Enric Juliana
En un arrebato cismático, diversos exponentes políticos y mediáticos de la España conservadora se han puesto de acuerdo estos días en calificar al papa Francisco de “antiespañol”. Nunca les gustó la elección del cardenal argentino Jorge Bergloglio como sucesor del dimisionario Joseph Ratzinger, pero ahora ya no se reprimen. Isabel Díaz Ayuso, libertaria pilotada por el iconoclasta Miguel Ángel Rodríguez, les ha desatado.
Roma, 14 de marzo del 2013. El día después de la fumata blanca, un colega de la prensa conservadora madrileña, un hombre educado e irónico, un profesional completo, me dijo: “Creo que nos ha tocado un Papa peronista”. Lo dijo con el freno de mano puesto. Otros ya han perdido el oremus. Les ha excitado mucho la reciente nota pontificia pidiendo perdón por los abusos de la Iglesia católica durante la conquista de México. Pero aún les han gustado menos las declaraciones del Papa en favor del diálogo sobre Catalunya. Nada más comenzar el curso, entrevistado por la cadena Cope, propiedad del episcopado español, Jorge Bergoglio dijo lo siguiente: “La clave en un país con este tipo de problemas es preguntarse si se ha reconciliado con su propia historia. Yo no sé si España está totalmente reconciliada con su propia historia, sobre todo con la historia del siglo pasado. Si no lo está, debería entrar en un proceso de diálogo y reconciliación”.
España necesita un segundo esfuerzo de reconciliación que resuelva los desagarros que no se pudieron sanar en el momento constitucional, cuando lo más práctico y seguramente lo más inteligente era no mirar mucho hacia atrás. El diagnóstico de Francisco es diáfano y sus palabras remiten a otro Papa antiespañol: Giovanni Battista Montini, que ejerció de obispo de Roma entre 1963 y 1978 con el nombre de Pablo VI . Aquel pontífice intelectual e introvertido, con una sonrisa que tenía algo de la Gioconda, hizo mucho en favor de la primera reconciliación.
Pablo VI fue particularmente odiado por la España del Movimiento, hasta el punto de organizarse una manifestación en su contra cuando aún era arzobispo de Milán. “¡Sofía Loren, sí; Montini, no! ”, gritaban los manifestantes convocados por Falange para protestar por las “injerencias” del más influyente de los cardenales italianos. “La democracia cristiana nos ha salido marrana”, rezaba unas de las pancartas exhibidas en la calle Juan Bravo de Madrid. Se congregaron ante la embajada de Italia, puesto que no se atrevían a protestar ante la sede de la nunciatura apostólica (embajada del Vaticano).
En octubre de 1962, el arzobispo de Milán había pedido clemencia para el joven libertario catalán Jordi Conill, que iba a ser condenado a muerte por la colocación de un artefacto explosivo en el Valle de los Caídos. El telegrama de Montini a Franco provocó la indignación del régimen, pero logró frenar la guadaña. Unos meses después, el arzobispo milanés volvió a pedir clemencia para Julián Grimau, dirigente comunista enviado al interior, que acabó siendo fusilado en abril de 1963, después de brutales torturas. La campaña internacional en su favor fue muy amplia, pero la dictadura quería venganza: el detenido había pertenecido al servicio secreto de la República.
Cuando Giovanni Battista Montini fue elegido papa en junio de 1963, el régimen quedó perplejo. “Tontini”, escribió el periodista Emilio Romero , director del diario Pueblo , órgano del Sindicato Vertical. Montini les irritaba, puesto que se habían informado y conocían su filiación antifascista. Esa actitud era un legado familiar –en Italia hubo un ramal católico muy adverso a Benito Mussolini, pese a las atenciones de este con Pío XII –, pero además aquel enjuto cardenal había cultivado un férreo rechazo a la pena de muerte durante sus estudios de Derecho. Había algo más en aquella tensión eléctrica. Con el concilio Vaticano II, la Iglesia católica estaba cambiando.
Pablo VI no se limitó a pedir clemencia ante las penas capitales de Franco. El papa de Roma empezó a mover piezas para favorecer una España democrática. Movió fichas en el interior, situando al reformista Vicente Enrique y Tarancón en la cúpula del episcopado. Y favoreció estrategias envolventes en el exterior, apoyando el activismo de los principales partidos democristianos europeos en favor de la plena democratización de España. Ese frente acaba de ser ampliamente documentado por Óscar Alzaga en un libro de memorias titulado La conquista de la transición (1960-1978). Militante antifranquista que acabó encabezando el ala democristiana de UCD, Alzaga recopila con mucha precisión las iniciativas de la democracia cristiana europea para aislar al franquismo, en coordinación con los partidos socialdemócratas. Orientados por Tontini , los democristianos europeos se opusieron a los proyectos de dictablanda de Carlos Arias Navarro y a la hipótesis de una democratización lenta que dejase al Partido Comunista fuera de la legalidad en una primera fase, idea con la que trabajó Manuel Fraga Iribarne. Los documentos que aporta Alzaga vienen a demostrar que la Orquesta Montini contribuyó notablemente a la aceleración de la transición en España.
Con estos antecedentes no es de extrañar que Francisco sea calificado de antiespañol por pedir diálogo sobre Catalunya y por buscar una mayor complicidad del catolicismo con las bases populares de origen indígena, en México y en otros países latinoamericanos, ante el imparable avance en aquel continente de las iglesias evangélicas propulsadas desde Estados Unidos.
En 1962 surgió un furibundo anticlericalismo de derechas en España. Ahora rebrota.
Fuente: La Vanguardia 10 de octubre de 2021 (Cursivas del blog CSH)
Portada: Portal de noticias salesianas.
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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