Presentación

Ranahit Guha, «el historiador indio más creativo de este siglo», en palabras de Amartya Sen, falleció el 28 de abril de 2023 pocos días antes de cumplir los cien años. Se le considera fundador del Grupo de Estudios Subalternos cuyas deudas intelectuales tienen que ver mucho con Gramsci por alejarse del determinismo económico y valorar las variables político culturales. El texto que publicamos describe las vicisitudes de una biografía intelectual compleja e incluso desconcertante que merece completarse con el prólogo que Josep Fontana publicó en 2002 al que se puede acceder al final de esta entrada. La lectura de Guha mantiene el atractivo de comprender el fenómeno del colonialismo sin las trabas del eurocentrismo y de afrontar el reto metodológico que esto supone ¿Se pueden seguir explicando los caminos del desarrollo a partir de la historia del pensamiento económico convencional?

Cómo advirtió Fontana, el Permanent Settlement de 1793 al trasplantar a la India el proyecto fisiocrático, que en Inglaterra habían ayudado a liquidar el  feudalismo, supuso para la India  la construcción de una organización neo-feudal de la propiedad de la tierra: la absorción y reproducción de elementos precapitalistas en un régimen colonial y la  creación de una clase media de propietarios absentistas, de la que se benefició la familia del propio Ranahit Guha. Un ejemplo más de la ley de las consecuencias involuntarias que han analizado los economistas. La ley tuvo efectos contrarios a los que se habían propuesto en el terreno económico, si bien tuvo el efecto positivo de asegurarles el apoyo de los beneficiarios de la nueva situación.

            Por definición los estudios subalternos proponían una historia distinta a la de las élites con un enfoque sobre la resistencia a su dominación, bien fueran la de los administradores británicos o la de los nacionalistas. Y se partía de una premisa:   ningún discurso puede plantear una crítica a una cultura dominante mientras sus parámetros sean los mismos que los de esa cultura. Por eso Gran Bretaña, al trasladar a un medio distinto los análisis válidos para la revolución industrial de la metrópoli, se equivocó y confundió lo que sólo era dominación con hegemonía teniendo que confiar más en la fuerza que en el consenso.[1]

Por último Fontana llama la atención sobre la ideología del estatismo que en la mayoría de los casos implica aceptación y defensa del orden establecido: se escoge por nosotros, y para nosotros, qué acontecimientos son tomado como ‘históricos’. Aunque también aparece entre quienes se oponen al sistema y pugnan por reemplazarlo por otro en su opinión mejor y más justo.  El objetivo entonces no es tanto  legitimar un estado real y existente, sino un sueño de poder. Guha lo ilustra con la historia de la revuelta, dirigida por el partido comunista entre 1946 y 1951, que supuso, especialmente para las mujeres, una gran frustración. El estudio comparativo de James C. Scott,  Seeing like a state. How certain squemes to improve the human condition have failed   (1998), puede ayudar a comprender cómo fracasa  la ingeniería social de origen estatal en el Tercer Mundo o en la Europa del Este.

Una entrevista de 2010 a tener en cuenta

In Search of Transcendence: An Interview with Ranajit Guha Interview (in Bengali) with Ranajit Guha (RG), 2 February 2010, at his home in Purkersdorf (near Vienna), Austria

[1]La singularidad del Estado colonial en el subcontinente indio descansaba precisamente en esta paradoja: era una autocracia sostenida en Oriente por la principal democracia liberal burguesa de Occidente. Este Estado no hegemónico era incapaz de asimilar la sociedad civil de los colonizados. Guha, sin embargo, no se detiene en la denuncia histórica de las élites británicas y del imperialismo. Extiende la crítica a sus sucesores: las élites indias y el Estado nación indio, Dominación sin hegemonía. Historia y poder en la India colonial. Traficantes de sueños, 2019 (ed. inglesa de 1997).

Conversación sobre la historia


 

Sanjay Subrahmanyam

Profesor de historia económica en la Universidad de California
en Los Ángeles y profesor del Collège de France
.

 

Ranajit Guha (1923-2023), fallecido recientemente en su residencia de Viena, donde pasó las últimas décadas de su vida, fue sin duda uno de los intelectuales más influyentes de la izquierda india durante el siglo XX, cuya sombra se proyectó mucho más allá de los confines del subcontinente. Como fundador y maestro (o «papa», como algunos le llamaron con sorna) del movimiento historiográfico conocido como Estudios Subalternos, su obra escrita, relativamente modesta, fue leída y mal leída en muchas partes del mundo, llegando a formar parte del canon de los estudios poscoloniales. Guha disfrutó de las intensas y riquísimas confrontaciones intelectuales que rodearon gran parte de su carrera académica, aunque se volvió algo más sosegado durante el último cuarto de su vida, cuando dio un sorprendente giro metafísico, que intentó combinar sus lecturas de Martin Heidegger y la filosofía clásica india. Este estilo controversial le granjeó seguidores muy leales y virulentos detractores, entre quienes se contaban muchos miembros de la izquierda india y extranjera.

Guha nunca transitó por caminos trillados a pesar de las circunstancias de relativo privilegio social en las que nació. Su familia era una de familia rentista establecida de la parte oriental de la orilla del río Bengala (actual Bangladesh), beneficiaria del Acuerdo Permanente de Bengala, instituido por lord Cornwallis en 1793. La zona de Bakarganj (o Barisal) de la que procedía también era el lugar de nacimiento de otro historiador bengalí, Tapan Raychaudhuri (1926-2014), cuyo origen era igualmente zamindar. El propio Raychaudhuri era una figura compleja, un anecdotista y bon viveur dotado de una vena melancólica, que estaba destinado a hacer de Porthos para el Aramis de Guha. En la década de 1930, Guha fue enviado a Calcuta para su escolarización, donde asistió al prestigioso Presidency College de esa ciudad y pronto se convirtió en un comunista activo.

Ranajit Guha en 1969 (foto: permanent Black)

Fue durante estos años cuando adquirió su violenta aversión al «comprador» Gandhi y su versión de la política nacionalista, que le acompañó durante gran parte de su vida. También estuvo bajo la influencia de un importante historiador marxista de la época, Sushobhan Sarkar, al tiempo que entablaba una tormentosa relación con otra figura destacada, Narendra Krishna Sinha (en absoluto marxista), bajo cuya supervisión trabajaría en una tesis sobre la historia económica colonial de Bengala, que nunca llegó a completar. En la época de la independencia india, Guha abandonó brevemente Calcuta para trasladarse a Bombay y en diciembre de 1947 viajó a París como representante de la Federación Mundial de la Juventud Democrática, dirigida durante un tiempo por el controvertido Aleksandr Shelepin.

Durante los años siguientes, y hasta su regreso a Calcuta en 1953, Guha viajó por Europa del Este, el mundo islámico occidental e incluso China, incluyendo una estancia de dos años en Polonia, donde conoció y se casó con su primera esposa. A su regreso a la India, ya le acompañaba «un aura de heroísmo» (como escribió uno de sus amigos) y ya ejercía un grado de carisma y transmitía una determinada mística sobre sus colegas más jóvenes, que le servirían de mucho posteriormente. Tras una breve etapa como organizador sindical en Calcuta, se embarcó en una carrera peripatética en la enseñanza universitaria y empezó a publicar sus primeros ensayos sobre los orígenes de los Acuerdo Permanentes de Bengala a mediados de la década de 1950. Pero estos años también fueron testigos del distanciamiento de Guha de la clase dirigente comunista, ya que, como sucedió a muchos de su generación, la crisis húngara de 1956 supuso un punto de inflexión.

Aunque sus planes de defender una tesis doctoral nunca fructificaron, finalmente pudo encontrar un puesto en 1958 en la recién fundada Universidad de Jadavpur, bajo el ala de su antiguo profesor Sarkar, que abandonó rápidamente, sin embargo, para trasladarse primero a Manchester y luego a la Universidad de Sussex, donde pasó casi dos décadas. Hay muchos aspectos de esta fase de su carrera en torno a 1960 que siguen siendo oscuros, entre ellos cómo un historiador que apenas contaba con obra publicada logró obtener estos puestos en el Reino Unido, donde pocos historiadores indios habían penetrado. La tradición oral cuenta que también fue propuesto para un puesto en París, en la VI Sección de la École Pratique des Hautes Études, al parecer por iniciativa del historiador económico estadounidense Daniel Thorner (él mismo refugiado en París de la persecución macartista). Fue también Thorner quien ayudó a organizar la publicación a través de Mouton & Co del primer libro de Guha, A Rule of Property for Bengal (1963).

Esta obra sigue siendo un enigma seis décadas después de su primera publicación. Aunque comenzó como una obra de historia económica, acabó convirtiéndose en lo que es claramente un trabajo sobre historia de las ideas. De modo inmediato, Guha se vio impulsado a efectuar este estudio por su propia experiencia infantil en un contexto rural en el que el Acuerdo Permanente de Cornwallis había establecido las reglas del juego, lo que a la postre condujo (según algunas opiniones) al progresivo declive agrario de Bengala durante siglo y medio. Pero en lugar de analizar las relaciones de clase existentes o las cuestiones relativas a estas, Guha se concentró en los debates sobre cómo debían gestionarse los recursos agrarios de la provincia mantenidos por los administradores de la Compañía de las Indias Orientales inglesa en Bengala durante las décadas de 1770 y 1780, los cuales presentó como una compleja lucha entre distintas tendencias de la economía política, influidas, por un lado, por los fisiócratas en toda su variedad y esplendor y, por otro, por los partidarios de la Ilustración escocesa (a la que estaba adscrito el gobernador general Warren Hastings). Demostrando un impresionante talento para la lectura minuciosa, Guha desmenuzó las actas, las propuestas y las contrapropuestas presentadas y debatidas en los consejos de administración de la época.

Movimientop naxalita: combatientes y manifestantes del Partido Comunista de la India (Maoista) en Bhanupratapur, en el centro-oeste de India (foto: Namas Bhojani para The New York Times)

Una figura central que surgió de la investigación fue el dublinés Philip Francis. Si bien la oposición entre Francis y Hastings solía leerse simplemente a través del prisma de la política de facciones, Guha fue capaz de elevar las diferencias a la altura de un auténtico debate intelectual, que tendría consecuencias duraderas para Bengala.

Al mismo tiempo, puede decirse que la obra mostró poca o ninguna preocupación por las «realidades realmente existentes» en la Bengala del siglo XVIII y menos aún por los complejos regímenes de propiedad, que habían estado en vigor antes del dominio de la Compañía de las Indias Orientales inglesa. Ello habría exigido que Guha se ocupara de la historia mogol y de cuestiones relativas al derecho musulmán hanafita, asuntos que estaban bastante alejados de sus inclinaciones. Además, hay pocas cosas en A Rule of Property for Bengal que sugieran que se trata de una historia marxista, por muy laxamente que queramos interpretar este término. Los críticos de la época la compararon a menudo con otra obra que había aparecido unos años antes, The English Utilitarians and India (1959) de Eric Stokes, probablemente para disgusto de Guha. Stokes pintaba con una brocha más ancha y abarcaba una cronología más amplia, pero también mostraba menos talento para la lectura minuciosa de los textos. Probablemente, sin embargo, hay más elementos que unen a estos libros que aspectos que los separan. Mientras que la obra de Stokes fue ampliamente aclamada, la de Guha languideció injustamente durante un tiempo en la oscuridad. Cabe señalar que durante el resto de la década de 1960, Guha dejó más o menos de publicar, y cuando lo hizo en 1969 (en forma de una reseña de un volumen editado sobre el nacionalismo indio olvidado hace mucho tiempo) se trató de un virulento ataque contra la historia india practicada en Inglaterra, incluida la Universidad de Sussex, «donde los estudiantes son inducidos a la lógica de […] un procedimiento imperialista apenas disfrazado». Por aquel entonces, Guha decidió pasar un año sabático en la India, en la Delhi School of Economics, gracias a la mediación de su amigo Raychaudhuri, que impartía clases allí.

Guha arremetió contra la «larga tradición de elitismo presente en los estudios sobre el sur de Asia» y declaró que los «subalternos» eran la «diferencia demográfica existente entre la población india total la “elite”».

El movimiento comunista indio, al que Guha había estado vinculado durante la década de 1940 y principios de la de 1950, había experimentado cambios considerables. El Partido Comunista de la India (PCI), prosoviético, se había escindido en 1964 para dar lugar al PCI(M), inicialmente más orientado al comunismo chino y mucho más hostil al partido gobernante, el Partido del Congreso indio. Sin embargo, en 1967 se produjo una nueva escisión en el contexto de un levantamiento rural acaecido en el norte de Bengala, que dio lugar al PCI(ML), que eludió la política parlamentaria en pro de una estrategia de movilización armada de campesinos y estudiantes. En ciudades como Calcuta y Delhi se formaron grupos estudiantiles radicales en apoyo de esta tendencia, conocidos en la jerga india como «naxalitas». Guha, que visitó Delhi en 1970-1971, encontró atractivo este nuevo movimiento dado su propio pensamiento promaoísta y empezó a frecuentar estos grupos estudiantiles. Un puñado de libros de memorias se ha ocupado de este proceso, entre ellos uno reciente del economista especializado en cuestiones de desarrollo Pranab Bardhan. Debido a su trabajo de campo, Bardhan conocía bien los problemas rurales indios y no quedó muy impresionado con lo que vio en una reunión plagada de secretismo orquestada por Guha, describiéndola en Charaiveti: An Academic’s Global Journey (de próxima aparición en 2023) como una «colección de clichés», con oradores que «regurgitaban retórica […] aprendida de algún panfleto barato». Sin embargo, algunos de estos estudiantes no sólo se convirtieron en activistas, sino también en historiadores, inspirándose directamente en las formulaciones de Guha.

La primera de las nuevas publicaciones históricas de Guha fue un ensayo, publicado por primera vez en 1972 pero objeto de posteriores reelaboraciones, sobre la rebelión del índigo registrada en Bengala en 1860. A este trabajo le acompañaron durante esos mismos años varios textos de análisis político sobre el Partido del Congreso y su perfil político, así como sobre la represión estatal y la democracia en la India. En medio de la turbulencia política de la década (simbolizada por el infame periodo de Emergencia declarado por Indira Gandhi), la influencia intelectual de Guha comenzó a crecer. En parte, a ello contribuyó el traslado de Raychaudhuri a Oxford, lo cual propició que varios de sus doctorandos fueran dirigidos en realidad por Guha, que actuaba como una especie de eminencia gris asentada en Brighton. Todo ello desembocó finalmente en una serie de reuniones informales mantenidas en el Reino Unido durante el periodo 1979-1980 en las que se tomó la decisión colectiva de lanzar un movimiento denominado «Estudios Subalternos», que adoptó este término tomándolo de los Quaderni del carcere de Antonio Gramsci. El primer volumen publicado con este título apareció a bombo y platillo en 1982 y fue seguido un año después por el segundo libro de Guha, Elementary Aspects of Peasant Insurgency in Colonial India.

Tras aproximadamente dos décadas de relativa invisibilidad, llegó el momento del segundo advenimiento de Guha. En la salva inicial del primer volumen de Subaltern Studies, Guha arremetió contra la «larga tradición de elitismo presente en los estudios sobre el sur de Asia» y, tras enumerar los diversos elementos que componían las elites extranjeras e indígenas, declaró sumariamente que los «subalternos» eran la «diferencia demográfica existente entre la población india total y todos aquellos que hemos descrito como la “elite”». Guha sostuvo además que los «subalternos» o el «pueblo» tenían su propio «ámbito autónomo» de acción política y que una visión elitista del nacionalismo indio había conducido a una narrativa consensuada que dejaba de lado «la contribución realizada por el pueblo por sí mismo, es decir, independientemente de la elite, a la creación y desarrollo de este nacionalismo». Este ataque frontal no sólo contra los historiadores británicos, sino también contra los historiadores indios, dio lugar a una serie de virulentos intercambios, en particular con los historiadores vinculados al PCI(M), así como con historiadores nacionalistas más convencionales. Estos debates ocuparon gran parte de la década de 1980, momento en el que Guha se trasladó a su último puesto académico en la Universidad Nacional de Australia. A finales de la década, y tras la publicación de seis volúmenes bajo la dirección de Guha, los Estudios Subalternos se habían establecido como la fuerza predominante en el estudio de la historia moderna de la India.

Y ello a pesar de las dudas que suscitaba la originalidad del propio proyecto, dadas las formas anteriores de la historia practicada desde abajo, así como las cuestiones relacionadas con el contenido realmente desigual de los seis volúmenes publicados. El cansancio intelectual con la historiografía nacionalista estándar de izquierda puede explicar parte de este triunfo, pero la novedosa jerga de la nueva escuela también desempeñó su papel. Durante la década de 1990, la idea central del proyecto como contribución a la historia social radical fue diluyéndose progresivamente, mientras el propio grupo comenzaba a fragmentarse y dispersarse en algunos casos en medio de recriminaciones amargas entre antiguos participantes. En el momento de la publicación del duodécimo volumen en 2005, el proyecto había perdido en gran medida su forma y se había sumido en un compromiso infructuoso con el deconstruccionismo, por un lado, y con el esencialismo cultural, por otro.

Sin embargo, volviendo al momento original de 1982-1983, merece la pena mencionar varios rasgos peculiares de la postura de Guha. Uno fue su insistente adhesión a una lectura particular del estructuralismo, popular durante la década de 1960, que se remitía no tanto la antropología estructural de Claude Lévi-Strauss, sino a la lingüística saussuriana reconceptualizada por figuras como Roland Barthes. Como sabemos, la posición del propio Barthes cambió considerablemente en los años posteriores a la publicación de «Introduction à l’analyse structurale des récits» (1966), pero Guha no le siguió en esta trayectoria. En lugar de ello, se aferró a ciertas ideas sorprendentemente simples basadas en una división binaria entre elites y subalternos, lo cual, a su vez, se convirtió en la base de otro artículo de fe, a saber, que la voz y la perspectiva del subalterno podían extraerse alquímicamente de los registros coloniales de la represión mediante determinados protocolos de traducción. Estas ideas, expresadas por Guha de una forma u otra en los primeros volúmenes de Subaltern Studies, también pueden encontrarse en algunos de los ensayos de sus discípulos, pero son expuestas con mayor extensión en sus Elementary Aspects, que nos proporciona otro ejemplo de la larga (y finalmente infructuosa) lucha por reconciliar estructuralismo y materialismo histórico. Críticos amistosos como Walter Hauser se mostraron apenados al encontrar en la obra una inconfundible tendencia a la intimidación elitista y un aplanamiento poco sutil de la complejidad de las sociedades campesinas, si bien reconocieron la importancia de Guha en la renovación de la historia campesina. Los historiadores de la longue durée, como Burton Stein, también se preguntaron si Guha no había confundido distintas categorías, como cazadores-recolectores y campesinos, al adherirse a la lógica del binarismo.

En los años siguientes, los escritos más influyentes de Guha adoptaron la forma de ensayos, muchos de los cuales se recopilaron en un volumen titulado Dominance without Hegemony (1997), en los que sostenía que el sistema político colonial de la India (a diferencia de la política metropolitana británica) era un sistema en el que la coerción abierta tenía más peso que la persuasión y que el Estado indio construido después de la independencia había seguido practicando una versión de la misma política abiertamente coercitiva. Guha también desarrolló sus reflexiones sobre la historiografía, en cierto sentido problemáticas, que aparecieron, en su última versión, como un conjunto de conferencias publicadas, History at the Limit of World-History (2002). En algunos de estos ensayos posteriores, Guha se aleja de su posición estructuralista para poner a prueba otros planteamientos.

Uno de los más exitosos y citados es «Chandra’s Death» (1987), en el que Guha presenta una lectura muy minuciosa de un pequeño conjunto de documentos legales de 1849 en Birbhum, relativos a un aborto chapucero que provocó la muerte de una joven. Aquí vemos a Guha desplegar su íntimo conocimiento de la Bengala rural, así como sus habilidades hermenéuticas al tratar con materiales escritos en un «bengalí rústico», acreedor de una «torpe mezcla de lenguaje rural y frases persianizadas». Aunque entremezclados con genuflexiones a Michel Foucault, estos son los momentos en los que Guha se acerca más al espíritu de la microhistoria italiana, un modelo con el que nunca se comprometió formalmente. Por el contrario, las conferencias sobre historiografía toman un rumbo muy diferente, adoptando la crítica nietzscheana de la Ilustración, entonces de moda, y reivindicando la superioridad de la literatura sobre la historia. También nos encontramos con la introducción y defensa del concepto de «historicidad» como una forma de reencantar el pasado. Todo ello conduciría, casi inevitablemente, a la última fase de su carrera, en la que Guha se dedicaría en gran medida a la crítica literaria escrita en bengalí básicamente centrada en los sospechosos habituales del panteón literario bengalí.

No es de extrañar, pues, que a lo largo de casi un siglo, la trayectoria de Ranajit Guha diera muchos giros y quiebros inesperados. La «ilusión biográfica», como la denominó Pierre Bourdieu, puede requerir una forma de trazado más nítida que la que nos ofrece esta vida. Y ello a pesar de que nos encontramos ante alguien dotado de un poderoso impulso, no hacia la carrera y el arribismo, sino hacia una forma más compleja de autofiguración carismática al hilo de la cual Guha rehuyó en gran medida el protagonismo público, que dejó en manos de algunos de sus discípulos más jóvenes. Quizá le costó desprenderse de los hábitos reservados de sus primeros años de adulto. Sin embargo, al elegir los márgenes del mundo académico, Guha consiguió ejercer una influencia mayor que muchos de quienes ocupaban los grandes sillones del poder académico. Con ello demostró que poseía un profundo conocimiento de la política y de su funcionamiento.

 

Prólogo  Josep Fontana: Las voces de la historia

Ranahit Guha prologo de Fontana

Fuente: Artículo original: Grey Eminence, publicado por Sidecar, blog de la New Left Review y traducido con permiso expreso por El Salto 17 de mayo de 2023. Véase Timothy Brennan, «Apuestas subalternas», NLR 89. y Prólogo de J. Fontana, Las voces de la historia,  Crítica, 2002 pp. 8-16.

Portada: mujeres de la casta Valmiki encargadas de la limpieza de letrinas para uso de las castas superiores (Thakur y Pandit ) en Amanganj (estado de Madhya Pradesh) (foto: Sudharak Olwe/outlookofindia.com)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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