Antonio Herrera González de Molina
Universidad Pablo de Olavide
¿Por qué los andaluces votaron tantas veces a la izquierda?
Estimados Jordi e Ignacio, gracias por vuestro interesante artículo que indaga sobre la importancia del factor histórico para entender el comportamiento político. Me permito a continuación realizar algunos comentarios con ánimo constructivo sobre vuestra propuesta, en el entendido de que se trata de un espacio precisamente para el debate y la discusión. Por cierto, aprovecho para dar las gracias a Ricardo Robledo y a todos los colegas que participan en este blog por esta magnífica iniciativa.
Como supongo que cualquier historiador que se precie, coincido plenamente en la idea de que la experiencia pasada, entendida como legado histórico, es una variable de primer orden para entender el presente. También coincido en la importancia de valorar el impacto de la desigualdad en el comportamiento político y electoral (aunque sin duda este último tema resulta muy complejo y es difícil obtener conclusiones “definitivas” estableciendo relaciones mecánicas, como demuestran algunos acontecimientos recientes). Pero me temo que este que ponéis no es el mejor ejemplo para demostrar el peso determinante de este legado.
Es posible que la desigualdad de la tierra en 1860 tenga algún impacto sobre el voto en el periodo democrático. De la misma manera que es posible que la existencia de muchos jornaleros en ese año tenga alguna relación con el importante apoyo a la izquierda en las elecciones de 1977 y siguientes. Pero creo que la correlación es algo débil y sobre todo que el peso de otros fenómenos supera con creces la capacidad explicativa de estos factores. O al menos creo que es necesario contextualizar lo ocurrido para valorar en su justa medida el peso de dicho factor. Esto sin mencionar el hecho de que medir la desigualdad en base exclusivamente a la propiedad de la tierra es algo reduccionista en el mundo rural a pesar del innegable peso que esta variable ha tenido históricamente (Desarrollamos esta idea en González de Molina, Infante, Herrera, 2014).
Por supuesto hay un recuerdo histórico que permite superponer mapas del comportamiento electoral, de afiliación político-sindical relativa y de conflictividad agraria entre los años treinta y los setenta-ochenta. Por supuesto, la desigualdad histórica de Andalucía estaba presente en el imaginario colectivo de los andaluces en los años de la Transición (lectura obligada es el libro de Salvador Cruz Artacho, 2017). Por supuesto hubo transmisión ideológica intrafamiliar a pesar de la fractura de la dictadura, pero me temo que este no es ni mucho menos el principal factor que explica el éxito de las izquierdas y especialmente del partido socialista en las elecciones del periodo democrático. Basta con hacer uso de una metodología que los historiadores sociales utilizan en la medida de lo posible. Me refiero a la historia oral. El grupo de investigación en el que me incluyo, con especialistas en Historia Agraria de las universidades de Granada, Jaén, Córdoba y Pablo de Olavide y que han trabajado profusamente el mundo rural y el papel del socialismo en España (Acosta, Cruz, González de Molina, 2009; Cobo, 2007 y Herrera, 2007), hemos tenido ocasión de realizar bastantes entrevistas. Muchas de ellas en pueblos grandes y otras en localidades pequeñas con características diversas como Montefrío (Granada) o Carcabuey (Córdoba), ambas zonas de pequeña y mediana propiedad; o algunas en localidades históricamente de gran propiedad como Osuna (Sevilla) o Baena (Córdoba); junto a otros pueblos también con altos niveles de desigualdad y conflictividad contrastada como Arcos de la Frontera (Cádiz). Siendo conscientes de que en algún caso pudiera quedar algún atisbo de miedo o reticencia entre los entrevistados, las respuestas ante la pregunta de si su preferencia política venía determinada por el “recuerdo histórico” son muy desiguales. Sin embargo, todos suelen coincidir en la importancia de la construcción de derechos sociales y servicios identificados con el estado de bienestar y que suelen identificar con el PSOE.
Podríamos argumentar que la construcción de centros de salud, carreteras, infraestructuras básicas de abastecimiento de agua y alumbrado, centros de educación primaria y secundaria, centros culturales, etc… no fue un proceso exclusivo de Andalucía, ni del PSOE (de hecho, se siguieron las mismas pautas de otros países europeos (Groves et al, 2017), pero sí que esta región tuvo una especificidad que no encontramos en otros lugares a excepción, no por casualidad, de Extremadura. Me refiero a que todo este proceso de construcción del estado de bienestar tuvo que realizarse en medio de una profunda crisis agraria fruto de la reconversión industrial que pretendía hacer converger a España con los países de su entorno (CEE) y cuya manifestación más evidente fue el aumento del desempleo debido a la mecanización del sector que se había iniciado décadas atrás y que afectaba especialmente al sur peninsular por la concentración de asalariados. La crisis económica internacional del petróleo frenó en seco el trasvase de población activa del sector primario al secundario y de servicios y una enorme cantidad de efectivos quedó, a finales de los setenta, “fijada” a una agricultura ya transformada que no generaba suficiente trabajo.
Fue seguramente el Partido Socialista el que más claramente entendió que en ese contexto, la deseada por ellos reconversión no podía hacerse sin mitigar de alguna manera los efectos sociales más negativos del proceso “modernizador” por lo que planteó una serie de ayudas económicas para “no dejar caer” a estos trabajadores. Las ayudas en forma de Empleo Comunitario primero y del PER después, la puesta en marcha de nuevos servicios sociales que llegaban por primera vez a los pueblos y la defensa de una regulación democrática de los mismos, le granjeó sin duda importantes apoyos al socialismo desde el principio. Basta ver el interés que mostraron en las aparentemente anacrónicas Cámaras Agrarias cuyas primeras elecciones (1978) ayudaron a los socialistas a posicionarse en el campo de cara a posteriores comicios (elecciones municipales de 1979 y generales de 1982) (Herrera & Markoff, 2011)
En estos años y dada la imposibilidad de encontrar trabajo en un sector industrial y terciario contraído por la crisis internacional que frenó el flujo migratorio, las altas tasas de desempleo agrario se convirtieron en el principal problema de la región. Un problema de hondo calado político si pensamos además que podía constituir un escollo importante en el camino de convergencia con la PAC. Si tenemos en cuenta que son los años en los que el influjo de la teoría de la modernización, por un lado, y de la dependencia, por otro, estaban en su máximo apogeo, se entenderá que se generase un ambiente propicio para generalizar la identificación de toda la región con este problema que situaba al mundo rural en el centro.
Dos fenómenos ocurridos ya avanzada la década de los ochenta pueden reforzar esto que trato de señalar. Me refiero, por un lado, la caída del jornalerismo tras el importante rebrote de la primera mitad de los ochenta cuando habían conseguido ampliar su altavoz hasta mimetizarse con toda la región. Por otro lado, me refiero al escaso impacto real de la Ley de Reforma Agraria aprobada en 1984 en Andalucía. Ambos fenómenos muestran que la realidad agraria poco o nada tenía que ver con la situación de los años treinta y anteriores décadas. Como señalaron convincentemente Manuel González de Molina y José Manuel Naredo (2002), a estas alturas y a pesar de su importancia simbólica, el significado de la Reforma Agraria había cambiado. La tierra o, mejor dicho, su posesión, no era, en una agricultura ya “modernizada” (industrializada), el elemento determinante para disminuir la desigualdad. Tras la reivindicación de la tierra de esos años se encontraba en realidad la reivindicación del empleo, principal preocupación de los andaluces. Una vez que las tasas de desempleo fueron disminuyendo a finales de los ochenta, el propio movimiento jornalero adquirió la dimensión geográficamente “lógica” asociada a la importante concentración de trabajadores asalariados. Sin embargo, la imagen de un gobierno de izquierdas que había llevado el estado de bienestar a los pueblos y que trató de minimizar los costes laborales de su proyecto de reconversión industrial, permaneció. Si a esto añadimos que la izquierda y especialmente el socialismo consiguieron identificarse con la reivindicación autonomista ante la posición diletante de los partidos conservadores, podemos entender los réditos políticos del socialismo.
Sin duda, tiene mucho sentido, como mostráis en el gráfico 3, el argumento de que la desigualdad en la posesión de la tierra tiene un claro impacto electoral (y también asociativo y político) en los años treinta. Sobre esto existe una inmensa literatura que ha polemizado en torno a la adscripción política del campesinado. Desde el clásico trabajo de Barrington Moore hasta los interesantes trabajos de Luebbert y de los que han aplicado sus argumentaciones al caso español (Cobo, 2006). Sin duda, la desigualdad en el acceso a la tierra constituía un factor determinante, pero a la altura de los años ochenta, la tierra, su posesión, había dejado de tener la significación que tenía durante los treinta y consecuentemente cabría esperar que su impacto en el comportamiento electoral también fuera menor. Aunque, por supuesto, no digo totalmente irrelevante por su trascendencia ideológica.
Con todo ello, lo que quiero mostrar es que quizás resulta algo arriesgada la idea de fiar al peso “secular” de la desigualdad de la tierra en Andalucía el éxito político de la izquierda durante los años de la Transición. Creo que son otros muchos factores los que podrían llegar a explicar esta preferencia mayoritaria de los andaluces, aunque sin duda, concuerdo en que en muy buena medida la clave está en el mundo rural.
Bibliografía
Acosta, F. Cruz, S. y González de Molina, M.(2009), Socialismo y democracia en el campo. Los orígenes de la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra, Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino. Madrid.
Cobo, Francisco (2006), “Labradores y granjeros ante las urnas. El comportamiento político del pequeño campesinado en la Europa Occidental de entreguerras. Una visión comparada”, Historia Agraria, 38: 47-73.
Cobo, Francisco (2007), Por la Reforma Agraria hacia la Revolución. El sindicalismo agrario socialista durante la II República y la Guerra Civil, 1930-1939. Universidad de Granada. Granada.
Cruz Artacho, Salvador (2017), Andalucía en el laberinto español. Historia del proceso autonómico andaluz. Sevilla, Centro de Estudios Andaluces.
González de Molina, M., Infante, J. y Herrera, A (2014), “Cuestionando los relatos tradicionales: desigualdad, cambio liberal y crecimiento agrario en el Sur peninsular (1752-1901)”, Historia Agraria, 63: 55-88.
González de Molina, M. y Naredo, J.M. (2002),”Reforma Agraria y desarrollo económico en la Andalucía del siglo XX”, González de Molina (ed.): La historia de Andalucía a debate. II El campo andaluz. Barcelona: Anthropos.
Groves,T., Townson, N., Ofer,I., Herrera, A. (2017): Social Movements and the Spanish Transition. Building Citizenship in Parishes, Neighbourhoods, Schools and the Countryside. Palgrave Palgrave Macmillan
Herrera, A. & Markoff, J. (2011), “Rural Movements and the Transition to Democracy in Spain”, Mobilization. The International Quarterly Review of Social Movements Research. 16 (4), 2011: 489-510.
Herrera, A., (2007) La construcción de la democracia en el campo, 1975-1988. Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. MAPA. Serie Estudios, Madrid.
Portada: fotografía de Pablo Juliá (exposición Otros tiempos…, Diputación Provincial de Cádiz)
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