El tercer volumen de la serie M. de Antonio Scurati, en la que narra la historia de la Italia fascista a través del prisma absoluto de Benito Mussolini, por lo que también se puede leer como una biografía, abarca los años previos a la entrada del país en la Segunda Guerra Mundial (1938-1940). Por eso está atravesado principalmente por tres ejes: las relaciones entre Italia, Alemania y las democracias europeas, con especial atención a las relaciones concretas entre el Duce y Hitler, la política imperial del régimen fascista y la adopción de políticas raciales emulando al anti-semitismo nazi, sin descuidar la vida privada del protagonista o a figuras importantes, como su yerno Ciano. Publicamos en CSH las reflexiones en relación a la historia que la obra nos ha suscitado, tal y como ya hicimos con las entregas anteriores.

 

Álvaro Castro Sánchez
Universidad de Córdoba
Introducción

Los dos volúmenes anteriores de la serie M. de Antonio Scurati, a los que también dedicamos unas notas para esta página, cubrían dos periodos claramente delimitados por el ascenso al poder del Fascismo en Italia (más en concreto, desde la fundación de los Fasci di Combattimentto en 1919 hasta el asesinato de Matteotti en 1924) y su consolidación (desde 1925 a 1932). Esta nueva entrega, con menor número de páginas (433), cubre los años 1938 y 1940, es decir, el periodo más decisivo del futuro de Europa y del propio Mussolini, protagonista absoluto sobre el que gira el mundo que nos describe esta historia novelada.

1. Una política de lo primario

Hay tres grandes cuestiones que enmarcan la tercera entrega de esta saga dedicada a la figura de Benito Mussolini. La primera, la de las relaciones entre Alemania e Italia, donde no solo se va trazando la relación entre sus líderes, con especial atención a las consideraciones mentales de Mussolini respecto a Hitler, y al juego de las apariencias cuando se encontraban o hacían declaraciones públicas, también entre los actores que difícilmente podríamos llamar secundarios, tales como Joachim von Ribbentrop y Galeazzo Ciano. Así, el principal hilo conductor de la misma son el conjunto de acontecimientos y decisiones que dieron lugar a la entrada de Italia en la Segunda Guerra Mundial. Entre los preludios de este desastre se encuentra la segunda de las cuestiones, que sería la de la creciente emulación de la política eugenésica nazi, muy ausente hasta los pactos que marcaron la geopolítica mundial tanto en el proyecto fascista original como en el pensamiento y actitud del propio Mussolini. Ambas cuestiones desplazan el espacio de atención dentro de la novela, desde el Mediterráneo y norte de África (pues en el volumen anterior buena parte del mismo se centró en Libia) hacia Europa, con apariciones puntuales de las nuevas colonias italianas del este africano. Desplazamiento en todo caso leve, pues en tercer lugar, la política expansionista en África y los Balcanes tienen la atención que merecen en el volumen, especialmente el caso de Etiopía, donde el gaseamiento de más de un cuarto de millón de personas potenció a M. para presentarse ante su patria como un Dios encarnado.

La política exterior italiana había estado dirigida por el propio Mussolini hasta 1936, cuando le sucedió su “yernísimo” Ciano, destinado a convertirse en su segundo hasta el final de la Italia fascista. Para entonces, la guerra de Etiopía estaba concluyendo. Con Libia sometida y gobernada por Italo Balbo, Etiopía fue atacada desde la Eritrea y la Somalia italianas, y acabaría constituyendo junto a estas la provincia Italiana del Este de África, tras una guerra cruel en la que la modernidad del armamento italiano (por otra parte, anticuado respecto a las potencias europeas) jugó su horrible papel. Asegurada esta, el sueño de una Roma renacida dominadora del Mediterráneo trasladaba la guerra desde África a la guerra civil española. Como es sabido, tanto la aristocracia alfonsina primero como Falange después buscaron el apoyo (militar, económico, político) del Duce desde los primeros tiempos de la II República para sus conspiraciones contra esta[i]. Y lo encontraron, por ejemplo a modo de sueldo de José Antonio, pero sobre todo, por su disposición a la venta de armas en el proceso de preparación del golpe militar del 18 de julio y su implicación en la guerra desde primera hora: trasladando tropas desde el norte de África, bombardeando Málaga, enviando, en definitiva, setenta mil combatientes, ayuda que tal y como se sabe, sumada a la alemana, convirtieron a Franco en Caudillo de España.

Mientras que la anexión alemana de Austria puso en peligro la credibilidad de un Mussolini que se había presentado como “centinela del Brennero” y protector de la soberanía del país tras el asesinato de Dollfuss en 1934, Italia gozó de la misma política de apaciguamiento que el expansionismo nazi. Pues si bien la Sociedad de Naciones condenó la agresión sobre Etiopía el 7 de octubre de 1935, los embargos económicos fueron menores porque primaron intereses nacionales relacionados directamente con la circulación de barcos italianos por el canal de Suez. Así, la permisividad de los países democráticos respecto a esta política de la pulsión primaria de agresión como autoafirmación personal de Mussolini o Ciano y que también movilizaba al resto de los jerarcas alemanes e italianos tiene su principal símbolo en la Conferencia de Múnich, encuentro al que el volumen dedica unas páginas memorables y de la que el Duce salió pensándose como un campeón de la mediación, que garantizaba la paz a los pueblos europeos con una representación de la heroicidad comparable al menos con la del primer ministro británico. Pero Hitler, y Benito siempre lo supo, no solo jugaba con los pusilánimes Daladier y Chamberlain, sino también con quien acabaría conduciendo a Italia al desastre[ii].

Los ministros de asuntos exteriores Galeazzo Ciano y Joachim von Ribbentrop en mayo de 1939 (foto: Archivio Luce)
2. Los “chicos” de Mussolini y la “nueva raza” italiana

La cuestión del nuevo hombre o la nueva raza formó parte de la estética del fascismo desde primera hora, pero en Italia la lucha racial y más en concreto, la del antisemitismo, había estado muy lejos de tener los rasgos biologicistas del fascismo alemán, de tal modo que las leyes raciales y su ejecución durante los años previos a la guerra internacional estuvieron muy marcados por un racismo cultural en el que primó la cuestión de la italianeidad. Posiblemente por ello, aunque primero en las colonias y después en la metrópoli se fue emulando la biopolítica nazi durante el mismo proceso de pactos y compromisos que la llevaron a la segunda guerra mundial, Italia mantuvo características discriminatorias propias en un país en el que había judíos reconocidos como héroes en la Primera Guerra Mundial. También porque desde primera hora había fascistas judíos que tenían publicaciones propias, como La nostra bandeira, y que ocuparon puestos de responsabilidad, como el magistrado de Ferrara Renzo Ravenna,  o que contaban con el discreto apoyo de jerarcas como Balbo. Y finalmente, porque el racismo biológico que pudo mostrar Mussolini entonces era del todo impostado, tal y como muestran algunas fuentes privadas que Scurati traslada en su libro.

Respecto a la cuestión del racismo fascista, una primera referencia historiográfica y en la que se indicó esto último fue la Storia degli ebrei sotto il fascismo que publicó Renzo de Felice en 1961, donde el biógrafo de Mussolini estableció la tesis de la refracción italiana al discurso biologicista, pues pesaron más las cuestiones nacionales o culturales (es decir, un racismo en clave premoderna). Fue el historiador Mair Michaelis uno de los primeros en explicar las prácticas antisemitas que se sucedieron en Italia desde 1933, que en el caso del Partido Nacional Fascista estuvieron encabezadas por Roberto Farinacci. Sus primeros pasos asociaban judaísmo y antifascismo, asociación que se vio consolidada con la guerra civil española y el discurso represivo franquista[iii]. Pero también, por una campaña (que tiene su sitio en las páginas de Scurati) llevada a cabo por profesores universitarios herederos del lombrosianismo de áreas como la antropología física, los cuales buscaban vías de aceleración de carreras académicas y  la eliminación de adversarios[iv]. El “Manifiesto de la Raza” firmado por estos en 1938 sí defendía la diferencia de una raza italiana ligada al Mediterráneo distinta de las semitas, las orientales o africanas, para alivio de una mala conciencia fascista construida en un país católico.

Las purgas comenzaron dentro del mismo partido y en 1937 se creó la Oficina de Estudios de la Raza y de Propaganda para la Discriminación Racial a iniciativa del propio Mussolini, que ya dudaba en la prensa sobre la fidelidad del pueblo judío. El creciente desprecio y la marginación culminó a partir de la promulgación de leyes raciales que siguieron al Manifiesto del 38: exclusión de todo tipo de cargos, marginación de las instituciones educativas, académicas y científicas así como del funcionariado, censura de obras de autor judío, revocación de la ciudadanía para judíos extranjeros, prohibición de matrimonios mixtos y límites en el derecho de propiedad privada. Las deportaciones y el exterminio llegarán con el dominio nazi a partir de 1943.

Resumen de las leyes raciales de 1938 publicado en La difesa della razza (foto: Wikimedia Commons)3. “El menú del siglo”

¿Tenía ello su correlato en la mejora y consolidación del uomo nuovo fascista a ojos de Mussolini? Parece que no[v]. No parece que tuviera en gran estima a aquel pueblo que admiró y aplaudió la conquista de Etiopía o Albania o celebraba su regreso de Múnich con gestos propios de quien ha sido salvado por un tipo de Mesías. Scurati muestra cómo este volvía de la capital bávara con el convencimiento de que aquel hombre viril centro de la liturgia fascista nunca tuvo posibilidad de existir, que “Italia es una nación de madres y esposas” y que “solo sus lastimeras plegarias recorren el país”. Posiblemente su consideración de la condición humana le impedía pensar en que esa nueva raza fuera alguna vez posible. Muchos años antes había escrito, en un “preludio” a un trabajo universitario sobre El príncipe de Maquiavelo (proyecto de tesis de licenciatura animado por Dino Grandi para que pudiera obtener el nombramiento de licenciado “honoris causa” por la Universidad de Bolonia en el aniversario de la Marcha sobre Roma), lo siguiente:

“[…] es preciso que quien dispone de una República y organiza sus leyes, dé por sentado que todos los hombres sean malos y que éstos se porten con la malignidad de su ánimo toda vez que tengan la libre oportunidad de hacerlo… Los hombres no actúan nunca jamás para el bien sino por necesidad, pero donde la libertad abunda y hay licencia, todo se llena súbitamente de confusión y desorden”[vi].

Motivación de poder sustentada en una visión jerárquica de una sociedad que había que someter a base de una política de mitos. Esto fue lo permanente antes y después de la triste persecución del pueblo judío en Italia, y ante la cual las masas siempre aparecen desempeñando el papel de espectadores o de un cuerpo que solo sabe reaccionar emocionalmente.

Tropas italianas ciclistas ocupando Dürres en Albania en abril de 1945 (foto: eurasia1945)

La enorme calidad de la obra de Scurati está apoyada en la calidad literaria, en innumerables fuentes primarias y en los bellos retratos psicológicos y actitudinales de los protagonistas. Todo gira en torno a Mussolini, pero en sus páginas también se trazan los pensamientos, las reservas mentales, los hiatos entre la conducta deseada y la manifestada, la privada y la pública, de los también protagonistas de aquella historia. Destacar el lugar de su joven amante Clara Petacci (que sustituyó a la aristócrata judía Marguerita Sarfatti), con la que Benito se muestra tan animal como niño herido, tan sexual como confidente. También Galeazzo Ciano, hijo de un héroe de guerra casado con Edda, la hija mayor de Benito, principal impulsor de la intervención italiana en España como vía para su legitimación como líder llamado a sucederle. O la triste trayectoria de Renzo Ravenna, acomodado podestá de Ferrara en el que Scurati plasma los crudos y dramáticos efectos de las políticas raciales del partido al que pertenecía. Todas esas vidas estuvieron totalmente marcadas por la religión de la política que caracterizó al régimen italiano de entreguerras que siempre tuvo a M. como epicentro.

Hay consenso entre los historiadores y así lo va mostrando Scurati en que las guerras imperialistas marcaron el declive del régimen de Mussolini ya que supusieron una sangría de dinero que impidió modernizar el ejército y situar a Italia en una mejor posición de negociación frente a las demandas de apoyo de Hitler y el resto de los países occidentales. La obsesión de un líder que se quería a la altura de su homólogo alemán y las penetraciones psicológicas del autor nos han hecho pensar tanto en los clásicos estudios de la personalidad autoritaria de la Escuela de Francfort como en una versión invertida de la caricatura que, en aquellos días en los que se anunciaba el final del mundo, Chaplin nos dejó de los encuentros entre Napolini y Hinkel, pues fue este el que siempre llevó del gancho al hombre de la providencia y le hizo tragar su intragable mostaza. Y con él, a toda Italia.

Charles Chaplin y Jack Oakie representan a los dictadores Adenoid Hinkel y Benzino Napaloni en la película El gran dictador, dirigida por el primero en 1940 (foto: Charlie Chaplin Archives)
Bibliografía

Grondona, A. (2017). Racismo, antisemitismo, cuestión colonial y saberes expertos en el fascismo italiano. Algunos debates contemporáneos. Intersticios. Revista sociológica de pensamiento crítico, 11(1), Article 1. https://intersticios.es/article/view/16795

Kallis, A. A. (2000). Fascist Ideology: Territory and Expansionism in Italy and Germany, 1922-1945. Routledge. https://www.routledge.com/Fascist-Ideology-Territory-and-Expansionism-in-Italy-and-Germany-1922-1945/Kallis/p/book/9780415216128

Matard-Bonucci, M.-A., & Milza, P. (Eds.). (2004). L’homme nouveau dans l’Europe fasciste (1922-1945): Entre dictature et totalitarisme. Fayard.

Michaelis, M. (1978). Mussolini and the Jews: German-Italian Relations and the Jewish Question in Italy, 1922-1945. Institute of Jewish Affairs, London.

Savarino Roggero, F. (2015). El prólogo a El príncipe de Benito Mussolini. Revista Inclusiones: Revista de Humanidades y Ciencias Sociales, 2(Extra 2 (octubre-diciembre)), 91-101.

Viñas, Á. (2019). ¿Quién quiso la guerra civil?: Historia de una conspiración. Editorial Crítica.

[i] Véase Viñas 2019.

[ii] Sobre el expansionismo alemán e italiano, Kallis 2000.

[iii] Michaelis 1978.

[iv] Puede verse Grondona 2017.

[v] La cuestión del “hombre nuevo” (que no fue exclusiva de los fascismos) ha sido estudiada en perspectiva comparada en (Matard-Bonucci & Milza, 2004).

[vi] Savarino  2015: 97.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: Hitler y Mussolini en Berlín, septiembre de 1937 (foto: Bundesarchiv)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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