Soledad Bengoechea*           

Un antes y un después

 

En Alemania, antes de la llegada al poder el Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores (a sus miembros se les llamaba nazis) en 1933, había un importante movimiento feminista que dio a las mujeres la posibilidad de abandonar algunos de los roles que tradicionalmente se esperaban de ellas. Tras la Primera Guerra Mundial (1914-1918), Europa presenció una relevante emancipación femenina. En 1919, ya durante la República de Weimar, se otorgó a las mujeres el derecho a votar  y la facultad de disfrutar de amplias libertades políticas, incluyendo la de ocupar cargos públicos. Por aquel entonces, la condición de la mujer alemana era una de las más avanzadas de Europa. Entre los años 1919 y 1933, más de cien mujeres sirvieron en el Reichstag (Parlamento) como diputadas. Clara Zetkin, una política alemana de origen judío, de ideología comunista y figura destacada del movimiento feminista, fue miembro del Reichstag de 1920 a 1933 e incluso presidió la asamblea durante un tiempo como decana. Solo uno de los grupos políticos no tenía mujeres entre sus filas: el Partido Nazi

Por otra parte, durante la guerra, la mujer se había ido incorporando a tareas remuneradas ocupando los puestos de trabajo que los hombres dejaban cuando marchaban al frente. Una vez  finalizado el conflicto mundial, Alemania padeció una crisis en el sector laboral debido a las pérdidas masculinas en la guerra, así como por los casos de hombres que regresaron y quedaron incapacitados física o psíquicamente. Estos acontecimientos dieron la oportunidad a las mujeres para permanecer en sus puestos de trabajo y en la vida pública.

En 1933, el Partido nazi accedió al poder y el presidente alemán Paul von Hindenburg nombró canciller de Alemania al austriaco Adolf Hitler (1889-1945), que luchó como cabo durante la pasada guerra. Se estableció, entonces, que «ninguna mujer puede ser admitida en la dirección del Partido o en el comité administrativo». El decreto emanaba directamente del pensamiento de Hitler que en la frase siguiente había dejado claro cual era el papel que la mujer jugaría en la política: “El hecho de que hayamos apartado a las mujeres de la vida pública se debe únicamente a nuestra voluntad de devolverles su dignidad esencial. No es que no respetemos bastante a las mujeres, sino que las respetamos demasiado para mantenerlas en contacto con las miasmas de la democracia parlamentaria”.

Lógicamente, las mujeres que profesaban una ideología más cercana a la izquierda sentían recelo ante los planteamientos nazis. Pero la inmensa mayoría de las conservadoras, católicas e incluso algunas liberales no veían con malos ojos su punto de vista, y muchas lo compartían. De esta forma, poco a poco, fue aumentando el número de mujeres que reclamaban una vuelta a los roles tradicionales y reivindicaban el papel de la familia y de la madre como sostenes del hogar y del estado. La situación que vivía la población alemana favoreció el slogan “el lugar de la mujer está en el hogar”.

Este slogan incidía también sobre las jóvenes que querían cursar estudios universitarios (el mismo 1933 ya se habían modificado los programas escolares para niñas, en particular para disuadirlas de continuar sus estudios en la universidad: los cinco años de clases de latín y los tres de ciencias fueron sustituidos por clases de lengua). Bajo la perspectiva de los nazis, si las mujeres estudiaban dejarían de llevar a cabo el rol tradicional de ama de casa productora de niños para el estado, en unos momentos en los que la tasa de natalidad de Alemania era muy baja.

Mujeres del RAD en un mitin en Nuremberg, 1935 (foto: Bettmann Images)

Enarbolando argumentos antisemitas, los nazis en el poder rechazaron también los avances conseguidos por las mujeres. Según palabras del propio Hitler: “La expresión emancipación de las mujeres es sólo algo inventado por el intelecto judío, y su contenido está impregnado por el mismo espíritu. La mujer alemana no necesita emanciparse de los verdaderos y más importantes momentos de la vida alemana”.

La explicación del papel de la mujer en la sociedad se simplificaba hasta llegar al axioma Kinder, Kirche, Küche, (“niños, iglesia, cocina”). Este proverbio no discutido fue el fundamento de la concepción de femineidad del nacionalsocialismo, una nueva imagen de «mujer» y «familia». El dictador consideraba a las mujeres como uno de sus más fieles seguidores, aunque, en realidad, la proporción de mujeres que habían votado al partido de Hitler fue casi la misma que la de hombres.

Pero a medida que pasaba el tiempo todos los indicios apuntan a que una buena parte de las alemanas adoraba a Hitler. Su figura despertaba entre ellas una gran atracción. Le llegaban a comparar a la de un dios o líder religioso. En algunos actos públicos, las mujeres, con los ojos humedecidos, exhibían algunas veces una forma de histeria colectiva denominada Kontaktsucht, “ansia de contacto”, un incontrolable deseo de tocar físicamente al führer.

El discurso nazi hacía hincapié en que la nueva Alemania tenía mucho que ofrecer a las mujeres. “En el estado, la madre es el ciudadano más importante”, era uno de los lemas de su doctrina.  En 1934, en el congreso celebrado en la ciudad de Nüremberg, Hitler dijo en un discurso: “Si se dice que el mundo del hombre es el estado, su lucha, su compromiso social con la comunidad del pueblo; se podría decir que el mundo de la mujer es el pequeño. Su mundo es su marido, su familia, sus hijos, su casa. ¿Dónde estaría el gran mundo sin nadie que cuidase de él?

Las medidas y políticas familiares impuestas por el nazismo tuvieron éxito: más de 500.000 mujeres dejaron sus puestos de trabajo al contraer matrimonio. Tampoco era tan extraño: estas políticas consistían en medidas económicas que ejercían de soporte a las políticas familiares del gobierno-partido. Cada matrimonio recibía un préstamo de 1.000 marcos; este préstamo podía verse amortizado con la asignación de 250 marcos por cada hijo, y además las familias gozaban de otros beneficios.

Algunas alemanas, no obstante, lucharon contra corriente y se abrieron paso para desarrollar sus carreras en aquel mundo de hombres. Una de las más fanáticas seguidoras de Hitler, Gertrud Scholtz-Klink, (de la cual se hablará más adelante), predicaba esa sumisión mientras se dedicaba libremente a viajar y publicar libros. Hanna Reitsch, fanática nazi que vio la luz que 1912, llegó a ser la más célebre piloto de pruebas del Tercer Reich y se convirtió en heroína del régimen con sus 40 récords mundiales de vuelo. Su apariencia, un tanto frágil y con 1,50 m de estatura y apenas 40 kg de peso, no fue un obstáculo para conseguir sus metas. Por otra parte, el propio Hitler escogió a la arquitecta Gerdy Troost (Sttugart 1904), propietaria de un gran despacho de construcciones y arquitectos, como encargada de las obras de Obersalzberg (residencia de montaña de Hitler), y encargó el rodaje de las películas del partido a la directora Leni Riefenstal.

Revisión de uniformes a niñas de la BDM en Berlin, 1939 (foto: archivo de El País)
Liga de Muchachas Alemanas (Bund Deutscher Mädel o BDM)

El doctrinario nazi marcó cómo crear a una nueva generación de ciudadanos fuertes, sanos, esbeltos e inteligentes. Para ello se les instruyó y adoctrinó desde la infancia mediante las diferentes organizaciones surgidas del Partido nazi. Toda una maquinaria perfectamente engrasada y lista para formar a los hombres y mujeres “arios y perfectos”.

Un ejemplo de ello, una organización solo para mujeres, fue el Bund Deutscher Mädel (BDM). Tuvo sus orígenes ya en la década de 1920, pero diez años después fue refundado como la rama femenina del movimiento de las Juventudes Hitlerianas. Su título completo era «Bund Deutscher Mädel in der Hitler-Jugend» (Liga de Muchachas Alemanas en las Juventudes Hitlerianas). Si bien hasta que los nazis llegaron al poder en enero de 1933 no supuso una gran organización, creció rápidamente a partir de entonces.

En el BDM había secciones separadas de acuerdo a la edad de las participantes. Las niñas entre 10 y 14 años pertenecían a la Liga de la joven (Jungmädelbund, JM), y las comprendidas entre los 14 y 18 años en la Bund Deutscher Mädel (BDM). En 1938, una tercera sección se añadió, conocida como Creencia y Belleza (Glaube und Schönheit), que fue voluntaria y estuvo abierta a jóvenes de entre 17 y 21 años.  Esta sección tenía el objetivo de preparar a las chicas para el matrimonio.

Si bien en un principio la afiliación al BDM era voluntaria, a partir de 1939 se hizo forzosa para las niñas y jóvenes entre 10 y 18 años. Estas tenían que ser obligatoriamente de origen alemán y no podían tener lo que se llamaba “enfermedades hereditarias”, es decir sangre judía. A las muchachas del BDM se les advertía sobre el peligro que para su identidad racial tenía el mantener relaciones sexuales con judíos. Por ello se les  inculcaba el lema:”Mantén tu sangre pura, no es sólo tuya.  Llega de lejos, fluye muy lejos, todo el futuro se encuentra en ella. Mantén limpio el vestido de tu inmortalidad”.

Las líderes del BDM tenían que ser solteras y sin hijos si querían tener cargos en la organización. (Cabe destacar que la Sección Femenina de Falange Española copió este principio. Si sus mandos se casaban o tenían descendencia perdían el liderazgo).

Afiliadas a la Liga de las Muchachas Alemanas (Bund Deutscher Mädel, BDM por sus siglas en alemán)

Antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, en 1939, entre las chicas alemanas el BDM fue muy popular. Y he ahí una paradoja del nazismo y también del fascismo italiano o español: el programa permitía a las chicas viajar y, dentro de la organización, llevar una vida al margen de la escuela o sus hogares. También les facilitaba realizar actividades como cantar, hacer artesanía, teatro, y trabajo comunitario. Era casi inaudito que las niñas y jóvenes viajasen sin sus padres, que acudiesen a campamentos y realizaran deporte, caminatas y juegos.

No es extraño, pues, que algunas de las actividades del BDM llegaran a generar fuertes críticas de los dirigentes del partido nazi. Heinrich Himmler (jefe de las SS se suicidó en 1945), por ejemplo, consideraba  que las niñas no estaban preparadas para las actividades que allí desarrollaban. Un día, en un discurso en Bad Tölz, dijo: «Cuando veo a estas chicas de marcha por ahí con sus mochilas cantando, es suficiente para que me enferme».

El comienzo de la guerra lógicamente alteró la sociedad alemana y el papel del BDM también cambió; aunque no tanto como el de los chicos enrolados en organizaciones juveniles, que se vieron obligados a ir a servir al campo de batalla, a la aviación, a los submarinos o bien al Servicio Nacional del Trabajo (Reichsarbeitsdienst, RAD) tan pronto como cumplían 18 años. El BDM ayudó al esfuerzo de guerra de diferentes formas. Las niñas menores hacían recolectas de donaciones de dinero, ropa o periódicos viejos para el Socorro de Invierno del Pueblo Alemán (Winterhilfswerk des Deutschen Volkes) y otras asociaciones nazis de beneficencia. (En España, la falangista Mercedes Sanz Bachiller copió esta idea y la plasmó en El Auxilio Social).  Por otra parte, el BDM formó entre sus niñas y jóvenes coros y grupos musicales que visitaban a los soldados heridos en los hospitales.

En Alemania, durante la guerra, las niñas más mayores, las jóvenes, también trabajaron voluntariamente como auxiliares de enfermería en los hospitales, o bien ayudando en las estaciones de tren, donde los soldados heridos o refugiados que volvían a sus hogares  necesitaban ayuda. Después de 1943, los ataques aéreos aliados sobre las ciudades alemanas aumentaron considerablemente. Muchas jóvenes del BDM  fueron reclutadas entonces en servicios militares. Aprendieron a servir como ayudantes de Antiaéreos, auxiliares de señales, operadoras de reflectores y personal de oficina. En 1944 se creó la Wehrmacht Helferinnen Korps (Cuerpo de auxiliares femeninas de las fuerzas armadas) donde se combinaron en un solo cuerpo todos los grupos de auxiliares femeninas (ejércitos de tierra, aire y marina). Las mujeres, no obstante, no tenían la condición de soldados pero si estaban sujetas a la disciplina militar. Incluso debían hacer un juramento de lealtad: “Prometo obedecer a Adolf Hitler, Führer y comandante en jefe de la Wehrmacht, y serle fiel”.

En los últimos días de la guerra, algunos muchachos de las Juventudes de Hitler lucharon casi cuerpo a cuerpo en ciudades alemanas contra los ejércitos aliados invasores. Todo indica que también participaron las jóvenes del BDM, aunque no de manera oficial.

Auxiliares del cuerpo de Wehrmachthelferinnen desfilan en el París ocupado en 1940 (Bundesarchiv, Bild 101I-768-0147-15 / Friedrich / CC-BY-SA 3.0)
El proyecto “Lebensborn – fuente de vida”

Después de 1935, a algunas mujeres alemanas con rasgos arios les esperaba un papel relevante. Las niñas ya tenían inculcado que su futuro pasaba para ser las perfectas esposas en el Tercer Reich y la perfecta aria y sana mujer que daría hijos al futuro Reich de los Mil Años. Tanto se les inculcó esta leyenda que ellas acabaron por tomar conciencia de que su función era la de dar hijos sanos al Führer. Por ello, cuando llegó el momento, las elegidas no se opusieron abiertamente a ser “inseminadas” por los altos oficiales “arios” de la SS. Toda una generación de mujeres alemanas cedió sus vientres a una causa común: la del enaltecimiento del Tercer Reich, en honor al Führer a través del programa Lebensborn. Miles de mujeres aceptaron esa función, como los soldados de la Wehrmacht aceptaron su función en el campo de batalla.

El programa  Lebensborn («fuente de vida» en alemán) fue una organización creada en la Alemania nazi por Heinrich Himmler. Oficialmente, fue fundada el 12 de diciembre de 1935, pero el primer hogar Lebensborn, conocido como Heim Hochland, abrió en 1936 en Steinhöring, un pequeño pueblo no muy lejos de Múnich. El verdadero propósito del programa era incentivar a los alemanes, especialmente a los miembros de las SS, a tener más hijos. Para ello, se escogía a jóvenes alemanas que, por su físico (altas, anchas de caderas, rubias y de ojos azules) se consideraran puramente arias para alojarlas en un edifico destinado a ser fecundadas por hombres de la SS. Su objetivo último era expandir la raza aria, la cual debía convertirse en la nueva raza de Europa; en parte también fue una respuesta al declive de las tasas de nacimiento en Alemania. La  organización también proveía de hogares de maternidad y asistencia financiera a las esposas de los miembros de las SS y a madres solteras; asimismo, administraba orfanatos y programas para dar en adopción a los niños. Alrededor de 8000 niños nacieron en hogares Lebensborn en Alemania y otros 8000 en Noruega. En otros lugares también ocupados por los nazis el número total de nacimientos fue mucho menor.

Muchos de esos niños tuvieron que soportar una niñez difícil. Y a las leyendas que circulan sobre Lebensborn se sumaba el sospechar que muchos de los nacidos en el programa pudieran descender de criminales implicados en el exterminio nazi. El sentimiento de culpa fue, y es, entre los supervivientes, una constante entre ellos.

Foto: revista Perfil
Las guardianas de Ravensbrück, campo de concentración de mujeres

El 30 de abril de 1945, miles de prisioneras del campo de concentración de mujeres y niños Ravensbrück (el puente de los cuervos), situado a unos 90 kilómetros al norte de Berlín, desnutridas y muchas de ellas al borde de la muerte, fueron liberadas por el Ejército Rojo. Entre 1939 y 1945, alrededor de 140.000 mujeres de más de 30 países habían sido encarceladas en ese campo. Muchas de ellas habían luchado en la resistencia o habían destacado por ser  opositoras políticas. Otras fueron internadas por ser consideradas «no aptas» para la sociedad nazi: judías, gitanas, lesbianas, trabajadoras sexuales o mujeres sin hogar. Entre ellas también había españolas, como la comunista catalana Neus Català Pallejà, fallecida en el año 2019. Sobre su experiencia escribió el libro De la resistencia y la deportación: 50 testimonios de mujeres españolas (1984). Como otras muchas mujeres, Neus Catalá, en el campo, había sido obligada a trabajar en la fabricación y construcción de armamento para el ejército del Tercer Reich. Junto con varias compañeras, Català utilizó numerosas tácticas para llevar a cabo actos de sabotaje, sabiendo que si eran descubiertas supondría una muerte segura. Estaban vigiladas por guardianas de las SS.

Bien,  aunque las SS eran un cuerpo fundamentalmente masculino, debido  a la falta de personal causada por la incorporación a filas y las bajas provocadas por la guerra, comenzaría a reclutarse un cuerpo auxiliar femenino. Dentro de las SS podían diferenciarse las SS-Aufseherinnen y las SS-Helferinnenkorps. Las SS-Aufseherinnen eran guardianas de los campos de concentración. Estaban bajo la jurisdicción de la SS a pesar de no formar “realmente” parte de ellas. Fueron un grupo de mujeres que usaban el uniforme de las SS su papel de guardianas de campos de concentración pero no eran consideradas miembros regulares de las SS.

Las prisioneras vivían en deplorables condiciones de higiene, eran obligadas a extenuantes jornadas de trabajo de hasta 16 horas y soportaban la brutal violencia de las guardianas de las SS. En aquel campo de la muerte se calcula que murieron unas 92.000 mujeres. Fallecían de hambre, de cansancio, de frío, a causa de los malos tratos, ahorcadas, o en las cámaras de gas. En general, a las que morían se les incineraba en algunos de los cuatro hornos crematorios del campo. En este campo, como en otros campos nazis, tuvieron lugar experimentos aberrantes llevados a cabo por médicos nacionalsocialistas.

De las entrevistas realizadas y de las fotos tomadas  años después de finalizada la guerra, es posible conocer algunos datos de las guardianas nazis que custodiaban a las prisioneras. La mayoría tenían de veinte a treinta años y eran en general físicamente atractivas. Solían provenir de familias pobres, habían abandonado la escuela temprano y tenían pocas oportunidades profesionales. Un trabajo en un campo de concentración significaba salarios más altos y alojamientos confortables. Promesas como estas hicieron que muchas mujeres se ofrecieran como voluntarias. Una de ellas, identificada como Waltraut G., estuvo allí. En una entrevista realizada en 2003, explicó que aceptó el trabajo por razones económicas. Ella era la mayor de cinco hermanos. «Así que realmente no lo pensé por mucho tiempo, todo lo que calculó fue: si puedo ganar más allí, entonces acepto el trabajo». «Era más atractivo que trabajar en una fábrica«, dijo por su parte otra mujer denominada Genest.

Himmler pasa revista a las guardianas del campo de Ravensbruck (foto: archivo de La Vanguardia)

Muchas de estas guardianas habían sido adoctrinadas temprano en los grupos juveniles nazis y creían en la ideología hitleriana. Sentían que estaban apoyando a la sociedad y haciendo algo contra el enemigo. Algunas fotos las muestran con los brazos entrelazados, mientras paseaban por el bosque cercano con sus perros.  Escenas que a simple vista pueden parecen inocentes, hasta que observas que llevaban la insignia de las SS en el uniforme y recuerdas que esos mismos perros alsacianos eran  utilizados para atormentar a la gente en los campos de concentración. Muchas de estas mujeres acabaron trabajando más tarde en campos de exterminio como Auschwitz-Birkenau o Bergen-Belsen.

En las entrevistas, muchas de las antiguas guardianas confesaban que no dejaban sus puestos por temor a las represalias. No obstante, los registros muestran que algunas de las guardias dejaron Ravensbrück tan pronto como se dieron cuenta de lo que implicaba el trabajo y que se les permitió irse sin sufrir represalia alguna.

En una Alemania derrotada y desgarrada de finales de la guerra, se llevaron a cabo juicios contra  estas mujeres brutales, pero de tantas que trabajaron como guardias de las SS solo un reducido número fue procesado. Y muy pocas fueron realmente condenadas.  Aquellas mujeres, que se mostraron tan crueles con sus prisioneras, luego se casaron, tuvieron hijos, y formaron parte de aquella Alemania que tantos años se mantuvo sin desnazificarse de hecho.

La que no se salvó del castigo fue Maria Mandel, conocida en el campo de Ravensbrück como “La Bestia”. Esta austriaca, nacida en 1912, trabajó allí de supervisora principal. Mandel era lo que los autoproclamados defensores de la «raza superior» querían que fueran sus guardias: leales y despiadadas. En 1942, después de tres años en Ravensbrück, fue transferida para trabajar en el campo de exterminio de Auschwitz. Allí controló directamente todos los campos y subcampos de Auschwitz y su poder sobre los prisioneros y sus subordinadas era absoluto. En Auschwitz-Birkenau, anexo del complejo de exterminio de Auschwitz, María Mandel creó la Orquesta de Mujeres de Auschwitz, con la que obligaba a sus integrantes, en general prisioneras jóvenes, a tocar música durante los transportes y ejecuciones de prisioneros. En 1948 fue ahorcada después de que un tribunal de Cracovia (Polonia) la condenara por crímenes contra la humanidad. Mandel, ¿tenía mala conciencia? ¿remordimiento? No parece que sintiese nada de eso. «No pasó nada malo en el campo», dijo.

En Ravensbrück, María Mandel entabló una estrecha amistad con otra notoria guardiana SS, Irma Grese, nacida en Wrechen el 7 de octubre de 1923. Durante su paso por diferentes campos, a Grese los prisioneros le pusieron varios apodos a causa de su comportamiento sádico y perverso: «La bella bestia», «La cancerbera», «El ángel de la muerte» (mote también acuñado al médico nazi Josef Mengele) o «La perra de Belsen». De estatura mediana, cuando no llevaba puesto el uniforme iba siempre elegantemente ataviada y llevaba el cabello impecablemente arreglado. Irma Grese fue una de las principales criminales de guerra en el juicio de Bergen-Belsen, realizado entre septiembre y diciembre de 1945. Se le acusó de asesinatos y torturas. Siempre usando pesadas botas, látigo y pistola, entre otros elementos, Irma Grese era conocida por asesinar a internas a tiros a sangre fría, por permitir que perros se lanzaran encima de las presas para devorarlas, por torturar a niños, por abusos sexuales y por propinar palizas sádicas con látigos trenzados hasta provocar la muerte de las víctimas. A pesar de su corta edad (contaba solo veintidós años), fue condenada y ejecutada en la horca por los aliados en la prisión de Hamelín (Alemania) el 13 de diciembre de 1945.

Juicio de Ravensbruck en 1947 (foto: archivo de La Vanguardia)
La “esposa perfecta” y los hombres de las SS

Gertrud Scholtz-Klink nació el 1902 en la actual ciudad de Baden, en el Imperio Alemán. Estudió magisterio. A los 18 años se casó con un colega y tuvieron 6 hijos. Gertrud vestía de forma austera e iba peinada con largas trenzas recogidas en lo alto de la cabeza, un tocado típico de la época nacionalsocialista junto con las dos trenzas caídas sobre el pecho o espalda. Posteriormente fue nombrada por Hitler líder de la Liga Nacionalsocialista de Mujeres (Nationalsozialistische Frauenschaft o NSF). La prensa británica calificó a Scholtz-Klink como la “más perfecta mujer del ideario nazi”. Considerada una de las figuras femeninas más importantes del Tercer Reich, Gertrud dirigió durante los años 30 y 40 las llamadas “escuelas para novias”. Tenía un encargo muy específico: preparar a las jóvenes alemanas para ser ‘mujeres ideales en una nación perfecta’.

¿Qué eran estas escuelas y por qué su importancia? La existencia de estas escuelas era conocida, y también el hecho de que existían unas jóvenes designadas “racialmente” a casarse con hombres de la SS. No obstante, las reglas que debían seguir para aprobar los cursos resultaban desconocidas. Ahora han salido a la luz. Se encuentran recogidas en un volumen depositado en el Archivo Federal alemán, según señala Héctor Barnés. Junto a él, hay varios documentos copiados que testimonian que si las alumnas superaban con éxito un curso de seis semanas de duración ya podían contraer matrimonio con un miembro de las SS. Se pretendía, así, que, en un futuro próximo, estas parejas pudieran ejercer un papel fundamental en la “regeneración de la raza”, ya que, en su origen, las SS constituyeron una selección de los alemanes “racialmente más puros del país”.

El código de comportamiento plasmado en dicho libro tenía como objetivo conseguir que la mujer que iba a casarse con un SS mantuviese unos ideales acordes con los del régimen. Su prioridad tenía que ser constituirse como “sustento de la raza germana”. Si se mira bien, su papel no distaba tanto del papel de la mujer en la sociedad tradicional, si bien filtrado por la cosmogonía nacionalsocialista.

A tenor de lo que se recoge en ese volumen, estas mujeres debían cumplir con sus deberes morales, pero también con los terrenales. Así, durante el curso se les exigía que tuvieran que aprender a “cocinar, mantener la casa, coser, limpiar, planchar, cuidar a los niños y saber cómo decorar la casa”. Dado que estaban encaminadas a tener un lugar importante en la sociedad, también se les enseñaba a adoptar modales adecuados y en cómo saber mantener una conversación. Por último, debían lograr adquirir “conocimientos especiales sobre la raza y la genética”. Scholtz-Klink era una de las más ardorosas defensoras de la discriminación racial nazi, y estuvo siempre muy atenta en evitar que ninguna judía, gitana o mujer con problemas mentales se apuntase a sus cursos.

La primera de estas escuelas se instaló en la isla de Schwanenwerder, situada en mitad del lago Wannsee, en el extrarradio berlinés, y fue impulsada por Gertrud Scholtz-Klink y Heinrich Himmler, quien intuyó que estas instituciones podrían convertirse en una útil herramienta de control social y un reforzamiento de la pureza de la raza aria. Alguna vez, sus promotores habían expresado lo siguiente:  “es necesaria una fuerte vida familiar para crear una nación fuerte y pura”.

Curso de preparación para la maternidad de la NSF en 1935 (foto: Lebendiges Museum Online)

Las jóvenes destinadas a ser las esposas de hombres de las SS habían de ser, por tanto, ejemplares, puesto que iban a compartir la vida con miembros de una organización contemplada como la élite de Alemania. Así, sus esposas habían de dar ejemplo tanto en sus actuaciones privadas como en su vida pública. Se les hacía jurar que se mantendrían fieles hasta la muerte a Adolf Hitler y a Heinrich Himmler.

Estas mujeres estaban sujetas a una serie de normas propias de la política pronatalista de las SS, es decir, toda pareja de esa organización “tenía la misión, para con Alemania, de tener por lo menos 4 hijos y, en caso de no poder ser, adoptar huérfanos a través del programa Lebesborn” (programa  ya visto en páginas anteriores).

Para celebrar estas bodas nazis se creó todo un ceremonial. La gala participaba de la visión de la comunión entre dos personas propia del cristianismo, pero se mantenía al margen de dicha tradición y de cualquier iglesia. Las parejas se unían a través de funciones neopaganas oficiadas por un funcionario del estado y se seguía el ritual habitual de las SS. Es decir, en general se celebraba al aire libre bajo un retrato de Hitler y, preferentemente, ante un tilo, uno de los árboles más llenos de significado para el nazismo. Se sugería colocar sobre el altar un cuenco metálico en el que debía arder el fuego sagrado. Al final de la ceremonia, se otorgaba a los recién casados un ejemplar del libro escrito por Adolf Hitler, Mein Kampf (Mi lucha) y unas “runas” talladas con diversos motivos extraídos de la mitología germánica (los alfabetos rúnicos son un grupo de alfabetos cuyas letras, llamadas runas, se emplearon para escribir las lenguas germánicas). Finalmente, la unión se había concluido y la raza aria estaba un paso más cerca de la pureza absoluta.

Como se ha dicho anteriormente, la familia, sobre el papel, tenía una gran importancia para los nazis. Ya Hitler, durante el Congreso de Nüremberg de 1934 dijo: “primero viene el clan y la raza, y más tarde el individuo”. La madre era considerada como la transmisora de los valores a las nuevas generaciones; por ello mismo, debía implicarse en a criar a todos los niños “de acuerdo con los ideales del Partido Nacionalsocialista”. La consideración hacia la maternidad fue reivindicada por la propia Scholtz-Klink. En una reunión que se llevó a cabo junto a los mandatarios del partido nazi, les rememoró la necesidad de tener en cuanta a las mujeres: “Dependéis de nosotras. Tenemos algo importante entre manos, y estamos participando en la resurrección espiritual de nuestra gente. Las mujeres deben ser las proveedoras espirituales y las reinas secretas de los nuestros, llamadas por el destino a cumplir con esta tarea”.

Con el paso de los años, y, sobre todo, con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en 1939, Scholtz-Klink se replanteó su ideal de feminidad nazi. Observó que muchas de las mujeres que habían permanecido en retaguardia tenían que ocuparse de algunas tareas para las que su curso no les había preparado. Por ejemplo, muchas alemanas se vieron obligadas a trabajar en  la producción industrial con el fin cubrir el déficit de mano de obra masculina, o bien en el Cuerpo de auxiliares femeninas de las fuerzas armadas mencionado.

Adolf Hitler con Gertrud Scholtz-Klink, en Nuremberg, 1935 (foto: Bridgeman Images)
Las protestas de  mujeres en la Rosenstraße

A lo lago de los años mucho se ha especulado alrededor de esta pregunta: ¿qué hubiera ocurrido si los alemanes hubieran reaccionado mayoritariamente en contra de los agresores cuándo se comenzó a perseguir  a los judíos en Alemania? Obviamente, es imposible saberlo. Ciertamente desde el surgimiento del nacionalsocialismo y la posterior transformación de Alemania en un Estado totalitario, hubo una serie de hombres y mujeres que se opusieron a Hitler y a sus ideas. A pesar de que las consecuencias de  oponerse al régimen eran bien sabidas, no todas las alemanes gentiles (así llamaban los judíos a los que no profesaban su religión) fueron simpatizantes de la ideología nazi y algunos participaron en esa oposición a Hitler. Los motivos fueron diversas: políticos, ideológicos, humanitarios, etc. Algunas mujeres se organizaron (junto a los hombres o siendo formando grupos femeninos) y otras actuaron individualmente. Curiosamente, hubo resistencia en todas y cada una de las escalas sociales, es decir, desde los estratos más altos a los más bajos así como en las amas de casa.

Con la subida al poder del régimen nazi en 1933, el antisemitismo que había ido creciendo en el país especialmente desde el siglo XIX y que el Partido nazi se encargó de difundir en sus programas, creció de forma abrupta. Las Leyes de Nüremberg, redactadas en 1935 por el jurista Wilhelm Frick (sentenciado a muerte el 1 de octubre de 1946 y ahorcado dos semanas después; tenía 69 años)  con la ayuda del ideólogo Julius Streicher (ejecutado en la horca el 16 de octubre de 1946) y presentadas durante el congreso anual del partido, proporcionaron una legalidad a la persecución de los judíos. Su objetivo era separar a la población judía (considerada gemeinschaftsfremde o residentes, junto a gitanos, discapacitados y demás) de la aria (la Volksgemeinschaft o comunidad popular), privándola de la nacionalidad alemana y con la consiguiente prohibición de acceder a cargos públicos y otras profesiones.

Con este fin, establecía una taxonomía racial que dividía a los judíos por el grado de pureza de su sangre, de manera que los había puros o mixtos y estos últimos, a su vez, se diversificaban en grados: los de primer grado eran los que habían tenido sólo dos abuelos judíos, lo que abría la contingencia de mantener o recobrar la ciudadanía, ejecutar algunos trabajos y contraer matrimonio con alguien de sangre “pura”. Los mixtos de segundo grado eran los que solo tenían un abuelo judío y gozarían de más derechos. Finalmente, estaban aquellos cuya condición judía se remontase más atrás de sus abuelos; éstos ya eran considerados alemanes, lo que hacía de ellos el grupo menos discriminado. Todo y que los nazis deseaban que las parejas mixtas (las que formaban judíos y gentiles) se divorciasen, la mayoría de ellas se negaron y el gobierno prefirió no castigarlas para esquivar que esa oposición se propagara.

La Batalla de Stalingrado, que se saldó con la muerte de 330.000 soldados alemanes, finalizó el 31 de enero de 1943, cuando los alemanes se rindieron ante el Ejército Rojo (el ejército de la Unión Soviética). Ese desastre abrió los ojos a muchos alemanes, que no se dejaron llevar por la propaganda nazi; el efecto psicológico de la derrota fue incluso mayor que el militar. Poco después se produjeron dos hechos importantes: el movimiento de la «Rosa Blanca» y, sobre todo, aquella pequeña historia protagonizada por las mujeres gentiles berlinesas en la Rosenstraße que consiguieron lo que parecía utópico: salvar a sus maridos de la deportación.

El movimiento de la Rosa Blanca fue fundado en junio de 1942 por Hans Scholl, un estudiante de medicina de 24 años de la Universidad de Munich, su hermana de 22 años Sophie y Christoph Probst, de 24 años. Si bien el origen exacto del nombre Rosa Blanca es desconocido, está claro que simboliza la pureza y la inocencia frente al mal. Hans, Sophie y Christoph estaban indignados con el hecho de que alemanes educados aprobaran las políticas nazis. Distribuían panfletos antinazis y pintaban eslóganes como «¡Libertad!» y «¡Abajo Hitler!» en las paredes de la universidad. En febrero de 1943, Hans y Sophie Scholl fueron arrestados luego de ser atrapados distribuyendo panfletos. Cuatro días más tarde, fueron ejecutados junto con su amigo Christoph. Esta historia fue llevada al cine en 1982 bajo la dirección de Michael Verhoeven con el título La Rosa Blanca.

De izqda. a dcha.: Hans Scholl, Sophie Scholl y Christoph Probst (foto: archivo de Die Welt)

Y recordemos aquella pequeña historia protagonizada en la misma fecha por mujeres berlinesas gentiles en la Rosenstraße (La calle de las rosas). El 27 de febrero de 1943, alrededor de 1.800 hombres judíos, la mayoría de los cuales estaban casados ​​con mujeres no judías, fueron alojados temporalmente en  una oficina de asistencia social para la comunidad judía ubicada en el centro de Berlín que llevaba por nombre Rosenstraße. Estos arrestos significaron el principio de una escalada de los esfuerzos realizados por las autoridades para separar a estos familiares judíos de sus cónyuges y familias. Estos 1.800 hombres apresados eran los llamados «judíos privilegiados» por estar liberados de ser deportados y de otras medidas antijudías al estar casados ​​con esposas alemanas gentiles o trabajar en la Reichsvereinigung der Juden en Deutschland (Reich Asociación de judíos en Alemania), una organización judía formada el febrero de 1939 aceptada de manera oficial por el gobierno que tenía la finalidad de controlar a la población propiamente judía.

Pero las autoridades emplearon un tiempo superior al esperado en efectuar todas estas operaciones. Ello impidió que las detenciones se llevaran a cabo de forma discreta, como pretendían. Al no facilitar luego la información pertinente, empezó a correr el rumor de que esos judíos serían deportados también. El resultado fue que sus esposas comenzaran a reunirse ante el edificio de la Rosenstraße. Primero esperaban noticias, luego montaron actos de protesta. En un principio la asistencia a dichas manifestaciones fue escasa, pero poco a poco fue aumentando, tanto en intensidad como en número de asistentes. Las autoridades se dirigieron a las mujeres lanzándoles órdenes para que se disolvieran, pero ellas hicieron caso omiso.

Pasaron seis o siete días y el número de mujeres que se reunían y manifestaban había ascendido a seis mil. Estos actos sólo una vez fueron interrumpidos: fue durante la noche del 1 de marzo de 1943, debido a un bombardeo de la RAF. Las autoridades esperaban que a partir de este incidente las mujeres cejarían en sus manifestaciones y se quedarían en casa pero no fue así; volvieron y en mayor número y llegaron a enfrentarse verbalmente con los oficiales de las SS que las amenazaron con abrir fuego (llegaron a situar camiones con ametralladoras).

Finalmente, Josep Goebbels, furibundo antisemitita, ministro de propaganda y uno de los colaboradores más próximos a Adolf Hitler (el 1945 se suicidó junto con su mujer y sus seis hijos), prohibió a la Gestapo disparar sobre las mujeres porque temía que una masacre en pleno Berlín podría resultar contraproducente desde el punto de vista de la propaganda; probablemente tenía miedo a que se desencadenase una revuelta.  El 6 de marzo el mismo Goebbels mandó que se liberase a los detenidos. No obstante, a pesar de los esfuerzos de su ministerio por mantener el incidente en secreto, la noticia se expandió como la pólvora. Primero corrió por Alemania, pero después transcendió sus fronteras. Goebbles declaró que las manifestaciones se habían desarrollado como protesta contra el bombardeo aliado.

Así, gracias al coraje de sus esposas, los judíos de la Rosenstraße sobrevivieron al Holocausto (unos pocos fueron enviados a Auschwitz por error pero enseguida los repatriaron). Como se comentaba al inicio de este apartado, nos seguimos preguntando ¿qué habría pasado si esa oposición pública a la política del régimen con respecto a los judíos hubiera tenido una importancia más generalizada? En cualquier caso, aquellas mujeres lo hicieron.

En el año 2003 la cineasta alemana Margarethe von Trotta, directora, guionista, actriz y esposa del célebre escritor Volker Schlöndorf, ganó el Premio David de Donatello (el más importante de Italia en en el sector cinematográfico) en la categoría de mejor film europeo con su película Rosenstraße. Es una coproducción germano-holandesa cuya protagonista también se llevó el galardón de mejor actriz en el Festival de Venecia y que cuenta un insólito episodio histórico ocurrido en Berlín en plena Segunda Guerra Mundial: las manifestaciones que realizaron esposas no judías por el encarcelamiento de sus maridos judíos.

Monumento en memoria de las mujeres que participaron en las protestas en la Rosenstrasse, obra de Ingeborg Hunzinger (foto: Wikimedia Commons)
Bibliografía

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ÁLVAREZ, Jorge, “Las protestas de Rosenstraße, cuando las mujeres alemanas salvaron a sus maridos judíos enfrentándose al régimen nazi”, Magazine Cultural Independiente, 16/5/2019,

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“Situación de la mujer en el Tercer Reich, https://es.frwiki.wiki/wiki/Condition_des_femmes_sous_le_Troisi%C3%A8me_Reich

*Soledad Bengoechea, doctora en historia, miembro del Grupo de Investigación Consolidado “Treball, Institucions i Gènere” (TIG), de la UB y de Tot Història, Associació Cultural.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: Un grupo de mujeres hace el saludo nazi en la cubierta del Wilhelm Gustloff en 1938 (foto: archivo de La Vanguardia)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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