y la situación española. El empeoramiento de la crisis económica en España abría la posibilidad de que se desarrollasen movimientos contrarrevolucionarios afines al fascismo. La división en el movimiento obrero entre el socialismo reformista y el “aventurerismo anarquista”, entorpecía una reacción unitaria del movimiento obrero frente a esta amenaza. Asimismo, el fracaso de la socialdemocracia gobernante y la consiguiente desmoralización del proletariado se conjugaban en España con el provecho que los anarquistas sacaban a la situación para proclamar que el fracaso era del “socialismo” mismo. Existía también el peligro de que el total descalabro del régimen republicano en la conquista de las metas de la revolución democrática y la ruina económica, junto con la inexistencia de una alternativa obrera revolucionaria, llevasen a las clases medias hacia el fascismo. Para desarrollarse, el fascismo requería, además, que hubiese una “burguesía totalmente reaccionaria” y la ausencia, o la eliminación, del liberalismo burgués. Finalmente, el material humano necesario para las “hordas” fascistas podía, en potencia, reclutarse por un lado entre los parados y por otro entre las milicias carlistas, los requetés y otras organizaciones derechistas paramilitares o juveniles.[16]

En Hacia la segunda revolución, Maurín profundiza más en su análisis del fascismo. Añade, entre otras cosas, como el capitalismo podría encontrarse en un “callejón sin salida… y “quiere hacer pagar esta catástrofe a la clase trabajadora, esclavizándola política y económicamente”. La crisis económica elevaría “el número de los sin trabajo, que acostumbran a ser una materia prima para el fascismo”. Además “el clima de la preparación mundial para la próxima gran guerra imperialista eleva la temperatura chovinista”. Sobre todo, el triunfo del fascismo fue la consecuencia, como Italia y Alemania, de una revolución fallida. En España, la revolución democrática, dirigida por la pequeña burguesía, había fracasado.

En España, sin embargo, se daban a menos tres factores importantes, que Maurín subrayó en marzo de 1933, y que diferenciaban claramente la realidad española de la alemana. En primer lugar, el movimiento obrero no había sido derrotado como en Alemania, por lo que seguía existiendo la posibilidad de organizar la resistencia contra la derecha. En segundo lugar, la pequeña burguesía, pese a los crecientes problemas que arrastraba, aún no había dado la espalda a la democracia burguesa. En tercer lugar, tampoco se había desarrollado todavía un partido fascista de masas y la extrema derecha estaba dividida. Maurín afirmaba con una previsión escalofriante que la naturaleza de la contrarrevolución en España sería “una resurrección en otras circunstancias del carlismo clásico, modernizado, claro está, con influencias mussolinescas e hitlerianas”. Las circunstancias históricas de la península favorecían que la contrarrevolución fuese a darse bajo la forma de un clásico pronunciamiento o golpe militar, sobre todo, Maurín insistiría, porque la reforma militar republicana no había minado seriamente las bases monárquicas y reaccionarias de un sobredimensionado cuerpo de oficiales.

Joaquín Maurín en un mitin del POUM, en enero de 1936. Se reconoce también a Andreu Nin (derecha) y a Jordi Arquer (primero por la izquierda)

Octubre

Con la creciente amenaza de la extrema derecha, Maurín insistió en la urgente necesidad de lograr la unidad obrera. Mientras que los anarcosindicalistas eran reacios a cualquier pacto antifascista, los socialistas, gran parte de los cuales habían girado a la izquierda con el fracaso del primer gobierno republicano y el crecimiento del fascismo a nivel internacional, parecían dispuestos de colaborar con otros sectores contra la amenaza contrarrevolucionaria.

La victoria de la derecha en los comicios de noviembre 1933 provocó una radicalización generalizada en las filas del movimiento obrero; gran parte de la cual estaba convencida de que la CEDA, si tuviera la oportunidad, introduciría el fascismo desde el Parlamento, como lo habían hecho los nazis en Alemania. Mientras tanto los acontecimientos en el ámbito internacional agudizaron la consciencia de los peligros que entrañaba una victoria de la derecha autoritaria. La sangrienta eliminación de los socialistas austriacos por parte del gobierno de Englebert Dollfuss en febrero de 1934 causó una honda impresión en España, sobre todo por las evidentes similitudes existentes entre la CEDA y el partido de Dollfuss.

En este contexto, después de la victoria electoral de la derecha en noviembre 1933, el BOC tomó la iniciativa a proponer la formación de la Alianza Obrera contra el fascismo, que contaría con el apoyo de todas las organizaciones obreras en Cataluña menos la CNT y los comunistas oficiales. El objetivo declarado de la Alianza Obrera de Cataluña era conseguir la unidad de acción de la clase obrera para enfrentarse a los planes de la derecha de utilizar su fuerza en el Parlamento para imponer la declaración del estado de excepción a fin de lanzar una ofensiva contra el movimiento obrero. Asimismo, rechazó el “insurreccionismo” de un sector de los anarquistas porque podía servir como coartada para justificar “un golpe reaccionario y fascista para restablecer el “orden”. La Alianza reconoció la necesidad de atraer a la pequeña burguesía hacia una “dirección proletaria” para así evitar que se “deslizase hacia el fascismo”.

Siguiendo el ejemplo catalán, las Alianzas se extendieron por el resto del Estado, especialmente en Asturias, Madrid, Sevilla y Valencia. Asturias sería el único sitio donde participaría la CNT en la Alianza, cuyo acuerdo declaraba que el objetivo de la clase obrera unida era no solo defenderse de la derecha autoritaria, sino también llevar a cabo la revolución social.

Durante 1934, las Alianzas Obreras organizaron una serie de acciones que culminarían el 4 de octubre de 1934 en la huelga general revolucionaria contra la entrada de la CEDA en el Gobierno de Alejandro Lerroux. La participación del partido de Gil Robles en el Gobierno fue visto por las Alianzas como el primer paso para introducir por medios legales un régimen autoritario, siguiendo los ejemplos de Alemania y Austria.

En Asturias la huelga evolucionó rápidamente hacia una insurrección a gran escala. Miles de mineros, escasamente armados, mantuvieron a raya a las fuerzas gubernamentales durante tres semanas, hasta que estas, muy superiores en número y armamento, lograron reducirlos. Los mineros y sus aliados, además de tomar la región militarmente, crearon una red de comités revolucionarios, a través de las alianzas obreras locales, que estableció sus propios sistemas de comunicación, canales de suministros, servicios sanitarios, seguridad interna y producción económica de primera necesidad. La “comuna” asturiana fue aplastada por tropas del ejército de África al mando del General Francisco Franco, y hubo dos mil muertos entre los combates y la dura represión y miles de encarcelados. Sería toda una lección para el movimiento obrero.

La rebelión en Cataluña, además de oponerse a la entrada de la derecha autoritaria en el Gobierno central, tuvo una clara dimensión específicamente catalana. El intento del Gobierno de la Generalitat de implementar una Ley de Contratos de Cultivos en beneficio de los Rabassaires (arrendatarios viticultores) había sido bloqueado por el Gobierno central como “inconstitucional”, lo que provocó protestas masivas organizadas por las Alianzas tanto en Barcelona como en Madrid. Meses antes, en plena crisis por la derogación de la ley catalana, Maurín había defendido que la Alianza Obrera, en caso de un conflicto entre la Generalitat y el Gobierno central, debía encabezar un “frente triple” compuesto por los trabajadores, los campesinos y el movimiento de liberación nacional. De no hacerlo y “dejar que la dirección la lleve la pequeña burguesía, es ir, irremediablemente, a la catástrofe”. El “frente triple”, mediante la lucha por la República Catalana, convertiría a Cataluña, según el BOC, “en una trinchera revolucionaria para derrotar a la contrarrevolución en toda España, constituirá el toque a rebato, y obreros y campesinos de toda la península se sumarán a la insurrección general que no podrá resistir la contrarrevolución unas horas o unos días”.[17] Con la declaración el 6 de octubre por parte del presidente de la Generalitat, Lluís Companys de la creación del “Estado Catalán dentro de la República Federativa Española”, la Alianza se volcó en la defensa de la República catalana, incluso cuando diez horas más tarde el Gobierno catalán se rindió ante unos pocos cañonazos del ejército español. A pesar de que se declaró la Republica Catalana, incluso la “República Socialista”, en otros centros urbanos, las reducidas fuerzas de la Alianza, sin el apoyo de la CNT, estaban condenadas al fracaso.

Homenaje a Maurín en el teatro Fortuny de Reus

Hacia la segunda revolución

Para Maurín, el movimiento revolucionario de octubre fue derrotado por la falta de coordinación, por la ausencia de un “estado mayor”. En Catalunya, el republicanismo pequeñoburgués, que controló la Generalitat, capituló sin luchar, creyendo que el gobierno de Madrid negociaría con ella. En Madrid, los socialistas, que dominaban la huelga general, no estaban preparados para asaltar el poder.

No obstante, los hechos de octubre 1934 marcaron un hito en la marcha hacia la Guerra Civil tanto por el movimiento obrero que había visto con la terrible represión desatada en Asturias como sería cualquier sublevación militar como por unas clases dominantes asustados por la virulencia de la resistencia obrera. Lo resumiría Maurín en Hacia la segunda revolución: octubre era “una fecha histórica. Se llega hasta allí y se parte de allí”. Fue “el cañonazo histórico” anunciando la segunda revolución. Sobre todo, “la República democrática, en la que fueron cifradas las mayores esperanzas de las grandes multitudes trabajadoras, de las clases medias y pequeña burguesía, en breve tiempo, en menos de cuatro años, se ha desgastado completamente.” La caída “definitiva” de la pequeña burguesía ya había tenido lugar en las elecciones generales de noviembre de 1933. Ahora era más claro que nunca lo que tenía delante las clases contendientes. La próxima, segunda, revolución sería, según Maurín, “democrático-socialista”.

Retrospectivamente se ha entendido mal la concepción defendida por Maurín en 1935 y 1936 de una “revolución democrático-socialista” como una revolución por etapas o como una defensa del “socialismo democrático” de corte socialdemócrata. En el momento también fue calificado por Trotsky como un “galimatías ecléctico”. La revolución de octubre de 1917 en Rusia había demostrado que “la revolución democrática y la revolución socialista se encuentran en lados opuestos de la barricada” y que, en España, ya se había llevado a cabo la revolución democrática, pero que en 1936 el Frente Popular “la resucitaba”.

Para aclarar para los militantes y simpatizantes del POUM de que trataba exactamente el concepto de la revolución democrático-socialista, Nin pediría a Maurín que escribiese sobre tema en la revista teórico del partido La Nueva Era (de la que Nin era editor). El artículo resultante, publicado en mayo de 1936, deja muy clara la ortodoxia marxista de la posición de Maurín:

“Plantear el problema de la democracia… significa abordar la cuestión de la toma del Poder por la clase trabajadora. Hablar de democracia al margen del socialismo es como creer que la luna puede ser atraída a la tierra utilizando una lente gigantesca. La óptica no se transforma en mecánica, sino en fantasía. (…) Frente a socialistas y comunistas, hay un sector marxista, el nuestro, que parte del supuesto de que estamos en presencia, no de una revolución democrático-burguesa, sino democrático-socialista o para mayor precisión, socialista.”[18]

Las similitudes con la de los bolcheviques en octubre 1917 son claras, donde los soviets tomaron el poder sin que se hubiera completado la revolución burguesa.  La posición de Maurín era, aunque no explícitamente, la misma concepción que tuvo Trotsky: la revolución permanente. Concluye en Hacia la segunda revolución que, si el proletariado llevara a cabo la revolución democrática “sin solución de continuidad, puesto que ambas están unidas, pasará a la revolución socialista”. O por ser más preciso:

“En adelante la lucha no queda entablada entre República y Monarquía, entre democracia y dictadura, entre pequeña burguesía y gran burguesía, sino más concretamente entre revolución y contrarrevolución. La disyuntiva es ahora: socialismo o fascismo.”

Sello dedicado a Maurin en 1937

La unidad de los marxistas

La lección central que Maurín de la derrota de octubre 1934, fue la ausencia un gran partido obrero revolucionario. Como dice en Hacia la segunda revolución que “cuando las masas obreras disponen de un partido acerado capaz de domar la tempestad, estas jornadas provocadas por el enemigo suceden sin que sean una catástrofe irreparable”. El enorme aumento de la fuerza de todas las organizaciones obreras, así como la creciente agitación social que se desarrolló a lo largo de los años previos a la Guerra Civil, hacían pensar a Maurín que las posibilidades de construir un partido de masas, un “partido socialista revolucionario (comunista)” eran muy favorables.[19] Como otras ocasiones, Maurín presenta el partido bolchevique de Lenin como el modelo, pero insistió que “un partido no puede ser una copia, un remedo, una adaptación. Ha de tener vida propia… (y) para tenerla, sus raíces han de ahondar la tierra del país en donde existe”. Sería la tarea de tal partido de “fundir el interés de una clase con el interés general de un pueblo, con el interés de toda una nación o varias naciones ligadas por un mismo Estado: he ahí el secreto de todo movimiento revolucionario de envergadura histórica”.

El primer paso hacia la formación de tal partido sería un fallido intento en los primeros meses de 1935 de unificar todas las facciones marxistas existentes en Cataluña. Quedaron solos el BOC y la organización trotskista, Izquierda Comunista de España. Se unificaron en septiembre 1935 para formar el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). Se planteó el nuevo partido como un paso hacia una unidad marxista más amplia, unificando todos “los partidos y núcleos marxistas existentes”, incluyendo el PCE. No obstante, más allá de las posiciones propagandísticas, la intención real del BOC y, pronto, del POUM, era acercarse a las bases radicalizadas del PSOE.

En la Nota Previa a la edición de 1966 de Hacia la segunda revolución, Maurín afirma que “el objetivo a largo plazo del POUM era fusionarse con el PSOE”.  Sin embargo, este no fue tan claro en los años anteriores de la Guerra Civil. En marzo de 1934, Maurín creía que la posición de los socialistas, pese a su retórica revolucionaria, seguía siendo esencialmente reformista. Antes habían pedido a los trabajadores que “esperasen” a que el Parlamento desarrollarse una política de reformas; ahora les pedían que “esperasen” a la revolución.[20] Un año más tarde, la visión de Maurín sobre la cuestión de la unidad entre los marxistas quedaría clara en una serie de intercambios escritos entre él y el secretario general de la Federación de Juventudes Socialistas, y futuro líder del PCE, Santiago Carrillo, publicados durante julio y septiembre de 1935 en La Batalla y en el periódico de la izquierda socialista Claridad.[21] Para Carrillo el futuro gran partido bolchevique español iba a construirse en el seno del PSOE e hizo un llamamiento al BOC a integrase en el partido para, de esta manera, fortalecer a la izquierda en su lucha contra los reformistas. Maurín, en respuesta, reafirmó el convencimiento del BOC en la imposibilidad de que esto sucediese mientras coexistiesen en el seno del PSOE dos tendencias irreconciliables. Para Maurín el problema no era de naturaleza numérica, tal cosa no había preocupado a Lenin en 1917, sino de claridad ideológica.

Maurín afirmó que la unidad era imprescindible, pero que era necesario realizarla sobre una base revolucionaria y no en el seno de ninguno de los partidos obreros existentes. En septiembre 1935, Maurín concluía su crítica de la línea política de Carrillo esbozando cuales debían constituir las bases de un acuerdo con la izquierda socialista:

“Aceptación de las alianzas obreras como organizaciones de lucha, insurreccionales y como órganos de poder; unificación del movimiento sindical; aceptación de la naturaleza democrático-socialista de la revolución; adopción de una “posición bolchevique” con respecto a la cuestión nacional y a la cuestión agraria; y la creación de un partido homogéneo sin facciones.”

Para Maurín la ampliación del partido no podía darse en “línea recta”, mediante la simple incorporación de otras facciones, sino que se trataba de un proceso en “espiral”, a través de una verdadera “unidad de pensamiento y de acción” y no del “caos ideológico”. Esta visión leninista sobre la organización política, se ve en una forma muy explícita en la declaración del Comité Ejecutivo del POUM en diciembre de 1935 que insistió que su partido era “el verdadero Partido Comunista de Cataluña y de España”.[22]

En la primavera de 1936, se volvería a plantear la cuestión de la unidad con los socialistas cuando Largo Caballero llegó a proponerle a Maurín que el POUM y el PSOE se fusionasen. La dirección del POUM rechazó la propuesta y seguía insistiendo en que los socialistas de izquierda debían romper con los reformistas, tanto en la esfera política como en la organizativa antes de que fuera posible cualquier tipo de unificación; es decir, como Maurín había indicado en la reunión de enero del Comité Central en enero de 1936, provocar una escisión en las filas socialistas. Incluso, después de rechazar la oferta de Largo Caballero, Maurín increpó con dureza a los “unificadores socialistas” por su idea de formar un partido en el que todo el mundo tuviese cabida, cosa que en su opinión “confunde lo que debe constituir un partido revolucionario con partidos socialdemócratas o laboristas”.[23]

Joaquín Maurín (segundo por la derecha, con bufanda) en el penal de Burgos (foto: Fundación Andreu Nin)

El Frente Popular

La convocatoria de nuevas elecciones en febrero de 1936 y la reconstitución de la coalición republicano-socialista de 1931, aunque fuera en versión frentepopulista con la participación de los comunistas, plantearon de nuevo la cuestión de cómo debía ser la relación entre las organizaciones obreras y la pequeña burguesía, temas también centrales de Hacia la segunda revolución.

Maurín nunca había menospreciado la importancia de ganar a la pequeña burguesía al lado del proletariado. Si el concepto general de pequeña burguesía se hacía extensivo también al campesinado, la relevancia numérica de esa clase resultaba evidente. Además, las experiencias fascistas habidas en otras partes de Europa habían demostrado que la pequeña burguesía podía servir al fascismo como carne de cañón. Por esta razón Maurín advertía que “sería una monstruosa equivocación” que la clase trabajadora rompiese completamente con la pequeña burguesía y que la considerase un adversario. Como Maurín escribió en julio de 1935, “no ha habido, ni hay, ni habrá una revolución pura, fabricada con arreglo a un determinado molde o patrón” y que, en “épocas de gran convulsión histórica”, como en la Rusia de 1917 o los momentos de auge del fascismo, la pequeña burguesía había demostrado ser de “una importancia extraordinaria”.[24]

La Internacional Comunista adoptó la política de Frente Popular a mediados de 1935 en un giro de 180º de su política sectaria anterior.  Maurín respondió indicando que la aplicación de esta nueva política sólo podía llevar a que el proletariado quedase subordinado políticamente a la pequeña burguesía. Hablar de una lucha entre “el fascismo y la democracia” era una abstracción peligrosa porque ambos constituían formas diferentes de capitalismo y por lo tanto no debían ser tratados como sistemas separados. Como Maurín ya había afirmado, el fascismo era la consecuencia de la crisis del capitalismo, y por ello no se podía combatir contra él defendiendo la democracia burguesa. Para Maurín, la posición defendida por la IC sólo demostraba su “total incomprensión” de la naturaleza del fascismo, y únicamente iba a resultar ser un freno para la clase obrera debido a que mantenía la lucha dentro de un marco burgués, con lo que se daba tiempo a la contrarrevolución para prepararse. La conclusión de Maurín era que la nueva orientación de los comunistas constituía una repetición de “en una palabra, lo que los mencheviques deseaban en Rusia en 1917” y de la posición del socialismo reformista, cuyas consecuencias desastrosas ya se habían visto en Italia, Alemania y Austria. Contra esta orientación, propugnaba una “crítica implacable” y la total independencia del proletariado.  Maurín contrapuso la reconstrucción de las Alianzas Obreras, muy mermadas después de octubre 1934, no solamente como frentes únicos, sino también como potencialmente órganos de poder que asumirían el papel de los soviets en la Revolución rusa.[25]

No obstante, al no conseguir un frente de todos los partidos obreros como candidatura, el POUM decidió firmar el pacto del Frente Popular como “un mal necesario para cerrarle el paso al fascismo” y para lograr que se concediese una amnistía para los presos políticos. Ya a principios de 1936 el Comité Ejecutivo del POUM había dejado claro que al partido “le interesa extraordinariamente obtener una representación parlamentaria” que le permitiese defender una “posición netamente de clase” en las Cortes.  Maurín resumió la posición del POUM en un mitin de 5.000 personas en Madrid durante la campaña electoral, declarando que:

“a un lado (estaba) el frente democrático-socialista, el frente obrero-republicano, el frente progresivo (y) por el otro el frente de los asesinos y los ladrones… (Participamos en las elecciones) pensando en los muertos de las jornadas de octubre, en los 30.000 camaradas presos, pero pensando además en el triunfo de nuestra revolución, que trace entre Madrid y Moscú una diagonal sobre Europa que contribuya al hundimiento del fascismo en todo el mundo.”[26]

Joaquín Maurín durante su encarcelamiento, en Burgos (1943) y en Madrid (1947) Fotos del libro de Anabel Bonsón Aventín Joaquín Maurín (19896-1973). El impulso moral de hacer política (Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1994)

 

Socialismo o fascismo

En los meses anteriores de la guerra una gran agitación se extendió por el país con la ocupación de la tierra latifundista en el sur, una ola de huelgas, sobre todo en Madrid y los constantes tiroteos en las calles entre jóvenes fascistas y la izquierda. Maurín como el único diputado del POUM, sería una voz solitaria en las Cortes alertando contra la amenaza de un golpe militar. Como había insistido después de octubre 1934:

“Si la contrarrevolución ve que los planes de Gil Robles no pueden realizarse, entonces puede intentar recurrir a un golpe de Estado de carácter militar, iniciándose nueva­mente una dictadura semejante a la de 1923-1930, aunque más pronunciadamente fascista… la revolución burguesa ha fracasado. El dilema es ahora: fascismo o socialismo, revolución obrera o contrarrevolución burguesa.”[27]

Con la amenaza de un golpe militar-fascista cada vez más patente, el POUM hacía todo lo posible para convencer al resto del movimiento obrero para que actuara conjuntamente para evitarlo. Desde el Parlamento, el 16 de junio, pocas semanas antes de la sublevación militar-fascista, Maurín volvió a insistir en la disyuntiva del socialismo o fascismo.

“El reformismo ha fracasado en España como fracasó en Italia, en Alemania y Austria. No es cuestión de reformas, sino de revolución.” Concluye que, aunque “fracasó la insurrección de Octubre (…) la lección fue de una utilidad formidable. Nuestro proletariado, a la luz de (esta) experiencia (…), puede ahora irse preparando sin perder un momento para lanzarse muy en breve a una nueva insurrección que le asegure la victoria”.

El 16 de julio Maurín se marchó desde Madrid a Galicia para participar en unos actos del partido. Maurín acabaría atrapado en la zona fascista, empezando así una odisea por las cárceles franquistas. Se salvaría del pelotón de fusilamiento gracias a la incasable labor en su favor de familiares y amigos. Después, en el exilio en Nueva York, en un contexto radicalmente distinto de los años treinta, abandonaría el marxismo revolucionario de su juventud y gravitaría en sus simpatías hacia la socialdemocracia y un marcado anticomunismo.[28]

Antes de marcharse a Galicia, escribió lo que sería su último artículo como secretario general del POUM y redactor jefe de La Batalla. Avisó una vez más sobre el “anuncio de un próximo golpe de Estado de tendencia militar-fascista” y nombró, como ya había hecho en otras ocasiones, a Franco, Goded y Mola como quienes lo encabezarían.[29]

La sublevación militar del 18 de julio de 1936 provocaría una respuesta por parte del movimiento obrero que desencadenaría un proceso revolucionario, sobre todo en Cataluña. La clase obrera y sectores del campesinado efectivamente pondrían en marcha la revolución democrático-socialista como lo entendía Maurín, pasando directamente a la transformación social y la anulación del capitalismo. Casi cuarenta años más tarde, poco antes de su muerte, Maurín criticaría su antiguo partido por no haber subordinado todo a ganar la guerra.[30] En plena guerra civil, en cambio, el POUM no dudaba que tenía delante la revolución democrático-socialista que esperaba. Nin, ahora el máximo dirigente del POUM en ausencia de Maurín, lo resumiría elocuentemente en un gran mitin en Barcelona en septiembre 1936:

“La clase trabajadora de Cataluña y la clase trabajadora de España, no lucha por la república democrática… Cinco años de república y ninguno de los problemas fundamentales de la revolución española se había resuelto. No se había resuelto el problema de la Iglesia, no se había resuelto el problema de la tierra, no se había resuelto el problema del ejército, ni el problema de la depuración de la magistratura, ni el problema de Cataluña… todos estos objetivos concretos de la revolución democrática han sido realizados no por la burguesía liberal, que no lo había podido hacer en cinco años, sino por la clase trabajadora que los ha resuelto en pocos días con las armas en la mano…”

Pero no duraría. La cuestión nunca era “guerra o revolución”, sino qué tipo de guerra. Descartada una guerra revolucionaria, las fuerzas republicanas nunca iban a ganar contra un contrincante tan bien armado como Franco. En la edición de 1966 de Hacia la segunda revolución, Maurín subrayó el siguiente párrafo, trágicamente profético, sobre lo cual será el destino que esperaba a las masas si no impusieran su propia solución:

“Ha fracasado el régimen levantado alrededor de la Monar­quía. Ha fracasado la República burguesa. El fascismo está plagado de antagonismos que lo roen, de momento. Pero si el proletariado no logra superarse, si no es capaz de comprender la misión que le corresponde adoptando una estrategia y una táctica justas, enfocadas hacia un objetivo final, el de la toma del Poder, evidentemente, la actual generación quedaría tritu­rada por la contrarrevolución, y la tarea salvadora correspondería más tarde a una próxima promoción”.

Joaquín y Juana Maurín, Nueva York, 1969. Foto del libro de recuerdos de Jean Maurin

Notas

[1] Para la biografía completa de Maurín se puede consultar: Víctor Alba, Dos revolucionarios: Joaquín Maurín y Andreu Nin (Madrid, 1975) y Anabel Bonsón, Joaquín Maurín (1896-1973). El impulso moral de hacer política (Huesca, 1995); sobre su trayectoria y obra hasta 1936: Yveline Riotott, Joaquín Maurín. La utopía desarmada (Zaragoza, 2004) y Andy Durgan, Comunismo, revolución y movimiento obrero en Cataluña 1920-1936. Los orígenes del POUM (Barcelona, 2016)

[2] Los hombres de la Dictadura (Barcelona 1930, reeditado en 1977); La revolución española. De la monarquía absoluta a la revolución socialista (Barcelona 1931reeditado en 1977); Hacia la Segunda Revolución. El fracaso de la República y la insurrección de octubre (Barcelona 1935, reeditado como Revolución y contrarrevolución en España en 1966).

[3] Pere Bonet, “En la muerte de Joaquín Maurín” La Batalla diciembre 1973.

[4] Georges Sorel, Reflexiones sobre la violència (publicado por primera vez en 1908; última edición castellana: Madrid 2016).

[5] El PCC había sido fundado en 1928 por jóvenes procedentes del nacionalismo catalán de izquierda, algún veterano de la FCC-B y otros que simpatizaban con el comunismo, sobre todo, la “solución” por parte de la URSS de la cuestión nacional, pero se oponían al centralismo burocrático del PCE.

[6] Sobre la actitud de Maurín hacia Trotsky ver: Durgan, Comunismo… pp.82-88, 374-375.

[7] J. Maurín, «Necesidad de la unificación nacional e internacional del movimiento comunista» La Batalla 29.12.32, 12.1.33, 9.2.33.

[8] Maurín, La revolución española pp. 73-74.

[9] Sobre Maurín y la cuestión nacional ver: Andy Durgan “Joaquín Maurín y la cuestión nacional” en Pelai Pagès y Pepe Gutiérrez (eds.), El POUM y el caso Nin (Barcelona, 2014), pp.211-226.

[10] Joaquín Maurín, “La cuestión de las nacionalidades” La Batalla 3.9.31.

[11] Tesis del POUM en relación con la cuestión nacional, escrito por Maurín y Nin, La Batalla 19.7.35.

[12] POUM, Qué es y qué quiere el Partido Obrero de Unificación Marxista (Barcelona 1936, escrito por Maurín).

[13] Ya antes de la República Maurín había dedicado tiempo en analizar las razones por la presencia tan importante del anarquismo en Cataluña, por ejemplo, ver los escritos de Maurín sobre las raíces del anarquismo catalán, publicados en L’Opinió durante 1928, en: Albert Balcells (ed.), El arraigo del anarquismo en Cataluña. Textos de 1926-1934, (Madrid, 1979).

[14] Joaquín Maurín, El fracaso del anarcosindicalismo. La crisis de la CNT (Barcelona, 1932); Joaquín Maurín, “¿Que harán ahora los anarquistas?” Adelante 16.12.33.

[15] Joaquín Maurín, “Revolución permanente”, La Batalla 4.6.31.

[16] “La amenaza fascista existe”, La Batalla, 23.3.33. (editorial, escrito por Maurín).

[17] “Proyecto de resolución presentado por el BOC y los Sindicatos excluidos”, La Batalla 21.6.34.

[18] Joaquín Maurín, “Revolución democráticoburguesa o revolución democráticosocialista?”, La Nueva Era, mayo 1936.

[19] “El problema de la unificación marxista”, La Batalla 12.7.35.

[20] Joaquín Maurín: “La importancia de las huelgas económicas en momentos de inestabilidad política de la burguesía” y “Importancia de las huelgas políticas en el período revolucionario”, La Batalla 24.3.34; 31.3.34.

[21] Polémica Maurín-Carrillo (Barcelona, 1937, reeditado en 1978).

[22] “Interviú con Joaquín Maurín a propósito de la unificación marxista», La Batalla, 4.7.35; Comité

Ejecutivo del POUM, A propòsit d’un manifest fraccional p.10.

[23] Joaquín Maurín, “Prologo” (1.5.36.) a Carlos Marx, Crítica del programa de Gotha (Barcelona 1936), p.29.

[24] Joaquín Maurín, “Las relaciones del proletariado con los partidos pequeñoburgueses”, La Batalla, 19.7.35

[25] Joaquín Maurín, “La Alianza Obrera. Orígenes, características y porvenir”, La Nueva Era, enero 1936.

[26] La Batalla 14.2.36.

[27] Resolución del Comité Central del Bloque Obrero y Campesino – Federación Comunista Ibérica, Las lecciones de la insurrección de octubre (Barcelona, 1.1.35.), escrita por Maurín.

[28] Sobre la vida de Maurín en la cárcel y el exilio ver: Jeanne Maurín, Cómo se salvó Joaquín Maurín (Madrid 1980); Bonsón pp.295-413; y Agusti Colomines, “La segona vida de Joaquín Maurín: Nova York i la creació de l’American Literary Agency (ALA)”, Afers 95/96 (Catarroja 2020).

[29] “Ante una situación inquietante” La Batalla 17.7.36.

[30] Ver la carta de Maurín a Víctor Alba del 11 de febrero 1973 en Alba, Dos revolucionarios p.288.

*Ha publicado varios estudios sobre el comunismo no estalinista en España durante la Segunda República y la guerra civil. Es autor de obras como El Bloque Obrero y Campesino, ​ The Spanish Civil War;​​ entre otras.

Fuente: Introducción de Andy Durgan  en Joaquín Maurín, Hacia la segunda revolución. El fracaso de la República y la insurrección de octubre. Madrid, Traficantes de sueños, 2023

Portada: MADRID, 08/06/1931.- El secretario general del Bloque Obrero y Campesino (BOC), Joaquín Maurín (c), durante una conferencia en el Ateneo de Madrid, titulada «La actual revolución española», organizada por la sección de la Sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo. EFE/jgb

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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Un Andreu Nin vivo

Luces y sombras en el “Homenaje a Cataluña” (y II).

Ante Sender: lecturas, escritos, ideas

 

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