Ángel Luis López Villaverde
Universidad de Castilla-La Mancha

 

Presento a los lectores de este blog unos extractos de mi nuevo libro, En la guerra como en el amor. Publicado por la editorial Sílex, reconstruye la historia emocional de un conquense llamado Ángel Rico Escudero (falangista convencido, excombatiente en la guerra civil y empleado del Auxilio Social), que marchó al frente ruso como voluntario de la División Azul en julio de 1941 y regresó en abril de 1942, tras haber permanecido la mayor parte del tiempo hospitalizado, convaleciente de las heridas producidas en combate en las operaciones del río Vóljov. Este caso ofrece interés historiográfico porque, siendo representativo de lo que el profesor Xosé Manoel Núñez Seixas ha denominado “franquistas de guerra”, dejó huellas de su viaje, estancia y regreso del frente a través de una serie de tarjetas postales y fotografías que envió a su prometida. Se trata de un corpus documental bastante completo, que continúa en los años de posguerra y permite obtener una información relevante de una experiencia vital al margen de los estereotipos fijados en memorias elaboradas a posteriori o en diarios corregidos.

Pues bien, a partir de un análisis microhistórico del personaje, se reflexiona sobre la banalización de la misión de la División Azul y la ausencia de un ajuste de cuentas en España en torno al colaboracionismo falangista con el III Reich, un tema que enlaza con las pugnas memoriales que están en la base de recientes libros del propio Núñez Seixas, de José María Faraldo o de David Alegre, entre otros. Valgan estos párrafos siguientes como invitación al debate.

Memoria bélica vs memoria democrática. La banalización del mal

(…) A los historiadores, además del “deber de memoria” de cualquier ciudadano, nos corresponde ir más allá. Nuestro oficio nos exige la necesidad de recordar el pasado por incómodo que resulte, y de “historizar” la memoria. Compromiso social y rigor metodológico. “Historizar la memoria”, o, si se prefiere, adaptar las memorias, porque son plurales, a la Historia, implica confrontarla con hechos documentados. Cuando se tiene una historia fracturada aparecen memorias cruzadas y la labor del historiador consiste en investigar y descubrir los mitos que las sustentan, usar lo que en ellas hay de recuperable, como fuente desde abajo, y descartar lo que no se corresponda con la verdad factual. Sin perder de vista que no hay buena investigación sin buena escritura y viceversa. Sin buena divulgación no hay suficiente transferencia de conocimiento.

Evidentemente, los historiadores no somos jueces. Tampoco meros notarios de unos hechos que siempre tienen diferentes miradas, tantas como aristas. En el clásico dilema sobre juzgar y comprender, el maestro de historiadores Marc Bloch ya dejó claro que a la historiografía corresponde el segundo; del mismo modo que Carlo Ginzburg [1] , el gran referente de la microhistoria, nos ha enseñado que los caminos del juez y del historiador coinciden en un tramo, la necesidad de verificar los hechos, pero acaban divergiendo en la actitud ante el contexto. Y en este proceso de comprensión conviene recordar que la verdad absoluta es inalcanzable para ambos. El historiador, como ya propuso François Bédarida, debe conformarse con “descubrir modestamente las verdades, aunque sean parciales y precarias, descifrando parcialmente en toda su riqueza los mitos y las memorias[2]. Se trata de respetar las circunstancias y comprenderlas. Aunque las fronteras entre juzgar e interpretar pueden llegar a ser porosas, se trata de analizar y conocer lo más honestamente la realidad histórica de los voluntarios, atendiendo a las claves morales y circunstancias del momento, sin presentismos forzados, pero extrayendo lecturas para la actualidad.

Escena de camaradería de voluntarios convalecientes. Ángel Rico parece sujetar una cámara de fotos Brownie y porta una gorra de plato. Está, junto a cuatro camaradas, en el entorno del hospital de Königsberg. Tres de ellos llevan gorras de campaña, mientras el que está en medio porta un casco de acero modelo de 1935. El segundo de la derecha porta el capote de guardia. Fuente: Colección de José Rico Rubio

El Derecho Internacional ya juzgó en Núremberg los crímenes del nazismo. De ahí que no quepa dudar de una División Azul como un instrumento al servicio de una empresa criminal. Lo explica muy bien el historiador Xosé Manoel Núñez Seixas: el relato divisionario, construido desde el anticomunismo de sus integrantes, pretende ocultar su connivencia con el engranaje que llevó al brutal exterminio de la población civil, y no solo la judía, que el ejército alemán provocó en los territorios ocupados. Porque los asesinatos masivos no ocurrieron casualmente: formaron parte de un plan militar deliberado. Que los voluntarios españoles no colaboraran directamente en aquellas matanzas alemanas no significa que no lo hicieran indirectamente –con su participación en el cerco a Leningrado, desde el otoño de 1941 hasta el invierno de 1944— en la muerte por hambre de más de un millón de civiles a causa del bloqueo alemán[3] .

Mientras la literatura apologética califica de “patriotas” a los divisionarios y estos tienen a sus espaldas un largo historial de reconocimientos públicos, el papel de otros españoles, resistentes antifascistas, que colaboraron con la liberación de París o sufrieron en sus carnes la represión nazi ha quedado tradicionalmente en el olvido. Unos cinco mil fueron los divisionarios fallecidos en combate en suelo soviético. Casi otros tantos fueron asesinados, sin posibilidad de defenderse, en campos de concentración y exterminio[4]. Apenas han merecido homenajes oficiales en nuestro país. Si descendemos al contexto particular que rodea a nuestro protagonista, murieron dos conquenses en los campos de concentración nazis por cada paisano divisionario en el frente ruso. Y aquellos no se jugaron la vida por propia voluntad, a diferencia de quienes se enrolaron en la División Española de Voluntarios. Viene a nuestro encuentro la poesía “Años triunfales”, de Jaime Gil de Biedma, cuando dice: “Media España ocupaba España entera / con la vulgaridad, con el desprecio / total de que es capaz, frente al vencido, / un intratable pueblo de cabreros”.

Al igual que muchos soldados de la Wehrmacht aludieron a los abusos sufridos en los campos de prisioneros soviéticos –verdugos presentados como víctimas—, la memoria divisionaria ha presumido del cautiverio de varios centenares de voluntarios en los gulags durante una década. Sin embargo, hubo diferencias. Los campos soviéticos no fueron utilizados como centros de exterminio y la proporción de muertos o asesinados en unos y otros alcanzaron porcentajes muy diferentes[5]. Y si comparamos el número de voluntarios españoles muertos en estos gulags es ínfimo respecto a los que perdieron la vida en los campos de exterminio nazis.

Recordemos que las razones esgrimidas por Dionisio Ridruejo para ir al frente ruso hablaban de una voluntariedad relacionada con el anticomunismo y con la necesaria participación en un nuevo orden europeo. Había más razones. La venganza de los muertos en la retaguardia republicana y en batalla, o la devolución de la visita hecha por los brigadistas internacionales en tierras peninsulares. Es normal que los divisionarios lo vivieran como tal. Pero son incomparables ambos voluntariados vistos desde el presente.

Soldados (no se puede identificar si alemanes o españoles) a su paso por una aldea soviética recientemente ocupada, mientras los lugareños ven pasar sus vehículos hipomóviles. Fuente: Colección de Juan Ramón Fernández Serrano

En este sentido, comparar a los divisionarios y a los brigadistas carece de sentido, tanto desde el punto de vista político como desde un plano histórico. Del mismo modo que no todos los divisionarios fueron falangistas, aunque estos no perdieran en ningún momento su control ideológico sobre el contingente de combatientes, tampoco fueron comunistas todos los brigadistas internacionales. Pero hay notables diferencias entre unos y otros combatientes voluntarios. Por muy “idealistas” que fueran los unos y los otros, los divisionarios participaron en una invasión extranjera, en una campaña de agresión exterior, mientras a los brigadistas que vinieron a España, procedentes de un centenar y medio de países, no les movía una estrategia agresiva, sino defensiva, para establecer un cordón sanitario contra lo que definían como “fascismo”, para que no acabara contra un gobierno legítimo porque la caída de la República propiciaría su triunfo en Europa; y a la altura de 1941, cuando nació la División Española de Voluntarios, aquél parecía haber conseguido su propósito. Mientras que las Brigadas, lejos de ser un mero instrumento al servicio de Stalin, constituyeron uno de los mayores ejemplos de solidaridad internacional de la historia, como salvaguarda de unos principios entonces en peligro en Europa; en consecuencia, sus voluntarios no viajaron a tierra extraña como venganza, ni para participar en un nuevo orden, sino porque aquella lucha lejana era también la suya propia[6].

La guerra de España anticipó, en ese sentido, la alianza antifascista entre comunismo y democracia que, tras ser derrotada en 1939, salió victoriosa finalmente en 1945. Aunque no sería duradera. Se desintegraría tras la derrota del Eje y con la nueva alianza tejida durante la Guerra Fría, anticomunista, que acabaría siendo la tabla de salvación de la dictadura franquista.

No cabe duda de que, de haber triunfado el nuevo orden internacional sometido a la esvástica, la gran derrotada hubiera sido la democracia. Es un sencillo ejercicio de historia contrafactual, como lo es presumir que, de no haber perdurado la dictadura franquista tras 1945, la España de posguerra no hubiera sido una excepción en la Europa Occidental y del bienestar.

En consecuencia, cuando se elimina del callejero un rótulo en honor a la División Azul no solo se está contribuyendo a reforzar la memoria democrática en España, sino a hacerlo de manera global. A estas alturas, que un país europeo, como España, dedique alguna calle a unos voluntarios que lucharon a las órdenes de la Werhrmacht, tras jurar fidelidad al Führer, resulta inconcebible, pero cierto. Porque la distopía que representaba una ideología criminal como el nazismo, que la División Azul apoyó con armas y bagajes, fue derrotada en 1945.

Prisioneros soviéticos. Algunos miran a la cámara de sus captores. Fuente: Colección de Juan Ramón Fernández Serrano

(…) Como veteranos de guerra, la memoria de los voluntarios españoles en el frente ruso ha permanecido casi intacta hasta hoy, tan solo perturbada por algunas polémicas en prensa puntuales o la pérdida de su nombre del callejero, pero bien henchida en las redes de nostálgicos. No se han ajustado cuentas públicas con el colaboracionismo español al nazismo. Su memoria sigue viva, y convocándose actos reivindicativos. En una fecha tan reciente como el 13 de febrero de 2021, la División Azul fue homenajeada en los alrededores del madrileño cementerio de la Almudena, con toda la parafernalia nazi y cobertura religiosa, y se lanzaron proclamas antisemitas (…) Antisemitismo y anticomunismo ochenta años después. El caso está en manos de la Justicia, pero el primer pronunciamiento judicial ha sido archivar la denuncia por no ver delito de odio.

Mientras tanto, las grandes olvidadas son las víctimas de campos de concentración nazis. Porque el mismo ministro falangista que animó a miles de españoles a enrolarse voluntariamente y a marchar al frente ruso fue responsable de la deportación forzosa hacia campos de concentración nazis de nueve mil doscientos compatriotas detenidos en Francia (…)

Por los motivos que fuera, creyendo aprovechar la gran aventura de su vida, los divisionarios se acabaron convirtiendo en testigos y colaboradores necesarios, cuando no cómplices, de una guerra de agresión, agitada por los sueños de grandeza y delirios criminales de un psicópata, capaz de poner a su servicio la maquinaria de guerra más potente conocida hasta entonces para dominar Europa, y como moneda de cambio y de pago por los servicios prestados por Berlín a los sublevados a partir de julio de 1936.

Los restos de sus caídos sepultados en tierras rusas pasaron a convertirse en otros tantos “mártires” en la retórica y ceremonial franquistas. Con la repatriación del “voluntario desconocido”, a mediados de los noventa, tras el fin de la Guerra Fría, se inició un camino de lo que el profesor Núñez Seixas denomina “retornos simbólicos”, que inició un proceso de localización y traslado de muchos de los cuerpos de divisionarios a España a costa del erario público en un intento por enfrentar memorias contrapuestas[7].

Cadáveres de soldados rusos en la cuneta, que encuentran los divisionarios a su paso. Fuente: Colección de Juan Ramón Fernández Serrano

Que haya nostálgicos que quieran mantener el mito del abnegado sacrificio de los divisionarios resulta comprensible. Que haya foros afines, mantenedores de tópicos que han recuperado discursos justificativos y autocomplacientes, resulta inevitable. Forma parte de esa “otra memoria histórica”. Ahora bien, que haya historiadores profesionales que contribuyan a reforzarlo resulta lamentable. Son pocos y escasamente relevantes en el panorama historiográfico. Su negativa a considerar la División Azul como un ejército invasor y su habitual recurso a utilizar imágenes y relatos cargados de heroísmo y camaradería contribuyen a blanquear el colaboracionismo español con el nazismo y, por tanto, a banalizar el mal. Afortunadamente, hay excelentes trabajos historiográficos que han servido de base para este libro, ampliamente mencionados.

La recomendación número 15 de la Comisión Europea contra el racismo y la intolerancia, de 8 de diciembre de 2015, dice que “el discurso de odio debe entenderse como fomento, promoción o instigación, en cualquiera de sus formas, del odio, la humillación o el menosprecio de una persona o grupo de personas, así como el acoso, descrédito, difusión de estereotipos negativos, estigmatización o amenaza con respecto a dicha persona o grupo de personas y la justificación de esas manifestaciones por razones de ‘raza’, color, ascendencia, origen nacional o étnico, edad, discapacidad, lengua, religión o creencias, sexo, género, identidad de género, orientación sexual y otras características o condición personales[8]. Las dos exigencias, por tanto, de los delitos de odio son un contexto público y una incitación a actos de violencia. Se cumplen perfectamente en la expedición y objetivos de la División Azul. El enemigo era el comunismo, las víctimas eran judíos, infieles y comunistas, causantes, según marcaba el contexto de posguerra, de todos los males del país y de la civilización europea, contra los que cabía usar, en consecuencia, la violencia armada, de la mano de ese gran incitador al odio que era el fascismo, como categoría genérica, que inspiraba a los voluntarios, en complicidad con esa maquinaria militar que representaba el nazismo.

Hace falta, en consecuencia, implementar un buen “trabajo de memoria”, como el que propone en Los amnésicos Géraldine Schwarz, una estrasburguesa y francoalemana, nieta de un gendarme del régimen Vichy y de un mitläufer –un seguidor de Hitler, como tantos otros millones de alemanes oportunistas, por convicción, miedo o conformismo, que se beneficiaron del nazismo—, que reflexiona sobre la necesidad de afrontar los fantasmas del pasado para que éste no te acabe cazando por la espalda; aunque no desde la cultura de la culpabilidad, sino desde la interrogación sobre la actitud de la población, partiendo de dos preguntas básicas: ¿cómo fue posible esa colaboración con el nazismo?; y ¿estamos seguros de que nosotros no hubiéramos colaborado? Una categoría esta que añade complejidad al sencillo esquema que reduce todo a héroe, víctima o verdugo[9].

Que los falangistas fueran un tercio, la mitad o dos terceras partes de los soldados españoles en el frente ruso no es tan relevante –pues siempre habrá diferencias geográficas y cronológicas— como la función social, política o militar que representó una división que, por su calificativo vulgar de “azul”, ya marcaba territorio ideológico. Con la excusa de que no todos eran tan voluntarios, ni tan falangistas (…), por un lado, y el supuesto olvido a sus veteranos –más limitado en el tiempo de lo proclamado—, por otro, se ha orillado demasiado tiempo el trabajo de memoria de los voluntarios españoles de Hitler en el contexto de una guerra de agresión.

ANVERSO: Reproducción de: Soldado con máscara antigás. Meine neueste aufnahme [Mi reciente inclusión]. REVERSO: Sin marca postal. Zur Veröffentlichung freigegeben [liberada para su publicación] Foto: Hans Bayer. 27-7-41. Inolvidable Conchita: Hoy no puedo escribirte la acostumbrada carta y no quiero que pases sin tener noticias mías. Te pongo estas líneas para que veas que te recuerda con cariño tu Angel. Como ves no hemos salido aún para el frente ruso pero ya tengo ganas de ir también a verlo pronto. Te quiero. Dirección: Sta. Conchita Rubio L. de Guevara. Sánchez Vera nº 1, 3º. Cuenca (España)

En este sentido, nuestro protagonista sería una suerte de mitläufer español, que se benefició, a su manera, de ser doble excombatiente. Uno más entre varios millones de españoles, que también normalizaron la dictadura franquista y su colaboración con el Eje, instalados en la amnesia con el recurso de no hurgar en las heridas. Porque  equiparar en la esfera pública a los veteranos de la Spanischen Freiwilligen Division con los supervivientes de la División Leclerc –la célebre “Nueve”—, como ocurrió cuando un ministro de Defensa invitó al desfile del 12 de octubre de 2004 a un representante de ambos combatientes, es una muestra más de las fallas de una educación en valores democráticos, de un trabajo de memoria aún por hacer, porque no se ha filtrado suficientemente a la sociedad, que explica que haya perdurado hasta nuestros días la “banalidad del mal”. Tanto es así que, en mayo de 2021, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid ha decidido mantener en el callejero madrileño a “los caídos de la División Azul” con el argumento de que “apela al nazismo y no al franquismo”, por lo que no vulnera la llamada “Ley de Memoria Histórica”[10]. Podría decirse que es una vuelta de tuerca tal capaz de pasar de la frase acuñada por Hanna Arendt al mejor esperpento de Valle Inclán. Aunque también lo podríamos explicar recurriendo al resumen que ha hecho en un Tweet el historiador Gutmaro Gómez Bravo: “La argumentación histórica no es el problema de la restitución de las calles División Azul y Millán Astray, es el tipo de memoria bélica que se reivindica y perpetúa[11]. Memoria bélica versus memoria democrática. No hay lugar para impostadas equidistancias.

A través de la colección de postales y fotografías de un divisionario prototípico, el libro se adentra en un proceso histórico tan relevante como la participación de los voluntarios españoles al servicio de Hitler en el frente ruso. El análisis de las emociones de un joven enamorado y ferviente falangista, en un viaje iniciático que casi le cuesta la vida, mientras acompañaba a un ejército invasor, sirve de base para reflexionar sobre la banalización de la memoria de la División Azul e inserta la participación de españoles en la Segunda Guerra Mundial en el debate sobre una memoria democrática que excede el periodo de los años treinta. Procede releer a Hanna Arendt para recordar el peligro constante de nuevos horrores contra la Humanidad, pues cuentan con la complicidad o simpatía de seres humanos corrientes, que pueden ser, sin pretenderlo conscientemente, cómplices o ejecutores, en un contexto favorable, en situaciones extremas.

Notas

[1] Vid. Carlo Ginzburg, El juez y el historiador. Consideraciones al margen del proceso Sofri, Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1992.

[2] Cit. por Julián Casanova, Una violencia indómita. El siglo XX europeo. Barcelona, Crítica, 2020, pp. 284-285

[3] Xosé M. Núñez Seixas, Camarada invierno. Experiencia y memoria de la División Azul (1941-1945), Barcelona, Crítica, 2016, pp. 178-179 y 389-402; Julián Casanova, Una violencia indómita…, p. 151; Michael Jones, El sitio de Leningrado, 1941-1944, Barcelona, Crítica, 2008; y Herminio Lebrero Izquierdo, Lugares de memoria institucionalizada en Cuenca. La historia que perdura (1877-2017), Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2018, pp. 103-104.

[4] Cuatro mil cuatrocientos veintisiete fueron los españoles muertos en Mauthausen-Gusen, según el BOE de 9 de agosto de 2019. Recuperado de https://www.boe.es/boe_n/dias/2019/08/09/not.php?id=BOE-N-2019-544589&fix_bug_chrome=foo.pdf

[5] Las tasas de mortalidad de los campos de prisioneros soviéticos, muy alta en los años 1943-44 y más baja en los siguientes, no es nada comparable a las altas tasas de soviéticos en los campos alemanes (del sesenta por cien el primer año), según Xosé M. Núñez Seixas, El frente del Este. Historia y memoria de la guerra germano-soviética (1941-1945), Madrid, Alianza, 2018; y Julián Casanova (Una violencia indómita…, pp. 156-157) cifra en menos del quince por cien en los rusos frente al cuarenta en los alemanes.

[6] Para una aproximación, vid. Jaume Claret Miranda, Breve Historia de las Brigadas Internacionales, Madrid, La Catarata, 2016.

[7] Xosé M. Núñez Seixas, Camarada invierno…, pp. 386-402.

[8] Recuperado de https://rm.coe.int/ecri-general-policy-recommendation-n-15-on-combating-hate-speech-adopt/16808b7904

[9] Géraldine Schwarz, Los amnésicos. Historia de una familia europea, Barcelona, Tusquets, 2019. Una reseña recuperada de https://conversacionsobrehistoria.info/2021/05/11/seguro-que-no-colaborarias-con-el-nazismo-una-pregunta-para-el-futuro-de-europa/?fbclid=IwAR2GOaD1pFZG_PvMbIzz1E0Q0d31fd732FMYqq5ACiI_gF8Qxqay9NjiKws [consultado el 11-05-2021].

[10] Recuperado de https://www.lavanguardia.com/local/madrid/20210513/7450669/justicia-mantiene-caidos-division-azul-callejero-madrid.html         [consultado el 13-05-2021].

[11] Recuperado de https://twitter.com/gunde_bravo/status/1392810002612621312?s=21 [consultado el 13-05-2021].

Fuente: Conversación sobre la historia

Extractos del libro de Ángel Luis López Villaverde En la guerra como en el amor. Emociones e historia de un voluntario de la División Azul y banalización de la «cruzada» contra el bolchevismo (Madrid, Sílex, 2022)

Portada: Un soldado sonríe frente a las ruinas de una aldea soviética mientras pasa un vehículo hipomóvil ocupado por otros soldados alemanes. Fuente: Colección de Juan Ramón Fernández Serrano

Ilustraciones: colecciones particulares de Juan Ramón Fernández Serrano y José Rico Rubio

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