Reseña del libro divulgativo «Atapuerca, un millón años de evolución humana”, de Eudald Carbonell y Marta Navazo, directora del Museo la Evolución Humana (ed. Salvat, 2023), que ofrece un estado la cuestión sobre los hallazgos de los yacimientos burgaleses y la historia de una ingente labor arqueológica de casi cinco décadas. Los yacimientos son reconocidos entre los más importantes del mundo, tanto por la variedad y abundancia de los hallazgos (que incluyen cinco especies de homo, entre ellas una inédita, el Antecessor), como por la amplitud cronológica de los mismos, que supera el millón de años, desde el Pleistoceno hasta la Edad del bronce. Como los hallazgos han sido continuos en todo este tiempo y seguramente seguirán, la publicación invita a conocer en qué momento se halla la investigación y qué perspectivas tiene.

 

 

Aunque los yacimientos de Atapuerca fueron descubiertos hace más de un siglo, su investigación sistemática comienza en 1978, cuando el profesor Emiliano Aguirre la inicia formando un equipo multidisciplinar en el que pronto están los actuales codirectores del proyecto: José Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell, que, como ellos mismos dicen, han hecho su cursus honorum en Atapuerca y todavía siguen en la brecha. Los esfuerzos del equipo han ido desde el principio en tres direcciones: la investigación en los propios yacimientos, su promoción en los ámbitos académicos y científicos y la socialización o divulgación entre el gran público. En los tres ámbitos con resultados muy notables, como corresponde a uno de los lugares prehistóricos más importantes del mundo, tanto por la abundancia y variedad de los restos hallados como por la amplitud cronológica de los mismos, que abarcan desde “el primer europeo” de hace 1,2 millones de años (en el Pleistoceno o época de las glaciaciones) hasta el que llaman “el hombre moderno”, es decir, Homo sapiens, en las épocas del neolítico y de la Edad del Bronce. Se ofrece así “una visión holística del género Homo en su contexto en el último millón de años”.

Una breve referencia a la historia de la paleoantropología puede ayudar a situar Atapuerca en el panorama científico global.

La prehistoria es una ciencia relativamente reciente. Cuando Carlos Linneo colocó a los humanos en su taxonomía biológica en la décima edición de su Historia Naturalis (1757) solo puso dos especies dentro del género Homo: el Sapiens y el Silvestris, es decir, el orangután, ambos dentro del orden de los mamíferos primates. Linneo no veía mucha diferencia entre uno y otro, aunque sí distinguió distintas variedades del sapiens, que caracterizó sucintamente: el europeo sería “blanco, sanguíneo y musculoso”, mientras que el africano sería “negro, flemático y relajado”, etc. Al fin y al cabo Linneo creía que el ser humano no era sino un animal más dentro de la naturaleza[1]. Esta vinculación biogenética de los humanos con los antropoides extintos y con los primates es afirmada también por el equipo director de Atapuerca en los siguientes términos: “… no es correcto decir que descendemos de los monos, como si ya no lo fuéramos. Seguimos siendo tan primates como cualquier otra de las ciento ochenta especies vivientes del grupo. Sin embargo, no hemos evolucionado a partir de ninguna especie actual de mono, sino de especies ya desaparecidas”[2].

Mandibula de 1,2 millones de años de antigüedad hallado en la Sima del Elefante (foto: Diario de Burgos)
Esta relación biogenética de los humanos con los antropoides extintos y con los primates fue confirmada por la teoría de la evolución, que se abre paso a mediados del siglo XIX dentro de dos campos científicos: el de los naturalistas, con las obras pioneras de Wallace y Darwin, y el de la prehistoria, con los hallazgos de Boucher de Perthes, que sitúa en el pleistoceno (o periodo antediluviano), donde conviven seres humanos con especies animales extintas, como los mamuts, y aparecen los primeros útiles de piedra. Por lo que a Darwin se refiere, su conclusión es la siguiente: “el hombre desciende de alguna forma no tan altamente organizada (…), pues la gran similitud entre el hombre y animales inferiores en el desarrollo embrionario así como en muchos aspectos de estructura y constitución (…) son hechos que no pueden ser discutidos. (…) Quien no se conforme con mirar, como un salvaje, los fenómenos de la naturaleza como desconectados, no puede ya creer que el hombre sea la obra de un acto de creación específico”. (Charles Darwin, The Descent of Man, Britannica great books, 1952, p. 590). Darwin apela en apoyo de su teoría a eminentes científicos contemporáneos, como Alfred Wallace, Julian Huxley, Charles Lyell o Ernest Haeckel, si bien reconoce que es rechazada por “los jefes más mayores y honorables de la ciencia natural”.

Casi dos siglos después de Linneo, el biólogo Jean Rostand pudo incluir algún ejemplo más de especímenes homínidos o «monos fósiles» (el australopiteco, el pitecántropo, el parántropo) y de Homo (el cráneo de Piltdown, la mandíbula del Neandertal y del heidelbergensis, el sinántropo), pero concluía que «la genealogía completa del hombre no deja de ser bastante oscura y fatalmente tanto más oscura cuanto más se remonta en el pasado»[3]. Hay que esperar al período de 1960-1980 para observar un espectacular avance de la paleoantropología, al descubrirse multitud de especies y variantes nuevas de homínidos y de homos (habilis, erectus, ergaster, sapiens arcaico), a la vez que se ampliaba el ámbito geográfico y el registro cronológico de lainvestigación.

En esa época ya se conocían distintos tipos de australopitecos (literalmente, “monos del sur») en África, datados en más de tres millones de años, y en la década de 1960-70 fueron hallados por la familia Leakey los primeros restos del homo habilis, en Tanzania, que se remontan a 1,8 millones de años. Con él aparece la industria lítica más primitiva: guijarros golpeados para obtener un canto más agudo (peeble culture)[4]. Esa capacidad de fabricar útiles, aparte de dar el nombre a la especie (y a la del h. ergaster), se ha considerado el rasgo más definitorio del género homo, que está en relación dialéctica con otras características fisiológicas clave, como el bipedismo con liberación de las extremidades superiores, el pulgar oponible, la visión estereoscópica o la capacidad craneal[5]. Estos avances científicos fueron resultado de una mejora del utillaje y de la metodología de la investigación, destacando los nuevos métodos de datación (radiometría del carbono 14 y del potasio, ADN, paleomagnetismo, correlación faunística).

(Recuerdo que allá por 1970 el profesor Juan Maluquer nos hablaba en la Universidad de Barcelona de estos hallazgos antiquísimos, que nos parecían inconcebibles. Tengamos en cuenta que para la tradición bíblica judeocristiana aún influyente entonces la Creación tuvo lugar unos 4.000 años antes del nacimiento de Jesucristo. Y no podía haber demasiada precisión al respecto, pues, como es sabido, los evangelios de Mateo y Lucas datan la natividad en dos momentos distintos de la historia del imperio romano, razón por la cual la cronología de la Biblia de Jerusalén pone un interrogante junto al año del nacimiento de Jesús, que sitúa en el 6 o el 7 antes de la era cristiana).

Restos de esqueleto de Homo antecessor (foto: José María Bermúdez de Castro)

En España, este campo científico empezó a progresar también notablemente en esa época, gracias al trabajo pionero de investigadores como Emiliano Aguirre. La labor de este en Atapuerca venía precedida por sus excavaciones en los yacimientos de Torralba y Ambrona (Soria)[6]. Sus publicaciones científicas, entre las que destaca la coedición del libro La Evolución, publicado en la Biblioteca de Autores Cristianos, de la editorial Católica, (1966), fueron un hito en la difusión de las ideas evolucionistas en España[7]. Esto fue un logro notable teniendo en cuenta el contexto ideológico de la época, ampliamente dominado por un nacional-catolicismo, que, de acuerdo con la postura oficial de la iglesia, seguía sosteniendo el creacionismo y condenando el darwinismo. Pocos años antes, en 1962, el Santo Oficio había vetado las obras del jesuita Theilard de Chardin, por abundar “en ambigüedades y errores serios”, siendo uno de ellos su peculiar visión de la evolución humana orientada al “Punto Omega” o “point ultime du développement de la complexité et de la conscience vers lequel se dirige l’Univers”[8]. Sin embargo, en España la obra de Aguirre y sus colegas salió con el nihil obstat de la autoridad eclesiástica y tuvo mucha influencia posterior, al abarcar los principales aspectos del evolucionismo.

Los hallazgos de la sierra de Atapuerca han revolucionado los conocimientos prehistóricos vigentes hasta hace no muchos años, especialmente en cuanto a Europa. Durante mucho tiempo se estimaba que los restos humanos más antiguos en esta región planetaria eran los del h. heildelbergensis, precursor del neandertal, que no iban mucho más allá de los 500.000 años. Pero en la campaña de excavación de 2007 salieron en la Cueva del Elefante de Atapuerca restos óseos (un fragmento de mandíbula y un molar) que retrasaban la presencia humana a 1,3 – 1,5 millones de años[9]. El hallazgo se ha relacionado con una especie pendiente de conceptuar a la que, provisionalmente, se ha denominado homo sp. (La publicidad que rodea al yacimiento gusta llamarle “el primer europeo”). Al pretendido “hombre de Orce” de Granada se le atribuye una antigüedad semejante, pero no es admitido como resto humano por el equipo de Atapuerca[10].

Más abundante ha sido la cosecha de restos del Antecessor, descubierto en 1994 y “patentado” como especie por los tres codirectores 1997. Este, hipotéticamente, sería un antepasado común de las especies posteriores, con una antigüedad cercana a los 900.000 años[11]. Según Bermúdez de Castro, podría ser “una especie basal de la humanidad emergente, que dio lugar a neandertales, denisovanos y humanos modernos”[12].  Tanto el homo sp como el Antecessor tendrían una dieta oportunista, muy variada, que incluía el carroñeo y el canibalismo. En la Gran Dolina hay muestras de un “festín caníbal”, en el que varios individuos fueron descarnados y devorados por sus semejantes, descartándose cualquier contenido ritual (como ocurre en culturas posteriores), ya que “los cuerpos humanos no fueron tratados con más respeto que los herbívoros con los que aparecen mezclados sus restos”[13].

‘Cráneo número 5’ de la Sima de los Huesos de los Yacimientos de Atapuerca, preneandertal de 450.000 años de antigüedad conocido popularmente como «Miguelón», expuesto en el Museo de la Evolución Humana (foto: Diario de Burgos)

El carácter rompedor de estos hallazgos hizo que tardaran en ser reconocidos por la academia internacional, hasta que revistas científicas prestigiosas como Nature y Science les dedicaran sendas portadas en 1993 y 1998 y que la UNESCO declarara el yacimiento “patrimonio de la humanidad” en el año 2000. En 1997 el equipo recibió el premio Príncipe de Asturias de investigación científica. Fue  de  las pocas veces que pudimos ver a los codirectores de traje, pues suelen hacer sus presentaciones en plan Indiana Jones, con pantalones cortos, pañuelo y salacot.

De mayor envergadura aún ha sido el rendimiento científico de la Sima de los huesos. En ella el ingeniero Trinidad Torres, que iba buscando restos de osos, halló un fragmento de mandíbula humanoide que pasó a ser el primer resto recuperado de la sierra de Atapuerca (AT-1), prendiendo la mecha, por decirlo así, del proyecto de investigación que dura hasta nuestros días[14]. Se trata de un pozo de 13 metros en el que se han hallado unos 7.000 restos de 29 individuos -inicialmente se habló de 32-, incluyendo dos cráneos completos, lo que le hace, según los autores, “el conjunto de fósiles humanos más importante del mundo”. Tal abundancia de restos ha permitido caracterizar bien sus rasgos fisiológicos y culturales y su dieta. Sin embargo, ha habido ciertas dudas sobre su identificación filogenética. Inicialmente se le vio semejante al H. heildelbergensis, como el de Mauer (Alemania), Tautavel (Francia) y Swanscombre (Reino Unido) pero más recientemente se prefiere hablar de “preneandertal” por pertenecer “a una filogenia desconocida por el momento”.

Un aspecto de la Sima de los huesos ha llamado la atención sobre los demás: el carácter del propio depósito, que, siendo una acumulación intencional de cadáveres enteros, podría considerarse fruto del primer ritual funerario en el registro arqueológico mundial, “un probable inicio del culto a la muerte”. Lo confirmaría también la existencia de un bifaz con pigmentación rojiza, denominado Excalibur, al que se considera un exvoto ofrecido a los muertos, ya que no tiene muestras de haber sido usado. Algo que, obviamente, no pasa de ser una hipótesis.

Enterramiento colectivo en la Cueva del Mirador (foto: Israel L. Murillo)

Puesto que en Atapuerca se hallaron también desde el primer momento abundantes restos del homo sapiens, tanto en las cuevas y abrigos como en campo abierto, solo faltaba una pieza clave para completar el catálogo de las especies de homínidos existentes en Europa: el neandertal. Este se halló por fin en las campañas de 2016 y 2017, pero con evidencias más bien escasas hasta la fecha en cuanto a restos humanos. Solo se han recuperado dos fragmentos de hueso, aunque también hay restos de material orgánico embebido en las rocas, que ha permitido analizar el ADN mitocondrial y celular, ampliando considerablemente el conocimiento de este espécimen. Se sabe que llegaron a estos parajes en al menos dos oleadas sucesivas desde hace unos 110.000 años y se les relaciona con la cultura musteriense, que se caracteriza por la diversificación en los materiales (piedra, hueso, madera) y del utillaje (hachas, puntas de lanza, punzones, arpones, raederas, etc.).

Seguramente el neandertal domina ya el fuego, aunque en el libro que comentamos solo se habla de él de pasada por su importancia cultural, sin relacionarlo con especies anteriores al sapiens. Al parecer, en la campaña de 2001, en el yacimiento de la Sima del Elefante, se encontraron evidencias de fuego (manchas carbonosas y huesos quemados) con una antigüedad de algo más de 150.000 años, con lo que cabría relacionarlo con el neandertal[15]. También se podría atribuir a este el lenguaje hablado, aunque tampoco se aportan en el libro demasiadas evidencias, más allá de resaltar la vital importancia que tiene para el desarrollo humano, al permitir, sobre todo, una mayor cohesión grupal, la cual, a su vez, mejora las posibilidades de supervivencia tanto frente a los animales como frente a otros homínidos menos desarrollados.

Como es lógico, también es muy abundante la presencia de restos de Homo Sapiens en la sierra de Atapuerca y sus alrededores, desde hace unos 7.000 años hasta la Edad del Bronce. Es ya la época posterior a la última glaciación (Holoceno) y, por tanto, hay un hábitat, clima, fauna y flora más semejantes a los actuales. Aunque continúen la caza y la recolección, se van implantando la ganadería y los cultivos, junto a los demás avances técnicos y culturales propios de esas épocas, que enlazan ya con las propiamente históricas: pueblos celtíberos, romanización, etc.

Cráneos expuestos en el Museo de la Evolución Humana de Burgos (foto: Caminos de Santiago)

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Hemos dado un repaso sucinto a la evolución de las cinco especies de homo aparecidas en la sierra de Atapuerca (homos sp, Antecessor, preneandertal o heildlbergensis, neandertal y sapiens), dejando de lado otros aspectos que también se abordan en el libro que comentamos: la aparición de los yacimientos gracias a la trinchera del ferrocarril minero; la fauna, la flora, el clima y el entorno geográfico y, por otro lado, la historia del propio proyecto de investigación, que ha ido creciendo hasta alcanzar relevancia internacional. (En la campaña de 2022 hubo unas 180 personas de más de 20 nacionalidades trabajando en él). Tal proyección hubiera sido imposible sin el apoyo de las instituciones locales y regionales y de varias universidades, que permitieron, entre otras cosas, la creación del Museo de la Evolución Humana y otras infraestructuras científicas y de divulgación. Pero Atapuerca, a su vez, estimula la proyección académica, cultural y turística de la provincia de Burgos, añadiéndose como factor de atracción a los muchos de los que ya disponía.

Se suscitan, con todo, algunas dudas y reparos en torno a este libro y al propio proyecto, que, en todo caso, esperamos queden despejados en el futuro.

Se afirma, por ejemplo, que en Atapuerca están todas las especies desde el “homo sp” hasta el sapiens sin solución de continuidad. Sin embargo, en una cronología tan vasta, ¿no podría haber algún otro eslabón o variedad del género homo?[16] Dicho de otro modo, en los demás yacimientos europeos (que no conozco al detalle) ¿no hay restos de otros homos u homínidos distintos de los cinco hallados en Atapuerca? Y ¿se puede hablar, como se hace, de continuidad de la presencia humana -y animal- en todo ese tiempo, dadas las muy cambiantes condiciones naturales relacionadas con las glaciaciones y con el carácter nómada de los grupos humanos primitivos?

Trabajos en el interior de la Sima de los Huesos (foto: El País)

Pueden plantearse también algunas reservas terminológicas. La denominación de “hombre moderno” para referirse al sapiens resulta un poco extraña desde el punto de vista de la historia general. Esta misma especie ha vivido desde el final de la prehistoria y a lo largo de la historia, dentro de la cual lo moderno se usa en campos semánticos muy distintos, por lo que aquella etiqueta se presta a confusión y, posiblemente, no es necesaria. A diferencia de las especies anteriores, y aunque sus rasgos biológicos se hayan mantenido esencialmente (también ha experimentado cambios en este aspecto: el humano actual tiene una mayor estatura y esperanza de vida, menor pilosidad, etc.), el homo sapiens ha atravesado por muy distintas etapas y tipos de sociedad y de cultura. Y, en fin, no siempre ha sido “moderno”. Así mismo chirría un poco el uso del concepto de “homicidio” aplicado a los homínidos, pues implicaría creer en la existencia de cierto grado de conciencia y de libre albedrío, más allá del  instinto, lo que no pasaría de mera hipótesis.

Y llama la atención el contraste entre la muy escasa presencia de restos del homo sp y del Neandertal y, por otro lado, el amplio discurso científico que se hace en torno a ellos. Da la impresión de que la información que se ofrece proviene más de otros yacimientos que de los de Atapuerca. Sin embargo, cabe esperar que futuros hallazgos amplíen esos conocimientos, particularmente sobre el uso del fuego y del lenguaje hablado.

De ningún modo estas observaciones pretenden oscurecer la relevancia del yacimiento y del trabajo hecho en torno a él, que ha sido muy meritorio, constante y esforzado en todos sus aspectos. Lo seguirá siendo sin duda en el futuro, pues, como dicen los autores de este libro, “apenas hemos arañado el conocimiento que esconde la Sierra, en realidad, solamente hemos hecho un primer peritaje”.

Los tres codirectores del proyecto Atapuerca, Juan Luis Arsuaga, Eudald Carbonell y José María Bermúdez de Castro, y la coordinadora del yacimiento de Sima del Elefante, la doctora Rosa Huguet, junto al consejero de Cultura de la Junta de Castilla y León, Gonzalo Santonja, muestran parte del pómulo y la mandíbula superior de un homínido de 1,4 millones de años de antigüedad hallado en la Sima del Elefante en junio de 2022 (foto: Ical)
Notas

[1] Cit. de Linneo en Daniel J. Boorstin, Los descubridores, Crítica, 1983, p. 448; Jesús Mosterín ha desarrollado esta idea en un plano más filosófico: «la animalidad constituye el estrato central de nuestra naturaleza”. (La naturaleza humana, Austral, 2006, p. 101). Una idea ya sugerida por Engels: «… nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente». (El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, 1876, en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1876trab.htm.)

[2] Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez, La especie elegida, Temas de hoy, 1998, p. 36.

[3] Jean Rostand, El hombre, Alianza, 1968 (1ª ed. 1941), p. 126. Algunos años después se descubrió que el cráneo de Piltdown había sido manipulado y era falso.

[4] La web www.talkorigins, org/ ofrece un listado de los hallazgos arqueológicos más importantes

[5] Una de las primeras formulaciones de esta idea en Federico Engels, Op. cit.

[6] Es notable la analogía entre estos yacimientos sorianos y los de Atapuerca, que son los más antiguos de la Península. En ambos casos, por ejemplo, se sitúan en un corredor natural y estratégico entre los valles del Ebro y la Meseta que da lugar a un trasiego muy activo de animales y grupos humanos, incluso en épocas históricas. (Por ejemplo, el Camino de Santiago pasa muy cerca de la sierra de Atapuerca y por allí se exhumó en 2019 una fosa común de la Guerra civil con restos de siete personas).

[7] La obra estaba codirigida por los paleontólogos Miguel Crusafont, Bermudo Meléndez y Emiliano Aguirre yen ella colaboraron científicos notables, como Salustio Alvarado, Antonio Prebosti o Ramón Margalef, que fue el primer catedrático de ecología en España.

[8] Point Oméga, Wikipedia (fr.). E. Aguirre también pertenecía a la Compañía de Jesús.

[9] Carbonell y Navazo, op. cit., p. 34. Una crítica que cabe hacer al libro es su laxitud y a veces incoherencia en las dataciones. En otros pasajes de la obra se data en un millón y 1,2 millones a este homo.

[10] Arsuaga y Martínez, Op. cit., p. 232.

[11] La datación se basa en dos métodos principales: la correlación faunística (p.e., presencia del ratón Mimomis savini, que existió desde hace 1,8 hasta 0,6 millones de años) y el cambio de la polaridad magnética de la Tierra, cuyo último episodio ocurrió hace 780.000 años, marcando el paso del Pleistoceno inferior al medio, algo que se puede detectar en los estratos del yacimiento.

[12] Cit. en Carbonell y Navazo, op. cit., pp. 91 y 92.

[13] Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez, Op. cit., p. 236.

[14] Torres informó al profesor Aguirre, director de su investigación. Corría el año 1976.

[15] https://studylib.es/doc/4660210/fuego—diario-de-atapuerca.

[16] En las páginas finales del libro se dice que es “improbable” tal cosa.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: vista general del yacimiento de Atapuerca (foto: AP)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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