*Mario Kessler

 

El enfoque de Alemania sobre la época nazi se suele poner como modelo de cómo un país se enfrenta a su pasado. Pero también hay mucho que aprender de los límites de esta experiencia, especialmente en lo que respecta a la necesidad de una memoria pública basada en un internacionalismo sin reservas y en el horizonte de la liberación de todos los pueblos.

 

Poco después de la guerra árabe-israelí de 1967, el activista afroamericano de los derechos civiles Julius Lester escribió que el recuerdo de los seis millones de judíos asesinados no debía oscurecer la visión de los crímenes de guerra estadounidenses en Vietnam y la opresión de las personas negras en Estados Unidos. La sociedad estadounidense, dijo, está enferma, y es incapaz de hacer frente a este legado racista.

Treinta y seis años después, fui profesor invitado en la Universidad de Massachusetts, en Amherst, y le recordé a Lester, que estaba dando clases allí, su ensayo. Mientras tanto, se había convertido al judaísmo, se había formado como rabino y erudito religioso y se había convertido en profesor. Me dijo que no tenía que retractarse de lo que había escrito, pero que había llegado a comprender la universalidad del Holocausto: ningún otro crimen, ni siquiera la esclavitud, es comparable.

El racismo en todas sus formas es un mal fundamental de la humanidad. Pero el odio a los judíos y la esclavización de pueblos africanos enteros en el continente americano son más antiguos que el racismo moderno que opera en términos pseudo-biológicos. Este último invocó la supuesta amenaza a la salud pública para expulsar a las personas inferiores consideradas dañinas. En la Alemania nazi fueron exterminadas, y el tratamiento de este pésimo legado de la historia alemana también definiría las décadas que siguieron al fin poco glorioso de Hitler. La legislación racial en EE UU fue anterior al imperio nazi y persistió mucho después de 1945. «Lo comprendo«, dijo un soldado negro estadounidense en el campo de concentración liberado de Buchenwald, «porque vi a gente linchada sólo por ser negra«[1].

Así pues, ¿cómo afrontan este legado Alemania, tras su problemática unificación, y Estados Unidos en la actualidad, un legado que ambas sociedades comparten de distinta manera, pero que también las separa? Estas preguntas son el núcleo del libro de Susan Neiman, Learning form Germans. Es una lección de clarividencia aplicada.

Susan Neiman recibe el premio August Bebel de manos del canciller Olaf Scholz en mayo de 2021
Defensa del universalismo

Nacida en 1955, esta autora judía creció en Atlanta, Georgia. Dejó la escuela a los catorce años y se unió a una comunidad en California. Pero su sed de conocimiento la llevó de nuevo a las aulas, sin dejar de participar en el movimiento antiguerra. Fue admitida en el New York City College y posteriormente estudió filosofía en Harvard y, en parte, en la Freie Universität de Berlín Occidental.

En 1986 se doctoró en Harvard bajo la supervisión de John Rawls, con quien siguió en contacto académico y personal hasta su muerte. A continuación, fue profesora adjunta y asociada en Yale, y más tarde profesora en Tel Aviv. En el año 2000 se incorporó al Foro Einstein de Potsdam (Alemania), un lugar de encuentro intelectual que dirige desde entonces.

Los antepasados de Susan Neiman emigraron a Estados Unidos lo suficientemente pronto como para librarse en gran medida de la mortífera máquina nazi y de sus inquietantes recuerdos. Pero creció en Georgia, un Estado en el que la población negra era considerad ciudadana de tercera clase y en el que las y los judíos eran ciudadanos de segunda clase, como pudo comprobarlo en su propia infancia. La autora describe forma impresionante cómo, al principio intentó descartar estas experiencias por considerarlas sin importancia, antes de llegar a aceptarlas.

El libro es una combinación de informe social y análisis sociológico, reflejado a través de los ojos de una filósofa con mentalidad histórica. Immanuel Kant es la referencia central para Susan Neiman. Junto con el filósofo de la Ilustración, busca pensadores independientes que utilicen su intelecto para superar los límites impuestos al pensamiento.

Otro pensador mencionado por Neiman, el historiador Isaac Deutscher, también se preocupaba por transgredir los límites. Deutscher se veía a sí mismo como un «judío no judío» (fue él quien acuñó el término) que seguía vinculado a la herencia del judaísmo que condujo a los judíos fuera del gueto hacia la emancipación. Esta emancipación debe ir más allá de las fronteras del judaísmo, pero es precisamente la resistencia de las y los judíos a la opresión y a la exclusión lo que puede permitirles contribuir a la liberación de todos los pueblos. Según Neiman, la condición previa para ello es un internacionalismo sin reservas. A esta actitud la llama universalismo, y es a través de ella que tiende un puente entre Deutscher y la Ilustración kantiana, cuyo legado defiende con firmeza.

Tal contexto informa por sí mismo el pensamiento y el proceso de trabajo de la autora.

“Este libro muestra cómo el pueblo alemán ha intentado reconocer de forma lenta y discontínua los males cometidos por su nación. Se han escrito muchos libros para animarnos a aprender las lecciones del Holocausto, algunos de ellos no muy fiables. Lo que me interesa es lo que podemos aprender de Alemania después de la catástrofe. Esta historia debería dar esperanza, especialmente a las y los estadounidenses que ahora mismo luchan por aceptar nuestra propia historia dividida”[2].

Susan Neiman se pregunta quién tiene derecho a hacer comparaciones. Los nazis fueron los primeros en comparar sus propias políticas raciales con las de Estados Unidos, y mucho antes de llegar al poder recurrieron al eugenismo estadounidense para apuntalar su teoría racial. La autora cita a Tzvetan Todorov, para quien

«los alemanes tienen que hablar de la singularidad del Holocausto, los judíos deben hablar de su universalidad… Un alemán que habla de la singularidad del Holocausto asume su responsabilidad; un alemán que habla de su universalidad lo niega» (p. 28).

Este último sólo pretende exculparse: si, en cierto modo, todo el mundo fuera culpable de los asesinatos en masa, ¿cómo podrían haberlo evitado los alemanes?

Museo Nacional del Holocausto en Washington D.C. (foto: Warner University)

Pero tras un doloroso proceso de reflexión, esta actitud dio paso a Vergangenheitsaufarbeitung (tratamiento del pasado), una palabra que no sólo supuso un reto fonético para la autora. En Alemania, el interés por todos los aspectos del pasado nazi -incluida la responsabilidad de las y los alemanes de a pie- ha crecido, como demuestra el gran número de lugares conmemorativos. También en Estados Unidos hay muchos lugares que conmemoran el Holocausto; pero a pesar de los avances de los dos últimos años, son muy pocos los lugares que conmemoran la esclavitud (se puede decir lo mismo de Gran Bretaña). En Washington es inconcebible un monumento sobre el genocidio de los nativos americanos… aunque sea junto al Museo del Holocausto.

El Holocausto, como mal absoluto, ha permitido a Estados Unidos desviar la atención de sus propias fechorías. Así, muchos estadounidenses no comprendieron (al menos hasta hace poco) la Guerra Civil estadounidense y la sociedad de la época de Jim Crow. La cultura política estadounidense se beneficiaría enormemente de una confrontación selectiva con el pasado, al igual que la sociedad alemana ha hecho por su parte.

Theodor W. Adorno escribió que la reevaluación del pasado influye en el consciente, pero sobre todo en el inconsciente. Susan Neiman cita al pensador de la Escuela de Frankfurt en este sentido:

«Así es como nos hemos construido: si nos atacan desde fuera, nos apresuraremos a defender nuestro terreno» (p. 48).

Neiman deja claro por qué los nazis -asesinos en masa como Adolf Eichmann y predecesores y sucesores ideológicos como Martin Heidegger y Carl Schmitt- pudieron dormir más tranquilos que sus víctimas supervivientes, y por qué incluso las pocas personalidades que intentaron recordar todo esto se encontraron primero con el rechazo y después apenas un reconocimiento condescendiente.

En los años 50 y 60, el antiguo combatiente de la resistencia Wolfgang Abendroth fue el único profesor universitario de Alemania Occidental que inició una investigación sobre la resistencia obrera antifascista. Porque en Alemania Occidental no se podía hablar de antifascismo, la propia palabra constituía un anatema. Por el contrario, dominaron las estrategias exculpatorias: Los temas más frecuentes fueron el bombardeo de ciudades alemanas por parte de los Aliados y la expulsión de los alemanes de los antiguos territorios del Este.

Memorial del Holocausto en Berlín (foto: Wikimedia Commons)
Las alemanias de la posguerra

Susan Neiman intenta comprender por qué esto fue probablemente inevitable tras el final de la guerra, en los años del «milagro económico», durante los cuales las y los alemanes se lanzaron a una actividad frenética: un intento de olvidar y hacer olvidar. Rinde homenaje a los esfuerzos del canciller socialdemócrata Willy Brandt y de la generación de los años sesenta por desgarrar este velo de olvido intencionado y plantear a sus propios padres preguntas de carácter indagatorio. Rinde homenaje a la política de la memoria del gobierno de coalición socialdemócrata/verde (1998-2005), impensable bajo el anterior canciller conservador Helmut Kohl.

En particular, la autora presenta a Jan Philipp Reemtsma, director del Instituto de Investigación Social de Hamburgo, como una figura clave en la confrontación con el pasado, especialmente como pionero de la exposición de los crímenes de la Wehrmacht en 1995. Esta exposición supuso una sorprendente inversión de los intentos de rehabilitar el ejército alemán durante la guerra:

«Los héroes de la Wehrmacht se habían convertido en víctimas y perdedores de las bombas y los campos de prisioneros de guerra; una transición muy diferente; ahora tenían que acostumbrarse a ser autores de crímenes» (p. 70).

A partir de 1995, los ataques a la exposición hicieron estallar todas las contradicciones del debate sobre la historia, incluso con más fuerza que durante la famosa Historikerstreit (pelea de historiadores), nueve años antes[3].

Con respecto a la República Democrática Alemana (RDA), la autora presenta una tesis clara y sencilla:

«Alemania del Este tuvo más éxito en deshacerse del pasado nazi que Alemania del Oeste. Como cualquier intento de realizar juicios normativos sobre la historia, éste puede ser, y será, complicado. Sin embargo, la sentencia será una sorpresa para la mayoría de los lectores angloamericanos. Para la mayoría de las y los alemanes, esta afirmación es el equivalente filosófico de arrojar el guante en un duelo a la antigua«. (p. 80)

La autora nunca toma el antifascismo de Estado de forma literal y muestra cómo se fue ritualizando e instrumentalizando poco a poco. Sin embargo, es importante recordar que la RDA estaba por delante de la Alemania Occidental en muchos aspectos. Neiman cita a Hans Otto Bräutigam, antiguo representante permanente de Occidente en la RDA, diciendo que «uno de los mayores puntos fuertes de Alemania Oriental» (p. 97) fue su temprana condena del fascismo[4].

Las y los alemanes orientales entrevistados por la autora -el pastor protestante y activista de los derechos civiles Friedrich Schorlemmer, el biólogo molecular Jens Reich, el director del Centrum Judaicum de Berlín Oriental, Hermann Simon, la cantante folclórica en yiddish Jalda Rebling y el escritor Ingo Schulze- también destacaron que el antifascismo en la RDA no era sólo una retórica vacía. Desde el principio, hubo películas, libros y obras de teatro sobre ello, y el alumnado de todas las escuelas visitó el campo de concentración de Buchenwald. Learning from the Germans es también un llamamiento a la población del Este para que no se dejen despojar de esta buena parte de su patrimonio, y una exigencia a la población del Oeste para que honre este patrimonio como parte de una cultura democrática de la memoria.

Memoria del holocausto en la República Democrática Alemana: monumento a la liberación del campo de Buchenwald, obra de Fritz Cremer (foto: DPA/Picture Alliance/Zentralbild)

Pero, ¿por qué los judíos de la RDA, que sufrieron persecución, exilio y campos, hablan tan poco de su judaísmo? ¿Quizás, entre otras razones, porque la solidaridad con sus compañeros no judíos del movimiento obrero era su vínculo más fuerte? Ahora bien, también es cierto que en la RDA el compromiso antifascista ayudó a muchas personas a limpiar sus nombres. Según una encuesta del periódico Der Spiegel, tras 45 años de educación antifascista el 4% de la población de Alemania Oriental mostraba actitudes antisemitas extremas en 1990, cuatro veces menos que en Alemania Occidental. Mientras tanto, estas cifras han alcanzado y superado las de Alemania Occidental (p. 116).

En 1945, la mayoría de la población de Alemania del Este era tan reacia como la del Oeste a dar el paso hacia el antifascismo, y precisamente por eso había que hacerlo por ellos. Pero durante la Guerra Fría, Occidente necesitaba la experiencia de quienes habían trabajado contra la Unión Soviética bajo Hitler. Así, como demuestra claramente Susan Neiman, el anticomunismo, solamente despojado de forma temporal de sus elementos antijudíos, fue probado para su reutilización y resultó adecuado.

Las ayudas financieras a Israel, que «se denominan compensaciones y no reparaciones, una palabra que recuerda demasiado a menudo al detestable Tratado de Versalles«, se consideran así una coartada para la integración de la República Federal en la comunidad occidental anticomunista (p. 99). Pero, como nos dice uno de los pasajes más inquietantes de Neiman, la ecuación política del fascismo y el comunismo tenía un «propósito aún más oscuro«:

«Pocos soldados de la Wehrmacht se vieron impulsados a tomar las armas para masacrar a los civiles judíos, pero pocos desobedecieron las órdenes de hacerlo una vez pasados a la retaguardia. (…) Ahora bien ninguna dictadura llega lejos limitándose a dirigir sus tropas; debe inspirarlas. El ética heroica cultivada por los nazis no habría servido para exhortar a los reclutas a disparar a los ancianos con barba larga o a matar a los bebés a bayonetazos; estos actos tuvieron lugar, pero no se anunciaron. El llamamiento a la defensa de Europa contra la amenaza comunista fue alto, claro y mucho más eficaz«. (p. 102)

Esto sirvió para apaciguar los persistentes sentimientos de culpa de muchos alemanes occidentales y para justificar el anticomunismo:

«Cuanto peor es la imagen de los bolcheviques ahora, mejor es la de los nazis en retrospectiva«. (p. 103)

Pero la represión del pasado también tuvo lugar en la RDA: el silencio sobre los crímenes del estalinismo, incluido su antisemitismo. Susan Neiman se pregunta: ¿Podría haber sobrevivido la RDA si hubiera sido capaz de asumir estos crímenes del mismo modo que los nazis, si no hubiera utilizado también el antifascismo para encubrir la injusticia y la opresión? En todo caso, como señala la autora, la RDA no fue condenada porque abusara del antifascismo, sino porque quería combinar el antifascismo con el socialismo y pretendía acabar con los responsables de la guerra y las masacres.

Manifestación del partido ultraderechista AfD en Chemnitz, en 2018, frente al monumento a Karl Marx (Picture Alliance/Zumapress)
¿Lecciones alemanas?

Susan Neiman explica que el impulso para escribir su libro surgió cuando el presidente Obama pronunció el discurso en memoria de los nueve afroamericanos asesinados en Charleston, Carolina del Sur, el 26 de junio de 2015, y pidió una reevaluación fundamental del racismo en Estados Unidos y su historia. Visitó Mississippi en 2016 y, tras la elección de Donald Trump, pasó parte de su año sabático, en 2017, en la Universidad de Mississippi.

Allí, Neiman recapituló el movimiento por los derechos civiles y se preguntó hasta qué punto el racismo institucional y estructural seguía presente en Estados Unidos, más abiertamente en el Sur. Sitúa el inicio del movimiento por los derechos civiles en 1955, cuando los asesinos blancos de Emmett Till, un afroamericano de 14 años, fueron absueltos. Ese mismo año, el boicot a los autobuses de Montgomery, Alabama, fue la primera señal de rebelión masiva contra el racismo estatal. El tardío enjuiciamiento de los asesinos de Till y la gestión del crimen serán difíciles de olvidar para cualquiera que lea la exposición de Susan Neiman sobre los cristianos afroamericanos que rezan por la misericordia de los asesinos de Till:

«La capacidad para devolver el odio con amor borra la razón del mapa, al menos durante un tiempo. No puedo entenderlo, menos aún, sabiendo que, en la historia, las iglesias negras de toda América siguen abriendo sus puertas y sus corazones a los forasteros blancos, una y otra vez. Qué amor y coraje. Qué valor y qué amor«. (p. 247)

En Estados Unidos, incluso más que en Alemania, Susan Neiman se basa en entrevistas a hombres y mujeres de los más diversos orígenes y profesiones. Con respeto y simpatía, retrata a personas a las que ni siquiera se les permitió soñar con una trayectoria educativa como la suya. Describe las condiciones de Mississippi, el estado más pobre de Estados Unidos, donde la la gente negra (¡y también la blanca!), privada de educación, tiene pocas posibilidades de salir del círculo vicioso de la pobreza, de la discriminación educativa y laboral, de una precaria atención sanitaria y de la muerte prematura.

Pero también reconoce los grandes esfuerzos que se están haciendo para abordarlos, al menos a pequeña escala. Descubre incansablemente las iniciativas de las mujeres y los hombres en la ayuda mutua y la solidaridad, incluso donde parece que no se puede hacer nada. Estos pasajes del libro son especialmente conmovedores por su humanidad. Sin caer nunca en el patetismo, sin dar lecciones. Su lenguaje, como señala el historiador Jan Plamper en una reflexiva reseña, es «justo, sin señalar con el dedo a nadie«.

Memorial dedicado a la Confederación en el cementerio de Arlington (Virginia)(foto: Wikimedia Commons)

Ningún sudista justifica hoy la esclavitud; y en Alemania ya no es socialmente aceptable un antisemitismo abierto. Sin embargo, las rituales celebraciones en honor del ejército confederado recuerdan al autor la glorificación cristiana del sufrimiento, del mismo modo que el fundamentalismo religioso en general se ha convertido en un «sustituto de la Causa Perdida» (p. 188). En cambio, los «monumentos más convincentes, … las palabras de los propios esclavos, recogidas de los testimonios de la Works Progress Administration[5] y grabadas en tablillas de granito colocadas en largas hileras, están demasiado poco en la conciencia de la gente» (p. 190). La ignorancia de los contextos sociales, incluso a la hora de enfrentarse al pasado de las personas hizo posible la llegada de Donald Trump, señala la autora en repetidas ocasiones.

Vale la pena recordar que la carrera política de Trump comenzó como parte del movimiento Birther, que difundió la mentira de que Barack Obama no había nacido en Estados Unidos y que, por tanto, su presidencia era ilegítima. Pero esto no es más que el reverso mugriento de la afirmación igualmente inmunda de que la gente negra, cuando habla de igualdad, sólo piensa en poseer a las mujeres blancas. Para Neiman, la fantasía de que los hombres negros violen a las mujeres blancas es «una especie de proyección«; está alimentada por la culpa reprimida de los blancos, que saben «que sus antepasados tomaron a las mujeres negras a su antojo» y ahora creen «que los hombres negros harán lo mismo«. (p. 176)

¿Acaso los elogios al Ejército de la Confederación desde principios del siglo XX -que ocultaban la causa por la que luchaban- no sirvieron para reconciliar a los miembros blancos del Ejército enemigo? ¿Es una coincidencia que la película racista de D.W. Griffith El nacimiento de una nación triunfara en 1915, el mismo año en que el Ku Klux Klan celebró su renacimiento en una ceremonia nocturna en Atlanta, el mismo año en que el judío Leo Frank fue linchado en el mismo Estado de Georgia? ¿Las sombras de aquella época se han convertido realmente en sombras del pasado?

Neiman recuerda a tres activistas de los derechos civiles, James Earl Chaney, Andrew Goodman y Michael Schwerner, cuyo asesinato en 1964 constituye el argumento de la película Arde Mississippi, de Alan Parker, de 1988. También recuerda a Edgar Ray Killen, que organizó sus muertes y luego vivió como un hombre libre durante cuarenta y un años. Incluso escucha a los racistas que intentaron explicarle que los negros son intrínsecamente criminales, y que es de eso que tenemos que protegernos. Por último, al igual que en la Alemania Occidental de los años 50, el anticomunismo, junto con el racismo militante, sirve de narcótico. Todas las universidades son «focos de comunismo«, le dijeron a la autora más de una vez.

Entonces, ¿son quienes detentan el poder quienes escriben la historia? Lo hacen si los medios de producción e información están en sus manos, pero en las universidades y en otros lugares también han tenido que hacer concesiones. «Tuvimos un brillante movimiento por los derechos civiles, pero no ganamos la guerra narrativa«, dijo Bryan Stevenson, un abogado afroamericano que fundó el Monumento Nacional por la Paz y la Justicia en 2018, un monumento que conmemora a las víctimas del linchamiento racial en Montgomery, Alabama (p. 278).

Memorial dedicado a las víctimas de linchamientos en Montgomery (Alabama)(foto: Skift)
Optimismo provocador

Este libro es un hito en la literatura sobre la cultura de la memoria. Por primera vez, la autora ha reunido las distintas culturas de la memoria de la gente estadounidense y alemana, alemana del este y alemana del oeste, judía y no judía, gente estadounidense blanca y negra. Muestra de forma clara que las respectivas revalorizaciones del pasado pueden pensarse conjuntamente, que son multidimensionales tanto aquí como allí, y que se necesitan varias generaciones para que la historia se ponga al día.

Pero el libro ofrece más que eso: Neiman dibuja un impresionante cuadro de la época con poderosas pinceladas, captando los problemas de ambas sociedades. Rompe las fronteras entre la filosofía y la política, la historiografía y la literatura, escribiendo brillantemente para un público amplio sin abandonar nunca la erudición. Learning from the Germans se dirige a un público de izquierdas moderado  y evita sabiamente cualquier terminología que pueda desanimarles. Pero cualquiera que lea este libro con mentalidad política se dará cuenta de que no sólo está impulsado por la solidaridad con los perdedores de la historia, sino también por un espíritu socialista y un optimismo casi desafiante.

¿Por qué este libro es también de gran importancia para los lectores francófonos? Francia y Bélgica arrastran un legado colonial, cuyo coste es cada vez más reclamado por los pueblos antes oprimidos por la colonización. La memoria de los crímenes coloniales en Francia y Bélgica, al igual que en Alemania, es contradictoria y sigue marcada por las medias tintas y la represión. Así pues, el llamamiento de de Susan Neiman a la reflexión y a la acción va más allá del ya vasto tema de su libro.

Podemos concluir dejando que Susan Neiman hable una vez más. Como judía, aprendió en Israel que

«No puedo sentirme más unida a un traficante de armas que comparte mi origen étnico que a un amigo chileno, sudafricano o kazajo que comparte mis valores fundamentales. Mis conexiones son con sujetos humanos, no con genealogías. Elijo a mis amigos, y a mis amores, sobre esa base. (p. 384)

*Mario Kessler es investigador principal del Leibniz Zentrum für Zeithistorische Forschung (Centro Leibniz para la Investigación de la Historia del Tiempo Presente) en Potsdam, Alemania. Enseñó durante muchos años en universidades estadounidenses, especialmente en la Universidad Yeshiva de Nueva York.

Notas:

[1] Citado en: Jonathan Kaufman, The Broken Alliance: The Turbulent Times between Blacks and Jews in America, Nueva York, 1989, p. 50.

[2] Ibid, p. 25. Todas las citas son de la edición de bolsillo de Picador.

[3] Historikerstreit (disputa de los historiadores) fue una controversia entre académicos conservadores, liberales y socialdemócratas y otros intelectuales en Alemania Occidental a mediados y finales de los años 80. Se trataba de cómo integrar la Alemania nazi y el Holocausto en la historiografía alemana y, en general, en la visión que el pueblo alemán tiene de sí mismo. La posición adoptada por los intelectuales conservadores, encabezados por Ernst Nolte, era que el Holocausto no era único y que, por tanto, los alemanes no debían soportar una carga especial de culpa por la «solución final» de la «cuestión judía». El debate atrajo la atención de los medios de comunicación. Aunque la posición de Nolte y sus partidarios fue firmemente rechazada por la gran mayoría de los historiadores de la época, en los últimos años los estudiosos, especialmente en Alemania y Austria, la han comprendido cada vez mejor.

[4] Las misiones permanentes de la República Federal de Alemania (RFA) y de la República Democrática Alemana (RDA) sirvieron como embajadas de facto la una para la otra desde 1973 hasta 1990.

[5] La Works Progress Administratiion, fundada en 1935, era una agencia del Nuevo Trato, que empleaba a millones de solicitantes de empleo (en su mayoría hombres sin educación formal) para llevar a cabo proyectos de obras públicas.

Reseña del libro de Susan Neiman Learning form the GermansConfronting Race and the Memory of Evil (Nueva York, Picador, 2020).

Fuente: Viento Sur 27 de julio de 2022

Texto publicado originalmente en una versión ligeramente abreviada en Jacobin, 8/01/2022. Traducción de Doina Lungu, en colaboración con la autora, editada por Stathis Kouvélakis (https://www.contretemps.eu/neiman-politique-memoire-nazisme-allemagne-etats-unis/)

Traducción: Viento Sur

Portada: acusados en los juicios de Nuremberg (Wikimedia Commons)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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