Branko Milanović 

 

Lo que nos presenta Succession es el fin de la ilusión del capitalismo ético. Los temas que aborda son los mismos que surgían en los inicios de la sociedad mercantil y que analizaron Bernard Mandeville y Adam Smith. ¿Es compatible el uso descontrolado de aquello que convencionalmente se ha considerado un vicio –a saber, el ansia de poder y riqueza– con una sociedad ética? ¿Puede ser ética una sociedad que coloca en un pedestal la adquisición de bienes, estima que este es su atributo social más deseable y percibe a la gente rica como un ejemplo digno de seguir?

Antes de nada, es necesario discernir entre una sociedad ética y una sociedad en la que la adquisición de bienes se produce dentro del marco legal. Hayek sostenía que hablar de ingresos “justos” carecía de sentido (y que ni siquiera se deberían contemplar los principios éticos a la hora de valorar cómo se obtienen ingresos en el mercado). Lo único que cuenta es si se siguen las reglas del juego o no. Ahora bien, una sociedad no es ética solo con respetar las reglas del juego para obtener ingresos.

Imagen promocional de la tercera temporada de Succession (foto: HBO)

Adam Smith, a pesar de criticar lo que yo llamo “el capitalismo real” en mi próximo libro The Visions of Inequality y la generación de riqueza mediante el esclavismo, el saqueo, el monopolio y un ejercicio bruto de la política, deja una ventana abierta –subyacente– a que la sociedad mercantil pueda ser una sociedad ética. Pero para ser ética debe minimizar el uso del poder y la capacidad de usarlo. El poder emana de la capacidad de imponer las prioridades de alguien por medio de la política o de dictar que otros hagan lo que alguien quiere por medio del dinero. El uso del poder puede reducirse al mínimo si el contexto es de plena competencia y, por ende, los actores carecen de influencia en los precios y las condiciones en las que venden sus mercancías. Esto excluiría a los monopolios, los oligopolios y el poder económico derivado de la política. Sin embargo, además de minimizar el ejercicio del poder en los mercados de productos, también es fundamental hacerlo en las empresas. Las empresas, sobre todo las de gran tamaño, son jerárquicas. A medida que mengua el poder de quienes habitan los niveles inferiores de una compañía jerárquica, aumenta proporcionalmente el de quienes ocupan los niveles más altos.

El “ideal capitalista” de Adam Smith que, a mi entender, conjugaría eficiencia y agencia, podría aplicarse en pequeñas empresas –negocios familiares o con pocos empleados–. Esto permitiría escuchar las opiniones de los trabajadores y reducir el poder de los propietarios del capital, compitiendo en igualdad de condiciones con muchas empresas similares. Por un lado, el poder se descentralizaría; por otro, el poder de cada una de las partes estaría controlado por el poder equivalente de las otras. Una sociedad así jamás permitiría que los “amos” concentrasen el poder necesario para determinar las decisiones políticas. En ese sentido, también prevalecería la igualdad política.

El problema radica en que el capitalismo de las sociedades actuales es de todo menos “capitalismo ético” a pequeña escala. Al contrario: el mundo en el que vivimos es un mundo de grandes empresas, monopolios, competencia feroz entre las empresas y dentro de las propias empresas, donde los trabajadores no tienen derecho a tomar decisiones e influir en el proceso de producción y, en consecuencia, están alienados de él. En este mundo, la mercantilización y las relaciones jerárquicas se han llevado al extremo. Como resultado, las relaciones jerárquicas que estructuran las empresas y las diferencias jerárquicas de poder entre las empresas permiten que los más ricos asuman un rol político y que, entonces, la sociedad se asemeje a una plutocracia.

La familia Roy, protagonista de Succession (abajo) se habrían inspirado, según algunos análisis, en la familia Murdoch (arriba)(montaje: Town and Country)

El valor de Succession reside en mostrarnos ese mundo sin reservas, sin caer en el error de introducir actores sin principios que infrinjan la ley. Esa es la fuerza del guion: todos los actores operan dentro del marco legal y, no por ello, su conducta es ética y compasiva. Su única motivación es el interés personal, revelando una dosis descomunal de amor propio y permaneciendo ajenos a cualquier preocupación de tipo ético. Fuera de la necesidad de mantenerse en el marco legal –o, más precisamente, de que no se descubra que se lo han saltado– todo está permitido.

Desde el punto de vista ético, todo el mundo se mueve en un terreno escabroso. Es tan ubicuo que resulta imposible distinguir los personajes con indicios más truculentos de conducta inmoral de aquellos cuya indecencia es, quizás, más disimulada. Esta forma de proceder no se restringe a la vida profesional, sino que permea en la vida familiar. Es un aspecto que en Succession se evidencia desde el principio, ya que la trama se construye sobre la incógnita de cuál de los hijos va a suceder al padre, por lo que gran parte de la acción se desarrolla en el ámbito familiar. Padres e hijos se tratan meramente con respeto, igual que tratan al resto de las personas con las que interactúan, ya sean empleados, proveedores o inversores. La mercantilización y la conducta inmoral han invadido la vida familiar hasta tal punto que ya no hay diferencias entre la familia y el resto del mundo. Lo único que hay es una zona gris en el plano moral que comparten todos los personajes y que se extiende tanto a sus vidas profesionales como personales.

El hecho de que no difiera su conducta entre la esfera privada y la profesional habría desconcertado a Adam Smith. Y es que sus dos grandes obras, Teoría de los sentimientos morales y La riqueza de las naciones, estaban pensadas para sendas esferas de nuestras vidas. En Teoría de los sentimientos morales aborda nuestras relaciones familiares, con amistades y otras personas relativamente cercanas; la “comunidad orgánica”, por así decirlo. En La riqueza de las naciones, en cambio, trata nuestras relaciones con la gran sociedad, es decir, aquellas que se vinculan o se establecen con el resto del mundo. Es indudable que en Succession estas ya no son dos áreas diferenciadas: ambas forman parte del mismo mundo mercantilizado y ambas están sujetas a las mismas reglas inmorales, tanto en lo que se refiere a familiares y amistades como a gente con la que solo nos hemos cruzado una vez en la vida. La conducta de los protagonistas se mantiene particularmente invariable al relacionarse con distintas personas.  Tienes las mismas posibilidades de agradar a Shiv, Rom y Kendall si eres su prima favorita como si eres una desconocida a la que ven por primera vez. Nadie se salva de la zona gris.

Rupert Murdoch, pasajero de un carro de golf conducido por el entonces candidato a la presidencia Donald Trump, propietario del complejo turístico en el que se tomó la imagen, en Escocia, 2016 (foto: Carlo Allegri/Reuters )

La incompatibilidad de una sociedad totalmente mercantilizada y una sociedad ética plantea un problema para quienes creen que el capitalismo puede ser eficaz y ético al mismo tiempo –pese a las evidencias que demuestran lo contrario– y se autoengañan con invenciones como “capitalismo de las partes interesadas”, “empresas responsables”, “prendas o café producidos de manera ética” y otras quimeras del estilo. Succession les arranca la venda de los ojos, y de cuajo. La invariabilidad de la conducta que observamos tanto en la pantalla como en la vida real, y la desolación moral de los personajes, desmontan esta visión ingenua.

Para no destruir la fantasía de un capitalismo eficaz y ético a la vez, se publicó un análisis de la serie en The New York Times que desatiende las reflexiones de este texto y coloca el foco en un aspecto completamente accesorio: la corporación cuya propiedad disputan los hijos es una empresa de comunicación que ejerce influencia en la opinión pública mediante la difusión de noticias tendenciosas. Este debate se queda absolutamente al margen de la línea argumental principal: la historia de los principios éticos y el capitalismo. Tanto es así que no cambiaría nada si la empresa vendiese electricidad como Enron, participase en el negocio de las hipotecas en “paquetes” como cientos de empresas durante la crisis financiera del 2008, blanquease capitales como Credit Suisse, maltratase a los empleados como Amazon o se aprovechase del poder de su monopolio como Microsoft. Da igual qué tipo de empresa tengan Logan Roy y sus hijos, porque eso no afecta al argumento central de Succession. Lo que pretende la serie es hacernos ver que una sociedad mercantilizada avanzada, cuyo éxito depende de “neutralizar” las convenciones morales, no puede ser ética. Ni podría llegar a serlo haciendo unos retoques aquí y allá. Succession lo deja bien clarito: es una o la otra.

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Fuente: Este artículo se publicó en inglés en el blog del autor.

Traducción:  Cristina Marey Castro en CTXT 4 de junio de 2023

Portada: imagen promocional de Succession (foto: HBO/Espinof)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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