Presentación
Víctor Claudín
Alfonso González-Calero
Dudábamos al titular este libro si utilizar el lema que hemos empleado, Un sueño alternativo, o este otro, más plano pero que quizás situaba mejor el contexto en que nació y se desarrolló la revista Ozono: Cultura y Transición.
Ambos conceptos, pensamos, engloban bien lo que queríamos hacer al idear este libro: un recuerdo a una revista, un empeño editorial y cultural que existió durante casi cinco años, que reflejó de alguna manera las vicisitudes del momento, de quienes la hacíamos, de nuestros lectores y colaboradores y de una parte tal vez significativa de la juventud española de la época (1975-1979).
El punto de partida fue la casi nula presencia de la revista Ozono en las redes. Cualquier búsqueda sobre ella apenas daba resultados, frente a los muy numerosos que nos hablaban de las otras dos publicaciones similares de referencia en aquel momento: El Viejo Topo y Ajoblanco.
Esa anomalía ha quedado parcialmente enmendada gracias a la publicación digital de las 50 entregas de Ozono en la web de la Fundación Cervantes virtual, a la que desde aquí queremos agradecer ese gesto, muy importante para nosotros.
Aquí está el enlace, aunque nos referiremos a él en varias ocasiones en este libro:
Ozono tuvo dos nacimientos y es bueno reflejar aquí ambos. Un grupo de periodistas musicales entre los que estaban Álvaro Feito, Mª Ángeles Sánchez, Juan de Pablos, Diego Manrique, Manuel Domínguez, Adrián Vogel, Tina Blanco, Jorge Muñoz, Gonzalo Garcíapelayo y otros, la pusieron en marcha, y consiguieron sacar a la calle el primer número, en mayo de 1975, todavía en vida de Francisco Franco. Esa primera etapa la cubría el lema “revista de música y muchas otras cosas”. Esa fase duró algo más de medio año y se concretó en cinco entregas llenas de música de todos los palos, más algunas incursiones en los mundos literarios, teatrales, cinematográficos y otros. Y generó a su vez cuantiosas deudas que el impresor de la revista, Felipe Cantos Ortiz, propietario de Industrias Felmar, se mostró dispuesto a asumir. La solución fue el traspaso de la cabecera a este último, quien la integró en su proyecto, Felmar ediciones, y para lo que consiguió, en una primera fase, dos ayudas importantes: la colaboración como editor (o consejero aúlico) del gran periodista Manuel Leguineche y de un rompedor diseñador muy en boga en aquellos tiempos, Alberto Corazón.
Para el día a día de la publicación Cantos Ortiz -y vamos ya al segundo nacimiento- contó con Alfonso González-Calero como director, y mantuvo a Álvaro Feito como redactor jefe.
La segunda fase de la revista comienza con el número 6 (fechado en diciembre de 1975) y concluye ocho meses después, en septiembre de 1976. Es la época dorada, la que aúna los diseños innovadores de Alberto Corazón (y con él, Miguel Gómez) y los contenidos abiertos, cosmopolitas que venían, en gran medida, de la mano de Leguineche y sus contactos a través de la agencia COLPISA, que dirigía: por esa vía colaboraron en la revista gentes como Marisa Ciriza o Nativel Preciado; José Miguel Ullán o Ramón Chao; ilustradores como Eguillor o El Cubri; o autores ya famosos por entonces como Juan Goytisolo, Francisco Umbral, Carmen Martín Gaite o Fernando Savater; y tantos otros.
Pero esa etapa, probablemente la más vistosa, culmina en septiembre de 1976, y arranca otra más austera, más contenida, y más hecha de acuerdo a los propios medios de una publicación que compite con muchas otras en el mercado y que tiene que sobrevivir gracias a sus propias fuerzas y recursos, que no son excesivos.
Luis Galán Santamaría sustituye a Corazón en el diseño; el color deja paso a un discreto blanco y negro, algunas firmas de campanillas desaparecen, pero Ozono sigue adelante con sus colaboradores, nuevos o antiguos, sus afanes y sus expectativas de encontrar un hueco en el escenario de la Transición para hablar de cultura comprometida, de contracultura, de ecologismo, de antifascismo, de feminismo, de música, literatura, cine, teatro, artes y muchas otras cosas, en el contexto de una nada sencilla transición política como la que estábamos viviendo por entonces. Y así hasta tres años después, noviembre de 1979, en que el editor llega al límite de su capacidad de resistencia económica y decide echar el cierre, decisión que todos lamentamos, comenzando por él mismo.
De forma más que resumida esa es la historia de una revista que estuvo ahí y que nosotros ahora, más de 40 años después, entendíamos que merecía rescatar del olvido.
Fue un sueño, porque fue el empeño de unos pocos, con no demasiados recursos, y fue alternativo porque en ese adjetivo se englobaban las muy diversas ansias de libertad que nos movían a todos nosotros en aquellos complicados y excitantes años.
Este libro que ahora os presentamos tiene algunas cosas que ofrecer y muchas carencias. Rastreando viejas agendas o contactos a través de amigos o de las redes sociales, hemos conectado con casi medio centenar de antiguos colaboradores, que nos traen alguna reflexión, no sólo nostálgica, de lo que Ozono representó para ellos, para todos. Otros, desgraciadamente, han muerto, y hemos pensado que la mejor forma de recordarlos era encargar breves perfiles sobre cada uno a personas que los conocieron y los quisieron. Junto a todo ello hemos elegido un artículo en cada uno de las 50 entregas de Ozono y los hemos reproducido aquí.
Desde aquí, nuestro agradecimiento a todos cuantos han querido aportar su colaboración y su recuerdo.
En cuanto a las carencias, están las de algunas personas que o bien no hemos podido localizar o que, por propia decisión, han preferido no unirse a este recuerdo. No podemos compartir su decisión pero no tenemos más remedio que aceptarla. El libro habría quedado más completo con sus firmas, pero……
En todo caso, ahora, cuando el libro esté en la calle, será el momento de acordar si el recuerdo de Ozono era sólo un ruido nostálgico en unos cuantos, o quedaban algunas huellas de lo que esparcimos al viento en aquellos años *.
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(*) Nuestra fortuna en cuanto a referencias bibliográficas ha sido considerablemente escasa. La mencionaremos aquí por lo que viene a corroborar el abultado silencio sobre la revista a que antes nos referíamos.
Un libro de dos periodistas, Ignacio Fontes -colaborador de la revista- y Manuel Ángel Menéndez: El Parlamento de papel. Las revistas españolas en la transición democrática (Asoc. de la Prensa de Madrid, 2005) nos cita muy elogiosamente: “Un ejemplo magnífico, por lo completo, de la prensa joven de la transición, el mensual Ozono…….”.
El muy elogiado libro de Germán Labrador Culpables por la literatura. Imaginación y política y contracultura en la transición española (Akal, 2017) nos menciona una sola vez en sus más de 650 páginas, y nos encasilla, sin más explicaciones, en el ámbito de “las revistas libertarias”.
El mismo adjetivo utiliza para clasificarnos el trabajo, más completo de Juan Percourt, Los intelectuales y la transición política. Un estudio del campo de las revistas políticas en España, (CIS,2008) quien tras mencionarnos en cuatro ocasiones, nos sitúa siempre en el “subcampo libertario”, sin aportar muchas más precisiones al respecto.
El libro que cuenta, con mucho, con más información al respecto es el de Manuel Moreno y Abel Cuevas: Todo era posible. Revistas underground y de contracultura en España, 1968-83, que publicó Ed. Walden en diciembre de 2020. Aquí sÍ aparece una mención bastante detallada a Ozono, y a su precedente más directo, Apuntes Universitarios (AU), del C. M. Chaminade. Por más que algunas de sus opiniones sean, como todo, discutibles: “Estamos ya en 1976. Han nacido Star, Ajoblanco y el viejo topo está a punto de hacerlo. Ozono sirve de puente entre el gamberrismo de Star y la seriedad utópica de Ajoblanco, evolucionando con el tiempo, como lo hace la sociedad y y como ya lo había hecho desde que naciera como AU”.
Ozono para respirar
Cultura alternativa y pensamiento divergente
(1975–1979)
Félix Maraña
El filósofo Bertrand Russell decía que en el siglo XX habían sucedido muchos siglos a la vez y en su desarrollo las ideas habían sido no menos revolucionarias, para bien y para mal, por catárticas, como el acero o la bomba atómica. Y añadía que el soporte conductor de todo aquel discurso convulso, para bien y para mal, estaba en los medios de comunicación, que podían trasferir las ideas, escribir y describir la historia, para bien y para mal, en la inmediatez cotidiana. Aunque reconocía la explosión de la radio, Russel sentía especial predilección por la prensa escrita.
Ciertamente el siglo XX ha sido testigo de evoluciones, revoluciones, guerras y quebrantos. En España en cambio el siglo XX fue muy corto: se paró en 1936 y estuvo suspendido durante cuatro décadas de régimen dictatorial, cuyo máximo fervor fue controlar el pensamiento crítico, irreverente, sofocar y reprimir la divergencia. El franquismo tuvo especial predilección por aplicar la censura a la prensa escrita, hasta la pira. Muestra de esta liquidación fue la voladura del diario “Madrid” en 1971, acto que representa y resume la conducta contra la libertad de expresión del régimen de Franco. Ese periódico derruido y clausurado, como algunas otras publicaciones de su decenio y periodo, apenas apostaba por convenir y conseguir un régimen político democrático.
Aquel corto siglo XX
Un siglo XX suspendido en 1936, que no recobraría en España su salud quebrada hasta fines del decenio de 1970, suspendidos sobre el aire de la historia renovada los vientos que cruzaban a duras penas el Pirineo, alentados por el Mayo del 68 parisino, la oposición a la guerra del Vietnam, la rebelión de la juventud burguesa, la libertad sexual, la liberación de la mujer, el movimiento hippie (que tuvo más influencia que militantes), las nuevas músicas, las nuevas ideas de oposición a una sociedad tradicional decadente, todo eso que convinimos en llamar contracultura. Una contracultura que venía a poner en cuestión la deriva económica (militar y política) de Occidente, porque este fue un asunto de Europa y América del Norte. Todo ello en un siglo convulso, como lo han sido todos los siglos de la Historia, con dos guerras mundiales, con dos bombas atómicas y con escasa conciencia del deterioro ambiental acelerado, que hoy se hace patente en el cambio climático. Un siglo en que se proclama por vez primera la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), un vocabulario de buenas intenciones, cuyo cumplimiento no deja de ser una utopía, utopía que reclamará la juventud de los años setenta, porque de los sueños también se vive.
No sabemos qué ha quedado de todo aquello, pero OZONO, la publicación que convocó nuestra mirada, porque ofrecía otra visión del mundo, de las ideas y de la Naturaleza, del ecologismo, el feminismo y el respeto por la condición sexual de sus contemporáneos, estuvo allí para interpretar los sueños, dibujar la realidad, remover el tiempo. No se puede medir su contribución al cambio histórico, pero la revista ofrece hoy un cofre de estampas de aquella vida que discurría en España y en el mundo, con una mentalidad abierta, despierta, esperanzadora y crítica. Una hemeroteca que nos certifica que su trayecto, su tarea y su consecuencia fue algo hermoso y, para alguno de nosotros, eficaz. Dimos en llamarlo contracultura, pero fue en esencia un pensamiento divergente, convocado desde y con la cultura en sus más diversas manifestaciones. Era una nueva cultura contra lo convenido, lo establecido, lo caduco.
No es ahora la cuestión, aunque las ideas conservadoras, sobre la familia, la economía, el pensamiento, se han engordado en los últimos tiempos, pero sí nos queda la certeza de que aquella contracultura reverdeció los campos, vitalizó las cosechas, humanizó las ciudades, vindicó el amor como expresión libre del ser humano, puso de moda el pensamiento como ejercicio individual y colectivo y alentó a la juventud a no creer por decreto del pasado, de las religiones ni del poder. No fue una revolución catártica, si pensamos que la reacción ha vuelto, pero tuvo sus efectos. A la juventud española se nos hizo saber que la libertad estaba al otro lado de las cumbres, más allá del Pirineo, y que había que conquistarla. Fuimos conscientes de las dos guerras mundiales, de las dos bombas atómicas, de los dos regímenes totalitarios liquidados (Hitler y Mussolini), como fuimos conscientes –y pacientes– de que el tercer régimen totalitario de la Europa del quebrado siglo XX nos había caído en desgracia, con su mentor protegido y recogido bajo el palio de la iglesia que bendijo todas sus atrocidades. Una juventud que recibía a sorbitos la información, casi de modo clandestino, del discurso de las ideas, las creencias y la creación cultural del mundo, pero que recogía todo eso como un resquicio de esperanza y alivio.
La cama del dictador
El dictador moriría en 1975. Las publicaciones periódicas, fundamentalmente las revistas que se atrevieron a pelear contra la censura, con riesgo y valor, contribuyeron a la mejora de un clima de libertad, o de aspiración a esta, especialmente en la juventud. Fueron varias las revistas nuevas que recogieron entre nosotros lo que venimos en reconocer como contracultura. OZONO fue una de ellas y lo hizo de manera destacada. Aunque no fuera un propósito específico de sus mentores, la publicación se hizo eco y práctica de aquellos nuevos lenguajes, del arte, del cine, la música, de la literatura –después de “Rayuela” nada fue lo mismo–, del cómic, de la vestimenta o la psicodelia.
Efectivamente, OZONO fue una revista de mirada amplia y objetivos culturales extensos, aunque en sus primeros compases se presentara en esencia como revista de música. Fue una revista cultural distinta y completa, portada de nuevos lenguajes, que desprendía en portada e interiores, un lenguaje gráfico, visual y verbal renovador y cuya existencia discurre en ese tiempo crítico que va de 1975 a 1979, es decir, entre la muerte en cama del dictador hasta las primeras elecciones democráticas en los ayuntamientos y diputaciones, ya proclamada la Constitución de 1978. Pero fue algo más que una revista underground, porque nació con una conciencia crítica y alternativa. Era la revista distinta en aquel parlamento de papel que surge en la agonía del dictador y floreció tras su muerte, tanto en el periodismo como en las revistas culturales. Los mentores iniciales (De Pablos, Diego Manrique, García Pelayo, Álvaro Feito, Manu Leguineche, Alfonso González–Calero, Víctor Claudín…; podemos decir que todos cuantos escribieron en la revista fueron mentores) hacían profesión de fe en los nuevos lenguajes, lo que convirtió a OZONO en la revista distinta que esperábamos.
En noviembre de 1975 sucedieron muchas cosas. Recuerdo que la revista donostiarra Kurpil traía a portada ese mes una fotografía en blanco y negro del joven enterrador del cementerio guipuzcoano de Bergara, pala en mano. Temíamos que la torpe censura –entonces representada por un funcionario de la Delegación Provincial de Turismo, escaso pero muy obediente a los dictados– iba a secuestrar la publicación por considerarla una provocación. Era auténtico miedo, porque no estaba en nuestros planes que muriera quien murió, aunque tampoco hicimos nada por evitarlo. No nos secuestraron en esa ocasión, pero en 1976 lo hicieron por otra portada, que reproducía un inocente dibujo erótico de Paul Wunderlich. Ese era el panorama de inseguridad en que nos movíamos las revistas culturales y el resto de publicaciones periódicas de ese tiempo liminar de incertidumbres, a la vez que esperanza, cuando crecía en el ambiente el miedo a intervenciones militares, que se ejecutarían en 1981, pues el franquismo no había muerto con el entierro de su mentor.
Las muertes violentas del periodo en que discurre la vida de OZONO hacen palidecer la memoria y concluyen que si la llamada transición política fue lo que fue, o lo que dejaron que fuera, no puede decirse que fuera precisamente ejemplar. No obstante, la aspiración a la libertad de los intelectuales, pero también de un conjunto amplio de la sociedad, animaron a muchos intrépidos a crear empresas culturales, incluso sin apoyo económico. Hubo sí una explosión creativa y nacieron revistas con ese signo alternativo, como fueron OZONO o El Viejo Topo, que creo tenían los mismos perfiles de lectores, entre los que me cuento.
Contracultura penibética
En esas condiciones lanzar una publicación era una aventura sólo para aspirantes a héroes. Pero ahí está el principio de su valor. En el mundo de entonces, tanto la música (folk, blues, rock, country), como el resto de expresiones culturales de vanguardia, estaban, si no inspiradas, sí algo tocadas por aquellos alientos contraculturales que venían de USA. Herbert Marcuse, cuyo libro El hombre unidimensional planteaba una crítica sin complejos a los excesos de los dos bloques mundiales (URSS y EEUU), entonces enfrentados en una guerra fría y hoy, medio siglo después, en una guerra caliente. Theodore Roszak retrata muy bien aquel movimiento crítico en su libro El nacimiento de una contracultura. Ambos filósofos afirmaban que la información excesiva, sobre todo la que emitía el poder, podía viciar el ambiente, las mentes y las sociedades, pero ahí estaban los críticos de conciencia, que debían poner de relieve las contradicciones de todos los sistemas dominantes.
OZONO no sólo informaba y criticaba la cultura de las culturas que nos venían de fuera, como respiración para salir del páramo autárquico, sino que fue una revista de nueva mirada. Si enseñó y valoró la música de fuera, también la renovada y divergente voz de las nuevas músicas de España, singularmente en la voz y el verso de los cantautores. Repasando ahora los contenidos de algunos ejemplares de la publicación se comprueba que los asuntos que plantea en interiores complejos, complejidad y riqueza de un tiempo que nos ayudaron a entender. Los nuevos lenguajes estaban en todos sus discursos. Sólo por poder ahora revisar la guía de libros de Rafael Chirbes, muchos años después celebrado como novelista y memorialista, ya se justificaría una publicación como OZONO. Repásense. Esta revista es memoria viva de un tiempo convulso y creativo y la dedicación a lo literario es uno de los asuntos que más sobresalen en la misma. Claro está que la dirección intelectual, espiritual y formal de Álvaro Feito, Manu Leguineche y Alfonso González–Calero explica muchas cosas. Hubo en aquel tiempo otras (pocas) revistas, como El Viejo Topo, que convinieron en los mismos lenguajes, pero con una intención política (Triunfo, Cuadernos para el Diálogo, Destino, El Ciervo, Ajoblanco), al menos especulativa. Hubo otras, además de las citadas, como Andalán, que sembró la conciencia elemental de la existencia de Aragón, con las voces, los ecos y las palabras de personajes como Eloy Fernández Clemente y José Antonio Labordeta. Después de Goya y María Moliner, en Aragón y más allá, tenemos a Labordeta y los cantautores, que recogieron la voz del pueblo y del tiempo. OZONO convenía con la revista aragonesa en esa aspiración al entendimiento de la cultura en las culturas de una Iberia sumergida, ignorada o escondida adrede durante mucho tiempo.([1])
OZONO se aparecía como la ventana donde se podía ver y celebrar el tratamiento de materias e información del momento, que interesaban a una nueva generación, sin particular sesgo ideológico, aunque inequívocamente progresivo. Pero al estar atenta a los nuevos discursos del pensamiento y darlos a conocer, fue también una revista política, sin necesidad de proclamarlo.
El diseño como soporte de ideas
Sobresale y ampara a la vez el valor de esta publicación la tarea inspirada del nuevo diseño de Alberto Corazón, la literatura de la imagen. Si Chirbes era un manantial de información literaria, Corazón fue el creador principal de su diseño, originalidad en el planteamiento de imágenes, dibujos, letrismo, una estética que se solidarizaba con la ética del discurso y la crítica de textos y contexto de la revista.
Sonaba aún el dulce amanecer de la Revolución de los Claveles en la hermana Portugal. Parémonos en la portada del número 9º (mayo, 1976), que nos explica y resume el carácter cultural y visión histórica de OZONO:
– Portugal: Mujer y revolución
– Bueno Vallejo
– Althusser
– Max Ernst
– Bardem [cineasta]
– H. Hughes
– María del Mar Bonet
– Violeta Parra
– Sánchez Albornoz: 40 años después
Basta conocer siquiera en esquema la historia de España y la Cultura del mundo, para advertir que esta revista estaba en ese ejemplar, como en el resto de su andadura, en la conciencia del tiempo, en el interés por la extensión de la cultura, de la historia desconocida, así como la cultura e historia negadas a dos generaciones de españoles. De una cultura crítica que apostaba por la aventura de la creación, que es en tantos casos mucho más efectiva, y por tanto revolucionaria, que la acción misma.
Así, OZONO nos acompañó en un trecho tan decisivo de la historia de este país. Ahora se recoge en un cofre virtual para conocimiento de todos y para situar en la historia del tiempo su formato, su inspiración, sus textos, su conciencia crítica y su apuesta por la vida en libertad.
Una cultura ecológica
Y OZONO fue original hasta en el nombre. Medio siglo después, hoy, las mismas aspiraciones de aquellos jóvenes periodistas y escritores que la hicieron posible, siguen siendo válidas. Basta con hacer un vocabulario de todos sus colaboradores para percibir de visu y razón que los y las periodistas que trabajaron en OZONO han desarrollado desde entonces al presente una obra literaria, periodística y artística de alta estima. Desaparecida la publicación, sus hacedores desarrollaron (y desarrollan al día de hoy) la profesión que resume la historia inmediata de manera espontánea y urgente, como decía Russel, en otros medios de comunicación, TV, radio y en las más diversas plataformas. Los periodistas, nos decía Felipe Mellizo, no se jubilan, salvo a la hora de la siesta.
Medio siglo después ozono es un vocablo que se invoca con insistencia, pues la capa de ozono que nos protege del cálido sol se ha enfadado, por culpa de un mundo económico, que se basa en el consumo, en el derroche y en la explotación de la Naturaleza, mientras sus habitantes no han logrado mejorar ni equilibrar el presente. Se ha convenido en llamar bienestar a ese conjunto de movimientos económicos. Pero se llama bienestar en el lenguaje de los países y las gentes ricas. En otros continentes la existencia es simplemente subsistencia, pobreza, hambruna y muerte. A buen seguro OZONO dedicaría hoy alguno de sus suplementos a denunciar estos desequilibrios. El futuro se presume con más desigualdades. No obstante, habrá que resolver la nostalgia pensando que algunos momentos que hemos vivido en la cultura merecieron la pena. Y la alegría. Pienso en estas publicaciones con un profundo agradecimiento a quienes las hicieron posible, con un denodado esfuerzo y excelentes resultados. Y, con la debilidad del historiador, como soporte para análisis y conocimiento de nuestra historia en un tiempo convulso donde nació, creció y murió OZONO, periodo en el que era tan importante la libertad, como la respiración, el oxígeno, el ozono, el aliento vital.
Pero la vida también se compone de nostalgia. ¡Qué no daría uno por tener ahora mismo todos sus números encuadernados en el almanaque! En el almanaque del afecto, que otros le dicen memoria, está archivado todo lo que amamos sin duda.
([1]) Ignacio Fontes de Garnica y Miguel Ángel Menéndez hicieron un sumario, estudio y aportación documental gráfica en su libro El Parlamento de papel. Las revistas españolas en la transición democrática; Asociación de la Prensa de Madrid, Dos volúmenes, 2004.
Véase también la reseña de José Rivero en Mi Ciudad Real 13 de mayo de 2023
Fuente: Conversación sobre la historia
Portada: ilustración de la portada del número 44 de Ozono (mayo de 1979).
Ilustraciones: Ozono
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