El pasado 24 de febrero se cumplieron 50 años del enfrentamiento que estuvo a punto de crear un cisma entre el Régimen franquista y la Iglesia Católica. Una homilía de monseñor Antonio Añoveros, el obispo navarro de Bilbao, sobre la necesidad de que se respetasen los derechos culturales de los vascos fue el inicio de un enfrentamiento que estuvo a punto de acabar en una expulsión a Roma del obispo y del vicario general de Bilbao y en la excomunión del presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro.

Visto con los ojos de hoy, el texto de la homilía, «El cristianismo, mensaje de salvación para los pueblos», parece inofensivo, pero en aquellos momento el Régimen lo sintió como un torpedo en la línea de flotación. No se puede olvidar que Carlos Arias Navarro era presidente del Gobierno después de que ETA asesinara  a Carrero Blanco en un mediático atentado, dejando sin sucesor natural a un Franco que se encontraba al final de su vida.

Además, resulta evidente que no esperaban que la jerarquía de la Iglesia respaldara al Obispo de Bilbao hasta el punto de que se le amenazara a Arias Navarro con la excomunión.

En aniversario  de aquel acontecimiento ha pasado desapercibido a pesar de su importancia al marcar un antes y un después en las relaciones Iglesia-franquismo. Ni en el ámbito vasco, (salvando honrosas excepciones como la charla «El caso Añoveros, algo más que una homilía -50 años después-», que se celebrará en la SAF el día 5 de marzo) se ha recordado aquel momento que tanto significado e importancia tuvo.

Recogemos dos artículos que por su interés pensamos que deben incluirse en este recordatorio del 50 aniversario de este suceso..

  • El artículo publicado hace 10 años por el diario Deia, firmado por el prestigioso periodista vasco Féilix García Olano que vivió muy de cerca aquel enfrentamiento. En él se desarrollan las claves para entender lo ocurrido y su importancia en aquel momento.
  • Un artículo publicado en la web Religión Digital el propio 24 de febrero de 2024, donde su autor, Josep Miquel Bausset, realiza una interesante comparación entre la situación de la cultura vasca durante la dictadura y el compromiso de la Iglesia vasca en su defensa, con la situación actual de la lengua valenciana en Valencia donde «el gobierno de la Generalitat del País Valenciano (PP y VOX) y diversos ayuntamientos con estos partidos, están intentando destruir y acabar con la lengua de Sant Vicent Ferrer, la lengua “propia” de los valencianos, como la define el Estatuto de Autonomía del País Valenciano».

Incluimos también el documento de la homilía que el Obispado mando a todas las parroquias de Bizkaia. Tanto en su formato original (conservado en la Fundación Sancho el Sabio), como transcrito.

Conversación sobre la historia


 

Cuarenta años del ‘caso Añoveros’

Félix García Olano *

 

Hace cuarenta años, la Iglesia de Bizkaia, encabezada por monseñor Añoveros, y el régimen de Franco chocaron por una catequesis que abordaba el ‘problema vasco’; el obispo estuvo a punto de ser expulsado y el Gobierno, de ser excomulgado.

El domingo 24 de febrero de 1974 se leyó en las parroquias de Bizkaia una catequesis, titulada «El cristianismo, mensaje de salvación para los pueblos». Ni don Antonio Añoveros, ni sus colaboradores, imaginaron que iba a provocar la mayor crisis entre la Iglesia y el régimen de Franco.

Algunos de esos curas fueron internados en la cárcel concordataria de Zamora. También tuvieron eco los encierros de sacerdotes en el Obispado de Bilbao y en el Seminario de Derio (1968, 1969…).

El 18 de noviembre de 1968 falleció don Pablo Gúrpide. Había sido nombrado obispo de Bilbao el 22 de febrero de 1956. El balance de su episcopado puede ser considerado negativo, si tomamos como referencia los criterios del Concilio Vaticano II (1962 – 1965).

Al día siguiente de su fallecimiento, don José María Cirarda fue nombrado administrador apostólico, a la vez que seguía siendo obispo de Santander. En Bizkaia encontró un clero dividido y una diócesis tensionada. Padeció muchas dificultades por parte del poder político, con el que mantuvo enfrentamientos por defender la autonomía de la Iglesia. También sufrió la incomprensión de distintos sectores del clero. Pese a todo, y con el apoyo de colaboradores leales y eficaces, colocó los primeros cimientos de la renovación conciliar en la diócesis. Fue un buen obispo.

Añoveros en su etapa como obispo de Cádiz (foto del blog Historia Casas Viejas)
Una invitación a la renuncia

El sucesor de don José María Cirarda en Bilbao fue don Antonio Añoveros, obispo de Cádiz. Fue nombrado el 3 de diciembre de 1971. Había sido presentado al Gobierno, siguiendo un procedimiento excepcional, como único candidato para la sede de Bilbao, cuando la vía concordataria exigía tres candidatos, para que el Jefe de Estado eligiera uno. Un pequeño grupo de sacerdotes, próximos al Gogor, envió una comisión a Cádiz para invitarle a renunciar a su nombramiento. Su respuesta fue que cumpliría siempre lo mejor que pudiera todo servicio que le mandara el Papa.

Monseñor Añoveros había asumido las teorías emanadas del Concilio Vaticano II. Para él este Concilio había supuesto un reciclaje como obispo. Don Antonio quería que sus reflexiones y sus decisiones se hicieran desde el punto de vista conciliar. Los sectores más progresistas de la Iglesia española le llamaban el Helder Cámara español, porque algunos de sus escritos y decisiones recordaban a los del obispo brasileño.

Una vieja petición

Una vez que don Antonio Añoveros entró en la diócesis de Bilbao, profundizó en la línea de su antecesor. Entre las muchas decisiones que tomó, una de ellas fue dar respuesta positiva a una antigua y reiterada petición del Consejo Presbiteral, para estudiar y recoger en un documento una serie de problemas de orden social, laboral y político. Encomendó el estudio de dos temas («La salvación cristiana» y «La Iglesia, sacramento de salvación») al Secretariado Social y a algunos profesores, y un tercero, «El cristianismo, mensaje de salvación para los pueblos», al Secretariado Social. A medida que los escritos fueron madurando, intervino el propio obispo en el trabajo.

De los dos primeros hubo dos versiones. La edición mayor fue una presentación amplia, para que los grupos cristianos pudieran reflexionar a fondo. La más breve, llamada catequesis, para ser leída en las parroquias. Del tercer tema, sólo hubo la versión de la catequesis.

Añoveros y Franco (foto del blog Germinans germinabit)
Un texto muy medido

Febrero de 1974. Distribuidas en las parroquias, las dos primeras catequesis pasaron con normalidad.

El tema de la tercera, tratado muy medidamente, se apoyaba en el magisterio conciliar y de los papas, especialmente de Juan XXIII y Pablo VI. El vicario general de pastoral escribió a los párrocos para que el texto fuera leído íntegramente y sin hacer comentarios. En algunas consultas personales aclaró que, si a juicio del sacerdote que hacía la consulta, existían razones graves para no leerla, que no se leyera.

«El cristianismo, mensaje de salvación para los pueblos», comenzaba así: «Uno de los problemas que dañan más seriamente la convivencia ciudadana en el País Vasco y que afecta igualmente a la buena marcha de la Iglesia es el, así llamado, problema vasco. Reduciéndolo a lo esencial, puede expresarse de esta manera: mientras unos grupos de ciudadanos, aunque con matices distintos, afirman la existencia de una opresión del pueblo y exigen el reconocimiento práctico de sus derechos, otros grupos rechazan indignados esta acusación y proclaman que todo intento de modificar la situación establecida constituye un grave atentado de orden social. Este problema, dentro de ciertos límites, entra dentro del campo de la misión evangelizadora de la Iglesia diocesana. Así lo ha reconocido recientemente el Papa Pablo VI».

En la semana anterior a la lectura de esta tercera catequesis, el texto fue enviado, desde Bilbao al Gobierno de Madrid, en un ambiente de denuncia, por personas afines a los grupos conservadores más influyentes y duros de la capital vizcaína.

Recibido en Madrid, representantes del Gobierno plantearon a la Nunciatura y a la Conferencia Episcopal la posibilidad de que don Antonio retirase el texto. Hechas las gestiones, monseñor Añoveros mantuvo su posición de que se leyera en las parroquias. Consideró que no hacerlo sería confirmar la connivencia y las cesiones de la Iglesia ante el poder civil. La catequesis fue leída el 24 de febrero en la mayoría de las parroquias.

(Nota oficial del Ministerio de Información y turismo, publicada con diferentes titulares por la prensa del Movimiento)
Una reacción exagerada

La reacción por la lectura de este texto, que los medios de comunicación llamaron la «homilía» de Añoveros, fue enorme por parte del Gobierno. Los primeros sorprendidos fueron el propio obispo, su vicario general de pastoral, José Ángel Ubieta, y los que habían participado en su elaboración.

A los pocos días de su lectura, don Antonio Añoveros y su vicario sufrieron arresto en sus domicilios. Posteriormente fueron invitados, por representantes del Gobierno, a abandonar la diócesis. En el aeropuerto de Sondika había un avión preparado, con la misión de trasladarles fuera de España. Monseñor Añoveros respondió que no abandonaría la diócesis hasta recibir una orden del Papa y planteó una posible excomunión a quien utilizara la fuerza para expulsarles, tanto a él como a su vicario general. Mientras duró el arresto, miles de personas se congregaron delante de la casa del obispo, como gesto de solidaridad.

Pulso Gobierno-Iglesia

La Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal se reunió días después y, una vez levantado el arresto domiciliario, pudo escuchar a don Antonio, en Madrid. Esta Comisión tomó una posición favorable al obispo de Bilbao. Le reconoció el derecho a expresarse ante un problema pastoral, tal como él lo veía y en la forma que él lo había hecho. En el seno del Gobierno español, que presidía Arias Navarro, parecía que el sector más duro era el que iba a imponer la decisión de expulsar de España a Añoveros, aun a riesgo de la ruptura de relaciones con el Vaticano. Al final, se impuso el criterio de los menos intransigentes, con el decisivo visto bueno de Franco. Aceptó el regreso a Bilbao de Añoveros y su vicario general. Pocos días después, por decisión propia, los dos se ausentaron de Bilbao para descansar.

En un primer momento, el cardenal de Toledo, don Marcelo González, había mediado con Franco. Pero el hombre clave en la resolución del caso Añoveros fue el cardenal Tarancón, presidente de la Conferencia Episcopal. Aunque su criterio inicial fue que el obispo de Bilbao retirase la homilía, una vez que estalló la crisis puso todos sus conocimientos y recursos, para que se resolviera a favor de don Antonio. Y lo consiguió.

El franquismo, crispado

Cuando hoy se lee el texto, se advierte que no existe proporción entre su contenido y la reacción del Gobierno. Sin embargo, conviene situarse en febrero de 1974. Era la primera vez, después de muchos años de silencio, que un obispo hablaba del «problema vasco». En principio parecía que era un obispo poco sospechoso. Durante la Guerra Civil había sido capellán de una unidad carlista de ametralladoras. La gran diferencia era que en 1974 se trataba de un obispo, que había tomado en serio la doctrina del Vaticano II.

Una de las explicaciones a esta reacción tan desmedida, hay que encontrarla en el ambiente crispado que vivía el franquismo. A la tensión acumulada en el Gobierno por las numerosas denuncias que se hacían al Régimen franquista desde distintos frentes (mundo obrero, intelectuales, partidos clandestinos, sectores progresistas de la Iglesia…), hay que recordar que dos meses antes, el almirante Carrero Blanco había sido víctima de un atentado mortal, realizado por un comando de ETA, en Madrid.

Pancarta contra el cardenal Enrique y Tarancón en una manifestación de apoyo a las fuerzas de orden público (foto: Religión Digital)
De Helder Camara a Juan XXIII

Don Antonio Añoveros se reincorporó a la diócesis en medio de la gratitud general. Pronto comenzó a fallarle la salud. El 18 de septiembre de 1976, don Juan María Uriarte fue nombrado obispo auxiliar. El 20 de septiembre de 1978, don Antonio renunció después de dos años de enfermedad. Don Juan María Uriarte fue nombrado administrador apostólico. En 1979, don Luis María Larrea, obispo de León, fue nombrado obispo de Bilbao. Don Juan María Uriarte siguió como auxiliar hasta 1991, año en el que fue nombrado obispo de Zamora.

Contando con la confianza de don Luis María Larrea, don Juan María Uriarte fue el principal inspirador y animador del gran salto pastoral de la diócesis de Bilbao: Asamblea Diocesana (1984), Consejo Pastoral Diocesano (1988), I Plan de Evangelización (1990)… Cirarda y Añoveros, cada uno con su estilo, habían sido unos buenos precursores en situaciones muy difíciles.

Don Antonio Añoveros falleció el 24 de octubre de 1987. Cuando llegó a Bilbao se le conocía como el Helder Camara español. Cuando murió, su perfil se asemejaba mucho más al de Juan XXIII. La gran mayoría lloramos su muerte. Y hoy la diócesis de Bilbao le recuerda con gratitud.


 

El caso Añoveros: En la Iglesia no se puede ser imparcial

Josep Miquel Bausset

Portada de Diario16 (1983) Caso Añoveros. Franco y Añoveros echan un pulso

Hoy, 24 de febrero de 2024, se cumplen 50 años del llamado “caso Añoveros”, que se produjo debido a la lectura de la homilía del obispo de Bilbao, Antonio Añoveros, un episodio que originó el enfrentamiento más grave entre el franquismo y la Iglesia.

Añoveros nació en Pamplona el 13 de junio de 1909. Estudió Derecho en la Universidad de Zaragoza, fue ordenado presbítero el 1933 y fue también capellán militar durante la guerra civil, donde destacó por su solicitud en la administración de los sacramentos a todos aquellos que se lo pedían, por lo que se hubo de enfrentar diversas veces a los militares de la llamada “zona nacional”.

En sus años de ministerio pastoral en Tafalla, ya después de la guerra, tuvo una gran preocupación por los más necesitados. El 1952 fue nombrado obispo auxiliar de Málaga y el 1954 pasó a ser obispo coadjutor, con derecho de sucesión, del obispo de Cádiz, Tomás Gutiérrez. Su cercanía a los más desfavorecidos le llevó a rechazar una importante subvención para restaurar la catedral de Cádiz. El obispo Añoveros consideraba que una ciudad con tanta escasez de viviendas sociales, no había de dedicar tanto dinero a la reforma de la catedral.

En un contexto de represión franquista, Añoveros en Cádiz escribió una homilía donde hablaba del sentido social de la Iglesia, de la no interferencia entre el poder político y el eclesiástico y de los curas obreros. Añoveros decía: “La jerarquía, la Iglesia ha de estar muy cerca de los oprimidos, de los que sufren”.

En 1971 Añoveros fue nombrado obispo de Bilbao, una diócesis con una fuerte conciencia social y política. De hecho, el 1960, 339 sacerdotes vascos habían firmado un documento contra el franquismo, el 1968 otro grupo se encerró en el seminario de Derio, y el 1970, las ikastolas dependientes de la Iglesia tenían 12.000 alumnos.

Con este contexto, fuertemente politizado, el obispo Añoveros, preocupado por la problemática del País Vasco, escribió la homilía, “El cristianismo, mensaje de salvación para los pueblos”, un texto que fue leído en todas les parroquias de la diócesis de Bilbao, el domingo 24 de febrero de 1974.

El texto decía entre otros puntos: “El pueblo vasco, igual que los otros pueblos del Estado español, tiene derecho a conservar su propia identidad, cultivando y desarrollando su patrimonio espiritual, dentro de una organización sociopolítica que pueda reconocer su justa libertad”.

Esta apuesta valiente del obispo Añoveros a favor de su pueblo, continuaba así: “En las actuales circunstancias, el pueblo vasco tiene serios obstáculos para alcanzar estos derechos. El uso de la lengua vasca, tanto en la enseñanza como en los medios de comunicación, está sometido a notorias restricciones”.

Arias Navarro y Franco
Arias Navarro y Franco (foto: Religión Digital)

El Gobierno de Arias Navarro reaccionó de una manera despótica a la lectura de la homilía, acusando a Añoveros de haber atacado la unidad de España, consagrada por las “Leyes Fundamentales”. Así, el miércoles 27 de febrero, el jefe superior de la policía de Bilbao arrestaba en su domicilio al obispo Añoveros, con el pretexto que habían de asegurar su integridad personal. Posteriormente, el Gobierno dispuso un avión en el aeropuerto de Sondica, con el objetivo de expulsar del Estado al obispo, con lo que se produjo la crisis más grave que ha existido entre la Iglesia y el Régimen franquista.

El obispo Antonio Añoveros manifestó que no abandonaría la diócesis de forma voluntaria, y que solo lo haría, si el Gobierno utilizaba la fuerza, o si el papa Pablo VI le pedía que dejara la diócesis.

Por su parte el cardenal Tarancón, presidente de la CEE, convocó al Comité Ejecutivo del episcopado y redactó una nota donde se recordaba la pena de excomunión que el canon 2334 decretaba, para aquellos que “directa o indirectamente impidiesen la jurisdicción eclesiástica de un obispo”. Tarancón, en caso que fuese expulsado el obispo Añoveros, daría a conocer esa nota a través de los medios de comunicación.

Por su parte, el Ministerio de Asuntos Exteriores llegó a redactar una nota de ruptura de les relaciones con el Vaticano.

El “caso Añoveros” se solucionó por una intervención personal de Franco, que nunca quiso ningún conflicto con la Iglesia, y mucho menos aun en aquellos momentos tan críticos. Con todo, el enfrentamiento del Gobierno de Arias Navarro por esta homilía del obispo Añoveros, cuestionó el statu quo en les relaciones Iglesia-Estado.

El cardenal Tarancon, posicionado al lado de Añoveros

A los 50 años de esta valiente homilía del obispo Añoveros a favor de los derechos lingüísticos del pueblo vasco, somos muchos los cristianos valencianos que desearíamos de nuestros obispos, una defensa clara y valiente de la lengua propia del País Valenciano, que, desgraciadamente, la misma jerarquía excluye de los templos, muchas veces excusándose en una pretendida neutralidad o imparcialidad. Pero nuestros obispos habrían de recordar que en la vida no se puede ser neutral. O se defiende el valenciano (o catalán) en la Iglesia o si no es así, se está atacando y destruyendo la lengua de Sant Vicent Ferrer.

Nuestros obispos habrían de imitar el ejemplo de los sacerdotes encarnados en nuestra tierra y en nuestra lengua, como lo fueron los presbíteros ya fallecidos, José Enrique Sala, Vicent Micó, Pere Rioutort, Vicent Faus, Joan Llidó, Julio Ciges, Alexandre Alapont, Vicent Sorribes, o Josep Antoni Comes, que utilizaron con naturalidad la lengua de Sant Vicent Ferrer en la liturgia. O como lo hacen en la actualidad, entre otros, Vicent Estarlich, Llorenç Gimeno, los hermanos Josep Mª i Vicent Ruix, Honori Pascual, Jesús Corbí, Jordi Cerdà, Manuel Martín, August Monzon, Jesús Belda, Emili Marín, Vicent Cardona o Vicent Sarrió.

En la Iglesia (y a los obispos les gusta mucho la equidistancia), no se puede ser imparcial. Como no lo fue Jesús, que optó siempre por los débiles y los oprimidos. No por los poderosos. Por eso nuestros obispos, con valentía, habrían de defender nuestra lengua y nuestra cultura (como lo hizo Añoveros en pleno franquismo) y más si cabe en estos momentos, donde el gobierno de la Generalitat del País Valenciano (PP y VOX) y diversos ayuntamientos con estos partidos, están intentando destruir y acabar con la lengua de Sant Vicent Ferrer, la lengua “propia” de los valencianos, como la define el Estatuto de Autonomía del País Valenciano.

Somos muchos los cristianos valencianos, que creemos que la Iglesia ha de estar al lado de los ciudadanos en la lucha por unas mejores condiciones de vida. Y es que la Iglesia, como hizo Añoveros, ha de saber denunciar, con valentía, las injusticias de nuestro mundo, para así hacer posible una sociedad más fraterna, más libre y más justa. Y como también hizo Añoveros, a los cristianos valencianos nos gustaría que nuestros pastores se encarnasen en nuestra sociedad, en la lengua y en la cultura del pueblo que los acoge y al que han de servir. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que hablando y celebrando la fe en la lengua del pueblo?


Texto de la homilía

EL CRISTIANISMO MENSAJE DE SALVACIÓN PARA LOS PUEBLOS

Homilía de Monseñor Antonio Añoveros,  Obispo de Bilbao, leída en todas las iglesias de Bizkaia el 24 de febrero de 1974

Un grave problema pastoral:

Uno de los problemas que dañan más seriamente la convivencia ciudadana en el país vasco y que afecta igualmente a la buena marcha de nuestra iglesia diocesana, es el, así llamado, problema vasco. ¿En qué consiste dicho problema?

Reduciéndolo a lo esencial, puede expresarse de esta manera: mientras unos grupos de ciudadanos, aunque con matices distintos, afirman la existencia de una opresión del pueblo vasco y exigen el reconocimiento práctico de sus derechos, otros grupos rechazan indignados esta acusación y proclaman que todo intento de modificar la situación establecida constituye un grave atentado contra el orden social.

Este problema, dentro de ciertos límites, entra dentro del campo de la misión evangelizadora de la iglesia diocesana. Así lo ha recordado recientemente el Papa Pablo VI:

La Iglesia católica toma muy en serio los derechos de las personas y de los pueblos, e igualmente las condiciones de libertad, de dignidad, de igualdad étnica, de justicia, de responsabilidad, que requieren para su pleno desarrollo“.
ECCLESIA. 22 de julio de 1972, p. 15).

Por esta razón, queremos hoy ofrecer a todos los ciudadanos, particularmente a los creyentes que desean sinceramente inspirar su conducta en el Evangelio, unos criterios cristianos que sirvan para una doble finalidad:

    • Para lograr una mayor fidelidad del pueblo de Dios en Vizcaya al plan Salvador de Cristo sobre nuestra sociedad.
    • Para contribuir a la creación de una convivencia ciudadana basada sobre la justicia, el amor, la verdad y la libertad.

El cristianismo mensaje de salvación para los pueblos.

La Iglesia de Cristo es un signo visible y eficaz de salvación para todos los hombres. Pero la persona humana nace en un pueblo, recibe de él la lengua, la cultura, las tradiciones, en una palabra, su rostro espiritual. Las personas hacen a los pueblos; pero, a la vez, los pueblos modelan, en gran parte, a las personas. Cada pueblo es una muestra del poder inagotable de creación del espíritu humano.

Por eso la salvación, en cuanto liberación integral de la persona humana, es inseparable de la liberación del pueblo al que la persona pertenece. Porque los pueblos son una parte constitutiva de las personas que los forman. Una persona separada de su pueblo es como un árbol al que se han cortado sus raíces originarias.

La dimensión social y política de la salvación cristiana afecta no sólo a las personas, sino también a los grupos étnicos y a los diversos pueblos, en cuanto que son la expresión colectiva de una comunidad de personas humanas.

Así se explica que la Iglesia de Cristo, llamada a proclamar y a hacer presente la salvación en medio del mundo, anuncie y exija la liberación de los pueblos oprimidos.

Reafirmamos —dicen los obispos en el Sínodo de 1971— el derecho de los pueblos a conservar la propia identidad“,
(Sínodo de los Obispos, 1971. p. 60, Editorial Sígueme).

Y el Papa Juan XXIII, en su Encíclica. “La paz en la tierra”, concretaba en contenido de este derecho:

Hay que afirmar claramente que todo cuanto se haga para reprimir la vitalidad de las minorías étnicas viola gravemente los deberes de la justicia.

Responde por el contrario y plenamente a lo que la justicia demanda, que los gobernantes se consagren a promover con eficacia los valores humanos de dichas minorías, especialmente en lo tocante a su lengua, cultura, tradiciones“.
(Nros. 95 – 96).

En ocasiones, los pueblos, o mejor dicho, las clases dirigentes de los pueblos, que deciden sus destinos, pueden ceder a la tentación de sacrificarlas características y valores peculiares del propio país a las ventajas que reporta el simple crecimiento económico.

Tal decisión, inspirada en el cálculo y el provecho de unas clases dominantes, merece una clara desaprobación

Rico o pobre, cada país posee una civilización recibida de sus mayores instituciones exigidas por la vida terrena y manifestaciones superiores (artísticas, intelectuales y religiosas) de la vida del espíritu. Mientras que estas contengan verdaderos valores humanos, sería un grave error sacrificarlos (a intereses materiales).

Un pueblo que lo permitiera perdería con ello lo mejor de si mismo y sacrificaría para vivir sus razones de vivir.

La enseñanza de Cristo vale también para los pueblos: ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? (Mt. 16 – 26)”

(Pablo VI: Encíclica “El progreso de los pueblos”, Nº 40),

El derecho de los pueblos a conservar su identidad incluye también la facultad de estar dotados de una organización socio-política que protesta y promueva su justa libertad y su personalidad colectiva.

La unidad política no se identifica con la uniformidad.

El Estado ha de estar al servicio de las personas y de los pueblos y ha de respetar sinceramente el pluralismo social y cultural existente en un país.

No es función de la Iglesia, sino de los ciudadanos, fijar la fórmula técnica que permita coordinar los derechos y deberes de los diversos pueblos en el marco del Estado o de las organizaciones políticas internacionales.

Desde el punto de vista moral, la Iglesia únicamente afirma el principio de que, para que esa fórmula sea justa y asegure una convivencia pacífica, ha de ser el resultado de un diálogo cívico sincero y no el fruto de una imposición de los grupos más fuertes sobre los más débiles.

La liberación de los pueblos y su desarrollo solidario dentro de la familia humana es también una exigencia de la universalidad o catolicidad del cristianismo. El cristianismo no se identifica con una cultura o civilización determinada, sino que ha de arraigar en todas ellas, revelando el sentido último de todo valor humano verdadero.

la Iglesia, para poder ofrecer a todos el misterio de la salvación y la vida traída por Dios, debe insertarse en todos los pueblos —con lazos estables de vida cultural— con el mismo afecto con que Cristo se unió por su Encarnación a las determinadas condiciones sociales y culturales de los hombres con quienes convivió
(Decreto conciliar Ad Gentes, N 10).

Por esta razón la Iglesia cometería un atropello contra la dignidad de un pueblo y sería infiel a su misión, si pretendiera anunciarle el Evangelio utilizando unas expresiones culturales ajenas a su modo de ser.

Por el contrario, “para que los fieles puedan tener fructuosamente testimonio de Cristo… siéntanse miembros del grupo humano en el que viven y tomen parte en su vida cultural y social… familiarícense con sus tradiciones nacionales y religiosas, descubran con gozo las semillas de la Palabra que en ellas se contienen” (Decreto Ad Gentes. N 11).

Amistad y colaboración entre los pueblos.

Finalmente, la salvación cristiana, en cuanto reconciliación y construcción. aunque imperfecta, en la tierra, de la familia de Dios, reclama la amistad y colaboración entre los pueblos dentro del mutuo respeto.

Un pueblo que se cerrara sobre sí mismo y no practicara el intercambio con culturas y tradiciones distintas de la suya, provocaría el empobrecimiento humano de sus miembros. Pero existe el recelo instintivo de los pueblos pequeños ante las llamadas, de suyo justas, al universalismo, y la preocupación preferente que les impulsa a proteger su propia personalidad.

La Iglesia declara —decía Pablo VI a los descendientes de los antiguos pobladores de Oceanía— que vosotros, como las demás minorías étnicas, tenéis todos los derechos humanos y civiles, iguales en todo a los de la mayoría; así como también tenéis ciertos deberes y obligaciones
Por el bien común, esto requiere que vuestras actividades se armonicen en un espíritu de fraternidad y de colaboración, para ventaja de la sociedad a la que pertenecéis. A este respecto, sin embargo, debe quedar claro —y Nos queremos subrayarlo— que el bien común no debe servir nunca de pretexto legal para dañar los valores positivos de vuestro modo particular de vida. La misma sociedad se enriquece con la presencia de diferentes elementos culturales y étnicos

(Ecclesiat 12 de diciembre de 1970).

Aplicaciones a nuestra situación concreta.

El pueblo vasco tiene unas características propias de tipo cultural y espiritual, entre las que se destaca su lengua milenaria. Esos rasgos peculiares dan al pueblo vasco una personalidad específica, dentro del conjunto de pueblos que constituyen el estado español actual.

El pueblo vasco, lo mismo que los demás pueblos del estado español, tiene derecho de conservar su propia identidad, cultivando y desarrollando su patrimonio espiritual, sin perjuicio de un saludable intercambio con los pueblos circunvecinos, dentro de una organización sociopolítica que reconozca su justa libertad.

Sin embargo, en las actuales circunstancias, el pueblo vasco tropieza con serios obstáculos para poder disfrutar de este derecho. El uso de la lengua vasca, tanto en la enseñanza, en sus distintos niveles, como en los medios de comunicación (prensa, radio, TV) está sometido a notorias restricciones. Las diversas manifestaciones culturales se hallan también sometidas a un discriminado control.

La Iglesia, para anunciar y hacer presente la salvación de Cristo, en esta situación concreta de la diócesis, tiene que exhortar y estimular para que se modifiquen convenientemente, conforme a los principios indicados en los documentos pontificios y conciliares, las situaciones en nuestro pueblo.

Pero la Iglesia ha de comenzar por llevar a la práctica en su vida interna lo que aconseja instaurar en la vida civil. Esto supone ajustar su acción pastoral y educativa a las características propias de la población que ha de evangelizar y formar en la fe.

Concluimos haciendo nuestras las palabras del último Sínodo de los Obispos:

La misión de predicar el Evangelio en el tiempo presente requiere que nos empeñemos en la liberación integral del hombre, ya desde ahora, en su existencia terrena… Pero sabemos que nuestras denuncias en tanto podrán obtener asentimiento en cuanto sean coherentes con nuestra vida y se manifiesten en una acción constante

(Sínodo de los Obispos, p. 74).

NOTA: Como indicaba el Sr. Vicario General de Pastoral en su carta del 28 de enero, este tercer tema “debe ser leído íntegramente”


 

1974-2-24 original de la Homlilia de Monseñor Añoveros

 


 

*Félix García Olano (Bilbao. 1937)

Titulado de periodismo por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid (1958) y licenciado en periodismo por la Universidad de Navarra (1981). Comenzó en la Redacción de ‘La Gaceta del Norte’ (1960 -1977). Director de DEIA (1981 -1987), después de ser subdirector desde 1977 a 1981. Director de Radio Euskadi (1988-89). Delegado episcopal de Medios de Comunicación Social del Obispado de Bilbao (1989-2003). Corresponsal en el País Vasco del Programa Español de Radio Vaticano (1990 a 2004). Premio Buena Gente de la revista ‘Vida Nueva’ (1990). Premio Bravo de la Conferencia Episcopal Española (2003) .

Fuente: About Basque Country 26 de febrero de 2024 (y Conversación sobre la historia)

Portada: monseñor Añoveros rodeado de fieles (foto: Sabino Arana Fundazioa)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

Artículos relacionados

Un Papa antiespañol

«La destrucción de los archivos policiales del franquismo fue un disparate de Martín Villa y Suárez»: Entrevista a Óscar Alzaga

¿Vuelve el nacionalcatolicismo?

Cincuenta años del asesinato de Carrero Blanco: el eco de una explosión salvaje llega hasta el presente

 

5 COMENTARIOS

  1. Los franquistas odiaban a Añoveros como mentor de esa parte del clero vasco que, habiendo apoyado ardorosamente la sublevación de 1936, evolucionaron hacia posturas políticas más «aggiornadas» hacia la democracia y el nacionalismo vasco moderado. Rafael García Serrano, quizá el mejor representante ideológico de los camisas viejas falangistas y de ese búnker que pedía el paredón para Tarancón (otro que también había apoyado el Movimiento), recuerda a Añoveros como capellán castrense de una columna navarra en el 36, pero que, más tarde, «siendo de admirable familia española (…) sirvió a los nazis —tribu burguesa, gritona y pantagruélica— al frente de un clero trabucaire, racista y asilvestrado, con vagos pretextos lingüísticos». García Serrano llamaba nazis a los del PNV, «puesto que presumían de pureza de raza, ojos azules, de rubios, y usaban la esvástica y la milicia (…), si bien no eran nacionalsocialistas, sino nacional teocráticos, nacional clericales o nacional parroquiales». En esta onda, aludía al «padre Arzallus» y al «eskolapio (sic) Garaicoechea» como líderes del nacionalismo separatista y se burlaba de que el PSOE de la Transición estuviera liderado por «un cura y un fraile». (Ver «La gran esperanza», pp. 54-57). Esta visión esperpéntica y exagerada del clero vasco o, mejor dicho, de una parte de ese clero, no estaba muy lejos de la del publicista medio chiflado —por cierto, ex seminarista— Álvaro Baeza, que en los años noventa tuvo cierta notoriedad con libros como «ETA nació en un seminario». (Hago este juicio porque le conocí personalmente).
    Otro reproche que hacía García Serrano a Añoveros era que, siendo de Pamplona, como él, defendiera el nacionalismo vasco, algo que era mera «entelequia» y, por supuesto, ajeno completamente al acendrado espíritu español y nacional católico de Navarra.

    • Consultado.

      y se me ocurren dos reflexiones.

      No entiendo muy bien el comentario. Relacionar un artículo publicado en noviembre de 2023 con el recuerdo de la efeméride, que se produce un 24 de febrero, parece «un poco excesivo». En el texto nadie dice que ese acontecimiento histórico este borrado de los libros de historia, o de la memoria colectiva, sino que, en su 50 aniversario, han sido pocas las referencias que se ha encontrado al mismo. A pesar de su importancia y su repercusión internacional

      La otra reflexión tiene que ver con el texto citado.

      Hablar de que ETA nació en el seno del nacionalismo teocrático es falso en fondo y forma. Falso en el fondo, porque EAJ-PNV nunca ha sido un partido teocrático. No parece que sea necesario definir las radicales diferencias entre un partido teocrático y otro confesional. Porque si no las hubiera, toda la democracia cristiana europea (cuya internacional fue fundada por EAJ-PNV) sería teocrática, el partido Republicano y el Demócrata de los USA, y un sinfín de organizaciones políticas en todo el mundo. Afirmar eso tiene la misma base intelectual que afirmar que todos los partidos marxistas son en realidad partidos antidemocráticos, defensores de la dictadura.

      Falso en la forma porque cuenta la mitad de la historia de lo ocurrido ya que el núcleo de ETA, EKIN, no nace dentro de EAJ-PNV. Es invitado a unirse a EGI, y luego es expulsado.

      Por otor lado, hablar de “la Iglesia” como un ente homogéneo y monolítico no refleja la realidad. Entre otras cosas porque una parte, importante, de la Iglesia vasca no se ajusta a los parámetros con que le autor intenta definirla, también a ella.

      No hay que olvidar que la existencia de una “cárcel para curas vascos” no fue un acontecimiento nacido por generación espontánea, ni por un cambio de la actitud de la Iglesia vasca consecuencia de un cambio de posición estratégico. Está directamente conectado con el papel y la posición de una parte, importante, de la Iglesia vasca desde el inicio de la rebelión franquista. Es cierto que esto molesta a las lecturas históricas que quiere crear grupos homogéneos en ambos bandos, el de los defensores de la legalidad y la democracia y los rebeldes insurrectos. Pero las cosas son como son y no como les gustaría a algunos para que sus deseos fueran una realidad.

      La “cárcel concordataria” de Zamora, creada para “curas vascos”, está conectada de forma directa con los sacerdotes, también vascos, fusilados por las tropas franquistas (también con los asesinados en “caliente” durante el avance de los rebeldes). Lo mismo que está vinculada con el destierro, en 1936, por parte de los rebeldes del obispo de Vitoria, Mateo Múgica, acusado por los franquistas de “ser sospechoso de connivencia con el enemigo”. Resulta significativo que el autor del artículo cite al obispo de Vitoria que prestó, en 1943, juramento de fidelidad al jefe del Estado (es decir al jefe de los rebeldes) y no haya ni una palabra sobre Mateo Múgica.

      Lo mismo que está relacionada con los cientos de personas de la Iglesia vasca que fueron “exiliados” por la vía de su envío a misiones. Ignacio Ellacuría, el vasco, jesuita y obispo vasco mártir en El Salvador, lo explicaba de una forma muy gráfica: «Nos mandaron a América porque en Euskadi podíamos ser “revolucionarios” en pequeño…, y en América nos hemos hecho partidarios de una revolución universal, en línea de libertad cristiana.»

  2. Por matizar o ampliar mi comentario anterior, diría que la mayoritaria postura crítica del clero vasco desde luego no es representativa de todo el clero español, ni la de Añoveros lo es respecto del episcopado, donde todavía mandaban individuos como Casimiro Morcillo, Guerra Campos, Rouco, etc., algunos de los cuales eran miembros natos en las Cortes franquistas. Si acaso podría compararse la actitud de los vascos con el clero catalán y recordar que antes de Añoveros, Escarré, abad de Montserrat, ya tuvo actitudes similares. Es imposible generalizar, pues, por poner el caso de los jesuitas y hablando de esa época, ahí encontramos casi todo el espectro político. Y se puede recordar, como hace el artículo de El Diario, la famosa asamblea conjunta de obispos y sacerdotes de 1971, donde se pidió la separación iglesia-Estado y se pidió perdón por el papel del clero en la Guerra civil, entre otras cosas. Eso fue muy significativo, pero la propuesta del citado perdón, aun siendo mayoritaria, no pasó como resolución al no obtener la mayoría cualificada requerida.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí