Reseña de libros

Jaume Claret
Historiador y profesor de la Universitat Oberta de Catalunya

 

 

Visto objetivamente, habitamos una excéntrica península asiática con una tendencia sostenida al enfrentamiento bélico y a  la fragmentación política. Este poco estimulante punto de partida y esta accidentada existencia no han impedido la persistencia de una cierta voluntad identitaria de fronteras imprecisas y cambiantes, construida sobre un poso compartido mezcla, entre otros componentes, de civilización grecorromana, de religión judío-cristiana y de genealogías monárquica-históricas. A partir del siglo XIX, esta europeidad latente se pudo extender más allá de las élites y renovó sus referentes culturales, como efecto colateral de las revoluciones liberales en marcha en todo el (sub)continente.

A pesar de las diferentes casuísticas nacionales (de imperios absolutistas a monarquías parlamentarias, pasando por repúblicas y revoluciones de todo tipo), los aires liberales aceleraron la actividad económica, tanto industrial como comercial, así como un imparable vuelco social con el triunfo de la burguesía, la multiplicación obrera y urbana, y la novedosa aparición de las sociedades de masas. El historiador Orlando Figes escoge 1843 como el año inicial de esta transformación en marcha y la expansión del ferrocarril –siguiendo la obsesión del añorado Tony Judt— como metáfora icónica de los nuevos lazos de europeidad: Europa se hacía más abarcable y por las vías férreas, además de mercancías y personas, circularían ideas y cultura.

Velada musical en el salón de Pauline Viardot-García (imagen: Bibliothèque Nationale de France)

Los europeos reconstruye esta revolución cultural, al abrigo de la creación de nuevos mercados y de nuevas demandas pan-nacionales por parte de sociedades hasta entonces desarticuladas y ahora entrelazadas por referentes compartidos. Nada ejemplifica mejor esta metamorfosis que la expansión de la ópera y el libro; pero también la nueva dimensión y concepción del propio mercado cultural. Por una parte, las producciones culturales –desde la pintura entendida tanto como decoración de la casa burguesa como inversión de futuro; hasta los argumentos de novelas y libretos— se adaptan, y al mismo tiempo modifican, los gustos de las sociedades contemporáneas. Por otra parte, este creciente intercambio genera también beneficios. Surgen entonces con fuerza los marchantes y representantes, pero también las reivindicaciones económicas de los creadores a través de la dificultosa extensión del concepto de ‘derechos de autor’ para preservar la autoría y combatir el abuso por parte de terceros a través de ediciones pirata, contratos leoninos y explotaciones despóticas.

Previamente, para alcanzar este auge había que promover códigos, imaginarios y logros compartidos o, lo que es lo mismo, eran necesarios promotores, intermediarios y estrellas. Y, en este papel, nadie destacó y triunfó tanto como el triángulo (amoroso, cultural y comercial) formado por la diva operística Pauline Viardot (hija del mítico tenor sevillano Manuel García), su marido, hispanista y revolucionario Louis Viardot y el escritor ruso, eurófilo y amante de la primera Ivan Turguénev.

Pauline Viardot, Louis Viardot e Ivan Turgueniev (mosaico de imágenes: Política&Prosa)

A través de las apasionantes vicisitudes personales y profesionales de estas tres figuras, Figes nos muestra cómo surge el canon operístico y literario del que aún somos herederos, cómo se consolida una red cosmopolita de teatros y editoriales que ya no se dirigen a mecenas eclesiásticos o nobles, sino a un público burgués y popular, y cómo se entrelazan los hilos biográficos, estilísticos y artísticos de unos creadores inmersos en horizontes europeos compartidos. De San Petersburgo a Londres, de París a Viena, de Nueva York a Berlín, la madeja atrapa e incluye en su trama, de forma pertinente, a todo el mundo que fue alguien en el mundo de la cultura del XIX (Berlioz, Delacroix, Dickens, Donizetti, Flaubert, Gounod, Henry James, Liszt, Offenbach, Rossini, George Sand, Ary Scheffer, Clara y Robert Schumann, Tolstoi o Wagner, entre muchos otros).

Coherente con su europeidad, el historiador londinense se nacionalizó alemán como reacción ante el Brèxit refrendado por sus ex compatriotas. La publicación de este brillante ensayo confirma la rotundidad de su sentimiento. Autor de obras claves sobre Rusia, Los europeos lo sitúa ahora también como uno de los más brillantes historiadores de la cultura de nuestro tiempo.

Representación en Londres de la ópera El profeta (1849), de Giacomo Meyerbeer (con libreto de Eugène Scribe y Émile Deschamps), cuyo principal papel femenino fue escrito para Pauline Viardot (foto: Wikimedia Commons)

Orlando Figes, Los europeos. Tres vidas y el nacimiento de la cultura cosmopolita, Taurus, Barcelona, 2020, 672 páginas, 27’90€.

 

Fuente: Versión ampliada en castellano de la reseña publicada originalmente en el suplemento Llegim del diario ARA, 30 de octubre de 2020

Portada: The Railway Station (1866). Grabado de Francis Holl sobre la pintura del mismo título de 1862 de William Powell Frith (foto: Wikimedia Commons)

Imágenes: Conversación sobre la historia

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