Reformar la universidad. El desafío científico y universitario de la Segunda República[1]

 

 

 

 

Álvaro Ribagorda
(Universidad Carlos III de Madrid)

Leoncio López-Ocón
(Instituto de Historia, CSIC)

 

Presentación

Las universidades son instituciones medievales que, con diversas transformaciones, han llegado hasta nuestros días por su capacidad de concentrar los elementos esenciales para la generación de conocimiento y la formación de las élites intelectuales. Pero las universidades también adolecen habitualmente de vicios e inercias seculares, influencias políticas y económicas, intereses corporativos, servidumbres y veleidades que perjudican seriamente su actividad. Por esas razones, la reforma de las universidades ha sido una difícil tarea enfrentada a resistencias gremiales, resortes políticos y poderes económicos que, para llegar a buen puerto, ha requerido de coyunturas históricas favorables, una voluntad política reformista clara, una demanda o un respaldo social amplio, una masa crítica suficiente y un impulso científico firme.

La reforma de las universidades es habitualmente un problema de medios, de profesorado, de planes de estudio, de organización investigadora y docente, pero también es esencialmente un problema de espíritu dentro de los claustros. Y el caso de la reforma universitaria de la Segunda República no fue muy distinto. El vector de aquellas reformas fue la Ley de Bases de Reforma Universitaria de Fernando de los Ríos de 1933, que no llegó a aprobarse, pero cuyo proyecto estaba ya en marcha en 1931 y siguió impulsando los cambios universitarios operados hasta 1936. Los cimientos sobre los que se realizó aquella reforma se habían iniciado tres décadas antes. Su origen estaba en el impulso científico de la escuela de Cajal y la influencia pedagógica del institucionismo, el despegue científico gestado por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), los nuevos bríos aportados por la Residencia de Estudiantes, la Residencia de Señoritas y otras instituciones, y el espíritu reformista de la política y la sociedad españolas del 14 de abril.

La JAE había sido la institución que había creado las bases para la transformación de la ciencia española, a través de un sistema de pensiones con el que facilitar que los investigadores y profesores universitarios completasen su formación en los principales laboratorios y universidades europeos y norteamericanos, y la creación de una red de institutos y laboratorios de investigación en los que se fuese desarrollando una labor investigadora fuera de la universidad. Su creación, fuera del marco universitario, obedecía a la idea de crear un sistema de competencia con la universidad, estimulando la investigación fuera de esta pues era una labor que apenas se desarrollaba en las facultades. Esa gran actividad investigadora dio lugar a un notable desarrollo de la ciencia en España durante las primeras décadas del siglo XX, que los reformadores de la universidad española durante la Segunda República trataron de incorporar de forma masiva al medio universitario, con la reforma de las universidades, la plena integración de la actividad investigadora y el desarrollo de nuevos elementos de innovación educativa.

Inauguración de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central el 13 de enero de 1932, acto en el que participaron el presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora; el jefe de Gobierno, Manuel Azaña; y los ministros Indalecio Prieto, Fernando de los Ríos, Luis de Zulueta y José Giral Pereira, así como el rector Claudio Sánchez-Albornoz, el alcalde de Madrid, Pedro Rico y Miguel de Unamuno (foto: José Pío / Eco Republicano)

La Segunda República recogió así el gran incremento de la actividad científica desarrollado por la JAE gracias a un gran desembarco de sus investigadores en las aulas universitarias. Dentro del organigrama universitario español, la Universidad Central fue el principal centro donde se desarrolló ese cambio que, en un estado muy centralizado, debía ser el principal núcleo de irradiación de una transformación gradual del conjunto de las universidades españolas, si bien en muchas otras universidades hubo también cambios significativos.

Tras unas primeras reformas y ensayos, en 1933 el ministro Fernando de los Ríos trató de poner en marcha una Ley de Reforma Universitaria que aspiraba a convertir la universidad española en una universidad de excelencia, a la altura de los grandes centros de referencia europeos y norteamericanos donde se habían formado los investigadores de la JAE que poco a poco iban conquistando las cátedras de Madrid, y que con el proyecto reformista republicano veían por primera vez la posibilidad de transformar el propio modelo universitario español.

Una reforma de tales dimensiones sólo fue posible en una coyuntura como el gran proceso reformista que supuso la Segunda República, igual que había sucedido en el caso francés cuando el modelo de universidad napoleónico fue reformándose durante la Tercera República, a raíz del proceso reformista y democrático que se derivó de la derrota de Sedán en 1871, que puso sobre la mesa las carencias del país y permitió una reforma inspirada en el modelo de universidad investigadora prusiana, apoyándose para ello en la influencia de otras instituciones externas a la universidad.

En España la situación fue muy similar, pues si la creación de la JAE sólo había sido posible tras la derrota del 98 y el Nobel de Cajal en 1906, la coyuntura reformista auspiciada por la Segunda República permitió iniciar un cambio en las seculares inercias de la institución universitaria, deshacer las redes clientelares y caciquiles que dominaban las universidades e inyectar sangre nueva que aportase las metodologías punteras aprendidas en centros de investigación internacionales gracias a las pensiones de la JAE.

Laboratorio de fisiología creado en 1916 por la JAE en los sótanos de la Residencia de Estudiantes bajo la dirección de Negrín (foto: La Provincia)

Los moldes existentes se rompieron introduciendo cambios en el sistema de oposiciones, transformando los planes de estudio, democratizando los claustros y dotando de más medios a estudiantes, docentes e investigadores. De esta forma, durante la Segunda República una segunda generación de investigadores formados por la JAE terminó de conquistar las cátedras de la Universidad Central y comenzó a establecer un nuevo modelo de universidad.

Analizar estas reformas ha sido el objetivo de un trabajo desarrollado por un amplio grupo de investigadores de muy diferentes disciplinas en dos libros monográficos impulsados desde la Universidad Carlos III de Madrid en la colección de Historia de las Universidades de la editorial Dykinson. El primero de ellos se publicó en 2013 bajo la dirección de Eduardo González Calleja y Álvaro Ribagorda con el título La Universidad Central durante la Segunda República: las Ciencias Humanas y Sociales y la vida universitaria (existe edición digital de libre acceso https://e-archivo.uc3m.es/handle/10016/17394).

En aquella primera obra nos planteamos algunas claves del proyecto reformista de la Segunda República, y su materialización en la principal universidad del país, atendiendo esencialmente a la Facultad de Derecho -estudiada por Sebastián Martín y José María Puyol Montero-, y la Facultad de Filosofía y Letras -analizada por Antonio Niño y Mario Pedrazuela-.

Se abordaron además algunas otras cuestiones clave como la creciente relación de la JAE con la Universidad Central, que fue analizada por Luis Enrique Otero, mientras que Álvaro Ribagorda estudió la influencia del sistema colegial y tutorial inglés en la nueva universidad, que se materializó con la puesta en marcha de la residencia Fundación del Amo en la Ciudad Universitaria.

Foto: fondo José Giral del Archivo Histórico Nacional

Otro aspecto analizado allí fue el funcionamiento de las redes científicas y su relación con el continente americano, aspectos tratados por Consuelo Naranjo Orovio, que estudió las conexiones con las repúblicas latinoamericanas. Por su parte, Leoncio López-Ocón mostró como las estancias en Madrid durante la Segunda República de los investigadores mexicanos Daniel Cosío Villegas y Silvio Zavala fueron el germen de la creación posterior de la famosa editorial Fondo de Cultura Económica y de la Casa de España en México que acogió a muchos integrantes de la diáspora científica republicana.

Finalmente, aquel primer volumen analizó también la palpitante cuestión política y social que agitaba la España de los años treinta. Eduardo González Calleja estudió el conflicto universitario y la fuerte polarización política que se vivió en el campus. Y Carolina Rodríguez López planteó de qué manera la Guerra Civil afectó a la vida universitaria, dando cuenta de las vicisitudes de la universidad republicana, tanto en Madrid, como en Valencia, y mostrando como desde el bando sublevado la España de Franco fue articulando otro tipo de universidad en paralelo a la que estaban destruyendo.

Una década después se completa esa monografía con un nuevo volumen, dirigido por Álvaro Ribagorda y Leoncio López-Ocón, titulado La Universidad Central durante la Segunda República: las facultades de ciencias y su contexto internacional. Esta obra, que cuenta también con una edición digital de libre acceso (https://e-archivo.uc3m.es/handle/10016/36057), es fruto del proyecto de investigación “Desafíos educativos y científicos de la Segunda República española (1931-1936): internacionalización, popularización e innovación en universidades e institutos” (PGC2018-097391-B-I00). Su objetivo ha sido hacer un completo estudio de las facultades del campus de ciencias de Madrid, analizando también los cambios en el profesorado universitario y el sistema de oposiciones, la irrupción de las mujeres, la dimensión social de la universidad y algunos referentes menos conocidos del contexto universitario internacional.

Con este estudio sobre la transformación de las facultades de ciencias durante el período republicano se aspira a ampliar el conocimiento sobre la ciencia en la Segunda República, completando los planteamientos expuestos en obras como los libros de Luis Enrique Otero y José María López Sánchez sobre la JAE[2] o en la próxima monografía de Leoncio López-Ocón sobre la situación científica española en el curso 1935-1936.[3]

Catedráticos de la Sección de Exactas . Sentados, de izquierda a derecha: Julio Rey Pastor, Octavio de Toledo, José María Plans, Miguel Vegas y Honorato de Castro (foto: Pasaje a la Ciencia)

La reforma de las facultades de ciencias de Madrid

Las facultades de ciencias fueron el origen de la Ciudad Universitaria de Madrid y sus catedráticos tuvieron un gran protagonismo en ella, como planteamos los autores de este artículo en la primera parte del libro. En ella mostramos también las redes y tensiones académicas y políticas existentes en torno a la reforma universitaria republicana, y como las iniciativas puestas en marcha desde 1931 iban poniendo en práctica una reforma de gran calado que fue moldeando un nuevo tipo de universidad, a pesar de las dificultades políticas y la complejidad del contexto internacional.

Dentro de la Facultad de Ciencias, la renovación de los estudios de Física y Química fue fruto de la incorporación a la universidad de los jóvenes investigadores pensionados por la JAE. La influencia del Instituto Nacional de Física y Química de la JAE y de investigadores como Blas Cabrera o Enrique Moles fueron claves para modernizar dicha sección, cuyos planes de estudio fueron transformándose durante la Segunda República, como estudian Francisco A. González Redondo y Rosario E. Fernández Terán.

Algo similar sucedió con la sección de Ciencias Exactas, en la que la influencia del Laboratorio y Seminario Matemático de la JAE provocó una importante tensión entre dos concepciones distintas de las matemáticas ligadas a dos grupos opuestos, relativamente bien definidos. Las tensiones entre el grupo liderado por el decano Luis Octavio de Toledo y el modelo de matemática renovadora impulsado por Julio Rey Pastor -cuyo grupo se había ido abriendo paso durante la dictadura de Primo de Rivera-, dejaron paso en la facultad a un nuevo modelo de estudios matemáticos desarrollados durante la Segunda República, a través de nuevas cátedras y planes de estudio, tesis doctorales, etc. marcadas -como explica Luis Español- por una segunda generación de investigadores de la JAE partidarios de una matemática más moderna, que la Guerra Civil y la dictadura de Franco liquidaron rápidamente.

Blas Cabrera sentado, tercero por la derecha, entre Niels Bohr y Owen Richardson, en la Conferencia Solvay de 1930 (foto: culturacientifica.com)

También en la sección de Ciencias Naturales de la Facultad de Ciencias de Madrid había sido decisiva la influencia en las décadas previas de la JAE, y en especial del Museo Nacional de Ciencias Naturales, cuyos miembros fueron copando las cátedras de la facultad. Sin embargo, en este caso las rivalidades académicas procedían de dos influyentes grupos opuestos articulados alrededor de los naturalistas y entomólogos Ignacio y Cándido Bolívar y los geólogos y paleontólogos Eduardo y Francisco Hernández Pacheco. Jesús I. Catalá explica así la dependencia científica y académica de la facultad respecto al museo, y analiza las tensiones ideológicas y los conflictos de intereses que afectaron a la vida de la facultad.

Del mismo modo, el testimonio de uno de los universitarios de aquellos años, el futuro naturalista Morales Agacino, nos permite reconstruir la perspectiva de los estudiantes respecto a la renovación de la facultad, mientras que el análisis de las tesis doctorales de la sección de Ciencias Naturales muestra como durante la Segunda República los profesores de secundaria tuvieron un importante protagonismo en esta sección.

En la Facultad de Farmacia también se produjo en estos años una importante renovación de los planes de estudio y del profesorado, mientras las mujeres tenían ya una presencia mayoritaria entre el alumnado, como estudia Antonio González Bueno. El elevado número de tesis doctorales leídas en esos años muestra el dinamismo investigador de aquella facultad pese a su menor tamaño. La Guerra Civil y los procesos de depuración franquistas provocaron también una gran ruptura dentro de un profesorado dividido, una parte del cual acabó apartado de la universidad o desarrollando su labor en el exilio.

La Facultad de Medicina era la joya de la corona de la Ciudad Universitaria de Madrid, en su seno concentraban gran parte de los discípulos de Cajal y algunas otras figuras señeras de la JAE, que tuvieron un gran protagonismo en la universidad republicana. Leoncio López-Ocón muestra así la renovación que se produjo en ella en los años treinta, destacando el gran prestigio científico y social de muchos de sus profesores, su liderazgo en la Universidad Central con el rectorado de León Cardenal, así como la huella de Cajal. Su dinamismo en congresos y conferencias, pero también su gran capacidad de irradiación social mediante acciones divulgativas en la prensa escrita y la radio, dan muestra de la destacada presencia de sus profesores en la España de la Segunda República.

Enrique Moles y sus colaboradores en el Laboratorio de Investigaciones Físicas (1925) (foto: The Conversation)

Los catedráticos, las mujeres, la radio y la dimensión social de la universidad

Otro de los elementos que el libro plantea es el de incorporar a las historias de las universidades la cuestión social y el elemento humano, factores esenciales para comprender muchas de las cosas que suceden dentro de las instituciones. Se abordan así el estudio del profesorado universitario, la presencia femenina en las aulas y la proyección de la universidad en los medios de comunicación.

La renovación de las cátedras es analizada por Álvaro Ribagorda con un estudio prosopográfico que toma como ejemplo la Facultad de Ciencias. Hasta entonces dicho cuerpo se había ido formando con los discípulos de las figuras más relevantes y quienes a una edad avanzada habían ido consiguiendo el traslado desde otras universidades españolas. Su análisis muestra cómo durante el periodo republicano el cuerpo de catedráticos de ciencias creció en gran medida y sufrió una profunda y rápida renovación dejando paso a una segunda generación de científicos formados en los centros de la JAE, que hicieron de la investigación un elemento esencial en dicha facultad. En 1931 de los 85 catedráticos de Ciencias de España, Madrid concentraba 25 de ellos, que a la altura de 1936 eran ya 33, de los cuales en apenas un lustro se había producido la renovación de más de un tercio de los mismos. La dimensión de aquel cambio queda también de manifiesto al observarse como al terminar la Guerra Civil, la dictadura de Franco depuró a la mitad de dichos catedráticos.

Pero tan significativo como el número era también el elemento cualitativo de dicha renovación, fruto de la reforma del sistema de oposiciones republicano que pretendía transformar el sistema de cooptación, así como el reglamento provisional que trataba de reducir la influencia de la facultad sobre las oposiciones. El caso de la frustrada oposición de Esteban Terradas constituyó un buen ejemplo que puso en evidencia la creciente influencia de una nueva generación en la que se priorizaba la capacidad investigadora por encima del prestigio personal o las redes clientelares.

Las mujeres habían tenido vedado el acceso a la universidad hasta 1910, y su presencia era aún muy escasa tanto entre las estudiantes como en el profesorado. La creación en 1915 de la Residencia de Señoritas de la JAE había abierto un camino al acceso de las mujeres a la universidad, más complejo si cabe en las facultades de ciencias.

Por ese motivo, Encarna Lemus explora aquí la relación entre las estudiantes de la Residencia de Señoritas y las facultades de ciencias de la Universidad Central, mostrando las inquietudes intelectuales de las estudiantes y las necesidades laborales que condicionaron sus carreras, deteniéndose además en los casos de las apenas 15 residentes que llegaron a formar parte del profesorado universitario de las facultades de ciencias de Madrid. Ninguna consiguió la cátedra universitaria, optando algunas por carreras más accesibles y abandonando otras la carrera científica o docente, lo que abre la reflexión sobre los motivos por los que ninguna mujer consiguió aún acceder a las cátedras, y la clase de condicionantes sociales y culturales que marcaron esa situación.[4]

Muchos de los catedráticos de ciencias como Marañón, Cabrera, Moles, Julio Palacios, etc. tuvieron además gran protagonismo en la vida cultural española e hicieron una importante labor divulgativa en la prensa y la radio. La acción cultural y educativa de la radio ha sido menos estudiada, pero constituyó un gran medio para ampliar el campo de acción de la universidad o para hacer llegar el conocimiento de forma divulgativa a diversos públicos a través de conferencias radiadas y otros programas, como sucedía en Estados Unidos, México, Francia o Argentina, donde la colaboración entre radio y universidad fueron importantes.

Como estudia Víctor Guijarro, en el caso de la Universidad Central no se contó con una radio universitaria propia, sino con la plataforma brindada por la mayor emisora del país. Se estudia así la relación de los profesores de la Universidad Central con la radio, a través de Unión Radio, analizando mediante la revista Ondas los contenidos difundidos por los universitarios madrileños en esta emisora, y las particularidades y alcance de dicho medio.

Alumnas de la Residencia de Señoritas, en el Laboratorio Foster, hacia 1930 (foto: archivo del Instituto Internacional de España)

Un contexto internacional más amplio

Los modelos internacionales más importantes de la reforma republicana han sido los de las universidades francesas, el modelo de las universidades prusianas, las universidades inglesas y los modernos campus norteamericanos.

El modelo prusiano, basado en el cultivo de la ciencia en la universidad, con la introducción de los seminarios y la práctica de la actividad científica en las aulas como sistema de aprendizaje, fue el más exitoso en el siglo XIX y fue importado en muchos otros países. La Tercera República francesa tras la derrota de Sedán entendió la necesidad de superar el modelo napoleónico de formación de cuadros, y fue incorporando la práctica investigadora, el cultivo de nuevas ramas del saber y la conexión con las nuevas demandas sociales del fin de siglo.

Las universidades británicas habían ido evolucionando con la creación de las redbricks volcadas hacia las enseñanzas técnicas pero también había sobrevivido el viejo modelo medieval de Oxford y Cambridge, donde se formaban los cuadros que dirigían el imperio, con un modelo centrado en el desarrollo intelectual y humanístico del estudiante más que en la formación técnica, a través del sistema tutorial y los colleges, que sería imitado por la Residencia de Estudiantes y la Residencia de Señoritas.

Por su parte, Estados Unidos había asimilado la tradición de los colegios y residencias británicas, y su despegue económico se había apoyado en la incorporación de las enseñanzas técnicas siguiendo el modelo prusiano, poniendo en práctica un modelo de convivencia universitaria con la creación de grandes campus en los que se moldeaba a las nuevas élites.

Central Térmica de la Ciudad Universitaria de Madrid. 1932 Manuel Sánchez Arcas y Eduardo Torroja

A la hora de estudiar las influencias y relaciones internacionales de la universidad española, la idea de un gran campus de estilo norteamericano ha sido abordada habitualmente en los estudios de la Ciudad Universitaria, mientras el modelo de la universidad francesa -reformada en la Tercera República bajo la influencia prusiana- y la incorporación parcial del modelo de los colleges británicos fueron cuestiones tratadas parcialmente por Antonio Niño y Álvaro Ribagorda en el volumen anterior al que ahora se presenta.

Por ello, frente a estos referentes más conocidos, en la tercera parte de este libro hemos querido atender a otras latitudes que reflejasen la pluralidad de procesos de transformación universitaria, en el difícil contexto político de los años treinta, y algunas de las conexiones internacionales de las facultades de ciencias de Madrid.

En el caso portugués -tantas veces ignorado- Fátima Nunes, Elisabete Pereira, Quintino Lopes y Ángela Salgueiro muestran una serie de paralelismos imperfectos con la historia universitaria española. La reforma universitaria portuguesa fue fruto de la 1ª República Portuguesa en 1910 que transformó los centros de estudios técnicos de Lisboa y Oporto en universidades, completando un modelo que giraba hasta entonces sólo alrededor de Coimbra. Ese modelo se mantuvo sin grandes sobresaltos en el Estado Novo, e incluso ante las purgas académicas de la dictadura de Oliveira Salazar la resiliencia para hacer ciencia se convirtió en Portugal en una forma de resistencia.

Los casos del Museo Nacional de Arqueología ligado a la Universidad de Lisboa -que estuvo en contacto con Menéndez-Pidal y Pere Bosch-Gimpera-; el Laboratorio de Fonética Experimental de Armando Lacerda en Coimbra, que desde su creación en 1936 fue el más avanzado de Europa en su campo y al que acudirán los fonetistas españoles;[5] y la Estación de Zoología Marítima de Foz, ligada a la Facultad de Ciencias de Oporto y dirigida por Augusto Nobre, ponen de relieve un momento en el que se percibía una clara integración de las universidades portuguesas con los grandes centros internacionales en los años 30.

En el polo opuesto, el caso austriaco muestra las consecuencias del fascismo en Europa. Linda Erker presenta así un proceso paralelo y antagónico al español.[6] La Universidad de Viena -y en especial la Facultad de Medicina- había alcanzado gran fama mundial pero su declive se inició con el fin del imperio. Frente al auge del socialismo en la Viena posbélica se produjo una gran politización reaccionaria en la Universidad de Viena de los años veinte y treinta, que inició un movimiento contra el profesorado judío y progresista degradando la universidad.

La ciudad Universitaria en 1931-1936 (foto: Biblioteca Digital Memoria de Madrid)

La dictadura fascista de Dollfus y Schuschnigg (1933-38) culminó la depuración del profesorado: se suprimieron casi una cuarta parte de las cátedras –especialmente judíos, pero también progresistas y nazis-, y se depuró a los estudiantes, a los que se adoctrinó mediante campamentos paramilitares. El fascismo fue un elemento central de su idiosincrasia constituyendo la antítesis del proceso de modernización de las universidades españolas. Tenerlo presente nos ayuda a comprender mejor el valor y las dificultades de tales acciones en España.

Finalmente, para ofrecer un contexto internacional más completo, hemos querido presentar un caso del continente latinoamericano, el caso argentino, cuyo desarrollo universitario en las primeras décadas del siglo XX era un buen exponente del singular desarrollo vivido por uno de los países más pujantes del mundo en esos momentos. Gabriela Mayoni muestra la evolución y despegue de sus universidades durante el periodo radical tras la gran reforma de 1918, que abrió el camino a las clases medias y sus intelectuales.

Fue un periodo de creación de institutos de investigación, desarrollo de revistas e intercambios internacionales, como el caso emblemático del matemático Julio Rey Pastor o los profesores de las facultades de Farmacia de Madrid y Buenos Aires analizados aquí. Pero el golpe de Estado de 1930 y los gobiernos autoritarios de Uriburu y Juan P. Justo provocaron la persecución de algunos profesores y estudiantes de la Universidad de Buenos Aires. No obstante, gran parte del esfuerzo científico renovador de las décadas anteriores logró mantenerse un tiempo por la menor injerencia de esos regímenes -en comparación con los totalitarismos europeos- y la resiliencia de su profesorado, que hasta cierto punto permitieron que se consolidase la profesionalización científica, bajo el modelo de científico especialista aislado en su trabajo con figuras como Bernardo Houssay.

Aquella cartografía universitaria, social y política, completa en cierta medida el marco en el que se desarrolló la reforma universitaria de la Segunda República, y muestra algunos de los núcleos de intercambio científico menos conocidos de los años treinta. A la hora de analizar lo ocurrido en las facultades españolas conviene no perderlo de vista.

Biblioteca de la Residencia de Señoritas, hacia mayo de 1932

Coda final

Existen también otros trabajos de interés sobre otras universidades como las de Barcelona o Valencia en el periodo republicano,[7] y quedan aún distintos aspectos por estudiar para completar la semblanza de aquel sistema científico y universitario que había comenzado a situar a España como uno de los núcleos de referencia en la creación de conocimiento de diversas disciplinas, pero el estudio de las distintas facultades y dimensiones de la Universidad Central da una idea bastante cabal de lo que el proyecto de reforma universitaria republicana representaba.

Aquellas facultades republicanas que empezaban a situarse a la altura de las grandes universidades británicas, francesas, alemanas o norteamericanas, eran ya la antítesis de las que había conocido y retratado con agudeza Pío Baroja pocas décadas antes. En su novela El árbol de la ciencia, Baroja había mostrado con incisiva agudeza el clima de unas facultades donde no se vislumbraba ningún tipo de amor por la ciencia, los profesores repetían manuales franceses mal digeridos, el fenómeno de la vida se mostraba compartimentado e incomprensible, los estudiantes silbaban a los profesores en las clases y se dedicaban a la vida bohemia en lugar del estudio, y el clientelismo y las recomendaciones eran las claves para aprobar las asignaturas y progresar en la carrera académica.

Sirvan así estas páginas como introducción para quienes quieran adentrarse en el conocimiento de aquella prometedora universidad republicana que no pudo ser, porque los promotores de un modelo de Estado y sociedad reaccionarios se encargaron a conciencia de impedirlo. La nueva universidad franquista, a la que se han dedicado diversos trabajos importantes, tuvo elementos de “ruptura y continuidad” fruto de las inercias y resistencias de la institución, como planteó Carolina Rodríguez López.[8] Pero en lo esencial la universidad republicana fue prácticamente decapitada con “el atroz desmoche” -en palabras de Laín Entralgo- impulsado por la dictadura franquista, como analizó Jaume Claret,[9] y la implantación de un modelo reaccionario: “la Universidad Nacional-Católica”, que ha estudiado con detalle el equipo dirigido por Luis Enrique Otero.[10]

Aquellas facultades republicanas encarnaban la idea de apoyar la joven democracia en una sólida construcción académica, representada tanto en los nuevos edificios de Madrid como en el tejido científico que les daba vida. La sublevación filofascista del 18 de julio de 1936 convirtió las facultades en escenario bélico comenzando el desmantelamiento de aquella Edad de Plata científica. En 1938 el catedrático de fisiología Juan Negrín, que había dirigido la construcción de la Ciudad Universitaria de Madrid antes de asumir la presidencia del gobierno republicano en la Guerra Civil, visitó las trincheras republicanas en el Madrid sitiado junto a un periodista. Juntos vieron “cómo resistían, agujereadas, quebrantadas, pero en pie, aquellas majestuosas construcciones universitarias tan terriblemente golpeadas por los cañonazos y los bombardeos” y, según explicaba el periodista Fernando Vázquez Ocaña, “cómo yo expresara mi asombro, Negrín dijo: Sí, parece ser que las hicimos bastante sólidas –y con aire soñador agregó: –Pero cuando esto acabe las haremos más sólidas aún...”.[11] No pudo ser.

Frente de Ciudad Universitaria (1937) Al fondo, las facultades de Medicina, Farmacia y Odontología (foto: que.madrid)

 Índice

Innovaciones, internacionalización y proyección social de la Universidad Central durante la Segunda República, Álvaro Ribagorda y Leoncio López-Ocón

  1. Los lugares y los contenidos de las enseñanzas científicas
  1. Los estudios de Física y Química en la Universidad durante la Segunda República, Francisco A. González Redondo y Rosario E. Fernández Terán
  1. Los estudios de matemáticas en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central durante la Segunda República española, Luis Español González
  1. La sección de Ciencias Naturales de la Facultad de Ciencias de Madrid y sus relaciones con las instituciones de investigación durante la Segunda República, Jesús Ignacio Catalá Gorgues
  1. Farmacia y República en la Universidad Central (1931-1939), Antonio González Bueno
  1. Una aproximación a la Facultad de Medicina de la Universidad Central en el curso 1935-1936, Leoncio López-Ocón Cabrera
  1. Los catedráticos, las profesoras y la porosidad social de las aulas
  1. Los catedráticos de la Facultad de Ciencias de Madrid durante la Segunda República, Álvaro Ribagorda
  1. Estudiantes de la Residencia de Señoritas y profesoras en las facultades de ciencias, Encarnación Lemus
  1. La Universidad Central y la radiodifusión: nuevos patrones de divulgación científica en la Segunda República, Víctor Guijarro Mora

III. Un contexto internacional más allá de los referentes habituales

 

  1. As universidades portuguesas nos anos 30, Maria de Fátima Nunes, Elisabete Pereira, Quintino Lopes y Ângela Salgueiro
  1. La Universidad de Viena y la dictadura de los múltiples nombres (1933-1938), Linda Erker
  1. Esbozos de los intercambios científicos hispano-argentinos entre 1931 y 1936. La Universidad de Buenos Aires y la Universidad de Madrid, María Gabriela Mayoni

Bibliografía

https://e-archivo.uc3m.es/handle/10016/36057

[1] Este trabajo forma parte del proyecto de investigación “Desafíos educativos y científicos de la Segunda República española (1931-1936): Internacionalización, popularización e innovación en universidades e institutos” (PGC2018-097391-B-IOO).

[2] OTERO CARVAJAL, Luis Enrique y LÓPEZ SÁNCHEZ, José María: La lucha por la modernidad: las ciencias naturales y la Junta para Ampliación de Estudios. Madrid, Residencia de Estudiantes – CSIC, 2012; y LÓPEZ SÁNCHEZ, José María: Heterodoxos españoles: el Centro de Estudios Históricos, 1910-1936. Madrid, Marcial Pons – CSIC, 2006.

[3] LÓPEZ-OCÓN, Leoncio: El cénit de la ciencia republicana. Los científicos en el espacio público (Curso 1935-1936). Madrid, Sílex, 2023.

[4] LEMUS LÓPEZ, Encarnación: Las estudiantes de la Residencia de Señoritas. Madrid, Cátedra, 2023.

[5] LOPES, Quintino: Uma Periferia Global: Armando de Lacerda e o Laboratório de Fonética Experimental de Coimbra (1936-1979). Lisboa, Caleidoscópio, 2021.

[6] Erker, Linda: Die Universität Wien im Austrofaschismus. Österreichische Hochschulpolitik 1933 bis 1938, ihre Vorbedingungen und langfristigen Nachwirkungen. Göttingen, V&R Unipress, 2021.

[7] RIBAS MASSANA, Albert: La Universitat Autónoma de Barcelona( 1933-1939). Barcelona, Edicions 62, 1976; MANCEBO, María Fernanda: La Universidad de Valencia. De la monarquía a la república (1919-1939). Valencia, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert – Universidad de Valencia, 1994. También la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid fue objeto de una exposición y una extensa publicación: LÓPEZ RÍOS, Santiago y GONZÁLEZ-CÁRCELES, Juan Antonio (Coords.): La Facultad de Filosofía y Letras de Madrid durante la Segunda República. Arquitectura y Universidad durante los años 30. Madrid, SECC-COAM-Ayuntamiento de Madrid, 2008.

[8] RODRÍGUEZ LÓPEZ, Carolina: La Universidad de Madrid en el primer franquismo: ruptura y continuidad (1939-1951). Madrid, Dykinson, 2002.

[9] CLARET, Jaume: El atroz desmoche. La destrucción de la Universidad española por el franquismo, 1936-1945. Barcelona, Crítica, 2006.
[10] OTERO CARVAJAL, Luis Enrique (dir.): La universidad nacionalcatólica. La reacción antimoderna. Madrid, Dykinson, 2014.

[11] VÁZQUEZ OCAÑA, Fernando: “Negrín, hombre de alma grande”. Archivo de la Fundación Pablo Iglesias, citado por EXPÓSITO EXTREMERA, Francisco: “Vázquez Ocaña: en defensa de Negrín y de la Segunda República”, en RECIO MARTÍNEZ, Joaquín (Ed.): Encuentro internacional del exilio republicano. 9-11 abril 2019, Córdoba, Diputación Provincial, 2021, p. 142.

Fuente: Presentación del libro: Álvaro Ribagorda y Leoncio López-Ocón (eds.): La Universidad Central durante la Segunda República: las facultades de ciencias y su contexto internacional. Madrid, Dykinson, 2022, 449 pp.

Portada: facultades de Medicina, Odontología y Farmacia (foto: que.madrid)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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2 COMENTARIOS

  1. Felicidades Leoncio y Álvaro,
    la verdad es que es un gusto poder leer esta colección. Como todo lo que se diga de la II República queda rápidamente «polemizado» y «presencializado». Después de aquello, vino la «estatalización» del sistema que aún hoy pervive, aunque repleta de rotos y remiendos, y que, para nuestra desgracia, algunos piensan que hay que seguir defendiendo, sin darse cuenta de que la universidad pública que defienden en realidad es universidad estatalizada que debería mirar a aquella del 33 para terminar de reformarse.

  2. Muchas gracias por tu comentario, Santiago. Las universidades han cambiado mucho en algunas cosas y muy poco en otras. Ciertamente aún hay algunas lecciones valiosas de aquellas reformas republicanas para nuestras universidades actuales.

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