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Pablo Alcántara Pérez

En los últimos años, a raíz del conocido por los estudiosos como “el despertar de la memoria”, asociaciones de memoria histórica, víctimas del franquismo, periodistas, investigadores e historiadores han denunciado lo que se conoce como “modelo de impunidad español”. Uno de los principales pilares de ese modelo fue la Brigada de Investigación Social, la popularmente conocida como Brigada Político Social por aquellos que pasan por sus manos. Esta “guardia pretoriana del régimen” como la denominaba Vázquez Montalbán, fue uno de los pilares fundamentales de la represión del franquismo. Pero también del mantenimiento del orden público durante los años de la Transición y posteriormente. Porque aunque este Cuerpo se disolvió en 1978, sus miembros y métodos siguieron actuando. Todo esto y más se trata en mi nuevo libro La Secreta de Franco, editado por Espasa y que está en las librerías desde el pasado 23 de marzo.

¿Por qué ahora un libro sobre la Brigada Político Social?

Gracias a la apertura de los archivos, a la creación de grupos de investigación, al interés social creado, los estudios, tesis doctorales, trabajos sobre la represión franquista, la violencia política y policial, la oposición antifraquista se han incrementado de forma extraordinaria. Son diversos y desde diversas perspectivas como para tratarlos aquí. Sin embargo, sobre los agentes que formaron parte de la policía política se ha escrito muy poco desde lo académico y la investigación histórica. A pesar del interés social que se ha generado sobre este tema, tratándose en documentales como El Silencio de Otros (ganador de Goya a mejor documental), en programas de televisión de la Sexta y de RTVE, en series como El día de mañana o La línea invisible, ambas dirigidas por Mariano Barrosos para Movistar. También novelas como la Caída de Madrid de Rafael Chibres.

El primer libro que se escribió sobre este cuerpo especializado en la represión a la movilización antifranquista fue por el periodista Antoni Batista, en 1995, con el título Brigada Social, sobre las actuaciones de la BPS sobre todo en Cataluña. Quince años después, en 2010, el mismo autor publicó La carta. Historia de un comisario franquista (2010), sobre la historia de uno de los miembros de la BPS, Juan Antonio Creix. También en 2010 apareció Clandestinos, de José Ramón Gómez Fouz, sobre el funcionamiento de la BPS en Asturias. En 2011, Peligrosos demócratas, de Alberto Sabio, centrado en el papel de la Brigada en Aragón. Ocho años después, en 2019, Simplemente es profesionalidad. Historias de la Brigada Político-Social de València, del periodista Lucas Marco, y en 2020, Fichados, de Gabriel Carrión, sobre los boletines de la BPS.  También han aparecido textos como Verdugos impunes (2019) de Gutmaro Gómez, José Babiano, Antonio Míguez y Javier Tébar, donde se analizan a algunos miembros de la BPS y la impunidad de lo que gozaron. Sin embargo, de forma general y pormenorizada no se había realizado ningún trabajo de investigación. Esta es la primera tesis doctoral y el primer libro que trata a este aparato policial en todas sus dimensiones.

Los hermanos Juan Creix (foto: Ara)

En otros países de nuestro entorno y del mundo no es así. De hecho, en nuestro país vecino, Portugal, se llevan realizando trabajos sobre la PIDE, la policía política de la dictadura de Salazar, desde la caída de la misma tras la Revolución de los Claveles. La historiadora Laura Pimentel fue una de las primeras en empezar dichas investigaciones. Actualmente, hay un museo en el centro de Lisboa, el Museo do Aljube, sobre la represión política y policial en aquellos años. Sobre la Gestapo, la policía política nazi, también son diversos los estudios sobre el tema. Como el famoso Historia de la Gestapo, de Jacques Delaure (1967), o el más reciente La Gestapo. Mito y realidad de la policía secreta de Hitler, de Frank Mcdonough (2016). En Estados Unidos, Tim Weiner ganó el Premio Nacional de la Crítica y el Pulitzer con Legado de cenizas. La historia de la CIA (2007) y Enemigos públicos: historia del FBI (2012), respectivamente. En América Latina se han publicado informes sobre Derechos Humanos en Argentina (Informe Nunca Más) o Chile (Informe Retting), y en ellos se habla sin tapujos de la actividad de las Policías políticas en las dictaduras de Videla y Pinochet. Incluso un historiador español, Jose M. Faraldo, ha escrito un libro sobre la KGB soviética titulado Las redes del terror. Las policías secretas comunistas y su legado (2018).

¿Por qué entonces no ha habido en nuestro país un trabajo de estas características sobre la Policía política durante el franquismo? La principal razón puede que sea la dificultad de acceso a las fuentes por la normativa de archivos (como la Ley de Secretos Oficiales, de 1968, o la Ley de Patrimonio Histórico), que impide que una gran parte de la documentación de los últimos años del franquismo o de la Transición pueda ser consultada, ya que, según las leyes que protegen los datos policiales, han de pasar veinticinco años de la muerte de un agente para tener libre acceso a su ficha personal. Otro motivo puede ser la falta de interés político en desenmarañar esta cuestión, sobre todo teniendo en cuenta que muchos de los que participaron en la represión franquista trabajaron después en la Policía democrática.

También hay razones de carácter político y social: la impunidad en la que quedaron los crímenes del franquismo, a través de la Ley de Amnistía, hizo que la mayoría de policías, jueces, políticos que habían participado en la represión de la dictadura, se mantuvieran en puestos de poder. En los últimos años se ha querido mantener una visión idealizada de lo que fue la Transición, como un ejemplo a seguir en el mundo, modélica, pacífica, sin traumas. Sin embargo, como han demostrado las últimas investigaciones de Sophie Baby, Mariano Sánchez Soler, Alberto Sabio, Pere Ysás o Carmen Molinero, esa visión dista mucho de la realidad de la épica.

Por todo esto, por la necesidad de que se estudiara la policía política de la dictadura franquista desde la rigurosidad científica y las fuentes de archivo, de que se diera cauce mediante la investigación  a esta inquietud social, decidí realizar la tesis doctoral titulada El águila gris: la policía política durante la dictadura franquista en Madrid y Asturias (1956-1976), con nota cum laude en la Universidad Autónoma de Madrid y a raíz de dicho trabajo publicar La Secreta de Franco. La Brigada Político Social durante la dictadura, editado por Espasa.

Eduardo Quintela Bóveda y Pedro Polo Borreguero (foto: El Salto Diario)
¿De que trata el libro?

El libro, de más de 350 páginas, se divide en seis capítulos, además del prólogo, escrito por los historiadores y mis directores de tesis Fernando Hernández Sánchez y Álvaro Soto Carmona la introducción y el epílogo, escrito por el periodista e investigador Mariano Sánchez Soler. En la introducción se explica el estado de la cuestión sobre el tema tratado, las dificultades de acceso a las fuentes documentales, el interés social que genera, la necesidad de la tesis y la investigación.

En el primer capítulo se trata la creación de la Brigada Político Social, vinculada a la represión franquista, uno de los pilares fundamentales para entender la larga duración del régimen.  La policía política jugó un papel de primer orden, junto con la Falange y el Ejército en la detención de todos aquellos que se habían opuesto al Golpe de Estado del 18 de julio, que habían apoyado a las organizaciones del Frente Popular, sindicatos de clase, etc. Fueron más de 200.000 los fusilados, otras tantos centenares de miles fueron encarceladas en cárceles o campos de concentración, miles y miles las mujeres republicanas rapadas y violadas por haber cuestionado el machismo y luchado por sus derechos.

En este contexto se crea el aparato de represión franquista, con normativas como la Ley de Responsabilidades Políticas, la Ley de la Represión contra la Masonería y el Comunismo o la Ley contra el Bandidaje y el Terrorismo. En septiembre de 1936 se crearon el Servicio de Información Militar, el Servicio de Información de la Frontera Nordeste de España (SIFNE) y el Servicio de Información Naval, encargado de vigilar las actividades de las organizaciones contra el franquismo y llevar a cabo tareas de espionaje en zona republicana. En la primavera de 1937 se fundó la Oficina de Propaganda Anticomunista, dirigida por Marcelino Ulibarri, secretario particular de Franco, con el objetivo de recoger información en territorio de la República, así como de hacer propaganda a favor del régimen. Unos meses después, el 30 de noviembre, se instituyó el Servicio de Información y Policía Militar (SIPM), dirigido por José Ungría, miembro del Alto Estado Mayor, cuyo objetivo era homogeneizar los servicios de contrainteligencia. En mayo de 1938 se creó la Delegación de Servicios Especiales y Recuperación de Documentos para incautar material de las organizaciones del Frente Popular y de los sindicatos, con el fin de depurarlos de «elementos subversivos» posteriormente.

Foto del expediente de Roberto Coneda (archivo del Ministerio del Interior)

Con estos mimbres, en 1941, con la Ley de Policía, se crea oficialmente la Brigada de Investigación Social, conocido popularmente como la Brigada Político Social. Desde 1938 había bandos de guerra donde se hablaba de la actuación policial en zona franquista. En esos momento se llevó a cabo la depuración de policías con simpatías republicanas.  El 18 de abril de 1939 salió en el periódico La Vanguardia la primera noticia en la que se hace referencia a esta policía secreta.  Pero con la normativa del año 41 se dio carta de naturaleza a la policía política a la que se la caracterizaba de la siguiente manera:

“Así podrá la nueva Policía española llevar a cabo la vigilancia, permanente y total, indispensable para la vida de la Nación, que en los estados totalitarios se logra merced a una acertada combinación de técnica perfecta y de lealtad que permita la clasificación adecuada de sus actividades y dé vida a la Policía política como órgano más eficiente de la vida del Estado.”

En el segundo capítulo se abordan los diferentes perfiles de los miembros de la Brigada Político Social, a raíz del análisis de los expedientes personales de algunos de sus principales miembros, siendo mucho de este material inédito. Seis son los perfiles que he podido extraer. Los denominados de la “Vieja Policía” que ya eran agentes en la época de la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República. Ya entonces su trabajo consistía en reprimir las acciones del movimiento obrero, por lo que, en cuanto se instauró el Estado franquista, se imbricaron perfectamente en el engranaje policial del nuevo régimen. Muchos llegaron a colaborar con la Policía política nazi, la Gestapo, y fueron perseguidos por las autoridades aliadas, si bien siempre contaron con la protección del Estado. Entre estos están Eduardo Portela y Pedro Urraca.

 Los denominados “jugando con dos barajas” En este grupo se incluyen los agentes que, durante la Segunda República, realizaron tareas represivas sobre todo contra grupos anarquistas. Algunos empezaron su carrera en los años finales de la dictadura de Primo de Rivera, pero fue durante la República cuando verdaderamente destacaron, sobre todo por su actuación en la revolución de octubre de 1934, lo que en muchos casos les llevó a ser trasladados e incluso relegados de sus puestos. Estos agentes, en cuanto tuvieron oportunidad, comenzaron a colaborar con los sublevados, si bien hubieron de pasar por un exhaustivo examen para averiguar su grado de afección al régimen. En los años cincuenta y sesenta recibieron ascensos y asumieron la jefatura de la BPS en zonas tan importantes como Madrid o Valencia, llegando a actuar como interlocutores de los servicios policiales de Estados Unidos. Casos como el de Vicente Reguengo.

Claudio Ramos Tejedor (foto: diario Público)

Los “teóricos”, los agentes que iniciaron sus carreras en tiempos de la República y de la Guerra Civil, pero que, durante la dictadura, se dedicaron fundamentalmente a recopilar la información sobre los vencidos para «ficharlos» y reprimirlos, y, al mismo tiempo, desacreditar a las organizaciones republicanas y de izquierdas publicando folletos y libros. Algunos de estos policías fueron cayendo poco a poco en el ostracismo; sin embargo, la mayoría pudo mantener su categoría y conseguir ascensos y prebendas. Como Eduardo Comín Colomer o Mauricio Carlavilla. Los “quintacolumnistas”, donde se incluyen los agentes de la BPS cuya carrera se inició a mediados de los años treinta y que, durante la Guerra Civil, estuvieron en el lado republicano, fundamentalmente en Madrid o Barcelona, pero realizando tareas de espionaje, de sustracción de documentos y de liberación de presos. Era lo que se conocía como la «quinta columna». Cuando acabó la guerra, las autoridades franquistas examinaron la conducta y los antecedentes de estos agentes durante la República, y los que lograron sobrevivir a la purga siguieron su carrera durante la dictadura, llegando a ocupar importantes cargos en la BPS. El caso más famoso es el de Saturnino Yagüe.

Los conocidos como “infiltrados” , que iniciaron su carrera durante la Guerra Civil y la posguerra. Llevaron a cabo tareas de infiltración dentro de las organizaciones políticas clandestinas y muchos estuvieron implicados en torturas policiales. Aunque sus carreras despegaron en los años sesenta y setenta, ya en los cincuenta habían realizado algunos trabajos policiales de importancia. En este grupo estarían policías tan famosos de la BPS como Roberto Conesa Escudero, Claudio Ramos Tejedor y Melitón Manzanas. Por último, estarían “los aprendices”. Entraron en en los años sesenta o setenta, en el llamado «tardofranquismo», infiltrándose en el movimiento estudiantil, acudiendo a la universidad y participando en asambleas y reuniones clandestinas para después perseguir y detener a los cabecillas de las principales organizaciones universitarias antifranquistas. Aquí estaría el famoso Antonio González Pacheco alias “Billy el Niño”. Pero como se analiza en este capítulo, la BPS tenía diversos tipos de agentes, aunque todos al servicio de la estructura represiva del régimen franquista.

En el tercer capítulo se destripan los diferentes métodos de la secreta, su preparación y sus relaciones internacionales. Primero se distinguen las fases por las que pasa el proceso policial, siendo el método el siguiente: la Policía obtenía información sobre las personas a las que se proponía detener, ya fuera mediante investigaciones o a través de agentes infiltrados en los grupos clandestinos o por medio de confidentes. Una vez realizado el arresto, se abrían las diligencias policiales, entre ellas la aplicación de la tortura durante el interrogatorio, hasta que, finalmente, los jueces instruían el expediente. En el proceso, por supuesto, participaban como testigos los policías que habían realizado las detenciones y los interrogatorios.

Melitón Manzanas (foto: diario Público)

Se estudian las diferentes formas de obtención de información, como la delación tras los interrogatorios y la tortura o la infiltración en organizaciones antifranquista, como las propias autoridades franquistas reconocieron. El siguiente paso, la detención y la tortura, donde se analizan los diferentes tipos de malos tratos que realizaba la BPS, como la «bañera» (meter la cabeza del detenido en un barreño lleno de agua, orines o heces), el «quirófano» (se ataba de pies y manos al detenido y se le colocaba boca arriba sobre una mesa con los pies descalzos; varios agentes se colocaban encima de él mientras otro le golpeaba la planta de los pies), la «colgadura» (se colgaba al preso de una cuerda y se le golpeaba con porras), las palizas o insultos. El tercer paso consistía en el juicio, donde muchos militantes antifranquistas denunciaban las torturas sufridas, relatando varios casos en el libro, aunque estas denuncias quedaban siempre archivadas. Toda esta labor recibía recompensas en forma de felicitaciones y de recompensas económicas, que se detallan en el capítulo.

También se habla de la formación de los miembros de la secreta. Los miembros de la BPS debían entrenarse debidamente para hacer frente a la oposición antifranquista y justificar la represión. Para ello se redactaron y publicaron boletines informativos sobre el movimiento obrero y de izquierdas —a partir de las tesis del régimen—, y, posteriormente, en esos mismos boletines (solo accesibles para los policías) se anunciaban las detenciones que la BPS iba realizando a lo largo y ancho de todo el territorio. Estos boletines fueron primero los boletines anti-marxistas y después los boletines de investigación social. También se crearon revistas como Policía, que leían los miembros del Cuerpo Superior de Policía y donde escribían sobre sus tareas policiales. De hecho, hubo decenas de policías-escritores, que se dedicaron a realizar propaganda para el régimen e incluso ganaron premios literarios (como Tomás Salvador con el premio Planeta en 1960). También se leían textos sobre lucha “antisubersiva” que venían del extranjero, como el libro de Raymond Marcellin El orden público y los grupos revolucionarios.

Lo último que se trata en este capítulo es la cuestión de las relaciones internacionales con otras policías del mundo, sobre todo con la Gestapo en Alemania y la CIA y el FBI en EEUU. En los primeros momentos de la dictadura franquista, los nazis tuvieron mucho que ver en el nacimiento de la BPS. De hecho en 1938 se firmaron pactos de cooperación policial entre las policías franquistas y nazis. Dos años después Himmler visitó España y se reunió con los jefes de la Dirección General de Seguridad y de la Policía. Paul Winzer, uno de los miembros más importantes de la Gestapo, estuvo en España entrenando a miembros de la BPS. En 1941 justo es cuando se crea la Ley de Policía y aparece toda la normativa que crea la policía política franquista. Tras la derrota del eje y con la Guerra Fría, la España franquista se convierte en un aliado de Occidente. Varios miembros de la BPS viajan a EEUU a recibir cursos de instrucción policial. E incluso participan en operaciones policiales internacionales como la búsqueda en nuestro país de Beria, jefe de la policía política soviética, que supuestamente habría huido tras la muerte de Stalin.

Detención de un manifestante antifranquista por miembros de la BPS (foto: diario Público)

En los siguientes dos capítulos, cuatro y cinco se trata la cuestión de la policía secreta contra los diferentes movimientos sociales, organizaciones políticas, sindicatos, organizaciones de lucha armada y terroristas que se oponían al franquismo. Primero fueron los guerrilleros, a los que la BPS tenía fichados, aunque tardó más de una década (hasta 1948) en acabar con ellos. Después, a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, surge un nuevo movimiento obrero, estudiantil que desconcierta a los propios agentes de la BPS, que tendrán que ponerse a analizar a través de reuniones policiales a nivel nacional (como la que realizan en septiembre de 1965 para estudiar al movimiento estudiantil), de sus boletines de investigación, para después actuar con total contundencia. Aparecen nuevas organizaciones a la izquierda de las tradicionales (PSOE y PCE), el PCE se convierte en el “partido del antifranquismo”, los intelectuales, artistas y profesionales liberales (sobre todo, los abogados) comienzan a ser críticos con la dictadura y también aparece el fenómeno de ETA y el FRAP. En estos capítulos se estudia como la BPS hizo frente a toda esta oposición. Pero también se estudia como la oposición hizo frente a la represión, mediante manuales donde se aprendía a sortear las detenciones y la tortura o con episodios como el Asalto a la Comisaría de Mieres de 1965, donde los mineros y mujeres antifranquistas se enfrentaron en plena calle a las fuerzas de orden público.

Para finalizar, está el último capítulo donde se describe todo lo ocurrido en la Transición y después, hasta la actualidad. El mito de la Transición “pacífica”, donde las fuerzas de orden público jugaron un papel en reprimir manifestaciones, que acababan con heridos y hasta muertos. Qué pasó con los miembros de la BPS, si fueron depurados o juzgados o por el contrario, fueron ascendidos o condecorados en la policía democrática. Si la Ley de Amnistía fue una ley de “punto final” de los crímenes del franquismo o no. Si fue posible otro tipo de policía, estudiando el sindicalismo policial, que pedían cambios democráticos dentro del Cuerpo. Por último, que pasó con los miembros de la policía secreta tras la Transición, con los GAL y la guerra sucia, los casos de corrupción policial, llegando hasta Villarejo (que fue miembro de la BPS en los años setenta).

Además de estos capítulos, hay un anexo con datos y fechas claves de la BPS, con los nombres de aquellos que aportaron su testimonio (sobre todo, víctimas del franquismo), la bibliografía utilizada, índice onomástico. También hay un encarte con fotografías de miembros de la BPS, la Dirección General de Seguridad, de víctimas de las tortura de la BPS.

Por lo tanto, con La Secreta de Franco he querido realizar el primer estudio pormenorizado sobre lo que fue la Brigada Político Social, una herramienta fundamental para la represión del régimen franquista. Entender como funcionaba, sus métodos, sus relaciones con otras policías. Ver también como finalmente fue ineficaz para entender los cambios sociales que se estaban dando en el país y que le desbordaron, aunque consiguieran detener a los principales dirigentes de la oposición. También este libro hace hincapié en el papel activo de los resistentes antifranquistas, que hicieron frente a las torturas de la BPS y se enfrentaron a la dictadura, a pesar de que sabían que les iba a golpear y que iban a ir a la cárcel. Este libro es un homenaje también a su lucha. Y un granito de arena para conocer más sobre los verdugos de la dictadura franquista.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: miembros de la Brigada Político Social (con gabardina) junto a los unifirmados de la Policía Armada durante una manifestación por la amnistía en Valencia, años 70 (foto: FEIS)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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