George Kennan: la extensión de la OTAN al este, «un error fatal»

Con motivo de la entrada de Polonia, Chequia y Hungría en la OTAN en 1997, George Kennan – el diplomático norteamericano quizá más influyente durante la Guerra fría- escribió un artículo en el New York Times que iba a resultar profético, a la vista de la actual guerra entre Rusia y Ucrania. La introducción de Luis Castro contextualiza el artículo de Kennan, cuya opinión era compartida por algunos senadores, académicos y periodistas de la época. La idea es que, sin quitar un ápice de culpabilidad a Putin, cabe también a la vez denunciar, como probablemente hubiera hecho Kennan, “la básica responsabilidad de Estados Unidos” y de la OTAN en la guerra.

 

Luis Castro

 

¿Qué hubiera dicho George Kennan sobre la actual guerra ruso-ucraniana? Es lo que se plantea James Peck, profesor de la Universidad de Nueva York, que le trató personalmente y publicó alguno de sus libros. No es el único que se ha hecho esa pregunta últimamente[1], algo nada extraño, dada la personalidad de Kennan y sus opiniones sobre la política exterior de EE. UU. y, más concretamente, sobre sus relaciones con la URSS (o Rusia) y sobre la dinámica expansiva de la OTAN tras el final de la Guerra fría. En general, se considera que, como señala Andrei Kolesnikov, del Centro Carnegie para Rusia y Eurasia, el análisis de Kennan sobre Rusia “es tan relevante hoy como lo fue siempre” y que sus premoniciones sobre los efectos de la ampliación de la OTAN a los países del Este han resultado casi proféticas[2]. No en balde sus décadas de experiencia como diplomático y asesor del Departamento de Estado norteamericano desde los años treinta le habían convertido en uno de los mayores especialistas en la URSS (o Rusia) y los países del Este.

La cumbre de la OTAN celebrada en Madrid el 8 y 9 de julio de 1997 invitó a Polonia, la República Checa y Hungría a que ingresaran en la organización. (Javier Solana era entonces su secretario general). Pero, como señala Kennan en el artículo que vamos a comentar, la decisión ya había sido tomada en EE. UU. meses antes, evidenciando una vez más el control de este país sobre la OTAN. Ello motivó un enconado debate en el Senado y en los medios académicos y de prensa norteamericanos y, en ese contexto, el artículo de Kennan en el New York Times titulado “Un error fatal” (A Fateful Error), fechado el 5 de febrero de 1997, suscitó gran revuelo. Él mismo resume la tesis central del escrito en el párrafo cuarto (véase la versión completa al final): “…extender la OTAN sería el error más fatal de la política de EE.UU. en toda la etapa posterior a la Guerra fría”, ya que ello iba a inflamar la tendencia nacionalista, antioccidental y militarista en la sociedad rusa, tendría un efecto adverso sobre el desarrollo de la democracia rusa, restauraría la atmósfera de la Guerra fría, impulsaría la política exterior rusa en una dirección no deseable para EE.UU. y dificultaría los acuerdos del SALT II.

Un año después, en una entrevista con Thomas Friedman -célebre columnista también muy crítico con la expansión de la OTAN- Kennan insistió en los mismos argumentos, dándoles un tono casi dramático: “… creo que es el comienzo de una nueva guerra fría. Creo que los rusos reaccionarán gradualmente de manera bastante adversa y afectará a sus políticas. Creo que es un error trágico. No había ninguna razón para esto en absoluto. Nadie estaba amenazando a nadie. Esta expansión haría que los padres fundadores de este país se revolvieran en sus tumbas”[3]. Una vez más Kennan percibía en el gobierno de EE.UU. “una peligrosa mala interpretación de la personalidad, intenciones y situación política del liderato soviético”[4], que en este caso se aplicaba a líderes rusos como Boris Yeltsin o Yevgueni Primakov.

Kennan, ¿padre de la Guerra fría?

No era la primera vez que Kennan -con 92 años entonces- manifestaba sus discrepancias en asuntos de política exterior o sobre la OTAN: de hecho, no había estado de acuerdo en la propia creación de la Alianza, ni era muy partidario de las intervenciones militares, salvo en situaciones críticas, manifestándose en contra de las de Vietnam y la de Irak. Pero su disidencia no se derivaba de consideraciones éticas o humanitarias, sino de mero realismo político sobre una actitud conservadora y favorable a mantener la hegemonía norteamericana en el mundo. Para consolidar esta frente a la URSS y el “comunismo”[5] Kennan no veía eficaz la exhibición permanentemente del “gran garrote”, siendo más conveniente emplear la propaganda, la lucha ideológica -lo que Stonor Saunders denominó “la OTAN cultural”-[6], las acciones encubiertas de la CIA (que cristalizaron en la directiva NSC 10/2, a sugerencia de Kennan), la diplomacia[7] y la penetración económica y comercial, como se fraguó en los países de la Europa occidental mediante el Plan Marshall, del que fue coordinador. Obviamente todo ello dentro del marco del equilibrio del terror impuesto por los arsenales atómicos de las grandes potencias.

Considerando al régimen soviético inestable por naturaleza, Kennan pensaba que esa contención exterior en varios flancos, unida a sus problemas internos, sería suficiente para provocar su derrumbe en el medio plazo. (Algo en lo que la historia le vino a dar la razón, aunque se hizo esperar algo más). Mientras tanto se debía respetar el status quo de su área de influencia en los países del este de Europa, tal como se había pactado en las Conferencias de Yalta y Potsdam, entre otras cosas porque Stalin no tenía intención ni fuerzas para agredir o expandir su influencia más allá del “telón de acero”[8]. Y no se debían descartar los acuerdos con la URSS en asuntos como la proliferación nuclear.

Pero desde 1949 los enfoques de Kennan se fueron alejando cada vez más de la postura de los “halcones” de la secretaría de Estado (los Paul Nitze, Dean Acheson, Weinberger, Brzezinski, Cheney…), partidarios de la mano dura con los países comunistas, una actitud que acabó imponiéndose en la política exterior de EE.UU. desde el comienzo de la Guerra fría hasta la fecha, con breves intervalos de distensión. Fue la política de “contención” (roll-back) de la URSS y del comunismo -también llamada «doctrina Truman»-, en cuya gestación sin duda Kennan intervino decisivamente, pero con la importante salvedad apuntada: su rechazo al militarismo, a la formación de bloques permanentes y al intervencionismo como espina dorsal de tal política.

Cumbre de la OTAN en Madrid, julio de 1997 (foto: nato.int)
La polémica sobre la extensión de la OTAN al Este (cumbre de Madrid de 1997)

Aunque no fueran aceptadas en su totalidad las opiniones de Kennan dentro de los círculos del poder, siempre fueron respaldadas por algunas figuras de la vida pública norteamericana. De este modo, sus pronunciamientos de 1997 abrieron fuego, por decirlo así, y dieron lugar a muchas otras tomas de posición con parecido sentido crítico. (Si bien James Baker, ex secretario de Estado con Ronald Reagan, ya se había manifestado a finales de 1993 contra la ampliación de la OTAN a países del Este si no se admitía a la vez a Rusia; de otro modo, según él, se alentarían allí el nacionalismo autoritario y las tendencias anti occidentales)[9].

En junio de 1997 se conoció una carta abierta dirigida al presidente Clinton firmada por más de 40 expertos en política exterior, entre ellos los senadores Bill Bradley, Gary Hart, Sam Nunn y Mark Atfield y personalidades como Robert Mc Namara, Jack Matlock (embajador en la URSS en la época de Gorbachov), Paul Nitze, James Baker y Michael Mandelbaum, quienes consideraron que la ampliación de la OTAN al Este sería “un error de proporciones históricas”[10]. Algo parecido opinó el vicealmirante retirado Eugene J. Carroll, mientras que el historiador John Lewis Gaddis afirmó que había una casi completa unanimidad entre sus colegas respecto a que dicha ampliación no sería una buena idea[11]. Todos ellos coincidían en los argumentos de Kennan e incluso aportaban alguno más, como que ello sería muy costoso económicamente para los países implicados y para los EE.UU., era innecesario, dado que Rusia no constituía ninguna amenaza y tenía su ejército en pésimo estado, y podría implicar a los EE.UU. en conflictos ajenos a sus intereses[12]. Por lo demás, la iniciativa suponía desaprovechar la ocasión para mejorar las relaciones entre EE.UU. y Rusia, desarrollando el espíritu y los compromisos de la etapa de Reagan y Gorbachov, lo que propiciaría la apertura rusa a la comunidad internacional y su plena evolución hacia la economía de mercado y la democracia.

(Sobra decir que la postura del gobierno ruso fue de enérgico rechazo a la ampliación de la OTAN, que veía -según Anatoly Chubais, jefe de gobierno con Yeltsin- como “una afrenta a los intereses de seguridad rusos, un voto de desconfianza a la reforma rusa y una rueda de molino en el cuello de la administración de Yeltsin, incompatible con la idea de colaboración”[13].)

Estas opiniones eran una impugnación a la totalidad de los argumentos empleados por el gobierno de Clinton a la hora de justificar la ampliación de la OTAN. Aunque, desde luego, tampoco faltaron los políticos o publicistas de renombre que apoyaron la decisión oficial; entre ellos estaban Henry Kissinger (cuya influencia intelectual y política era comparable a la de Kennan), Wlliam Perry, Jeanne Kirkpatrick, Colin Powell o los ex presidentes Bush. Y, por cierto, la mayoría de los senadores, cuyo voto favorable a la ampliación superó los 2/3 requeridos.

Madelaine Albright, secretaria de Estado de Clinton y principal responsable de la propuesta, debió exponer los fundamentos de la decisión ante el senado, que destinó al asunto varias sesiones en octubre y noviembre de 1997. En su comparecencia Albright presentó la ampliación de la OTAN a Polonia, República checa y Hungría como algo esencial para la seguridad y los intereses políticos tanto de EE.UU. como de estos países y el conjunto de Europa, sin que, por otra parte, previera mayores problemas en cuanto a las relaciones con Rusia; unas relaciones que se consideraban excelentes tras la reciente firma del Tratado Fundacional entre la OTAN y la Federación rusa, que convertía en “socios” a los que habían sido enemigos[14]. La ampliación de la OTAN -explicó Albright ante el senado- “nos hará más seguros al expandir el área de Europa donde sencillamente las guerras no ocurren”. Y ello -añadió- incentivará a Rusia para “profundizar su compromiso con las relaciones pacíficas con sus vecinos, descartando alternativas destructivas”. Los temores de Rusia ante la OTAN eran “miedos caducos” (outdated fears) y la aprobación del tratado SALT II (de limitación de armas nucleares estratégicas) por parte de la Duma no se vería en peligro[15].

Desde luego, a la vista de la evolución posterior de los acontecimientos, es difícil admitir la consistencia de estos argumentos que, sin embargo, fueron respaldados por una mayoría de senadores tanto republicanos como demócratas (el portavoz de estos era Joe Biden). Algunos de ellos iban incluso más allá en la apuesta por un poderío atlantista casi ilimitado. Así, Jesse Helms, presidente de la Comisión de Exteriores del senado, abogó por la extensión de la OTAN a otros países del Este sin limitación en cuanto al número de tropas o al tipo de armamento (incluido el nuclear). Rechazaba además cualquier condicionamiento de estos asuntos por parte del Consejo de Seguridad de NN.UU., y proponía reforzar el despliegue de misiles en Europa, ampliando el radio de acción de la OTAN a los llamados “países canallas” (rogue nations), como Irán o Libia[16]. Algún senador bromeó diciendo que dentro de poco no habría lugar del globo que quedara fuera del alcance de la organización.

En estos debates y en los de marzo de 1998 para ratificar los acuerdos de la cumbre de Madrid, los senadores tuvieron ocasión de esgrimir todo tipo de argumentos. Pero entre los opositores a la ampliación de la OTAN era frecuente la referencia a las opiniones de Kennan, cuyo artículo en el New York Times se pidió quedara en las actas del senado.

El secretario de estado James Baker (derecha) y el ministro de asuntos exteriores soviético Edvard Shevardnadze; tras ellos, los presidentes Bush y Gorbachov (foto: Diana Walker/Getty Images)
James Baker: «Ni una pulgada hacia el este»

En los debates del senado de 1997-1998 también salieron a colación los compromisos que los líderes occidentales adquirieron ante Gorbachov en las negociaciones sobre la reunificación de Alemania en 1990. En este punto, el profesor Mandelbaum, especialista en las relaciones con los países del este, declaró ante el senado que, con la ampliación de la OTAN, los EE.UU. “reniegan de los términos en los que Alemania se unificó y terminó la Guerra fría. En el momento de la unificación representantes de los Estados Unidos y del Gobierno federal alemán prometieron a Mijail Gorbachov y a Eduard Shevardnadze, líderes de la Unión Soviética, que si la Alemania unida fuera incluida en la OTAN la alianza no se expandiría más hacia el este (…). Cualesquiera que sean los detalles precisos de las garantías que Occidente transmitió a Moscú en 1990, la expansión de la OTAN violaría el espíritu en el que terminó la Guerra Fría”[17].

Pero esas promesas no solo las hicieron las autoridades de EE.UU. National Security Archives publicó en 2017, una vez desclasificados, los memorandos de conversación entre los soviéticos y los interlocutores occidentales de más alto nivel, entre los que estaban Hans Dietrich Genscher, Manfred Wörner y Helmut Kohl, ministros de exteriores y defensa y jefe del gobierno de la RFA, respectivamente; James Baker y George Bush Jr., secretario de estado y presidente de EE.UU; François Mitterrand, presidente de la república francesa, y Margaret Thatcher, John Major y Douglas Hurd, jefes del gobierno y ministro de exteriores del Reino Unido. Todos ellos, a lo largo de 1990 y 1991, ofrecieron garantías sobre la protección de los intereses de seguridad soviéticos y la inclusión de la URSS en las nuevas estructuras de seguridad europeas, descartando la ampliación de la OTAN[18].

Según los citados documentos de NSA, las primeras garantías concretas de los líderes occidentales sobre la OTAN se ofrecieron el 31 de enero de 1990, cuando Genscher pronunció un importante discurso público en Tutzing, Baviera, sobre la unificación alemana. La Embajada de los Estados Unidos en Bonn informó a Washington de que Genscher dejó claro «que los cambios en Europa del Este y el proceso de unificación alemana no deben conducir a un menoscabo de los intereses de seguridad soviéticos”. Por lo tanto, la OTAN debería descartar una «expansión de su territorio hacia el este, es decir, acercarlo a las fronteras soviéticas». Así mismo se registró la propuesta de dejar el territorio de Alemania Oriental fuera de las estructuras militares de la OTAN, incluso en una Alemania unificada dentro de la OTAN. Por nuestra parte podemos añadir que una idea semejante había avanzado Paul Henry Spaak, primer secretario de la OTAN, en 1959, relacionándola con la ampliación de zonas desmilitarizadas en Polonia y Checoslovaquia y con un tratado de no agresión con el Pacto de Varsovia. (Combates por la historia, Madrid, 1973, p. 310).

Más adelante, James Baker, secretario de Estado de EE.UU., expresó tres veces la fórmula de “ni una pulgada hacia el este” (not an inch Eastward) en la reunión con Gorbachov de 9 de febrero de 1990 y estuvo de acuerdo con él cuando afirmó que “la expansión de la OTAN es inaceptable”. Baker aseguró a Gorbachov que EE.UU. había entendido que “no solo para la Unión Soviética, sino también para otros países europeos, es importante tener garantías de que si Estados Unidos mantiene su presencia en Alemania en el marco de la OTAN, ni una pulgada de la actual jurisdicción militar de la OTAN se extenderá en dirección este”.

Saludo de los ministros de asuntos exteriores Eduard A. Shevardnadze y Hans-Dietrich Genscher en presencia de Helmut Kohl en Moscú, el 10 de febrero de 1990, durante las negociaciones para la reunificación alemana (foto: AP Photo / Victor Yurchenko).
Una ocasión perdida

Conviene recordar el especial contexto histórico en el que surgieron estas declaraciones y compromisos, para constatar que, como señalaron más tarde Kennan y otros, pronto se perdió una oportunidad excepcional para encauzar las relaciones Este-Oeste sobre vías de paz y cooperación muy distintas a las que se han tomado después. Recordemos que en diciembre de 1989 George Bush y Mijaíl Gorbachov, reunidos en Malta, proclamaron el final de la Guerra fría, lo que venía precedido de medidas de desarme iniciadas en época de Reagan, como los acuerdos sobre euromisiles, que continuaron en la década siguiente, el tratado START I, la reducción de armas convencionales, la prohibición de armas BQ, etc. En ese contexto se plantearon nuevos conceptos de seguridad para Europa desde el Atlántico a los Urales, -lo que Gorbachov denominó “la casa común europea”- basados en el interés mutuo de mantener y profundizar la distensión, a la que invitaban los acuerdos citados y otros anteriores, como los de la Conferencia de Helsinki de 1975 y, por qué no recordarlos, los principios fundacionales de Naciones Unidas[19]. Todavía la cumbre de la Organización de Seguridad y Cooperación en Europa, celebrada en Estambul en 1999, aprobó una «Carta de de seguridad europea» basada en principios de seguridad compartida incluyendo a todos los países del continente, hasta los Urales.

Sin embargo, ya en 1994 la OTAN tomó una postura muy distinta: las cesiones y los cambios en el bloque del este, incluida la desaparición del Pacto de Varsovia, no afectaban -según documentos oficiales de la Organización- “ni al objeto ni a las funciones de seguridad de la Alianza” y, por el contrario, invitaban a “una concepción ampliada de la seguridad”, esto es, a su expansión en los países de este. En consecuencia, en 1996 la OTAN desplegó maniobras conjuntas con Ucrania y Noruega; en 1997 integró a Polonia, República checa y Hungría y en 1998 la cumbre de Bucarest invitó a Croacia y Albania, hasta entonces no alineados, a formar parte de la organización. Y, aunque rechazó las solicitudes de ingreso de Georgia y Ucrania, se acordó que estos dos países “serían miembros en el futuro”[20]. Algo especialmente aventurado teniendo en cuenta la ubicación geográfica de estos países y, en el caso de Ucrania, la división entre las zonas rusófilas del este y del sur y el resto del país, más occidentalista.

A finales de la década de los noventa, la intervención de la OTAN en el conflicto de Kosovo -sin el mandato del Consejo de Seguridad de la ONU ni el consenso con Rusia, como se repitió después en la guerra de Irak- y la de Rusia en Chechenia acabaron enterrando ese espíritu de cooperación y entendimiento manifestado en la OSCE y dando pie a una especie de nueva Guerra fría.

Es evidente, por lo demás, como señala Kennan, que EE.UU. y la OTAN aprovecharon la debilidad de Rusia, que venía sufriendo un largo proceso de inestabilidad política, descontento social y crisis económica al menos desde la muerte de Leónidas Brezhnev en 1982, para afirmar de nuevo su hegemonía global y ampliar su área de influencia. A la llegada de Gorbachov a la secretaría general del PCUS en 1985, la situación era desastrosa: “tenemos desempleo y lo más probable es que siga existiendo -escribió Anatoly Cherniáev, asesor de Gorbachov, en su diario-, y nuestros sistemas de sanidad y educación se encuentran en tal estado que resulta embarazoso mencionarlos. (…) La gente no puede vivir con nuestras pensiones. La calidad de vida está de 2 a 3 veces por debajo de la de Occidente”[21].

Y no era el menor de los problemas la grave carga del militarismo sobre la economía, que devoraba entre un 15 y un 17 del PNB, mientras que, por otro lado, como se dijo en el senado de EE.UU., las fuerzas armadas rusas se hallaban en un estado lamentable. Todo ello no se veía como algo coyuntural, sino como evidencia del fracaso histórico del sistema económico imperante, como constató Gorbachov induciéndole a dar un giro político enérgico que acabó concretándose en la perestroika y la glasnost.

Pero la situación no mejoró en los años noventa, tras la desintegración de la URSS, hasta el punto de que la crisis ocasionó un descenso en la esperanza de vida y un aumento de la tasa de mortalidad, de modo que en el periodo 1992-2001 murieron entre 2,5 y 3 millones de adultos por encima de lo que hubiera sido normal como consecuencia de enfermedades, mala alimentación, alcoholismo y violencia (suicidios, agresiones). Así percibía la situación Tony Judt a principios del siglo XXI: «… a corto plazo, Rusia era una presencia incómoda en el margen exterior de Europa. Pero no una amenaza. Aparte de eso, el ejército ruso estaba ocupado y, en cualquier caso, se encontraba en una situación ruinosa»[22]. En definitiva, que, como dijo alguien entonces, Rusia hubiera necesitado más un Plan Marshall que un acoso militar prolongado.

Yuri Cherepanov en la revista Krokodil (1997)

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Antes de la cumbre de Madrid de 1997 la OTAN estaba integrada por 16 países -el último en entrar había sido España-; hoy está a punto de duplicar ese número, una vez que Suecia, hasta hace poco país modelo de neutralidad, sea aceptada. La línea divisoria o frontera entre la OTAN y Rusia se ha desplazado no una pulgada, sino unos 1.000 kilómetros al Este, a unos 580 kms. de Moscú, y en los países intermedios, antes zona de seguridad o aliada de la URSS, se han ido acumulando las unidades militares internacionales, las maniobras conjuntas, los misiles y los antimisiles ABM (uno de cuyos vértices está en Rota), no muy lejos de las bases americanas en Turquía, alguna de las cuales (Inzirlik) alberga desde hace tiempo misiles atómicos. Ese acopio de armas y tropas a un lado y otro de la frontera ruso-ucraniana ha precedido a un ataque ruso de una envergadura mucho mayor de la prevista por los estrategas atlantistas, quienes esperaban que Putin se contentara con ocupar las zonas rusófonas del este de Ucrania.

Todo ello ha resultado muy lejano de la perspectiva de Kennan, quien ya antes de que acabara la II Guerra propuso al Departamento de Estado una alternativa a la división de Europa y más tarde se opuso a su rearme, su nuclearización y su integración en la OTAN. Frente a ello defendía la idea de “una especie de Europa federal unida en la cual pudiera incluirse una Alemania unida, que (…) solamente sería tolerable como parte integral de una Europa unida”[23]. Aunque posteriormente consideró que sus opiniones se basaban en percepciones poco realistas, siempre pensó que llegaría el momento en que, cuando el comunismo soviético pasara al desván de la historia, en una Europa pacífica y unida cabría el pueblo ruso, del que tenía una opinión mucho más positiva que de sus dirigentes.

En definitiva, volviendo al principio, se podría concluir diciendo con James Peck que “Kennan hubiera deplorado la invasión de Ucrania, pero hubiera comprendido bien por qué ha ocurrido y la básica responsabilidad de EE.UU. en ella”[24].

Un error fatal

George Kennan, New York Times, 5 de febrero de 1997

A finales de 1996 se admitió o impulsó la impresión -hasta ser predominante- de que se había decidido de algún modo y en algún lugar expandir la OTAN hasta las fronteras de Rusia. Ello a pesar de que no se puede tomar una decisión formal antes de la próxima cumbre de la alianza en junio[25].

El momento de esta revelación, coincidiendo con las elecciones presidenciales y los consiguientes cambios en cargos de responsabilidad en Washington, no facilitó que otros supieran cómo o dónde insertar una modesta palabra de comentario. Tampoco la garantía dada al público de que la decisión era irrevocable, aunque preliminar, alentó la opinión externa.

Pero algo de la mayor importancia está en juego aquí. Y tal vez no sea demasiado tarde para presentar una opinión que, creo, no es sólo mía, sino compartida por muchos otros con amplia y en la mayoría de los casos más reciente experiencia en asuntos rusos. La opinión, expresada sin rodeos, es que expandir la OTAN sería el error más fatídico de la política estadounidense en toda la era posterior a la guerra fría.

Cabe esperar que tal decisión inflame las tendencias nacionalistas, antioccidentales y militaristas de la opinión rusa; tenga un efecto adverso en el desarrollo de la democracia rusa; restaure la atmósfera de la Guerra fría en las relaciones Este-Oeste e impulse la política exterior rusa en direcciones decididamente no de nuestro agrado. Y, por último, pero no por ello menos importante, podría hacer mucho más difícil, si no imposible, asegurar la ratificación del acuerdo Start II por parte de la Duma rusa, impidiendo nuevas reducciones de las armas nucleares.

Desde luego es lamentable que Rusia deba enfrentarse a tal desafío en un momento en que su poder ejecutivo se encuentra en un estado de gran incertidumbre y casi parálisis. Y es doblemente desafortunado teniendo en cuenta la falta total de necesidad para esa iniciativa. ¿Por qué, con todas las esperanzadoras posibilidades engendradas por el final de la Guerra fría, las relaciones Este-Oeste deberían centrarse en la cuestión de quién se alía con quién y, por implicación, contra quién en algún conflicto militar futuro fantasioso, totalmente imprevisible e improbable?

Soy consciente, por supuesto, de que la OTAN está teniendo conversaciones con las autoridades rusas con la esperanza de que la idea de la expansión sea tolerable y agradable para Rusia. En las circunstancias actuales, sólo se puede desear éxito a estos esfuerzos. Pero cualquiera que preste seria atención a la prensa rusa no puede dejar de notar que ni el público ni el Gobierno están esperando a que se produzca la expansión propuesta antes de reaccionar ante ella.

Los rusos están poco impresionados con las garantías estadounidenses de que ello no implica intenciones hostiles. Verían su prestigio (siempre lo más importante en la mente rusa) y sus intereses de seguridad afectados negativamente. Por supuesto, no tendrían más remedio que aceptar la expansión como un hecho militar consumado. Pero continuarían considerándolo como un rechazo por parte de Occidente y probablemente

Obviamente, no será fácil cambiar una decisión ya tomada o tácitamente aceptada por los 16 países miembros de la alianza. Pero hay algunos meses por medio antes de que la decisión sea definitiva; tal vez este período pueda usarse para cambiar la expansión propuesta de manera que mitigue los efectos infelices que ya está teniendo en la opinión y la política rusas.

Extractos del artículo de Kennan divulgados en redes sociales por la embajada rusa en Londres en marzo de 2022
 Notas

[1] James PECK, “What would Kennan say about Russia-Ukaine conflict?”, Global Times, 29 de marzo de 2022. Thomas HODGSON, “Kennan revisited: NATO Expansion into the Former USRR in Retrospect”, Foreign Affairs Review, 4 de abril de 2022; Blake FLEETWOOD “‘Not One Inch Eastward:’ How the War in Ukraine Could Have Been Prevented Decades Ago”, SHEERPOST, 24 de febrero de 2022.

[2]Andrei KOLESNIKOV, “Did Kennan Foresee Putin?. What the Diplomat Got Right About Russia and the West”, Foreign Affairs, 20 de septiembre de 2023.

[3] New York Times, 2 de febrero de 1998.

[4] Goeorge KENNAN, Memorias de un diplomático, Barcelona, 1957, p. 185.

[5] Las comillas sugieren que el concepto de comunismo o de “amenaza roja” (red scare) de la Guerra fría iba más allá de lo que había en la URSS, englobando también al sindicalismo, el nacionalismo revolucionario del Tercer Mundo y cuantas tendencias históricas pusieran en peligro real o potencial la hegemonía norteamericana o la estabilidad interna de los propios EE.UU.

[6] Frances STONOR SAUNDERS, La CIA y la guerra fría cultural, Madrid, 2001, cap. 20. De ahí salieron iniciativas como la creación de las emisoras Free Europe y Radio Liberty, o el denominado “Congreso por la libertad de la cultura”.

[7] Fue el primero en aconsejar en 1947 la cooperación militar con la España de Franco, dada su importancia para la seguridad del Mediterráneo. Fue un giro de 180º, pues un año antes EE.UU. y otros países habían pedido el aislamiento internacional del franquismo por su reciente vinculación con las potencias del Eje y su carácter dictatorial.

[8] Esta afirmación -que compartimos- es polémica.  No vamos a argumentarla, pero conviene recordar que Stalin en 1943 disolvió la Comintern, su mayor palanca de influencia en los partidos comunistas, como muestra de amistad hacia los aliados, mientras que la Cominform (1947-1956) fue mucho menos duradera e influyente.

[9] James BAKER, “Expanding to the East”, Los Angeles Times, 5 de diciembre de 1993. También Kennan en algún momento sugirió la entrada de Rusia en la OTAN.

[10] Zoltan BARANY, The Future of NATO Expansion. Four Case Studies, Cambridge, 2003, pp. 19-20. Según Fleetwood, también Edward Kennedy se manifestó contra la ampliación y habló del peligro de una nueva Guerra fría y del “imperialismo americano del siglo XXI”.

[11] Eugene J. Carroll, “NATO Expansion Would Be an Epic Error”, Los Angeles Times, 7 de julio de 1997; J. L. GADDIS, “Remember the Titanic”, NYT, 27 de abril de 1998.

[12] Entonces se  evaluó en 10.000 millones de dólares para los tres países, si bien se ofrecieron distintos cálculos en más o menos.

[13] Cit. en Andrei KOLESNIKOV, Op. cit.

[14] El tratado, firmado en mayo de 1997, establecía la cooperación en materia de seguridad, desarme y lucha antiterrorista. Pero la intervención de la OTAN en Serbia por la secesión de Kosovo y la de Rusia en Chechenia (1999) impidieron su aplicación. Las relaciones de EE.UU. y Rusia luego han ido a peor, salvo en los primeros años de Putin, que quiso colaborar en la lucha contra el terrorismo tras el 11-S e incluso llegó a solicitar el ingreso en la OTAN.

[15] “Debate sobre la ampliación de la OTAN en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de EE.UU.” (www.govinfo/content/CHRG. Congresional Record, vol. 144, issue 19).

[16] “Debate sobre la ampliación de la OTAN en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de EE.UU.” Ibid.

[17] “Debate sobre la ampliación de la OTAN en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de EE.UU.” Ibid.

[18] Luis CASTRO, “UCRANIA. ‘Ni una pulgada hacia el Este’: lo que Gorbachov escuchó”, Conversación sobre Historia, 21 de febrero de 2022. En el artículo aparecen 30 documentos oficiales que acreditan sobradamente el asunto.

[19] Estos principios y compromisos siguen vigentes a día de hoy (i.e., los de NN.UU. -que ha condenado reiteradamente los bloques militares y el armamentismo- y los de la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea).

[20] Luis CASTRO, Op. cit.; “Bucharest Summit”, Wikipedia. (Engl.)

[21] Cit. en Josep FONTANA, Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945, Barcelona, 2011, pp. 672-677.

[22] Tony Judt, Posguerra. Una historia de Europa desde 1945, Madrid, 2006, p. 1092.

[23] KENNAN, Op. cit., cap. 18: “Alemania”; la RFA entró en la OTAN en 1955 y desde 1957 tiene armas nucleares en su territorio, de procedencia y control norteamericanos.

[24] James PECK, artº citado en nota 1.

[25] Se refiere a la cumbre de la OTAN que tuvo lugar en Madrid en julio de 1997 (no junio)

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: civilek.info

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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1 COMENTARIO

  1. La afirmación de Kennan, no deja de ser una «boutade» ó simplemente lágrimas de cocodrilo, no hubo ningún error sino que ésta politica es algo intrínseco al proyecto estadounidense de «puertas abiertas» ó de la Nueva Jerusalén («la ciudad sobre la colina» de la que hablaba Reagan ) , esto es la aspiración de EEUU a la Hegemonia mundial unipolar.

    Kennan debía saberlo y no hacerse el tonto ya que esto está inscrito en el ADN de la élite norteamericana y su programa global (pentagonismo+Wall Street+élite burocratica), algo que por cierto ya inquietaba al liberal Raymond Aron – ver su libro «La República imperial «-.

    Todas estas cosas que se escuchan acerca de la «generosidad del Imperio estadounidense» no son más que sandeces, por ejemplo cuando se habla del «Plan Marshall».Lean una refutación completa archivistica de todas estas jeremiadas en el nuevo libro de Annie Lacroix Riz:

    *https://www.dunod.com/histoire-geographie-et-sciences-politiques/origines-du-plan-marshall-mythe-aide-americaine

    La historiografía que demuestra el providencialismo enloquecido de EEUU es inmensa :Appleman williams,Gabriel Kolko,Michel Sherry,Jabara Carley,Domenico Losurdo , etc

    Pero los directos responsables de ésta tragedia no fueron los norteamericanos sino los liberales rusos enquistados en el PCUS(el propio Gorbachov,Chubais,Gaidar,Yeltsin,etc), que liquidaron y destruyeron la URSS de modo deliberado y no por supuestos errores, labor facilitada también por la política pancista del periodo de Brejnev y las campañas «desestalinizadoras » de Kruschev que no hicieron más que sembrar la autofobia antisoviética.

    Ver al respecto el dificilmente refutable libro de Alexandre Ostrovski,»Error ó traición «:

    *https://editionsdelga.fr/produit/erreur-ou-trahison/

    Saludos.

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