Jordi Amat

 

La policía llegó a las 12.30 a la sede del POUM. Subieron al primer piso del edificio de Rambla dels Estudis en Barcelona. Detuvieron a Andreu Nin y a otros dirigentes del Partido Obrero de Unificación Marxista. Nin lo lideraba porque su camarada Joaquín Maurín estaba encarcelado (por entonces, ellos lo creían muerto). Día 16 de junio de 1937. Dos agentes del espionaje estalinista lo llevaron a Valencia en coche. Detrás iba otro vehículo con más miembros de la policía secreta. Al cabo de pocas horas lo trasladaron a Madrid. Estuvo recluido primero en un centro de la Brigada Especial de la Policía en el paseo de la Castellana. El día 19 lo llevaron a un chalé de Alcalá de Henares donde vivía la pareja de dirigentes comunistas Ignacio Hidalgo de Cisneros y Constancia de la Mora.

Todo iba según el plan trazado por Orlov, jefe del espionaje soviético en España, que contó con la colaboración de agentes locales que se movían entre las cloacas y el contraespionaje: se trataba de asociar a los dirigentes del partido revolucionario a una conspiración tramada por la quinta columna de Madrid. Inventaron las pruebas. Antes se había propagado un relato nacional e internacional que presentaba a los poumistas como cómplices del fascismo. El día 18 Nin firmó una declaración; el 19, dos, el 21, la última. Ni se autoinculpó ni culpó a sus camaradas. Ya tenía el rostro desfigurado y el cuerpo destrozado. Orlov decidió ejecutarle. Sus restos siguen hoy en paradero desconocido.

Local del POUM en la Rambla dels Estudis de Barcelona

Los últimos días de su vida son como un rompecabezas ocultado. Empezaron a desenterrarlo sus compañeros al rememorar las últimas horas del día 16. Con rigor historiográfico tomaron su testigo Francesc Bonamusa y Pelai Pagès. El gran documental Operación Nikolai marcó un punto de inflexión gracias al acceso a archivos de la KGB. En la Causa General del franquismo, Fernando del Castillo descubrió documentos que permitían identificar a los implicados en la conspiración madrileña. El relato no puede ser más atractivo. El secuestro, tortura y asesinato de Nin es un episodio tan siniestro que, en buena medida, ha borrado la posibilidad de comprender críticamente la trayectoria de uno de los pilares del comunismo en España.

Dicha trayectoria la resumió él mismo ese 21 de junio fatídico. Nin empezó esa última declaración diciendo que había nacido en El Vendrell y acabó afirmando que “nada tiene que ver con el asunto de espionaje que se le imputa”. Era una infamia. Su vida había sido un caso español que replicaba una dinámica internacional del primer cuarto de siglo: un ejemplo del revolucionario profesional cuyo paradigma encarnó Lenin. Esta parábola intenta reconstruirla el historiador de las culturas de la primera mitad del siglo XX que es Andreu Navarra. El resultado es La revolución imposible, una biografía voluntariosa y empachada que sintetiza lo ya sabido.

Nin nació en 1892 y con 13 años publicó en catalán su primer artículo. Ese hijo de zapatero fue un adolescente socializado en el común denominador del catalanismo. Pero al cabo de dos años ya manifestaba cierta sensibilidad social y se vinculaba a la utopía internacionalista del esperanto. Había empezado a transitar por una estrecha vía en construcción, en la que siguió al instalarse en Barcelona, y que acabó compactándose en la articulación de sucesivas propuestas de combate revolucionario en Cataluña. Y de Cataluña, esperaba, después a España y al mundo. A esa utopía llegó tras haber dado clases a obreros —él era maestro, hizo incursiones pedagógicas—, tras haber militado desde muy pronto en asociaciones políticas y haber escrito en prensa muy ideologizada. La vía democrática no era el camino. Como escribió tras un congreso de la UGT, la solución era articular la clase obrera en una internacional de sindicatos.

Una tropa del POUM durante la Guerra Civil (Keystone-France / Gamma-Keystone via Getty Images)

Son ideas esbozadas en artículos que apenas leía nadie, pero su vida consistirá en buscar sistemáticamente la manera de conseguir la conquista obrera del poder. No importarían la marginalidad ni las detenciones ni la persecución. En su caso, lo excepcional resultó ser la fe del propagandista que funde su vida a partidos y asociaciones y predica una ideología que legitima la acción leninista para asaltar el poder. “Un bolchevique puro”, en definición del profesor Navarra. “Uno de los intelectuales españoles que mejor encajan en la categoría de extremistas fabricado por el caos absurdo y violento desatado entre 1914 y 1918″.

Si el joven pensó que el partido socialista podía ser el instrumento de conquista del poder para el proletariado, lo descartó tras la Revolución de 1917. El mito del Octubre Rojo no dejó de arder en su conciencia. El mito de Nin era fuego revolucionario que incendia la democracia. Se afilió a la CNT, y al poco, en un congreso del sindicato anarquista en Madrid, rompió públicamente con el socialismo democrático. “Soy un admirador de la Revolución rusa porque ella es una realidad. Soy partidario de la Tercera Internacional porque representa un principio de coexistencia de todas las fuerzas netamente revolucionarias que aspiran a implantar el comunismo de una manera inmediata”. Del mitin al activismo a escala continental. En una reunión clandestina, la CNT decidió asistir al congreso fundacional de la Internacional Sindical Roja en Moscú. Año 1921. Al llegar Trotski —el forjador del Ejército Rojo— fue presentado a la delegación española. Le hicieron una petición: armas para la revolución en España.

Cartel del POUM (foto: Fundació Andreu Nin)

De regreso a Barcelona, lo detienen en Berlín. Las autoridades españolas lo acusan de participar en la conspiración anarquista que asesinó al presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato. Expulsado de Alemania, volvió a Moscú. No tardó en ser cooptado como alfil para la expansión de la nueva Internacional Sindical Comunista. La CNT se había escindido del organismo, pero Nin fue una de sus figuras principales. Viajaba, escribía panfletos, predicaba el internacionalismo como catapulta contra el fascismo y en favor de la revolución. Formaba parte de la nomenklatura de los privilegiados, vivía con su nueva familia en el hotel Lux. Pero las luces del poder se fundieron cuando optó por Trotski en la pugna por la sucesión de Lenin.

Confinado en el hotel y expulsado del Partido Comunista en el verano de 1928, empezó a ganarse la vida traduciendo frenéticamente. Lo estudió Judit Figuerola. Hasta que pudo salir de la URSS. Seguía actuando en modo trotskista, poseído por el fuego de la revolución internacional. En septiembre de 1930 llegaba a Barcelona y, más que como político, su fama será como traductor: mediador del pensamiento marxista en castellano, introductor de la novela rusa en la prosa catalana. Pero su proyecto de vida, en los márgenes de la radicalidad, estaba fundido con la batalla de la que hablaba por carta con sus mejores interlocutores: los antiestalinistas Trotski, Víctor Serge y Joaquín Maurín. Para todos ellos la democracia liberal estaba mutando en regímenes fascistas cuya funcionalidad era el mantenimiento de los privilegios de la burguesía. Así interpretó el paso de la monarquía a la república: como una revolución escamoteada.

Retrato de Andreu Nin (Universal History Archive / Universal Images Group via Getty)

Desde el primer momento razonó contra esa trampa. Contra la democracia y por la revolución. Se necesitaba el partido, se necesitaban soviets. “Lo que falta es un partido que concrete en fórmulas precisas esa conciencia revolucionaria y organice a las masas para la acción. Este partido no existe aún, aunque hay potencialmente un intenso espíritu comunista en el país. Hay que dar a la clase obrera ese instrumento indispensable para su emancipación. Hay que forjar un gran partido revolucionario del proletariado unificando todas las fuerzas comunistas y dotándolas de un programa claro y preciso”. Pero una cosa eran las ideas sobre el papel, dogmáticas, y otra, la realidad de las masas.

Y en octubre de 1934 las masas se activan. Nin ha participado en el diseño de uno de los motores de explosión ideado por Maurín: la Alianza Obrera. “Unirse para conseguir un mismo fin”, le decía Nin a la moderna periodista Irene Polo, “la dominación del fascismo a través de la conquista del poder por la clase trabajadora”. Para él, la revolución de Asturias había revigorizado el mito de Octubre de 1917 y quiso un proyecto en el presente al crear el POUM, un partido marxista heterodoxo. Concurrió en las elecciones de febrero de 1936 integrado en el Frente Popular. Maurín, su líder, ganó el acta de diputado. El discurso del partido seguía siendo el sabotaje democrático. Y con el colapso del Estado tras el golpe contrarrevolucionario se crearon las condiciones para convertir el mito en realidad: cuando los obreros pararon la insurrección en Barcelona vio encenderse de nuevo la mecha de la revolución. Y el fuego lo cegó.

Manifestación del POUM y otros republicanos en Barcelona, 1936. Universal History Archive / Universal Images Group via Getty)

En el caos, entre saqueos y asesinatos, Nin —puro como los fanáticos— atisbó la esperanza de una revolución liberadora cuya cruz era la violencia. “El problema de la Iglesia ya sabéis como se ha resuelto: no queda Iglesia en España”. Lo dijo en septiembre en un mitin. En el mismo local, al cabo de pocos meses, el mismo registro. “Desempeñamos el mismo papel histórico que el de los bolcheviques de la revolución”. Pero el esfuerzo institucional por reinstaurar un orden precario acabó con aquel mito. Para defenderse, la República contó solo con la ayuda soviética. Al llegar el armamento, además del pago en oro, se pagó otro precio. No ocurrió nada que no hubiesen denunciado en La batalla, el diario del partido. El estalinismo liquidaba a sus disidentes. El 16 de junio de 1937, a media mañana, en el primer piso de la sede del POUM, dos policías detuvieron a Andreu Nin.


 

Conexión independentista

De asesinar a Alfonso XIII hablaba esa carta de Eugeni Xammar a Josep Pla de marzo de 1924. Objetivo: disparar al Rey. En alta mar, cuando estuviese navegando en las regatas de San Sebastián. Y después buscar una escapatoria para los magnicidas. Una opción sería contar con su amigo Andreu Nin. “Entraría en el asunto para provocar en España una revolución comunista”. Pocos días después, Xammar, que vivía en Berlín, escribía a Nin, pero desconocemos la respuesta. Lo seguro es que Nin, atendiendo su petición, les dio a Pla y a Xammar indicaciones para preparar un viaje a la Unión Soviética. La motivación era periodística: tras su primera serie de artículos en Alemania, querían hacer otra en Rusia. Llegaron en julio de 1925 y Nin sería su anfitrión. Lo contó Pla en el retrato que le dedicó mucho después, y lo que no contó allí es algo que parece obvio: los materiales que usó para escribir su exitoso ‘Rússia’ —traducido al castellano y prologado por Marta Rebón— se los facilitó Nin y, en varias páginas, Pla se limitó a adaptarlos a su prosa. El último capítulo ya se refería al caso Trotski.

Tres meses después, con pasaporte falso, quien llegaba a Moscú era el exiliado Francesc Macià. Descartadas diversas opciones, también veía la Unión Soviética como un aliado posible para acabar con la dictadura de Primo de Rivera. Pedía dinero y armas. Así podría avanzarse en la conspiración con la que fantaseaban él y sus paramilitares reclutados en torno a las siglas separatistas de Estat Català. Macià llegó a Moscú con una delegación catalana de tres o cuatro personas el 24 de octubre de 1925, se instaló en el hotel Lux y lo primero que hizo fue telegrafiar a Nin para que supiese que habían llegado. Como contaron Ucelay y Esculies en Macià al país dels soviets, llevaban unos informes exponiendo sus planes.

La reunión clave se celebró el 13 de noviembre en la sede de la Komintern. Nin participó como traductor. Los interlocutores de los catalanes eran figuras de primer nivel, además de José Bullejos —secretario general del PCE, que ya había informado a los dos dirigentes que ni en Cataluña ni en España se daban las condiciones para una revolución—. “Solo después de madurar las condiciones políticas de la revolución podrían plantearse los problemas técnicos de la insurrección”. Macià no tiraba la toalla. Dijo que tenía la intención de crear un ejército de voluntarios como en su día hizo Garibaldi. A Nikolai Bujarin —miembro del Buró Político— le pareció extravagante. Escribió dos líneas en un papel que pasó a un compañero de mesa. “Lo más importante: el separatista es demasiado viejo, y el comunista, demasiado joven”.

Reseña del libro de Andreu Navarra La revolución imposible. Vida y muerte de Andreu Nin (Tusquets, 2021).

Portada: montaje sobre un retrato de Andreu Nin en una imagen sin datar (RUE DES ARCHIVES / © RUE DES ARCHIVES/TAL / CORDON)
Ilustraciones:  Conversación sobre la historia
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