Rafael Cruz
Universidad Complutense de Madrid
“Las grandiosas y pacíficas manifestaciones de júbilo,
organizadas por el Frente Popular en las últimas semanas,
sin incidentes luctuosos,
demuestran que las masas obreras y republicanas
pueden posesionarse de la calle
sin que nadie tenga nada que temer…” (1)
Desde el mismo año de 1936 hasta hoy, historiadores y publicistas han querido buscar las “causas” de la guerra española. En los últimos lustros no han sido habituales las referencias a procesos remotos o estructurales, de carácter material o psicológico, como el atraso económico o el carácter encendido y racial de la población. En su lugar, permanecen y se actualizan de manera constante las explicaciones relacionadas con dinámicas y acontecimientos próximos. El que goza de más audiencia es el desgobierno de la primavera de 1936, medido por la intensidad y el alcance de la violencia ejercida en ese periodo en casi toda España junto con el abandono del ejercicio de la autoridad por parte de los gobiernos de izquierda. Además, desde una versión extrema de estos planteamientos, la guerra se originó en la acción oportuna de los militares adelantándose a una revolución social de carácter bolchevique, en ciernes durante la primavera, que se hizo visible, entre otras formas, a través de la movilización violenta. El preámbulo de esa conspiración revolucionaria había sido la insurrección asturiana, de octubre de 1934. (2)
Estos argumentos aparecieron ya en 1935 y 1936, desarrollados en la prensa monárquica, como el ABC, y en libros publicados en esos años. Forman parte, además, de la mitología franquista sobre la fundación de su régimen en octubre de 1936, en los meses prácticamente iniciales de la guerra. El Nuevo Estado habría venido a sustituir a la Segunda República, un régimen perverso, antiespañol y caótico, cuyos dirigentes no formaban parte de la tradición política española y se conducían como marionetas al servicio de la masonería, el judaísmo y el bolchevismo de Moscú. (3)
Movilización y rebelión militar
Estos argumentos se ilustraron con la experiencia movilizadora de la primavera de 1936, en compañía de las leyes y decretos reformistas de los gobiernos de la primera legislatura, en especial los relativos al Ejército y a la Iglesia, renovados por los gobiernos de la tercera legislatura. Todavía se advierten grandes problemas para observar y estudiar la movilización, y los enfrentamientos a que dieron lugar -en 1931 o en 1936-, como parte de la experiencia y trayectoria de un régimen, en concreto de un proceso político de democratización, como el de la Segunda República, con independencia del desenlace de ese mismo régimen a partir de julio de 1936 y, sobre todo, en 1939.
Si se compara la movilización de aquel periodo de los años treinta con la del mismo alcance del periodo de 1976-1980, puede observarse que en los dos casos el ciclo movilizador concluyó con dos rebeliones militares –la del 17 de julio de 1936, y la del 23 de febrero de 1981-. Qué reflexión puede extraerse de esa comparación: que dos periodos de intensa movilización se correspondieron con dos rebeliones militares, tras sendos procesos de interpretación de la movilización como intolerable, a cargo de algunos grupos sociales y políticos. La primera rebelión obtuvo un éxito parcial; a la segunda, le sobrevino el fracaso. Los elementos de la comparación podrían ser los siguientes:
1) Movilización intensa
2) Interpretación más o menos extendida de enfrentamientos intolerables
3) Rebelión militar, con diferentes resultados
Son tres procesos de diferente naturaleza y relativamente autónomos entre sí. De su combinación exhaustiva se obtienen diferentes situaciones. Algunas de ellas podrían enunciarse así: Una combinación incluiría la rebelión militar, sin las dos primeras premisas. Puede acudirse en este caso a los ejemplos de la rebelión militar portuguesa de 1926, y a la griega, protagonizada por el general Metaxas en 1936. Otra combinación cambia de escenario y solo incluye la movilización intensa, sin interpretación extendida ni rebelión militar. Así ocurrió, por ejemplo, en Francia y en Gran Bretaña –salvo Irlanda- del periodo 1918-1920. Por último, pueden combinarse la movilización y la interpretación, sin desenlace en una rebelión militar, como enseña el ejemplo de Francia en 1936. (4)
Todas estas combinaciones indican que no hay una relación automática entre los tres elementos. De esa manera, es seguro que la rebelión militar no constituye la respuesta necesaria o única a una situación de movilización intensa. La combinación más interesante es la última, que se centra en la falta de capacidad o interés de los militares en realizar una rebelión militar (caso de Francia, en 1936). Porque los ejércitos no se sublevan cada vez que a algunos jefes y oficiales no les gusta lo que pasa en su país. O no pueden sublevarse, o fracasan cuando lo intentan.
El caso es que en la España de 1936 no fueron la movilización, la violencia o la falta de autoridad, sino las iniciativas y capacidades de los militares sublevados las verdaderas responsables de facilitar el derrumbe del Estado en julio de 1936 y el inicio de la guerra, con su decisión de continuar su rebelión a pesar de no conquistar Madrid, principal objetivo de la sublevación militar.
La República no fracasó en julio de 1936 y tampoco, entre otras muchas cosas, se produjo un enfrentamiento de oposición a la República en la calle de carácter civil. Lo que tuvo éxito fue la intervención de unos jefes y oficiales que interpretaron la situación política perjudicial para su corporación y tuvieron suficientes capacidades –armadas- para rebelarse.
Con la relativa distinción entre movilización en la primavera y rebelión militar en el verano, puede estudiarse la movilización de los meses posteriores al triunfo de la coalición de izquierda en las elecciones de febrero. Las manifestaciones, los mítines, las huelgas y los enfrentamientos violentos entre adversarios y con la policía pueden analizarse sin el lastre de la rebelión militar y el inicio de la guerra de Los Tres Años.
La movilización
El triunfo electoral de la coalición de izquierda en febrero de 1936, con un programa pactado de re-implantación de las reformas de la primera legislatura, la amnistía y la formación de un Gobierno republicano con el apoyo de una mayoría parlamentaria, abrió una oportunidad para la exposición de demandas, programas y quejas a cargo de algunos grupos -algo muy habitual en estos casos, pero de carácter efímero, como en Francia-. De la manera similar a que esa misma victoria electoral cerró la oportunidad para otros grupos, relacionados en principio con las opciones políticas y sociales derrotadas en las urnas.
A partir del 16 de febrero, se produjeron ocasiones para mostrar el respaldo al Gobierno y exigir el cumplimiento del programa electoral, sustanciado en la reposición de Ayuntamientos, la readmisión de despedidos tras la huelga general de octubre de 1934, la reforma agraria, etc. Ocasiones también para reclamar lo que no aparecía en el programa de la coalición, como el desplazamiento de la Iglesia del centro sagrado de las relaciones sociales, la exigencia de medidas para la reducción del paro, el control de las condiciones laborales por los sindicatos, así como la profundización en el cambio de autoridades locales, más allá de la mera reposición de los consistorios elegidos en abril de 1931. La reclamación de una serie de demandas de los grupos de izquierda, en definitiva, se produjo para que el Estado interviniera en la solución de muy diferentes conflictos. Ahora, lo que debería pensarse es si el Estado tenía suficientes capacidades para poder satisfacer esas demandas.
El Estado español poseía en 1936 escaso poder infraestructural, debido a la descoordinación, descentralización y falta de recursos económicos y humanos para aplicar las principales políticas públicas Esa situación adversa era compatible con la adquisición estatal de una capacidad razonable para dominar el centro de la política pública, a través de su poder de negociación con las direcciones nacionales de los partidos. Poseía, además, bastante poder despótico, a partir de un control policial, con numerosos efectivos, pero problemático, desequilibrado y, en muchas ocasiones, ineficaz. La policía y, en menor medida, el ejército regular, fue el protagonista de los enfrentamientos, al ser el único actor que participó en la mayoría de ellos, bien al desplegarse para impedir la movilización, bien disolviéndola pacíficamente o con el uso de sus armas.(5) En resumen, el Estado español poseía suficientes recursos para intervenir en algunas áreas de la vida social, y escasos para hacerlo en otras. Por ello, los gobiernos no podían satisfacer ciertas demandas planteadas de manera pública, abierta y conflictiva a través de la movilización.
Oleadas de movilización
La movilización se produjo, en primer lugar, en oleadas de un alcance casi nacional. Fueron las manifestaciones de júbilo, hasta los primeros días de marzo, en las que los participantes quisieron mostrar su entusiasmo por la victoria electoral de la coalición de izquierda, su apoyo al Gobierno republicano y sus exigencias de cumplimiento inmediato del programa pactado. Las manifestaciones se desarrollaron con mucha participación y en casi todas las ciudades y numerosas localidades pequeñas a lo largo de la geografía española.
Fueron las procesiones religiosas de la Semana Santa, justo días antes de las conmemoraciones del 14 de abril, en la que los católicos pudieron demostrar, con los rituales tradicionales, la actualidad de sus creencias y el respaldo social a la Iglesia católica. El eco de aquellas celebraciones se dejo sentir con mayor alcance en Sevilla y en Madrid, al ser reseñadas con un mayor despliegue informativo en la prensa católica de todas provincias.
Fueron las ceremonias del Quinto aniversario de la República, el 14 de abril, con la participación prioritaria de las autoridades nacionales y locales, además del Ejército, a través de desfiles militares, la inauguración de escuelas y los banquetes de las organizaciones republicanas más arraigadas en cada lugar.
Y, por último, fue el Primero de Mayo, la Pascua del proletariado, la fiesta reivindicativa obrera desplegada para demostrar el poder de la clase y reforzar esa identidad entre sus participantes. Significo el regreso de la clase al panorama político, cuando hasta entonces se había eclipsado por su integración en la identidad más amplia de pueblo. Además, a partir de esa fecha, comenzó una oleada de huelgas que atravesó diferentes sectores y ciudades, alcanzando a decenas de miles de trabajadores, aunque no con la magnitud de las huelgas y ocupaciones de fábricas francesas de junio de ese mismo año.(6)
En segundo lugar, sin agruparse en el tiempo y, al contrario, esparcida en todos aquellos meses, se produjo una movilización de carácter local, en la mayoría de los casos sin coordinación nacional, en forma de centenares de mítines dominicales –con preferencia en plazas de toros y teatros-, manifestaciones dispersas, desfiles urbanos de las juventudes socialista y comunista, cientos de recogidas de firmas para el planteamiento de peticiones, marchas, asambleas y reuniones con los más variados propósitos sindicales y políticos, cierre de comercios, así como un buen número de huelgas agrícolas desde mediados de marzo y por tres meses, etc.
Características de la movilización
A pesar de la variedad de movilizaciones pacíficas y de enfrentamientos con violencia, existe entre los historiadores y ensayistas una tendencia a resaltar el clima de movilización, un ambiente global de enfrentamiento: violento por un lado y de ocupación constante de la calle, por otro. Así, se agrupan conflictos inconexos, incidentes desiguales, distintos responsables, condiciones particulares y ritmos diferentes de cada oleada. Así también, se reduce la política republicana a la protesta callejera y al ejercicio de la violencia.
No creo que deba confundirse la existencia de “climas” o “ambientes” con la “enorme presencia” de la movilización en la política republicana de la primavera de 1936.(7) Formaba parte, como señaló Manuel Azaña, de una disputa contemporánea por la participación en el poder “de elementos nuevos de la sociedad”, hasta entonces excluidos.(8) Ocurrió de forma similar en la Francia de mayo de 1936, con el acceso del “pueblo” a la política pública y la resistencia consiguiente. Tanto en Francia como en España, esa participación transcurrió en el marco de una lucha por el poder en la política pública, en la calle y en la ciudadanía, en un proceso político improvisado, lleno de interferencias y con resultado impredecible para los protagonistas; un proceso de politización de la vida diaria, de politización de la fraternidad, de cualquier fraternidad, en la que el pueblo, cualquier pueblo, era el sujeto de soberanía y de movilización.
Tanto en forma de oleadas como de carácter disperso, la mayoría de estas movilizaciones se produjo de manera pacífica en todo su desarrollo o comenzó siéndolo. Las movilizaciones fueron toleradas por las autoridades en muchas ocasiones al menos hasta el mes de mayo. Correspondieron a un repertorio de formas convencionales, es decir, muy conocidas, utilizadas y legales. A la vez, tuvieron una participación masiva, y por encima de demandas concretas, en general, sus protagonistas buscaron el reconocimiento del Gobierno y enviaron un mensaje a los adversarios de su superior respaldo social.
La movilización fue diferenciada, por ser distintos los conflictos y los grupos que los respondían. Fue dispersa o descoordinada, al ser de alcance local la mayoría de ella. Fue muy variada y rica en cuanto a los tipos de movilización, desplegada con ritmos diferentes y “frenética” hasta el mes de junio, debido, entre otras razones, a las prohibiciones gubernamentales y el control policial que elevo el coste de la movilización a partir de ese mes. Por último, no fue revolucionaria, ya que ningún grupo protagonizó la totalidad de la movilización, ni dispuso de una estrategia o capacidad para conquistar el poder. Solo los carlistas hubieran podido desplegar acciones revolucionarias, a condición de efectuarlas en una parte muy pequeña de España, a la manera de las revueltas del siglo XIX.
Por su directa participación en la política del régimen republicano, el repertorio de movilización de 1936 dirigió en muchas ocasiones mensajes aclaratorios sobre las características de un conflicto para los participantes, gobiernos, adversarios y observadores. Lo que podría denominarse, por un lado, las bases de la injusticia, en que consistía el conflicto, el agravio inferido. De otro, sus responsables, los agentes de la injusticia señalada; y los afectados por los conflictos, incluyendo a seguidores, camaradas o compañeros agraviados con las víctimas directas. Los mensajes sobre el conflicto incluían además una codificación de las reclamaciones, objetivos, fines o metas que, de conseguirse, superarían las situaciones de injusticia vigentes. Por último, la manifestación, el mitin, la marcha, el entierro, la huelga o cualquier otro tipo de movilización del repertorio intentaba resaltar la virtualidad de la actuación, a través de mensajes de respetabilidad, unidad, número y compromiso.
Respetabilidad: con la profusión de los símbolos de la movilización; muestras de entusiasmo; comportamiento moderado, ordenado y con disciplina; ropa aseada; participación de autoridades, personas mayores y madres con infantes… El mensaje de respetabilidad representa la forma mas visible de expresar la vinculación de los afectados, los participantes y sus reclamaciones con la parte más seria, honorable y reconocida de la sociedad vigente, justo la más alejada de la por muchos considerada hez de la sociedad.
Unidad: compartiendo actitudes, insignias, banderas, pancartas, indumentarias, silencios, canciones, eslóganes; marchando en filas… El mensaje de unidad constituye la forma más visible de expresar afinidad, avenencia, acuerdo, conformidad de los participantes en torno a una reclamación, la forma de presentarla en público o una identidad colectiva; justo lo contrario de la discrepancia, la división e incluso de la confrontación entre miembros de una misma comunidad.
Número: Cuantía, dimensión, grandiosidad. Suma de firmas de respaldo a una petición o de asistentes a una manifestación. Lleno del recorrido: la presidencia de la manifestación llega al lugar para disolverse mientras la cola de la manifestación aún no ha iniciado la marcha… El mensaje de número es la forma más visible de expresar el respaldo y alcance sociales de una propuesta o la representatividad social de un grupo.
Compromiso: recorrido de varios kilómetros a pie; desafío del mal tiempo a la intemperie; participación de personas mayores o discapacitadas; resistencia a la represión; sacrificios ostentosos; suspensión de la vida cotidiana con cierre de comercios y paro de las actividades laborales… El mensaje de compromiso se compone de expresiones del sentido del deber y la responsabilidad de los participantes, así como del empeño en la resolución de un conflicto.
Esos mensajes pudieron transmitirse durante la movilización a través de estas “señales” de carácter icónico y lingüístico, así como por medio de la propia experiencia ritual en su conjunto. Existió, además, una retórica en forma de “repertorio de papel”, en el que la prensa fue el cauce de expresión de los mensajes. La experiencia movilizadora se duplicaba con su inserción en los periódicos, al poseer estos una autonomía relativa en la narración del acontecimiento. La prensa no reproducía de manera exacta la experiencia, la creaba, mediante un nuevo relato. Al garantizarse de manera relativa la libertad de expresión y de prensa en el régimen republicano de 1936, la diversidad de orientaciones políticas de las empresas periodísticas inducia a la variedad de mensajes, en muchas ocasiones distintos o divergentes, sobre el mismo acontecimiento. El caso mas repetido de discrepancia se refirió al mensaje de número, al entablarse ya en el siglo XIX la “guerra de cifras” para contabilizar la cantidad de personas asistentes a un mitin, a una manifestación u otra forma de actuación colectiva. La prensa simpatizante de los organizadores de la movilización solía engrandecerla, al resaltar los elementos de respetabilidad, unidad, número y compromiso presentes; la prensa neutral o adversaria, al contrario, resultaba ecuánime, ocultaba o invertía los mensajes para sus lectores. Las interpretaciones realizadas por la prensa resultaron tan relevantes o más que las elaboradas por los propios participantes, al ser recibidas por un mayor número de personas. Los significados de la movilización alcanzaron una importante extensión y profundidad en la prensa, a través de sus relatos e interpretaciones, al enlazar de manera expresa las cualidades de los dirigentes y participantes con la experiencia de la movilización y la lucha política entre diferentes grupos, incluidos los gobiernos. Las crónicas de los periódicos, además, extendieron el acontecimiento a otros lugares, con lo que su repercusión llego a ser mayor. Como en otro tipo de movilizaciones colectivas, la prensa resulto determinante a la hora de dotar de un alcance nacional o internacional a un acontecimiento, en principio, con una dimensión local.
La mayoría de las movilizaciones analizadas se terminó después de mayo de 1936, debido por un lado a la rutinización, es decir, la falta de rentabilidad de los tipos de movilización utilizados de manera cotidiana hasta entonces, y, por otro, a la prohibición por parte de las autoridades de las manifestaciones y su sustitución por una enorme participación en las huelgas. Estas y las anteriores movilizaciones pudieron convertirse en enfrentamientos violentos, sobre todo con la intervención de adversarios y policías.
Violencia y movilización
Las movilizaciones violentas incluyeron colisiones con las policías; reyertas entre adversarios; asaltos, con o sin incendio, de centros políticos, edificios religiosos, de la prensa, de fábricas y talleres, cultivos o casas particulares; hogueras con enseres arrojados a la calle; destrucción de maquinaria; agresiones personales, tiroteos y atentados. Algunas de estas formas de violencia han sido resaltadas y computadas como habituales en la primavera de 1936. Es razonable tener presente, sin embargo, que la mayoría relativa de las formas de violencia formó parte de la movilización en general, y que las acciones pacificas fueron mucho más numerosas, aunque con menor alarma y repercusión mediática que las violentas. Los casos violentos se originaron en forma de respuesta a la movilización y a la desmovilización, en despliegues simultáneos con aquella, en cadena o espiral y, por último, algunos de ellos, en oleadas; es decir, como las dinámicas de acción colectiva pacifica, con el aprovechamiento de oportunidades y en respuesta a la percepción de amenazas.(9)
Con el objeto de realizar reclamaciones públicas, abiertas y conflictivas en ese periodo, los españoles no consideraron ineludible acudir, ni lo hicieron de manera generalizada, a políticas de movilización de carácter violento.
Sin embargo, el proceso político abierto tras el triunfo de la coalición de izquierda en las elecciones de febrero de 1936 y las reformulaciones legislativas realizadas por el cumplimiento del programa electoral, supuso una situación que facilitaba el conflicto, y por ende, el enfrentamiento con violencia y sin ella. Un cambio de esa naturaleza en la escena política nacional influyo sobremanera en las relaciones sociales locales, afectando a las posiciones dominantes y de deferencia anteriores. Reclamar una modificación en esas posiciones se convirtió en una situación lógica durante esos meses. La violencia individual y colectiva pudo ser una de las respuestas a esas reclamaciones y esos cambios.(10)
En ese contexto político de enfrentamiento habitual -también de carácter violento- en los procesos democratizadores, existieron una serie de circunstancias que facilitaron la amenaza o el uso de la violencia como recurso político.
Pueden distinguirse cinco tipos de situaciones o circunstancias por completo distintas unas respecto de otras para la creación de enfrentamientos de carácter violento en la primavera de 1936:
1) Agresiones de los adversarios e intervenciones de la policía en las manifestaciones, como las de júbilo, mencionadas con anterioridad. Los resultados de esas interferencias en las movilizaciones pacificas fueron: la comisión de heridos o muertos por disparos de bala y, en menor medida, por arma blanca; el cambio de escala de la movilización, al convertirse una manifestación o un mitin en una huelga general, el incendio o el asalto de edificios; y el efecto espiral, con la realización de represalias sobre los provocadores anteriores.
Uno de los ejemplos más espectaculares de este tipo de circunstancias agitadoras de violencia sucedió en Granada, a partir de la celebración el domingo 8 de marzo de un mitin y una manifestación electorales de carácter pacífico, a las que siguió una agresión falangista que desembocó en una reyerta entre estos y adversarios izquierdistas. La reyerta produjo heridos y, como consecuencia de ello, las organizaciones sindicales convocaron una huelga general con manifestación; de resultas de la cual se produjeron más enfrentamientos entre manifestantes y policía, asaltos a iglesias, sedes de partidos políticos y tiendas de comestibles y, por último, la manifestación en forma de entierro de dos obreros muertos por disparos de la Guardia civil el día 13 de marzo.(11)
La intervención policial, en general, se produjo al prohibirse la ocupación de la calle por parte de los ministros de la Gobernación y los Gobernadores civiles, al considerar que el ejercicio del derecho de reunión pública en lugares abiertos no era un derecho sino un problema de orden público, como había sido el pensamiento gubernamental durante toda la República y, con anterioridad, durante la Restauración. La perpetración de víctimas por disparos de la Guardia civil o la de Asalto careció, en general, de un alto coste político para el Gobierno, debido a las leyes de excepción prorrogadas con la aprobación de las Cortes, por el apoyo de la mayoría parlamentaria a los gobiernos, y a causa de la prioridad de la seguridad sobre los derechos ciudadanos, defendidos casi en exclusiva por los compañeros de los afectados. En escasas ocasiones, incluso, se abrieron expedientes a los autores de los disparos, como en el caso del sargento de la Guardia civil en el transcurso de una manifestación de júbilo en Las Palmas.(12)
2) En las movilizaciones con un índice de participación bastante alto, los participantes no presentaban una homogeneidad política y estratégica coherente con los objetivos de los convocantes. Era habitual la participación de los llamados “márgenes” de la movilización que aprovechaban la ocupación de la calle por una parte considerable de la población para la realización simultanea de incendios, asaltos, hogueras y reyertas con los adversarios. El aprovechamiento de esa circunstancia se complementaba mejor si se conocía la ausencia de policía en otros lugares distintos del señalado para la manifestación principal. De forma muy generalizada ocurrió así el 20 de febrero de 1936, cuando se dio la circunstancia conocida por los protagonistas en general de un intervalo entre los gobernadores civiles cesantes y por nombrar a cargo del nuevo Gobierno salido de las urnas. De ahí, que ese día no existiera una autoridad reconocida y firme que pudiera desplegar la policía de forma eficaz, tanto alrededor de la movilización autorizada, como en el resto de la ciudad. Ese fue el caso de El Ferrol, A Coruña, donde al finalizar una manifestación de júbilo autorizada fueron asaltados los locales del Casino ferrolano, Acción Popular, Falange Española y el Convento de los frailes del Corazón de María; sacaron los muebles, enseres y bibliotecas de todos ellos e hicieron hogueras. Una parte de los actuantes se trasladó al pueblo de Serantes, para asaltar la Casa rectoral, destrozando el mobiliario y enseres y sustrayendo dinero y alhajas, propiedad del párroco. El mismo grupo pudo trasladarse después al pueblo de Carranza e incendio la iglesia. De inmediato se trasladó a Perlio y sus integrantes hicieron hoguera con las imágenes y enseres de la iglesia parroquial. Todas las acciones fueron posibles en poco tiempo al ser estos pueblos limítrofes con El Ferrol.(13)
3) Ejercicio de la violencia como respuesta a la propagación de rumores de ataques y agresiones –también reales- de los grupos rivales, incluida la violencia de las policías. En Vigo, un Comandante de Infantería disparó contra un obrero carpintero al defender a una persona acusada de fascista de la persecución por unos obreros. Al conocerse la muerte del obrero por la agresión del militar, 400 o 500 personas, en su mayoría mujeres y niños, incendiaron la casa donde se cobijaba el Comandante. La multitud pinchó las ruedas del camión de bomberos antes de salir para que estos no pudieran apagar el fuego. Las fuerzas de Asalto detuvieron al Comandante y al fascista, la camioneta policial fue apedreada y los policías “dispararon al aire” resultando varios heridos. Como consecuencia, los sindicatos declararon la huelga general, pero las propias organizaciones políticas de izquierda y de la CNT suspendieron la proyectada manifestación para esa tarde y aconsejaron el regreso al trabajo.
Todo este caso muestra como, a través de una agresión casi individual de los adversarios se convierte en una cadena de acciones más colectivas, por ejemplo, en forma de incendios y de convocatoria de huelga general.(14)
4) La violencia procedía también de las movilizaciones ancladas en el repertorio comunitario de acción colectiva que, se recordara, correspondía a formas de protesta propias de los siglos XVIII y XIX, de carácter local, rígido y violento. La violencia ejercida por las distintas comunidades “sustituía” a la practicada tradicional y legalmente por las autoridades hasta en sus mismas manifestaciones, como el castigo ejemplar –cencerrada-, la ejecución publica – la quema en efigie-, el fuego destructor –ataque e incendio de talleres, propiedades, edificios religiosos o cosechas.(15)
Las ocupaciones de tierras se realizaron desde el mes de marzo y hasta el de mayo, a partir de los anuncios y decretos del Gobierno para reiniciar la aplicación de la ley de reforma agraria, aprobada en la primera legislatura republicana. Esta forma de acción transgresora implicaba el enfrentamiento violento de forma necesaria para realizarse, al encontrar la reacción de propietarios, guardias jurados y, sobre todo, la Guardia civil que ordenaba el desalojo y detención de los ocupantes. El caso de enfrentamiento violento mas espectacular fue el ocurrido en Yeste, Albacete, el 29 de mayo al invadir unos paisanos una propiedad cercana al pueblo y talar cientos de pinos. Al agredir el grupo a un guardia civil causándole la muerte, sus compañeros dispararon contra aquel y provocaron 17 muertos.(16)
Las reyertas, producidas con mayor asiduidad desde marzo hasta el 12 de julio, y que con relativa frecuencia ofrecían como resultado heridos de arma blanca, estacas y, en menor medida, armas de fuego, entroncan con las peleas locales tradicionales de jóvenes. La característica novedosa que puede subrayarse es la politización de las peleas, tanto por la pertenencia de los jóvenes a organizaciones políticas, como por su atuendo uniformado y el revestimiento político de los motivos para enfrentarse. La politización subía de tono cuando algunos de los jóvenes portaban armas de fuego. En el contexto de enfrentamientos constantes aunque sin víctimas, se produjo una reyerta más en Olmedo, Valladolid, entre falangistas y socialistas, esta vez con dos jóvenes muertos de los segundos.(17)
Además de la destrucción de fábricas mediante el fuego, y de maquinaria, sobre todo agrícola, el repertorio tradicional se concentró sobre todo en el asalto a centros políticos, redacciones e imprentas periodísticas, iglesias católicas y tiendas de comestibles. En algunos de estos asaltos se incluyó la creación de hogueras con los enseres arrojados a la calle. En todos los casos, a la violencia ejercida como castigo ejemplar, se añadió el objetivo de la presión sobre las autoridades para resolver el problema del paro o eliminar de la escena política a los adversarios, a los que con el ataque se pretendía además amedrentar para impedir de manera directa futuras intervenciones políticas.(18)
5) Por último, durante la primavera de 1936 se produjo también violencia asimétrica, es decir, ataques sobre el blanco escogido –bien sean grupos de población, dirigentes políticos o miembros del gobierno-, sin que aquel pueda defenderse ante la forma o despliegue de fuerza. Cuando este tipo de violencia colectiva tiene éxito llama la atención sobre un determinado conflicto, la presencia de un grupo, una demanda o un proyecto político, además de provocar la vulnerabilidad del adversario y recomponer a favor de sus perpetradores una previa desigual distribución de poder con las fuerzas a las que se opone. La violencia asimétrica en 1936 tomo la forma de atentados como respuesta a rivalidades laborales y políticas. Siempre como represalia, comenzó un ciclo muy intenso al protagonizarla los miembros de Falange Española desde la segunda semana de marzo, cuando se pasó de los atentados contra afiliados o militantes de las organizaciones a perpetrase contra dirigentes destacados de estas o miembros relevantes de la administración. El cambio de escala aconteció con el atentado sobre Luis Jiménez de Asúa y su escolta cometido el 12 de marzo.(19)
La violencia asimétrica, en general, no tuvo estrecha relación con la movilización, aunque pudo desencadenar enfrentamientos como huelgas generales, manifestaciones y cortejos fúnebres. Mayor importancia tuvo las repercusiones políticas de este tipo de violencia. Uno de los resultados de la violencia perpetrada por los falangistas fue su ilegalización a escala nacional, como había ocurrido en Francia con grupos similares tras el atentado contra el dirigente socialista Léon Blum.(20)
Como una actuación de represalia por el asesinato del Teniente de la Guardia de Asalto, José del Castillo, el atentado contra José Calvo Sotelo al día siguiente puede considerarse un “agravio súbito”. En muchas ocasiones se afirma que el dirigente monárquico era el líder de la oposición en el Parlamento. El que actuaba como tal, sin embargo, era José María Gil Robles, y Calvo Sotelo solo puede considerarse el máximo dirigente de la opción monárquica, muy minoritaria con respecto a otras adversarias del Gobierno y de la mayoría parlamentaria. Stanley Payne ha considerado, sin embargo, que el atentado contra Calvo Sotelo tuvo un significado similar al ocurrido contra Giacomo Matteotti en Italia en 1924 y, en el caso español, precipitó la guerra.(21)
Con independencia de la opción política que representaba y en cuanto a sus consecuencias, el asesinato de Calvo Sotelo podía ser semejante al cometido en Nicaragua contra Pedro Joaquín Chamorro en 1978 o, en Filipinas, contra Benigno Aquino en 1983, por la repercusión mediática en sus respectivos escenarios políticos. A diferencia del caso español, después de los atentados en estos dos países, personalidades y grupos moderados se sumaron a la rebelión contra sus dictaduras. En España, en cambio, solo produjo -en todo caso- la ampliación del frente militar contra el Gobierno, ya que ningún grupo político, neutral o en sintonía gubernamental con anterioridad, paso a formar parte, después del asesinato, de una coalición revolucionaria.
Epílogo
La coalición revolucionaria en la España de 1936 tuvo, en esencia, un carácter militar. Fueron parte de los jefes y oficiales del Ejercito la que ocupo la calle desde el 17 de julio para desplazar al Gobierno y sustituirlo. La movilización civil de la primavera de 1936 no tuvo conexión, ni fue parte, ni siquiera el principal motivo de la rebelión militar.
Si la movilización civil de la primavera de 1936 no desembocó en una guerra, sin embargo, como la anterior a esa fecha, si tuvo consecuencias en el desarrollo bélico y, más en concreto, en las campanas de aniquilación desplegadas en ambos bandos sobre todo en los seis primeros meses del conflicto. En el bando rebelde, por ejemplo, se produjo un proceso de identificación del enemigo con una perspectiva orientada al pasado. Una parte de los españoles era, para los rebeldes y sus seguidores, enemiga porque había actuado en la primavera de 1936 a través de mítines, manifestaciones, marchas, huelgas y había participado de manera protagonista en los enfrentamientos con la Guardia civil, en las reyertas o en los asaltos a sedes, iglesias e imprentas. En virtud de esa identificación, en el bando rebelde se otorgó prioridad a los “ajustes de cuentas” por los enfrentamientos de la primavera: el júbilo, el enfrentamiento y la violencia pasaron factura a quienes creyeron vencer en las elecciones de febrero y habían ocupado la calle en los meses posteriores.
Notas
1 El Socialista, 15-3-1936.
2 Entre los autores de este tipo de argumentos con distintos énfasis, pueden destacarse: LINZ, J. J. From Great Hopes to Civil War: The Breakdown of Democracy in Spain. En LINZ, J. J. y STEPAN, A. (eds.). Breakdown of Democratic Regimes. Baltimore: John Hopkins University Press, 1978; PAYNE, Stanley. El colapso de la República: Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936). Madrid: La Esfera de los libros, 2005; BERNECKER, Walter. Spain: The Double Breakdown. En BERG-SCHLOSSER, D. (ed.) Conditions of Democracy in Europe. Nueva York: Palgrave, 2000; MACARRO VERA, José Manuel. Socialismo, República y revolución en Andalucía (1931-1936). Sevilla: Universidad de Sevilla, 2000; y GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo. La dialéctica de las pistolas. La violencia y la fragmentación del poder político durante la Segunda República. En LEDESMA VERA, J.L. et al. (coords.) Culturas y políticas de la violencia en la España del siglo XX. Madrid: Siete Mares, 2005. Una actualización del argumento sobre el comienzo de la guerra en octubre de 1934, en MOA, Pío. Los orígenes de la Guerra Civil Española. Madrid: Encuentro, 1999.
3 Véase, por ejemplo, COLAS, Emilio. La gesta heroica de España: el movimiento patriótico de Aragón. El Heraldo de Aragón, 1936. La historia de la Cruzada (1940-1943) de Joaquín Arrarás codificó la argumentación para unas cuantas décadas.
4 HAIMSON, Leopold y TILLY, Charles (eds.) Strikes, Wars, and Revolutions in an International perspective. Cambridge: Cambridge University Press, 1989; RAMOS, Rui. A Segunda Fundaçao (1890-1926). En MATTOSO, J. (ed.) Historia de Portugal. Lisboa: Círculo de Lectores, 1994; MESSAS, Kostas. Greece. En DANOPOULOS, Constantine P. y WATSON, Cynthia (eds.) The Political Role of The Military. An International Handbook. Westport Conn. : Greeenwood Press, 1996; WOLIKOW, Serge. Le Front populaire en France. Bruselas: Complexe, 1996.
5 Las capacidades de los Estados, en MANN, Michael. The Autonomous Power of the State: Its Origins, Mechanism and Results. En HALL, J. A. (ed.) States in History. Oxford: Basil Blackwell, 1987.
6 Un análisis de esta oleada de movilizaciones en España, en CRUZ, Rafael. En el nombre del pueblo: República, rebelión y guerra en la España de 1936. Madrid: Siglo XXI, 2006. Para las huelgas en Francia, LEFRANC, Georges. Juin 36, l’explosion sociale. Paris: Julliard, 1966.
7 La enorme presencia es una frase de El Socialista, 2-5-1936.
8 ABC, 16-4-1936.
9 Algunos de los resúmenes de la violencia colectiva durante la primavera de 1936, pueden encontrarse en PAYNE, Stanley. Political Violence During the Spanish Second Republic. Journal of Contemporary History, vol. XXV, n.º 2-3, mayo-junio 1990, y El colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936). Madrid: La Esfera de los libros, 2005; MANN, Michael. Fascists. Nueva York: Cambridge University Press, 2004; LINZ, Juan J. From Great Hopes to Civil War: The Breakdown of Democracy in Spain. En LINZ, J. J. y STEPAN, A. (eds.). Breakdown of Democratic Regimes. Baltimore: John Hopkins University Press, 1978; CIBRIÁN, R. Violencia política y crisis democrática: España en 1936. Revista de Estudios Políticos, n.º 6, noviembre-diciembre 1978; BLÁZQUEZ MIGUEL, Juan. Conflictividad en la España del Frente Popular. Historia 16, n.º 328, 2003; DEL REY REGUILLO, Fernando. Reflexiones sobre la violencia política en la II República española. En M. GUTIÉRREZ SÁNCHEZ, M. y PALACIOS CEREZALES, D. (eds.) Conflicto político, democracia y dictadura. Madrid: CEPC, 2007; CRUZ, Rafael. En el nombre del pueblo. República, rebelión y guerra en la España de 1936. Madrid: Siglo XXI, 2006.
10 GOULD, Roger V. Colission of Wills: How Ambiguity about Social Rank Breeds Conflict. Chicago: University of Chicago Press, 2003.
11 PS Madrid, 1536. Archivo General de la Guerra Civil; Mundo Obrero, La Libertad y El Socialista de aquellos días. ALARCÓN CABALLERO, José Antonio. El movimiento obrero en Granada en la II República (1931-1936). Granada: Diputación Provincial de Granada, 1990, p. 426.
12 PS Madrid, 152. Archivo General de la Guerra Civil.
13 Éste y más ejemplos, en “Relación de desórdenes por provincias”. PS Madrid, 1536. Archivo General de la Guerra Civil. El ejemplo más amplio y complicado puede ser el de Alicante, en ORS MONTENEGRO, Miguel. La represión de guerra y posguerra en Alicante (1936-1945). Alicante: Generalitat Valenciana; Instituto de Cultura “Juan Gil-Albert”, 1995.
14 “De Gobernador Civil de Pontevedra a Ministro de la Gobernación”, 13 de mayo 1936. PS Madrid, 2376. Archivo General de la Guerra Civil.
15 Este repertorio es una creación de TILLY, Charles. From Mobilization to Revolution, Reading, Mass., Addison-Wesley, 1978. Véase también, THOMPSON, E.P. La economía “moral” de la multitud en la Inglaterra del siglo XVIII: Costumbres en Común. Barcelona: Crítica, 1995 [1971]. Un resumen del repertorio comunitario en España, en CRUZ, Rafael. El mitin y el motín. La acción colectiva y los movimientos sociales en la España del siglo XX. Historia Social, n.º 31, 1998.
16 Solidaridad Obrera, 3-6-1936; El Socialista y El Debate, 6 de junio del mismo año. Un análisis pormenorizado, en REQUENA GALLEGO, Manuel. Los sucesos de Yeste. Albacete: Instituto de Estudios Albacetenses, 1983.
17 PRADO MOURA, Ángel de. El movimiento obrero en Valladolid durante la II República (1931-1936). Valladolid: Junta de Castilla y León, 1985. Otros ejemplos en conexión con las peleas juveniles tradicionales, en GUTIÉRREZ FLORES, Jesús. Crónicas de la Segunda República y de la Guerra civil en Reinosa y Campóo. Casar del Periedo Cantabria: Imgraf, 1993.
18 Existe abundante bibliografía local sobre estos tipos de actuaciones. Un resumen, en CRUZ, Rafael. En el nombre del pueblo. Madrid: Siglo XXI, 2006.
19 El Socialista, 13-3-1936.
20 RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, José Luis. Historia de la Falange Española de las JONS. Madrid: Alianza, 2000. Para el caso francés, GREILSAMMER, Ilan. Blum. París: Flammarion, 1996.
21 PAYNE, Stanley. El colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936). Madrid: La Esfera de los libros, 2005.
Fuente: Ballarín Aured, Manuel y Ledesma, José Luis (coords.), La República del Frente Popular: reformas, conflictos y conspiraciones, Zaragoza, Fundación Rey del Corral de Investigaciones Marxistas, 2010, pp. 121-138.
Portada: celebración del triunfo electoral del Frente Popular en la plaza de la Cibeles de Madrid (foto: Alfonso/AGA/VEGAP)
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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La cita del comienzo es muy significativa: me recuerda la película Mars atacks donde los marcianos perseguían a los humanos gritándoles que no tuviesen nada que temer ya que ¡somos amigos!.Fuera bromas, discrepo de la comparación entre 1936 y 1981 ya que las movilizaciones durante la Transición hasta el intento de golpe del 23-F se efectúan para establecer y defender un régimen democrático-liberal de corte europeo donde el techo era el modelo socialdemocrático asumido por el PSOE y el PCE. Por el contrario, las movilizaciones durante la campaña electoral del 36 y tras el triunfo (por cierto fraudulento en muchos aspectos) del Frente Popular, no son en defensa del régimen democrático-liberal sino de un modelo de democracia jacobina, con el que coincidirían los republicanos de izquierda pero no de centro (Lerroux), en el cual finalmente estarían excluidos (eliminados) los partidos de derechas y cuyo horizonte era un modelo si no completamente socialista (no socialdemócrata como defendía el PSOE en el bienio inicial a imitación de Weimar) al menos lo más aproximado posible y cercano a una dictadura de hecho. Por eso, la cita del encabezamiento provoca una mueca de amargo escepticismo.