El cantautor, que acaba de cumplir los 80 años, hace balance de su trayectoria artística

Salvador Enguix

 

Raimon (Ramón Pelejero, Xàtiva, 1940) deja claro en esta entrevista, que se realizó por teléfono, que no mira al pasado con nostalgia. “He hecho lo que quise”, afirma, rotundo, el autor de canciones emblemáticas como Al vent. Jo vinc d’un silenci o Diguem no. Pero alcanzar los 80 años, que cumplió ayer, invita a reflexionar sobre momentos que han marcado la vida de uno de los hombres que más han aportado a la cultura catalana y valenciana en los últimos sesenta años.

Ochenta años pueden considerarse ya toda una vida. Se lo digo por si esta cifra ya es suficiente tiempo para tener claro cómo es alguien como Raimon.

Bueno, yo siempre he querido dar lo mejor de mí; desde que era un crio. Y he caminado por la vida con una máxima; la de no engañar a nadie y, lo más importante, no engañarme a mí mismo, que suele traer malas consecuencias. Además, he intentado siempre ser libre; libre en mi manera de ser y de pensar, porque aunque te arresten no te pueden quitar esa libertad: eso nunca.

En todas las veces que nos hemos visto siempre me he quedado con ganas de preguntarle si en algún momento, en los tiempos más oscuros, tuvo miedo.

Ese miedo al que te refieres no. Nunca he tenido miedo. No es mi manera de ser. Hay otros miedos personales, pero que no son a los que te refieres. De todas maneras te diré que aunque siempre he arriesgado mucho, especialmente durante la dictadura, nunca he sido un inconsciente. Sabía que había momentos en los que si hacia ciertas cosas podía acabar en prisión. Y siempre prioricé la libertad de expresarme sobre el miedo que existía en esos momentos; no fue el caso de otra gente, a la que el miedo paralizó.

 

Foto: Xavier Cervera (La Vanguardia)

¿En todo este tiempo le ha molestado que le retrataran como un símbolo de la resistencia, o de tantas otras cosas?

Mira, nunca me he sentido símbolo de nada. Además, ya sabes que no soy un personaje estirado (se ríe). Soy un hombre que conoce bien las dimensiones de las cosas y que tiene claro qué es importante en la vida. La gente no lo cree, pero uno de los motivos que me llevaron a cantar era que fui consciente de que con la música podía explicar cosas con mayor rapidez que con los libros, porque la música llega de manera más fácil a la gente. Y a través de la música, además de proponer un relato de resistencia, de lucha, contra la injusticia, se podía dar a conocer a nuestros mejores autores, como fue el caso de las poesías de Ausiàs March o Espriu.

El tiempo ha demostrado que en su caso fue un acierto poner música a los grandes poetas que acaba de citar. Era un cantautor que ofrecía una mirada personal a la alta cultura. Nadie lo había hecho antes.

Siempre cuento que cuando canté a Ausiàs March por primera vez en Catalunya mucha gente de aquí no sabía que los valencianos habíamos tenido a un poeta de esa talla en el siglo XV. Pero no era un objetivo como tal; es decir, no quería demostrar nada cuando canté poemas como Veles e vents. Simplemente, me gustaba; y me sigue gustando mucho. Un día, siendo muy joven, conocí la poesía de Ausiàs March y descubrí que nuestra lengua ya era una lengua culta en la Europa del XV. Me ocurrió algo parecido cuando Joan Fuster me mandó un libro suyo, El descrèdit de la realitat, y me doy cuenta de que un tío de Sueca es un pensador a la altura de los mejores de Europa, y además habla y escribe mi lengua. A partir de ahí me pregunté si les podía poner música y mi voz, y así empecé. Después canté a Espriu, Rois de Corella y a tantos otros.

¿Cómo observa la situación ahora de nuestra cultura?

Pues me preocupa mucho la situación de nuestra lengua. En Catalunya se habla menos que hace un tiempo, a pesar de todo lo que dicen. Y en el País Valenciano y las islas Baleares pasa lo mismo. El catalán no es hegemónico en Catalunya, como tampoco el valenciano lo es en Valencia. Eso es grave. Es triste ver cómo algunos atacan que nuestra lengua tenga mayor dimensión social; ¡pero si cada vez estamos peor!

¿Se ha sentido incómodo por la actitud contra usted de un sector del independentismo catalán?

En todo caso, incómodos ellos. Si la única razón para que no me acepten es que no soy independentista, apañados vamos. Es como si pensaran que tengo una tara física o mental. Si de lo que se trata es de crear un Estado nuevo, comprenderemos que la independencia tampoco será posible, porque nadie es hoy independiente completamente y ningún Estado puede vivir ajeno al resto del mundo. Y le digo más, hubo un tiempo, tras la dictadura, en la que algunos me ofrecieron ir en sus listas y les dije que esa no era mi vocación. Soy lo que soy, aunque a algunos no les guste.

¿Le ha quedado algún sueño por cumplir en este tiempo?

La verdad es que he sido afortunado. He actuado en los lugares más hermosos del mundo, junto a los mejores, y he vivido intensamente la vida, en momentos en los que otros no se atrevían. He protagonizado conciertos que ya son parte de la memoria histórica de España, como el de 1968 en Madrid; y he cantado a los más grandes poetas. No está mal para un xiquet de Xàtiva. Ahora ya no actúo; es un oficio muy duro. Pero estoy en un gran momento de mi vida, con mi mujer, Annalisa, y con toda mi familia. Y estos días estoy sorprendido por la gente que me ha llamado para felicitarme el cumpleaños. Evidentemente esto me reconforta.

El cantante durante su último concierto en el Palau de la Música de Barcelona (Foto César Rangel, La Vanguardia)

Usted ha donado todo su legado a Xàtiva, su ciudad natal. Tras años en los que fue vetado, parece que se ha consumado la reconciliación con su ciudad.

Pero la gente de Xàtiva me ha querido mucho; yo en mi pueblo soy feliz. El problema fue Alfonso Rus, que como alcalde impidió que durante siete años pudiera actuar. Coincidió con la llegada de Francisco Camps a la presidencia de la Generalitat, en el 2003. No había manera de encontrar un local. Esto ha cambiado, y le diré que me sentí muy a gusto con la última gira que realicé por el País Valenciano. Me sentí muy querido y arropado.

Fuente: La Vanguardia, 3 de diciembre de 2020

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