Pier Giorgio Ardeni
Massimo Villone
Andrea Colombo
Tommaso Nencioni 

 

30 años de “berlusconomía”, cuatro gobiernos de decadencia italiana

Pier Giorgio Ardeni

Al comentar el fallecimiento de Berlusconi, el hombre, no podemos dejar de reflexionar sobre lo que representó para la economía y la sociedad italianas. El ex cantante de cruceros reconvertido en especulador inmobiliario comprendió que la televisión privada era el negocio del futuro, que generaba beneficios y servía como gran manipulador de las mentes, cambiando para siempre el panorama social y cultural.

No tardó en utilizar sus dotes de encantador, perfeccionadas en el piano-bar de los cruceros, para hacerse amigo de los políticos y romper el monopolio televisivo de la RAI. Ya ambicionaba el poder político -después de todo, se alistó en la [logia masónica de la] P2-, pero encontró la manera de abrirse camino.

Cuando surgió la investigación sobre la corrupción de Tangentopoli, todo un sistema se vino abajo y él explotó hábilmente su pequeño mundo de bienes inmuebles y televisión para escalar los peldaños del poder, el de verdad. Y fue sobre eso sobre lo que construyó su reinado, algo muy diferente del cuento que le puso encima.

Si nos fijamos en la historia de la economía italiana en la era Berlusconi, no podemos dejar de notar que ha sido sinónimo de declive (un término que fue objeto de debate durante algún tiempo, pero el mencionado declive se ha demostrado crónico hasta tal punto que hoy en día ha salido del rango del debate razonable).

Noticia de la protesta del 30 de abril de 1993 por la denegación del suplicatorio contra Bettino Craxi

Para quien no lo recuerde, 1992 fue el annus horribilis de la reciente historia italiana, económica y no solamente de ella. Con una crisis monetaria que nos sacó del Sistema Monetario Europeo, dando lugar a uno de los presupuestos más dolorosos de la posguerra, cuya culpa asumió Giuliano Amato (tras aprobar un impuesto repentino sobre los depósitos bancarios de los italianos en mitad de la noche, antes de que pudiera haber reacción alguna). La mafia había vuelto a hacer de las suyas, asesinando a Falcone y Borsellino; Mario Chiesa, del Partido Socialista Italiano (PSI), fue detenido por corrupción (y el líder del partido, Craxi, le llamó «canalla» en un vano intento de distanciarse); y se produjeron varias tragedias, hasta el episodio en que el mismo Craxi fue acribillado a monedas por una multitud enfurecida frente al Hotel Raphael de Roma.

La economía se puso de nuevo en marcha, pero el sistema político estaba en caída libre y, en medio de las turbulencias, surgieron el «partido-empresa» del Cavaliere y la Lega [Nord] a campo abierto de Umberto Bossi. Disuelta la Democracia Cristiana y licuado el PSI, la burguesía y las clases medias «productivas» del Norte optaron así por lo «nuevo» de lo que se les ofrecía: una mezcla de liberalismo e intervencionismo a la lombarda, disfrazada de modernidad «a la americana».

Frente a este desafío, la izquierda, aún sumida en las penurias posteriores a 1989, estaba más interesada en preservar su pureza ideológica (aunque el famoso «Camarada G», encarcelado por canalizar sobornos y comisiones ilegales a las arcas del PCI y el PDS, demostró lo «fuera del sistema» que estaban realmente los partidos) y se contentó con resistir. Y el mensaje de Berlusconi aterrizó, con el eslogan «si él se hizo rico, hará rico al país».

Su primera etapa en el poder duró poco debido a la deslealtad del «popular» Bossi (según algunos, la Lega era entonces una «costilla» de la izquierda, a tenor del abrazo entre Bossi y Massimo d’Alema tras la caída del gobierno Berlusconi). Le sustituyó Lamberto Dini, del Banco de Italia, con el apoyo de la izquierda; que fue luego reemplazado por Romano Prodi, el profesor de Bolonia que iba a «llevar a Italia a Europa», y que cayó tras conflictos entre su propia coalición.

En ese lapso de cinco años desde que Berlusconi perdió el poder por primera vez, el centro-izquierda no mostró un cambio de ritmo, ni fue capaz de legislar sobre la cuestión de los «conflictos de intereses», por lo que el magnate de Arcore pudo recuperar el gobierno, junto con los postfascistas y la Lega, y conseguir por fin hacer lo que le viniera en gana.

La economía no se movió ni un ápice de su trayectoria descendente. Las empresas medianas-grandes siguieron marchándose del país, las medianas-pequeñas siguieron invirtiendo poco o nada, con escasa innovación y poca producción de nueva riqueza. El segundo mandato de Berlusconi no pudo mantener su impulso, y Prodi ganó las siguientes elecciones, pero cayó debido a los conflictos entre las coaliciones después de sólo dos años. Eran los largos años de la globalización, la economía puntocom, la deslocalización. Las tres «Is» de «Mr. B.» – impresa, Internet, inglese (empresa, Internet, inglés) – nos parecen hoy desesperadamente ingenuas, pero constituían el argumento de telemárketing más avanzado de Arcore.

La etapa de Berlusconi en el poder cambió el país, tanto en las formas de consumo -distribución masiva, gastos suntuarios «modernos», endeudamiento para comprar- como en los gustos y las modas, ya que el descenso a la vulgaridad reflejaba el de las instituciones públicas.

Portada de The Economist sobre la salida de Berlusconi del gobierno en plena crisis, en noviembre de 2011

Cuando el Cavaliere volvió a ganar las elecciones por tercera vez, en 2008, no tenía ni idea de que se avecinaba la crisis, desencadenada por la especulación. El país que gobernaba, complaciendo a industriales grandes y pequeños, a una burguesía rentista y a una clase media que vivía por encima de sus posibilidades, era un país con una economía frágil, una deuda creciente -él era un «liberal» que en realidad aumentaba el gasto público- y unas diferencias de riqueza cada vez mayores. Así, la crisis del euro y el «spread» le derribaron: el industrial de Arcore perdió el favor de las grandes potencias, preparando el escenario para su ocaso y un nuevo periodo de dos años de apretarse el cinturón.

El PD, sin embargo, no logró imponerse; la izquierda no entendía lo que estaba pasando. Los cinco años que siguieron mostraron al PD sucumbiendo de pies a cabeza al neoliberalismo de la austeridad, mientras que en la derecha la base de Berlusconi y la Lega se mantenía compacta, arraigada en sus territorios locales y sus costumbres. Pero el cuerpo social del país se deshacía, cada vez más desconectado, atraído por los cantos de sirena del M5S [Movimiento Cinco Estrellas].

La lección del «liberalismo» de Berlusconi reside en esta deriva. Fue un liberalismo que no consiguió «liberar» las mejores energías del país, que no fomentó la innovación ni redujo la elefantiasis burocrática del Estado, que sólo condujo a un aumento de las desigualdades y las brechas y que, en última instancia, acabó plegándose al soberanismo y a la cerrazón proteccionista contra los «fracasos» de la globalización que él mismo había pregonado. Dejó tras de sí un país más pobre, económica, cultural y socialmente, en el que las clases que habían apoyado al hombre de Arcore son ahora lo suficientemente mezquinas como para apoyar a la derecha postfascista con el fin de mantener los privilegios que les habían sido garantizados durante 25 años.

Al final, los que más ganaron con la llamada «era Berlusconi» fueron el hombre mismo y la estrecha clase que se apoyó en él. Es difícil envidiar semejante legado.

il manifesto global, 15 de junio de 2023

La Stampa informa sobre el discurso de Berlusconi del 26 de enero de 1994
El asalto a la Constitución italiana comenzó en 1994

Massimo Villone

La muerte impone una actitud respetuosa, de eso no cabe duda. Tampoco puede ponerse en duda la importancia de la repercusión de Berlusconi en la historia de Italia. Pero dividió al país cuando estaba vivo, y seguirá haciéndolo cuando esté muerto. Incluso ahora, una parte del pueblo italiano disiente de los siete días de luto parlamentario y del día de luto nacional, porque cree que Berlusconi ha sido una causa importante del debilitamiento institucional y político del país.

Berlusconi decidió presentarse a primer ministro en 1993. Antes, no, y no había precedentes antes de él, porque los partidos políticos, con estructuras sólidas y profundas raíces territoriales, habían impuesto hasta entonces un equivalente del cursus honorum romano que impedía a los magnates de la época acceder a las altas esferas de la política. El hundimiento de los partidos en aquellos dos terribles años – 1992 y 1993 – y el vacío resultante fueron condiciones necesarias para hacer posible a Berlusconi.

En la segunda mitad de 1993, se fabricó ingeniosamente en todo el país la expectación sobre el tema «se presentará o no se presentará». Finalmente, el 26 de enero de 1994, las cadenas de televisión emitieron su anuncio en vídeo: «Italia es el país que amo». Los profesionales de la política no supieron adaptarse al cambio de marcha de la comunicación. Tampoco comprendieron que el partido «artificial» que Berlusconi estaba creando era un peligro real.

Berlusconi obró el milagro político de mantener unidas a Forza Italia, Alleanza Nazionale (heredera del Movimento Sociale Italiano [el partido neofascista de la postguerra]) y la Lega Nord. La victoria del centro-derecha en 1994 rompió el «arco constitucional» del gobierno de los partidos que habían creado la Constitución de 1948 y le habían prestado un apoyo esencial. Comenzó así un debilitamiento estructural de la Constitución, que nunca se ha recuperado desde entonces.

La interpretación de Berlusconi del significado del voto popular tuvo mucho que ver en ello. El 16 de mayo de 1994, en su discurso de confianza, Berlusconi dijo que su alianza electoral se había «transformado en una coalición de gobierno por mandato explícito de los ciudadanos… Creo que esta mayoría y esta legislatura deben coincidir, y que para constituir una nueva mayoría serían políticamente necesarias nuevas elecciones

Esto supone una ruptura con la forma parlamentaria de gobierno. Según esta interpretación, el papel del Presidente y del Parlamento consiste en refrendar las decisiones que básicamente les dicta el voto popular; e incluso serían de algún modo subversivos si no las acataran. Cuando cayó su gobierno, Berlusconi difundió un anuncio televisivo el 19 de diciembre de 1994 en el que instaba a sus partidarios a salir a la calle en su nombre, como único y legítimo primer ministro. Afortunadamente, el país no hizo caso de esta incitación. Pero el estribillo de «traición a los votantes» se mantuvo. La Loggia dijo lo mismo el 1 de febrero de 1995 en el Senado, a saber, que la votación del 27 de marzo de 1994 había reducido supuestamente los poderes del Presidente de la República de «casi absolutos» «a casi cero». Así se estropeó irremediablemente el Edén de la política con el «mandamiento» de que el voto popular debe elegir quién debe gobernar, y el «pecado original» de anular esa voluntad popular.

No es de extrañar que la derecha adoptara esta postura. Pero hay que asombrarse de que ideas similares vinieran entonces de Prodi en 1996, de D’Alema en 1998, de Amato en 2000, y de nuevo de Prodi en 2006 y 2008, en el momento de la derrota política. Y así fue como el 13 de mayo de 2008, en la Cámara de Diputados, Berlusconi, celebrando su victoria, dio las gracias a los votantes que aceptaron esta visión de las cosas eligiendo claramente una mayoría y una oposición, y aceptando así «nuestro llamamiento conjunto (tanto de su PdL como del PD) para hacer el gobierno del país más claro, más eficaz y controlable… Esta ha sido la primera gran reforma».

Romano Prodi (centro),  Massimo d’Alema (derecha) y Lamberto Dini (izquierda) durante la campaña para las elecciones del 21 de abril de 1996  (AP Photo/Massimo Sambucetti)

Y Veltroni, jefe del recién formado Partido Democrático, clamorosamente derrotado tras presentarse casi en solitario, se jactaba de que, con este «llamamiento» conjunto, había introducido la discontinuidad respecto a «la extrema fragmentación política y … la constante demonización del adversario» del pasado. Según él, el PD tenía «el coraje de tomar decisiones difíciles e innovadoras». Poco importó que el efecto colateral fuera dejar el Parlamento en manos de la derecha.

Un epitafio…a la rendición política y cultural de una izquierda que, durante las décadas de Berlusconi, no supo o no quiso defender sus baluartes históricos de cultura institucional y política, como la representación, el papel de las asambleas electivas y de los órganos intermedios, la centralidad del principio de igualdad, de los derechos, de la cohesión social.

Al final, fue el pueblo italiano el que le negó al pensamiento berlusconiano una victoria concluyente, al rechazar la reforma constitucional del centro-derecha en el referéndum de 2006, y la reforma de Renzi en 2016. No sabemos si volverían a hacerlo. Lo que sí sabemos es que al jugar a ponerse al día con Berlusconi sin la fuerza para proponer una alternativa real, la izquierda ha perdido su alma. Y, a su vez, el país ha perdido su izquierda.

il manifesto global, 15 de junio de 2023

 

Retransmisión del discurso de la discesa in campo del 26 de enero de 1994 (Getty Images)
Cambió con un VHS la forma y el fondo de la política

Andrea Colombo

La fecha es el 26 de enero de 1994: cuando las televisiones emitieron el videomensaje grabado por el Cavaliere Silvio Berlusconi el día anterior en su villa de Macherio. Anunciaba su «bajada al campo» al frente de un flamante partido y no le sorprendió a nadie.

Sorprendente, pues nunca se había usado antes, fue el método, ese mensaje de vídeo diseñado por alguien que sabía más de publicidad que de política. Impensable era el producto que estaba a punto de inundar la ciudadela de la política: un partido a la medida del líder, calibrado según las expectativas del electorado-comprador, diseñado en todos los sentidos según una lógica de mercado.

Ese día cambió todo en la política italiana.

Cambió la forma. De un momento a otro, la comunicación política de la Primera República se convirtió en prehistoria. Hoy no hay partido que no se rija por las reglas entonces dictadas por Silvio Berlusconi, con el líder actuando como testimonio, la propaganda entendida como comercialización de un producto político y por tanto necesariamente gritada, el uso y abuso de los mensajes de vídeo, aunque ya no se transmitan mediante las arcaicas cintas de vídeo.

La inmensa fuerza de Berlusconi, su victoria más substancial, fue condicionar a sus adversarios, modelarlos sobre sí mismo en la fórmula igual y opuesta pero perdedora del «antiberlusconismo», obligarlos a seguirle para representar siempre el centro de la imagen política, cuando estaba en el gobierno, pero también cuando estaba en la oposición.

Rocco Buttiglione, Pierferdinando Casini, Silvio Berlusconi y Gianfranco Fini (Foto: LaPresse)

También cambió el fondo. En la Italia republicana, la derecha nunca había existido. Apenas sobrevivía, relegada a un rincón.

La derecha en Italia es una invención y una creación de Berlusconi. La creó yuxtaponiendo fuerzas políticas incompatibles, reclutando personal político de todas partes, improvisando unas cuantas figuras públicas y muchos desconocidos.

Estaba el MSI de Gianfranco Fini, a punto de transformarse en AN, pero todavía tan impresentable que tuvo que entrar a hurtadillas, con un solo ministro, en el ejecutivo que se formó tras la victoria en las elecciones del 27 de marzo. Estaba la Lega de Umberto Bossi, que, sin embargo, se declaraba antifascista y no quería saber nada de Fini: el Cavaliere tuvo que escindir las coaliciones, una en el norte con la Lega pero sin el MSI-AN, la otra en el sur con Fini y sin la Lega. Estaban los escindidos de la Democracia Cristiana liderados por Casini, con un partido tan pequeño que, para que salieran elegidos, Berlusconi tuvo que acomodarlos en sus listas, pero el hombre siempre ha sido generoso desde este punto de vista.

La formación de aquella derecha, o mejor dicho, de esta derecha que todavía hoy gobierna, no fue sencilla ni rápida. El primer gobierno de Berlusconi, como sabemos, se derrumbó a los pocos meses, derribado por [Umberto] Bossi en diciembre de 1994.

Berlusconi tardó más de seis años en recuperar el gobierno, tiempo durante el cual dejó de lado sus vagas ambiciones iniciales de crear un «partido liberal de masas» y volvió a recurrir a la evocación de la Democracia Cristiana de 1948, para subirse a los faldones de un anticomunismo generalizado que había sobrevivido al propio comunismo y a una buena dosis de nostalgia.

Bossi y Berlusconi en 1994 (foto: Coriere della Sera)

Las tensiones en la derecha nunca fallaron, como tampoco lo hicieron las rupturas resultantes. Con Bossi, el Cavaliere ya había limado asperezas a finales del milenio, pero se agudizaron las que tenía con Casini, que abandonó la coalición antes de las elecciones de 2006, y luego, tras la tercera victoria de 2008, también las que tenía con Fini, de forma especialmente exasperada porque Berlusconi era capaz de superar disensiones y divisiones, y no lo que consideraba traiciones.

Pero el hecho mismo de que a pesar de sacudidas de tal magnitud la derecha siga siendo la misma después de treinta años, aunque con equilibrios diferentes y sin Forza Italia como eje central, aconseja no centrarse demasiado en las «divisiones de la derecha». Están ahí. Siempre han estado ahí. Pero la criatura de Berlusconi ha sobrevivido cambiando a menudo de piel, sobre todo porque el mercado es voraz y exige nuevos productos.

El Polo delle Libertà (y el Polo del Buongoverno) se convirtió en Casa delle Libertà en 2000, justo a tiempo para las inminentes elecciones; luego Berlusconi anunció en 2007, sin consultar siquiera a Fini, la unificación de FI y AN, para dar la campanada en las urnas en 2008 con el Popolo della Libertà.

Berlusconi entre Giorgia Meloni y Matteo Salvini en 2018 (foto: Reuters)

Distintas cajas, idéntico contenido. En los casi veinte años de su edad de oro, Berlusconi ha vendido siempre la misma promesa: la de mantener a raya al Estado, impedir que ejerza controles, exigir impuestos, imponer normas, inmiscuirse sobre todo en los asuntos de las clases bajas y medias, las más expuestas.

Sus campañas anticomunistas parecían una parodia, pero eran un mensaje en clave: a una población que siempre ha desconfiado del Estado, que siempre ha considerado al Estado un enemigo al que burlar y engañar, la derecha de Berlusconi le prometía tolerancia y complicidad tácita.

En el último destello de su parábola humana y política, el Cavaliere había remodelado su partido-instrumento reajustándolo a las circunstancias, lo había convertido en el componente moderado y proeuropeo de la coalición, contradiciendo en realidad lo que FI había sido en los años de su triunfo.

Pero en este punto no había cambiado ni una coma, dispuesto a romper incluso con Draghi para impedir la revisión del catastro.

Esa complicidad con todo el que quisiera escapar de las redes del Estado la ponía en escena, la interpretaba, la había convertido en la seña de identidad de su estilo y la clave de su éxito: la varita mágica que le permitió obrar el milagro de 2006, cuando, gracias a una campaña electoral librada prácticamente en solitario y enteramente en el frente fiscal, logró remontar una desventaja que parecía insalvable y frustrar la ajustada victoria de Prodi.

Ese juego lo jugaba fácilmente porque ésa era también su visión de la sociedad y del papel del Estado. La de Meloni, el nuevo líder, es muy diferente, y en algunos aspectos incluso más temible. Su derecha podría llegar a ser muy distinta de la del fundador fallecido ayer.

il manifesto, 13 de junio de 2023

Cartel de Forza Italia para las elecciones de 1994 (foto: Mauro Guglielminotti/Buenavista)
No ha sido una anomalía: la normalidad neoliberal del Cavaliere

Tommaso Nencioni

Se dice de Thatcher que consideraba el Nuevo Laborismo de Blair como su mayor éxito. Del mismo modo, podríamos decir que el mayor éxito de Berlusconi ha sido el centro-izquierda italiano. Disfrutar de hegemonía es, de hecho, tener el poder de fijar las coordenadas dentro de las cuales se desarrollará el juego político en el futuro previsible.

En resumen, un sistema hegemónico lo es en la medida en que consigue comprender también lo que se le opone, y lo que se le opone acepta a su vez los fundamentos del sistema y los parámetros fijados por él. Por eso podemos hablar de una «era berlusconiana» para los treinta años que tenemos a nuestras espaldas, del mismo modo que, por ejemplo, podemos hablar de una «era giolittiana» para el periodo comprendido entre principios del siglo XX y el estallido de la Primera Guerra Mundial -no es casualidad que en aquellos años Salvemini abandonara el PSI, la principal fuerza de oposición de Giolitti, acusando a los propios socialistas de haber acabado aceptando en lo esencial el sistema de Giolitti.

Muchos han analizado ya en años pasados los marcos políticos y discursivos en los que se ha movido la era Berlusconi, consistentes en haber dado sentido común – en haber «pasado por la aduana», se dijo a partir de los años 90- a pulsiones e intereses pertenecientes a las clases dominantes y a partes substanciales de las clases medias del país que la República de partidos había sido capaz de mantener bajo control durante largas décadas, sin que, sin embargo, se hubiera producido una clara superación definitiva de los mismos: el predominio de los intereses privados sobre los públicos, con el corolario de la primacía de los intereses empresariales sobre los laborales, estatales y territoriales; el protagonismo de la irrupción del hombre providencial imponiéndose en la ciénaga partitocrática, con los sujetos políticos organizados como víctimas designadas de este mecanismo, la negación de todo carácter programático a la Constitución republicana, derivada a su vez de una interpretación «afascista» y no «antifascista» de la Carta Magna del 48; la centralización del poder ejecutivo respecto al legislativo y su intolerancia respecto al judicial; y podríamos continuar con una larga lista, sobre la que existe ya una extensa literatura.

Pues bien, en esencia, la oposición que se ha ido estructurando contra el berlusconismo nunca ha cuestionado seriamente ninguna de estas piedras angulares. La lucha contra el berlusconismo -sacrosanta para quienes se preocupaban por la continuidad de las instituciones republicanas- se ha convertido en una lucha contra Berlusconi, con resultados electorales fluctuantes y a veces ganadores, sin capacidad para afectar profundamente al tejido social del país. Con una limitación agravante adicional: la de haber insistido en la supuesta «anomalía italiana» en el análisis del fenómeno Berlusconi, ignorando hasta qué punto los marcos de referencia berlusconianos condicionaban de hecho a todo el Occidente atlántico en el mismo periodo de tiempo, y confiando en consecuencia a la «coacción exterior» un papel salvador respecto a esta anomalía. De ahí la oposición agitando las portadas del Economist y el desafortunado maridaje con la agenda ferozmente clasista de Mario Monti al grito de «Europa nos lo exige», lápida funeraria de la operación Bersani, que quizás habría garantizado una salida menos fatal del propio berlusconismo.

Mario Monti y Angela Merkel en enero de 2012 (foto: rtve.es)

Como resultado de esta mala interpretación, mientras Berlusconi gobernaba según los intereses del bloque social que le apoyaba (todavía decisivo para la suerte de la derecha), el centro-izquierda le quitaba votos a su propio electorado y luego desconfiaba de él con una acción de gobierno al menos tímida.

No se trata de restar importancia a algunas de las batallas libradas por el antiberlusconismo en las últimas décadas, desde las de la legalidad a las del pluralismo en los medios de comunicación, pasando por la lucha (exitosa pero luego traicionada, y no por casualidad dadas las premisas de las que partía) contra la abolición del artículo 18, hasta otras, acaso más fructíferas por las semillas que sembraron, lideradas por la nueva ola feminista. Sin embargo, si recordamos sobre todo los límites de la experiencia anti-Berlusconi, no es por un mero ejercicio historicista. Estamos ante la emergencia de un nuevo tipo de hegemonía, la de la derecha post-Berlusconi, que incorpora todos los rasgos regresivos del berlusconismo y añade otros aún más inquietantes.

Aquí, frente a esta irrupción, sería bueno aprender del pasado y llevar a cabo una oposición que no se limite a un papel accesorio dentro de un marco de coordenadas prefijadas por el enemigo, sino que sepa imaginar una salida radical y prefigurar un futuro totalmente alternativo.

il manifesto, 15 de junio de 2023

Pier Giorgio Ardeni es profesor de Economía Política y Economía del Desarrollo en la Universidad de Bolonia.

Massimo Villone (1944) es catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Nápoles Federico II. Se licenció en Derecho en Nápoles y es también Master of Laws por la Universidad de Harvard. Procedente originariamente del PCI, fue senador del Partito Democratico di Sinistra (PDS) en 1994 y, ya con Democrati di Sinistra (DS), en 2001 y 2006, llegando a ser presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales del Senado. No siguió a DS en su conversión en Partito Democratico, participando por el contrario en la fundación de Sinistra Democratica y después en la Federazione della Sinistra.

Andrea Colombo comentarista político del diario italiano il manifesto. Antiguo militante de Potere Operario y experto en la historia italiana de los años 70, sobre la que ha escrito varios libros, fue portavoz del grupo parlamentario de Rifondazione Comunista en el Senado.

Tommaso Nencioni comentarista político e historiador del siglo XX italiano, es autor y compilador, junto a Giaime Pala, del libro colectivo “El inicio del fin del mito soviético” (El Viejo Topo, Barcelona, 2008).

Fuente: Sin Permiso 18 de junio de 2023

Portada: el féretro con los restos de Silvio Berlusconi abandona la catedral de Milán durante el funeral de estado (foto: Pier Marco Tacca/Getty Images)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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