El 14 de septiembre de 2020  Joan Martinez Alier (UAB) fue uno de los galardonados con el  Premio Balzan que otorga la fundación homónima italo-suiza desde 1961. El premio se ha concedido a científicos y artistas por su contribución a sus respectivos campos, que son elegidos (tanto los galardonados como los campos en cuestión) por un comité internacional formado por 19 figuras destacadas de las ciencias y las letras. Los premios de este año serán entregados en Roma el 19 de noviembre por el Presidente de la República, Sergio Matarella. En la primera parte de la publicación se presenta el Discurso de aceptación del premio y en la segunda se expone una experiencia de cartografía colaborativa que justifica uno de los motivos del premio:  El Atlas de Justicia Ambiental.

Conversación sobre la historia


 

Joan Martínez Alier

Universitat Autònoma de Barcelona

 

Presidente y miembros de la Fundación Balzan

Queridas y queridos colegas y amigos,

En los últimos 120 años la población humana creció cinco veces mientras que los insumos anuales procesados en la economía global (biomasa, combustibles fósiles, materiales de construcción, metales) crecieron de 7.5 a 95 Gt (Haas et al 2020). La economía no es circular, es cada vez más entrópica. La energía no se recicla y los materiales se reciclan solo en pequeña medida. Incluso una economía industrial decreciente; tendría que captar nuevos suministros de energía y materiales de las fronteras de la extracción y produciría desechos (por ejemplo, cantidades excesivas de gases de efecto invernadero). Por tanto, continuamente surgen nuevos conflictos ambientales. Desde 2012 los registramos y describimos en el Atlas de Justicia Ambiental (www.ejatlas.org). Los activistas ambientales ya recopilaron mapas de este tipo de conflictos en todo el mundo, también en Italia (http://cdca.it/atlante-italiano-dei-conflitti). El EJAtlas es un esfuerzo colectivo ayudado por subvenciones europeas, pero no todos los beneficiarios de ayudas del ERC obtienen premios Balzan. Por tanto, les estoy muy agradecido.

Joan Martínez Alier (foto: Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales Sede Ecuador)

El premio Balzan ha sido otorgado a famosos historiadores económico-sociales, Ernest Labrousse, Carlo Ginzburg, Carlo Cipolla, Eric Hobsbawm, y a colegas más jóvenes, Manuel Castells, Bina Agarwal. Me siento particularmente honrado en su cómoda compañía. Después de estudiar economía en Barcelona y economía agrícola, me eduqué durante una década como investigador en el St. Antony`s College de la Universidad de Oxford, un bastión de la historia contemporánea. Escribí libros sobre conflictos agrarios en Andalucía, Cuba y la Sierra peruana. De regreso a Barcelona en 1975, mi cátedra fue de Historia e Instituciones Económicas. A principios de la década de 1970, influenciado por la antropología económica (Pigs for the Ancestors: Ritual in the Ecology of a New Guinea People de Roy Rappaport, 1968), me di cuenta de que la agricultura era un sistema de transformación de la energía. Viendo la economía como flujos de energía metabólica, con JM Naredo escribimos sobre la historia de la energética agrícola explicando los juicios de Engels y Vernadsky sobre las tesis de Podolinsky de 1880. Influenciado por el libro de Georgescu-Roegen (1971) La ley de la entropía y el proceso económico escribí un libro de historia económico-ecológica: Economía ecológica: energía,  ambiente y sociedad (1987) (traducción italiana, Garzanti, Milán). Con Herman Daly, Bob Costanza, Ann-Mari Jansson y otros, fundamos la Sociedad Internacional de Economía Ecológica en 1990. Venimos de dos fuentes: ecologistas de sistemas, expertos en energía, por ejemplo H. T. Odum escribió en 1971 que la agricultura moderna era «agricultura con petróleo»; y economistas disidentes: Kenneth Boulding, Georgescu-Roegen, K. W. Kapp. Y antes que ellos, hace cien años, Frederick Soddy, Patrick Geddes y Otto Neurath, el filósofo analítico de Viena que en el “debate del cálculo socialista” de los años 1920-30 enfatizó la inconmensurabilidad de los valores.

La economía ecológica y la ecología industrial comparten la visión metabólica de la economía. Esto fue analizado empíricamente en Italia por Giorgio Nebbia (1926-2019), profesor de merceología. En alemán, esta ciencia de las mercancías se llamó Warenkunde. Los productos básicos exportados en un comercio ecológicamente desigual (Hornborg, 1998) desde las fronteras de la extracción (Moore, 2000) son el mineral de hierro, la bauxita, la soja, el aceite de palma, el cobre, el petróleo, el gas, el carbón, el oro, el platino, los nuevos metales para electricidad (litio, cobalto), níquel, uranio, ilmenita, rutilo, zircón, el algodón y el azúcar de la América colonial, el guano del Perú en 1840-80, el nitrato de Chile, la plata de Potosí y Zacatecas y el mercurio de Huancavelica, e incluso antes la pimienta traída por Vasco de Gama de Malabar. Kolonialwaren, si se quiere, producidos por el ciclo del carbono como fotosíntesis actual o “embotellada”, o por otros ciclos bioquímicos y procesos geológico-químicos. Extraídos, pero no producidos por trabajo humano (esclavo, forzado o asalariado).

El análisis de los flujos de energía y materiales, y mi experiencia en conflictos agrarios (con artículos en el Journal of Peasant Studies desde 1973), me llevó a estudiar los conflictos de distribución ecológica en América Latina y en la India, uniendo la economía ecológica y la ecología política.

Publiqué Varieties of Environmentalism con Ramachandra Guha en 1997, y en 2002 El ecologismo de los pobres: un estudio de conflictos ecológicos y lenguajes de  valoración (la traducción al italiano, Jaca Books, Milano, fue editada por el historiador ambiental Marco Armiero). Todo esto se basó en la amistad posterior a 1994 con Acción Ecológica y Oilwatch en Ecuador y Nigeria, con su lema “dejar petróleo en la tierra” (leave oil in the soil) para prevenir daños locales y también el cambio climático. Actuando como suelen hacer las industrias extractivas, con “irresponsabilidad social empresarial”, Texaco-Chevron y Shell dejaron pasivos terribles en ambos países.

En tales conflictos de distribución ecológica se manifiestan diferentes valores: valores ecológicos, valores de subsistencia vital, valores económicos, sacralidad, derechos territoriales indígenas. Estos valores plurales no son conmensurables, no se pueden reducir entre sí. Los economistas ecológicos evitan el reduccionismo económico y utilizan en su lugar la evaluación de criterios múltiples. Sin embargo, ¿quién tiene el poder de excluir algunos criterios, de elegir las partes interesadas participantes, de elegir los horizontes temporales? En pocas palabras, ¿quién tiene el poder de simplificar la complejidad y ocultar la injusticia y la incertidumbre? La ciencia política estudia el poder. Por eso la ecología política que estudia tales conflictos es ecología política. El Atlas de Justicia Ambiental es entonces una herramienta para la investigación en  ecología política comparada y estadística (Scheidel et al, 2020). En esta línea, espero terminar otro libro: Tierra, agua, aire y libertad, movimientos mundiales por la justicia ambiental que recordará a cientos de víctimas ambientales pero también registrará muchos éxitos que contribuyen a la sostenibilidad ambiental. El premio Balzan contribuirá a este propósito.

Joan Martínez Alier con algunos miembros del equipo del atlas en el edificio ICTA del campus de la UAB en Cerdanyola del Vallès (foto: Gemma Miralda/La Vanguardia)

Una experiencia de cartografía colaborativa El Atlas de Justicia Ambiental

El Atlas de Justicia Ambiental (ejatlas, por sus siglas en inglés)1 alcanzó más de 3.000 fichas en enero de 2020, lo que ha permitido avances en el estudio de la ecología política comparada2. El Atlas empezó su camino público en 2014 con 920 casos. Más de 100 personas (remuneradas y voluntarias) contribuyeron con fichas3. Las 3.000 fichas actuales suponen una muestra bastante grande aportada por universitarios o activistas sobre un número de conflictos socioambientales aún incuantificable, pero que suma decenas de miles alrededor del mundo. Las fichas están en acceso abierto y cada una tiene cinco o seis páginas con una descripción del conflicto, las fuentes de información y diversas variables codificadas (los impactos visibles o potenciales del proyecto controvertido, los actores sociales, sus formas de movilización, los resultados del conflicto y algunos links a fotos y videos). El ejatlas clasifica los conflictos en diez categorías principales: energía nuclear, biomasa y tierras, combustibles fósiles y cambio climático, minería, infraestructuras, industria, conservación de biodiversidad, agua, residuos, turismo. Dentro de cada una de esas categorías hay numerosas categorías secundarias.

El ejatlas se usa en el activismo ambiental y también en el periodismo, la investigación académica y la enseñanza universitaria en ecología política y otras ciencias socioambientales, como la economía ecológica, la historia ambiental, la sociología ambiental, la ecología industrial; en la geografía humana y la cartografía crítica; en el estudio de las relaciones internacionales. Y también puede usarse en economía empresarial. Por ejemplo, un reciente artículo de Rajiv Maher en el Business and Human Rights Journal señala que los rankings de empresas para información de inversores según su grado de respeto por los derechos humanos y el ambiente natural contrastan con las informaciones del ejatlas. Esos rankings deben pues ser cuestionados y reelaborados a la luz de los hechos que el ejatlas hace visibles10.

Se ha publicado un mapa con el título «Blockadia» (que cartografía los movimientos locales para dejar bajo tierra los combustibles fósiles, como la iniciativa Yasuní itt en Ecuador y Ende Gelände en Alemania)11 y otros mapas de conflictos de la compañía Vale, de la Chevron, de Pan American Silver12. Hemos contribuido (con Sara Mingorría) a mapear y explicar los conflictos registrados por la red Stay Grounded contra nuevos campos de aviación. Otro mapa especial recoge conflictos que involucran a poblaciones romaníes en el sudeste de Europa13. Analizamos casos de mujeres activistas asesinadas (decenas de «Bertas Cáceres»). Con Grettel Navas publicamos el capítulo «La represión contra el movimiento global de Justicia Ambiental: algunas ecologistas asesinadas» en un libro del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) de 201714. El archivo de fichas del ejatlas contiene también casos de ecologismo obrero y, por supuesto, muchos casos de ecologismo campesino; asimismo, analizamos el alto porcentaje de participación indígena en los conflictos ambientales, y la eventual presencia de grupos religiosos (católicos en Sudamérica y Filipinas, budistas en Asia). Los conflictos de «conservación biológica militarizada» en la India y África pueden ser contrastados con los casos de «conservación convivial».

Una imagen del atlas (foto: https://ejatlas.org)

Usando la función de filtro disponible para cualquier lector, comprobamos (en los 3.000 casos del ejatlas) que en unos 375 se reporta la muerte de uno o más defensores ambientales (12% de los casos). En casi 500 casos se reporta un éxito en la justicia ambiental, conflictos en los que se logra por lo general que los proyectos sean cancelados. Si no hubiera algunos éxitos, no podríamos hablar de un movimiento global de justicia ambiental. No todos los países se comportan igual. En México, de 109 conflictos reportados (hasta enero de 2020), el porcentaje de éxitos en obtener justicia ambiental es similar al promedio mundial, pero los casos con uno o más activistas fallecidos son 22, es decir 20%. En Perú, de 93 casos reportados, 19 son clasificados como éxitos de la justicia ambiental y en 27 hay uno o más activistas fallecidos (muy por encima del promedio mundial).

¿Existe un movimiento global de justicia ambiental?

Usamos aquí «movimiento social» en el mismo sentido en que se hablaba del movimiento obrero en Europa hasta 1914, o de los movimientos pacifistas en el mundo, como el movimiento estudiantil en Estados Unidos contra la Guerra de Vietnam en la década de 1960; o los movimientos campesinos o agraristas en América Latina desde Emiliano Zapata en 1910 en México; o el triunfante movimiento anticolonial después de 1945, particularmente en África; o el movimiento por los derechos civiles en los eeuu de Martin Luther King y otros. Y, desde luego, el creciente y exitoso movimiento feminista de los últimos 100 años. Estos movimientos sociales no suelen generar una única organización. La cronología va de la denuncia de los agravios a la presentación de reclamos, y de ahí a la formación de movimientos. Primero se pidió la tierra en distintos lugares y momentos, luego llegaron consignas colectivas como «la tierra al que la trabaja» y «tierra y libertad», que viajaron por el mundo en diversas lenguas, y todo eso ocurrió mucho antes de que se fundara la Vía Campesina a finales del siglo xx. Los dispersos colectivos obreros hicieron huelgas y boicots, arremetiendo contra los rompehuelgas y esquiroles, antes de que esas palabras se difundieran y de que se formaran sindicatos.

Lo mismo ocurre en el movimiento ambientalista: se difunden consignas, como en América Latina «el agua vale más que el oro»; se plasman en pancartas que se llevan a las manifestaciones, se pintan en murales, se ponen en camisetas. El eslogan no quiere decir que, en dinero, un kilogramo de oro valga menos que un kilogramo de agua, sino que el agua tiene valores para la subsistencia humana y para la propia naturaleza que no son recogidos en la valoración crematística. En los conflictos del ejatlas puede verse cómo se despliegan distintos lenguajes de valoración. El lenguaje de la compensación monetaria de los daños es solamente uno de los posibles lenguajes y además no se suele dar en la práctica, como sabemos por famosos casos como el de Chevron-Texaco en Ecuador o la Shell en el Delta del Níger. Para entender los conflictos socioambientales, hay que adoptar una perspectiva multicriterial y hay que preguntarse quién tiene el poder para imponer o excluir determinados lenguajes de valoración.

Manifestación por la justicia ambiental en Tegucigalpa, con pancartas en memoria de la activista Berta Cáceres, asesinada en 2016 (foto: Jorge Cabrera/Reuters)

En el ejatlas estamos coleccionando no solo fichas con descripciones de conflictos sino también expresiones culturales en lenguas distintas. Piénsese en eslóganes como «Sin maíz no hay país» (en México) o «Paremos de fumigar» (en Argentina), o «Las plantaciones de árboles no son bosques» o «Desiertos verdes» contra plantaciones de eucaliptos en Brasil, o el nombre de Ríos Vivos en Colombia para una red contra hidroeléctricas (similar al Movimiento de Afectados por las Represas –mab– en Brasil o el Movimiento Mexicano de Afectados por las Presas y en Defensa de los Ríos –mapder– en México). Basta ver cómo la expresión «zona de sacrificio» se ha extendido por el continente, tomada seguramente del libro de Steve Lerner en eeuu15, a su vez nacido del movimiento de justicia ambiental en ese país. O el neologismo zadiste en Francia, originado hace pocos años en la zone à defendre (zona a defender) contra el proyecto del aeropuerto de Nantes. O la expresión en China que se traduce al inglés como «Cancer Village», con resonancias de la «Cancer Alley» en Louisiana16.

No hay aquí espacio para entrar en detalles, pero escuchen por ejemplo «Poramboke Song», de T. M. Krishna, nacida en Ennore Creek, al norte de Chennai, en la India. En pocos versos resume el conflicto por la destrucción de manglares y de la pesca en un estuario debido a la terrible contaminación producida por centrales eléctricas de carbón. Y canta que esa tierra y esa agua eran bienes comunales, eran un Poramboke. La palabra en tamil hoy se emplea mal, como «tierra de nadie», «tierra baldía». No es así, canta T. M. Krishna: Poramboke son los comunes17. En el ejatlas hemos recopilado centenares de fotos de pancartas, canciones, documentales, murales de todo el mundo. Haciendo análisis de redes (network analysis), intentamos mostrar que no solo hay eslóganes compartidos sino también, a veces, conexiones entre protagonistas sociales de muchos de esos conflictos. En los conflictos socioambientales, primero nace la conciencia de agravios y hay reclamos («pliegos de reclamos», como se dice en el lenguaje sindical latinoamericano), luego hay manifestaciones, pancartas, cortes de ruta, criminalización de activistas, etc. Tras el movimiento, tal vez aparezca una organización o varias con nombre y siglas. Pero para que haya un movimiento, no hace falta una organización. Es erróneo buscar la presencia del movimiento global de justicia ambiental en los cambiantes nombres de las organizaciones (algunas permanentes, como Censat Agua Viva en Colombia o Acción Ecológica en Ecuador, y muchas otras efímeras) más que en las acciones locales con sus formas diversas y en sus expresiones culturales.

¿Por qué hay un movimiento por la justicia ambiental?

El proyecto EnvJustice es materialista. Buscamos las causas de los conflictos de minería, represas, infraestructuras públicas, industriales, extracción de biomasa y de combustibles fósiles, o evacuación de residuos, en sus causas materiales, a saber, el crecimiento y los cambios en el metabolismo social. Esos flujos de energía y materiales son concomitantes con el crecimiento económico y la acumulación de capital. El crecimiento económico aparece a la vez que el aumento del metabolismo social, es decir, los flujos de energía y materiales. Concluimos que la economía industrial capitalista no es circular sino entrópica, cada vez más entrópica. Está por acabar la transición de la economía mundial en Asia del Sur y África hacia el predominio de los combustibles fósiles que empezó en Europa hace 200 años. La economía industrial usa combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas), los quema como fuentes de energía que se disipa y además produce residuos, como el dióxido de carbono, en cantidades excesivas, lo que aumenta el efecto invernadero. La curva de Keeling mide la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera y sigue su marcha imperturbable desde las 320 partes por millón (ppm) en la década de 1950 a 410 ppm ahora, 450 ppm hacia el año 2050 y probablemente 500 ppm en 2100. Para entonces, el decrecimiento de la población humana y de la economía mundial, los movimientos de Blockadia y los cambios tecnológicos tal vez reviertan la tendencia18.

Manifestación en Noriega del movimiento Ende Gelände contra la extracción de combustibles fósiles en el Ártico (foto: Philipp Guelland / EFE)

La economía no solo consume los combustibles fósiles, también agota los «bienes fondo» que en principio son permanentes: las pesquerías y la fertilidad de los suelos, los grandes bosques y la biodiversidad, el ciclo natural del agua (que convierte en un ciclo hidrosocial). Lo cierto es que la economía industrial tiene un apetito voraz de nuevos suministros de materiales y energía que vienen de las fronteras de la extracción. Y deposita los residuos en la atmósfera, los océanos, los ríos y los suelos rurales o urbanos. Incluso una economía industrial sin crecimiento necesitaría suministros frescos de materiales y energía, porque la energía se disipa y los materiales se reciclan solo en pequeña parte. Los datos (de Willi Haas y otros) indican que la tasa de reciclaje de los insumos que entran en la economía mundial es inferior a 6%19. La economía «neoliberal» triunfa desde la década de 1970 en gran parte del mundo y el fundamentalismo de mercado es enemigo del medio ambiente. Pero supongamos que la economía mundial no fuera neoliberal, sino una economía keynesiana socialdemócrata o una economía del estilo soviético anterior a 1990. O supongamos que el capitalismo de Estado chino triunfara en todo el mundo. No por eso se reducirían los conflictos ambientales causados por el crecimiento y los cambios del metabolismo social de la economía industrial, conflictos que registramos en el ejatlas y de los cuales nace un movimiento mundial de justicia ambiental.

Notas
  1. El proyecto está codirigido por Leah Temper y J. Martínez Alier y coordinado por Daniela Del Bene. Disponible en    https://ejatlas.org/>.

2. Este trabajo está financiado por una subvención del European Research Council.

3. L. Temper, Federico Demaria, Arnim Scheidel, Daniela Del Bene y J. Martinez-Alier: «The Global Environmental Justice Atlas (EJAtlas): Ecological Distribution Conflicts as Forces for Sustainability» en Sustainability Science vol. 13, 2018.

4. R. Neyra Soupplet: «Cambios en el metabolismo social y la generación de conflictos socioambientales en el Perú», tesis de doctorado, Universidad de Zaragoza, 2019.

5. Mario Pérez Rincón, Julieth Vargas Morales y J. Martínez Alier: «Mapping and Analyzing Ecological Distribution Conflicts in Andean Countries» en Ecological Economics vol. 157, 3/2019.

6. E. Terán Mantovani: «Inside and Beyond the Petro-State Frontiers: Geography of Environmental Conflicts in Venezuela’s Bolivarian Revolution» en Sustainability Science vol. 13, 2018.

7.B. Roy: «Ecological Distribution Conflicts in India: A Bird’s Eye View» en Ecología Política, 7/2018; J. Martínez Alier y J. Liu: «Conflictos socioambientales en China: casos seleccionados del Atlas de Justicia Ambiental» en Ecología Política, 1/2019.

8.Sofia Ávila: «Environmental Justice and the Expanding Geography of Wind Power Conflicts» en Sustainability Science vol. 13, 2018.

9.Nina Clausager, Max Stoisser, F. Demaria y Marcos Todt: «How Waste Pickers in the Global South are Being Sidelined by New Policies» en The Conversation, 1/3/2020.

10. R. Maher: «De-contextualized Corporate Human Rights Benchmarks: Whose Perspective Counts? See Disclaimer» en Business and Human Rights Journal vol. 0, 2019.

11. J. Martínez Alier, Alice Owen, B. Roy, D. Del Bene y Daria Rivin: «Blockadia: movimientos de base contra los combustibles fósiles y a favor de la justicia climática» en Anuario Internacional CIDOB 2017, 7/2018.

12. «Denuncian con un mapa el impacto de la minera Pan American Silver en Latinoamérica» en Eldiario.es, 3/3/2020.

13. Global Anti-Aerotropolis Movement (GAAM): «Global Map of Aviation-Related Socio-Environmental Conflicts and Justice Movements», 26/7/2019.

14. Héctor Alimonda, Catalina Toro Pérez y Facundo Martín (coords.): Ecología política latinoamericana, Clacso, Buenos Aires, 2017.

15. E. Lerner: Sacrifice Zones: The Front Lines of Toxic Chemical Exposure in the United States, MIT Press, Cambridge, 2010.

16. «Inside China’s ‘Cancer Villages’» en The Guardian, 4/6/2013.

17. «Chennai Poromboke Paadal ft. T.M. Krishna», disponible en www.youtube.com/watch?v=82jfyev5ahm.

18. «The Keeling Curve» en Enciclopedia de National Geographic, disponible en www.nationalgeographic.org/encyclopedia/keeling-curve/.

19. W. Haas, Fridolin Krausmann, Dominik Wiedenhofer y Markus Heinz: «How Circular is the Global Economy? An Assessment of Material Flows, Waste Production, and Recycling in the European Union and the World in 2005» en Journal of Industrial Ecology vol. 19 No 5, 10/2015.

 

Fuentes: Sin Permiso, 8 de noviembre de 2020 y NUSO Nº 286 / MARZO – ABRIL 2020

Portada: Leisa, revista de agroecología (leisa-al.org)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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