Philippe Marlière*

 

La extrema derecha no es mayoritaria en Francia. Pero la arrogancia y el elitismo de Macron, sumado a las divisiones en la izquierda, podrían darle una victoria hasta hace poco impensable.

A primera vista, los resultados del domingo 10 de abril parecen un calco de los de 2017. Emmanuel Macron, el presidente en funciones, quedó en primer lugar con 27,85% de los votos, seguido de Marine Le Pen, candidata de extrema derecha (23,15%) y Jean-Luc Mélenchon, postulante de Francia Insumisa/Unión Popular (21,95%). Al igual que en 2017, Le Pen sobrepasó al candidato de izquierda por la mínima, cerrándole el paso a la segunda vuelta.

Pero más allá de las apariencias, estos resultados son sorprendentes e incluso inquietantes. La abstención fue alta: con 26%, se acercó al récord de 28% de 2002. En la democracia francesa, un gran número de jóvenes y personas pobres y/o racionalizadas se abstienen de forma permanente de votar.

Sin embargo, el principal acontecimiento de la elección ha sido el colapso total de los dos partidos que hasta no hace mucho tiempo dominaban el sistema político francés: el Partido Socialista (PS), de centroizquierda, y Los Republicanos (LR), herederos de la tradición gaullista de la derecha francesa. Hasta 2017, el PS y LR solían turnarse en el gobierno; en estas elecciones sus candidatos obtuvieron 1,75% y 4,78% de los votos, respectivamente. Su caída en desgracia es asombrosa, incluso la candidata de la derecha, Valérie Pécresse, pidió públicamente, con tono desesperado, aportes para pagar su deuda de campaña indicando que está personalmente endeudada y que al haber quedado por debajo de 5% el Estado no cubrirá los gastos. No está claro si alguna vez estos partidos lograrán recuperarse, pero las primeras señales no les son alentadoras.

Hay múltiples razones para el declive, pero el hecho de que Macron se posicione al mismo tiempo como centroizquierda y centroderecha sin duda ha terminado por socavando ambos partidos, que ya venían arrastrando una crisis profunda, de la que surgió el propio Macron. El mandatario francés  ha «vampirizado» literalmente al PS y a LR, absorbiendo la mayor parte de su electorado. La République en Marche, el movimiento creado para apoyar su candidatura a la presidencia en 2017, ha absorbido a gran parte de los votantes del PS y LR, así como a miembros destacados de ambos partidos.

Carteles de seis de los candidatos presentes en la primera vuelta de las elecciones presidenciales (foto: Romain Ducelin/AFP)
El fenómeno Melénchon

Este reajuste ha debilitado especialmente a la izquierda. Su componente socialdemócrata ha desaparecido casi por completo, incluso cuando los socialdemócratas están experimentando un relativo resurgimiento en España, Portugal, Alemania y otras partes de Europa. Mientras que algunos votantes del PS se han pasado al bando de Macron, otros han optado por Mélenchon solo para dar a la izquierda una oportunidad de llegar a la segunda vuelta.

Mélenchon ha vuelto a tener un desempeño extraordinario en estas elecciones, sobre todo en las grandes ciudades, jóvenes y barrios populares. Comenzó lentamente, pero se puso a la altura de sus rivales de izquierdas para acabar convirtiéndose en el único candidato progresista que podía desafiar a Macron y Le Pen. Mélenchon es un orador carismático, al menos para aquellos a quienes les gustan los políticos líricos y grandilocuentes -lo que suele ocurrir en la izquierda francesa-. Mélenchon trabaja duro -empezó a hacer campaña para estas elecciones hace dos años- y hace un uso innovador de las redes sociales y de las nuevas tecnologías: incluso en los actos de campaña se presentó en varias ciudades a la vez mediante una proyección holográfica, como ya había hecho en 2017. Y el programa partidario L’Avenir en commun [futuro en común], con la cara de su candidato en tapa, se vendió en librerías, al parecer con bastante éxito.

Pero Mélenchon es también una figura extremadamente polarizadora y divisiva. Habiendo logrado la preeminencia de la izquierda en 2017, con casi 20% en la primera vuelta, debería haberse comprometido en mayor medida con otros partidos y tradiciones -verdes, comunistas, trotskistas, socialdemócratas- para formar una alianza amplia de cara a las elecciones de este año, en las que, como se confirmó el 10 de abril, era alcanzable el objetivo de superar a la extrema derecha, que además iba dividida. Pero Mélenchon se negó a negociar con otros, se burló de la «vieja izquierda» y terminó optando por ir en solitario. Si hubiera buscado el apoyo del Partido Comunista (que hasta hace un tiempo era aliado de La Francia Insumisa) y de los verdes, probablemente había sido el contrincante de Macron el próximo 24 de abril. Pero Mélenchon no es ni François Mitterrand ni Lionel Jospin, líderes que supieron llegar al poder mediante el compromiso.

El triunfalismo de Mélenchon tras el resultado del domingo no es un buen augurio para el futuro. Él y sus partidarios argumentan que la «izquierda radical» es ahora la que domina en el campo de la izquierda francesa. Eso está por verse. Su notable desempeño parece vincularse más con el voto táctico de los votantes de izquierda moderados, que buscaban desesperadamente una alternativa a una repetición de Macron-Le Pen, que con el apoyo a sus ideas o a su controvertida personalidad. Un sondeo poselectoral mostró que, de los tres principales candidatos, Mélenchon fue el que más se benefició del voto útil.

Jean-Luc Mélenchon en un acto de campaña el pasado 3 de abril en Toulouse (foto: AFP)
El discurso «social» de Le Pen

Esta elección también estuvo marcada por la competencia en el campo de la extrema derecha. Al final, el virulento polemista convertido en político Éric Zemmour -uno de los fenómenos iniciales de la campaña- debió conformarse con un decepcionante 7%. Su candidatura fue literalmente fabricada por CNews, una especie de Fox News a la francesa, propiedad del multimillonario Vincent Bolloré. Prácticamente todos los medios de comunicación le han dado una plataforma para que emita opiniones racistas y extremas, pero algunos de sus potenciales votantes acabaron aburriéndose o se asustaron. Su radicalismo de extrema derecha ha ayudado a Le Pen a verse como «moderada», lo que, en términos políticos, está lejos de ser.

Le Pen fue lo suficientemente astuta como para dejar que Zemmour hablara sobre el islam y la inmigración, mientras ella se concentraba en las cuestiones más importantes: el empleo, las «desigualdades sociales» y los servicios públicos. Pero no nos equivoquemos: pese a sus críticas al gobierno «antisocial» de Macron, la perspectiva económica de Le Pen está muy lejos de ser progresista. Sigue siendo una colección fragmentaria de medidas incoherentes que abogan por la reducción de impuestos. Sus políticas «de izquierda» de 2017 han sido abandonadas (edad de jubilación de 60 años, defensa de la semana laboral de 35 horas o la defensa del estatuto de los trabajadores de los servicios públicos). Pero sus propuesta vienen ahora envueltas en una retórica campechana, que le ha ayudado a ganarse a un importante número de votantes de clase trabajadora.

Su política estrella sigue siendo la llamada «preferencia nacional», que autorizaría la discriminación de los extranjeros que viven en Francia en materia socioeconómica y de bienestar. Esta política es actualmente ilegal e inconstitucional, y para aplicarla Le Pen tendría que modificar tanto la Constitución como algunas de las leyes básicas. En este plano, la postulante de Reagrupamiento Nacional se ubica en el clásico territorio de la extrema derecha.

Eric Zemmour y Marine Le Pen a la salida de una reunión en el Hôtel Matignon de Paris, el pasado 28 de febrero (foto: Jean-Claude Coutausse/Le Monde)
La responsabilidad de Macron

Las próximas dos semanas serán cruciales para el futuro de Francia, y quizás de Europa. Por primera vez desde el régimen de Vichy en la década de 1940, la extrema derecha está en condiciones de llegar al poder. Los sondeos de opinión muestran que ambos candidatos están casi empatados, y Macron tiene gran parte de la culpa de haber llegado a esta situación.

Tras su elección en 2017, el mandatario francés no gobernó como un centrista, como se suponía que haría. Más bien, se movió bruscamente hacia la derecha a lo largo de su mandato, sobre todo en materia de ley y orden, inmigración e islam. Su programa económico, entretanto, es visto por muchos como favorable a los sectores más acomodados. Macron suele ser visto como distante y arrogante. Fuera de Francia se tiende a subestimar la profundidad de su impopularidad, incluida la medida en que es detestado por los jóvenes, las personas racializadas y los trabajadores del sector público. Sin embargo, el apoyo de estos votantes, que se inclinan hacia la izquierda, será crucial para su reelección.

Existe incluso la posibilidad de que Macron pierda unas elecciones que no debería tener ninguna posibilidad de perder. Los candidatos de extrema derecha, que obtuvieron 30% en la primera vuelta, no tienen un apoyo mayoritario. La amenaza para Macron proviene del colapso del llamado «frente republicano», una estrategia de los partidos mayoritarios para erigir una barrera contra la extrema derecha cuando esta resulta necesaria. Esto funcionó en 2002, cuando Jacques Chirac derrotó al padre de Marine, Jean-Marie Le Pen, por un margen de 80% a 20%, y de nuevo -aunque por menos margen- cuando Macron venció a Marine Le Pen en 2017 66% a 34%.

Marine Le Pen lleva años tratando de «desdemonizar» el partido que lidera, que cambió su nombre de Frente Nacional a Reagrupamiento Nacional en 2018. Ella rechaza que los medios de comunicación y sus adversarios políticos la denominen de «extrema derecha» (lo que sin duda se corresponde con la realidad). Esta vez, sus esfuerzos podrían resultar exitosos en la medida en que Macron ha encolerizado a categorías enteras de votantes.

Emmanuel Macron y su esposa Brigitte asisten al funeral de Jacques Chirac en la iglesia de Saint-Sulpice, en París, en septiembre de 2019 (François Mori/Efe)
¿Sonámbulos hacia el desastre?

Muchos votantes de izquierda, que han sido lo suficientemente disciplinados en el pasado como para votar a un candidato conservador para «frenar el fascismo», parecen haber llegado al límite. Los sondeos de opinión muestran que hasta un tercio de los votantes de Mélenchon en la primera vuelta podría decantarse por Le Pen en la segunda, mientras que hasta otro tercio se abstendría. Estas cifras no son buenas para Macron, que tendrá que escuchar y ganarse a este electorado. No puede permitirse el lujo de la autocomplacencia.

La amenaza es tanto más real cuanto que algunos candidatos de izquierda, entre ellos Mélenchon, no quieren pedir explícitamente a sus partidarios el voto para Macron. «¡Sabemos por quién no votaremos nunca! Ni un voto a Marine Le Pen!», repitió Mélenchon ante sus partidarios el domingo electoral por la noche. Esto significaría dejar abierta la puerta para el voto a Macron y para la abstención, lo que facilitaría la victoria de Le Pen.

El viejo reflejo antifascista se está desvaneciendo en la izquierda, el electorado conservador se ha radicalizado, Zemmour logró normalizar aún más el racismo en la sociedad francesa y Le Pen ha suavizado su imagen. Macron, por su parte, es el único blanco de un electorado volátil y enfadado. Se han creado las condiciones para que Francia camine sonámbula a una presidencia de extrema derecha. Esto no era una posibilidad. Ahora lo es.

*Philippe Marlière es profesor de política francesa y europea en el University College de Londres.

Traducción: Pablo Stefanoni

Fuente: Nueva Sociedad abril 2022

Portada: un hombre pasa frente a los carteles de propaganda electoral de Macron y Marine Le Pen en Denain, el pasado 11 de abril (foto: Ludovic Marin/AFP)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

Artículos relacionados

Dos caminos para la nueva derecha francesa

Max Weber, víctima de violencias policiales

‘Islamoizquierdismo’: ¿el gobierno francés contra la Universidad?

 

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí