Jorge Valle Álvarez *

La guerra fue la experiencia más trágica y decisiva a la que tuvo que hacer frente María Zambrano, pues la vivió en primera persona y fue causa de un larguísimo exilio que no sólo determinó su vida, sino también todo su pensamiento. La filósofa andaluza, que reclamó desde los inicios de su carrera filosófica una unión de la vida y el pensamiento pues pensar es, para ella, descifrar lo que se siente, lo que vive, dedicó muchas páginas a reflexionar sobre el ser de la guerra y el papel que debía jugar el intelectual en ella.

Sus ideas siguen siendo pertinentes en un mundo en el que el belicismo continúa devastando países y masacrando civiles, no sólo en Ucrania, sino también en otras partes del mundo, como Yemen, Afganistán o Palestina. Para Zambrano, el intelectual, el escritor, el artista, no pueden permanecer impasibles ante la crudeza y el salvajismo, no pueden acobardarse y esconderse en la comodidad de sus despachos y talleres: deben comparecer ante la realidad y poner toda su inteligencia al servicio de ella. La propia Zambrano, como veremos en este artículo, fue uno de los máximos exponentes de esa «razón armada» o «inteligencia combativa», como ella misma la denominó, y que con tanto ímpetu defendió durante la Guerra de España.

La pensadora se vio en la necesidad de entender racionalmente el porqué de la guerra y qué debía o podía hacer ella para combatir el fascismo que estaba desangrando cruelmente al pueblo español. Sus textos y sus actos durante la guerra aunque su compromiso cívico y político nace mucho más atrás, en los años veinte, cuando se involucró en varias asociaciones y organizaciones políticas contra la Dictadura de Primo de Rivera y a favor de la República reflejan un firme compromiso con la causa republicana y con la realidad de las mayorías sociales de España. Ella no podía permanecer al margen de la historia cuando esta reclamaba con urgencia estar a la altura del momento: mientras los soldados y milicianos ofrecían su vida «sobre la tierra helada de las trincheras», la inteligencia debía «afrontar las tinieblas con la razón más despierta que nunca»[1].

Comenzaba así Los intelectuales en el drama de España, libro publicado en 1937 en Santiago de Chile a donde se había trasladado con su marido, el historiador Alfonso Rodríguez Aldave, que había sido nombrado secretario de la Embajada española exhortando al intelectual a encontrar la razón del fascismo y a posicionarse decididamente en contra, así como a rechazar sus privilegios de clase y su comodidad burguesa. Para Zambrano, la inteligencia no podía mantenerse aislada en su «castillo de razones» metáfora que utilizará con frecuencia a lo largo de su obra para referirse a la «razón que se piensa a sí misma», al pensamiento que no interviene ni transforma la realidad, sino que se limita a dialogar con lo que otros han pensado antes; pues son las realidades concretas las circunstancias, que diría su maestro Ortega y Gasset que viven los seres humanos, especialmente los marginados por la historia, las que deben mover la inteligencia. El intelectual debía, entonces, abandonar su comodidad burguesa, pues para Zambrano era la pertenencia de la clase, más que la ideología, lo que determinaba el alejamiento del intelectual y su reclusión en círculos cada vez más restringidos y al margen de lo que estaba pasando en las calles y pueblos de España. Y la inteligencia, pensaba Zambrano, pierde su razón de ser cuando no ve, o no quiere ver, la realidad de las mayorías.

La filósofa fue muy crítica con algunos de los intelectuales españoles del momento, especialmente con los de generaciones anteriores, quienes se preocuparon más por salvaguardar su individualidad y su libertad de pensamiento que por comprometerse políticamente pues, como ha demostrado Ana Bundgard, eran «disidentes» que «despreciaban la política» y «manifestaban voluntad de intervenir en la vida pública desde una posición separada» al sentirse «élite frente a la masa»[2]. Es el caso de Miguel de Unamuno, al que podríamos considerar un «filósofo del yo», preocupado siempre por su individualidad e incapaz de comprometerse con ninguna asociación o partido político. Su desencanto con la República le llevó a posicionarse en su contra y a apoyar, aunque solo fuera inicialmente, al bando fascista. Ello le granjeó las críticas de una Zambrano dolida y decepcionada: aunque había considerado a Unamuno como un guía espiritual e intelectual, le reprochaba «la hondura de su inconsciencia» y que su nombre hubiera perdido «la luminosa claridad que le había correspondido por obra del destino histórico»[3].

La decepción con el que había sido su maestro, José Ortega y Gasset, fue mucho mayor. En una carta que le enviaba en 1930, Zambrano, de tan sólo veintiséis años, le exhortaba en un tono correctivo a estar «a la altura de las circunstancias» y a hacer más por la realidad política de España, a bajarse del «mirador de la razón»[4]. Mientras el compromiso de Zambrano con la política republicana se acrecentaba, el de Ortega desaparecía prácticamente por completo. Cuando la guerra estalló, las posturas ideológicas y políticas de ambos se habían vuelto prácticamente irreconciliables: si la discípula «heterodoxa», como se la ha denominado en tantas ocasiones, abogó desde el principio por «servir» a la causa republicana, el maestro se sumió en un silencio que Zambrano vivió como «aterrador», exasperante para «los que no callamos»[5]. Un silencio que no fue neutral, pues Ortega se había posicionado a favor del bando fascista, por el que luchaban sus dos hijos varones y por el que –según le dijo a su amiga la condesa de Yebes- sentía no poder ir él mismo al campo de batalla[6].

Es en la «Carta al doctor Marañón» donde mejor se percibe el profundo distanciamiento que se había producido entre las generaciones anteriores y la de la propia Zambrano. Esta aún recordaba dolida el momento en el que, reunidos los jóvenes de su generación con Gregorio Marañón y otros «maduros», como los llamaba ella, antes del estallido de la guerra, el doctor les aseguró que él era «un francotirador, encaramado en su árbol, el árbol de su vocación y de su vida personal. Y le decían: «Pero, don Gregorio, que ya no puede ser. Ha llegado la hora de descender, la hora de bajar». Y él respondía: «Yo no puedo»[7]. No era consciente de que había llegado «la hora que ellos no querían ver. La hora que los jóvenes sí veíamos, por la sencilla razón de que la sentíamos. Íbamos a ser la generación del toro, del sacrificado. Ellos, no. Ellos no se sentían sacrificados. (…) Para ellos, se diría que todo era espectáculo: estaban sentados, aunque no fueran a los toros, siempre en la barrera. A salvo, viendo»[8]. Zambrano criticaba su falta de acción y de compromiso, su neutralidad que, en realidad, como hemos visto en los casos de Unamuno, Ortega y Marañón, no era tal.

Ortega y Gasset con un grupo de estudiantes entre los que se encuentra María Zambrano (segunda por la derecha en primera fila), a finales de los años 20 (foto: Fundación María Zambrano)

Frente a ellos, María Zambrano y la mayor parte de sus compañeros de generación que ella llamaba la «generación del toro», sacrificada por la historia abrazó un «afán social que se traducía en lo intelectual en un deseo de “servir”»[9]. Muy influenciados por las ideas «rehumanizadoras» que había expuesto José Díaz Fernández en El nuevo romanticismo (1930), habían abandonado sus privilegios burgueses, su comodidad de despacho, su ensimismamiento, y habían dado a luz a un nuevo tipo de intelectual preocupado, por la situación social y política, un intelectual que luchaba como un soldado más contra el fascismo, a quien la guerra había obligado a ser útil, pues, en suma, para Zambrano la situación exigía que la inteligencia fuese también combatiente[10]. Zambrano, como es habitual en su filosofía, explica esta idea a través del mito y de la metáfora poética:

(…) en los días del nacimiento de la razón, cuando en Grecia, con maravillosa y fragante intuición, se quiso representar a la diosa de la sabiduría, Palas Atenea, se la vistió con casco, lanza y escudo. La razón nació armada, combatiente. Se había olvidado esta razón militante en el mundo moderno, dentro del cual, cuando la inteligencia se mezclaba a las luchas reales, se la consideraba de menor rango, perdida ya su condición de captar la verdad, pues se estimaba que únicamente la desvinculación de los intereses reales podía llevar a ella. Se creía en una verdad ideal, y la razón, ebria de sí misma, se creía invulnerable, absoluta, con lo cual, sin dejar de ser contemplativa, se creía legislar el mundo[11].

Así, el compromiso de Zambrano con la República se intensificó tras el golpe de Estado de julio de 1936. El 18 de ese mismo mes, Zambrano se adhirió al manifiesto fundacional de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura. Desde los años veinte y treinta, ella se había volcado en el periodismo y el activismo político, lo que le obligó a desatender su carrera académica, pues nunca llegó a finalizar su tesis sobre «La salvación del individuo en Spinoza». Eso no significó, ni mucho menos, que dejase la filosofía a un lado. De hecho, el compromiso con la República antes y durante la guerra cambió no sólo su vida, sino que también determinó su forma de pensar, que se radicalizó y quedó marcada por su condición de exiliada. Fue precisamente en plena Guerra de España cuando, como ha demostrado Madeline Cámara, se gestó el nacimiento de la razón poética[12].

Homenaje a Vicente Aleixandre el 4 de mayo de 1935 en Madrid, con motivo de la publicación de La destrucción o el amor. De izda. a dcha.: Miguel Hernández, Leopoldo Panero, Rosales, Antonio Espina, Luis F. Vivanco, J. F. Montesinos, Serrano Plaja, Neruda y Juan Panero. Sentados: Salinas, Zambrano, Díez-Canedo, Concha Albornoz, Aleixandre, Delia del Carril y Bergamín. En el suelo: Gerardo Diego (foto: Fundación Vicente Aleixandre)

Cuatro meses después del golpe militar María Zambrano tuvo que trasladarse a Santiago de Chile. Durante los seis meses que pasó en el país, Zambrano llevó a cabo numerosas actividades culturales y propagandísticas a favor de la República, tal y como relata ella misma: «en las funciones que desempeñaba allí en mi despachito organizaba actos a favor de la República, como conciertos de música en los que colaboraban conocidos ejecutantes y a los que asistía la alta sociedad, la cual eludía participar en pro de la causa del pueblo español»[13]. No es de extrañar que se la describiese en una revista local como «vocera de la causa republicana»[14]. Para Pamela Soto García, que ha estudiado en profundidad el periodo chileno de Zambrano, su implicación en todos estos actos revela «una forma de entender la filosofía desde la vida, que en momentos como los que rodeaban a España, sólo podían constituirse en una acción política y social que apoyara la resistencia del pueblo al totalitarismo importado de otras tierras»[15].

Para Zambrano había que «permanecer allí, quedarse bajo el peligro, sintiendo instante a instante la muerte cubrir con sus grandes alas nuestras cabezas, sufriendo el hambre, la angustia, el espanto… hasta el final»[16]. Por ello decidió volver a España en junio de 1937, cuando la guerra empezaba a decantarse a favor del bando fascista. Preguntada por su decisión de incorporarse a la lucha en ese momento, Zambrano afirmaba que lo hacía «por esto, por esto mismo»[17]. Este gesto revela su firme compromiso de cercanía a las mayorías sociales y contra el fascismo; aunque pudo haber seguido desarrollando su carrera académica y filosófica desde la comodidad y seguridad que le aportaba un país como Chile, el dolor que sentía por España era «tan taladrante y su sentido de la responsabilidad tan recio que cree que su lugar está allá, en el seno y el centro de la tragedia, donde truena la muerte en grande, allí donde el fuego sigue quemando. Si su patria se desangra, volverá a ella»[18].

En el viaje de regreso a España, Zambrano vivió uno de esos momentos en que la solidaridad y la hermandad afloran. Lo plasmó en su escrito «Españoles fuera de España», donde narraba cómo unos españoles republicanos, «sumergidos en una solidaridad profunda, forjada en varios meses de común angustia, en la hazaña entre todos realizada», que habían sido empleados en trabajos forzados por el bando fascista, consiguieron escapar gracias a la ayuda de los guardianes y subieron a su mismo barco para incorporarse al frente republicano, frente a la desconfianza de los viajeros de primera clase y el recibimiento fraternal de los marineros[19].

Misiones Pedagógicas: María Zambrano, Luis Cernuda y Leopoldo Panero en Pedraza, 1934 (foto: Búscame en el ciclo de la vida)

Cuando Zambrano y su marido desembarcaron en España, Valencia se había convertido en la capital de facto de la República española tras el establecimiento del gobierno de Largo Caballero en noviembre de 1936. Mientras Rodríguez Aldave estuvo en frente, Zambrano siguió desarrollando en Valencia la labor cultural y propagandística que había llevado a cabo en Chile a favor de la Republica. Esta seguía defendiendo la cultura durante la guerra, con campañas que, con lemas como «El pueblo en defensa de la cultura» o «Con libros y cultura derrotaremos al fascismo», animaban a los soldados y al pueblo a no dejar de leer y a educarse como principal arma contra el enemigo[20]. El Ministerio de Instrucción Pública del Frente Popular, para el que trabajó Zambrano como consejera de Propaganda y del servicio de la Infancia Evacuada, valoraba la importancia de la propaganda cultural,  desarrollando variadas actividades teatro, cine, poesía con el objetivo de fomentar la identidad popular y la resistencia contra los fascistas[21]. Así, las Milicias de la Cultura, formadas por maestros y profesores, acudían al frente a difundir la cultura y alfabetizar a los soldados.

Muchos de los participantes de las Milicias formaban parte de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, que celebró su II Congreso de Escritores en Defensa de la Cultura en la capital valenciana, y al que acudió, según relata Jesús Moreno Sanz, ya que en la bibliografía accesible sobre el congreso la filósofa no aparece como conferenciante. La filósofa también estaba presente en la comisión ejecutiva de la Casa de la Cultura, ubicada en el Hotel Palace, donde el Ministerio de Instrucción Pública alojó también a algunos intelectuales venidos de Madrid. En sintonía con el lema «luchemos por el progreso de la cultura», la Casa de los sabios valenciana, como era conocida, «abrió una biblioteca de estudios, a la que llegaron las revistas y periódicos de España y del extranjero, así como las novedades de cuantos libros de publicaban»[22].

La Casa de la Cultura acogió el nacimiento de una nueva literatura, «una literatura de circunstancia; literatura de guerra de extraordinario valor humano y documental»[23], de la que la revista El Mono Azul era el mejor ejemplo. Esta publicación era buena muestra de esa inteligencia combativa que Zambrano propugnaba e iniciaba,  según ella, «una nueva época de la cultura, un nuevo sentido de la inteligencia, que ha vuelto a encontrarse, como en sus orígenes, naciendo de nuevo en medio de la vida en toda su crudeza», pues «revive este momento de la aurora de la razón en Grecia»[24]. Asimismo, la revista Hora de España nació, según ella, para «vivir íntegramente esta hora de España», para que «la inteligencia reanude sus afanes, mas no ignorante de la hora en que vive, sino al revés, para hacerse cargo totalmente de ella (…)»[25]. Zambrano, que participó en el consejo de redacción desde junio de 1937 hasta el 28 de enero de 1939, celebraba las aportaciones de sus colaboradores, exponentes de esa razón armada que busca entender la realidad y transformarla al mismo tiempo.

A principios de 1938, Zambrano abandonó Valencia por Barcelona, a donde se había trasladado el gobierno de la República. Allí fue vocal de la Unión Iberoamericana, creada para fomentar los vínculos de colaboración con Iberoamérica, y redactora de la Revista de las Españas[26]. También se incorporó a la Universidad de Barcelona, en la que impartió docencia durante 1938, y siguió con actividades políticas y culturales al servicio de la República, hasta que se vio obligada a abandonar el país en 1939. El 28 de enero de ese mismo año, María Zambrano se convertía en una exiliada republicana tras cruzar la frontera francesa junto con su madre, su hermana y su cuñado el padre, Blas Zambrano, había muerto poco antes en Barcelona. Años después, en su libro Hacia un saber del alma (1950), dirá la propia Zambrano de su acción durante la guerra que «siendo moderada fue intensa, implacable», y ofreció «todo a lo que creía ser de verdad y de justicia, a la causa que creía ser la sostenedora de la verdad y de la justicia»[27]. De su férreo e inamovible compromiso con el bando republicano dan fe sus palabras a Rosa Chacel en carta fechada el 26 de junio de 1938:

Enemiga hasta la muerte de todos los que han vendido a España, a quien jamás llamaré mía porque soy yo de ella (…). Ligada a la lucha por la independencia de España, por la existencia misma de España contra Italia (…), contra los bastardos del Norte, contra la pérfida y zorra Albión, contra la degeneración y perversión más grande de lo español que han conocido los siglos… y con mi pueblo en el que creo a la par que en Dios[28].

 Desde el principio María Zambrano había defendido una unión de pensamiento y vida que el racionalismo moderno no había propiciado, y ello explica que, desde la década de los veinte, cuando se incorporó a la vida pública, desarrollase un ferviente compromiso cívico y político, primero contra la Dictadura de Primo de Rivera y después a favor de la Segunda República, compromiso que compaginó con su carrera filosófica y que alcanzó su máxima intensidad durante la Guerra de España[29]. Un compromiso que Ana Bundgard ha calificado de «religioso»[30], ya que la acción política fue para Zambrano, ante todo, una fe[31]. Las trayectorias vital y filosófica de María Zambrano confluyeron, pues, en la hora más aciaga de España, porque el mundo que estaba por nacer, que ella identificaba con el proyecto republicano y que murió entre metralla y sangre, no podía estar, para ella, desprovisto de la inteligencia en ninguna de sus formas.

Fruto de esa necesidad de saber, de dar razón a lo que parecía no tenerla, de estar con el pueblo español, de defender la República por la que tanto había luchado, germinó un pensamiento militante y combativo que cobró forma en los numerosos escritos que publicó y en la multitud de actividades culturales, políticas y propagandísticas que llevó a cabo durante la guerra. Rosa Chacel, Rafael Alberti, María Teresa León, Rafael Dieste, Juan Gil Albert, Ramón Gaya, Miguel Hernández, la propia María Zambrano… fueron los mejores exponentes de esa razón armada que exigía la dramática situación que vivía España. Una situación que reclamaba ser entendida desde la razón, que necesitaba urgentemente el concurso de la inteligencia para resolver el nudo trágico que aprisionaba la realidad. Los poetas, los escritores, los artistas, los dramaturgos, los cineastas… todos debían convertir sus herramientas, sus plumas, sus pinceles, sus cinematógrafos, en armas contra el fascismo. Era, en suma, la hora de una «razón armada de casco, lanza y escudo»[32].

El exilio: María Zambrano con Francisco Giner de los Ríos y Xirau en el Aula Magna de la Universidad de La Habana (septiembre de 1943). Fuente: Imagen por cortesía de la Fundación María Zambrano.

*Jorge Valle Álvarez

Graduado por la Universidad de Salamanca (2019). Investigador en formación desde 2020. Mi proyecto de tesis doctoral es «Tiempo, sueños e imagen: el cine como razón poética en María Zambrano», bajo la dirección de la profesora María Martín Gómez. Además del tema de María Zambrano, investigo  las relaciones entre la filosofía y la teoría cinematográfica. Formo parte del GIR Jano y del proyecto de investigación «Herramientas conceptuales del futuro inmediato: Por una subjetividad sostenible».

[1] Zambrano, María. «La inteligencia y la revolución», en: Los intelectuales en el drama de España y otros escritos de la guerra civil, OO.CC. I, Libros (1930-1939), ed. de Jesús Moreno Sanz, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2015, p. 141.

[2] Bundgard, Ana. Un compromiso apasionado: María Zambrano, una intelectual al servicio del pueblo (1928-1939), Madrid, Trotta, 2009, pp. 28-29.

[3] Zambrano, María. «Unamuno y su contrario», en:Los intelectuales en el drama de España y otros escritos de la guerra civil, op. cit., pp. 304-305.

[4] Carta de María Zambrano a José Ortega y Gasset, 11 de febrero de 1930. Zambrano, María. «Tres cartas de juventud a Ortega y Gasset», Revista de Occidente, 120, 1991, p. 13.

 [5] Zambrano, María. OO.CC. VI. Escritos autobiográficos. Delirios. Poemas (1928-1990). Delirio y Destino (1952), ed. de Goretti Ramírez y Jesús Moreno Sanz, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2014, p. 259.

[6] Zamora Bonilla, Javier. Ortega y Gasset, Barcelona, Plaza & Janés, 2022, pp. 416-417.

 [7]Zambrano, María. «Un liberal», en: OO.CC. IV, op. cit., pp. 731-732.

[8]Ib., p. 734.

[9] Zambrano, María. Los intelectuales en el drama de España y otros escritos de la guerra civil, op. cit., p. 155.

[10] Zambrano, María. «La inteligencia militante: el Mono Azul», en: Los intelectuales en el drama de España y otros escritos de la guerra civil, op. cit., p. 164.

[11] Ib., p. 165.

[12] Cámara, Madeline. «Constelaciones chilenas de María Zambrano», Monograma. Revista Iberoamericana de Cultura y Pensamiento, 7, 2020, p. 179.

[13] Zambrano, María.OO.CC. VI, op. cit., pp. 713-714.

[14] Soto García, Pamela. «María Zambrano en Chile», en: Moreno Sanz, Jesús (ed.), María Zambrano, ya, monográfico de la revista República de las Letras, 89, 2005, p. 57.

[15]Ib., p. 61.

[16] Zambrano, María. OO.CC. VI, op. cit., p. 262.

[17] Zambrano, María. Filosofía y poesía, en: OO.CC. I, op. cit., p. 684.

[18] Teitelboim, Volodia. «María Zambrano vuelve a Chile», en: Beneyto, José María; González Fuentes, Juan A. (coords.), María Zambrano. La visión más transparente, Madrid, Trotta-Fundación Carolina, 2004, p. 541.

[19] Zambrano, María. «Españoles fuera de España», en: OO.CC. VI, op. cit., pp. 239-243.

[20] Giménez Perello, Javier. «Esbozo de una utopía: las Misiones Pedagógicas de la II república (1931-1939), Revista Faro, 13, 2011, p. 173.

[21] Cobb, Christopher. Las milicias de la cultura, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1995, p. 166.

[22] Robles, Laureano. «María Zambrano en la ‘guerra incivil’», Barcarola, 34, 1990, p. 136.

[23] Zambrano, María. «La Alianza de Intelectuales Antifascistas», en: Los intelectuales en el drama de España y otros escritos de la guerra civil, op. cit., p. 314.

[24] Zambrano, María. «La inteligencia militante. El Mono Azul», en: Los intelectuales en el drama de España y otros escritos de la guerra civil, op. cit., p. 165.

[25] Zambrano, María. «Hora de España», en: Los intelectuales en el drama de España y otros escritos de la guerra civil, op. cit., p. 170.

[26] Bundgard, Ana. Un compromiso apasionado: María Zambrano, una intelectual al servicio del pueblo (1928-1939), op. cit., p. 185.

[27] Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, en: OO.CC. II,Libros (1950-1950), ed. de Jesús Moreno Sanz, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2016, p. 429.

[28] Carta de María Zambrano a Rosa Chacel, 16 de junio de 1928. Rodríguez-Fisher, Ana (ed.), Cartas a Rosa Chacel, Madrid, Cátedra, 1992, pp. 36-37.

[29] Salguero Robles, Ana Isabel. «El pensamiento y compromiso político de María Zambrano», Actas II Congreso Internacional sobre la vida y obra de María Zambrano, Vélez-Málaga, Fundación María Zambrano, 1998, p. 699.

[30] Bundgard, Ana. «El pensamiento político en las obras de juventud de María Zambrano», Actas II Congreso Internacional sobre la vida y obra de María Zambrano, op. cit., p. 151.

[31] Cámara, Madeline. «Constelaciones chilenas de María Zambrano», op. cit., p. 200.

[32] Zambrano, María. Los intelectuales en el drama de España y otros escritos de la guerra civil, op. cit., p. 166.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: Valencia 1937, de izquierda a derecha, miliciano desconocido, Juan Chabàs, Araceli Zambrano, María Zambrano y Alfonso Rodríguez Aldave (foto: blog de Rosa Mascarell)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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